Después de la ducha, después de comer y dar buena cuenta del buffet, volvimos a la intimidad de la habitación. Decidí meterme en la piscina para observar el mar con los brazos apoyados en el bordillo de madera y la idiota de Noah dijo que iba a jugar con la estúpida maquinita a los bichos japoneses. Me tenía ahí, sin sujetador del bikini y ella decidía que era buena idea quedarse tirada en el sofá en lugar de tener sexo en la piscina.
¿Me estaba castigando? ¿Era eso lo que estaba pasando por lo de la barca? Estaba segura de que sí, pero yo no iba a darle el gusto de verme suplicando por sexo. Oh, no. Si quería hacerlo ahora tenía que trabajárselo muchísimo más que antes. Ahora era yo la que estaba enfadada en cuestión de minutos y si se me acercaba iba a darle tal bofetón que...
Sentí sus brazos rodearme la cintura y pegarme contra ella mirando al mar. Dejó un beso en mi hombro, otro en mi nuca, su pecho desnudo pegando contra mi espalda y mi culo pegando contra su bañador. Solté un suspiro en mitad de una sonrisa al notar el grosor duro del arnés entre mis nalgas.
Me retractaba de todo lo que había pensado hacía unos segundos.
—¿Estás enfadada porque Grace no ha salido de la habitación aún y tú sí?
—Sí. Porque en lugar de estar así te has puesto a jugar con la maquinita. —Su mano retiró el tanga de mi bikini, bajándolo por mis muslos hasta que cayó al suelo de la piscina, que se agachó para recoger.
—Me estaba poniendo el arnés. ¿Sabes lo difícil que es encajarlo dentro de un bañador y que no parezca una tienda de campaña? —Me giré para quedar de cara a ella y de espaldas al mar, aunque su rostro no miraba el mío, se dirigían directamente a mis pechos, esos por los que había estado salivando en esa barca hinchable.
—No, no lo sé, pero me gusta hacer esto. —Me coloqué encima de la protuberancia de goma que recubría el bañador verde de Noah, frotándome contra ella lentamente.
—Me vas a matar —masculló, besándome la barbilla, siguiendo por la garganta hasta bajar entre mis pechos—. ¿Puedo? —Sostenía uno de ellos en su mano, acariciando mi pezón con su pulgar. No entendía cómo podía preguntar, cuando estaba totalmente entregada a ella, pero esa discusión la dejaría para más tarde.
Cada vez que mi clítoris frotaba un poco más con la punta del arnés, me hundía un centímetro en la piscina. Ella se ensimismaba con mis pechos, ni siquiera le hacía falta separarse para tomar aire, ni siquiera hizo el intento de abrir la boca para separarse de ellos. Estaba enganchada y su lengua no hacía más que acariciar las protuberancias de mis pezones, chuparlos, jugar con ellos hasta que los gemidos se me escapaban sin querer.
Aprendí con su lengua que mis pechos no eran algo inútil que otros podían mirar, también me daban placer. Me hacían sentir tan bien que, unido a mi entrepierna frotándose contra la punta del arnés creí llegar al orgasmo y ella también lo sintió. La velocidad con la que salían mis jadeos de la boca era cada vez más rápida, hasta que solté un gemido suave y agarré el pelo de su nuca con fuerza.
Supo que era hora de parar, era hora de mirarme, bajarse la goma del bañador y dejar el arnés libre para mí.
Yo no tuve que hacer nada, porque cuando quise darme cuenta ella ya estaba dentro de mí, embistiéndome como hacía rato que deseaba hacer. Me aguantaba los gemidos e intentaba minimizarlos besándola, cubriendo su boca con mi aliento jadeante, quedándome sin respiración durante un par de segundos cada vez que cambiaba el ritmo de las embestidas.
Cuando Noah sabía que yo estaba a punto de llegar, paraba y casi se salía de mi interior, moviéndose tan lento que me daba rabia, pero el placer se estiraba aún más. Entendí que el punto del sexo no solo era llegar al orgasmo y terminar, era la sensación de placer continuo en todos tus órganos más sensibles.
Lo hacía lento, agarrándome de las caderas y quedándose en mi interior con movimientos circulares hasta que escuchaba mis gemidos en su boca y volvía a darme una estocada con las caderas. Brusco, fuerte, seco. Me abrazaba a su cuello y apoyaba la cabeza en su hombro, dejándome llevar por el placer que infligía en mi cuerpo. No sé cuánto tiempo era capaz de tenerme en ese tira y afloja, pero yo estaba segura de que no aguantaba más.
Cuando me dio la vuelta y volví a apoyarme sobre el bordillo, sentí cómo volvía a entrar en mi interior con cuidado, acomodándose hasta estar por completo dentro de mí, pegada a mi espalda con su boca en mi oreja.
—No pares, por favor —dije casi suplicando, con la voz entrecortada por las embestidas rápidas y secas que Noah me dedicaba desde atrás.
Agarró mis caderas con sus dedos clavados en mi carne y me daba estocada tras estocada, rápido y sin cuidado. No paró, no cambió de ritmo, no dejó de embestirme hasta que sentí que todo mi cuerpo se debilitaba entre sus brazos, que las piernas me fallaban y el arnés se quedaba enganchado dentro de mí con las oleadas de placer que me golpeaban desde dentro.
—Me tiemblan las piernas —susurró Noah, sin salir de mi interior todavía. Lo agradecí. No estaba preparada para dejarla ir—. Todo, en realidad. —Terminó por salir de mi interior y se desabrochó el arnés, tirándolo sobre el suelo de madera.
Sé que no le temblaban las piernas por placer, sino por el esfuerzo. Noah necesitaba separarse y que nadie la tocase ni le hablase al terminar, pero esta vez no lo había hecho.
La agarré del cuello y la acerqué hasta mí, pegando mi espalda en el borde de la piscina mientras nos besábamos con el agua a la altura de los hombros.
—Me quieres —musité en una afirmación, observando cómo sus ojos miel se fijaban en mis labios antes de dejarme un beso tierno.
—¿Es una pregunta? —Se pasó la mano por la frente, secándose el sudor.
—No, es una afirmación. —La agarré de las nalgas e hice que se colocase sobre mi rodilla, moviéndola un poco para darle placer. Ella lo captó al segundo y comenzó un movimiento lento sobre mi rodilla con su entrepierna.
No volvió a hablar. Sus caderas empezaron a moverse rápidamente sobre mi rodilla, apoyando los brazos sobre el bordillo. La tenía casi encima con los ojos cerrados y la boca entreabierta y no podía evitar besar sus labios sin que apenas me devolviese los besos. Jadeaba, gruñía y bufaba cada vez más a medida que sus caderas se movían a más velocidad. Agarró mi pierna de la corva y pegó aún más el hueso de mi rodilla a su entrepierna, frotándose con más fuerza, sintiendo la dureza de la erección de su clítoris contra mi piel una y otra vez.
—Hazlo para mí —le susurré al oído, sabiendo lo que provocaría aquello.
El agua de la piscina se llenó de pequeñas olas que golpeaban contra nuestro cuerpo, que salían del borde y mojaban el suelo de madera, pero Noah se daba estocadas contra mi rodilla tan fuertes que incluso se puso de pie para seguir frotándose al ritmo que quería. Con la cara sobre la mía, su cuerpo sobre el mío y un gemido rasgado y grave, Noah llegó a un orgasmo que no había visto en ella antes. No se alejó de mí como solía hacer, se apoyó en mi pecho con la cabeza en mi hombro y consiguió tomar una bocanada de aire mientras el placer seguía recorriendo la parte baja de su estómago, extendiéndose por cada extremidad de su cuerpo.
No me moví, no la abracé, esperé a que se tranquilizase y levantase la cabeza de allí. Pasados cinco minutos en los que no se levantó, acaricié su cabeza suavemente a la espera de que me dijese que me apartase, pero no lo hizo.
—¿Estás bien? —Susurré, ella sintió dejándose abrazar. Estaba desfondada.
—Necesito comer.
*
Noah tenía una hamburguesa con queso en la mano derecha y patatas y un vaso de Coca-Cola en la otra. El bañador que llevaba era hacía juego con el mío, sorprendentemente. Había decidido llevarlo color blanco y era gracioso ver cómo contrastaba con el moreno que había adquirido esos días en la piscina. Era gracioso de verdad, sus hombros parecían estar incandescentes, pero sorprendentemente decía que no le dolía. ¿Cómo le va a doler, si le echaba la crema solar más resistente que tenían en la tienda de regalos porque ella misma se olvidaba de echarse crema?
—¿Por qué me miras así? Me has dejado absolutamente seca. —Arrancó de un mordisco la mitad de la hamburguesa y dejó el refresco y las patatas en la mesita que había entre las hamacas.
—Estoy aquí. —Grace levantó la mano desde la hamaca siguiente.
—¿Y qué? Tu amiga me ha absorbido el alma como si fuese un dementor. —Me señaló con el dedo acusador, sentándose en la hamaca.
—Bueno, pues ya no lo hacemos más. —Me puse las gafas de sol, cruzando las piernas, tumbada en la hamaca. Noah me agarró del brazo, sacudiéndolo un poco.
—Era broma —pronunció con la boca llena de hamburguesa, sentándose justo en el hueco que quedaba en mi hamaca.
—Mírala cómo recula —se burló Grace, agarrando su piña colada de la mesita entre su hamaca y la mía—. Mi familia se ha ido esta mañana, así que nos quedamos solitos.
—¿Tu familia se va y nosotras nos quedamos aquí? —Preguntó Noah, dándole otro mordisco a la hamburguesa.
—Sí. Mis padres y los de Steve ya son mayores, los demás trabajan. Los únicos que no trabajamos somos nosotras porque Piper sigue aquí.
Noah asintió levantándose de la hamaca para darse una vuelta mientras se comía la hamburguesa. Caminaba por el borde de la piscina, parándose para mirar algo en el agua a la vez que masticaba el bocado.
—Me acaba de dar como un cajón que no cierra y ahora parece una niña de cinco años comiéndose la merienda. —Me giré para mirar a Grace, que se reía a carcajadas—. Me duele hasta el alma, en el buen sentido.
—Es la mejor persona que podrías encontrar. No pensé que fuera a decir esto de la vecina de Chinatown. —Se puso las gafas de sol como diadema, echándole un vistazo a Steve, que nadaba de punta a punta de la piscina—. ¿Te ha dicho Piper cuándo empezamos a trabajar?
—¿Vas a dejar Shining Dreams? —Grace asintió, dándole un sorbo a su cóctel—. No me puedo creer que vayamos a estar de nuevo juntas.
—Piper me ofrece los ocho mil y algo más las comisiones. Además, voy a volver a trabajar con vosotras, negocio redondo. —Acercó su copa de cóctel a la mía y chocamos el cristal, dándole un sorbo con una sonrisa que rebosaba felicidad.
—El director de Shining Dreams le ha ofrecido a Noah trabajo en su empresa. Buen sueldo, buen puesto... Pero Piper también la quiere en la empresa.
—Se irá con Piper, ¿no? —Frunció el ceño, esperando mi respuesta.
—No lo sé, no sé qué le ofrece Piper. Tendrá que valorar las ofertas y decidirse.
Noah tenía una nueva hamburguesa en la mano a la que le dio un mordisco dentro de la piscina, observando cómo Steve seguía nadando.
—Steve y yo vamos a cenar a otra isla, ¿qué haréis Noah y tú?
Nos miramos cómplices, sonreímos y soltamos una carcajada a la vez que yo me tapaba la cara con las manos.
—Mejor dejamos las citas dobles para cuando volvamos a Los Ángeles, ¿no?