Leave the kiss for later [SKK]

Von LeoLunna

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Cuando Dazai se marchó de Yokohama, rompiendo su relación con Chuuya y dejando sin leer el poema que le escri... Mehr

01. Dear first love...
I: Leave the kiss for later
II: But I wonder where were you?
III: Lonely street
IV: Contradictory words
V: Call me
VI: As it was
VII: Bad idea
VIII: Two fools
IX: Bother you
X: Step by step
XI: I wanna be yours
XII: Set fire to the rain
XIII: When the party's over
XIV: I can't handle change
XV: You're not sorry
XVII: I'm a broken rose
XVIII: Stop, don't be so kind
XIX: Lost on you
XX: The night we met
XXI: Got the music in you
XXII: Close the book, turn on the music
XXIII: I know now, this is who I really am
XXIV: Autumn leaves on my skin
XXV: You were looking at me
02. I wrote this for you
I: You hear me?
II: Patience
III: Stop thinking
IV: Bittersweet symphony
V: Could it be easy this once?
VI: Tell me why
VII: Somebody that I used to know
VIII: All you had to do was stay
IX: The ending always stays the same
X: Turn around and make it alright
XI: Go that way
XII: The only exception
XIII: Sit down beside me
XIV: I'm never gonna leave you
XV: It doesn't hurt me
XVI: Another love
XVII: Hold On
XVIII: Are you ready to love?
XIX: The world keeps on turning
XX: You look perfect

XVI: Brotherhood

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Von LeoLunna

Algo se rompió en el primer piso, el grito que vino después no se hizo esperar.

Cuando mi oasis de silencio se rompía, casi me daban ganas de llorar, pero al escuchar los gritos de mi padre ir en aumento y la voz temblorosa de Chuuya intentando disculparse, tuve que salir y alejarme de los pocos momentos de paz que podía permitirme en esa casa.

Bajé las escaleras tan rápido como pude. Mamá estaba a un lado de la cocina, desde donde los gritos provenían. Su mirada impasible, inexpresiva, ignoraba lo que ocurría y fingía que no podía escuchar la discusión unilateral, ni que podía ver como Chuuya mantenía la cabeza baja y los puños fuertemente apretados, intentando no responder a los insultos ni llorar.

Mamá me miró de reojo y luego bajó el mentón, el cabello rojizo le cubrió su expresión de vergüenza. Sin embargo, no se movió de su lugar ni entró a la cocina a detener el griterío que su esposo estaba armando. Prefería que nosotros, sus hijos, saliéramos lastimados antes de su bello rostro.

Los gritos aumentaban, cada vez más y más fuertes, a punto de transformarse en golpes. Ella no se movía de su lugar. Apreté los puños con fuerza, queriendo decirle tantas cosas, preguntarle por qué permitía esa situación. Si sabía que papá era alguien violento desde el inicio, ¿por qué no nos llevó lejos de ahí? Lejos de él, de Yokohama, tal vez al lugar al que verdaderamente pertenecía, o cualquier otro; el que fuera donde pudiera tener un poco de silencio.

Pero no lo hizo, y tal vez no terminaré de comprender qué la mantuvo retenida junto a él durante toda su vida. Tal vez pensaba que tenía un karma que pagar por haber dejado atrás a nuestro hermano mayor, pero jamás iba a saberlo. Esa noche, solo pude odiarla un poco más y entrar a la cocina, interponiéndome entre papá y Chuuya.

El golpe que no iba dirigido a mí no dolió tanto como los gritos que vinieron después.

Chuuya tenía 14 años en ese entonces, yo 18. Mi foto de graduación era al día siguiente. La marca en mi rostro era imposible de cubrir. Cuando dieran las siete de la mañana, llamaría a mi profesor y le diría que estaba enferma y que no podía asistir; por esa noche, intenté calmar la expresión de culpa en Chuuya.

―A-ane-san... ―tartamudeó, intentando tocar mi rostro y la marca rojiza que papá provocó con manos temblorosas―. No debiste... Yo podía...

―Shhh, está bien―lo tranquilicé, acariciando su cabello con dulzura y lo envolví en mis brazos, mientras miraba hacia un rincón de la cocina. Mi rostro sin demostrar emoción, ni cariño, ni dolor por el golpe, solo resignación. Miré el plato roto a un lado. Tendría que levantar los restos, pensé, antes de que Chuuya se hiciera daño con ellos―. Gracias por controlarte, sé que fue difícil mantenerse tranquilo y no gritarle. ¿Qué sucedió?

―Solo un estúpido plato que se resbaló... ―murmuró, abrazándome con fuerza y enterrando su rostro en mi hombro―. Solo un estúpido plato...

Suspiré. Tantos gritos por pequeñeces, aunque siempre fue así y debería estar acostumbrada, cada día me sentía mucho más cansada. Abracé a Chuuya con un poco más de fuerza, pero papá volvió a entrar y al verme consolándolo, su ira aumentó.

Cuando éramos niños, incluso si recibíamos golpes o gritos, papá no era tan violento. Nunca nos miró con tanto desprecio, o más bien, nunca miró a Chuuya con tanto asco como desde el momento en que cumplió 13 años.

Chuuya jamás demostró ser menos masculino que otros chicos de su edad. Al contrario, todo lo masculino, todo aquello hecho para "hombres", le gustaba y acomodaba: el deporte, las peleas, los vehículos, la música pesada de más gritos que melodías, todo. Todo aquello apropiado para un chico, según papá, le gustaba y por un tiempo logró engañarlo, también a mí y a sí mismo. Pero después de los 13 años, cuando el resto de preadolescentes se sonrojaban al mirar un cuerpo femenino semidesnudo, Chuuya lo hacía cuando el capitán del equipo de fútbol de su escuela se quitaba la playera después de un partido y lo abrazaba cuando ganaban.

Y fue tan obvio para todos nosotros, especialmente para papá. Y no pude evitar sentirme aliviada, cruelmente aliviada, de que él no notara que era yo quien se quedaba mirando a las modelos desnudas de esa primera revista pornográfica que compró para intentar "arreglar" a Chuuya.

Pero seguí ocultándolo, ignorándome a mí misma y lo que verdaderamente quería. No, no quería nada. Verdaderamente, solo estaba confundida. Sí, solo era eso. Seguía siendo la hija perfecta para ellos, debía seguir siendo la hija perfecta de la cual pudieran sentirse orgullosos.

Mientras más logros obtuviera, mejor fuera mi comportamiento, más saliera con ese chico de mi clase que papá y mamá adoraban, más los distraería de la "desviación" de Chuuya. Solo mírenme.

Soy la hija perfecta, ¿no están felices de eso? Ignoren a Chuuya, concéntrese en mí, dejen que él sea libre, yo estoy bien dentro de esta jaula. No los decepcionaré, así que obsérvenme. Estoy haciendo todo bien, estoy de pie en medio de la sala junto a un hombre que no me gusta, recibiendo besos y caricias que no me hacen sentir nada más que ganas de vomitar, escuchando sus ridículas bromas sobre un día casarme de blanco y parir hijos que no deseo. Pero ignoren todo lo que pienso y siento, miren mi sonrisa; es elegante, educada, la practiqué para que no se dieran cuenta de que nada de esto me gusta, pero estoy bien. Está bien, soy la hija perfecta, Chuuya es el error. El error que, espero, tenga la libertad que yo jamás tendré...

Pero, ¿qué están haciendo? ¿Por qué dicen eso? Papá, deja de gritar, deja de decirle a Chuuya que hace todo mal. Mamá, di algo, por favor, di algo. Dile que está bien, que Chuuya no tiene por qué ser como su querida "Ane-san". Chuuya, no los escuches, no es cierto, nada de lo que dicen es cierto. ¿Por qué no me escuchas? ¡¿Por qué no puedes solo escucharme a mí...?!

¡Basta, estoy cansada...! Dejen de repetir siempre lo mismo, dejen de observarme, dejen de compararnos. Dejen de gritar, no quiero escucharlos decir "Mira a Kouyou, ella es inteligente y educada, no como tú".

Mira a Kouyou, es la mejor de su clase. Mira a Kouyou, ella siempre recibe los gritos y los golpes por ti, aunque es una mujer débil, protege a un puto maricón como tú. Mira a Kouyou, ella es normal, ya se graduó de la secundaria con honores, irá a la universidad, se casará con un buen hombre y dejará todos sus sueños para ser la ama de casa perfecta, la madre perfecta, que cuando su esposo golpee a sus hijos, mirará hacia otro lado o fingirá que no escucha sus sollozos. Igual que su propia madre, repitiendo el ciclo, preocupándose solo por una juventud momentánea.

Mira a Kouyou, sé como Kouyou, ¿por qué no eres como Kouyou, Chuuya? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué soy una total mentira? No soy un ejemplo a seguir, no soy nada, nada de lo que hago sirve, no puedo sacar a Chuuya de aquí, no puedo salir, no puedo salir, no puedo salir...

―¿Ane-san? ―Me giré y miré hacia el segundo piso con una sonrisa, ocultando entre la oscuridad el bolso repleto de ropa que cargaba en la otra mano―. Son las tres de la madrugada, ¿a dónde vas?

Fue durante un sábado, lo recuerdo bien. Ya me había graduado de secundaria, estaba a la espera de ir a la universidad. Chuuya comenzaría pronto la secundaria, y solo tres meses después de mi partida, cumpliría 15 años.

Pero por esa última noche, le sonreí como cualquier otro día, prometiéndole sin palabras que estaría ahí para verlo crecer.

Lamentablemente, las promesas fueron creadas más para romperse que para cumplirse.

―Solo necesito un poco de aire, vuelve a la cama ―ordené, transformando mis palabras en un suave pedido.

―¿Es por la discusión durante la cena...? ―cuestionó, ignorando mi sonrisa y todo aquello que cubría―. Lo siento, te metí en problemas otra vez...

Sí, siempre lo hacías, pensé, pero prefería llevarme los golpes que verlos en ti, aunque era inevitable que no te alcanzaran y mucho más desde esa noche en adelante. Lo lamento, Chuuya, ya no puedo recibir más gritos o golpes por ti, solo puedo esperar que intentes evitarlos tanto como te sea posible, y para esquivarlos, tendrás que esconderte durante un tiempo.

Pero al menos conmigo, por esa última noche y al contrario de mi persona, Chuuya podía ser sincero.

―¿Besaste a ese chico? ―pregunté, sin emoción en mi voz, esperando que la oscuridad cubriera en totalidad mi cansancio―. Papá dijo que te vio hacerlo...

―¡No lo hice...! ―exclamó, presa del pánico, y al notar el volumen de su voz, bajó el tono. Escuché el nerviosismo venir de él, aquello que desesperadamente quería ocultar y revelar al mismo tiempo ―. No lo hice, no soy... Lo que dice papá que soy, no...

―Está bien si lo eres ―dije, sin procesar mis palabras hasta que ya era demasiado tarde. Incluso entre la oscuridad, podía notar los ojos de Chuuya brillando con la anticipación de la aceptación. No pude romper su ilusión, incluso si después sería el producto de la miseria―. Está bien, no hay nada malo contigo. Pero sabes cómo es papá, así que deberías mantenerlo en secreto...

―¿No te da asco?

Reí. Casi me sentí mal de dejarlo en aquella casa con toda esa ingenuidad que cargaba en su espalda.

―Solo me da asco que dejes tu ropa de deporte tirada por ahí.

―No lo haré más ―prometió, pero era algo que no cumpliría, así como todo lo que yo dije alguna vez. Luego, cuando olvidamos las promesas superficiales, su voz se llenó de timidez una vez más; expresando un pedido que, en cualquier otra oportunidad, hubiera aceptado―. ¿Puedo ir contigo...?

Esa noche, miré a Chuuya entre la oscuridad por última vez. Sentía en mi mano oculta el peso de mi maleta y de cada desesperada e infantil decisión que estaba tomando. Por un momento, me pregunté qué pasaría si le decía que sí y huíamos juntos de aquella casa. Pero, rápidamente, empujé al fondo esa idea. No podía asegurar un lugar cómodo donde vivir, ni un estilo de vida que, aunque disfuncional, estábamos acostumbrados a llevar. Mi hermanito tendría que esperar por mí un poco más, pensé. Solo un poco más. Tal vez un año, cuando la vida que intentaba encontrar ya estuviera estabilizada, y cuando lo estuviera, lo llevaría conmigo.

Sí, eso haría. Solo un año, pensé, Chuuya solo debía aguardar 12 meses y volvería por él. Por esa noche, debía quedarse ahí.

―Es tarde, regresa a la cama, solo saldré a tomar un poco de aire―mentí―. Lo necesito, estoy estresada con la prueba de ingreso universitario.

Chuuya asintió. Parecía decepcionado, pero no discutió. Y como si muy en el fondo supiera lo que estaba por suceder, soltó una frase que no volvería a escuchar jamás.

―Ane-san, te amo ―murmuró.

Sentí que las decisiones que acababa de tomar se estremecían, muy cerca de derrumbarse. Pero las sostuve con fuerza, y aquellas que lograron caer, volví a apilarlas sobre las otras.

―¿No estás ya suficientemente grande para decirle a tu hermana mayor que la amas? ―cuestioné, ocultando la breve debilidad detrás de una broma inocente. Chuuya se alzó de hombros, correspondiendo mi sonrisa fraternal con la propia.

―¿Solo porque voy a cumplir 15 años ya no puedo decirlo? Eso es estúpido.

―Sí, lo es... ―murmuré. Quise subir los escalones que nos separaban y abrazarlo por última vez, pero sabía que si lo hacía, no podría volver a bajar. Desde la distancia, pasando por alto su expresión confundida por mis palabras, le pedí―: No cambies, ¿sí? Sé que papá es... difícil de complacer, y que mamá no ayuda en nada, pero no cambies. Ni te metas en problemas, o con la persona equivocada, ¿sí?

No podía ver correctamente a Chuuya entre la oscuridad, pero escuché la muy suave y baja risita que dejó escapar.

―¿Por qué me dices todo eso? Suena como una despedida.

―No lo es ―mentí otra vez―, pero pronto comenzarás la secundaria y está llena de chicos problemáticos. No te involucres con ellos, ¿sí? Haz sentir orgullosa a Ane-san y sigue escribiendo poemas para mí.

La única obsesión y afición que salía desde los parámetros de lo que papá consideraba "masculino"; aquello que Chuuya no iba a soltar por nada del mundo, sin importar cuanto se lo prohibieran.

Silenciosamente, recé para que nunca nadie le hiciera abandonar la poesía.

―No te preocupes, siempre serás mi musa ―prometió, y aunque sabía que no podía ver mi sonrisa agridulce, se la dediqué―. No duermas tan tarde, buenas noches.

―Buenas noches, Chuuya, también te amo.

Salí de casa antes de que Chuuya se diera la vuelta de regreso a su cuarto. Cuando me alejé, no miré hacia atrás. La primavera estaba por comenzar, unos pocos árboles de cerezo dejaban entrever en la oscuridad los capullos que estaban por florecer. Al mirarlos bajo las luces de las altas farolas, pensé que tal vez todo estaría bien. Tal vez el camino que estaba tomando, aquello que estaba por iniciar, no sería tan malo.

Solo un año, me repetí esa noche. Solo un año y volvería por Chuuya, lo alejaría de esa casa y podríamos, al fin, estar tranquilos: sin golpes ni gritos.

Pero el año vino y se fue más rápido de lo que alguna vez imaginé. Durante los primeros meses, mi teléfono sonó incansablemente todos los días. Sabía que era Chuuya, pero no podía responderle, no aún, o papá y mamá podrían encontrarme, aunque nunca llamaron y rápidamente me olvidé de ellos. Y mientras más tiempo pasaba, cuando al fin podía ser yo misma y poseer una tranquilidad que nunca imaginé vivir, también olvidé al hermano que tuve alguna vez.

Las llamadas se redujeron poco a poco. Una vez a la semana, una vez al mes; cada dos, tres, o seis. Luego se detuvieron. Por casi tres años, el teléfono dejó de sonar. Lo olvidé por completo, y la última vez que escuché el tono de llamada, fue durante la tarde de un 19 de junio. Sabía que era Chuuya, y pensé en él. Debía tener, para ese momento, 18 años. Casi la misma edad con la cual me marché de casa.

Pensé con convicción que era el momento ideal para regresar a la vieja casa de mi infancia e ir por Chuuya. Tal vez no sería perdonada ni comprendida de inmediato, pero ocurriría eventualmente, y mi hermanito me entregaría un millón de poemas antes de aceptar mudarse conmigo a Tokyo.

Pero mi regreso a Yokohama y a aquella casa, se daría cuando Chuuya ya no estuviera ahí, porque desde el 20 de junio y por mucho tiempo, mi mundo se reduciría a Ozaki Suzu y a su pequeña hija de 4 años, Kyoka. 

[•••]


Tomie había estado enviándole mensajes durante la última semana, pero después de lo ocurrido esa tarde con Chuuya, Dazai decidió ignorarla. Por supuesto, su silencio no desmotivaba a la mujer, ni tampoco evitaba que la encontrara en algún lugar de la universidad, pero mientras el contacto con ella fuese mínimo, era mejor para él.

Su relación con Tomie siempre fue de una retorcida hermandad y odio, más odio la mayoría de las veces, y aunque aceptaba que su compañía le vino bien algunos días, cuando sentía casi morirse de la desesperación de haber alejado a Chuuya por segunda vez y de ver sus llamadas desviadas, ahora su presencia no era tan necesaria.

No, no se sentía bien. Sí, aún extrañaba a Chuuya, pero la soledad y la ausencia eran emociones y estados a los que uno se acostumbra tan rápido como se desacostumbra.

No quería a Tomie a su alrededor en ese momento. No quería seguir observando el caos que ella le ofrecía y que ya no se veía tan atractivo como 2 años atrás. El cuaderno entre sus manos, el nuevo poemario y diccionario de rimas que había comprado recientemente eran suficiente entretención y distracción.

Sin embargo, no podía confiar en permanecer tranquilo y recluido en su propio mundo para siempre. Verdaderamente, jamás estuvo escondiéndose del resto, solo manteniéndose lejos. Había una gran diferencia entre esconderse y alejarse, aunque sus bordes podían a veces ser tan similares, que lograba producir aquella confusión y malestar en aquellos que llamó amigos durante dos años sin pausas.

Y así, con expresiones ofendidas y desinteresadas por igual, Kunikida y Ranpo se detuvieron junto a la mesa de la biblioteca que había marcado como suya.

―Es gracioso, siempre supieron dónde encontrarme, pero demoraron casi un mes en acercarse ―comentó Dazai, enviándole esa sonrisa que uno sabía que era falsa, mientras que el otro la tomaba con sincera molestia.

Su saludo enfureció a Kunikida. Mientras el rubio daba un paso hacia él, con los brazos cruzados, Ranpo solo observaba desde la distancia y suspiraba escuchando el intercambio de palabras entre los otros dos.

―No pensé que serías tan inmaduro como para alejarte y hacer un berrinche hasta que nos acercáramos, Dazai.

―No estoy siendo inmaduro, ni tampoco es un berrinche ―respondió, reclinándose en la silla con aquel aire de desinterés que sabía irritaba al rubio más que nada―. Quería estar solo, ¿hay algo de malo en eso?

―No hay nada de malo en eso, salvo que no nos dijiste que necesitabas "espacio" por cualquier estúpida razón que tengas ahora.

―Si es estúpida, ¿por qué quieres saberlo? Si no es porque quieres saber qué ocurrió, no estarías aquí.

―Quiero saber qué te sucede.

―Entonces te interesa la "estúpida razón", porque es la causa de lo que me "sucede".

―Cállense ambos, me están dando dolor de cabeza ―interrumpió Ranpo antes de que Kunikida pudiera agregar más.

Sintiéndose regañado, el rubio dio un paso hacia atrás, el mayor uno hacia adelante. Dazai siguió cada uno de sus movimientos con una impasible mirada, pero acabó por apartar su atención y centrarse en el cuaderno sobre la mesa, con un movimiento de hombros que le restaba importancia tanto a la preocupación de los otros hombres como a su propia decadencia.

―¿Qué sucedió esa noche cuando Oda te llamó y luego corriste hacia Chuuya? ―preguntó Ranpo, notando el breve momento en que sus palabras desestabilizaron a Dazai. Mas conocía tan bien al otro menor, que la falsa seguridad y desinterés que sobrevino después no le sorprendió ni extrañó, pero sí el ligero tono hastiado que dejó escapar.

―Nada, no sucedió nada con ninguno de los dos, así que ¿por qué no dejas de entrometerte en mis asuntos personales?

―Estamos preocupados por ti ―dijo Kunikida, con impaciencia, pero Dazai continuó actuando como si no le importara.

―Tu preocupación no sirve de nada, Kunikida, estoy bien―comentó, cambiando la página del libro a un costado sin dirigirle ni una sola mirada completa, solo de reojo y expresando que su presencia no era bienvenida―. Quiero un tiempo a solas, eso es todo.

Una vez más, Kunikida no parecía feliz con su respuesta. Se veía herido y, por un momento, Dazai lamentó sus propias palabras. Sin embargo, como todo el mundo y sus propias acciones le habían dejado en claro, era incapaz de cambiar y ser una mejor persona. Continuó actuando de aquella forma desinteresada e ignoró la intención de Kunikida de querer reclamar e indagar en sus razones, pero Ranpo se lo impidió con solo una mano en su hombro como una llamada de atención.

Intercambiaron una silenciosa conversación que Dazai observó desde el costado, casi sintiéndose frustrado de saber inmediatamente hacia dónde se dirigía todo. Tal vez no obtendría un poco de paz ni siquiera recluido entre polvorientos estantes y viejos libros, pensó.

Cuando la telepática conversación entre Ranpo y Kunikida terminó, este último murmuró que partiría primero a la cafetería principal de Kyodai y que guardaría una mesa para ellos, dejando explícito su deseo de que Dazai volviera a unírseles. Aunque la intención era buena y le hacía sentir apreciado, no tenía hambre. No quería comer, no quería hablar con ellos y fingir ser el payaso otra vez. Estaba cansado, solamente quería a Chuuya o un poco de silencio, y ya que no iba a obtener lo primero, tendría que conformarse con lo segundo.

Agradecía la preocupación de cualquiera de ellos, aunque no sabía si era sincera. Verdadera o no, sin saber ni siquiera si se merecía algo así, todo lo que podía darles en ese momento y desde hace dos años era un agradecimiento implícito. No parecían molestos por ello, notó Dazai, ni tampoco los impulsaba a alejarse de él. Incluso si sus palabras continuaban contradiciendo lo que verdaderamente sentía, incluso si los dañaba, seguían interesados por verle vivo, desde la distancia, pero respirando.

Eso es todo lo que le importaba a Ranpo, Kunikida, e incluso a Yosano, pensó, casi como si fuese la primera dulce revelación en ese tiempo de silencio y soledad autoimpuesta. Solo querían saber que seguía vivo, sin ejercer presión en él para acercarse y hablarles de todo lo que le ocurría, pensaba o sentía. Solo saber que no estaba haciendo estupideces como dos años atrás era suficiente, y esperaban, pacientemente, que estuviera listo para volver a ellos.

Si lo miraba desde esa perspectiva, había tenido suerte de encontrarlos y que lo consideraran un "amigo". Ni siquiera lo obligaron a quitarse la máscara de payaso, aunque sabían que la utilizaba. Dejaban que se cubriera con ella hasta que estuviera listo para mostrarse tan vulnerable como dos años atrás. Y tal vez aún no estaba totalmente listo para dejarla caer, pero cuando Ranpo tomó la silla frente a él y se acomodó en ella, le aseguró que no estaban molestos ni pensando lo peor de él a causa de su silencio y distancia.

―¿Hasta cuándo continuarás aislado? ―preguntó el mayor, Dazai continuó cambiando de páginas en el libro que apenas había leído.

―Todo el tiempo que sea necesario. Necesito un poco de paz para pensar...

―Bien, eso me hace sentir orgulloso ―declaró, logrando que Dazai subiera la mirada, con sorpresa y casi sin creerle, y se fijara en él―. Aunque nos estás ignorando deliberadamente, estoy orgulloso de que esta vez hayas escogido la reflexión por sobre la autodestrucción.

Ocultando la tranquilidad que sus palabras le hicieron sentir, el inesperado regocijo de haber logrado algo, Dazai bromeó:

―Ya no estoy en edad para ese tipo de cosas, Ranpo. ¡Estoy seguro de que mi cadera se rompería si intentara lo que hacía dos años atrás!

Incluso si era una broma estúpida y sin sentido, Ranpo solo le devolvió la sonrisa. Sin embargo, sabía que la tranquilidad era momentánea y, aunque Dazai quisiera aferrarse a ella, no podía. No aún, al menos. Primero había otras aguas turbulentas que tenía que sortear quisiera o no.

―Yosano me contó lo que sucedió con Tomie y Chuuya...

―Por supuesto que te lo contaría.

―... Y me habló sobre lo que Tomie dijo ―agregó sin perder el ritmo de las palabras ni la seriedad―, sobre tus "sentimientos" por Chuuya.

―Tomie solo quería molestarlo ―excusó, volviendo a desviar la mirada.

Con una ceja alzada y sin creer en ninguna razón que pudiera dar Dazai antes o después, Ranpo inquirió:

―¿Realmente? ¿Solo era para molestar a Chuuya o para dejarte en evidencia?

Dazai no respondió. Por supuesto que no lo haría, pensó el mayor.

Seguramente, aún no se había dado cuenta de lo que sentía, o si lo sabía, lo asimilaba a la relación que tuvo con el pelirrojo en el pasado. Clasificando cualquier sentimiento que pudiera surgir como procedente directamente desde la nostalgia y no como algo nuevo que, si bien tenía sus bases en el pasado, no era igual.

Además, no notaría aquello nuevo si continuaba enfrascado en lo que sintió en algún momento por otra persona. Para ese punto, esos sentimientos de Dazai por Oda eran más por costumbre y seguridad que verdaderos, pensó Ranpo. Querer a Oda era más fácil. Con su personalidad, generar cariño y confianza por él era sencillo, seguro y simple. Era tranquilo y paciente, una fuente casi inagotable de comprensión y aceptación por la cual personas como Dazai se sentían naturalmente atraídos, en cambio Chuuya... quererlo era un riesgo mucho más grande.

No es que pareciera inestable o menos leal. Simplemente, Chuuya parecía expresar lo que sentía desde una crudeza que no cualquiera podía aceptar, y pedía lo mismo a cambio. Comprendía los motivos, pero no olvidaba las heridas ocasionadas, al contrario de Oda que prefería dejarlas atrás. Era más explícito con lo que sentía, y quería el mismo grado de cariño que estaba dispuesto a dar, y a alguien como Dazai, le gustaba y rechazaba esa actitud al mismo tiempo.

Pero era lo que quería en ese momento, incluso si no se daba cuenta o insistía en que solo era a causa de la nostalgia. Y no obtendría nada si primero no finalizaba el capítulo que se negó a terminar de leer... No, obtuviera algo o no de aquello, necesitaba acabar esa novela y cerrarla de una vez por todas.

―Deberías hablar con Oda ―sugirió, y se preparó para desalentar cualquier intento de escape que Dazai pudiera idear.

―Hablar con Odasaku no hará que él regrese ―respondió tal como Ranpo lo había imaginado. Sin embargo, lo que agregó lo tomó por sorpresa ―, ni tampoco que Chuuya lo haga.

Bien, tal vez estaba más consciente de lo que sentía y quería mucho más de lo que Ranpo había imaginado en un principio. Eso era bueno, pensó, pero no suficiente.

―No, por supuesto que no. Oda no volverá si hablas con él, y si piensas que a través de una plática lo estarías "dejando atrás" y recuperando a Chuuya, estás equivocado ―aclaró, observando distraídamente aquel cuaderno abierto de par en par frente a Dazai―. No se trata de dejar a uno para recuperar al otro, se trata de que hables con ambos para que te recuperes a ti mismo.

Dazai resopló, burlándose.

― "Recuperarme a mí mismo..." ¿Qué se supone que significa eso?

―No te lo diré. ―Ranpo se levantó, empujando la silla hacia atrás con un sonido demasiado fuerte para el lugar en el cual se encontraban. Sin embargo, el bullicio no pudo importarle menos, tampoco las miradas molestas. Lo que verdaderamente importaba, era el consejo tácito que estaba expresando y que parecía Dazai considerar―. Ya te he ayudado lo suficiente, ¿no crees? Resuelve el resto por tu cuenta, no tienes cinco años.

―No estaría tan seguro de eso ―bromeó.

Ranpo pasó por alto su broma, sin molestarse a responder o ignorarla. De pie, tenía una mejor visión del cuaderno frente a Dazai, aquel entre un libro abierto de cierto género literario y un diccionario que se veía bastante nuevo. La libreta también parecía haber sido adquirida recientemente, pero la escritura ya había llenado una cantidad considerable de páginas y el mayor no pudo evitar distraerse en algunas líneas.

―¿Qué estás escribiendo? ―cuestionó.

Como si le hubiesen sorprendido en una actividad ilícita, Dazai cerró el cuaderno y lo cubrió con la novela a su costado derecho.

―Nada.

―Bien, ese "nada" se lee bastante interesante ―comentó Ranpo. Se alzó de hombros y rodeó la mesa, alejándose con pasos tranquilos y rítmicos, extendiendo una suave bandera blanca que siempre estuvo presente―. Hay un asiento para ti, si es que quieres acompañarnos.

Había pasado un tiempo desde que comieron todos juntos. Quiso aferrarse un poco a esa mínima probabilidad de éxito, pero si Dazai se unía o no a ellos durante el almuerzo, no podía adivinarlo. La presencia y ausencia tenían el mismo porcentaje de logro, no estaba sorprendido si la balanza se inclinaba hacia la falta.

Sin embargo, cuando se unió a Kunikida y vio llegar a Yosano, luego a Atsushi y, finalmente, a Dazai, no pudo evitar sonreír.

[•••]


Los últimos meses del semestre siempre eran los peores, pero lograba encontrar un poco de ánimo cuando se acercaba febrero, incluso si era el mes en el cual tenía todos los exámenes finales de cada asignatura en una sola y caótica semana. El estrés no importaba, porque febrero significaba que Gin estaba de cumpleaños y desde que tenía doce, nunca hubo ni un solo año en que no tuviera algo para ella.

Esa vez, tendría que solo ser un pequeño pastel. Pero no quería darle a su hermana solo un pastel, incluso si sabía que Gin estaría más que conforme con ello. No, no era suficiente. Había mucho que celebrar más que solo sus 18 años y su carta de aceptación a Kyodai. Debían celebrar por la banda, por haberse alejado de Yokohama, por demostrarle a su familia, especialmente a su padre, que eran más que capaces de vivir lejos de ellos. Demostrar que todas las personas que dejaron antes de mudarse a Kyoto, no eran fundamentales para su vida. Al contrario, solo eran un estorbo, y que pensándose como los únicos dos Akutagawa que existían, era suficiente.

Pero solo podía darle ese año un maldito pastel, y sin importar cuanto revisara sus finanzas, cuanto pensara en donde conseguir el dinero para lo que quería darle a su hermana, no podía encontrar una solución que no lo mantuviera endeudado por largo tiempo.

No quería darle solo un pastel a Gin, quería darle la maldita guitarra con la cual su hermana siempre soñó, pero la imposibilidad de ello, la falta de ensayos con la banda y el estrés que le generaban los exámenes finales no hacían más que aumentar su mal humor.

Cuando una mano cubrió sus ojos, no pudo obligarse a tener una reacción positiva. Controló la molestia, sí, y se quitó suavemente de los ojos los dedos que estaba acostumbrado a tomar, pero tan solo era necesario que la chica rubia mirase su rostro para notar que su saludo no fue bienvenido.

―No pareces muy feliz de verme... ―murmuró Higuchi. Akutagawa tan solo suspiró.

Estaban a mitad del receso para almorzar. Higuchi le había preguntado si es que se reuniría con ella, pero realmente no tenía apetito para nada más que terminar de escribir el ensayo que tenía que entregar esa noche y pensar de dónde conseguir más dinero para la guitarra que quería darle a Gin. Después de decirle aquello a la rubia, no había recibido otro mensaje de su parte, así que supuso que esta almorzaría con sus compañeras de clase o qué sabía él, no controlaba su vida ni el círculo social que tenía más allá de la banda.

Sin embargo, su novia había estado especialmente pegajosa desde Navidad. Aunque realmente no le gustaba no tener un momento de soledad, cuando le preguntó a Gin y a Chuuya, ambos le aconsejaron que dejara que Higuchi revoloteara a su alrededor tanto como esta quisiera, al menos por un tiempo. Así que ahora la tenía ahí: con ese rostro de cachorro recién regañado, sentada al otro lado de la vieja mesa de madera en la zona exterior entre el edificio principal y la biblioteca de la Facultad de Humanidades.

Sabía que estaba celosa, aunque aún no sabía de qué o quién. Un primer comportamiento posesivo era la reacción más natural, aunque ella lo camuflaba bajo la excusa de "pasar más tiempo juntos como todas las parejas lo hacen, Ryuunosuke, ¡solo quiero que seamos como las parejas de las películas que no te gustan!", o algo así le había dicho. No lo recordaba; cuando su novia comenzaba con esa diatriba, solía distraerse con cualquier pensamiento con tal de no enfadarse aún más e iniciar una discusión de la cual, sabía, Higuchi sería la única llorando.

De cualquier forma, todo a su alrededor se volvió tan estresante que no podía pensar en nada más que la situación de la banda, lo que Chuuya seguía sin decirle, los exámenes finales, el regalo que no tenía para Gin, el ensayo que aún no terminaba, o el hecho de que ni siquiera había visto a Atsushi por el campus desde el día del incidente...

―¿Qué haces aquí? ―cuestionó, apartando la mirada de las dos ventanas abiertas en la computadora portátil frente a él: una con su ensayo a medio escribir, otra con la imagen de su cuenta bancaria―. Tu muñeca aún sigue mal, no deberías haber cruzado medio campus.

―No está tan mal ―respondió, intentando ocultar bajo la mesa su mano envuelta firmemente en vendas y que no debería mover con tanta brusquedad. Nuevamente, con esa expresión de cachorro regañado, la cabeza gacha y mirándole desde abajo, volvió a preguntar con inseguridad―: ¿Realmente no te hace feliz verme?

El deseo, mezclado con el cansancio de la misma discusión de casi todos los días, le gritaba y exigía que respondiera un "si, no estoy feliz de verte", pero decidió suprimir ese pensamiento y solo observarla con una expresión en blanco.

―No dije eso ―respondió.

―Lo parece ―insistió ella.

Akutagawa intentó concentrarse una vez más en el ensayo que debía realizar, pero no lograba escribir ni una sola línea sin borrarla antes de llegar a una coma o punto.

―Estoy ocupado, te lo dije en la mañana.

―Quería almorzar contigo...

―Te dije que no tenía apetito, además no tengo tiempo para comer ahora mismo.

―¿Es eso o simplemente no quieres verme?

Mierda, no estaba de humor para esa discusión. Más bien, nunca estaba de humor para ese tipo de tonterías e inseguridades que no entendía de dónde provenían.

―¿Estás escuchándome? ―inquirió, sin ocultar el enojo―. O al menos a ti misma, ya que parece que solo oyes cualquier cosa menos lo que te estoy diciendo.

―¡Te estoy escuchando! ―se quejó. La gente en las mesas aledañas fingía no estar atentos a la discusión que iba en aumento ―. Y sé que estás ocupado, ¡pero pensé que me darías al menos cinco minutos!

Cinco minutos, cinco minutos... Le daba más que eso.

Le daba casi todo su día, incluso respondía sus mensajes durante las clases para evitar ese tipo de reclamos. ¿Cuándo fue la última vez que tuvo veinte minutos para sí mismo? Ni siquiera durmiendo o trabajando podía obtener un poco de silencio, porque, o Higuchi insistía en quedarse pasar la noche en su departamento, o continuar con su cadena de mensajes cuando estaba ocupado.

La tenía con él casi todo el día, ya fuese física o electrónicamente. Ni siquiera podía salir a solas con Gin a hacer una simple compra de supermercado, ni siquiera podía pedirle a Chuuya ensayar a solas sin que ella los acompañara. Higuchi siempre estaba ahí con él, interrumpiendo su trabajo, intentando mantener una plática cuando él solo quería un poco de silencio, y ni siquiera tuvo un momento para relajarse realmente; ni siquiera pudo tomar su guitarra en la última semana, escribir una melodía y luego hablar con Atsushi sobre esta. Ni siquiera había visto al albino durante esos días; al parecer, cambió el turno en la cafetería...

¿Por qué estaba pensando en Atsushi...? No tenía sentido. No había relación entre esa discusión y la ausencia del otro chico.

Ah, realmente estaba cansado. Aún no sabía qué hacer para el cumpleaños de Gin, Chuuya seguía sin decirle qué ocurrió después de su última presentación, tenía una melodía a medio terminar que no le había enseñado a Atsushi, y podía ver como el brillo en los ojos de Higuchi iba aumentando y, si alguna vez le preocupó que su novia se echara a llorar en público por una discusión, ya no le importaba.

¿Eran lágrimas sinceras o solo para hacerle sentir como el peor hombre del mundo? Ya ni siquiera creía en ellas.

―Ichiyo, no puedo darte atención en todo momento ―aclaró, cerrando la computadora portátil y guardándola―. No lo hice antes, no lo voy a hacer ahora.

―Ryuunosuke...

―No voy a discutir contigo.

Intentó marcharse lo más rápido que podía, pero incluso con su prisa, la frase recurrente y que no tenía ánimos de escuchar, se alzó entre ellos y le hizo cuestionarse una vez más.

―Ya no me amas, ¿verdad? ―preguntó Higuchi, su voz lastimera y sollozante, casi desesperada por una confirmación o negación.

Pero ninguna de las dos obtendría.

―No me llames, estoy ocupado, no te responderé hasta mañana.

Al menos, Higuchi sabía cuándo ya estaba en el borde más delgado de su paciencia y cuando no era ideal seguirle si es que no quería ser verdaderamente lastimada con palabras. Lo dejó marcharse sin hacer más preguntas o acusaciones. Sin embargo, estas acompañaron a Akutagawa mientras giraba hacia la salida del campus universitario.

¿La amaba? No, no la amaba. Cuando la conoció, ni siquiera le gustaba. Solo era una chica más, una persona más del montón que sabía tocar la batería y era lo que necesitaba en ese momento. Lo que le importaba era la banda, la música, tener a Gin con él como su segunda guitarrista y continuar con aquello que pausó durante todo un año cuando se mudó a Kyoto desde Yokohama.

El "gustar" o "querer", esa relación que no planeó tener, fue algo que se construyó mientras compartían la afición por la música. Era todo lo que los unía, y pensó que era suficiente. Meses después, casi un año de noviazgo, sabía que entre él y Higuchi no había nada en común más allá de la banda y un par de canciones.

No le gustaban las mismas cosas, ni las mismas comidas, animales, películas, series o libros. Tenían una concepción del mundo y de las relaciones sociales totalmente contrarias: ella sabía desenvolverse con quien fuera, disfrutar de todo lo que la rodeaba; él prefería estar tranquilo, hablar solo con las personas que realmente le interesaban, y mantenerse en su propio espacio solitario. Pero no había problema, pensó que podrían complementarse, ¿no? No...

No era la primera vez que pensaba que, realmente, ellos dos no funcionaban bien estando juntos. No es que quisiera que Higuchi fuese como él y compartiera absolutamente sus mismos pasatiempos y pensamientos ―Gin había sido bastante clara al decirle que, si saliera con alguien que tuviese su mismo carácter, ni los mismos gustos lo salvaría del desastre―, pero ni siquiera podía encontrar un poco de gusto en sus diferencias.

Y cuanto más tiempo pasaba, mientras Higuchi más insistía en pegarse a él y no dejarle respirar, y él más rechazaba o ignoraba su necesidad de atención o cariño, más sentía crecer una grieta entre ellos dos que no sabía cómo reparar.

En ese momento, ya lejos de la universidad y tras haber decidido que, incluso si no compraría nada, pasaría a su tienda de música favorita a escuchar lo nuevo que había, pensaba en cómo reparar esa grieta entre ellos. No sabía qué hacer, y las soluciones que se le venían a la cabeza, eran ideas que no estaba dispuesto a realizar.

Distraído con sus propios pensamientos, entró a la tienda y se dirigió directamente a la sección de los CDs, sin detenerse a apreciar la música de fondo o el saludo de los encargados que ya bien le conocían.

Ese local de música era uno de los más grandes de Kyoto; la variedad de géneros musicales que exponían y vendían era amplia, además no solamente se dedicaban a la distribución de discos antiguos o recientes, sino que también tenían una sección de vinilos y en el fondo, donde estaba la caja registradora y la puerta por la cual solo los empleados podían ingresar, se podían apreciar piezas de reparación para todo tipo de instrumentos.

Siempre compraba los repuestos para su guitarra en el local, también las calcomanías que le había regalado a Gin para adornar la vieja guitarra que ahora estaba en el basurero. Al recordar ese hecho, no pudo evitar que el cansancio y el estrés se profundizaran un poco más. Las esperanzas de conseguir un nuevo instrumento para su hermana pequeña eran cada vez más bajas, así que pensó que, al menos, podría conseguirle un pastel para su cumpleaños y un CD o vinilo de alguna de sus bandas favoritas.

La sección de los CDs y vinilos estaban una junto a la otra, separadas por un alto estante donde usualmente acomodaban la mercancía más reciente y a la altura de los ojos de todo cliente. Sin embargo, Akutagawa jamás se distraía con lo nuevo, siempre partía por la zona baja, por la música y bandas que ya conocía y lo que llevaba más tiempo sin vender, buscando un tesoro perdido que nadie más que él podría querer.

Y parecía no ser el único que partía su búsqueda desde lo más viejo a lo más nuevo, puesto que, al otro lado, revisando los vinilos, pudo observar entre las aberturas que dejaban los objetos en el estante un cabello albino y una mirada baja, concentrada y tranquila.

―Nakajima ―llamó, el apellido salió naturalmente de sus labios antes de darse cuenta de lo que hacía.

El sonido de los dedos pasando de vinilo en vinilo se detuvo. La mirada de tintes amatistas y dorados se elevó, tan sorprendida como incrédula de ver al otro lado los iris grisáceos que había estado evitando durante los últimos días.

Akutagawa notó que el chico al otro lado pensó por un momento ignorar su llamado y marcharse, pero sin darle ni la más mínima posibilidad de pensarlo nuevamente, rodeó el estante y se acercó al área de los vinilos, observando y casi acorralando al albino que seguía buscando una salida.

¿Qué demonios le sucedía...? Hace días que no se encontraban por casualidad o intención en ningún lugar, así que no había razón para que Atsushi le rehuyera, ¿o sí existía algo que desconocía?

―Hey ―saludó Atsushi, inseguro, intentando mirar a cualquier lugar excepto al chico frente a él―. No sabía que estabas aquí...

―No sabía que conocías esta tienda.

―La encontré recientemente ―confesó, aún sin mirarle directamente y distrayéndose con el vinilo entre sus manos―, pero no había tenido tiempo para pasar por aquí hasta hoy...

Su actitud incomprensible lograba fácilmente acabar con la poca paciencia que ya tenía, pero fue sincero cuando le dijo a Higuchi que no quería discutir ese día, ni con ella, ni con Atsushi, ni con nadie.

―No te he visto en la cafetería ―comentó en lugar de enfadarse.

Por un momento, Atsushi le miró con un brillo en sus ojos de tanta confusión como esperanza, como si no pudiera creer que estuviera esperando verle en su lugar de trabajo, y al mismo tiempo, feliz de cualquier cosa que esa visita pudiera significar entre ellos.

Pero tan rápido como esas emociones llegaron, se desvanecieron y la singular culpa se posó en él; sin dar respuesta de su origen, ocultándose detrás de palabras simples y cotidianas.

―Ah, sí, yo... cambié el turno por el de la mañana ―explicó―. La mayoría de mis clases son entre el mediodía y parte de la tarde, no tenía mucho sentido ir a trabajar después de ellas y regresar aún más cansado a mi dormitorio...

Era la verdad, notó el guitarrista, pero no eran todas las razones detrás de su lejanía o el silencio de los mensajes y la música. Pensando que indagar más sería demasiado raro para el tipo de "amistad" que había entre ambos, centró su atención en cualquier otra cosa.

―¿Qué vinilo tienes ahí? ―preguntó Akutagawa.

Atsushi miró el objeto entre sus manos y luego le dio vuelta; elevándolo a una altura apropiada para que los iris grisáceos pudieran observar la foto de portada, el título e intérprete.

―Anna Tsuchiya... ―leyó Akutagawa―. ¿Vas a comprarlo? Si no, dámelo. A Gin le gusta esa cantante y será un buen regalo de cumpleaños.

―Ah, ¿está de cumpleaños?

Akutagawa asintió.

―En un par de días, el 4 de febrero.

Aquel motivo pareció suficiente para darle el vinilo. De todas formas, pensó Atsushi, no iba a comprarlo, simplemente fue lo último que sus dedos tocaron antes de tener que enfrentar a Akutagawa nuevamente. Sin embargo, después de pensarlo un poco más y recordar la nueva información que había obtenido, se retractó de entregarlo.

―Yo se lo compraré como regalo de cumpleaños ―comentó, y antes de que el guitarrista pudiera argumentar, añadió―. ¡Considéralo como el primer regalo de un fan para un integrante de la banda!

Disimuló la sorpresa y el ligero revoloteó en su pecho que esa declaración le provocó detrás de una mirada inquisitiva, ignorando la breve conmoción y agitación que sintió, la emoción de escuchar algo que no sabía que le afectaría tanto.

Ni siquiera era la primera persona que le decía que era un fan de su banda o de él, pero cuando Atsushi lo decía se sentía...

―¿Eres un "fan"? ―inquirió, alejando sus pensamientos y sin creerle.

―¡Por supuesto! ―rectificó Atsushi, casi ofendido y girándose en dirección a la caja registradora con el pelinegro siguiendo sus pasos de cerca―. Te dije que me encantan las canciones que escribes, y Gin realmente tiene mucho talento con la guitarra.

Lo tiene, pensó Akutagawa. Todos decían que él era el mejor guitarrista de la banda, pero Gin aprendía y mejoraba con mucha más velocidad de lo que él alguna vez lo hizo. No demoraría en superarlo y que la gente reconociera su talento, pero no podría hacerlo si es que no tenía su propia guitarra; no una que heredó de él, no una que tuviese las marcas de su uñeta y dedos sobre sus cuerdas. Necesitaba una sin tocar y que fuera utilizada por primera y última vez solo por ella.

Y al ser consciente del talento que su hermana pequeña poseía, con mayor razón quería darle una guitarra por sobre cualquier otra cosa. Mierda, le daría el mundo si es que Gin se lo pidiera, porque se merecía eso y mucho más, pero sabía que sería feliz con solo un abrazo y la misma tonta canción de "feliz cumpleaños" que inventó a los doce años para ella.

A regañadientes, aceptó que Atsushi comprara el vinilo. Después de pagarlo y pedirle al dependiente que lo envolviera en un simple papel de regalo, salieron de la tienda. Con una mano rebuscó dentro de su mochila hasta encontrar un paquete de post-it y escribió un simple y rápido mensaje en él antes de pegarlo en el papel y dárselo a Akutagawa; aún sin mirarle directamente a la cara, pero sonriendo para sí mismo.

―Ten, los regalos de los fans siempre son anónimos, así que está bien si lo guardas tú y se lo das a Gin ese día.

―Si ibas a dármelo para que lo guardara, mejor lo hubiese comprado yo mismo ―reclamó. Sin embargo, tomó y guardó el vinilo mientras Atsushi tan solo soltaba una risita nerviosa y distante.

―Pero ahora puedes comprarle algo más que ella quiera ―comentó, retrocediendo y apuntando al camino que debía tomar―. De todas formas, tengo una clase en veinte minutos así que debo regresar...

― ¿Por qué me estás evitando? — inquirió, interrumpiendo y bloqueando cualquier palabra o excusa tartamudeada que Atsushi quisiera darle —. Ni siquiera me estás mirando a la cara.

Al fin, la mirada bicolor se posó en su rostro; llena de pánico, nerviosismo y ese persistente sentimiento de culpabilidad sin origen aparente. Atsushi balbuceó para sí mismo, buscando las palabras, moviendo sus manos sin saber qué hacer con ellas; si dejarlas quietas o alcanzar el cuerpo que dio un paso hacia él. Akutagawa pensó en tomarlas y detenerlas, el movimiento excesivo le impacientaba, pero Atsushi las detuvo por su propia cuenta y las cerró en un tenso puño cuando el otro dio un paso al frente.

Al verle acercarse, su rostro se llenó de un suave tono rosa que, si no fuera por la palidez de su piel, hubiese sido menos notorio. La necesidad imperante de alejarse estaba ahí, pero al notar la seriedad en el semblante ajeno, no pudo hacer más que corresponderle con la misma.

—Nakajima.

—Akutagawa...

Parecía que le dificultaba en gran medida mirarle fijamente al rostro, sus iris temblaban y no se detenían, sin saber dónde posarlos.

De un momento a otro, pareció que Atsushi calmó su ansiedad y su rostro perdió el poco color que había obtenido. Carente de cualquier emoción que fuese contraproducente para la situación, dio un paso hacia atrás y volvió a sumergirse en su acto cordial que sabía molestaba a Akutagawa, pero, por una vez, no pudo encontrar el ánimo para discutirle con esa forzada gentileza.

—He estado ocupado ―respondió Atsushi. Su mirada no estaba fija en los iris grisáceos, pero parecía observar sus labios. Sin poder evitarlo, Akutagawa observó a los ajenos también―. Yo no...

Un teléfono comenzó a sonar. El suspiro aliviado que Atsushi soltó le enfureció, pero el albino ni siquiera se tomó un momento para observar su molestia, demasiado concentrado en la satisfacción de ser interrumpido. Akutagawa tomó su teléfono y leyó el nombre de contacto, esperando que fuese Gin avisándole que Chuuya ya la había dejado en casa después de los asuntos que ese día tenía que atender. Sin embargo, era la misma persona a la cual le dijo que no le respondería hasta mañana.

Sabía que estaba siendo injusto, incluso cruel y un pésimo novio, pero estaba agotado y Higuchi realmente no podía darle ni una hora de absoluto silencio sin intentar contactarlo y continuar con la discusión que dejó a la mitad.

—¿Es tu novia? — cuestionó Atsushi, logrando leer el nombre de contacto desde su lugar con facilidad. Su voz y semblante se llenaron de una resignación que intentaba controlar y volvió a retroceder un paso más—. Deberías responder...

Akutagawa no dudó en colgar y silenciar el teléfono frente a la confundida y preocupada mirada de Atsushi. Para su amargo disfrute, la mirada bicolor no abandonó su rostro ni por un segundo después de esa acción; su expresión se llenó de profundas preguntas que no se atrevía a vociferar, junto a un temor y culpabilidad que intentaba ocultar.

—Le dije que no iba a responderle —explicó, sin dar más detalles y guardando el aparato—. Y estoy esperando que tú lo hagas. ¿Por qué me estás evitando?

—No lo estoy haciendo — insistió Atsushi, y le dio esa sonrisa de amabilidad que sabía era forzada. Logró enfurecerle—. De verdad, solo he estado ocupado, pero no es... algo de lo que deberías preocuparte. ¡Ah! ¡Deberías preocuparte por Higuchi! Nunca he tenido una relación, pero tal vez deberías hablar con ella, arreglar lo que sea que sucedió y...

—Nakajima —interrumpió una vez más, con un tono bajo y amenazador—. No se trata de ella, pero bien, haz lo que quieras.

No podía soportar seguir apreciando sus miradas desviadas y ese tenue brillo de culpabilidad que intentaba ocultar sin éxito. Bien, Atsushi podía irse a la mierda, pensó. Si no quería hablar ni ser sincero, no lo obligaría. No estaba de humor para meterse en una pelea de todas formas, y por el cansancio en el rostro ajeno, podía entender que él tampoco tenía el ánimo para discutir.

Ignorando la molestia y la frustración inesperada que le producía esa falta de respuesta, no le dio ni una última mirada a Atsushi antes de comenzar a caminar de regreso a Kyodai una vez más. Escuchó un suspiro detrás de él, un murmullo inentendible y luego pasos siguiendo los suyos. No se detuvo, ni siquiera cuando la voz ajena se lo pidió. ¿Quería que se detuviera? Era mejor que olvidara esa idea. Si el albino no le decía qué estaba mal y por qué lo evitaba, entonces él continuaría caminando sin importarle nada.

Pero, cuando le llamó una vez más, al igual que Orfeo asegurándose de que Eurídice le siguiera fuera del inframundo, miró hacia atrás.

—Akutagawa, espera...

—¿Qué? ―inquirió molesto, deteniéndose y dándose la vuelta―. ¿No tenías una clase a la que llegar?

—Si, yo... —Atsushi se interrumpió a sí mismo. Se mordió el labio inferior, casi parecía que no sabía que estaba haciendo o por qué insistía en seguir a Akutagawa a pesar de todo lo que había decidido días atrás. Soltando un suspiro de resignación ante su propia estupidez, explicó con calma—. No sé si te sirva la información, pero habrá un concurso de covers en unas tres semanas, y como el premio es en efectivo pensé que...

—¿Qué? ―interrumpió―. ¿Qué idiotez pensaste?

Atsushi le dirigió una mirada molesta que se sentía mucho más real que cualquiera de sus sonrisas forzadas o actos cordiales. Le gustaba mucho más esa expresión que todas las demás.

—Pensé que si ganas, podrías comprarle una nueva guitarra a Gin ―respondió, sin saber qué provocaba en el otro.

Incluso si no venía desde el mismo lugar, incluso si Atsushi no tenía ni idea de que él ya había pensado en comprarle una nueva guitarra a Gin, la misma idea cruzó su cabeza.

Ni siquiera Higuchi pensó en ello. Es más, ni siquiera le interesaba realmente lo que podía suceder con la banda, si continuaban creando canciones o no, si era más un pasatiempo o un deseo genuino, pero a Atsushi...

—Ni siquiera necesitan tener a todos sus integrantes — continuó explicando, ignorando la mirada cargada de múltiples y desconocidas emociones que Akutagawa le dirigía—. Si Higuchi cuidara bien de su muñeca, podría en poco tiempo volver con la batería, aunque es un poco complicado...

A Atsushi le importaba.

—Puedo conseguir otro baterista —comentó Akutagawa, sabiendo que, recuperada o no, Higuchi no disfrutaba tanto de la música como el resto de la banda—. Odio los covers, pero la falta de Gin no se sentiría tanto...

Le importaba. No era más que un oyente, un espectador, pero le importaba y durante todo ese tiempo, de una u otra forma, los apoyaba y no quería nada más que continuar viéndolos tocar desde la primera fila o las gradas.

Solo quería escucharlos, sin importar si estaba o no cerca del escenario, pero Akutagawa lo quería cerca. Más, más cerca. Así que, antes de que pudiera escaparse de sus manos otra vez, atrapó su muñeca y lo llevó consigo.

—¡¿Akutagawa?! ¡¿A dónde vamos?!

—A clases, idiota —resopló, sintiéndose animado por primera vez en el día, ladeo la cabeza y mirando el rostro estupefacto del dueño de la muñeca que se negaba a soltar—. Y en el camino, me darás más detalles y me ayudarás a pensar a qué banda hacerle tributo.

Atsushi parecía inseguro, debatiéndose consigo mismo, pero el deseo de volver a verle y escucharle tocar la guitarra era más fuerte que cualquier sentimiento de culpabilidad o distancia que intentó poder entre ellos.

Podía esforzarse por olvidar sus sentimientos por Akutagawa, pero absolutamente no podía alejarse de su música.

—La verdad, creo que tengo una banda en mente que se acopla con tu estilo...


[•••]


Ese fue un día extraño, pensó Dazai.

Aunque aún quedaban alrededor de dos meses antes del final del invierno, el sol salió ese día. La temperatura fue agradable, las clases amenas a pesar del estresante e inminente final de semestre. Después de mucho tiempo, se reunió a almorzar con sus amigos. No participó ni mantuvo la conversación como en el pasado, pero parecía que a ninguno le molestaba su silencio; no necesitaba esforzarse por actuar como un idiota, fingir felicidad o ser una persona divertida para mantenerlos a su lado. Y aunque Yosano aún parecía un poco molesta con él, cuando el almuerzo terminó y se marcharon juntos de la cafetería principal, la mujer mencionó que sabía que Dazai no solía ser sincero con sus respuestas y que, ese día en que encontró a Tomie en su departamento, cada una de sus palabras no fueron verdaderas.

Cuando Dazai le cuestionó cómo estaba tan segura de que no fue sincero con cada venenosa respuesta que dio a sus preguntas, Yosano se burló en su cara y solo murmuró que alguien le enseñó a identificar cuando mentía para protegerse a sí mismo. Ni siquiera necesitaba dar el nombre de esa persona, Dazai sabía perfectamente quién era.

―Estoy un poco celoso ―le dijo Dazai a Yosano esa tarde, antes de separarse y cada uno dirigirse a su propia facultad―. Te acercaste a él tan rápidamente...

―Estarías a su lado si dejas de actuar como un idiota―regañó, pero dijo todo con una sonrisa fraternal―. Estoy segura de que si eres sincero, Chuuya te escucharía.

Temía que no, pero había evitado tantas cosas en su vida por temor que ya estaba bastante cansado de siempre huir.

― ¿Qué tal van las cosas con Kouyou?

Yosano suspiró y se alzó de hombros.

―Me envió un mensaje hace unos días, quiere que hablemos en persona ―explicó―, pero eso no sucederá hasta dentro de un mes.

―Un mes es suficiente, ¿no? Al menos para prepararse mental y emocionalmente.

Yosano asintió. Se separaron con una suave despedida, planeando salir a beber en algún momento después del final de semestre. Eso sería bueno, pensó Dazai, disfrutar de aquellas pequeñas cosas, de esos pequeños momentos en compañía que le hacían feliz.

Y pensando en aquellos extraños momentos en los que era feliz, cuando no le importaba ser o no una buena persona, no pudo evitar volver a las palabras de Yosano. Si fuese sincero, ¿Chuuya estaría dispuesto a escuchar una larga historia? Tal vez sí, tal vez aún seguiría enojado, pero incluso si dolía, Dazai sabía que Chuuya prefería saber los detalles que quedarse para siempre en la oscuridad.

Esperar un poco más, tal vez tres semanas o un mes era suficiente para prepararse y ordenar sus ideas. Para ese momento, el semestre ya habría finalizado y podría hacer un largo viaje que estuvo postergando por demasiado tiempo. Pero, antes de emprenderlo, necesitaba un acompañante, y antes de conseguir al acompañante, debía hacer una llamada.

¿Dazai?

―Odasaku ―saludó al hombre al otro lado de la línea. Con una voz suave, melancólica, pero ligera ―. ¿Tienes un momento para hablar? 




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