El atrapasueños.

Door julesrvl

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¿Que un monstruo te amenace todas las noches, en tus sueños, es algo normal? Seré más precisa. Keyra no desca... Meer

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18

Epílogo.

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Door julesrvl

Tucson, Arizona. Dos años más tarde.

Tomé una larga y profunda respiración antes de empujar la enorme puerta que daba ingreso al Instituto donde solía asistir tiempo atrás. Suspiré entrando al hall, encontrándome con una remodelación increíble. El lugar había cambiado muchísimo desde la última vez que había puesto un pie aquí.

Caminé hacia la nueva recepción donde un tumulto de alumnos conversaba entre sí. Saqué el pequeño folleto de mi bolso, que había aparecido en la puerta de mi casa, y lo desdoblé. Me acerqué al escritorio de la mujer que estaba a cargo de él y al verme, sonrió acomodándose los anteojos.

―Buenos días ―saludé.

―¿En qué puedo ayudarte?

Le mostré el papel. Ella leyó y asintió comprendiendo mi duda. Se quitó los anteojos y entrelazó los dedos de sus manos.

―Las clases comienzan mañana a las diez de la mañana. Son cinco días a la semana, ¿de acuerdo? Lo único que deberás hacer ahora es ir e inscribirte en la lista del profesor.

―¿Dónde se encuentra el profesor? ―pregunté volviendo a guardar el papel.

―En el aula de Fisiología. Suerte.

Tomé el pasillo que tomaba, tiempo atrás, todas las semanas. Sabía claramente donde quedaba aquella aula donde conocí a Damien personalmente, puesto que la clase que el profesor Kinhorm daba era mi favorita.

La puerta estaba abierta. Me asomé con el ceño fruncido y al encontrar el aula vacía a excepción de un hombre guardando sus pertenencias en un maletín, golpeé dos veces llamando su atención.

―Keyra ―dijo Kinhorm dándose la vuelta, completamente sorprendido. Me demoré unos minutos en salir de mi trance para sonreír a medias sin mostrar los dientes. Tragué saliva―. Te he esperado tres años.

―¿Usted qué sabe? ―pregunté soltando de repente la pregunta que siempre quise hacerle. Desde que conocí a Kinhorm, supe que escondía algo. Su manera de dirigirse a mí, diferente a la de los demás alumnos. Parecía sospechar de mí, y a la vez, saberlo todo.

―¿Vas a inscribirte al curso? Tu amiga Abigail ha venido a inscribirse ayer. ―recordó, ignorando mi pregunta. Volvió a sacar su birome y la hoja de inscripciones. Antes que pueda escribir mi nombre, puse mi mano sobre el papel impidiendo que lo haga.

―No responde a mi pregunta.

Dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo. Retiré mi mano de su hoja e imité su posición. Vi que se sonaba los dedos. Parecía estar procesando una respuesta.

―¿Qué es lo que quieres saber, Keyra?

Alcé la cabeza dando un paso hacia atrás. Cerré los ojos concentrándome en cerrar la puerta, relajándome completamente. Desde lo que había hecho estando internada en la ICF, nunca dejé de practicarlo. Papá me había dicho que haga borrón y cuenta nueva, como él lo hizo. Para mí no fue sido sencillo olvidar, y mucho menos si sigo desenterrando el pasado para poder encontrarme con la persona que deseo.

―Qué sabe del tema. De Damien, de los científicos, de... mí.

Se sentó en su escritorio quitándose los anteojos y refregando sus ojos, los cuales se habían tornado colorados. Me aparté de él y me dirigí hacia uno de los tantos pupitres que inundaban la sala. Esperé a que conteste.

―Soy un tutor. ―murmuró generándome varias dudas― Un tutor es quien orienta a los cazadores de sueños. Nosotros los preparamos para salvar las vidas de los índigos. Frank, tu padre; es un cazador, como ya sabes. Fui yo quien lo orientó para que salvase la vida de quien le correspondía.

»Que, por supuesto, quien le correspondía era tu madre. ―abrí la boca intentando formular palabra, aunque la sorpresa que aquella oración me había causado lo impedía. El anciano entendió mi confusión y asintió con la cabeza confirmando mis sospechas― Sí Keyra, tu madre es una niña índiga. Ella les ha transmitido a sus hijos ese gen. Mientras Frank cumplía su deber, fui asignado a otro niño; muchos años más tarde. Ese niño fue Damien.

»Apenas nació, supe que debía prepararlo para conocerte; así como Frank te preparó para exactamente lo mismo.

―¿Nunca perdiste el contacto con mi padre?

Se pasó una mano por la cara, frustrado.

―Soy tu abuelo. Frank es mi hijo.

Alcé una ceja. Sinceramente, a esta altura de mi vida, ya nada me sorprendía. Me había acostumbrado a las novedades directas más que a cualquier otra cosa. Tragué saliva. Era creíble. Como vio que no respondería, continuó hablando.

―Ayudé a Damien a que te encontrara. Si bien estuve junto a ti toda tu vida, dejé que el niño cumpliera su trabajo por su cuenta, puesto que el día que su tutor falte; debería hacerlo solo. Además de mentarlo, también he cubierto tus espaldas hasta el día en que él se inscribió al instituto.

―¿Damien... sigue con vida?

Se encogió de hombros.

―No lo sé, querida. Me gustaría poder responderte con exactitud y resolver cada duda tuya... desde que la ICF se incendió, no supe más nada acerca del tema.

Asentí con la cabeza, tragándome las ganas de llorar. Me levanté del pupitre y me planté frente a mi abuelo. Lo abracé con todas mis fuerzas, luego de unos minutos de mirarnos el uno con el otro. Éramos idénticos. Me parecía extraño no haber descubierto el hecho que fuera mi familia todo este tiempo. Acarició mi cabello intentando calmar mis sollozos.

―Es muy astuto y tú lo sabes. ―murmuró con tranquilidad― Debes darle tiempo al tiempo. No te exasperes.

―Lo haré ―contesté secándome las lágrimas. Levanté el bolso del suelo y me lo colgué del hombro.

―Esta tarde pasaré por tu casa. Considero que toda la familia merece explicaciones, ¿bien?

Al salir al exterior, me encontré con el coche de Abby en el aparcamiento del instituto. Ella dejó de maquillarse al verme por el espejo retrovisor y con una radiante sonrisa bajó corriendo a abrazarme. Desde el día que había regresado a Tucson no paraba de hacerlo.

―¿Por qué tienes esa cara? ―preguntó con preocupación. Subí al asiento del copiloto. Apenas el coche se puso en marcha, supe que la lista de reproducción que esa mañana había elegido consistía en "inspiración". Sonaba una de las canciones del cd Viva la Vida de Coldplay. Una buena elección.

Comencé a explicarle todo lo sucedido en lo que iba del día. La primera vez que nos vimos luego de dos años sin ningún tipo de contacto fue conversar y llorar durante medio día.

Me tomé una pausa al pasar por el AutoMc y hacer nuestro pedido. Abby sonrió al cruzarse con su chico. Luego, continué hablando una vez relajadas con la vista en el lago de nuestra ciudad.

―No puedo creer lo que me estás contando ―murmuró dándole un mordisco a su hamburguesa―. Definitivamente Keyra Kinhorm no combina.

―Dudo que ese sea mi nombre. Seguramente el profesor cambió de apellido para no ser tan obvio. Seguiré siendo Peters.

―Qué fuerte. Adolf Kinhorm, Adolf Peters. Suena bien.

Nos quedamos en silencio por un largo rato. Dejé vagar mi mente. Por ciertos motivos, el hecho de enterarme que mi abuelo era un aficionado de la fisiología me había puesto feliz. No estaba apenada ni defraudada con mis padres por habérmelo ocultado. Debía dejar de hacerme problemas por cualquier suceso de mi vida.

Vi que mi amiga revisaba su celular y una sonrisa se formulaba en su rostro. Alcé una ceja y sonreí extrañada.

―¿Desde cuándo sonríes viendo tu móvil?

Me miró con los ojos brillosos.

―¡El chico del Mc Donald's me envió un mensaje! ―exclamó con exasperación― ¿Cómo consiguió mi número? Bueno... a la hora de pagar le di un papel con mi número completo sólo que con una pequeña trampa.

―¿Qué has hecho Abigail Black? ―pregunté estampando la mano contra mi frente.

―¡No le puse mi último dígito! Porque si realmente quería tener mi número... debía llamar a cada combinación hasta dar con el indicado.

―Te odiará por eso.

Soltó un gritito de alegría y rió a carcajadas exclamando "soy brillante" cada dos segundos.

―El sábado deberás prepararme.

―¿Yo? ¿Moda? No vamos juntas de la mano ―murmuré y puso los ojos en blanco. Aparcó en mi casa y reí.

―Tenías que seguirme el juego. Ya me sentía parte de una película ―la abracé―. Mañana pasaré por ti a las nueve.

―Gracias Abb.

Abby se fue de mi casa en cuanto cerré la puerta tras mis espaldas. Papá se encontraba leyendo el diario con una taza de té en sus manos y alzó la mirada apenas me vio. Thomas y Audrey estaban jugando a los videojuegos en el living, lo supe porque oí sus gritos desde el otro lado de la sala.

―El abuelo dijo que vendría a conversar esta tarde. ―dije logrando que Frank quemara su boca con la bebida que consumía. Me senté al frente suyo y entrelacé los dedos de mis manos.

―De acuerdo, eso quiere decir que sabes todo. ―asentí con la cabeza. Se quitó los anteojos y refregó sus ojos― Planeaba contártelo cuando tu madre regrese.

Caminé hacia la cocina en busca de algo para almorzar. Abrí el refrigerador escuchando la voz de papá desde atrás.

―Papá, no estoy enfadada ―aclaré antes de que continúe excusándose―. ¿Sabes si mamá está bien?

―Llegó a casa de Finnegan hace una hora. La abuela sigue haciendo la quimio todos los meses, pero está muy bien. ―solté un suspiro de relajación. Habíamos convivido seis meses antes de regresar a Tucson. No recuperamos nuestra confianza, pero volvimos a tener trato. De eso se trataba.

Al enderezarme, reposé los ingredientes para preparar unos sándwiches de tomate sobre la mesada que estaba bajo la ventana, la cual reflejaba el exterior de la casa. Tarareé una canción en mi mente mientras los preparaba. Tomé un vaso de la alacena y antes de poder servir jugo, éste se patinó de mis manos al ver aquella figura en el patio trasero, a través de la ventana.

El vaso se hizo añicos en el suelo. Todo parecía estar congelado.

―Damien. ―solté en un susurro, con los ojos bien abiertos. Él estaba parado del otro lado, como si estuviera observando todos los movimientos de la familia. Eché a correr hacia la puerta trasera y la empujé como alma que llevaba el viento. Vi que se colocaba la capucha de su buzo y caminaba alejándose bajo la lluvia. Grité su nombre incontables veces, sin lograr captar su atención.

Las personas que chocaba en el camino se quejaban por mi dureza. No podía quitarle la mirada de encima. No podía perderlo. Estaba segura que era él. Estaba segura que mi mente no me había jugado una mala pasada.

―¡Keyra! ―escuché que mi padre llamaba. No dejé de correr hasta que sentí sus brazos en mi cintura impidiéndome avanzar. Grité sollozando.

―Suéltame ―supliqué intentándome librarme de su agarre―. ¡Tengo que seguirlo!

―¡Estabas siguiendo a la nada, Keyra! ¡No había nadie!

―Juro haberlo visto...

―Oye ―me obligó a mirarlo―. Entiende que Damien no está. ¿Bien? Aquella "persona" que acabas de seguir, fue producto de tu mente...

―Era él papá...

―Vamos a casa ―me tomó del brazo suavemente. No me resistí. Decidí regresar a la seguridad de mi hogar y olvidar lo que acababa de suceder, aunque intentarlo haría la espera mucho más larga.

(...)

El trayecto hacia el Instituto, la mañana siguiente, había transcurrido en silencio. Lo único que se oía era el volumen mínimo de la música. No me había preocupado en preguntarle a Abby cuál era la lista de esa mañana, porque sabía a ciencia cierta que correspondía al nombre "lluvia".

Bajé del coche luego de agradecerle a mi amiga por el transporte. Ella no preguntó el porqué de mi repentino cambio de humor, aunque pensaba que lo haría más tarde. Solté un suspiro sin darle atención a las gotas de lluvia que caían sobre mi cabeza.

Mi abuelo había ido a visitarnos ayer en la tarde. Papá lo abrazó en cuanto lo vio. Se quedó a cenar y, seguido de eso, llamé a mamá para preguntarle sobre su madre. Todo marchaba muy bien.

―Buenos días, alumnos ―dijo Kinhorm entrando al aula. Desvié la mirada de la enorme ventana para observarlo sacar sus libros del maletín―. Espero que hayan traído todos los materiales que he pedido para el curso.

Choqué la palma de mi mano contra mi frente. Abby me miró frunciendo el ceño.

―Es increíble que tú te olvides los materiales. Mucho menos creíble que yo los haya traído ―susurró sintiendo la mirada del profesor puesta en nosotras.

―Veo que la mayoría lo ha olvidado. ―repuso él, cruzándose de brazos― Será la primera y la última vez que lo aceptaré. Trabajen de a dos.

Instantáneamente, mi amiga acercó su pupitre al mío. Le dediqué una sonrisa antes de dirigir mi mirada al frente, donde mi abuelo comenzaba a explicar la actividad de esta mañana.

―Realidad paralela. ¿Quién deseó vivir en ella? Supongo que todo aquél que haya atravesado un duro momento en su vida se preguntó si eso era posible. Uno se pregunta ―dijo, apoyándose contra su escritorio― ¿cuál de todas las realidades que experimentamos es la verdadera... o la que no existe? Las dudas sobre nuestra vida y el final de esta siguen creciendo, pero nadie puede afirmarlo con exactitud. Y si... ¿los sueños son el puro reflejo de lo que sucederá? ¿Qué tal si la vida que vivimos es un sueño, si estamos siendo soñados por alguien que planea despertarse en algún momento?

Tragué saliva acomodándome en mi asiento.

―O quizá les interese saber... ¿qué hay después de la muerte? Nadie lo sabe a ciencia cierta hasta que llegue el día de su muerte. Cada uno tiene sus propias hipótesis a base de esto. Quizá se puede regresar de la muerte, en algunos aspectos. Aún no está comprobado científicamente, pero dirigiéndonos a lo espiritual... ¿a dónde van las almas de los muertos? ―carraspeó. El aula estaba en silencio, escuchando cada una de las palabras que Kinhorm soltaba de su boca― Son teorías de la vida que jamás nadie podrá deducirlas. Quizá alguna persona altamente capacitada pueda descubrir estas ciencias que el destino nos propone.

―¿Usted cree que alguien pueda...? ―preguntó un joven de anteojos al fondo del salón.

―¿Lograrlo? Tengo fe en las generaciones futuras. Pero no me refiero a que ellos solucionarán todas nuestras dudas de lo que nos espera al morir, porque toda la magia se perdería en cuanto lo sabríamos. A lo que quiero llegar, es que hay muchísimas ciencias sin conocerse, muchísimas razas secretas que podrían salvar nuestro mundo antes que éste se convierta en un caos. ―sus ojos se dirigieron hacia mí mientras hacía aquella referencia en base a los índigos.

Me soné los dedos y tosí desviando la mirada. Al final de la clase, esperé a que todos salgan para acercarme al escritorio del profesor.

―No era necesario que me mires mientras intentabas hacerme entender que yo salvaré al mundo ―repliqué con cansancio. Alzó un dedo queriendo aportar algo.

―¿Quién dijo que serías tú?

Puse los ojos en blanco, a punto de contestar a su pregunta retórica, siendo interrumpida por un golpe seco en el fondo del aula. Un joven encapuchado salió por la puerta en menos de un segundo, provocándome escalofríos. Supe que mi abuelo también lo había visto. Me asomé al pasillo, viendo cómo se escabullía entre los alumnos que realizaban cambio de hora.

Eché a correr en su dirección. Apostaba con la vida que era la misma persona que ayer había visto. Me concentré en atraparlo, en no perderlo de vista. Debía retenerlo para saciar todas mis dudas.

Los estudiantes se quejaban cuando los chocaba intentando esquivarlos. Caí en la cuenta que salí al exterior del instituto en cuanto el aire chocó contra mi rostro. No iba a dejarlo ir nuevamente. Dobló en una esquina hacia la izquierda y lo seguí sin llamar mucho la atención.

El sonido de un trueno me hizo sobresaltar. Supe que llovía apenas mi cabello pesaba casi lo mismo que una bolsa de plomo. Las ganas de llorar me amenazaban a cada segundo que pasaba. Comencé a correr sin soltar mi bolso donde contenía los libros que precisaba para el curso de Fisiología.

―¡Detente! ―grité entre sollozos. Me llevaba dos cuadras de diferencia. Vi que cruzaba la calle y volvía a doblar, esta vez, hacia la derecha. Acercándose a la carretera. Negué con la cabeza, queriendo golpear mis puños contra alguna pared. Dejé de correr.

Me paré en seco en medio de la calle. La lluvia se intensificó aún más. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora?

Continúa caminando, Keyra.

Reí irónicamente. Los mensajes que me enviaba mi inconsciente siempre terminaban mal. No iba a escucharlos. Tenía que ignorarlos.

La oración seguía repitiéndose en mi mente. Ni aunque gritara iba a dejarme de insistir. Pero... ¿no era que no debía darme por vencida?

Quizá él ya estaba en un coche marchándose hacia otra ciudad, como quizá no.

Solté un suspiro. Levanté mi bolso del suelo y decidí caminar hacia la carretera. Al menos haría el intento de encontrarlo.

Como era de esperarse, el joven se había marchado. Busqué mi celular en el bolso, intenté llamarla a Abby, pero no contestó. Volvería hasta el instituto y esperaría a que mi abuelo termine con su jornada laboral. Y luego... comenzaría desde cero por más que me cueste. Damien ya no estaba conmigo, y si realmente quisiera volver; había tenido dos años para hacerlo.

Di la vuelta para regresar por mi camino, cuando divisé su abrigo bordó en un callejón. Fruncí el ceño acercándome. Aquél callejón fue espacio en muchísimas de mis pesadillas.

―¿Por qué te alejas? ―pregunté secándome las lágrimas. Vi que su cuerpo se tensaba bajo la lluvia. Caminé hacia él. Me estaba dando la espalda― Has estado apareciendo en mi vida desde que regresé a Tucson. Sólo... sólo dime quién eres.

Quitó las manos de sus bolsillos y las dirigió a su cabeza. Lentamente, su cabello castaño oscuro comenzó a oscurecerse debido a las gotas de lluvia que caían sobre él. Cerré los ojos.

―Creí que dejarías de buscarme ―susurró con voz ronca―, creí que querías asesinarme, Keyra.

Negué con la cabeza, abrazándolo con todas mis fuerzas. Los sollozos se escapaban de mis labios. Damien acarició mi cabello, apretándome fuertemente. Había deseado ese abrazo desde la última vez que pude verlo.

―Pensé que nunca volverías. ―murmuré contra su pecho. Sequé mis lágrimas, separándome de él lentamente. Entrelazó los dedos de nuestras manos― Fue una larga espera.

Acarició mi mejilla, acercándose hacia mí. Sus ojos azules me inspeccionaban de pies a cabeza. Puse las manos en su cuello atrayéndolo.

―Escuché tus palabras apenas nos separaron ―susurró al sentir el roce de su nariz con la mía. Tragué saliva, sonriendo sin mostrar los dientes.

―¿Tienes algo para decir al respecto?

Apretó sus labios contra los míos, suavemente. Sentí que cada parte rota de mi cuerpo volvía a unirse, me volví a sentir completa. En cuanto nos separamos, Damien contestó contra mis labios.

―También te amo, Keyra.

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