Leave the kiss for later [SKK]

By LeoLunna

102K 9.9K 21.1K

Cuando Dazai se marchó de Yokohama, rompiendo su relación con Chuuya y dejando sin leer el poema que le escri... More

01. Dear first love...
I: Leave the kiss for later
II: But I wonder where were you?
III: Lonely street
IV: Contradictory words
V: Call me
VI: As it was
VII: Bad idea
VIII: Two fools
IX: Bother you
X: Step by step
XI: I wanna be yours
XII: Set fire to the rain
XIII: When the party's over
XV: You're not sorry
XVI: Brotherhood
XVII: I'm a broken rose
XVIII: Stop, don't be so kind
XIX: Lost on you
XX: The night we met
XXI: Got the music in you
XXII: Close the book, turn on the music
XXIII: I know now, this is who I really am
XXIV: Autumn leaves on my skin
XXV: You were looking at me
02. I wrote this for you
I: You hear me?
II: Patience
III: Stop thinking
IV: Bittersweet symphony
V: Could it be easy this once?
VI: Tell me why
VII: Somebody that I used to know
VIII: All you had to do was stay
IX: The ending always stays the same
X: Turn around and make it alright
XI: Go that way
XII: The only exception
XIII: Sit down beside me
XIV: I'm never gonna leave you
XV: It doesn't hurt me
XVI: Another love
XVII: Hold On
XVIII: Are you ready to love?
XIX: The world keeps on turning
XX: You look perfect

XIV: I can't handle change

2.2K 208 412
By LeoLunna

La última vez que vio a Dazai con esa expresión, fue ese día junto a Oda. Después de ello, incluso si la mayoría de los días sabía que estaba mintiendo y sus ojos se encontraban vacíos, la profundidad de esa emoción en el moreno nunca volvió a ser comparable a la de ese momento. Yosano creyó que esa desolación reflejada en el marrón carmesí sería un acontecimiento de una sola vez, pero estaba equivocada.

Otra vez la observaba. Pegada al rostro del mismo hombre que conocía desde hace cuatro años y que entraba con la mirada baja a su departamento. El silencio a su alrededor le hizo estremecer, así también cuando su atención se fijó en ella.

La habitación se sintió demasiado pequeña, sin salida, sin el más mínimo rayo de sol entrando y calentando algún rincón. Todo pensamiento en ella le pedía marcharse y dejar solo a Dazai, porque nada de lo que pudiera decir le afectaría o le importaría. Casi parecía como si le hubiesen arrebatado el corazón y se llevaron el poco de empatía o simpatía que pudiera sentir.

―¿Sigues aquí? ―inquirió Dazai. Yosano notó que dejaba la puerta abierta―. Vete, no te invité.

Incluso si la estoicidad y frialdad le ponía los pelos de punta, aquella misma actitud logró hacerle apretar los puños con fuerza. Y sin poder evitarlo, le respondió de la misma forma. Distante, venenosa, buscando producir en él al menos un poco de arrepentimiento o vergüenza.

―A mí no me invitaste, pero parece que a Tomie sí ―señaló, cruzándose de brazos y bloqueando el camino de Dazai cuando quiso pasar hacia su habitación―. No pensé que volverías a caer tan bajo. ¿Disfrutaste follándotela?

― Más de lo que crees ― confesó. Y tal como se lo esperaba Yosano, Dazai se inclinó hacia ella y le acomodó el cabello detrás de la oreja con la misma sonrisa que Tomie le dio antes de marcharse―. No estés celosa, no es mi culpa que tú no puedas poner tus manos sobre ninguna mujer.

La mano entre el corto cabello pelinegro fue golpeada, con tanta fuerza que produjo un punzante dolor en su muñeca. Dazai no pudo reaccionar a tiempo, ni siquiera quejarse o perderse en el sonido del golpe. Antes de que se diera cuenta, tenía las manos de Yosano sosteniendo el borde del cuello de su sudadera y el rostro de la mujer cerca al suyo, obligándole a inclinarse. Los ojos amatistas brillaban con una mezcla de ira y advertencia, las mismas emociones que vio tantas veces en otros ojos de un tono azulado.

― No actúes de esa forma conmigo, Dazai, sabes que no te conviene ― gruñó Yosano.

Su voz se expresó en un tono bajo y amenazante, sin apartar su mirada de la ajena. Eso hubiese sido suficiente para intimidar a cualquier otro hombre o mujer, pero Dazai se mantuvo quieto, sin expresar emoción, sin retroceder ni apartar la mirada.

No le gustaba su imagen empañada por el tono morado, lo prefería en azul, pero sabía que no volvería a verse reflejado en ellos y eso le desanimó tanto que no pudo, ni quería, discutir contra Yosano.

― ¿Qué quieres? ― cuestionó, con la voz plana y ausente sonrisa.

Con la misma agresividad del inicio, Yosano le soltó. Dazai retrocedió un par de pasos, arreglándose el cuello de la sudadera y alisando las arrugas que las manos de la mujer dejaron en ella. Luego, volvió a posar su mirada aburrida en la pelinegra, indicándole hablar y dejando en claro, con solo su corporalidad, que no le importaba el reclamo que tuviera.

― Sabías quién era Kouyou desde el inició ― espetó, casi apuntándole juzgadoramente con el dedo―. Y nunca me lo dijiste.

― ¿Kouyou? Ah, claro, se trata de ella ― comentó Dazai, como si nada y, simplemente, asintió―. Sí, siempre supe quién era, ¿y? ¿Cuál es el problema?

Sus manos volvieron a cerrarse en puño, pero Yosano evitó acercarse otra vez a Dazai incluso si quería hacerlo. No podía creer su actitud, ¿cómo se atrevía Dazai a hablarle de esa forma? ¿Cómo si no supiera lo que había hecho y la forma en que afectó su vida? Siempre haciendo el idiota, pensó Yosano. Riéndose a sus espaldas, mientras la veía soñar despierta con otra mujer que no se merecía nada de ella.

¿No pensó en ella y en cómo se sentiría cuando se enterara de que le ocultó un detalle tan importante? ¿Su amistad no significaba nada para él? Ella estuvo a su lado dos años atrás después de su intento de suicidio y de que Oda se marchara. No lo dejó solo. Limpió su herida, cambió sus vendas cada vez que lo necesitaba, siempre tratándolo con delicadeza y atención. Ella y Ranpo lo cuidaron durante todo ese tiempo; se aseguraron de que comiera, durmiera e intentara pensar en otras cosas que no fuese en el amor que nunca consiguió.

¿Y qué ganó por su cuidado? Nada más que traición y deslealtad, que le ocultara algo tan importante para ella. Ahora podía darse cuenta, ahora lo entendía. Su confianza, amistad, camaradería... No significaba nada para Dazai.

― ¿Por qué no me dijiste nada...? ― inquirió, temblando de pies a cabeza, la mandíbula tensa y la desesperación latente―. Se supone que eres mi amigo... ¡Al menos pudiste darme un consejo si la conocías desde hace tanto tiempo!

― ¿Hubiese cambiado algo? ― preguntó Dazai de vuelta. Ante su frialdad y simpleza, Yosano perdió las palabras, sabía perfectamente cuál era su respuesta―. Sí, es lo que imaginé. No te hubieras alejado de ella incluso si te advertía o decía cualquier cosa, por eso no te dije nada y preferí solo observar.

Dazai se alejó. Caminó hacia la cocina y comenzó a prepararse una taza de café, sirviéndose directamente desde la cafetera a pesar de que el líquido en ella ya estaba frío. Ignoró a Yosano y su presencia al otro lado de la encimera que separaba la cocina del salón. La puerta seguía entreabierta, la invitación implícita para abandonar ese lugar que ni siquiera él sentía como un hogar.

A mitad de un tercer trago de un café insípido, la voz de Yosano resonó una vez más y Dazai recordó que ella seguía ahí.

—¿Te divirtió? ― preguntó. La ira en su voz había descendido, seguía ahí, pero la tristeza de la traición superó el fuego que sentía y lo templó poco a poco hasta enfriarlo―. ¿Te divirtió verme sufrir por ella la noche anterior?

― Sí.

Esperó cualquier cosa de Dazai. Una risa, una broma, silencio, cualquier cosa, pero no esa respuesta fría y directa que no dejaba lugar a dudas o interpretación. El moreno ni siquiera la observó al decir aquello. Era tanto su desinterés que le dio la espalda en todo momento y continuó bebiendo su frío café.

Y Yosano... Yosano ya no tenía más palabras o reclamos. Tenía las respuestas que quería, no como las imaginó, pero las tenía. Sin fuerzas para más, sin ira o tristeza, solo decepción, murmuró y se marchó; mirando, por última vez, al hombre perdido y solitario a mitad de la cocina y frente a una cafetera vacía.

― Realmente eres un pedazo de mierda ― musitó, cerrando la puerta detrás de ella con una delicadeza que evitó la creación de algún ruido que apartara el silencio del salón.

Dejando la taza vacía en el lavaplatos, mirando la porcelana y la tenue mancha que dejó el café en la blancura del material, Dazai murmuró para sí mismo:

― Sí, eso ya lo sabía.

Y luego se marchó a su habitación; dejando una taza vacía, las cortinas del salón aún cerradas y evitando la entrada de la luz del sol o su calidez. Y cuando cerró la puerta de su cuarto a pesar de que era el único en el lugar y nadie pensaría en entrar, observó los libros apilados en su escritorio, en su estante. Novelas, tantas novelas, y un libro de poemas, solo uno, que contenía en su interior el último que fue creado para él. Observó su cama desordenada, las sábanas arrugadas. Un cabello largo y oscuro sobre la almohada, el olor de Tomie aferrado a sus mantas. Todo, todo se sentía mal, y los recuerdos de la noche corrieron por su cabeza, y también las palabras de Chuuya. Su rostro estaba fresco en su memoria, tanto que parecía como si estuviese viviendo el momento otra vez y tuviese al pelirrojo frente a él.

Sus ojos azules carentes de brillo, las bolsas oscuras bajo sus párpados inferiores. Su sonrisa agotada, forzada, que no lograba curvar nada en su rostro. Su cabello desordenado, opaco, quebradizo como las ilusiones que llegaron y murieron. El cielo demasiado claro a su espalda, burlándose de ellos, iluminando sus figuras, pero la luz del día no lograba otorgarle un poco de vitalidad a su piel clara, casi gris; muerta, cansada, decepcionada, resignada...

"Tenías razón, Dazai. Estábamos mejor alejados el uno del otro..."

¿Por qué era tan idiota? ¿Por qué seguía haciendo todo mal? ¿Por qué no podía cambiar? No importaba lo que hiciera, cuanto cambiara, cuanto fingiera; seguía inclinándose a las peores decisiones, alejándose de todo aquello que quería y que no se merecía. Y ahora se lamentaba, pensaba en los mil y un caminos que pudo haber tomado y que le hubiesen conducido a un presente donde no sintiera todo perdido.

Si tan solo no hubiese llevado a Tomie a su cama esa noche, pensó. Si tan solo no hubiese deseado ver a Chuuya. Si tan solo no hubiese respondido la llamada de Oda. Si tan solo, si tan solo, si tan solo...

Las sábanas fueron arrancadas de la cama. Las almohadas tiradas al suelo, lejos, algunas chocaron contra el escritorio, otras contra el ropero, la puerta, el piso, la ventana. El escritorio fue derrumbado. El lapicero cayó, se rompió. Los lápices volaron, uno de ellos rodó hacia Dazai y sucumbió bajo su peso. Los cuadernos cayeron, las hojas se doblaron, fueron arrancadas, destrozadas, lanzadas contra la pared. Luego el estante, luego los libros. Uno por uno. Dos por Dos. Todos, cada uno, sin excepción. Cayeron al piso, algunos cerrados, otros abiertos, de cara o de lomo. Todos cayeron hasta que no quedó en pie ninguno en el estante, y cuando el desorden y destrucción lo rodeó, Dazai se detuvo.

Respirando con dificultad, el aire frío le quemaba los pulmones. Las manos temblando. Dedos cerrándose y abriéndose constantemente, casi sin saber que había hecho. Poco a poco, Dazai fue tomando conciencia de su alrededor. El olor de Tomie había desaparecido de sus sábanas, el libro favorito de Oda estaba boca abajo, el poema de Chuuya abierto y dándole la cara.

Sin pensar nada más que en el suave consuelo de las palabras que alguna vez le expresaron amor, levantó el poema. Se sentó en el borde de la cama deshecha y lo leyó otra vez. Cada palabra trazada por las manos de Chuuya con su perfecta caligrafía; siempre clara, hermosa, elegante.

¿Cómo una caligrafía tan bella era capaz de poetizar el desconsuelo de volver a verlo? ¿Cómo algo escrito meses atrás, podía expresar lo mismo que Dazai estaba sintiendo en ese preciso momento? Su resentimiento por algo que no tuvo el final que quería, el temor y la desolación que sintió al escuchar la voz de Oda, aquella voz que a veces recordaba en las más solitarias noches y ansiaba desesperadamente. La confusión y el anhelo que sentía en ese instante, Chuuya lo escribió meses atrás.

Pero no estaba todo, había cosas que faltaban, cosas que solo él sentía y que el pelirrojo no compartió ni antes ni ahora. Y necesitaba expresarlo de alguna forma, tranquilizar sus emociones, silenciarlas o suprimirlas de algún modo, cualquiera que fuese, y, por un momento, pensó en volver a llamar a Tomie.

Cuando tomó su teléfono y vio sus últimas dos llamadas, Oda y Chuuya, olvidó a Tomie y apretó el número de la persona a la cual verdaderamente necesitaba. Ansiándolo y queriendo escuchar su voz, buscando un consuelo, buscando el perdón tal como cuando era un adolescente, pero ahora buscando la redención sinceramente.

Y esperó que la llamada fuese aceptada, esperó con el corazón en la mano escuchar la voz al otro lado, pero Chuuya no respondió, su número fue bloqueado y sus llamadas enviadas al vacío.

Ah, ahora entendía cómo se sentía ser rechazado e ignorado por la persona que más quieres y necesitas, pensó, llamándose a sí mismo patético y riéndose de la crudeza poética de la situación. Bajó la cabeza, miró la pantalla, leyó el nombre de contacto y se mordió el labio inferior.

Realmente odiaba esas llamadas sin responder, casi le daban ganas de llorar. Pero, de cualquier forma, las lágrimas no salían, aunque intentara obligarlas.

Miró los libros repartidos por el piso de su habitación. Pensó en levantarlos, pero no quería hacerlo. Todo era un desastre, nada estaba en pie, y casi sentía reflejado el caos de su interior con aquel que provocó, pero había cosas en su lugar, aquellas a las que podía aferrarse de alguna forma, algo en lo que encontrar un breve consuelo. Mirando otra vez a su alrededor, notó lo único que se mantenía en un lugar estable: una hoja de papel y una pluma solitaria sobre el escritorio. Y sin pensar en nada más, sin otra opción, Dazai se levantó.

Dejó el poema de Chuuya con cuidado a un lado de la mesa, junto a su teléfono con la pantalla mirando hacia arriba y esperando algún mensaje que jamás llegaría. Movió la silla y se sentó, enfrentándose al escritorio. Tomó la pluma con una mano temblorosa, acercó el papel con la otra, y comenzó a escribir.

[•••]

Durante todo el trayecto, se obligó a mantener la cabeza en blanco. Seguía enojada y dolida por demasiadas razones que no sabía cómo ordenar ni explicar, pero Yosano sabía que, si actuaba con descuido, podría empeorar todo mucho más.

Ah, realmente le gustaría simplemente hacer un desastre y revolcarse en él, incluso si después no sabía cómo salir y terminaba por afectar a más personas de las que quería. Pero decidió no hacerlo. Decidió calmarse, guardar la ira para después, para su clase de boxeo o cualquier otra situación en la que realmente necesitara golpear a un idiota. Aunque Dazai se lo merecía, pensó, pero ya estaba demasiado lejos de su departamento y aún tenía un largo camino que recorrer hasta el suyo.

Soltando un suspiro y maldiciendo al brillante sol sobre su cabeza, continuó con su caminata tranquila, ralentizando sus pasos lo más que podía. Aún no quería llegar a su departamento, vería a Ranpo ahí y recordaría que, incluso su mejor amigo, también le ocultó un detalle tan importante. Y sabía lo que este le diría, que decidió no decir nada porque no era algo que le involucraba, y Yosano se enojaría mucho más con él, pero al rato acabaría por resignarse, perdonarlo y volver a hablarle.

Al menos, si demoraba en volver, mantendría a Ranpo en un estado nervioso y ansioso por un poco más y esa sería suficiente venganza para ella. Y decidiendo que tal vez se negaría a dirigirle la palabra por lo que restaba del día, atravesó la plaza central que tan bien conocía y que tan concurrida se encontraba.

Caminó entre la gente sin mirar a nadie, sin pensar en nada, o intentando hacerlo. Pero algo llamó su atención. Una cabellera pelirroja se destacó entre el montón de tonos apagados a su alrededor. Por un momento, creyó que era Kouyou, pero rápidamente reparó en el hecho de que el tono rojizo era diferente. Aquel era más anaranjado, el cabello ligeramente ondulado, la postura de su cuerpo menos recta o elegante, más relajada y simple. Sin pensarlo, Yosano caminó hacia el hombre sentado en la banca bajo un árbol esquelético y temporalmente muerto.

― ¿Qué tan mala fue la plática entre tú y Dazai? ― inquirió, deteniéndose poco a poco frente a Chuuya. Las palabras se escaparon de sus labios sabiendo lo que hacían, buscando una camaradería y respuesta que no serían ofrecidas por los ojos azules que le prestaron un poco de atención―. Ambos se ven tan...

Dolidos, completó para sí misma. Perdidos, desolados, como si las esperanzas que desconocían se hubieran derrumbado, pero, de todas formas, eran demasiado débiles y prematuras, no tenían de dónde sostenerse. Casi sentía pena por ellos, casi.

― Nada que te importe ― respondió Chuuya, y aunque el tono de su voz era tan molesto como desafiante, Yosano estaba demasiado cansada para pelear con otra persona tan terca como Dazai.

Se sentó a su lado, en silencio y observando a la gente que pasaba de un lado a otro por la plaza. En algún lugar, donde la mayoría de los transeúntes se reunían, había una persona tocando la guitarra, pero ni ella ni el pelirrojo se interesaron en el músico. Se mantuvieron apartados de todos, sumidos en sus pensamientos o en otras formas de distracción.

Al mirar a Chuuya, Yosano notó que tenía el teléfono entre sus manos, pero sus dedos se mantenían quietos sin atreverse a marcar el ícono de llamada y solo observaba el nombre del contacto. "Arthur", leyó, y entonces una llamada entró. La pantalla se llenó del nombre "Osamu", el teléfono vibró. Silencioso e insistente, casi desesperado, pero en cuanto Chuuya colgó la llamada, bloqueó el número sin ni siquiera parpadear.

Tal vez su rostro no expresaba nada, pero Yosano sabía que cada decisión que estaba tomando le dolía y se sentía inseguro. Solo necesitaba observar la carencia de vitalidad en sus ojos para notar la lucha interna que estaba llevando a cabo, pero mientras la batalla proseguía, la resignación ganaba terreno y enterraba los restos de la esperanza.

― Tú y Kouyou son tan diferentes ― masculló, más para sí misma, pero siendo escuchada por el hombre a su lado de igual forma―. Realmente, no se parecen mucho...

Apagando el teléfono, pensando en llamar después y distraerse de lo que sentía, Chuuya le dio su atención a Yosano.

― Kouyou es casi una copia exacta de nuestro padre, yo me parezco más a nuestra madre ― comentó―. Si no es por el cabello, casi no habría similitud entre nosotros... Realmente, tengo más similitudes físicas con mi hermano mayor.

― Tienen un hermano mayor, eh... ― La misma sonrisa resignada que Chuuya le dio a Dazai, cubrió los labios de Yosano esta vez―. Nunca me lo dijo.

Estar envuelto por la ignorancia y de detalles omitidos era algo que Chuuya entendía demasiado bien. Y era gracioso, casi cruelmente poético, que las dos personas que lo dejaron tanto él como a Yosano en ese vacío de preguntas sin respuestas, fueran Dazai y Kouyou. Uno antes que el otro, sin importar el orden, pero siempre ellos dos.

― ¿Qué tanto sabes sobre Kouyou?

― Aparentemente, nada ― respondió Yosano―. Hubiese sido genial saber un poco más antes de... Bueno, todo esto, pero Dazai no quiso advertirme.

Los brazos envueltos en sí misma se apretaron a su alrededor. Enterró sus uñas en su propio suéter, recordando todo lo que sabía y de lo que se enteró en solo una o dos horas. Aún estaba enojada, notó, aún sentía el resentimiento a flor de piel.

― Maldito idiota, no creo que pueda perdonarle que me haya ocultado que ya conocía a Kouyou ― siseó, y la ira que se había elevado descendió de golpe cuando Chuuya habló.

― Dazai no la "conoce" como tú crees ― explicó Chuuya―. Es más, la noche anterior fue la primera vez que la vio en persona.

La mirada confundida de Yosano se posó en él, desconcertada tanto por la tranquilidad en su semblante como por sus palabras. Chuuya no se veía enojado. ¿Dolido? Sí, mucho. Seguía mirando el teléfono, casi deseoso de que el mismo número que acababa de bloquear volviera a llamar, y controlando sus manos para evitar sacarlo de la lista negra.

Suspirando, Chuuya alejó el teléfono de su atención. Sus dedos casi parecían temblar y querer moverse por sí solos, así que, antes de hacer algo de lo cual pudiera arrepentirse después, guardó el móvil y respondió a las preguntas pintadas en el rostro de la mujer a su lado.

― Todo lo que Dazai sabe sobre Kouyou, se lo conté cuando éramos adolescentes, y créeme que lo que él sabe es lo mínimo ― relató, posando sus ojos en las amatistas a su lado, intentando quedarse en ellos e ignorar el teléfono guardado―. Cuando conocí a Dazai, Kouyou ya no vivía conmigo y con nuestros padres. ¿Alguna vez mi hermana te habló de ellos? ¿Te dijo por qué se marchó de casa?

Yosano negó. Chuuya notó los sentimientos de autodesprecio en la forma en que se mordía el labio inferior o en la tensión de sus puños. Seguramente se estaba llamando "idiota" a sí misma por no saber tan simples detalles de alguien con quién hablaba hace tanto tiempo, confiando ciegamente sin más.

Él hizo lo mismo. Confió ciegamente en Kouyou y Dazai por igual. Tanto él como Yosano, eran un par de idiotas.

― Yo tampoco sabía por qué se fue de casa hasta hace un año atrás ― respondió―. Sé que estás enojada con Dazai por no decirte que ya sabía un poco sobre Kouyou, pero ¿sabes qué es lo único que él podía decirte sobre ella? Que me dejó solo en la casa de nuestros padres y yo la extrañé cada maldito día, pero eso es todo. Él no sabe nada más.

Una extraña suavidad manchó el color de la voz de Chuuya, mezclada con cansancio y resignación, también un poco de cariño que nadie merecía, ni Dazai, ni Kouyou. Yosano observó su propio reflejo en el tono azul de los ojos contiguos; las emociones se estabilizaron, su imagen chocó contra una profunda laguna iluminada por tenues rayos de sol. Había comprensión en él, empatía hacia lo que sentía, pero también una muralla que no podía, ni quería, derrumbar.

― Entiendo que estés enojada con Kouyou por no decirte tantas cosas que ni siquiera puedo imaginar, y sé que te hizo daño, pero, incluso si lo entiendo, no puedo empatizar contigo y alejarme de mi hermana otra vez. ― Una suave sonrisa se posó en sus labios, casi una disculpa, dejando en claro que él no podía ayudarla con lo que sentía―. Lo mismo es para ti. Entiendes que estoy enojado con Dazai, aunque no conoces las razones, y ahora que sabes que él no podía decirte mucho sobre Kouyou, no tienes excusa para enojarte y alejarte de él.

Chuuya debería estar despotricando contra Dazai, pensó Yosano. Debería estar tan o más enojado que ella, apoyando su furia y sus palabras duras contra el moreno, pero no lo hizo.

Sus palabras reflejaron tristeza, sí, pero la ira fue opacada bajo una suavidad que no sabía cómo describir. ¿Era preocupación?, ¿cariño?, ¿comprensión mezclada con resignación? No estaba segura. No podía nombrar cada una de las emociones que tan fácilmente Chuuya dejaba escapar, y eran, en cierta medida, contradictorias entre sí. Por un lado, se negó a responder las llamadas del moreno y bloqueó su número; por el otro, le estaba dando toda esa plática, excusando a Dazai de sus acciones.

― Sé que es un pedazo de mierda que, seguramente, después de que me marché te dijo un montón de mentiras, pero ya debes saber que es un idiota y que esa es su forma de protegerse ― comentó Chuuya, casi sonriendo para sí mismo al recordar al mismo hombre por el cual se sentía tan enojado como preocupado―. Eres su amiga, ¿no? Entonces quédate a su lado.

Sentimientos contradictorios que, de alguna forma, lograban equilibrarse entre sí y, al mismo tiempo, sostener a Chuuya y sostener lo que sentía y pensaba sobre Dazai.

Ese chico era tan extraño, pensó Yosano, más que cualquier otro que hubiese conocido y que estuviera ligado directamente a Dazai. No sabía qué esperar del pelirrojo a su lado, pero fue ingenua al pensar que una persona que logró interesar a Dazai, y hacerlo sentir tan desolado y perdido como solo Oda alguna vez lo logró, sería tan fácil de comprender.

No podía encontrar más que una sola explicación para todo su comportamiento, palabras y sentimientos. Y, al pensarlo, Yosano soltó una suave risita.

― Realmente quieres a Dazai, ¿no? ― preguntó, pero Chuuya no respondió.

― ¿Kouyou al menos te contó sobre mí? ― cuestionó, desviando la conversación.

Yosano asintió suavemente, volviendo la mirada al frente hacia los árboles desnudos y las personas que iban de un lugar a otro. La música al otro lado de la plaza se había atenuado. En el borde de la fuente, algunas parejas y amigos se sentaron, disfrutando del suave sol de invierno, aquel que parecía ser un consuelo y una señal de que, por mucho frío que los envolviera, siempre tendrían un momento para detenerse bajo sus rayos y respirar.

― Sabía que tenía un hermano pequeño, ya que me habló durante una semana sin parar sobre tu primera presentación y lo mucho que quería escucharte cantar ― relató Yosano después de un largo silencio―. ¿Te dijo que tiene un video de ese momento? Fui yo quien lo grabó para ella.

― Así que estabas esa noche ahí con Dazai...

― Atsushi también estaba ahí ― comentó, y rio para sí misma―. Pero, por supuesto, solo le interesaba Akutagawa.

Chuuya rio de solo recordar a su guitarrista y al otro chico albino. En el fondo, esperaba que ninguno de ellos llegara a estar envuelto entre tantos líos, mentiras y omisiones como él y Yosano, aunque sabía que era inevitable. Atsushi ya estaba sufriendo, ¿no? Era tan doloroso ver a la persona a la que quieres con otra y darte cuenta de que no tienes ninguna oportunidad. Sería más fácil para él alejarse y olvidarse de Akutagawa, pero no parecía que el chico quisiera hacerlo o que escucharía alguno de sus consejos.

Al menos, Ryuu no estaba haciéndole daño conscientemente como Dazai y Kouyou si lo hacían con ellos, pensó Chuuya. Pero su actitud, su atención, la emoción que sentía por tener otro amigo y de la cual no era totalmente consciente, la canción que le pidió grabar solo para dársela a Atsushi, estaba llenando el pecho del albino de esperanzas de las cuales no era tan fácil deshacerse.

Ah, mierda, tal vez debería hablar con Ryuu y hacerle notar lo que estaba provocando, aunque eso hiciera que se alejara de Atsushi y lo dañara al mismo tiempo. Un pequeño dolor no sería nada comparado al que el chico albino sentiría si dejaba que eso siguiera avanzando.

[•••]

El teléfono vibró en el interior de su bolsillo y sus manos enguantadas no dudaron en sacarlo una vez más. Después de ese pequeño día soleado, la nieve volvió a caer y cubrió con su manto blanco toda la ciudad. Para ese momento, primero de enero, el frío se instaló en cada rincón y lugar, siguiéndolos a todas partes incluso a ese viejo y concurrido templo al cual Kouyou lo arrastró a las seis de la mañana.

Soltando una bocanada de aire y viendo como el frío hacía visible este, leyó el mensaje que Yosano le envió. Después de su charla, había intercambiado número con la otra mujer y estuvieron hablando frecuentemente durante esos días. Esa mañana, la pelinegra le cuestionó si es que estaba despierto y visitando el templo por Año Nuevo junto a Kouyou. Ella mencionó que quería hacer lo mismo, tenía pensado arrastrar a Ranpo y a otro de sus amigos al templo y pedir sus buenos deseos para el año, pero no quería toparse con Kouyou.

Chuuya le aconsejó esperar una o dos horas más antes de visitar el lugar, ya que, en ese momento, tenía a su hermana y sobrina frente a él en la fila. Y, por lo poco que sabía, Yosano no tenía conciencia de la existencia de Kyoka.

¿Por qué Kouyou no le dijo que tenía una hija? Bueno, no es como si él no se hubiese enterado de lo mismo solo un poco más de un año atrás, pero de cualquier forma era... un comportamiento extraño en su hermana. Sabía que evitaba subir fotos de su sobrina a cualquier red social, pero cada vez que conocía a alguien, le informaba de su maternidad. Entonces, ¿por qué no le dijo nada a Yosano? Se preguntó, mirando a la niña de oscuro cabello aferrada a la mano de su madre y comentando algo sobre querer un conejo o gato de mascota ese año. Luego miró a su hermana, la sonrisa en sus labios mientras respondía a su hija, murmurando que tal vez lo pensaría.

Kouyou se veía igual que siempre. Compuesta, tranquila, sin culpa ni preocupación. Pero, si miraba un poco más de cerca, con un poco más de atención, podía ver una ligera tristeza reflejarse en su mirada. Él se sentía igual, y solo porque su pesar se asimilaba con el suyo, es que podía notarlo.

Su teléfono llevaba una semana en silencio por su propia voluntad y fue difícil. Quería tanto desbloquear su número y esperar una llamada suya. Quería tanto que Dazai volviera a llamarle y demostrara que, aunque sea un poco, pensaba y se preocupaba por él. Pero no eran más que ilusiones. Dazai jamás llamaría, jamás lo haría incluso si quitaba su contacto de su lista negra y le enviaba un mensaje fingiendo que se equivocó de persona.

No era importante para Dazai. Nunca lo fue. El moreno jamás sería el primero en marcar su número o buscarle por la universidad. ¿Por qué lo haría? Al fin se había desecho de él tanto como quiso al inicio. Ahora estaba tranquilo, ¿no? Podía volver a su vida y concentrarse en su querido Oda.

Un sabor amargo llenó su paladar, era tan profundo que le daban ganas de arrugar el rostro y vomitar, o tal vez llorar, golpear algo, lo que fuera.

Daba igual, pensó Chuuya. Daba igual si se sentía mal, si estaba tan enojado como triste, si la resignación le apuñalaba constantemente el corazón, gritando y repitiendo que su breve ilusión era la de un idiota. Debió imaginar que volvería a sentirse tan desolado por culpa de Dazai, le dijo su decepción y golpeó su estómago hasta hacerlo retorcerse.

Siempre terminaba herido y como un idiota, le gritó su inseguridad. No importaba si era Dazai o cualquier otro, siempre era lo mismo. Se había prometido no volver a pasar por ese dolor, recordó. Prometió mantenerse lejos de cualquier vínculo profundo, lejos de una relación o compromiso en el que pudiera ser dejado atrás. Se prometió no dejar que nadie volviera a hacerle sentir poco importante, que preferiría los encuentros de una noche a una relación estable, pero ahí estaba otra vez, queriendo eso con Dazai. Queriendo a Dazai.

Idiota, Dazai nunca te quiso, ni ahora ni antes lo hizo. Solo eras conveniente para él, una entretención momentánea. Siempre te vio como alguien con quien pasar el rato y matar el tiempo, mientras esperaba a la verdadera persona que quería. ¿Crees que si desbloqueas su número va a llamar? Seguramente ese día solo marcó el teléfono equivocado. Sí, seguro que lo hizo. Seguro que quería marcar el número de ese tipo, Oda, de la persona por la cual te reemplazó... ¿O tú eres el reemplazo? ¿Somos el reemplazo? Ja, soy el reemplazo, por supuesto, ¿qué más podría ser? Todos siempre quieren algo de mí, pero nunca a mi...

― Chuuya, tu teléfono. ― La voz de Kouyou se metió entre sus pensamientos, y cuando el pelirrojo enfocó su mirada perdida en su rostro, notó la preocupación en ella.

¿Era real? ¿Realmente se preocupaba por él? No, no lo creía.

Notando el nombre en la pantalla, no dudó en responder y llevarse el teléfono al oído casi con ansiedad. Sonrió suavemente para sí mismo cuando escuchó la voz al otro lado saludando en un perfecto y tranquilo francés, casi podía imaginarse la expresión calmada de Arthur Rimbaud al otro lado.

Bonjour, mon agneau― saludó, y rápidamente el idioma cambió a un japonés que seguía practicando―. ¿Estabas aún dormido?

― Arthur ― murmuró, con un tranquilo cariño que no podía ocultar en su voz. Al escuchar el nombre, Kouyou se dio la vuelta y continuó hablando con su hija, ignorando el tono dulce y la conversación a su espalda―. ¿Por cuánto tiempo más vas a seguir llamándome "cordero"?

Por siempre. No voy a olvidar cuando llegaste aquí el primer día y corriste detrás de uno.

Por supuesto no iba a olvidar jamás ese vergonzoso momento, pensó Chuuya. Ni siquiera sabía lo que estaba pensando cuando llegó junto a Paul a la lejana casa de Arthur en Charleville-Mézières y, en vez de saludar al cuñado que no sabía que existía, se bajó del automóvil corriendo detrás de un pequeño cordero perteneciente al rebaño de uno de los vecinos.

Realmente, no estaba pensando en nada ese día, o ese año, recordó. Su corazón seguía herido tanto por la ausencia de Kouyou como por la de Dazai. A sus padres ni siquiera les importó que se hubiese marchado con el hermano mayor que acababa de conocer. No llamaron ni hicieron el intento de detenerlo. Tenía dieciocho años, ¿no? Casi era un adulto ante los ojos del mundo. Podía decidir si quedarse en su hogar y seguir siendo tratado como una molestia, o irse con un extraño que decía poseer la misma mitad de la sangre que su madre le heredó.

Y él decidió irse con el extraño. No se arrepentía de haberlo hecho, aunque sí de haber corrido detrás de ese pequeño cordero. Ni Paul ni Arthur dejarían que olvidara ese día. Y aunque sus bromas siempre le avergonzaban, no podía escapar de esa cálida familiaridad que tan profundamente formó con ellos.

― Cállate, jamás vi uno tan cerca y estaba obsesionado con ellos cuando tenía cinco años.

Y cuando tenías dieciocho años también, ¿no? ― se burló Arthur, y aunque la vergüenza era profunda, Chuuya no podía enfadarse con él―. De todas formas, ¿estás en casa?

― No, Kouyou me despertó a las cinco de la madrugada y me arrastró al templo por Año Nuevo. ¿Y ustedes? ¿Dónde está Paul?

Mh, estamos teniendo una pequeña celebración por Año Nuevo ahora mismo, tu hermano fue a buscar un racimo de uvas.

― Dile que no se atragante este año al comerlas, no estoy ahí para burlarme de él.

Arthur rio y masculló que le pasaría el mensaje a su hermano. Chuuya escuchó un quejido externo, palabras que no pudo comprender completamente y el silencio de Rimbaud al otro lado le señaló que estaba escuchando a la persona que lo acompañaba.

De cualquier forma, Chuuya, ¿has estado bien? No has llamado mucho últimamente ― dijo volviendo su atención a la llamada―. Paul está preocupado, y si hubiese tenido tiempo, te hubiera bombardeado con mensajes. Agradece que quisimos adelantar la contabilidad del año fiscal y estuvo ocupado.

― Sí, sé que se cree mi padre, pero no lo es. Estoy bien, dile que deje de preocuparse tanto porque si le da un ataque de nervios y muere de un paro cardíaco, me casaré contigo.

Escuchó un grito al fondo y la risa de Arthur estalló. Entre su carcajada y lo que Paul gritaba desde donde estaba, Chuuya no pudo comprender lo que decía, pero captó su tono falsamente ofendido.

― ¿Me tienes en altavoz? ― preguntó. Arthur respondió con un quejido afirmativo―. Está bien, deja que Paul escuche esto... ¡Ojalá te atragantes con las uvas esta noche para que pueda regresar a Francia y casarme con Arthur!

Sabía que estaba llamando la atención de la gente a su alrededor. Kyoka lo miró con curiosidad cuando escuchó su risa y preguntó a su madre con quien hablaba. Kouyou masculló una respuesta agría que Chuuya ignoró cuando la voz al otro lado encontró la calma nuevamente y formuló palabras entendibles.

¿Piensas volver a Francia? ― cuestionó Arthur, con emoción y el rastro de la risa en su voz―. Sabes que te recibiremos con los brazos abiertos, ¡y adivina con quién hablé recientemente! Alguien a quien envié a Londres hace dos años, pero que estoy pensando en transferir otra vez a una nueva sucursal, estamos necesitando un traductor.

¿Un traductor...? Solo conocía a una persona que desempeñaba ese trabajo para Arthur cuando aún vivía junto a él y Paul, y era la misma que se encargó de enseñarle francés durante su primer año allá hasta que logró un buen nivel.

― ¿Adam...? ― respondió tentativamente.

¡Sí! Te llevabas bien con él, ¿no?

Chuuya se alzó de hombros, manteniendo su sonrisa tranquila al recordar al otro hombre mayor y caminando detrás de Kouyou cuando la fila se movió más cerca del templo. Había pasado tiempo desde que había pensado en Adam o cualquier otra persona que conoció cuando estuvo en Francia.

― Dejando de lado que lo obligaste a ser mi "niñera" cuando llegué a Charleville...

Oh, vamos, ustedes dos se llevaban muy bien, aún recuerdo cuando me dijiste que... ― Antes de que Chuuya, avergonzado una vez más, pudiese exigirle que se callara, Arthur comenzó a toser.

El sonido fue sorpresivo, pero no desconocido. La preocupación llenó su semblante cuando el sonido prosiguió y dejó de caminar, molestando a las personas a su espalda. Escuchó que el teléfono caía y pasos que se acercaban y pasaban por sobre el aparato. Captó la voz de su hermano mayor, murmurando suaves palabras en francés al otro hombre que poco a poco recuperaba la respiración.

Después de al menos cinco minutos de un silencio llenado solo por murmullos inquietantes, el teléfono fue alzado una vez más, pero la voz del otro lado cambió. Kouyou volvió a mirarlo de reojo, Kyoka preguntó otra vez con quién hablaba Chuuya, y el otro hombre con el cual no había interactuado, saludó.

Hey.

― ¿Está bien?

Lo estará, sabes como son los inviernos para él ― respondió Paul, soltando un largo suspiro ―. Es bueno que hayas respondido la llamada, esto lo animará.

― Lo siento ― masculló, sintiendo un diferente tipo de vergüenza ―. He estado ocupado, yo...

¿No te has sentido bien? ― Chuuya no respondió, pero su silencio fue suficiente para Paul―. Sí, lo imaginé. Tanto tú como Kouyou se escuchan... deprimidos últimamente. No sé qué habrá ocurrido, pero si necesitan algo saben que pueden llamarme y les enviaré un boleto de avión directo a Charleville.

¿Tanto nos quieres allá?

― Bueno, aún no conozco a mi sobrina y me gustaría hablar más con Kouyou ― confesó―. Pero ya que ustedes no quieren venir, supongo que, en cuanto Arthur se sienta mejor, viajaremos a Japón.

― Creo que te gustará venir a Kyoto ―comentó, y al notar que eran los siguientes a entrar en el templo, se despidió―. Ya tengo que irme, pediré por Arthur en mis deseos de Año Nuevo.

― ¿Solo por Arthur? Eres un hermano pequeño tan malo ― reclamó, pero Chuuya podía imaginarse la tranquila sonrisa en sus labios―. Adiós, Chuuya, si sucede algo, llámame.

Colgó el teléfono y pasó al interior del templo junto a Kouyou y Kyoka. Ignoró deliberadamente la mirada agría y curiosa de su hermana, pero respondió a las preguntas de la niña y le explicó con quienes estuvo hablando. Al menos, Kyoka parecía entusiasmada por tener más tíos y conocerlos algún día.

Después de pedir sus deseos para ese año, Kouyou propuso desayunar en algún lugar cercano. Se ofreció a pagar, así que Chuuya no pudo negarse, mucho menos cuando Kyoka mencionó que quería sentarse a su lado durante la comida. Después de todo, ese era el último día en que estarían juntos en Kyoto hasta nuevo aviso.

Kouyou le había dicho el día anterior que volvería a Tokyo el segundo día de enero. Tenía mucho en lo que trabajar, y tanto las clases de Kyoka como las de Chuuya iban a comenzar pronto. Podrían volver a verse durante las vacaciones de verano, sugirió la mujer, y el pelirrojo no le confirmó ni negó que sería así.

Tal vez buscaría un trabajo de verano, tal vez Ryuu quisiera practicar mucho más durante el largo receso, tal vez encontraría a alguien con quien salir y quien le tratara como se merecía... Bueno, esa última parte era bastante improbable, pensó y ahogó un suspiro cansado con una gran cucharada del pastel que Kyoka le insistió pedir. Era demasiado dulce.

Su teléfono sobre la mesa se iluminó con un mensaje. Rápidamente tomó el aparato y leyó, evitando la mirada curiosa de Kouyou. Era Yosano, preguntando si es que ya se habían marchado del templo. Escribiendo rápidamente una corta afirmación e informándole en que local estaban desayunando para que no pasara por el sector, respondió el chat y luego volvió a dejar el móvil en la mesa, apoyando la pantalla de este directamente contra la blanca madera.

― ¿Quién era? ― inquirió Kouyou, llevándose la taza de té a los labios con movimientos elegantes y delicados que cubrían su gran curiosidad―. ¿Paul otra vez?

― No, una amiga.

― Una amiga, eh ― murmuró, y le envió una sonrisa cómplice―. Si no supiera sobre tus... "gustos", preguntaría más sobre tu amiga.

― No te la presentaré, si eso es lo que quieres preguntar ― porque ya la conoces, completó silenciosamente, y ocultó todo detrás de una risita a la cual Kouyou se unió.

― No estoy interesada en una relación.

― ¿No lo estás? ― inquirió, fingiendo inocencia, hablando con cuidado y escogiendo las palabras más sencillas―. ¿No has conocido a nadie que te guste o qué sé yo...?

― No tengo tiempo para mantener una relación, Chuuya ― respondió Kouyou, y su mirada se posó en la niña junto al pelirrojo. Su expresión se suavizó al mirarla, así también la resignación y tristeza que ocultaba―. Kyoka es lo más importante para mí, eso lo sabes, y no todas las personas estarían dispuestas a mantener una relación con alguien que ya tiene una hija.

― Ellas se lo pierden ― masculló Kyoka entre bocados que robaba del pastel de Chuuya.

Ambos adultos miraron con asombro a la niña, quedándose sin palabras ante su inesperado comentario, pero, prontamente, comenzaron a reír. La mirada de Kouyou se tornó amorosa cuanto más veía a su hija, y Chuuya a su lado le revolvió un poco el cabello y deslizó hacia ella el trozo de pastel que no iba a terminarse.

― Sí, ellas se lo pierden ― repitió Kouyou y elevó su mirada más tranquila hacia su hermano―. ¿Por qué la curiosidad sobre mi vida amorosa, Chuuya?

Por un momento, Chuuya pensó en preguntar sobre Yosano y confesarle a Kouyou todo lo que sabía, pero tan rápido como esa idea llegó, la empujó de su cabeza. No conocía la versión de ninguna de ellas, podían diferir en muchas cosas y sabía que Kouyou era más que capaz de mentir y relatar la historia a su conveniencia. Primero hablaría con Yosano cuando regresara a la universidad y luego escucharía la versión de su hermana.

― Solo quiero que seas feliz ― respondió, y le envió una sonrisa.

― Se puede ser feliz estando sola.

Sí, todos sabían que a veces era más fácil mantenerse solo y lejos de los problemas, pero nadie quería aquello. Incluso si sufrían, querían a alguien a su lado tal como en los cuentos irreales con los cuales se les crio. Odiaban la soledad, nunca se les enseñó a disfrutar de esta, y no podían aceptarla. Y si el resto del mundo no lo aceptaba, entonces nadie lo haría.

El resto del día pasó volando. Recorrió Kyoto junto a su hermana y sobrina hasta que el sol comenzó a esconderse detrás de las montañas y la fría temperatura del ambiente se profundizó. Compró un peluche para Kyoka, un ramo de rosas para Kouyou, y las dejó frente a las puertas del hotel en el cual se estaban hospedando.

Al día siguiente, las acompañó hasta la estación de trenes que las llevaría de regreso a Tokyo, y aunque las despidió con una sonrisa, no pudo evitar desear que se quedaran junto a él un poco más. Hacía frío, la tristeza y decepción seguían pegadas a su piel a pesar de la sonrisa cariñosa con la cual despidió a Kyoka.

Su teléfono seguía sin sonar, aquel número continuaba en su lista negra. Sabía que no debería estar pensando en Dazai, pero lo extrañaba. Lo extrañaba y al mismo tiempo lo odiaba, o tal vez se odiaba a sí mismo.

¿Qué clase de idiota volvería a sentir cariño y atracción por su ex? ¿Qué clase de idiota se haría burdas ilusiones con él? De todo corazón, Chuuya esperaba no ser el único en el mundo que estuviera viviendo un momento así, pero por ese instante, se sentía completamente solo.

[•••]

Otra vez lunes, otra vez la universidad. En días como aquel, después de Año Nuevo y en pleno apogeo del invierno, realmente deseaba graduarse de una vez y no tener que regresar nunca más a aquellas viejas y polvorientas aulas. También, si ya estuviera graduado, no seguiría viviendo en aquel lugar y observando la horrible cara de Fyodor cada día, pensó Dazai cuando salió de su cuarto esa mañana.

No sabía en qué momento su compañero de cuarto había regresado a su modesto hogar. Seguramente, lo hizo a eso de las diez de la noche del domingo anterior, cuando Dazai ya estaba encerrado en su habitación; esperando que el cansancio o el insomnio ganara, escuchando música y escribiendo en un cuaderno nuevo que compró en una de sus pocas salidas que realizó durante esos días.

Y no sabía cómo sentirse cuando vio a Fyodor en la cocina esa mañana, encendiendo la cafetera y preparando lo suficiente para una sola taza. Desconsiderado, realmente lo odiaba y deseó que no hubiera regresado, pero al mismo tiempo, estaba un poco aliviado de ya no estar solo, incluso si ahora estaba en compañía del mismo diablo.

No se sentía bien, no había estado durmiendo correctamente, y hace días que no hablaba con nadie. Su última conversación fue con la cajera de la papelería en la cual compró ese pequeño cuaderno en el cual estuvo escribiendo, pero más allá de eso no tuvo contacto humano desde el día de Navidad.

Ranpo intentó llamarlo y hablar, pero Dazai lo rechazó. Kunikida lo visitó, pero fingió estar ausente hasta que el rubio se cansó de golpear la puerta y se marchó. Atsushi le estuvo enviando mensajes cada día, preguntándole si estaba bien, pero no lo estaba, así que no tuvo fuerzas para responderle. Yosano seguía enojada, supuso, aunque también intentó llamarlo una vez, y Chuuya... Chuuya lo odiaba.

Durante esos días, pensó mucho en llamar a Oda y buscar un falso consuelo en el mismo hombre que, inconscientemente, lo empujó a ese presente. Pero, cada vez que intentaba hacerlo, su dedo apretaba el icono de llamada que estaba debajo del nombre de Chuuya. Y cada mañana y antes de dormir, intentó contactarlo, pero sus llamadas fueron desviadas, aún bloqueadas.

Chuuya seguía enojado, lo odiaba, y no sabía qué hacer con esa comprensión.

Mierda, ¿por qué le dolía tanto pensar que Chuuya lo despreciara y se mantuviera fuera de su vida? No le importó dejar al pelirrojo cuatro años atrás. No le importó discutir con él por tonterías y empujarlo casi al borde de las lágrimas cuando eran adolescentes, tampoco por las palabras de desprecio que salían de sus labios y que Chuuya correspondía, aunque notaba lo mucho que estas dañaban a su pequeño novio. No le importó, nunca le importó, pero ahora...

"Me importabas, Dazai, te amaba..."

¿Por qué seguía recordando esa frase? Aquella en pasado que Chuuya le confesó en esa primera tarde en el café, cuando todo al fin se sintió... bien. Ahora, lo perseguía como una pesadilla. Recordándole lo que alguna vez tuvo y que tan cruelmente desechó junto a un poema sin leer.

Y no lo comprendía. No importaba cuanto pensara, no entendía cómo Chuuya fue capaz de amarlo en algún momento. ¿Por qué? No se lo merecía. Era un desastre, mucho más cuando tenía dieciséis años. Siempre haciendo todo mal, siempre empujándose a sí mismo al caos, estando o no consciente de él. Esperando que alguien le diera el mínimo de atención. Descargando toda su frustración en el resto de las personas cuando no obtenía lo que quería. Buscando ansiosamente el consuelo de Chuuya porque, hasta ese momento, fue la única persona que se dignó a mirarlo una segunda vez y reconocerlo como más que un error. ¿Y qué hizo él? Meterlo en problemas con todo el mundo, robarle su primer beso y primera vez, tatuarse en su vida de una forma que jamás podría borrar, y lograr con su presencia que su ambiente familiar fuese peor y más violento para él.

Y, aun así, Chuuya lo amó. A pesar de quien era, de lo que hizo, lo amó. Y Dazai también.

Nunca supo cómo expresar sus sentimientos, nadie le enseñó a hacerlo más allá de bromas, frases sarcásticas o desprecio, pero sabía que en el pasado se enamoró sinceramente de Chuuya. No fue solo algo nuevo, alguien con quien pasar el rato y que podía seguirle el ritmo. No fue solo una forma de hacer enojar a sus padres con su sexualidad, realmente lo amó...

Pero nunca se lo dijo. Reemplazó el "te amo" con un "te odio" que sabía dañaba a Chuuya más que nada, y ahora se arrepentía. No podía volver el tiempo atrás, aunque lo deseaba con una desesperación casi incontrolable. No podía regresar y decirle a Chuuya que lo amaba ese último viernes de su adolescencia, antes de su decimoctavo cumpleaños y del final de su relación. No podía retroceder y decidir quedarse en Yokohama, incluso si odiaba a sus padres y extrañaría a Odasaku. No podía recuperar su oportunidad de quedarse con Chuuya y, tal vez, marcharse juntos como tantas veces soñaron.

Era demasiado tarde para tantas cosas que él mismo impidió que sucedieran. Y extrañaba a Chuuya, quería verlo, pero sabía que no sería bien recibido. Ya no había nada más a lo que aferrarse, ni siquiera a esa pequeña y frágil amistad que intentaron formar. Las tardes después de clase no volverían a ocurrir.

― Te ves como una mierda ― dijo Fyodor como saludo cuando le vio entrar a la cocina.

Intentó ignorarlo y centrar su atención solo en rellenar la cafetera. Sin embargo, estuvo tantos días solo y sin hablar, que las palabras se formaron por sí solas, buscando un poco de interacción social incluso si era con el compañero de piso que tanto le desagradaba.

― Gracias, siempre eres tan encantador —ironizó, agradecido de que su voz se mantuviera estable y pudiera lanzar esas respuestas mordaces que ocultaban su verdadero sentir.

Pero sabía que no estaba engañando a Fyodor. Sabía que se veía mal, más cansado que antes, con ojeras más oscuras y profundas no por su falta de sueño, sino por su imposibilidad de detenerse de lo que estaba escribiendo en ese pequeño y carmesí cuaderno. Y por mucho que quisiera ocultar su estado, era demasiado tarde. El otro ya lo había notado, así como también su culpa en cada pequeño fragmento de invisible cristal roto repartido desde la entrada a su departamento hasta su habitación.

― ¿Qué hiciste ahora? ― inquirió, sorbiendo con lentitud el café entre sus manos.

Mirándolo de reojo y con una sola ceja alzada, Dazai preguntó de vuelta.

― ¿Qué te hace pensar que hice algo?

Fyodor se alzó de hombros.

― Porque ese tipo de persona eres, Dazai, siempre causas problemas.

El olor del reciente lote de café se extendió por la cocina, llenando el aire con sus partículas en reemplazo del sonido que dejó de crearse. Dazai volvió a darle la espalda, llenando hasta el borde una taza del amargo y adictivo líquido.

Fyodor no volvió a interesarse en su estado o intentar saber qué estaba sintiendo, no le interesaba. Pasó a su lado, directamente hacia el lavaplatos, y mientras limpiaba las manchas marrones en el interior de la porcelana, escuchó la voz de Dazai alzarse con cuidado, tímida, casi temerosa de saber la respuesta a una de las muchas preguntas que no podían dejarle dormir por la noche.

Y la respuesta, no haría nada más que aumentar el insomnio.

― ¿Crees que soy una mala persona...?

Fyodor se burló, soltando una risita tan tranquila, pero que al mismo tiempo reflejaba egocentrismo. Dazai ocultó la incomodidad y decepción consigo mismo que le hicieron sentir sus palabras.

― Eres tú, Dazai, ¿acaso puedes ser bueno? ― respondió, alejándose de la cocina sin mirar a su compañero de cuarto por última vez―. Sinceramente lo dudo, no estás hecho para la "tranquilidad", pero no deberías preocuparte demasiado por eso. Personas como tú no pueden cambiar.

Personas como él no podían cambiar, repitió en su cabeza, con la taza vacía bajo la boquilla de la cafetera. No podía cambiar, siempre haría todo mal, siempre destruiría todo a su alrededor como el error que sus padres trajeron al mundo. No estaba hecho para cosas buenas, no podía tenerlas ni hacerlas, no podía cambiar.

Tal vez por eso Odasaku se alejó, porque sabía que no podía cambiar. Tal vez por eso Chuuya se cansó de él, porque ya no podía soportarlo. Tal vez debería dejar de intentar cambiar, no estaba dando resultados y estaba tan cansado, pensó, y se alejó de la cafetera, dejando atrás una taza vacía.

Tomó sus pertenencias para el resto del día, también las llaves del departamento. No quería volver a la universidad, no quería estar encerrado por esas paredes que le recordaban que estaba tomando el lugar y los viejos sueños que alguna vez Oda o Chuuya tuvieron.

Intentó llamar otra vez antes de salir por la puerta, pero la persona al otro lado había decidido que no lo necesitaba en su vida, y Dazai no podía recriminarle por tomar esa correcta decisión.

[•••]

Desde cierto punto de vista, todo parecía igual, pensó Atsushi. La universidad, sus clases, compañeros, los mismos salones, libros y profesores. Incluso su compañero de cuarto se veía como siempre, comentándole con tranquila emoción sobre sus vacaciones de Navidad. Nada en él cambió en ese pequeño corto de tiempo, ni en su vida o pensamientos, pero Atsushi no podía decir lo mismo.

No se sentía igual. No se sentía como el mismo chico que partió antes de Kyoto con tal de alejarse un poco del constante y cruel recuerdo que no podía tener, pero que lo perseguía a través de pequeños mensajes y detalles que no hacían más que incrementar su codicia. Y a casi dos semanas de aquella lejanía, ya tenía suficiente. Ahora, ya no huiría de él. El dolor se reemplazó por la necesidad de tomar ese lugar sin importar los medios.

Pero no sabía cómo conseguirlo. Necesitaba una guía, y la única persona que podía entregarle un consejo, había mantenido el silencio durante muchos días.

Durante el primer día de regreso a Kyodai, se enteró de que algo había sucedido entre Dazai y sus otros amigos. Durante el almuerzo que Yosano concretó para ellos, el moreno no estaba ahí, y cuando preguntó por él, ni ella, Ranpo o Kunikida pudieron darle una respuesta.

Los dos hombres mayores comentaron que intentaron contactarlo durante esos últimos días, pero el quinto integrante de su grupo simplemente desapareció, y aunque sabían dónde estaba, ni siquiera era posible capturarlo en esos lugares. Yosano masculló que ella no intentó atraparlo, no quería hacerlo y sabía que sí Dazai quería mantenerse lejos y oculto de ellos, difícilmente podrían encontrarle. La mejor opción era dejarle en paz y que decidiera por sí mismo si quería regresar o no, darle el espacio para pensar o sufrir en silencio. Luego volvería por sí solo, buscando un consuelo o fingiendo que nada sucedió.

Sí, aquello se escuchaba como algo que Dazai haría, pero Atsushi no estuvo conforme con esa respuesta. Se preocupaba por el mayor, le estimaba. Consideró guardar sus preguntas para más tarde y darle un poco más del espacio que necesitaba, pero no podía esperar. Por una vez, se permitiría ser egoísta, pensó, y después del almuerzo decidió buscarlo sin importar lo que otros dijeran. Incluso si Dazai se escapaba, lo perseguiría, pero no fue necesario hacerlo.

― Es gracioso, los otros tres saben perfectamente que estaré aquí, pero esperan que yo me acerque primero ― comentó Dazai, sin mirar a la persona frente a él que interrumpió su breve momento de paz y lectura. Pero cerrando el libro y dejando que sus labios se cubrieran de una sonrisa forzosa, levantó la mirada―. ¿Por qué crees que es así, Atsushi?

― Porque ya intentaron acercarse primero, pero no los dejaste ― respondió con calma―. Así que ahora no te darán el gusto de dar el primer paso y esperarán que tú lo hagas.

― Se escucha como un castigo ― se lamentó, quitando su mochila del asiento a su lado para que el menor se sentara―. ¿Crees que lo sea?

― No sé lo que sucedió, así que no puedo opinar.

― No, supongo que no. ― El libro entre sus manos volvió a abrirse una vez más, la lectura retomada, la atención dividida en dos focos, fingiendo que solo se centraba en uno e ignoraba al chico que se sentaba en la silla vacía de esa solitaria mesa en un rincón de la biblioteca de humanidades―. ¿Qué necesitas? ¿Ayuda con un ensayo? Fukuzawa-sensei ama hacernos trabajar desde el primer día.

― Lo sé, y sí, tengo un ensayo que hacer ― suspiró―, pero no estoy aquí por eso... Sé que puedo preguntarle a cualquier otra persona, pero siempre tomo más en cuenta tu opinión.

Creyó que el elogio animaría y atraería la atención requerida, pero Dazai solo le miró de reojo por un segundo ante de volver al libro que, realmente, no estaba leyendo. Podía notar perfectamente la duda contra la cual Atsushi estaba luchando. Buscar la manera para expresar los pensamientos jamás fue un trabajo sencillo, mucho menos para gente como ellos, acostumbrados a la literatura y su retórica, utilizando los recursos del lenguaje que tenían a su disposición y que, a veces, hacían de la expresión hablada una tarea más difícil.

Pero Atsushi tenía una ventaja por sobre él o cualquier otro, y es que el chico siempre, de una u otra forma, lograba ordenar sus pensamientos y expresarlos en las palabras correctas, sencillas y directas.

― ¿Crees que debería...? ― balbuceó, interrumpiéndose a sí mismo, ordenando su cabeza y lengua por última vez antes de expresar sabiendo que no había vuelta atrás ―. ¿Crees que pueda intentar "robar" a Akutagawa?

― ¿Meterte en su relación? ― preguntó Dazai, ocultando el asombro. Atsushi solo asintió, ignorando la mirada preocupada del mayor―. No pensé que serías ese tipo de persona.

― Yo tampoco, pero lo he estado pensando mucho y yo...

Recordó cada conversación, las melodías inconclusas, las discusiones sobre estas, las canciones terminadas y las presentaciones observadas. La cercanía inesperada de la cual seguía tan sorprendido como agradecido, incluso si en parte era una maldición. El simple mensaje de Navidad, el audio y el video, aquello que vio la noche anterior y esa primera noche donde lo conoció sin saber quién era o cuál era su nombre. La imagen pixelada, la persona frente a él que le saludó esa mañana cuando le vio caminando por los pasillos de la facultad, sin saber que Atsushi se debatía entre esconderse del mundo o enfrentarlo. Pero cuando lo vio caminar hacia él, con actitud tranquila, casi contento de verle de regreso, sabía que no podía más.

Ya no. Ya no quería mirar de lejos. Ya no quería escuchar simples canciones de amor, quería sentirlas, y si terminaban con una nota desafinada o se convertían en tonadas desoladoras, lo soportaría.

― Quiero a Akutagawa ― respondió, cerrando los ojos un momento, pensando en quien quería, volviéndolos abrir con una resolución mucho más fuerte que aquella que lo motivó―. Quiero que sea mío, pero no sé cómo lograrlo y esperaba pudieras ayudarme...

― ¿Por qué yo? ― inquirió Dazai, con más brusquedad de lo esperado―. ¿Por qué me preguntas a mí? ¿Tan mala persona te parezco?

Atsushi mentiría si dijera que la pregunta no le tomó por sorpresa, y mucho más cuando la expresión del mayor se tornó agria, decepcionada consigo mismo, con un toque de resignación y desesperación del cual no sabía el origen.

― ¡No...! No es eso... No pienso eso, pero tú...

Atsushi calló, sin saber qué decir, sintiéndose entre la espada y la pared, queriendo saber por qué el mayor se veía tan afectado, pero aferrándose a su propio egoísmo centrado en solo obtener el consejo que deseaba.

Algunos segundos de silencio pasaron entre ellos, y mientras estos aumentaban, Atsushi se sentía más tenso y nervioso ante la mirada de Dazai. Los ojos marrón rojizos poco a poco abandonaron el tenue brillo de expresividad, negándose a dejar ver la fragilidad detrás de ellos, tornándose fríos y vacíos. Y, con la misma carencia de emociones, su voz se alzó.

― Hazte amigo de su novia ― dijo, poco a poco apartando el libro de entre sus manos―. No recuerdo como se llama, pero eso no importa. Escucha con atención, no lo repetiré. Conviértete en su amigo, gánate su confianza al mismo tiempo que sigues acercándote a Akutagawa. En algún momento, si tienen problemas, ellos te contarán todo y esa será tu oportunidad.

Atsushi sintió un escalofrío recorrerle de pies a cabeza, pero se mantuvo atento a cada amarga palabra. Anotándolas con cuidado en su memoria, guardándolas e imaginándose realizando cada acción.

― A ambos les darás "consejos" amistosos cada vez que tengan una discusión. Les dirás que se merecen a alguien mejor, que el dolor o incomodidad que están experimentando en su relación no vale la pena, y poco a poco, se convencerán de esa idea. Ella comenzará a mirar a su alrededor, encontrará una mejor opción y, quien sabe, tal vez tenga un desliz o dos con alguien más. ― La sonrisa que Dazai le dio le hizo estremecer, pero continuó escuchándole y enfocándose en su propia codicia―. Aprovéchate de ese error, enfádate con ella por "traicionar" a su novio y cuando suceda, aléjate diciendo que "no puedes ser amigo de alguien tan hipócrita". Entonces, Akutagawa estará solo, y si haces todo lo que te digo, serás su mejor opción.

Atsushi asintió, ignorando aquella espina a mitad de su garganta que le pedía retractarse, no seguir ningún consejo y simplemente olvidar y buscar otro amor. Pero podía imaginarse junto a Akutagawa, sin Higuchi de por medio, él ocupando su lugar. Casi podía sentirse tomar su mano y sonreírle con expresión amorosa, besarle, recibir más mensajes y canciones.

Ah, quería eso. Lo quería. Todo ello, cada gesto, cada momento, sin importar el precio.

― Sigue haciendo lo que haces. Interésate en lo que compone, ve a sus ensayos y presentaciones, conoce más de él tal como hasta ahora ― aconsejó Dazai―. Sé que antes no tenías un motivo oculto para hacerlo, pero ahora sí. Tendrás que mantenerte callado y tranquilo, porque una vez que logres romper su relación y tengas a Akutagawa a tu lado, tendrás que fingir ante todo el mundo que lo que ocurrió fue un desarrollo natural y no que tú lo provocaste. Tendrán sus dudas, tal vez la chica llegue a notar lo que hiciste, pero frente a Akutagawa, debe parecer que no eres la causa principal de su ruptura.

Y ya no importaba. La moral o lo correcto daba igual. ¿Quién decidía lo que era bueno o malo?, ¿quién podía juzgarlo por ocupar todos los medios posibles para alcanzar lo que quería? Nadie. Todos harían lo mismo si estuvieran en su lugar, y aquellos que decían que no, solo les faltó valentía para obtener lo que deseaban.

Y por mucho tiempo le faltó esa valentía, escudándose bajo lo que era bueno o malo, pero ya no más. Ya no importaba.

― ¿Estás seguro de que puedes mentirles a ambos y lastimar a más de una persona en el proceso, Atsushi?

El nudo a mitad de su garganta seguía ahí, también el nerviosismo que le gritaba por retractarse, darse la vuelta y seguir soñando con lo imposible. Pero empujó lejos ese sentimiento, lo encerró y enterró en lo más profundo de su conciencia, y asintió con seguridad.

― Quiero a Akutagawa ― repitió Atsushi. Sus puños se tensaron, su mirada se tornó dura, temerosa y ansiosa, pero sin querer dar marcha atrás―. Estoy cansado de verlo desde lejos, y si tengo que pasar por sobre Higuchi, lo haré.

Dazai le sonrió, murmurando que estaba seguro de que Atsushi podía lograrlo si seguía al pie de la letra cada uno de sus consejos, y le deseó suerte, aunque no la necesitaba. Sabía que todo resultaría tal y como se lo dijo al albino, tan solo debía seguir sus palabras y olvidar el dolor que podía sentir el resto del mundo. Ya nada de eso importaba, repitió, solo su propia codicia e intereses. Todo lo demás, era solo un obstáculo que saltar.

Atsushi aún no parecía tan seguro de querer dañar a otros, pero era un paso inevitable, mencionó Dazai. Y cuando acabó por darle al albino cada consejo y palabra que este quería escuchar, la sonrisa y la actitud relajada y calculadora cayó de su rostro en cuanto el menor se marchó.

Era una terrible influencia para Atsushi, pensó Dazai, mirándole alejarse, y guardó el libro que no iba a poder continuar.

No tenía ánimos para leer más, incluso si la trama y la narración eran buenas, su cabeza seguía repitiéndole lo horrible que era, mucho más después de esa conversación con su kohai. Pero, ¿eso no era inevitable? Fyodor se lo dijo, su noche con Tomie, las mentiras que le dijo a Oda y las llamadas sin responder de Chuuya, le confirmaban que realmente no estaba hecho para cambiar. Por mucho que lo intentara, no podía.

Ya no quería, ya no le preocupaba, estaba cansado, simplemente quería que todo se detuviera porque, si el tiempo no se movía para retroceder y permitirle arreglar todo ese desastre, entonces era mejor que se quedara estancado.

Así que, como no podía hacer nada para que las llamadas fueran respondidas ni sabía cómo salir de ese mar tormentoso que era la existencia, volvió a sacar el pequeño cuaderno carmesí que traía consigo y a escribir un poco más. 






Continue Reading

You'll Also Like

22.8K 3.1K 13
Un escritor, embelesado ante la belleza de un camarero, siente la inspiración brotar con solo verle. Decide, entonces, presentarse cada noche en aque...
11.4K 1.2K 16
Resumen: Alfred no tiene elección, el joven lobo tiene que adentrarse en lo más profundo del bosque en busca de la bruja de las leyendas para que cu...
5.3K 402 23
Aveces no todos somos lo que aparentamos ser y solo una acción hacen voltear esa otra cara llena de maldad, egoísmo y rabia. No todos somos ese aspec...
318K 30.2K 67
Freen, una CEO de renombre, se ve atrapada en una red de decisiones impuestas por su familia. Obligada a casarse con Rebecca, una joven que llegó a s...