IGSAUI HOSU 《YoonMin》 [#PGP20...

By ALAdrada

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Min Yoon Gi es un investigador privado al que diagnostican un tumor cerebral. Sin dinero para costear la oper... More

❐ Antes de... |Booktrailer e información|
0 | Lo he descubierto
1 | Encargo
2 | Encuéntrale
3 | Chis, chis
4 | El llanto del muerto
5 | Ayúdame
6 | Ahn Ra
7 | Sueño vívido
8 | El crimen de Igsaui Hosu
10 | El pasado de Yoon Gi
11 | Tu sitio está con nosotros
12 | Yo, el asesino del lago
13 | El espejo
14 | La pulsera del muerto
15 | Los milagros existen
16 | Regreso
17 | Quiero volver a verle
18 | El plan
19 | Igsaui Hosu engulle a los que no lo superan
20 | Lo mejor que me ha pasado
21 | La cueva
22 | Melocotones
23 | Mi mejor amigo
24 | La ruptura del vínculo
25 | Igsaui Hosu te invita a su nuevo comienzo
26 | Epílogo
❐ Extra |Premios pt 1|
❐ Extra |Premios pt 2|

9 | Zapatos

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By ALAdrada


Descendimos. Primero lo hice yo, bajo la atenta supervisión de Jimin que, no contento con sujetar la cuerda, no paró de darme indicaciones innecesarias sobre dónde y cómo poner los pies para después bajar, con una agilidad tan pasmosa que no pude reprimir el asombro.

—¿Pero tu a qué rayos te dedicas? —Le observé acomodar la cuerda y sacarse un par de linternas del bolsillos que no debían ser del hotel porque iluminaban sin necesitar golpes—. ¿Asaltabas casas? —Tomé la que me ofreció, aún impactado—. ¿Estás huyendo de la ley y te escondes en este pueblo con la excusa escribir un libro o qué?

Su risa, tan risueña como de costumbre, me dejó embobado. Aquel chico era tan diferente a mí como el agua lo era del aceite pero, entre lo del melocotón, su loco entusiasmo por mí y el hecho de que ahora estuviera allí, escudado en la estupidez esa de que tenía que cuidarme, me hacía sentir apreciado y querido, y esa emoción era tan nueva que no tenía ni idea de cómo gestionarla.

Lo había dicho la gelatina esa que se me aparecía cuando le daba la gana: su compañía era como bañarse en un bálsamo de paz, con la salvedad de que, sin embargo, a mí la paz me producía desconfiaza. Mucha.

Me aterraba la idea de confiar, de vincularme, y que luego me apartara. Me asustaba que supiera la verdad sobre mi familia y que me repudiara como el resto, dejándome solo y con la amargura de la desolación. Y, con la enfermedad, el terror se multiplicaba por dos. Si la operación fallaba o no llegaba a hacérmela y me tocaba morir, al menos quería ahorrarme agonizar hundido en rechazo.

—¿Que yo asaltaba qué? —Él, ajeno a mi reflexión, me respondió aún sin terminar de controlar la risa—. Lo que pasa es que antes hacía escalada y aún recuerdo algunas nociones. Es todo.

Ya. Como ese Tae Hyung, ¿no? La verdad, no entendía la manía que tenía la gente con querer perderse por las montañas y dormir a la intemperie, pasando frío y clavándose piedras en las costillas, con lo bien que estaba uno acostado en un sofá.

—¡Uf, pero mira todo esto!

Enfocó las estanterías y mesas atestadas de clasificadores de cartón, algunos fechados a mano y otros no, de libros amarillentos con pinta de desintegrarse al tacto, polvo en cantidades ingentes y telarañas por todas partes.

—¿Qué se supone que estamos buscando? ¿Algo de cadáveres?

Le observé abrir una carpeta al azar y toser al curiosear en su interior, con la inseguridad girando en mi cabeza como una ruleta.

No debía fiarme de él. Por bien que me hiciera sentir, Jung Kook, porque ya era evidente que sí que había hablado con él, me había dejado claro que nadie debía saber nada de lo que encontrara allí, ni siquiera Nam. Por eso había tenido tanto cuidado en escabullirme de los demás. Aunque todos sabían que el archivo existía y querían encontrarlo, les había mentido descaradamente con tal de llegar solo e indagar por mi cuenta. Y, sin embargo, extrañamente, Jimin estaba ahí. ¿Cómo?

—No deberías haber venido. —No pretendí sonar seco pero lo hice—. Te agradezco lo de la cuerda y todo eso pero, ¿sabes? Estoy trabajando y puede que no te hayas dado cuenta, porque eres expansivo como tu solo, pero estás metiendo tus narices otra vez en mis asuntos.

—Sí, soy consciente.

La confirmación me dejó helado. Consciente, decía. O sea, que le parecía bien y no tenía ninguna intención de excusarse.

—Y, entonces, ¿qué buscamos? —insistió—. ¿Muertos? ¿Un historial de sucesos en el pueblo? ¿Un cementerio perdido por alguna parte? ¿Casos sin resolver? ¿Un listado de todos los ahogados?

La mandíbula se me descolgó por la impresión. No solo tenía un montón de opciones en la cabeza parecidas a las mías sino que encima resultó que se organizaba mucho mejor que yo en medio de aquel caos de papeles. No le llevó más de tres minutos identificar las licencias y documentos actuales y deducir que las estanterías estaban estructuradas cronológicamente al revés, con los archivos más antiguos en los últimos pasillos y en la baldas más altas. De verdad, increíble.

—En mi libro, el protagonista también terminaba en una biblioteca. —Se perdió por el fondo y resoplé; ya empezaba—. Lo describí como un lugar mucho más limpio, cuidado escrupulosamente por lo que ocultaba y con mucha más dificultad para acceder pero la cuestión es que...

—La cuestión es que una cosa es escribir e inventarse mundos y otra muy diferente la realidad en la que estamos metidos —le corté, fulminante, y aproveché su desconcierto para arrebatarle la linterna y también el archivador que acababa de coger—. Mi investigación no es una novela —continué—. Es algo muy serio y, según parece, bastante peligroso así que no quiero que me ayudes.

Parpadeó, confundido.

—Pero...

—Vete —ordené—. Regresa al hotel.

Su expresión se ensombreció y , aunque verle así me hizo sentir fatal, me mantuve firme y le di la espalda, antes de perderme por la estantería contraria con el clasificador bajo el brazo y un sin fin de sentimientos contrarios estrellándose unos contra otros.

—Déjale contigo. —Yoongito, como siempre, se me atravesó en el momento más inoportuno pero me encontraba tan perdido en mí mismo que esta vez me limité a sobrepasarle—. Es un encanto y te gusta. Dale una oportunidad.

No. No le iba a dejar entrar en mi vida. Ni en broma.

—Es realmente difícil acceder a ti y en parte lo entiendo. —El eco de Jimin, apagado, retumbó desde donde le había dejado, con una melancolía que no se molestó en disimular—. Me imagino que tendrás motivos de peso para haberte refugiado detrás de ese muro que te has creado para que nadie te pueda lastimar. Supongo que habrás sufrido mucho.

Me detuve en seco. Suponía bien pero el caso era que así me había ido estupendo. Por lo tanto, no me daba la gana tirar "el muro", o como lo quisiera llamar. Además, ¿quién se creía que era para hablarme de esa manera?

Sacudí la cabeza y me recargué en la estantería del final, con la intención de echarle un vistazo al archivador. A la mierda. Sí, ¡a la mierda con sus sentimientos, con los míos y con el muro también! A la mierda.

—Sin embargo, como te dije antes, el tiempo nunca se detiene y los valiosos momentos que pudieron haber sido y no fueron nunca se podrán recuperar. —Él continuó, consciente de que le estaba escuchando pese a no querer hacerlo—. No es tan sencillo como hacer retroceder las agujas de un reloj pero uno no se da cuenta hasta que no ve que realmente el tiempo se ha ido.

—¿Qué mierda dices? —Lo suyo hubiera sido seguir ignorándolo pero, por alguna extraña razón, el pesar me superó y no pude—. ¿Eso también es de tu libro?

—¿Ya conoces la historia de Igsaui Hosu?

—Me la han contado hace un rato.

—¿Y qué opinas? —Se interesó entonces—. ¿No te parece que si alguno de los dos se hubiera atrevido a confesarse las cosas se hubieran dado de otra forma?

A saber. Posiblemente. Al estar ambos al tanto de lo que sentían se hubieran escapado juntos y la tragedia se habría limitado a unos padres enojados por la desobediencia de su hija y a un prometido despechado que, por cierto, debía de haberse movido por la vida con una tuerca rota y por eso Ahn Ra no le había querido.

—Puede— concluí.

—¿Y ese "puede" no lo entiendes igual para ti?

Su silueta se asomó, al fondo, y sus ojos, amables y aparentemente sinceros, me dejaron de nuevo obnubilado.

—Fíjate en Hye Ri y en cómo está tras perder a Jung Kook —continuó—. Todo en Igsaui Hosu grita que el tiempo es valioso, que cada segundo se debe aprovechar como si fuera el último, y es por eso que estoy aquí.

Me esforcé en no atender al estrépito que esa especie de declaración me causó en el pecho. Bajé la vista al archivador. La intención era pasar del tema y centrarme en el trabajo y lo hice, aunque no como habría esperado.

Lo que encontré fue un puñado de recortes. Recortes de prensa sobre...

Un amargor me atenazó la garganta. Niños. Recortes de prensa de niños desaparecidos. ¡Joder! Comprobé las fechas, con el corazón en un puño. Todas pertenecían a los setenta, la época de Ahn Ra, y había por lo menos veinte. ¡Veinte!

—Yoon Gi... —Jimin siguió hablando—. Mira, yo, en realidad...

—Ya déjalo, que me distraes y creo que sin darte cuenta has cogido algo importante.

Me centré en el primer rótulo, en donde se anunciaba la desaparición en la plaza del pueblo de una menor de tan sólo siete años, hija de unos turistas de Daegu que habían llegado al hotel el día anterior. Realmente el lugar estaba maldito.

—Pero Yoon Gi...

—Ya te he dicho que estoy trabajando.

—Y yo te he dicho que te ayudaría y que te cuidaría porque eres tu —me replicó y, antes de que pudiera volver a protestar, añadió—: El "eres tu" significa que me gus...

No. Se acabó. No quería oírlo y ni mucho reconocer que creía sentir algo parecido. Jamás.

—¡Park Jimin, te estoy diciendo que tengo algo!

Levanté los recortes para que los viera. Prefería saltarme las instrucciones de Jung Kook a continuar con esa conversación.

—¡Tu aquí charlando de tiempo y estupideces varias y resulta que en este pueblo había movidas a parte de la de Ahn Ra!

—¿Ah?

Jimin corrió hacia mí, metió la cabeza en el archivador, con avidez, y el alivio me descargó, por fin, los hombros. Ya estaba, ¿no? Listo. Con lo que teníamos delante no seguiría hablando de "tus ni yos" y, efectivamente, así fue. Se quedó callado y, juntos, nos dedicamos un buen rato a examinar cada papel y cada letra de las explicaciones de los periodistas.

Todos los desaparecidos eran menores de entre ocho y diez años y, salvo el primero, el resto se habían esfumado a pleno sol, en las inmediaciones del hotel mientras sus padres alquilaban barcas de recreo, tomaban el sol o simplemente hojeaban el panfleto turístico que les habían entregado al llegar, decidiendo qué actividad elegir. Era tremendo. Y lo peor era que no habían encontrado ni rastro de ninguno. Nada.

—Se me acaba de ocurrir algo. —Jimin se rascó la nuca mientras yo sacaba el móvil y empezaba a fotografiar cuidadosamente cada documento—. El chico que desapareció, el que Ahn Ra quería, ¿no era un investigador?

—Ajá —. Apunté a mi último objetivo, el de un pobre mocoso de seis años visto por última vez en el propio hotel, cuando se dirigía al aseo—. Yo también creo que vino aquí por esto.

—Y entonces...

Unos pasos arriba le hicieron callar. La madera sobre nuestras cabeza empezó a temblar y el polvo comenzó a caernos encima. Ay, no. Reconocí la voz de Kim Seok Jin, parlotenado con una señora de avanzada edad, y las suelas de sus zapatos repiquetear escaleras abajo, directo a nosotros.

—Sí, señora Min, no se preocupe. —Ambos aguantamos la respiración—. En seguida le traigo el documento de compra de tierras.

¿Documento? ¡Maldición!

Salí despedido hacia la ventana, con el móvil en la mano y la intención de tratar de subir por la cuerda, a pesar de ser consciente de que estaba demasiado lejos y que no me daría tiempo, pero entonces Jimin me jaló del brazo y me empujó a una habitación contigua, que no había visto. Cerró la puerta justo en el instante en el que la estilizada figura del hijo del alcalde entraba tosiendo en el archivo.

Creo que ambos nos quedamos sin aliento. El lugar era muy pequeño de modo que permanecimos pegados, tanto que casi le rocé la punta de la nariz con la mía. Y su contacto me disparó el pulso.

Los pasos se acercaron. Escuché un trasiego de carpetas y el golpe de algún libro caer al suelo cerca de donde nos encontrábamos pero a mí me agobiaba mucho más la proximidad e intensidad que percibía en los ojos de Jimin al contemplarlos de cerca que el hecho de que Seok Jin estuviera fuera. Mucho más. Me asfixiaba, me daba miedo, pero me atraía. Quería besarlo. Yo. A él. ¿Qué mierdas me estaba pasando? Era un disparate. Joder; ya lo creo que lo era.

Intenté retroceder y abrir espacio pero me agarró o, mejor dicho, me abrazó y su cabello oscuro me cosquilleó en el cuello.

—No te muevas. —Su suave susurro, casi imperceptible, en mi oído, me aceleró aún más—. Tienes una estantería detrás. Si retrocedes, va a sonar.

Ah. Ya, ya. Una estantería. Claro. Maldita estantería, maldito archivo y maldito todo.

Seok Jin no tardó en irse pero los segundos que ocupó en encontrar el puto papel y y regresar escaleras arriba, se me hicieron eternos. Tanto que, cuando por fin detecté que las voz de la señora se perdía por la calle, deshaciéndose en agradecimientos, me faltó tiempo para salir disparado de la habitación.

Ay, demonio. ¿Por qué me tenía que estar sintiendo así? Con lo que yo era. Con lo que tenía entre manos. Con mi enfermedad. ¿Por qué ahora y encima con él? Si era un plasta. Un plasta y un pesado.

—¡Wow, qué intensidad! ¿Eh, Yoon Gi? —Le escuché reírse, como si nada, y eso me molestó más que si me tiraran del pelo. Mírale, yo con el corazón a punto de explotar y él tan tranquilo—. ¡Esto de investigar a escondidas es muy emocionante! —Siguió riendo—. ¡Qué riesgo! Da subidón.

¿Subidón?

—Sí, jugarse la vida es súper mega ultra divertido —gruñí—. ¿Para qué perder el tiempo yendo a un parque de atracciones a experimentar adrenalina cuando puedes hacerlo metiendo el culo en una investigación ajena y dar por saco un rato al que tiene que trabajar?

—¿Ya te has enfadado otra vez? —Le escuché detrás—. ¿Tan mal te caigo?

Pues no, idiota; más bien era al revés. Eso era lo que me molestaba.

—Intento que no me veas tan negativamente. —Y añadió, de carrerilla—: ¿Puedo hacer algo para remediarlo? ¿Quieres que trate de hablar menos? Puedo hacerlo. ¿No te cuento más de los libros? Eso también puedo hacerlo. ¿Te acompañó en silencio y ya está? Si me dejas, por mí está perfecto.

Rayos.

—A ver, Park Jimin. —Me giré, linterna en mano—. Hay algo que se llame intimar y tiene que ser de mutuo acuerd...

No pude terminar. Mi maldita luz acababa de enfocar las zapatillas rojas llenas de tierra que estaban junto a Jimin quien, por supuesto, no las veía porque tenía sus pupilas expectantes fijas en mí y porque empezaba a darme cuenta de que solo yo lo detectaba.

Las zapatillas rojas.

Las... Zapatillas....

Alcé, lentamente, la linterna. Distinguí los jeans azules y la misma camiseta de béisbol que otra veces había visto salvo que, en esta ocasión, estaba rota y llena de unas manchas oscuras que no pude identificar.

Jung... Kook...

Seguí subiendo. El chaval me daba la espalda y su cabello castaño, empapado en tierra, sudor y agua, se dirigía a la estantería con la que yo había estado a punto de chocar.

La alumbré y, con ello, me quedé sin respiración.

—Ji... —musité , sin voz—. Jimin... Detrás de ti....

Se giró, claro, y ahogó una exclamación. En las blandas se alineaban cuidadosamente veinte pares de zapatos infantiles.

Eran los zapatos de los veinte niños desaparecidos.

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