Leave the kiss for later [SKK]

By LeoLunna

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Cuando Dazai se marchó de Yokohama, rompiendo su relación con Chuuya y dejando sin leer el poema que le escri... More

01. Dear first love...
I: Leave the kiss for later
II: But I wonder where were you?
III: Lonely street
IV: Contradictory words
V: Call me
VI: As it was
VII: Bad idea
VIII: Two fools
IX: Bother you
X: Step by step
XI: I wanna be yours
XII: Set fire to the rain
XIV: I can't handle change
XV: You're not sorry
XVI: Brotherhood
XVII: I'm a broken rose
XVIII: Stop, don't be so kind
XIX: Lost on you
XX: The night we met
XXI: Got the music in you
XXII: Close the book, turn on the music
XXIII: I know now, this is who I really am
XXIV: Autumn leaves on my skin
XXV: You were looking at me
02. I wrote this for you
I: You hear me?
II: Patience
III: Stop thinking
IV: Bittersweet symphony
V: Could it be easy this once?
VI: Tell me why
VII: Somebody that I used to know
VIII: All you had to do was stay
IX: The ending always stays the same
X: Turn around and make it alright
XI: Go that way
XII: The only exception
XIII: Sit down beside me
XIV: I'm never gonna leave you
XV: It doesn't hurt me
XVI: Another love
XVII: Hold On
XVIII: Are you ready to love?
XIX: The world keeps on turning
XX: You look perfect

XIII: When the party's over

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By LeoLunna

—Odasaku...

La lluvia nocturna caía con fuerza. En algunos lugares, las fiestas continuaban a pesar del frío que poco a poco se instalaba a su alrededor, pero en otros sitios, como en las propias emociones, el ambiente ligero y los buenos recuerdos de la velada fueron eclipsados por aquellas voces del pasado que se cree olvidar.

Pero era imposible dejarlas atrás. Siempre regresaban en los más dispersos momentos para remecer y derrumbar aquello que se está construyendo, o bien para afirmar los cimientos.

En ese momento, esa voz tan grave y tranquila, aquella que siempre le relajó oír, derrumbó la sonrisa en sus labios y la imagen de un cantante presente en su cabeza. Empujó lejos las emociones de esa noche y se instaló en su pecho la más adictiva y agridulce sensación que le cortó la respiración y destruyó cada uno de sus pensamientos.

Dazai — repitió, casi como un mantra, con un tono que aseguraban la sonrisa en sus labios—. Hey, hola.

Su voz. Dios, su voz. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Cuándo fue la última vez que escuchó su nombre salir de esos labios? Incluso a través del teléfono seguía escuchándose tan bien, tan correcto, como si su propio nombre hubiera sido creado solo para que Oda lo pronunciara.

Pero no era su nombre, recordó. Era su apellido. Su apellido. No su nombre. Pero, ¿importaba? No, no importaba, porque había pasado tanto tiempo y lo extrañó. Tanto, que casi lo sentía a su lado, directamente contra su oído y no a través del teléfono.

¿Dazai? — volvió a decir Oda, y el moreno pudo escuchar cómo se pasaba el teléfono de un lado a otro—. ¿Estás ahí? Dazai...

—Sí, sí, Odasaku, yo... —Su garganta se cerró, llevándose por un momento el sonido; cuando regresó, con esfuerzo, su voz se transformó casi en un susurro tembloroso de alguien que estaba a punto de huir o de llorar—. Tú... ¿Cómo...?

Sí, lo sé, lo siento ― respondió el hombre al otro lado, escuchándose tan sincero que Dazai no pudo hacer más que creer en su disculpa y razones―. Sé que es bastante tarde, pero supuse que, como yo, no dormirías tan temprano este día. Y sí, lo sé, recurrí a una táctica sucia para que me respondieras, y sé que no quieres hablar conmigo, pero...

―N-no es que no quiera ― interrumpió, maldiciéndose a sí mismo cuando su voz y palabras temblaron―. Yo... No creí que tú quisieras hacerlo...

Bueno, no soy yo quien no respondió a las llamadas ― bromeó, y aunque Dazai quiso reírse, no pudo hacerlo. Su silencio alertó inmediatamente al hombre al otro lado de la línea, y la preocupación se extendió desde su voz―. ¿Te encuentras bien? ¿Estás cuidando de ti? Hablé con Ranpo hace algunos días y me dijo que te ves mejor últimamente, eso me alegra. Y sí, lo sé, hubiese sido mejor llamarte directamente a ti, pero sabía que no me responderías, así que le pregunté a él. Aun así, me hace feliz que hoy hayas respondido, realmente extrañaba hablar contigo.

Por favor, no. No me hables con ese tono, no digas esas palabras, no me extrañes, sé que no me extrañas de la forma en la que te extraño. Y soy demasiado débil. Demasiado débil cuando se trata de ti. Demasiado débil y hambriento. Creí que ya no quería lo que tuvieras para ofrecerme, incluso si eran migajas, creí que ya no, pero yo, yo todavía, incluso en este momento, yo...

―Estoy manteniendo mi promesa ― dijo, las palabras escapándose por sí solas, sin ser requerida o necesitadas. Sintió que su voz temblaba una vez más, nerviosa y ansiosa por igual, pero se obligó a mantenerse firme y esperar algo que no obtendría―. Yo... Estoy intentando ser una mejor persona de lo que fui cuando estabas aquí. Sigo asistiendo a Kyodai, soy el mejor de mi generación, ya no me meto en líos y mis heridas siguen cerradas, así que...

Vuelve, por favor. Soy mejor de lo que era antes. Mira, mis brazos solo están cubiertos por cicatrices, las vendas siguen limpias de pétalos carmesí. Ahora me gusta dormir, porque así no tengo que pensar ni darme cuenta de que la otra persona en mi departamento no eres tú. Soy mejor sonriendo, siempre piensan que estoy jugando, y dejé crecer mi flequillo un poco más, así nadie puede ver mis ojos vacíos. Así que, por favor, vuelve. Soy mejor, soy el tipo de persona que te agrada, una que podrías amar...

¿Te sientes feliz?

La ansiosa y quebrada sonrisa que cubrió sus labios poco a poco se desvaneció, mientras la voz que llegó desde el otro lado era olvidada y se mezclaba con el silencio a su alrededor, llenado solo por la lluvia golpeando la tierra fuera de esas cuatro y largas paredes.

―¿Importa...? ― preguntó Dazai. Sus dedos volvieron a cerrarse con fuerza alrededor del teléfono, temblando―. Estoy intentando ser el tipo de persona de la que te puedas sentir orgulloso...

Sabía que se había equivocado otra vez. Otra vez, dijo algo incorrecto. Otra vez, Oda le recompensaba con un largo silencio.

No le gustaba ese mutismo, no podía imaginar ni adivinar qué tipo de cosas estaba pensando Oda en ese momento, ni tampoco lo que le respondería. Tal vez le haría enfurecer o le rompería el corazón. Tal vez sería un consuelo o una ruptura total. Y mientras más tiempo pasaba, más nervioso y ansioso se sentía, más necesitaba una respuesta, una recompensa, que el otro hombre le asegurara de que no dijo nada malo y que todo estaba bien. Pero nunca recibió lo que quería.

A Oda su nerviosismo y dependencia no le importaba. Lo empujaba lejos o lo abrazaba por igual, diciendo lo que él creía correcto, lo que él pensaba que era lo que Dazai necesitaba escuchar. Pero Dazai nunca quería escuchar. No quería palabras, ni un golpe de realidad tan repentino. Podía enfrentar la realidad después, pero antes de ese choque, quería que Oda lo abrazara y besara, que le asegurara de que estaba haciendo las cosas bien y que podía relajarse. Quería poder cerrar los ojos y preocuparse por todo lo demás al día siguiente. Quería que, al menos por una noche, el otro hombre le cantara una canción de cuna y le prometiera que, cuando el sol saliera otra vez, se sentiría mucho mejor que cuando se fue a dormir.

Pero Oda no sabía cantar, y aunque lo quería a su lado, Dazai sabía que no podía tenerlo.

―¡Estaba bromeando! ¡Claro que importa! ― rio Dazai, y su voz se tornó de una falsa y desesperada felicidad que no logró convencer al otro―. ¡Estoy bien! ¡Todo está bien aquí! ¿Y para ti? ¿Estás bien? ¿Cómo va el trabajo? Ah, no entiendo por qué decidiste mudarte a Osaka, Kyoto es mucho más hermoso...

Y continuó balbuceando. Diciendo frases que el otro hombre esperaba escuchar, hablándole como si no hubiese una larga distancia entre ellos y tantas cosas que jamás se dijeron. Y aunque Oda sabía que la felicidad en su voz era falsa, lo dejó pasar. Respondió y aceptó cada una de las fingidas respuestas, tomándolas como verdaderas, sin saber qué hacer para que Dazai fuese sincero con él.

Habló de su trabajo en una escuela, de sus alumnos y de sus compañeros de trabajo. Mencionó la casa que había conseguido en una buena zona de Osaka y todos los lugares históricos que visitó desde que se mudó a la otra ciudad. Habló del regalo de Navidad que consiguió para Dazai, y lo mucho que quería entregárselo en persona, pero difícilmente podría viajar a Kyoto dentro de los próximos tres meses. Sin embargo, cuando lo hiciera, quería reunirse con Dazai antes que con cualquier otro.

Tengo otro regalo para ti de la Navidad pasada. Regresé a Kyoto a principios de este año y quise dártelo en persona ― comentó Oda―, pero no sabía donde encontrarte, nunca me dijiste a qué lugar te mudaste.

Y tú nunca me dijiste que estuviste de visita en Kyoto, pensó Dazai, pero alejando el dolor que le producía la falta de comunicación que él mismo creó, mantuvo el tono jovial de su voz y controló el temblor de sus cuerdas vocales.

―Sí, lo siento, olvidé eso ―Se excusó, apoyándose contra la ventana a su espalda, observando la oscuridad del pasillo e ignorando la lluvia en el exterior―. He estado... muy ocupado.

Tanto que, por un momento, se sintió bien. Sin pensar en lo que prometió, sin pensar en Oda, ni en novelas, ni en nada. Pero siempre supo que sería difícil no volver a caer por él, porque solo necesitaba recibir una llamada, solo escuchar su voz, para querer a Odasaku a su lado y prometerle que, esta vez, sí cumpliría su promesa con tal de que se quedara con él.

Pero Oda estaba lejos, y su voz distorsionada por la llamada se lo recordó constantemente.

Lo entiendo, este fue un año ocupado ― murmuró Oda. Desde el otro lado, Dazai podía escuchar sonidos alrededor. ¿También estaba lloviendo allá? Se preguntó, pero la respiración y la voz del otro hombre volvieron a atraerle fácilmente―. Hemos estado ocupados, pero estoy seguro de que podríamos encontrar el tiempo para vernos... ¿Por qué no vienes durante las vacaciones de verano? Te encantará Osaka y el lugar que conseguí. Es amplio, ahora tengo una gran biblioteca en casa y ya tienes más que la edad suficiente para beber, ¿no? Aunque sé que lo haces desde antes de conocerme, pero ahora podría llevarte a un buen bar que conozco.

―¿Y pasarnos la noche bebiendo y hablando de literatura? ― preguntó Dazai.

Por supuesto, ¿no se escucha como la mejor velada que pueda existir?

Podía imaginar ese escenario. Sentados uno al lado del otro, vasos frente a ellos. De fondo la tranquila música del local o tal vez el silencio. Platicando sobre una novela cualquiera, tal vez antigua, tal vez nueva. Comentando sus partes favoritas, o aquellas que más odiaron, criticando al autor o alabándolo, exponiendo que hubiesen cambiado ellos o que mantendrían ante cualquier versión.

Sí, podía imaginarse ese momento a la perfección, y aunque la sola idea provocaba una suave y afectiva sonrisa en él, incluso en su fantasía existía esa pared entre ellos que nunca supo cómo derrumbar. Esa cercanía que no era la que Dazai quería, esa relación que no tenía la forma que deseaba, el hilo que los unía era de color amarillo, brillante y vibrante, pero no rojo y atrayente como el color de la camelia que le dio esa noche a Chuuya.

Chuuya... ¿Cómo sería ese mismo escenario si, en lugar de Oda a su lado, estuviera Chuuya? ¿La música sería diferente? ¿También el silencio? ¿Las novelas serían aplazadas por poemas y un par de canciones?

No sabía a quién quería a su lado en esa fantasía, si a Oda o a Chuuya, pero no importaba si quería a uno más que a otro. En ese momento, no podía escoger a ninguno, porque no se los merecía, y ellos tampoco se quedarían a su lado, ni aceptarían ese segundo asiento.

Seguramente, si visitaba ese mismo bar, Dazai se sentaría solo frente a la barra.

―Suena como tu cita ideal ― comentó Dazai. Se sentía cansado, y no sabía cómo pudo mantener su voz estable y con ese tono amigable―. Tal vez yo no soy la persona a la cual deberías llevar a ese bar.

¿Qué? Por supuesto que sí. No hay nadie más a quien quisiera llevar.

Dolía, cada palabra dolía. No eran más que una ilusión, un cariño que nunca tomó la forma que Dazai quería. Pero, aun así, seguía esperando. Seguía deseando el día en el que Oda regresara a Kyoto y se quedara a su lado.

Sabía que no sucedería, pero quería engañarse a sí mismo y, bajo ese imposible sueño, una suave y melancólica sonrisa se formó en sus labios.

―¿Quieres verme...?

Sabes que quiero verte ― respondió Oda. Volvió a escuchar movimientos al otro lado, parecía que se movía por el lugar en el que estaba y se sentaba―. A pesar de todo lo que sucedió hace dos años, nunca estuve enojado, si eso te preocupa. Comprendí que necesitabas espacio y está bien si no querías responder a mis llamadas, eso no cambia nada, sigues siendo importante para mí.

―Y tú para mí ― admitió ―. Muy, muy importante...

Es bueno saberlo.

Podía imaginar fácilmente la sonrisa del otro hombre. Suave, cálida, aquella que no siempre formaba, pero que cuando sucedía, era la más hermosa que existía para Dazai. La misma que siempre quiso ver y que fuera solamente para él. La que quería ver al despertar, durante el almuerzo, la noche y en todo momento. Y pensando en ello, no pudo evitar reflexionar sobre su propia codicia que siempre estuvo en él, que nunca lo abandonó, incluso si ahora era mejor ocultando todas aquellas actitudes que Oda rechazaría.

Tal vez Oda siempre supo que era codicioso y egoísta, y por eso nunca lo amó. No podía culparlo, ahora sabía que el mayor se merecía a alguien mejor, y Chuuya también.

―Odasaku ― llamó, casi saboreando aquel infantil apodo y cada sílaba que lo conformaba.

Suavemente, dejando que su voz se perdiera en ese oscuro pasillo que solo estaba iluminado por las altas farolas del exterior. Y con la misma suavidad, con palabras delicadas y susurrantes, Oda respondió y masculló su nombre.

¿Sí, Dazai?

No, no su nombre. Su apellido. El mismo que el de su madre, el mismo que todos utilizaban para mantener la distancia de él. Dolió, pero ignoró la herida y dejó que sangrara.

―¿Crees que si yo hubiese sido diferente, nosotros...? ― calló. Cerró los ojos y sonrió para sí mismo, casi con derrota, casi aceptando lo que siempre negó a favor de mantener un poco de esperanza―. No, supongo que no. No importa, tengo que colgar.

Dazai, espera...

―Adiós, Odasaku. Te llamaré.

Colgó. Oda no volvió a llamar.

Sin saber que pensar, sintiendo una profunda soledad que incrementaba el vacío que sentía, Dazai se dejó caer poco a poco hasta tocar la fría cerámica que cubría el pasillo. Apoyado contra la parte baja de cemento que mantenía firme la ventana sobre su cabeza, miró a la oscuridad e intentó escuchar la lluvia en el exterior. Seguía con el teléfono entre las manos, sin saber que estaba esperando. Si Oda volvía a llamar, seguramente le respondería, pero sabía que necesitaba un momento a solas.

Aún dolía, aún lo añoraba y lo quería a su lado. Quería sus palabras tranquilas y su compañía silenciosa. Quería hablar sobre novelas y soñar con algo que no se merecía. Quería esa seguridad que le hizo sentir la misma noche en que lo conoció, cuando con solo pocas palabras pudo poner su mundo de cabeza y darle lo que siempre quiso; lo que codició hasta el punto de hacerle dejar al novio que tenía en Yokohama y seguirle hasta otra ciudad.

Pero ya nada de eso existía, ni las palabras confortables, ni la seguridad, ni la cercanía, mucho menos la ilusión de un tipo de amor que nunca recibiría de su parte. Aún quedaba un poco de anhelo, pero era cubierto por los escombros de aquello que construyó durante las últimas semanas de la mano de canciones y poemas.

Si Chuuya lo viera, sin duda estaría decepcionado de él, pero no le importaba. Más que cualquiera, el pelirrojo estaba acostumbrado a esa destrucción.

Una de las puertas del pasillo se abrió y alguien salió del interior de uno de los departamentos. Dazai mantuvo la mirada en la oscuridad y notó que la persona se acercaba a él, pero no levantó la cabeza, ni se interesó en el hombre que se inclinaba y le quitaba el teléfono de entre las manos.

―¿Era Oda, ¿no? ― cuestionó Ranpo, mirando el número desde el cual el otro hombre le había llamado.

Subiendo lentamente la cabeza, Dazai centró su mirada cansada en los ojos verdes iluminados por el brillo artificial.

―¿Cómo lo sabes...?

―Solo pones esa expresión cuando se trata de Oda ―señaló y suspiró. Le entregó el teléfono otra vez y se enderezó, tendiéndole una mano y enviado una silenciosa orden ―. Ven, levántate, vamos adentro.

Ni siquiera tuvo la oportunidad de negarse o decirle al otro que quería estar solo. Antes de cualquier movimiento o reclamo, Ranpo se inclinó y le tomó del brazo, sin importarle que Dazai fuese más alto que él. La puerta estaba abierta y podía escuchar la película reproduciéndose en el televisor; una música navideña pegajosa y melosa, los reclamos de Yosano sobre la tonada y los comentarios de Kunikida, pidiéndole a la mujer no moverse tanto mientras sostenía la copa de vino.

Sus amigos parecían animados. Yosano se escuchaba normal, un poco deprimida tal vez, pero mejor que minutos atrás. Era increíble como todo podía derrumbarse en tan poco tiempo, pensó Dazai. Había querido tanto pasar la noche viendo malas películas navideñas y comiendo dulces que no le gustaban. Y ahora, después de la llamada, solo quería regresar a su departamento y estar solo. Sacar una novela y releerla, volver a imaginar cómo sería su vida si no fuera quien era y si Oda estuviera aún a su lado.

Sería una verdadera tortura dormirse imaginando una vida que jamás experimentaría, un amor que no se merecía, pero era masoquista y quería ese momento. Engañarse a sí mismo, pensar que tenía una oportunidad que nunca nacería.

Y como si supiera que necesitaba desesperadamente un consuelo, su teléfono se iluminó otra vez con un mensaje entrante. Con movimientos lentos y desganados, Dazai volvió a observar el aparato y su corazón dio un vuelco cuando leyó el nombre de Chuuya. Ni siquiera lo pensó más de dos veces y abrió el mensaje, simple y cortó, todo lo que necesitaba: "Ya estoy en casa".

Y sus planes cambiaron. Empujó lejos la necesidad de soledad y los escenarios imaginarios de algo que no se merecía, siendo reemplazados por sus recuerdos de aquel lugar y de aquella noche que produjo, desastrosamente, la reconexión entre ellos.

Quería ir. Quería ir donde estaba Chuuya. No le importaba si sus compañeros de piso lo odiaban, si es que Kouyou también estaba ahí, quería ver a Chuuya. Lo necesitaba, lo deseaba, era la única persona que no lo juzgaría.

―¿Quién es? ― cuestionó el mayor, e intentó quitarle el teléfono de las manos. Sin embargo, Dazai fue más rápido y lo alejó, temeroso de que se le fuera arrebatado ese pequeño mensaje que parecía una gota de agua en un extenso y eterno desierto.

Vio la sorpresa reflejada en el rostro de Ranpo ante su reacción, desconcertado, tan confundido como curioso. Volviendo a dejar que la calma inexistente cubriera sus facciones, Dazai mostró la pantalla del teléfono; ocultando detrás de su pulgar parte del mensaje y solo dejando que se leyera el nombre del remitente.

―Chuuya ―explicó con simpleza, y antes de guardar el teléfono, releyó el mensaje. No era una invitación, pero sentía que, si se dirigía hacia el pelirrojo en ese mismo momento, no sería rechazado―. Yo... Iré a su departamento. ¿Te importa si me voy?

―Me importa ―aclaró Ranpo, pero soltó su brazo y lo dejó ir―, pero mientras que vayas directamente con ese chico, está bien.

Dazai soltó una risita ligeramente sarcástica.

―Parece que Chuuya te agrada bastante, más que cualquier otro.

―Sí, en este momento, me agrada incluso más que Oda ―confesó. Luego, solo soltó un suspiró y con repetidos movimientos de una mano, dejó ir a Dazai―. Vete, pero envíame un mensaje cuando ya estés allá.

Dazai ni siquiera lo dudó. Asintió y se despidió, alejándose e ignorando el grito de Ranpo y su ofrecimiento de un paraguas. No era necesario, pensó, estaría pronto en otro lugar mucho más cálido.

Le envió un mensaje a Chuuya sobre que necesitaba verlo, mientras bajaba las escaleras del edificio sin mirar los escalones, llegando al primer piso sin accidente alguno. Antes de salir y dejarse empapar por la lluvia, Chuuya respondió, y aunque lo insultó de paso, ya que estaba por dormirse, mencionó que lo esperaría y que le avisara cuando estuviera cerca de su residencia.

Ese simple detalle, tan banal, tan pequeño, le hizo sonreír. Y no le importó la lluvia que seguía cayendo, o el frío que aumentaba mientras la noche avanzaba. En los próximos días sin duda nevaría, pensó Dazai, y se preguntó si es que Chuuya querría dar un paseo nocturno como los de antaño, pisando la nieve resbaladiza y jugando con ella como cuando solo se tenían el uno al otro.

Y en ese momento, mientras la lluvia se aferraba a su ropa y se imaginaba que el pelirrojo le regañaría por llegar a su departamento empapado, pensó que, otra vez, Chuuya era la única persona que tenía. Otra vez, la única en la que podía confiar plenamente, a quien no le importaba si era bueno, malo o nada. La única que, a pesar de todo lo que hizo y dijo cuando era un mocoso y cuando volvieron a encontrarse, quiso tenerle cerca, incluso si era más por orgullo y por no darle el gusto a Dazai de mantenerse alejados.

Seguía sin comprender a Chuuya y porque hacía lo que hacía, pero antes y ahora, nunca necesito entenderle, solo confiar. Y esa idea le hizo sonreír incluso si el cabello comenzaba a pegarse al rostro y la lluvia escurría sobre sus ojos. Pero tan rápido como sintió esa escondida adoración, la fría comprensión le heló desde el interior.

¿Qué hizo con la confianza que Chuuya depositó en él? Se preguntó, poco a poco dando pasos pequeños, poco a poco dejando de caminar. Pisotearla una y otra vez, recordó. Antes y ahora, siempre la pisoteó y no le importó herirlo, no le importó hasta poco tiempo atrás. ¿Qué le aseguraba de que no volvería a hacerlo? Ni siquiera logró cambiar por Oda, mucho menos podría ser un amigo decente para Chuuya.

No era bueno para Oda, no era bueno para Chuuya, no era bueno para nadie. Ambos, todos, tenían otras personas más importantes que él y no los culpaba por ello. Si estuviera en sus zapatos, Dazai también preferiría mantenerse lejos de alguien como él.

Y a mitad de camino, se detuvo. Dejándose empapar por la lluvia, sin importarle si el teléfono guardado en el bolsillo interior de la gabardina se estropeaba o no. Aún sobrevivía al agua, notó cuando un nuevo mensaje llegó y el aparato vibró. Con manos temblorosas lo tomó y miró la pantalla. Chuuya otra vez, preguntándole dónde estaba, ofreciendo ir por él sin importar en qué lugar se encontraba y preguntando si es que tenía un paraguas consigo.

Quiso decirle que estaba cerca, que no tenía un paraguas, que quería mucho que viniera por él. Pero no lo hizo. Le envió un mensaje diciéndole que había cambiado de opinión y que regresaría a su propio departamento, luego apagó el teléfono, lo guardó y continuó caminando. Más allá de esas calles, más allá del lugar donde Chuuya seguramente seguía esperando un mensaje suyo, mientras miraba por la ventana y no veía nada más que un lienzo oscuro con pequeños y dispersos focos de luminosidad.

No lo merecía. No era bueno para él, ni siquiera pudo cambiar y ser bueno para Oda, mucho menos lo sería para Chuuya. ¿Cómo serlo? Si cuando estaba con él, era la misma persona que sus padres despreciaban, la misma a la que no le importaba nada, la misma que dejó al pelirrojo años atrás sin una palabra, la misma que dos años después alejó a Odasaku.

Jamás había visto un cielo más oscuro en su vida, tan profundo y vacío, igual a como se sentía. Las farolas al costado de la calle no desprendían una luz suficientemente fuerte como para iluminar más allá del cemento que pisaba en ese infinito y humano infierno de altos edificios y sin sentidos.

Sin importarle los autos que pasaban al costado, sin preocuparse de las llamadas que seguramente estaba recibiendo su muerto teléfono, o la mirada curiosa de las pocas personas que volvía a casa de madrugada y bajo la lluvia como él, caminó como si no tuviera un rumbo fijo. Llegaría a su departamento de todas formas, pensó, pero no todavía. En ese momento, no quería estar envuelto por novelas o poemas, mucho menos canciones. Solo quería silencio, cualquier otra distracción. Fuese buena o mala, no importaba. Cualquier cosa estaría bien, incluso aquellas que prometió no volver a tocar y que hace años abandonó...

Un auto se detuvo al costado de la calle. Un taxi, notó Dazai cuando miró de reojo por un muy breve segundo. Le restó importancia y siguió caminando, sin detenerse cuando la puerta de este se abrió, pero esperando un momento cuando escuchó una voz conocida.

―¿Qué haces caminando en la lluvia a esta hora? ―dijo la mujer aún dentro del taxi―. Y sin un paraguas. Pareces un perro callejero, Dazai.

―Siempre fuiste tan buena ofendiéndome, Tomie ―respondió, soltando una risita sin emoción.

Al darse la vuelta, Dazai solo le envió una sonrisa a Tomie. La mujer volvió a observarlo de pies a cabeza, y mantuvo su atención en la expresión del otro. Tenía el flequillo casi totalmente pegado a la frente y cubriendo su rostro, pero el cabello se dividía y dejaba apreciar sus ojos de todas formas.

―Ah, hace tiempo que no veía esa expresión en ti, no desde que me dijiste que ya no querías divertirte conmigo ―comentó, casi sonriendo con emoción y nostalgia, y al observar esa diversión en ella, Dazai recordó porque inicialmente se acercó dos años atrás.

―¿Sigues enojada por eso? ―cuestionó, con el mismo tono burlón de ella.

―Por supuesto. No sabes lo frustrante que fue al fin encontrar a alguien que piensa como yo solo para que decidiera volverse una "persona decente" ―reclamó. Dejó la puerta del taxi abierta y se movió a un costado, dejándole espacio en el asiento trasero―. Sube, niño bueno, te llevaré a casa, no creo que a nuestro taxista le importe que mojes el asiento, ¿o sí?

El hombre al volante no respondió. De cualquier forma, incluso si el conductor no parecía estar de acuerdo o conforme, no se atrevió a decir nada. Dazai se alzó de hombros y decidió entrar, sentándose junto a la mujer e ignorándola cuando esta se apegó a él inmediatamente; reclamando por la humedad de su ropa y ofreciendo formas de entrar en calor.

Dazai resopló. Observó el escote pronunciado, pero sin interesarse en la piel ante sus ojos o en sus propuestas. Su desinterés no hizo más que animar a la chica y divertirle. Le molestaba, realmente lo hacía, pero en sus peores momentos, fue una buena distracción para él.

Las similitudes entre ellos fue lo que inicialmente los atrajo el uno al otro, recordó Dazai. Sus antecedentes familiares eran parecidos, ambos eran autodestructivos y sin un poco de interés por todo lo que ocurría a su alrededor. Vacíos, buscando constantemente con qué entretenerse o distraerse; ya fuese con personas o cosas. Daban los mismos pasos en el mundo sin saber qué realmente querían o necesitaban, viviendo solo porque ya estaban ahí. Pero, mientras que Dazai siempre se sintió ahogado por ese estilo de vida y no quería nada más que alguien le ofreciera una salida de ese ciclo continuo, Tomie parecía disfrutarlo.

Disfrutaba los excesos, disfrutaba cada máscara o papel que representaba frente al resto. Jugar con ellos, ofrecerles una momentánea distracción, envolverlos alrededor de su dedo y luego dejarlos. A vista de todos, era una mala persona. Para Dazai, era simplemente humana; escogió a sus víctimas, enemigos y aliados cercanos como cualquier otro.

Tres años atrás, intentó convertir a Dazai en su nuevo juguete, sin darse cuenta de que el moreno siempre supo sobre sus intenciones y las aceptó para su propio beneficio. Y no poder tenerlo en su palma como al resto de los hombres, realmente le divirtió. En algún momento, lo proclamó como su mejor amigo, y durante meses siempre se les vio juntos en todo lugar. Tomie pensó que disfrutaba del libertinaje tanto como ella, pero después de todo lo que ocurrió y de la promesa que le hizo a Oda, la dejó de lado.

Al igual que a Chuuya, Dazai se alejó de Tomie por Oda. Pero a ella no le importaba realmente. Su falta de explicación no le hizo daño como a Chuuya, y se buscó rápidamente nuevos juguetes.

Pero, de vez en cuando, se siente nostalgia por ese juguete favorito que crees perdido. Y cuando lo encuentras, no puedes evitar desear su consuelo incluso si es incorrecto.

La lluvia se detuvo por un momento. El taxi se detuvo frente a su departamento después de un corto y silencioso viaje. La mujer se alejó de él, aún con su sonrisa burlona y murmurando que no se preocupara por el dinero, ella pagaría el viaje cuando llegara a su propio lugar.

Sin negarse a ese ofrecimiento, Dazai asintió y se despidió. Abriendo la puerta y bajando del automóvil, levantó la mirada y observó el edificio frente a él. La totalidad de las luces estaban apagadas, y no quería estar solo en esa oscuridad.

―¿Quieres subir? ―ofreció, sin pensarlo más allá y mirando a Tomie con la misma expresión vacía y carente de emoción que recordaba.

―¿Quieres recordar viejos tiempos, Dazai? ―preguntó, con lasciva sonrisa que Dazai reflejó.

E inclinándose hacia ella, le acomodó el cabello de la misma forma en que lo hizo con Chuuya esa noche. No pudo evitar pensar que realmente prefería el ondulado cabello pelirrojo a aquel oscuro y liso por el cual pasó sus dedos. Pero, en ese momento, ya no importaba.

No se merecía a Chuuya, no se merecía a Oda. No se merecía a nadie, Tomie tampoco. Y tal vez por eso, se merecían el uno al otro.

―Creo que tengo ganas de cometer un error o dos.

[•••]

Regresó a su departamento, junto a Kouyou, a eso de las una de la madrugada.

No era tan tarde, así que sus compañeros de piso seguían despiertos y mirando una mala película navideña. La mesa de centro estaba cubierta de extremo a extremo con bocadillos y comida chatarra. Responsablemente, no le dieron de esa mala comida a su sobrina, y la niña ocho años, después de la cena, se apropió de la cama de Chuuya y se durmió, cansada de las malas bromas de Albatross y de responder los constantes mensajes que su madre le enviaba.

Pudieron quedarse un poco más despiertos, o tal vez hablar y ponerse al día después de tanto tiempo, pero Kouyou se veía cansada y desanimada. Rechazó la habitación libre y masculló que podía compartir cama con Kyoka sin ningún problema. Sin embargo, cuando el sol se alzara, podrían pasar todo el día juntos y poniéndose al día como familia. Chuuya masculló que aquella era una excelente idea.

Y lo hubiera sido, pero Dazai dejó de responderle después de ese último mensaje, y eso logró deprimirle un poco.

No estaba molesto por su repentino deseo de verle, al contrario, se sintió... emocionado con ese mensaje, y era un sentimiento tan nuevo como nostálgico que le hizo mantenerse despierto para esperar al moreno.

No sabía que quería Dazai, pero si quería verle en ese lluvioso momento, no se lo negaría. Sentía que quedaban "asuntos" pendientes entre ambos desde su breve encuentro en el Falling Camellia, y aunque quisiera negarlo desesperadamente, sabía que aquello era atracción.

Y ese sentimiento era inquietante e incorrecto, le aterraba, pero la camelia entre sus manos y lo que sentía cada vez que la miraba, le daba un poco de optimismo.

Tal vez podría soportar el miedo. Tal vez Dazai no le fallaría esa vez, y creyó que tendría la respuesta a esa posibilidad cuando Dazai llegara a su lado.

Pero el moreno cambió de parecer; sin consultarle nada, sin preguntarle si estaba de acuerdo. Se dio la vuelta y decidió regresar a su propio departamento, y Chuuya no estaba molesto, sí decepcionado, pero no deprimido.

Podrían verse después, pensó. Podría tener la respuesta que quería después, no debería deprimirse. Pero la conocida tristeza era inevitable, y el clavo que terminó de cerrar el ataúd de esa tan prematura esperanza, fue el teléfono apagado al otro lado.

Quiso convencerse de que tal vez se le había agotado la batería. Tal vez olvidó conectarlo a la corriente cuando llegó a casa. Tal vez se durmió rápidamente. Pero a la mañana siguiente, cuando la lluvia se detuvo y un cielo celeste se extendió de extremo a extremo sobre su cabeza, el teléfono seguía apagado.

¿Por qué se sentía como un segundo abandono de su parte...?

―Bueno, al menos no bloqueó mi número esta vez... ― murmuró, riéndose de sí mismo; otra vez frente a la ventana, con el teléfono en la mano y mirando a la distancia.

―¿Quién no bloqueó tu número? ― preguntó una suave e infantil voz.

Al ladear el rostro, notó a Kyoka junto a él, mirándole fijamente. Chuuya se preguntó en qué momento la niña llegó a su lado. Ni siquiera había escuchado sus pasos acercándose a él.

―¿Tú madre no te enseñó a no entrometerte en conversaciones ajenas? ― Intentó regañar, pero la mirada ajena seguía imperturbable.

―Estabas hablando solo― señaló.

Chuuya suspiró. Guardó el teléfono y palmeó la cabeza de la niña.

―Sí, sí. Lo siento, Kyoka, estoy un poco cansado.

Demasiado cansado, corrigió para sí mismo. Casi no pudo dormir. Intentó hacerlo, no pensar en los motivos de Dazai para apagar el teléfono, olvidarlo y olvidarse de su propia existencia, pero fue imposible. No sabía durante cuánto tiempo dio vueltas y vueltas en la cama intentando desconectar su cerebro, pero cuando lo logró, fue un sueño vacío, oscuro, sin nada en él. Y casi cinco horas después, fue despertado por Kyoka.

La niña quería desayunar y no había querido despertar a Kouyou. Murmuró algo sobre que su mamá se veía un poco deprimida incluso en sueños, así que pensó que era mejor dejarla descansar un poco más. Por otro lado, Chuuya parecía dentro de un sueño incómodo, así que pensó que le hacía un favor al despertarlo y, al mismo tiempo, obtenía el desayuno.

De cualquier forma, Kouyou despertó inmediatamente después de darse cuenta de que su hija no estaba con ella, y Chuuya no pudo volver a dormir.

Kouyou se ofreció a cocinar, Kyoka se quedó a su alrededor casi en todo momento, murmurando que le gustaría desayunar, mientras Chuuya volvió a tomar el teléfono y revisar los mensajes. Eran alrededor de las diez de la mañana, pero su bandeja estaba vacía. Sin notificaciones, sin llamadas perdidas, sin Dazai.

―Vamos a desayunar ― dijo Kyoka, alejándolo de sus pensamientos una vez más―. Mamá dijo que almorzaremos afuera, así que tenemos toda la mañana para hacer lo que queramos.

―Sí, tenemos bastante tiempo...

A Kouyou le gustaba almorzar alrededor de las dos, recordó. Tenían unas cuatro horas para eso y seguía pensando en Dazai. Seguía mirando su teléfono, esperando un mensaje de él, una llamada o cualquier cosa, pero la pantalla se mantenía vacía.

Por un momento, decidió que la mejor opción era olvidarse de él y esperar a encontrarlo en la universidad la próxima semana, golpearlo y preguntarle cuál era su jodido problema y por qué apagó el teléfono. Sabía que, seguramente, Dazai desviaría el tema e inventaría alguna tonta excusa, pero lograría sacarle la verdad de todas formas.

El problema: no quería esperar. La ira y la decepción eran fuertes en su pecho, insoportables y no quería manejarlos de forma madura. No quería esperar a que las vacaciones de Navidad terminaran para volver a cazar al moreno y exigirle respuestas. Mientras antes mejor, ¿no? Y tal vez no sabía la dirección del departamento de Dazai, pero estaban en la misma ciudad y sabía quién podría ayudarle...

¿Sabes qué hora es? ―respondió Akutagawa después de cuatro timbres.

―Suficientemente temprano ―dijo Chuuya e ignoró el quejido molesto del otro lado―. Ryuu, dime dónde vive Dazai.

Akutagawa calló. Después de algunos segundos de silencio, soltó un suspiro como si se arrepintiera de cada una de sus decisiones de vida, o simplemente era el cansancio. Sabía que el chico no siempre dormía lo suficiente, aprovechaba los fines de semanas y días festivos para recuperar todo el sueño faltante. Por un momento, Chuuya se sintió mal de haberlo despertado, pero antes de que la culpa se extendiera y creciera, el otro respondió.

¿Por qué me preguntas a mí? No tengo ni idea, Nakajima debería saber...

Saber que estaba tan cerca de lo que quería le impacientó y, sin querer hacerlo, terminó alzando la voz. Su hermana y sobrina le observaron desde la cocina, pero decidieron no entrometerse.

―¡Entonces llama a Atsushi! ―exigió―. ¡O dame su número para preguntarle! Tengo cuatro horas antes del almuerzo. ¡Debo que ir y golpear a ese idiota ahora mismo!

Al otro lado de la línea, Akutagawa soltó un quejido.

Mierda, ¡está bien! ¡Deja de gritarme al oído!

Akutagawa colgó, sin decir nada más y dejando a Chuuya con las palabras a mitad de garganta. El pelirrojo estuvo por marcar otra vez y gritarle por colgar, pero antes de que su dedo diera contra el ícono de llamada, el guitarrista se le adelantó.

Tampoco sabe dónde vive Dazai ―dijo Akutagawa incluso antes de que Chuuya abriera la boca. La decepción volvió a posarse en su pecho, pero tan rápido como llegó, esta se fue―. Pero dijo que un tipo llamado Ranpo, que ya conoces, lo sabe. Le di tú número, te enviará su dirección.

Soltando el aliento que no sabía que estaba conteniendo, Chuuya sonrió para sí mismo.

―Gracias, Ryuu, ¿qué haría yo sin ti?

Estupideces seguramente ―respondió, calló por un momento y luego, con todo resignado, agregó―: Y aun así las haces. Por favor, no hagas ninguna estupidez ahora o no podré volver a dormir.

―No prometo nada.

Antes de colgar, escuchó a Akutagawa soltar un quejido más. Casi se sintió mal por molestar de esa forma a su guitarrista, tal vez había adquirido sin saber esa mala costumbre de Dazai, y pensando en el moreno, se apresuró a comer el desayuno que su hermana tan diligentemente preparó.

Kouyou se veía bastante cansada, como si tuviera mucho en mente en ese momento y necesitara alguien con quién platicar. Sin embargo, Chuuya sabía de primera mano que, aunque preguntara, su hermana no hablaría hasta que pusiera sus pensamientos en orden y quisiera apoyo. De todas formas, su cabeza estaba enfocada en otra cosa en ese momento y, aunque quería pasar el día de Navidad con su hermana y sobrina paseando por Kyoto, primero necesitaba ver a Dazai.

Cuando terminó el desayuno, se levantó de la silla y se alistó en menos de diez minutos. Kouyou le preguntó a dónde iba, pero el menor de los hermanos solo le dio un beso en la mejilla a la pelirroja y a su sobrina, mientras murmuraba a la mujer que simplemente dejara los platos sucios en el lavavajillas para que Albatross los limpiara, ya que era su turno. Luego, antes de salir, le pidió enviarle la ubicación del lugar donde almorzarían y él las vería ahí.

Les dio una última palabra de despedida apresurada y se marchó, sin escuchar por completo lo que Kouyou le decía o el "que te vaya bien" que Kyoka soltó.

Ya en el primer piso, volvió a mirar su teléfono. No había mensajes de Dazai, pero sí de un número desconocido. Atsushi, precisó, y después de registrar su contacto, leyó la dirección y marcó el número telefónico que había adjuntado. Mientras salía de su complejo de apartamentos y se encaminaba en dirección a otro, calculando que no demoraría más de quince minutos a pie en llegar, la persona a la cual llamaba respondió.

¿Quién eres y cómo conseguiste mi número? ―respondió Ranpo.

―Soy Chuuya, ¿lo recuerdas? El tipo que te pidió el horario de Dazai. Atsushi me dio tu número.

Oh, sí, el cantante, ¿qué necesitas? ―cuestionó, y Chuuya casi podía imaginarse su sonrisa picaresca―. ¿No puedes sacar a Dazai de tu casa y quieres que vaya a buscarlo?

―¿Te dijo que vendría a mi departamento? ―El hombre al otro lado de la línea tarareó una afirmación―. Bien, ese es el punto, Dazai no llegó. Me dijo a los diez minutos que cambió de opinión y desde ese momento tiene el teléfono apagado.

Mierda, dame un momento. ―Alejó el teléfono, pero de todas formas Chuuya logró escuchar como Ranpo hablaba con otra persona―. Akiko, llama a Dazai...

Escuchó a una voz femenina preguntar un "¿Por qué?". Ranpo insistió una vez más y luego silencio. La llamada seguía en curso, tanto Chuuya como Ranpo al otro lado de la línea atentos si es que otro teléfono era respondido o no. Casi dos minutos después, el otro hombre volvió a su llamada.

Sigue apagado ―informó, y por su tono de voz, Chuuya adivinó que el resultado de la otra llamada no le complacía―. Bien, ya sabes que no eres él único al que no le responde. ¿Algo más que quieras de mí a tan temprana hora?

―Es casi mediodía ―resopló―. Dame la dirección del departamento de Dazai.

No creo que eso sea una buena idea en este momento, Dazai ayer...

Ranpo se interrumpió a sí mismo, pero casi parecía que lo había hecho a propósito. Como si hubiera dejado escapar a conciencia un poco de información y quería saber si Chuuya insistiría por saber más.

Por supuesto que insistiría, ya estaba a mitad de camino.

―Puedes decirme donde vive por teléfono o en persona, Atsushi también me dio tu dirección y ya estoy bastante cerca.

Sí que eres alguien de temer, ¿no? ―El hombre suspiró, pero casi se escuchaba tan complacido como preocupado―. Te espero aquí, creo que necesitas saber un par de cosas antes de ir directamente con Dazai.

―Llego en diez minutos ―informó y colgó.

Y como prometió, llegó y se detuvo frente a una desconocida puerta exactamente diez minutos después del final de esa llamada y de haber registrado el contacto de Ranpo.

Golpeó tres veces antes de que la puerta fuera abierta por la misma mujer de oscuro y corto cabello que vio junto a Dazai la noche anterior en el local. Se veía aburrida y cansada cuando abrió, mascullando hacia el otro ocupante del lugar que, seguramente, la comida que pidieron ya estaba ahí, pero cuando observó su rostro correctamente y le reconoció, su expresión se tornó tan sorprendida como confundida. Chuuya le devolvió la mirada, levantando una sola y cobriza ceja.

―Tú... ¿Qué haces aquí?

―Vine a ver a Ranpo ―explicó, como si fuese lo obvio―. Estoy aquí por lo de Dazai, ¿no te dijo?

La mujer casi parecía traicionada cuando mencionó al moreno. No la traición de un amante, notó Chuuya, sino la de un amigo en el cual, creyó, podía confiar plenamente.

Sí, Dazai no era de confiar ni como amigo ni como pareja, pensó Chuuya, y empatizó con lo que la mujer estaba sintiendo en ese momento. Sin embargo, por mucho que quisiera despotricar sobre el moreno, no tenía tiempo para ello.

―¿Conoces a Dazai...?

―¿Sí? ―Frustrado, se cruzó de brazos e intentó mantenerse tranquilo, aunque era difícil. Estaba ansioso, solo quería obtener la información y detalles que necesitaba y largarse de ahí―. ¿Me vas a dejar pasar? No tengo mucho tiempo.

La pelinegra asintió. Abrió la puerta un poco más y se hizo a un lado, dejándole entrar. Cuando sus hombros pasaron rozando el uno del otro, la mujer volvió a hablar; el sentimiento de traición reflejado en su voz se mezcló con un poco de tristeza y un poco de esperanza que, rápidamente, desapareció.

―¿Kouyou no te habló de mí? ―cuestionó―. ¿De alguien llamada Yosano Akiko?

―¿Kouyou? ¿Mi hermana? ―Yosano asintió. Chuuya la observó de pies a cabeza, pero no recordaba haber escuchado su nombre ser mencionado por su hermana alguna vez; ni en llamadas, ni la noche anterior al regresar a su departamento―. Lo siento, Yosano, ella nunca me habló de ti...

Su expresión, el dolor en sus ojos, el tono agrio en su voz era algo con lo cual Chuuya podía empatizar. Él también había experimentado aquellos sentimientos cuando Dazai le dejó, y un poco de estos resurgieron la noche anterior a causa del teléfono apagado. Podía entenderla, mierda, seguramente la entendía mejor que nadie, y quería preguntarle de dónde conocía a Kouyou, pero al mismo tiempo no quería saber.

Seguramente, la respuesta no le gustaría, y necesitaba ver a Dazai en ese momento. De cualquier forma, él no se atrevió a preguntar, y ella cubrió su tristeza rápidamente bajo una máscara de cansancio.

―No te preocupes, no soy nadie, solo una conocida ―suspiró, y tras cerrar la puerta, apuntó hacia el pequeño balcón―. Ranpo está ahí afuera. Siéntete como en casa.

Chuuya murmuró un "gracias" al que Yosano solo asintió. La mujer se marchó, encerrándose en la que, supuso, era su habitación. El pelirrojo se aseguró de recordar su nombre y rostro para preguntarle a Kouyou sobre ella durante el almuerzo, pero por ese momento, tenía otro asunto que atender. Cruzó la sala en dirección al lugar desde el cual entraba la mayor cantidad de luz, distrayéndose por un segundo con los libros esparcidos sobre la mesa de centro.

Solo fue un segundo en el cual no mantuvo la mirada sobre el ventanal, pero fue suficiente para casi hacerlo chocar con el hombre que iba entrando con una regadera entre las manos. Por suerte, Chuuya logró reaccionar a tiempo y dar un paso hacia atrás. Inevitablemente quiso reclamarle al otro, pero la expresión seria de Ranpo alejó cualquier pequeño sentimiento de irritación que pudo sentir.

―Dazai recibió una llamada anoche ―informó Ranpo sin que fuese requerido y, por un momento, confundiendo al otro, pero rápidamente comprendió el camino al que lo guiaba todo ello―, antes de que tú le enviaras un mensaje.

―¿Esa llamada tiene que ver con "aquello que tengo que saber" antes de ir directamente donde el idiota? ―cuestionó.

El mayor asintió. Dejó la plateada regadera en un mueble junto al ventanal y se dio la vuelta, silenciosamente indicándole a Chuuya que le siguiera hacia el exterior. El pelirrojo no dudó y se apoyó en la baranda del balcón junto al otro, mirando hacia el horizonte o la calle bajo ellos.

Quiso exigirle que le dijera de una vez qué había sucedido con esa llamada o por qué era tan importante. Le estaba quitando tiempo valioso y no quería esperar a las respuestas que se merecía, ni a su hermana y sobrina que le esperaban para almorzar. Pero, incluso con tan poco tiempo, sabía que no podría apresurar a Ranpo.

―Tal vez parezca que me importa una mierda, pero realmente estoy preocupado por Dazai ―confesó el pelinegro, sin mirar a quien estaba a su lado. Chuuya notó como apretaba las manos, era una tensión casi imperceptible que, cualquier otro, hubiese pasado por alto, pero él estaba acostumbrado a ese tipo de expresión; Dazai solía hacer lo mismo―. Es un idiota, él... Realmente fue un desastre hace dos años y recuperarlo fue bastante difícil. Lo he estado vigilando todo este tiempo para que no recaiga en lo de antes, pero supongo que nunca pudo dejar de lado todo lo demás, aunque fingió hacerlo...

Ranpo rio, no de la situación o del oyente a su lado, pero sí de sí mismo.

―Pensé que al fin dejaría de aparentar algo que no es contigo a su lado ―murmuró―. Pero no pensé en la posibilidad de que Oda continuara intentando contactarlo, que idiota...

―¿Oda? ―inquirió, atrayendo la mirada confusa del otro a la suya―. Ese Oda... ¿Es el mismo que Dazai llama "Odasaku"?

Ranpo asintió, lentamente, tanteando el terreno por el cual pisaba, así como las palabras.

―¿Conociste a Oda? ―Chuuya negó.

―Solo conozco su nombre ―aclaró, e intentó ignorar el sabor agrió que sintió en todo su paladar al recordar a ese hombre del cual ni siquiera conocía el rostro. ¿Qué era eso que sentía? ¿Resentimiento? ¿Envidia? ¿Celos?― . Solo hace algunos meses me enteré del nombre de la persona por la cual Dazai me dejó...

―¿Te dejó? ―inquirió una tercera voz, y cuando ambos hombres se dieron vuelta, notaron a Yosano a unos metros de ellos, recogiendo un par de cosas de la mesa de centro y escuchando sin realmente querer hacerlo―. ¿Qué eres de Dazai exactamente?

Yosano no quería entrometerse, ni escuchar más. Simplemente, fue una casualidad que, de una u otra forma, tenía que suceder. Sabía que el hermano de Kouyou estaba en su departamento por Dazai, que lo conocía y que su "amigo" jamás le dijo nada sobre ello, pero en cuanto se sintió traicionada por esa falta de comunicación, pensó que no tenía sentido su enojo. No es como si Dazai supiese quien es Kouyou más allá de lo que ella le dijo, ¿no? Así que intentó relajarse y decidió ordenar un poco mientras los otros dos hablaban y esperaba la llegada de la comida que pidió.

Pero mientras más escuchaba, mientras la mirada de Ranpo se tornaba más seria y molesta, más quería saber. Pero sabía que la respuesta no le gustaría, y, aun así, no podía hacer nada para detener cualquier cosa que saliera de los labios de Chuuya.

―Soy su exnovio. Salimos durante la secundaria, me dejó antes de venir a Kyoto.

Hace cuatro años atrás. ¿Durante cuánto tiempo? Se preguntó Yosano. ¿Durante cuánto tiempo Dazai salió con ese chico? ¿Cuánto conocía de él? Rápidamente empujó a un lado esa pregunta y se dejó envolver por los sentimientos de traición que regresaron con mayor fuerza.

Dazai siempre supo quién era Kouyou, incluso antes que ella, y no le dijo absolutamente nada.

―¿Lo sabías? ―siseó Yosano, mirando a su mejor amigo―. ¿Sabías que él la conocía?

Ranpo intentó mantenerse firme, sin desviar su mirada de aquella a la cual estaba tan acostumbrado y familiarizado.

―Akiko...

―¡Solo dime si lo sabías!

―Hey, hey, no estoy entendiendo ni una mierda de lo que está sucediendo ―dijo Chuuya, interponiéndose entre ambos―. Y, sinceramente, no me importa. No me importa si Dazai recibió una llamada de ese Oda o si él nunca les dijo que fuimos exnovio, solo dame su maldita dirección y déjame largarme.

Yosano seguía bastante molesta, sin embargo, se obligó a calmar lo que sentía y a desviar la mirada hacia el pelirrojo en el balcón. Pero incluso si se veía calmada por fuera, la frialdad en sus ojos decía todo. El sentimiento de traición se reflejaba en sus iris amatistas y era una expresión con la cual Chuuya volvió a empatizar.

Recordaba esa expresión en él, y le hubiese gustado mucho que, en su momento, alguien hubiera podido comprenderlo. Pero no tuvo a nadie, Yosano lo tenía a él, y cuando la mirada de la mujer se fijó en la propia, ni siquiera se estremeció.

―¿Quieres ver a Dazai? ―inquirió Yosano, con brusquedad en su voz.

Chuuya resistió el impulso de resoplar o de recalcar que era lo obvio. Decidió aferrarse a esa ira en la cual se reconocía y asintió.

―Me gustaría mucho que fuese dentro de las próximas dos horas, tengo otras cosas que hacer.

Por un breve momento, se sostuvieron la mirada. Yosano volvió a observar a su mejor amigo, recordó la noche anterior, recordó cada momento en que habló de Kouyou frente a Dazai y como este jamás le dijo que la conocía. ¿Él sabía que las cosas con ella no funcionarían? ¿Sabía que era solo una distracción para Kouyou? ¿Se había entretenido viéndola esperar amor solo para ser rechazada?

¿La llevó a ese evento la noche anterior sabiendo que Kouyou estaría ahí?

Las preguntas se acumulaban. Quiso conseguir respuestas de parte del pelirrojo, pero Chuuya también estaba dentro de un mar de dudas y suposiciones tal como ella.

Podía empatizar con ese sentimiento y con esa necesidad de respuestas.

―Bien, te llevaré a su departamento.

El rostro de Chuuya se tornó animado, mientras que el de Ranpo palideció.

―¡Akiko!

―¿Qué? ―inquirió, dándose la vuelta y mirando a su mejor amigo por sobre el hombro―. Dazai tiene que responderle un par de cosas, ¿no? Bien, ¡también tiene que darme algunas explicaciones a mí!

Era el peor escenario, pensó el mayor de los tres, y no había nada que pudiera decir para detener la ira de su mejor amiga o la insistencia del otro chico.

―Este no es un buen momento...

―¡Me importa una mierda si lo es o no! ―exclamó Yosano, opacando con su voz la ajena y alejándose después de darle una última mirada molesta a su mejor amigo; al menos, entre ellos dos, el tema aún no estaba acabado, pero continuaría después―. ¡Vamos ya, chico!

Chuuya ni siquiera lo dudó. Le dio una última mirada a Ranpo antes de seguir a la mujer, gritándole que tenía un nombre y que lo llamara por él. Ambos ignoraron las palabras de Ranpo y su intento de persuadirlos de esperar solo cinco malditos segundos y escucharle. Ambos eran igual de tercos, notó, y nada de lo que dijera haría que se detuvieran.

Salieron cerrando la puerta de un portazo que hizo retumbar las paredes y, por un instante, Ranpo quiso seguirles y azotar la puerta también.

―¡Mierda...! ― gritó hacia el silencio del departamento.

Rápidamente, buscó su teléfono e intentó llamar a Dazai una vez más, pero el teléfono seguía desconectado. Llamó una y otra vez, pero el mensaje de la operadora seguía siendo el mismo. Al asomarse al balcón, ya no veía ni a Chuuya ni a Yosano por la acera. Intentó llamar a Dazai una última vez, pero el moreno seguía sin responder.

Sin otra opción, abrió su sala de chat.

"Espero que no hayas cometido ninguna estupidez o esto se pondrá peor para ti..." escribió en un mensaje que, sabía, no sería leído hasta horas o días después, pero ¿qué más iba a hacer? ¿Intentar llegar al departamento de Dazai antes que Yosano y Chuuya? Era imposible. De seguro, con lo enfadados que ambos estaban, ya iban a mitad de camino.

Consideró llamar a Kunikida y confiar en que este llegara antes que los otros dos al departamento de Dazai, pero antes de marcar su número, pensó que tal vez lo mejor era dejar que todo se derrumbara.

Tal vez, algo podría salir de ello. No algo bueno, ni malo, solo un avance. Y Dazai, más que cualquiera, necesitaba ese golpe de realidad.

[•••]

Desde el borde de la cama, acomodándose las últimas vendas sobre la cicatriz más larga en su muñeca izquierda después de ducharse, Dazai observó su teléfono en el escritorio frente a la única ventana de la habitación. Las cortinas estaban cerradas, poca luz pasaba, pero aquella que lograba entrar le daba una señal del cielo azul y claro allá afuera.

Quería levantarse y abrir las cortinas, encender otra vez el teléfono y revisar si Oda había vuelto a llamar. Pero no quería ver ese cielo celeste, demasiado limpio, demasiado brillante, tan diferente a él; ni encontrarse con las llamadas perdidas y arrepentirse por haber desperdiciado, una vez más, la oportunidad de escuchar a Odasaku y la eterna tranquilidad en su voz. ¿O era desinterés? Ya no estaba seguro, ya no lo recordaba, ni sabía cómo diferenciar la calma o indiferencia en su tono.

Dolía que le hablara de esa forma, dolía notar cómo dejó de ser importante para él, ¿o alguna vez lo fue? Tal vez sí, tal vez al comienzo, cuando aún intentaba ser una persona decente y se conformaba con solo las migajas de amor que Oda le daba. Pero luego, no pudo soportarlo más. ¿Por qué no él? ¿Por qué no se lo merecía? ¿Qué más debía hacer? Cuando se cansó de las sobras, cuando ya no podía ni siquiera obligarse a tragarlas, conoció a Tomie, y desde ese momento, se convirtió en un desastre mucho peor que aquel con el cual sus padres lidiaron.

Tal vez si hubiese ignorado a Tomie ese día hace tres años atrás, cuando le ofreció un poco de tranquilidad líquida, Oda seguiría ahí. Si no se hubiera visto a sí mismo en ella, empatizado con el vacío que también sentía y esa necesidad de calmar el dolor emocional y mental por cualquier medio existente, la cicatriz en su muñeca no existiría.

Tal vez, si no se hubiese acostado con ella esa primera noche, ni aquella última, Oda seguiría a su lado, pensó, mirando a la mujer que dormía desnuda en la otra mitad de la cama.

Se veía tan tranquila, como una ninfa corrompida que engañaba a todos con su apariencia delicada y dulce. Casi parecía que no hubiera monstruos en su cabeza, ni que ella misma fuera uno. Tan hermosa, tan rota, tan falsa. Mirarla y saber que él, ante los ojos del mundo, tenía la misma apariencia, le daban ganas de vomitar.

Quiso culparla de todo, odiarla y enseñarle la extensa cicatriz que, indirectamente, provocó, pero no era su culpa, reflexionó, y pasó sus dedos por el largo cabello obsidiana desparramado sobre la almohada. Tomie se removió entre sueños, como una niña buscando consuelo. Cualquiera se hubiese dejado conmover por esa reacción, pero no Dazai.

Desde el primer momento, supo qué tipo de persona era la mujer, lo que quería y lo que le ofrecía. No lo obligó a drogarse esa primera noche hasta perder la conciencia, ni a unírsele al posterior libertinaje que, muchas veces, le hizo despertarse en su cama o en la de cualquier otra persona sin recordar nada, con llamadas perdidas y la mirada decepcionada de Oda que obtenía cuando regresaba a su departamento compartido al medio día o días después.

No era su culpa. Tal vez sí le dio el empujón hacia cada mal hábito y a un nuevo nivel de autodestrucción, pero Dazai siempre supo cómo salir de ahí y no quiso hacerlo.

No se alejó de Tomie ni de cada mala idea que le ofrecía porque quería seguir viendo esa mirada preocupada en Oda. Quería seguir escuchando sus regaños, sus consejos, su atención, su molestia, su ternura, todo, cualquier cosa que le ofreciera. Incluso si no quería las migajas de su amor, seguía ansiándolas porque, sabía, no iba a conseguir nada más.

Y un día, la preocupación y el cariño se marcharon. Su voz se tornó apática con él, la mirada amable y comprensiva se tornó dura.

En ese momento, no lo soportó. Dolió, odió a Oda por dejarle de lado y olvidarse de él, pero se dio cuenta de que le estaba haciendo daño a Oda con su actitud, y lo amaba tanto, no quería verlo tan cansado y roto, no quería destruirlo más. Así que se alejó.

Intentó cambiar, siempre pensando en Oda, siempre intentando mantenerse cerca de su presencia incluso si no lo tenía a su lado. Estudió literatura pensando en lo mucho que Oda amaba las novelas y a tantos autores. Se hizo amigo de sus amigos, bebió los mismos tragos que eran sus favoritos, visitó sus lugares preferidos en Kyoto, escuchó la misma música que a él le gustaba, intentó ser bueno, comenzó a fingir una tranquilidad y estabilidad que no poseía; siempre feliz, siempre riendo, siempre bromeando, siempre, siempre, siempre...

Y luego Chuuya volvió, y ya no tenía que fingir.

Podía detenerse y respirar. Mirar a su alrededor. Mirarse a sí mismo. Darse cuenta de lo poco que le gustaba aparentar ser el idiota feliz y burlón alrededor de la gente, de lo mal que se sentía intentar ser el tipo de persona que jamás sería. Con Chuuya, la cicatriz dejó de picar, dejó de pensar en Oda, dejó de preocuparse por como el resto lo miraba. Podía volver a discutir por tonterías, bromear sinceramente, darse cuenta de lo mucho que le gustaban los poemas, especialmente aquellos que luego se transformaban en canciones.

Chuuya... quería ver a Chuuya, pero, una vez más, se dejó arrastrar por todo lo malo que había en él y mantuvo el teléfono apagado. ¿Estaría enojado? ¿Le respondería si es que le llamaba? ¿Le miraría con el mismo cansancio y decepción con el cual Oda alguna vez lo observó? No quería eso. No quería que Chuuya le mirara de esa forma.

Tenía que evitar esa expresión en él a toda costa, y lo primero que debía hacer, era sacar a Tomie de su cama.

―Hey ―llamó, moviendo el cuerpo ajeno con su mano posada sobre el hombro desnudo de Tomie. La zarandeó una, dos, tres veces, repitiendo su nombre hasta que escuchó un quejido de su parte y unos ojos oscuros abriéndose y mirándolo con molestia―. Es hora de que te vayas.

―Mh, ¿qué hora es? ―preguntó, Dazai se alzó de hombros. Soltando un quejido hastiado, Tomie buscó su propio teléfono entre la ropa esparcida sobre la cama. Al encontrar el aparato y comprobar la hora, soltó un quejido más y volvió a recostarse, cubriendo la parte superior de su rostro con el antebrazo―. Ni siquiera es mediodía, déjame dormir un poco más...

―No, tienes que irte. ―Completamente vestido y con las vendas ocultas detrás de la larga manga de la sudadera que decidió ponerse, Dazai la tomó del antebrazo y la obligó a sentarse, sin importarle los quejidos y protestas―. Vete, tengo cosas que hacer.

Tomie se obligó a mantenerse despierta y comenzó a vestirse con lentitud, mirando de vez en cuando a Dazai recoger la ropa que se había quitado la noche anterior y echándola dentro del canasto en un rincón de la habitación. Parecía sumido en sus propios pensamientos, también un poco ansioso. No parecía arrepentido de lo que hicieron en la cama, pero sí enojado consigo mismo por volver a recurrir a ella cuando quería desesperadamente no pensar.

Realmente, no creyó que Dazai la invitaría a subir cuando le ofreció un viaje gratis en taxi, ni tampoco se le pasó por la cabeza que aquello ocurriría. Sabía lo que el moreno y toda la gente pensaba sobre ella, pero a veces podía comportarse como un ser humano decente y ayudar a una vieja amistad, incluso si sabía que no era considerada como amiga.

No sabía qué estaba pensando Dazai, pero si el moreno creía que ella quería volver a arrastrarlo a lo que era antes, estaba equivocado. Sí, a veces lo extrañaba como compañero de libertinaje. Siempre fue divertido jugar con él porque podía seguir, e incluso, superar su propio ritmo, pero sabía que ese tipo de vida no era para él.

Muy en el fondo, cuando Dazai se detuvo de todo ello dos años atrás, se alegró por él, y también lo envidió. Ella no podía encontrar motivo suficiente para detenerse, ni siquiera si era una salida a patadas y llena de sangre.

Tal vez aún lo envidiaba por haberse mantenido estable durante tanto tiempo sin recaer, y por ese motivo no dudó en subir a su departamento y meterse en su cama la noche anterior. Si existía la oportunidad, no iba a desperdiciarla. Quería saber cuánto Dazai podía aguantar y enfrentar de la realidad sin sucumbir ante la presión de su alrededor.

―¿Cuándo volveremos a repetir esto? ― cuestionó.

―Nunca.

Tomie rio.

―Antes siempre decías lo mismo y volvías a mí. No me extrañaría si ocurre una última vez, y sabes que te recibiré con los brazos abiertos.

Casi totalmente vestida, se levantó de la cama. Abrochó el último botón de su blusa y metió la tela restante dentro de la oscura y ceñida falda. Al terminar de acomodarse la ropa, encontró la mirada fría de Dazai puesta sobre ella. No hizo más que sonreírle y acercarse, con confianza y sin sentirse intimidada por él. Acarició su mejilla y se deleitó cuando sus ojos marrón rojizos se llenaron de un absoluto rechazo ante la posibilidad de que algo entre ambos se repitiera.

―Jugar contigo siempre es divertido, Dazai, si necesitas distraerte o no pensar por un momento, llámame ―ofreció, y con la misma sonrisita de superioridad, se alejó. Se acomodó el cabello sobre el hombro y salió de la habitación en busca de sus zapatos en la entrada―. Y al menos prepárame un café mientras pido un taxi, ¿quieres? No me iré a pie.

Desde el salón, escuchó a Dazai suspirar, pero segundos después el moreno salió del cuarto y se dirigió a la cocina, acercándose directamente a la cafetera, mientras Tomie se acomodaba en su sofá, con teléfono en mano y pidiendo un taxi para ella.

Casi cinco minutos después de que pidiera un vehículo y de que el agua de la cafetera terminara de calentarse, llamaron a la puerta. Se miraron el uno al otro, uno impaciente y la otra confundida.

―Tu taxi ya llegó, vete ―dijo Dazai, pero Tomie negó.

―Imposible, aquí dice que llegará en unos diez minutos más.

Ya que el moreno se negaba a salir de la cocina y la puerta volvía a ser golpeada con furia, Tomie se levantó y decidió abrir a quien estuviera al otro lado. Quién sabe, pensó, tal vez era el compañero de cuarto de Dazai que había olvidado las llaves o presentía que ella estaba ahí y esperaba verlos en condiciones presentables al obligarles a abrir. De cualquier forma, no esperaba encontrarse con unos ojos amatistas que hace mucho no veía, ni tampoco con una mirada azulada que desconocía completamente.

Tampoco esperaba ver tanta ira en sus ojos, una que desapareció y se convirtió en sorpresa cuando fue ella quien abrió la puerta.

―Oh, Yosano, ¡cuánto tiempo! ―saludó, como si la otra mujer fuese su mejor amiga, y al darse cuenta de su presencia, la ira y el ceño fruncido de Yosano se profundizó, pero no iba dirigido hacia ella, sino a otra persona dentro del departamento.

Al escuchar el nombre de su amiga, Dazai salió inmediatamente de la cocina, confundido y sin saber por qué, de todas las personas, Yosano estaba frente a su puerta en ese momento. Pero antes de que pudiera preguntar cualquier cosa, notó al pelirrojo junto a su amiga.

El cielo estaba claro y brillante, tal como imaginó. El sol iluminaba con intensidad a pesar de ser invierno y, por un momento, casi no pudo observar correctamente la silueta de Chuuya o su expresión, pero cuando sus ojos se acostumbraron a la iluminación, notó su rostro; conmocionado, confundido, poco a poco comprendiendo que sucedió.

Miró a Tomie de pies a cabeza. Su ropa arrugada, su cabello no completamente peinado, las marcas en su piel que el moreno había dejado la noche anterior, y luego notó a Dazai detrás de ella.

Odió esa expresión en él. Odió ver el reflejo de la traición en sus ojos, en como la decepción poco a poco iba cubriendo cada parte de su rostro. Quiso alzar la mano y alejar ese sentimiento del pelirrojo, decir algo, cualquier cosa, pero como agua entre los dedos, se le escapó.

―Chuuya... ―llamó suavemente, pero en cuanto lo hizo, el pelirrojo pareció despertar, se dio la vuelta y se marchó sin decir nada―. ¡Chuuya...!

Ni siquiera dudó en seguirlo. Obligó a Tomie a moverse a un lado para ponerse las zapatillas y salió, siguiendo al pelirrojo, llamándolo e ignorando a Yosano que le exigía darse la vuelta y regresar.

―¡Dazai! ―gritó, y cuando quiso seguir a los otros dos, Tomie la detuvo tomando y apretando fuertemente su muñeca―. ¿Qué haces? ¡Déjame!

―Dales cinco o diez minutos de ventaja, Yosano, luego síguelos ―sugirió, con la sonrisa repulsiva que Yosano siempre detestó―. Déjalos pelear un rato, luego estarán bien. Por cierto, ¿quién es ese chico?

―Nadie que te interese ―siseó. Sí, imaginó que esa sería la respuesta que obtendría.

Y Yosano tenía razón, no le interesaba ese pelirrojo, Chuuya, pero sí la reacción que tuvo Dazai cuando se alejó. ¿Quién más le hacía reaccionar así? Ah, sí, ese hombre, Oda. Había pasado mucho tiempo desde que vio que una persona provocara tanta desesperación en Dazai.

―Mh, creo que lo vi en la universidad ―murmuró. En ese momento, su teléfono sonó. Su taxi ya estaba ahí y, volviendo a mirar a Yosano con la sonrisa que sabía le molestaba, se lo informó―. En fin, tengo que irme. Si quieres, espera a Dazai adentro, creo que salió corriendo sin llevarse las llaves...

Yosano se quedó. Se veía mucho más molesta que cuando abrió la puerta, pero no le importaba. Tranquilamente, bajó en el ascensor hasta el primer piso y notó a un taxi esperándola en la entrada. Un poco más allá, en el aparcamiento exterior del edificio, notó a Dazai y a ese chico.

Alzándose de hombros, como si no estuviera curiosa por saber qué ocurriría desde ese momento en adelante, se subió al vehículo y se marchó, sin mirar por la ventana en ningún momento.


[•••]

Chuuya se movía tan rápido, tanto que casi no lo vio marcharse por la salida que daba hasta el estacionamiento exterior, pero logró reaccionar a tiempo y lo atrapó. Lo detuvo.

Y ahora que lo tenía al frente, pensó que tal vez fue mejor dejarlo ir. Dejar que la ira apaciguara por sí sola durante algunos días y luego volvería a encontrarle sentado en la primera banca fuera del edificio principal de Humanidades cada tarde.

Pero la mirada que Chuuya le estaba dando, su silencio, todo aquello que sus ojos azules expresaban, auguraban que esas tardes no volverían a ocurrir.

Le miraba con cansancio, con decepción. De la misma forma que Oda le miró antes de que todo se derrumbara. No quería ver esa mirada en Chuuya, no quería que se dirigiera a él. Tenía que hacer algo, cualquier cosa, cualquier palabra...

―Chuuya... ―llamó, suavemente, intentando controlar el nerviosismo, sin saber qué decir para hacerle quitar esa expresión―. Puedo explicarlo...

― ¿Qué vas a explicar? ― inquirió, con un tono bajo y ronco en su voz, peligroso―. Todo está claro para mí.

¿Por qué pensó que podían tener algo mejor? ¿Por qué pensó que aquello alguna vez fue opción?

Él ni siquiera era una opción para Dazai, solo un recurso, solo algo con lo cual podría matar el tiempo. Eso no había cambiado.

Ah, mierda, ¿tan tarde se estaba dando cuenta de que, incluso cuando adolescentes, nunca fue importante para Dazai? Y cuando fueron novios, ¿no era nada más que un juego para él? ¿Algo diferente que probar? Fue su primera relación con otro hombre, tal vez solo duró tanto tiempo porque Dazai así lo quiso, solo para seguir enfureciendo a sus padres, no porque realmente alguna vez lo amó... ¿Incluso podía llegar a amar a alguien?

Tal vez sí, tal vez... esa persona no era Chuuya. Dolía comprenderlo al fin, mucho más a ese adolescente que seguía llorando y gritando en su interior, y él como el adulto, el que se negaba a dejarse derrumbar, quería golpear a Dazai y quitarle esa falsa expresión de ansiedad y preocupación del rostro.

No quería ver esa expresión en él. No era sincero, nunca fue sincero...

―Deja de mirarme así... ―exigió Chuuya, casi temblando de frustración―, como si te importara lo que pienso...

Intentó que Dazai soltara su muñeca, pero mientras más quería alejarse, más el otro insistía en mantenerlo ahí, cerca, mirándole y escuchando cada mentira salir de sus labios.

Nunca le importaron las mentiras, incluso aprendió a soportarlas, pero ya no más.

―Me importa ―confesó Dazai, reflejando una ligera desesperación en su voz que intentaba controlar, pero todo se le escapaba de las manos, y podía notar que el pelirrojo no le creía―. Chuuya, ella no es... Nosotros solo...

―¿Ella? ¿Crees que me afecta que te hayas acostado con ella? ―mintió, escondiendo el dolor y la decepción detrás de la ira y de una risita forzada y sarcástica―. Me importa una mierda si te la follaste, Dazai, realmente me da igual... Pero estoy cansado de esto, de que no respondas mis llamadas, bloquees mi número o apagues el teléfono sin decirme qué demonios te sucede. Yo también debería tener algo que decir en esto, ¿no? Se supone que estamos intentando ser amigos, se supone que nosotros...

Calló. La ira se desvaneció. La tensión en sus hombros también. Todo su cuerpo se relajó, pero no era tranquilidad, notó Dazai, era resignación. Una profunda resignación, la muerte de una pequeña esperanza que había nacido de la nada y a la nada misma regresaba. No le gustaba esa falta de vitalidad en Chuuya, no le sentaba bien, no se veía bien, y no sabía qué hacer para recuperar un poco del brillo en sus ojos.

Y no había nada que pudiera hacer, porque no se merecía a Chuuya, y Chuuya estaba mejor lejos de él.

―No, no hay un "nosotros" ―masculló el pelirrojo, cansado, resignado, triste―, solo yo estaba intentando que esto funcionara, sea lo que sea.

―Chuuya...

―Me querías lejos, ¿no? Entonces te daré el gusto.

Con un movimiento suave, logró zafarse del agarre de Dazai. Parecía que el moreno no tenía la fuerza suficiente para volver a detenerlo, porque sus palabras, de alguna forma, parecían haberlo afectado profundamente, pero ¿era real? ¿Realmente tuvieron algún efecto sus palabras en Dazai?

No, seguramente no. Esa desesperación en él no era real, simplemente era molestia, ¿no? Dazai odiaba no poder controlar cada situación.

―Chuuya, yo no... no es tan fácil de explicar ―murmuró, sin intentar detener al pelirrojo, solo esperando que se quedara de todas formas―. No lo entenderías...

―Entendería si quisieras explicármelo, pero yo ya no quiero escucharte.

¿Por qué Chuuya le sonreía de la misma forma que Oda? Con tanta resignación, con tanto dolor. No había nada que pudiera hacer para quitarle esa agria sonrisa, nada que pudiera hacer para que dejase de hablar.

No quería escuchar, no quería nada de eso, y, sin embargo, solo podía hacer aquello: escuchar, no moverse, notar como el pelirrojo le miraba con decepción y cansancio.

―Tenías razón, Dazai ―murmuró, dando un paso hacia atrás, más lejos de él cada vez―. Estábamos mejor alejados el uno del otro. Después de todo, ¿qué soy yo para ti? Solo un idiota del pasado.

No, no era solamente eso. No era solo alguien del pasado como creyó por mucho tiempo, era mucho más, lo necesitaba. Necesitaba a Chuuya, pero aún no sabía de qué forma. Así que debería quedarse a su lado mientras aún descubría y entendía todo lo que significaba para él, pero supuso que se merecía todo ello.

Otra vez, se había equivocado. Otra vez, no sabía qué decir para lograr que Chuuya creyera en él. Solo necesitaba observar su mirada cansada y decepcionada para saber que no había nada que pudiera decir para detenerlo, para alejar esa expresión de su rostro.

Y Chuuya esperaba algo, cualquier palabra, todavía aferrándose a un poco de la confianza que sentía por él, pero Dazai no dijo nada. Y el pelirrojo se marchó, mirando atrás, pero en ningún momento Dazai le devolvió la mirada.

Sí, nunca fue importante para Dazai. Y Dazai no se merecía a Chuuya, pensaron. Uno alejándose, otro quedándose atrás, sin mirar a sus espaldas una vez más.

Al parecer, el cielo se cubrió de nubes una vez más, la fiesta terminó. Los pocos buenos y dulces momentos, se deshicieron bajo la lluvia y fueron enterrados en un ataúd de nieve.  








••••••••••••• (N/A) •••••••••••••

Siento que este capítulo fue tan difícil de hacer, especialmente la parte de Oda y Dazai y el final. Espero haya quedado bien.

De acuerdo con lo que pude encontrar de la biografía del verdadero Dazai, Yamazaki Tomie fue la última mujer a quien el escritor invitó a un suicidio doble y con quién lo logró. He leído en muchos otros fanfics que, cuando incluyen a personas reales de la vida de los autores, en el caso de Dazai, siempre  agregan a  Tsushima Michiko, su esposa y la madre de otra gran escritora japonesa,  Tsushima Yuko. Bueno, dejaré sus figuras en paz en esta historia y ocuparé otra más controversial. 

Por favor, comenta qué te pareció el capítulo, me gustaría mucho saber lo que piensas de la historia <3

¡Gracias por leer!

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