IGSAUI HOSU 《YoonMin》 [#PGP20...

By ALAdrada

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Min Yoon Gi es un investigador privado al que diagnostican un tumor cerebral. Sin dinero para costear la oper... More

❐ Antes de... |Booktrailer e información|
0 | Lo he descubierto
1 | Encargo
3 | Chis, chis
4 | El llanto del muerto
5 | Ayúdame
6 | Ahn Ra
7 | Sueño vívido
8 | El crimen de Igsaui Hosu
9 | Zapatos
10 | El pasado de Yoon Gi
11 | Tu sitio está con nosotros
12 | Yo, el asesino del lago
13 | El espejo
14 | La pulsera del muerto
15 | Los milagros existen
16 | Regreso
17 | Quiero volver a verle
18 | El plan
19 | Igsaui Hosu engulle a los que no lo superan
20 | Lo mejor que me ha pasado
21 | La cueva
22 | Melocotones
23 | Mi mejor amigo
24 | La ruptura del vínculo
25 | Igsaui Hosu te invita a su nuevo comienzo
26 | Epílogo
❐ Extra |Premios pt 1|
❐ Extra |Premios pt 2|

2 | Encuéntrale

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By ALAdrada


Lo peor de decidir viajar a una hora tan temprana fue no considerar lo mal que me levantaría. Nada más poner los pies en el suelo, una orquesta de timbales me hizo estallar la cabeza y no pude desayunar ni, por supuesto, dar dos pasos seguidos sin que me entraran arcadas. Joder; ¿por qué demonios había aceptado yo ir a ese pueblo? No estaba para nada y la idea de verme deambulando por la montaña se me empezaba a antojar un disparate. Mas, sin embargo, no podía obviar el maletín atestado de billetes que seguía en mi sofá. Era mi oportunidad, ¿verdad? Mi esperanza.

—¡Tío, vamos!

Nam que, como no podía ser de otra manera había decidido pasar la noche en mi casa para terminar de limpiar, irrumpió en mi habitación cuando estaba a punto de tumbarme y me levantó a trompicones para a continuación empujarme por todo el corredor, primero hasta el portal y después hasta el coche.

—¡Vamos, vamos! ¡Que llegamos tarde! —Me abrió la puerta del copiloto—. ¡No podemos llegar tarde!

—¿A qué viene esta presión? —refunfuñé—. Si hemos quedado en el hotel del pueblo a las doce, ¿por qué no puedo acostarme un rato más? ¿Por qué tengo que estar ahí antes, eh?

—Anda, siéntáte y no te enfades, que si no te vas a poner malo.

—Ya estoy malo— puntualicé.

—Pero no quiero que te pongas peor.

¡Bah! Me dejé caer sobre la vieja tapicería y él, ni corto ni perezoso, se apresuró a hacer lo propio. El motor de aquella tartana roja a la que llamaba coche escupió el sonido propio de una lata escacharrada.

—Yoon Gi, sé que te encuentras mal pero no olvides por qué estamos haciendo esto —me aleccionó—. Hay que salir ya porque si nos perdemos y vamos justos haríamos esperar a tu salvadora y eso sería catastrófico. —Levantó el índice, como sentando cátedra—. Nos vería como unos impresentables, no nos contrataría y entonces no podrías operarte y a mí me tocaría endeudarme para comprarte la cerámica mortuoria y alquilar la vitrina del cementerio.

Fruncí el ceño. Pero mira qué comentario más graciosote. 

—Coleguita, es más probable que tu "todoterreno" nos deje en la estacada a que nos perdamos. —Ni me lo pensé al replicar—. Por cierto, ya me compré la cerámica y no estoy interesado en tener nicho porque resulta que odio las cabinas de cristal.

—Solo bromeaba.

—Enhorabuena por tu ingenio.

—Lo siento —se arrepintió—. Estoy un poco nervioso y no sé lo que digo.

—Okey, sí.

—Lo lamento.

—Olvídalo.

—Perdón.

Y dale.

—No pasa nada —repetí—. Olvídalo.

—No, sí pasa, de verdad lo sien...

Encendí la radio. Los acordes de la canción de moda le dejaron con la palabra en la boca. Fin de la conversación. Nam era un tipo genial pero también era un alarmista de aquí te espero. Si no le frenaba, estaría todo el camino pidiéndome disculpas.

—Yoon Gi.

Distinguí a la autoscopia de las narices a través del espejo interior. Su imagen me puso la piel de gallina. Lo que faltaba. ¿Pero cómo podía estar ese flan en el espejo?

—Yoon Gi —repitió—. A mí no me gusta este coche y el pueblo al que vamos tampoco. Hagseub-Jeongsin respira cadáveres.

—Calla —mascullé, con el pulso en la garganta.

—Sí, vale me callo. —Nam Joon se detuvo frente ante el semáforo de la esquina y me dirigió una mirada cargada de aprehensión—. Soy un bocazas sin tacto de ningún tipo.

Uf; maldición.

—No te lo decía a ti.

—¿Eh?

—Nada, nada.

Y así, entre alucinaciones y disculpas sin sentido, fue como llegamos al desvío del parque natural y, al tomarlo, nos perdimos. El camino, lejos de ser fácil como yo había creído, resultó estar lleno de bifurcaciones sin señalizar. Dimos varios varios zig zag, tres giros y al final acabamos en unos apartamentos turísticos, mirando con cara de lelos cómo un grupo enorme de personas de la tercera edad montaban una barbacoa en medio del campo.

—Aquí no es. —El cabello claro de Nam se sacudió el aire—. No, no es.

Pusimos el navegador. El asistente se lo estuvo pensando un buen rato y nos guió, de nuevo en círculos, por los diferentes accesos de la reserva hasta que, tras cerca de media hora completamente desorientados, localizamos el camino de tierra que salía de uno de ellos. Lo  tomamos. Atravesamos un bosquejo, con el paisaje típico de monte y árboles por todas partes, recorrimos quince kilómetros y, cuando la senda hizo imposible la circulación, nos detuvimos.

—Esto parece una selva. —Me bajé del coche y me dejé caer sobre la primera piedra grande que encontré, mareado y con la bilis en la garganta—. ¿Por qué esa mujer no concertó la reunión en la ciudad? Podríamos habernos visto en una cafetería.

—Dijo que no podía dejar el hotel.

—¿Por qué?

—Supongo que como es una persona adinerada ama la excentricidad y lo diferente. —Mi amigo se alejó unos metros y señaló el solitario edificio del fondo que sobresalía entre la arboleda. —El hotel estaba a las afueras del pueblo así que puede ser ese. —Buscó confirmarlo con el móvil—. A ver, según el navegador... —Los ojos se le abrieron de par en par—. Espera, ¿no hay cobertura? —Agitó el aparato—. ¡No hay cobertura! —Lo elevó sobre la cabeza—. ¡Pero cómo no va a haber cobertura!

Pues a mí no me extrañaba. Saltaba a la vista que el lugar estaba muerto y, la verdad, que no hubiera línea no me importaba. Total, nadie me llamaba. Jodido él si a su novia le daba por buscarle y le saltaba el buzón de voz.

—¿Le has dicho a Ninah dónde estás? —me interesé.

—¿Para qué? —Nam bajó el brazo—. No es necesario.

Seguía evadiendo contarle, claro. Los numeritos que le montaba cada vez que se enteraba de que había andado conmigo no eran para menos.

—No sé por qué sales con una persona con la que no puedes hablar.

—Porque está llena de valiosas cualidades —argumentó—. Solo necesita tiempo para entender nuestro trabajo y para aceptarte mejor.

¿Aceptarme mejor? Desde los diez años no había dejado de escuchar frases parecidas. En el colegio, en los locales de videojuegos, en el parque y hasta en la universidad se habían cansado de repetirme que el rechazo social desaparecería cuando me conocieran mejor pero nunca había llegado a pasar. Mi estigma familiar era más grande que la montaña en la que nos encontrábamos y era difícil fingir no verlo.

—Por mí no te preocupes. —Me obligué a sonreír—. Si no me tolera nunca, está bien.

—Yoon Gi. —La imagen gelatinosa de Yoongito volvió a hacer acto de presencia, esta vez junto a mi oído—. Yoon Gi, vámonos.

Di un bote. ¡Dios! Jamás podría acostumbrarme a eso.

—Cadáveres, Yoon Gi, cadáveres.

Me levanté y me metí sin pensar en el camino de tierra, a buen paso y procurando no volverme. Maldita alucinación.

—¡Eh, tío! —Los pasos de Nam se apresuraron a seguirme—. ¡Oye, espera! ¡Espérame!

Avanzamos por la senda, plagada de hojarasca y ramas pequeñas, hasta la inmensa edificación rectangular de estilo europeo y ventanales enormes en donde se podía leer el antiguo rótulo que nos anunciaba que, efectivamente, nos encontrábamos en el hotel.

Entramos. El interior era diáfano, espacioso como los salones de baile que salían en algunas películas, con un techo altísimo enmarcado por los bordes con escayola decorativa y una lámpara digna de un museo de antigüedades.

—Joder. —Un escalofrío me recorrió de arriba a abajo; para ser un hospedaje, se sentía muy poco acogedor—. Esto está helado.

—Es porque la edificación es de piedra y el interior se aisla del sol.

Un hombre bajito y entrado en años, de cabello canoso y arrugas pronunciadas en los hoyuelos, se nos acercó, con un traje oscuro y las manos a la espalda.

—Bienvenidos a Hagseub-Jeongsin. —Se inclinó—. Por favor, póngase cómodos y disfruten de su estancia.

—Es usted muy amable pero no hemos venido a alojarnos. —Nam Joon se apresuró a sacar de la mochila nuestros carnets de identificación laboral—. Somos de Investigaciones M&K y estamos aquí porque tenemos una reunión con la señorita Choi Hye Ri.

—¡Ah, ya veo! —El hombre pegó la cara a las identificaciones—. Más investigadores.

—¿Más?

—Por aquí vienen muchos investigadores —aclaró, sin apartar los ojos de nuestras fotos—. Casi todos los meses se acerca alguno.

—Ya, bueno. —Mi compañero retiró las tarjetas—. Nosotros no estamos aquí por iniciativa propia sino porque nos han llamado.

—¿Y están seguros de que no desean quedarse? —El recepcionista, o lo que fuera, nos dedicó una cuidada pose de vendedor—. Tenemos un descuento especial para investigadores. Cada dos noches de pensión completa, la tercera es gratis.

Poco me faltó para que se me escapara la carcajada. Ya. Ya entendía, ya. Quería captar nuestro interés de cualquier forma porque no le debían salir las cuentas del mes. El hall lucía desierto y no se escuchaba ni una mosca. Seguro que no tenía clientes.

—No, gracias —rechacé.

—Pero has venido por el lago, jovencito, y necesitarás mucho tiempo. —Las pupilas del anciano se clavaron en las mías—. Todos necesitan mucho tiempo.

—¿Qué quiere decir?

No contestó. Simplemente emitió una risilla molesta, se refugió tras el mueble recibidor, al fondo, y se concentró en el puñado de piezas viejas de relojería que descansaban, desordenadas, junto al libro de habitaciones.

—Oiga. —Nam le siguió—. Oiga, señor, ¿sería tan amable de decirnos dónde...?

—La señorita les está esperando en el hall de la cuarta planta, escalera derecha —se adelantó—. Le diré a mi hijo que prepare sábanas y toallas y que les limpie la habitación para cuando cambien de opinión.

Vaya con el hombre.

—No, no se moleste. —Mi amigo agitó ambas manos, en negativa—. Ya le hemos dicho que...

—Okey, nosotros le avisamos —intervine y, antes de que a Nam le diera tiempo a decir más, añadí, dirigiéndome a él—: Vamos a lo que vamos. Me duele la cabeza y quiero irme a casa.

Accedió, claro. Hubiera preferido aclararle a aquel señor tan peculiar el tema de la habitación las veces que hubieran hecho falta, con comas, puntos y todos los datos del mundo, pero acababan de dar las doce y, ahora sí, llegábamos tarde.

Volamos por la escalera. Mejor dicho, Nam voló y yo me arrastré agarrado a la barandilla como pude, maldiciendo mentalmente que no hubiera ascensor mientras observaba las paredes atestadas de reproducciones de obras de arte y de relojes de diferentes formas y tamaños, algunos en funcionamiento y otro detenidos en alguna hora perdida. Hasta que el número cuatro metálico colgado en el rellano me anunció que había llegado a mi destino y el escenario que encontré me dejó sin respiración. 

Ante mí se abrían unos imponentes ventanales que daban a una no menos imponente extensión de agua que parecía bailar junto al edificio, sin límites definidos a parte de los árboles de la derecha y de un cielo despejado que mostraba el sol en todo su apogeo.

Me aproximé al cristal, junto a Nam, que contemplaba el paisaje tan pillado por la sorpresa como yo. La masa verdosa y brillante se mecía al compás del viento y la sensación hipnótica que desprendía ponía la piel de gallina. ¿Qué era? ¿Un lago? ¿El que el señor de abajo había mencionado? Madre mía; era precioso. Precioso y atrayente.

—Quería demostrarle a Hobi que se equivocaba en sus teorías sobrenaturales. —Una voz femenina, melancólica y ausente, se me coló en el oído—. Por eso le propuso venir aquí de vacaciones. Pretendía echarse una risas a su costa y que se diera cuenta de que es un lago como otro cualquiera.

Me giré. Justo a mi lado detecté a una chica de cabello a media melena en tono rubio, tez delicada como la porcelana y ojos enrojecidos por las lágrimas que observaba el horizonte.

—Descubrió algo —continuó—. El día que desapareció vino a verme y me dijo que había averiguado lo que se escondía en este lugar. —Un hilo acuoso se le deslizó por la mejilla—. Me pidió que le dejara entrar pero no quise y ahora nadie sabe nada de él.

—¿Eres Choi Hye Ri? —asocié.

Vaya. Me había esperado a una típica "cuchara de oro" estirada y de elegante apariencia pero lo que veía era una joven de aspecto sencillo y demasiado humilde que no debía de tener más de veintidós años.

—Por favor, encuéntrale. —Sus pupilas amarronadas me miraron con desesperación—. Te lo suplico. Encuentra a Jung Kook.

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