Leave the kiss for later [SKK]

By LeoLunna

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Cuando Dazai se marchó de Yokohama, rompiendo su relación con Chuuya y dejando sin leer el poema que le escri... More

01. Dear first love...
I: Leave the kiss for later
II: But I wonder where were you?
III: Lonely street
IV: Contradictory words
V: Call me
VI: As it was
VII: Bad idea
VIII: Two fools
IX: Bother you
X: Step by step
XII: Set fire to the rain
XIII: When the party's over
XIV: I can't handle change
XV: You're not sorry
XVI: Brotherhood
XVII: I'm a broken rose
XVIII: Stop, don't be so kind
XIX: Lost on you
XX: The night we met
XXI: Got the music in you
XXII: Close the book, turn on the music
XXIII: I know now, this is who I really am
XXIV: Autumn leaves on my skin
XXV: You were looking at me
02. I wrote this for you
I: You hear me?
II: Patience
III: Stop thinking
IV: Bittersweet symphony
V: Could it be easy this once?
VI: Tell me why
VII: Somebody that I used to know
VIII: All you had to do was stay
IX: The ending always stays the same
X: Turn around and make it alright
XI: Go that way
XII: The only exception
XIII: Sit down beside me
XIV: I'm never gonna leave you
XV: It doesn't hurt me
XVI: Another love
XVII: Hold On
XVIII: Are you ready to love?
XIX: The world keeps on turning
XX: You look perfect

XI: I wanna be yours

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By LeoLunna

―¿Qué quieres qué? ―cuestionó Atsushi, quitándose los audífonos. La música seguía sonando, pero el sonido de la voz del otro chico era mucho más importante en ese momento.

A un costado, frente a la puerta principal de la biblioteca de la Facultad de Humanidades, Akutagawa lo interceptó después de su última clase del día y antes del inicio de su turno en la cafetería. Atsushi ni siquiera tuvo el tiempo suficiente para saludarlo o pausar la canción que estaba escuchando, cuando el guitarrista habló. Por supuesto, no logró entenderle, y con razón; pero, de todas formas, Akutagawa tenía el descaro de verse bastante molesto por tener que repetir sus palabras.

―Pide el día libre ―exigió―. Y ven a mi ensayo.

Dejando de lado la breve emoción que sintió, sus labios se arrugaron disconformes por esa exigencia tan explícita.

―Uhm, ¿por qué? ―inquirió, con cierta y fingida desconfianza―. Nunca me habías "invitado" a uno de tus ensayos, aunque te he ayudado mucho con las últimas canciones y ni siquiera me lo has agradecido.

Akutagawa descartó sus últimas palabras sin más. Atsushi no tenía energía suficiente para enfadarse por eso, hacía demasiado frío, pensó.

De todas formas, nunca lo ayudó esperando algo a cambio, ni siquiera amistad de su parte, ni mucho menos reciprocidad a sus sentimientos. Sabía que aquello era absolutamente imposible. Solo le gustaba la música, su música, y le hacía un poco feliz poder pasar tiempo con él. Eso era suficiente para calmar sus ilusiones.

Soltando un suspiro molesto, Akutagawa le explicó sobre el evento que cada año organizaba el Falling Camellia el 23 y 24 de diciembre. El guitarrista ni siquiera debía darle todos los detalles a profundidad, Atsushi rápidamente entendió que Black Ocean fue invitado a participar de la noche de música.

Y no pudo evitar emocionarse por la noticia, casi sintiendo que sus manos temblaban, tanto como los músculos en su rostro que querían formar una sonrisa y cubrir su expresión sorprendida. Conocía el peso que tenían las presentaciones de Navidad en el Falling Camellia. Siempre, sin falta, los primeros que lograban reservar una entrada para el evento, solían ser productores musicales de distintas discográficas en Japón. Presentarse la noche del 23 y 24 le aseguraba a las bandas, al menos, entrar en las listas de interés de algún sello.

Y si eso era lo que ellos querían, lo que Akutagawa quería, los apoyaría completamente.

―¡Estoy tan feliz por ustedes! ―exclamó, antes de poder reprimirse a sí mismo.

Akutagawa lo miró con sorpresa, extrañado de la emoción y de las palabras que tan fácilmente dejó escapar. A Atsushi le pareció que el otro no sabía qué pensar de su emoción. Como si no la hubiese esperado. Como si presentarse en aquel evento no fuese realmente la gran cosa, ni algo de importancia.

¿Por qué no estaba emocionado? ¿No era un gran paso para la banda? Sabía la absoluta dedicación que Akutagawa ponía en cada una de sus composiciones y presentaciones, entonces, ¿por qué no se veía feliz? Parecía que, realmente, tener éxito en ello, no le importaba. No era la razón por la cual tocaba.

Entonces, ¿qué era? ¿Qué buscaba, realmente, componiendo y presentándose?

―No pareces muy feliz... ―comentó Atsushi―. ¿No quieren conseguir un contrato discográfico para Black Ocean?

―Claro, Gin y Tachihara estaban bastante emocionados con la invitación y con esa idea ―explicó, sin dar más detalles o hablar por sí mismo o por los otros dos integrantes faltantes―, pero ni siquiera ellos reaccionaron con tanta emoción como tú.

Sintiéndose expuesto y avergonzado, Atsushi desvió la mirada. Moviéndose lejos de la entrada de la biblioteca, y de Akutagawa, cuando notó que entorpecían la entrada y salida de otros estudiantes.

―Te lo dije, me gusta la banda y la música que compones... ―Su voz descendió poco a poco al final de su frase. Sin embargo, volvió a elevarla y a mirar a Akutagawa, casi olvidando sus preguntas y todo aquello que no sabía del otro―. De todas formas, adivino que quieres que la presentación sea perfecta y que yo supervise los ensayos, ¿no? Si no es eso, no sé para qué quieres que vaya contigo.

Ojalá fuese solo para pasar tiempo juntos y conocerse más allá; fuera de la música y literatura, pero Atsushi no se hacía ilusiones. De todas formas, con escucharle y saber que Akutagawa confiaba lo suficiente en su buen oído musical, era suficiente.

―Eres un idiota, pero eres más detallista con los errores en la música que en tus propios ensayos ―respondió Akutagawa. Atsushi decidió ignorar el obvio insulto―. Y sí, quiero que la presentación sea absolutamente perfecta y tu oído me viene bien en este momento. ¿Irás conmigo o no?

Ni siquiera lo dudó. Sacó su teléfono y le envió un mensaje a su jefa, escribiendo que necesitaba esa tarde para atender un asunto importante y, tan rápido como su solicitud fue enviada, llegó una respuesta positiva que no demoró en informar al guitarrista con una amplia sonrisa.

Estaba emocionado, ¿bien? Su relación había mejorado tanto desde que se dieron cuenta de que ambos apreciaban por igual la música, que era imposible no extrañar las pláticas que hace días no compartían. ¡Incluso comenzaba a ansiar las críticas de Akutagawa hacia sus ensayos de literatura! Pero entendía que no siempre podían verse, o hablar unos segundos, con todos los exámenes que debían aprobar antes de las vacaciones de Navidad.

Pero lo extrañaba, y no entendía por qué. Sí, sabía, y había aceptado, que la admiración que sentía por el guitarrista se convirtió en amor, pero ¿y eso qué? Fuera de su gusto en común por la música, Akutagawa lo seguía odiando, ¿no? Seguían discutiendo sobre autores, ensayos, teorías literarias y críticas.

No eran amigos, tampoco se llevaban tan mal como antes, y Atsushi quería mantenerse cerca. Al menos continuar escuchando las canciones que componía, y ese deseo le hizo aceptar tan rápidamente dejar su trabajo de lado y acompañarle.

Caminando hombro a hombro, atravesaron la universidad en dirección a la salida oeste. Era la más cercana a la zona comercial del sector, recordó Atsushi, mientras avanzaban en silencio entre los estudiantes y profesores que iban de un lado a otro; algunos lentos, otros rápido; escapando del frío, disfrutando de este; perdidos en sus pensamientos y sentimientos, o tal vez ignorando estos.

Y aunque el silencio era cómodo entre ellos, había tantas preguntas por hacer, tanto que quería saber más allá de la música o literatura. Pero sobre lo único que se atrevía a preguntar, era por aquello que los unía de alguna forma.

―¿Ya escogieron las tres canciones para ese día? ―cuestionó Atsushi.

―Me falta una ―confesó el guitarrista, siempre mirando al frente y pisando la nieve sin temor a resbalar―. Las dos canciones que escribí junto a Chuuya están en la lista, pero no tenemos la tercera...

―Ah, eso es malo, queda un poco más de dos semanas para el evento... ¿Tal vez podrías agregar una de las canciones antiguas?

Aquella idea no pareció agradar a Akutagawa, y Atsushi se sintió un completo idiota al mencionar algo así. Sabía lo que el otro estaba pensando: aunque las canciones antiguas eran buenas y la voz de Chuuya podía fácilmente acoplarse a ellas, incluso darle mayor expresividad, no era lo que quería presentar. La letra no era perfecta, no representaba la imagen de Black Ocean.

Había escuchado muchas de las antiguas canciones, casi todas, incluso uno que otro demo musical que el guitarrista le compartió cuando estaba de buen humor. Lo que esas canciones decían, y lo que expresaban aquellas que escribió junto a Chuuya, era diferente. Algunos tópicos líricos eran similares, especialmente aquellos que hablaban sobre el desamor y la soledad, pero al escucharlas y comparar cada estribillo, no era lo mismo. Podía entender el porqué Akutagawa estaba reacio a presentar una de ellas en un evento tan importante, pero, ¿qué otra opción tenía?

―Tal vez puedan presentar solo esas dos canciones ―comentó Atsushi, sin encontrar alguna solución y sin querer insistir más en el tema. Le dedicó una sonrisa que esperaba solucionar los problemas frente a ellos―, e incluso si su tiempo sobre el escenario es menor al del resto, estoy seguro de que será increíble. Siempre es increíble.

Volteó su rostro y alejó su sonrisa de la atención de Akutagawa, sin notar como el guitarrista lo observaba con tanta atención. De cualquier forma, difícilmente descubriría lo que el otro estaba pensando, y tal vez, serían cosas que no quería saber. Hacía frío, el cielo estaba gris, pero poco a poco el color se oscurecía al igual que los ojos del mismo tono a su lado.

Akutagawa no comentó nada. Salieron de la zona de la universidad sin decirse más. El guitarrista caminó al frente, guiando el camino y llevándole por entre distintas calles. Atsushi le seguía sin molestarse por el silencio entre ellos. Era cómodo, no le importaba si el otro quería o no hablar, lo aceptaba y le gustaba.

En algún momento, se atrevió a mirar por sobre su hombro y lo notó con el teléfono entre las manos; buscando y leyendo algo. Inmediatamente se alejó, preocupado de haber visto algún mensaje personal entre Akutagawa y otra persona, tal vez su novia. No quería ver nada de eso, pensó, y sus pasos se ralentizaron para aumentar la distancia entre ellos.

Sin embargo, solo segundos después de su indiscreta mirada, Akutagawa se detuvo y se giró hacia él. Al notar la distancia, tan solo arqueó una de sus muy finas, casi imperceptible, cejas y le tendió el lado derecho de unos audífonos de cable de color rojo.

Sin entenderle, Atsushi lo tomó, mirando entre el objeto y Akutagawa, y entonces notó que el guitarrista mantenía en su mano su teléfono; la pantalla se mantenía iluminada por una pista de audio.

―¿Grabaron las últimas canciones? ―cuestionó, acercándose al otro chico y acomodándose a su lado, con el audífono en su oreja.

―No, estas son pistas antiguas ―explicó, y comenzó a reproducir una de ellas―. Necesito una tercera canción y no tengo tiempo para escribir una nueva, ayúdame a escoger.

Si Akutagawa supiese el efecto que tenían esos pequeños momentos en que la música los unía, lo feliz que le hacía sentir el hecho de que confiase tanto en él sobre sus composiciones musicales, lo mucho que lo extrañó durante esas semanas sin melodías de guitarra, y que quería tanto tomar su mano mientras escuchaban las canciones; seguramente lo evitaría como la peste.

Jamás se hizo ilusiones sobre su enamoramiento, tampoco sobre su cercanía con Akutagawa. Aún no sabía si eran un poco más de conocidos, o amigos, o nada, pero podía fingir por un momento.

Podía concentrarse en la música que se reproducía, en su letra y melodía, perdiéndose más que nada en el sonido de la guitarra, e intentar imaginar qué pensaba Akutagawa cuando compuso cada una de ellas; qué quería lograr, hasta dónde quería llegar. Quería saber todo eso y más, mucho más allá de la música, más allá de lo que decían sus libros y canciones favoritas.

―¿Y? ―cuestionó Akutagawa cuando la primera canción terminó―. No me convence del todo. Sé que Chuuya podría interpretarlas a la perfección, pero hay algo que no calza.

Atsushi estuvo de acuerdo.

―La letra me gustó, pero no creo que el ritmo vaya bien con el estilo de las nuevas canciones. Es demasiado alegre.

―Mh, no sé qué estaba pensando cuando la compuse.

―Idioteces seguramente ―bromeó, y rió cuando Akutagawa chocó contra él con total intención.

―El único que piensa estupideces, eres tú. Ahora cállate y escucha.

El albino rio otra vez y volvieron a callar. Una segunda canción se reprodujo. Continuaron caminando lado a lado, compartiendo audífonos, pasando entre la gente que les dejaba el camino libre en cuanto los veían tan cerca el uno del otro. Algunos, los más ancianos, les miraban mal, otros no. Atsushi se preguntó si es que, uno de ellos, pensó que eran una pareja compartiendo música.

Le gustaba imaginar que sí. Al menos por ese momento, podía fingir que Akutagawa era suyo.

La segunda canción también fue descartada, así como la tercera y cuarta. Callaban y se concentraban en la melodía; discutían sobre esta, siempre sin dejar de caminar. Estaban tan enfrascados en la búsqueda de una tercera y perfecta canción para el evento, que no notaron en qué momento estuvieron frente a las puertas del local de ensayos. Sin embargo, continuaron escuchando cada uno de los demos y grabaciones que el guitarrista tenía en su teléfono. Ni siquiera se detuvieron de su exhaustiva búsqueda cuando se acercaron al mesón y Akutagawa confirmó su reservación de la sala de siempre. Caminaron hacia el cuarto, aún unidos por los audífonos de rojizo cable, discutiendo y dando las razones de por qué descartaron una nueva canción. Y al llegar frente a la sala, notaron las luces apagadas.

Atsushi no pudo evitar sentirse un tanto aliviado al ser los primeros en llegar. Al menos, eso le daba un poco más de tiempo a solas. Sabía que pronto, cuando la baterista rubia se uniera a ellos, ya no podría seguir fingiendo que estaba en su mundo ideal donde Akutagawa era suyo...

I wanna be your vacuum cleaner

Breathing in your dust

I wanna be your Ford Cortina

I will never rust

If you like your coffee hot

Let me be your coffee pot

You call the shots, babe

I just wanna be yours

―¿Arctic monkeys...? ―masculló Atsushi, cuando los audífonos se desconectaron del teléfono y la siguiente canción inició y se alzó a través de los diminutos altavoces.

―Ah, olvidé que Gin había guardado esa canción en mi lista de reproducción.

Akutagawa estuvo por detener la canción, pero antes de poder hacerlo, Atsushi posó su mano sobre la ajena, y alejó los pálidos y delgados dedos de la pantalla.

―Déjala, me gusta esa.

Akutagawa le observó fijamente por un momento, sin dar explicación. Esa atención siempre le hacía sentir un poco nervioso, especialmente cuando el otro le observaba con tanta atención y sin expresión alguna. Atsushi nunca sabía si es que el pelinegro iba a decir algo, a golpearlo o besarlo, y siempre descartaba esa última. No sabía si a Akutagawa le interesaban los hombres, seguramente no, se convenció. Así que, cuando le observaba de esa forma, creía que el otro le insultaba mentalmente.

Sin embargo, en esa ocasión, no explicitó sus pensamientos. Alejó su mano del toque ajeno, y antes de que Atsushi pudiese sentirse rechazado, le dio su teléfono y se alejó; dejando el estuche de guitarra a un lado y sacando su instrumento, conectándolo a uno de los amplificadores mientras la canción seguía sonando y llenando el silencio de la sala.

Secrets I have held in my heart

Are harder to hide than I thought

Maybe I just wanna be yours

Atsushi se sentó en un rincón, aún con el teléfono en la mano y observando a Akutagawa afinar su guitarra. Todo la imagen frente a él; el guitarrista, su propia persona, la canción de fondo, le hicieron sentir como en una de esas pocas novelas románticas que se permitía leer cuando quería soñar un poco.

Akutagawa no lo miraba, así que se permitió observarlo como el adolescente enamorado que fue durante su secundaria; con una sonrisa boba en los labios, soñando despierto, deseando que la canción transmitiera lo que sentía y que el otro le comprendiera.

Era curioso pensar que, la misma persona que le gustó a través de solo canciones y vídeos borrosos, era la misma que tenía frente a él en ese momento. Era poético, pero cruelmente poético.

Porque no podía tenerlo. No podía ser suyo, aunque lo quería. Lo quería, lo quería, lo quería...

I wanna be yours

Wanna be yours

Wanna be yours

Wanna be yours

―¿Y si presentan un cover? ―sugirió Atsushi cuando la canción terminó. Antes de que pudiese iniciar una nueva, pausó el reproductor―. Sé que no es la mejor idea, pero piénsalo. Toma una canción de desamor como las que has escrito junto a Chuuya y sorprende al público con la versión de Black Ocean.

― Voy a sorprender al público de cualquier maldita forma ―respondió Akutagawa, dejando de afinar su guitarra para mirarle―. Pero es... una opción decente.

―Te encanta mi idea, solo eres muy orgulloso para reconocerlo ―bromeó el albino, levantándose para entregarle su teléfono antes de regresar al rincón en el cual estaba acomodado―. Hay tantas canciones de desamor como de amor, solo escoge una y modifícala.

Su idea no le agradaba tanto, lo sabía, solo necesitaba observar la expresión agria que se plantó en su rostro; pero de todas formas se rio de él.

Sabía que Akutagawa prefería su propia originalidad antes que tocar canciones de otros artistas, pero no tenía otra solución que entregarle. Todas las canciones que escucharon de camino a la sala de ensayo fueron descartadas sin más, ninguna era lo suficientemente buena, pensó. Estaban de acuerdo con que Chuuya podría interpretar cada una y agregarle su propio toque, pero los sentimientos no coincidían. No era el mismo desgarrador desamor y soledad que el pelirrojo plasmó en sus primigenios poemas.

―¿Qué canción te gusta? ―cuestionó Akutagawa, sacándolo fácilmente de sus pensamientos.

Con una mirada sorprendida, sus ojos enfocaron la silueta del guitarrista. Este no le devolvió la mirada, seguía observando su guitarra, pero no la afinaba ni tocaba.

―¿Eh? ¿Por qué me preguntas a mí? ―cuestionó, sintiéndose un poco tímido―. Eso debería ser a elección de la banda...

Por primera vez en todo el tiempo desde que se conocían, Akutagawa desvió la mirada. Atsushi reprimió cualquier quejido de sorpresa que quiso escaparse e intentó no mirar hacia el guitarrista, pero fue imposible. ¿Cuándo tendría otra oportunidad de ver Akutagawa así? ¡Nunca! Y aunque no quería pensar que estaba imaginando cosas; si tuviese que describir el tipo de expresión en el rostro ajeno, lo describiría como un poco avergonzado, un poco tímido...

¡¿Por qué se sentía tímido?! Ese día no estaba siendo nada amable con los problemas cardíacos que no tenía, pero seguramente, si en el futuro sufriera de algo así, ya sabría en qué momento inició todo.

―Tienes buen gusto musical, no es igual al mío, pero es... bueno de todas formas ―admitió Akutagawa, con demasiado esfuerzo, como si nunca hubiese imaginado que, en algún momento, tendría que darle un comentario tan "amable" a Atsushi. Pero la frustración y el enojo cubrieron esos sentimientos rápidamente, y la ira a la que sí estaba acostumbrado volvió a dirigirse hacia él―. ¡Solo piensa en una maldita canción, Nakajima!

¿Cómo quería que pensara en una canción? ¡No podía pensar! Bajando la mirada hacia el simple piso de madera, intentó buscar dentro de su repertorio mental una canción idónea entre todas aquellas que alguna vez escuchó. Sin embargo, cada vez que una se adelantaba a las otras y se presentaba como una buena opción, recordaba la letra y la mayoría eran solo canciones de amor.

Terriblemente cursis, llena de promesas idílicas y de sentimientos que solo algunos pocos han logrado experimentar a lo largo de sus vidas, mientras que otros, como él, ansiaba sentir lo mismo alguna vez.

Maldito Akutagawa, no estaría pensando en canciones románticas si no fuese por su culpa. Y al recordar una vez más que toda la emoción que sentía por la situación no era nada más que unilateral y una fantasía, las canciones que recordaba poco a poco se empaparon por la oscura lluvia de la tristeza, que luego explotó en llamas.

Set fire to the rain ―masculló para sí mismo, inseguro de la canción que estaba proponiendo. La mirada que Akutagawa le envió desde el otro lado de la sala de ensayo transmitía su desconcierto, al igual que confusión por su elección. Rápidamente, Atsushi explicó―. Sé que es pop - soul y que la tonalidad es femenina, ¡pero es una buena canción! Transmite lo mismo que las que ustedes han escrito, y tengo fe de que Chuuya puede lograr buenas notas, no las mismas, pero parecidas para su rango vocal.

Akutagawa, una vez más en un rango de una o dos horas, no parecía convencido con su idea. Atsushi se planteó comenzar a contar cada vez que viese esa expresión en el guitarrista, e intentó distraerse con ello, intentando no pensar en el nerviosismo que aún seguía en él, o en la ansiedad que le producía ese silencio más contemplativo.

Por suerte, la falta de palabras no se extendió por mucho tiempo, y Akutagawa suspiró.

―No dudo de Chuuya, sé que puede hacerlo ― comentó, y volvió a mirar su guitarra, distraídamente tocando las cuerdas con sus dedos y sintiendo la tensión de estas―. Y sé que puedo modificarla al estilo de Black Ocean.

―¿Entonces? ¿Cuál es el problema? ―cuestionó Atsushi―. Si no quieres esa canción, está bien, pero no tuviste que preguntarme...

―Cállate, no me dejas pensar ―espetó, pensando en lanzarle la uñeta al otro chico, pero retractándose al último segundo y decidiendo rasgar las cuerdas suavemente con esta―. No será difícil modificarla a otro estilo, otros ya lo han hecho antes, y es el tipo de letra que Chuuya escribiría...

Recordando la melodía y reconociendo rápidamente cada acorde, Akutagawa comenzó a tocar con la guitarra el inicio de la canción. Se escuchaba totalmente diferente, pero era fácilmente reconocible y, una vez más, Atsushi observó maravillado la facilidad y maestría con la cual el otro se apropió de la tonada. Como si la hubiese ensayado una y mil veces, como si pudiera reconocer los sentimientos detrás de su composición con solo el primer sonido.

Atsushi podía fácilmente imaginar el resultado final; la unión de los otros instrumentos, la voz de Chuuya golpeando cada nota perfectamente, la guitarra siendo el mayor soporte. Sabía que su imaginación no se acercaba a la realidad, la presentación sería mejor. Mucho mejor, mucho más emotiva.

―Ah, realmente me hubiese gustado estar en el evento y verlos tocar esa canción ―comentó distraídamente y aceptó la resignación que se posó en su pecho―, pero las entradas para el evento se abrieron y agotaron de inmediato a mediados de noviembre.

Akutagawa dejó de tocar. Por un momento, Atsushi pensó que el otro se había molestado por su interrupción, pero al mirar su rostro, lo notó tranquilo. Volvió a afinar la guitarra, sin devolverle la mirada, pero tampoco sintiéndose molesto por su presencia o las palabras que dejó escapar. Aquel detalle le hizo un poco feliz, y su ritmo cardíaco volvió a tambalearse cuando el guitarrista habló nuevamente.

―Le dieron a cada banda una entrada extra por integrante― comentó, como si no fuese nada del otro mundo, sin saber lo que provocaba en Atsushi―. Te daré la mía.

¿Lo quería ahí? ¿Por qué? ¿Por qué no se daba cuenta de lo que le estaba produciendo a su inmaduro corazón?

No entendía muchas de las cosas que decía o hacía Akutagawa, tal como pedirle ayuda con sus melodías, ensayos o ofrecerle una entrada para el evento; pero realmente, todos esos gestos, no eran beneficiosos para su pobre corazón. Y no podía mentirse a sí mismo y decir que aquello no le hacía feliz. Aún no sabía que era para el otro, seguramente solo un conocido, tal vez un amigo, nada romántico. Pero eso era suficiente.

Pero, ¿por cuánto tiempo más lo sería? Temía volverse codicioso de esa atención, de lo que sucedía entre ellos dos. Mientras más tiempo pasaba a su lado, más quería quedarse, aunque sabía que no era su lugar e, incluso si ahora se conformaba con su simple papel, un día ya no querría solo eso.

Iba a querer más. Algo que no podía tener, algo que no podía atreverse a arrebatarle a otra persona. Pero, por ese momento, solo sonrió con tanta gratitud como resignación, y rechazó la entrada.

―Gracias, pero regresaré a Yokohama para Navidad, así que aunque quisiera, no podría asistir.

Akutagawa no dijo nada, solo asintió. Si estaba decepcionado o no de su futura ausencia, Atsushi no podía decirlo. Su rostro volvió a tornarse estoico; su mirada fija en las cuerdas, tocando una nueva melodía ya conocida. Y tal vez, nuevamente estaba imaginando cosas, pero creyó ver en el guitarrista un poco de decepción y resignación.

―No sabía que también vienes de esa ciudad ―comentó, llevando la suave conversación hacia otro lugar.

Y aunque no le miraba, Atsushi volvió a sonreírle.

―Hay muchas cosas que no sabemos el uno del otro. ―Se alzó de hombros, mirando tan solo al chico frente a él; tocando la guitarra con una tranquilidad contagiosa―. Solo hablamos sobre música o discutimos sobre mis "horribles ensayos", y últimamente, sobre qué está sucediendo entre Dazai y Chuuya, pero no sabemos mucho del otro...

―Entonces, tendremos que hablar más ―dijo, logrando posar en el rostro ajeno un sentimiento de sorpresa que rápidamente ocultó cuando los iris grisáceos buscaron a los suyos―. Tienes mi número, ¿no? Escribe un ensayo sobre su vida y te diré lo horrible que es tu gramática.

Si Akutagawa supiese lo emocionado que esas palabras le hicieron sentir, ¿cómo reaccionaría? Si supiera lo mucho que quería contar y saber, ¿se quedaría? No lo sabía. El guitarrista frente a él no expresaba más allá que una recurrente tranquilidad que aumentaba con el instrumento entre sus manos.

Se preguntó si es que, cada vez que tocaba una melodía, tenía a alguien en mente. No el motivo de la canción, sino la razón que le hizo aprender a tocar la guitarra.

Atsushi se dejó apoyar contra la pared a su espalda y habló; disfrutando de ese momento envuelto por la música, pero sin ser eclipsado por ella.

―No hay mucho que contar.

―Imagino que eras un niño nerd y aburrido.

El albino solo rio y asintió.

―Lo era. Era un niño tímido y aburrido al que sus compañeros de clase molestaban por su color de cabello. Nadie jugaba conmigo y estar en la biblioteca siempre fue un consuelo. ―Sonrió para sí mismo―. No tenía amigos, o no alguien significativo que valga la pena recordar. Ya fuese en el orfanato, primaria o secundaria, no podría darte un nombre. Es extraño mirar hacia atrás y darme cuenta de que ya no estoy solo, incluso si estoy lejos de casa.

―¿Orfanato? ―repitió, sorprendido, y dejó de tocar la guitarra por un momento para centrar su atención en el otro chico ―. ¿Eres...?

Atsushi asintió.

―Lo era. Fui adoptado a los seis años.

Por un momento, Akutagawa no supo qué decirle. Atsushi estaba acostumbrado a eso. Siempre era lo mismo, pensó. Nadie sabía qué decir o cómo reaccionar ante un detalle así. Si recordaba bien, la única persona que pudo responder inmediatamente después de darle esa información sobre su vida, fue Dazai, pero el moreno simplemente dijo un "que bien", y continuó hablando de cualquier otra cosa.

Akutagawa no dejó ir el tema, pero tampoco lo miró con esa compasión que otros le dieron en algún momento, y estaba agradecido de ello.

―Siempre te vi como un idiota sobreprotegido que tuvo una vida fácil; familia funcional de estabilidad económica y todo eso―comentó, y aunque no esperaba esa respuesta, logró hacerlo reír.

―Estoy seguro de que la tuve más fácil que otras personas ―respondió, alzándose de hombros―. Tal vez no conozco a mis padres biológicos y eso dolía antes, pero ya no. El resto de mi infancia fue buena, incluso si no siempre fue fácil ser criado por un matrimonio homomaternal, y mucho menos con toda la gente prejuiciosa y sus hijos que repetían sus mismos comentarios.

No eran buenos recuerdos, pero darse cuenta de todo el tiempo que había pasado; las heridas sanaron y ya nada de ello dolía.

Aún tenía malos días y a veces quería regresar a Yokohama. A veces extrañaba ser un niño, no la parte en la que estaba solo y era rechazado por sus pares, pero sí le gustaría recordar la emoción que sintió cuando fue adoptado. Seguramente lloró, como en muchas otras ocasiones, por felicidad, golpes o rechazos que ya no tenían importancia alguna.

Pensar en lo que fue y lo que era ahora, le entregaba un poco de tranquilidad que fácilmente se reflejó en su voz.

―La música siempre estuvo ahí para mí, en los días buenos y en los malos ―explicó―. La música y los libros, más bien. ¿No fue lo mismo para ti?

Akutagawa asintió. La uñeta volvió a rozar las duras cuerdas y las hizo vibrar; el suave sonido de la guitarra eléctrica, sin el amplificador encendido, se perdió fácilmente.

―Teniendo los padres que tuve, leer o escuchar música era lo único que te mantiene cuerdo mientras creces.

―Lamento escuchar eso...

―¿Por qué? No soy la única persona del mundo que tuvo la mala suerte de nacer en una familia de mierda. Al contrario, creo que eso es lo más común ―bromeó ácidamente y la guitarra volvió a sonar―. Pero ya no importa, estoy lejos de ese lugar. Tengo a Gin conmigo, mi beca y a la banda. Eso es suficiente.

Eso es más de lo que alguna vez imaginó tener, adivinó Atsushi, y no pudo evitar sentir una nueva oleada de admiración por él. Ahora sabía un poco más, detalles tan ambiguos como reveladores, y era suficiente por ese momento.

Cosas pequeñas, pasos pequeños, suelo firme bajo sus pies.

En ese instante, al fin después de tanta espera, la puerta de la sala de ensayo se abrió. La segunda guitarrista de la banda entró sin más, mirando a Atsushi de reojo y luego a su hermano mayor.

―Escuché mi nombre, ¿qué estabas diciendo de mi? ―cuestionó, dejando la segunda guitarra a un lado y abrazando al otro pelinegro sin ser alejada, aunque de todas formas Akutagawa la miró con enojo.

―Que eres una idiota y que deberías ordenar tu propia ropa.

―Ah, sabía que olvidé hacer algo en la mañana. Gracias por recordármelo, hermano, pero podrías haberla ordenado.

―No soy tu sirviente.

―No estoy tan segura de eso ―bromeó, sin sacar una risa de su hermano, pero si del otro chico, y su mirada platina tan parecida a la del otro guitarrista, se posó en Atsushi―. Hey, lamento la demora, sé que estar a solas con mi hermano es una tortura.

―No te preocupes, no lo fue. ―Sonrió y tomó su propio teléfono mientras continuaba hablando―. Además, no llevamos mucho tiempo esperando, solo una... ¿media hora?

¿En qué momento el tiempo había pasado tan rápido? Ni siquiera se había dado cuenta, y la sorpresa que sintió se reflejó brevemente en el rostro de Akutagawa. Al mirarse el uno al otro, ambos pensaron lo mismo; pero no hubo oportunidad de decir nada, la puerta volvió a abrirse y dos integrantes más de la banda entraron.

Y todo lo que Atsushi vio fue a una chica de cabello rubio entrar y solo mirar a Akutagawa. Higuchi masculló lo mucho que lo había extrañado, se abalanzó sobre él y lo besó. Sin importarle la gente a su alrededor, ni el reclamo del guitarrista sobre el exceso de mimos, ni tampoco que Atsushi estuviese ahí.

Ver ese beso dolió. Tanto que Atsushi desvió la mirada, sin saber en qué momento este terminó o quien se alejó primero.

Realmente le gustaría mucho estar en su lugar, pensó, e inmediatamente se sintió culpable por el sentimiento de envidia y anhelo que lo embargó.

―Ah, estás aquí ―saludó el bajista y sacó a Atsushi de su breve y cruel ensoñación.

Solo cuando Tachihara notó su presencia, Higuchi también lo hizo.

―Uhm... ¿Qué hace él aquí? ―cuestionó Higuchi, y al darse cuenta de la forma en que podría tomarse su pregunta, se explicó a sí misma―. ¡No es que me moleste...! Solo no sabía que vendría...

―¿Eh? Pero si Akutagawa nos dijo que lo traería ―respondió el bajista. La chica volteó su mirada hacia su novio, un poco molesta y nerviosa.

―No me dijiste que lo harías...

―Lo hice, mandé un mensaje por el chat grupal para no tener que explicarlo uno por uno.

―Ah... Creo que no lo leí.

―Sí, imaginé que eso sucedería ―musitó el guitarrista, y atrajo a la chica a un beso más, buscando desaparecer esa expresión de disconformidad y culpabilidad en ella. Atsushi volvió a desviar la mirada―. Y no puedo creer que me hagas explicarlo de nuevo, pero en resumen, necesitamos alguien que escuche y señale los errores que están cometiendo.

―¿Es tan necesario?―cuestionó la rubia, mirando de reojo a Atsushi una segunda vez―. No cometemos errores, no necesitamos que él nos corrija.

Lo entendía, no lo quería ahí. Notó que no le agradaba mucho a la chica, aunque no le había dado razones para ello... ¿O sí?

Mierda, ¿se dio cuenta? ¿Notó que él también estaba enamorado de Akutagawa?

―¿De qué hablas? Es necesario ―respondió Akutagawa, alejándose un paso de la chica rubia, acercándose un poco más a Atsushi y apuntándolo―. Te equivocaste bastante en la última presentación y tal vez yo no lo noté, pero Nakajima sí. Así que, quieras o no, se quedará a escuchar.

―Ryuunosuke...

―Akutagawa, está bien, no quiero incomodar —aclaró Atsushi, levantándose del lugar donde estaba sentado y solo mirando al pelinegro frente a él; intentando calmar la situación aunque fuese un poco―. Sé que lo harán bien, no te preocupes por los detalles, lo harás bien... Así que, puedo marcharme. No tengo problema con eso.

―No. Te quedarás ―sentenció, sin darle oportunidad ni lugar a una queja más de ninguna parte. Luego, la mirada estoica se posó en el resto de sus integrantes―. Gin, Tachihara, vigilen que este idiota no se marche. Ichiyo, ven conmigo.

La chica no dijo más, solo bajó la cabeza y asintió.

―¿Y el ensayo qué? ―cuestionó el bajista.

―Comenzará cuando Chuuya llegue, no debería demorar tanto, y solo iremos a comprar bebidas y bocadillos ―explicó, tomó la mano de su novia, abrió la puerta de la sala, y le dirigió a sus otros integrantes una mirada fría y dura―. Luego, los haré ensayar hasta que les sangren los dedos.

La puerta se cerró con bastante fuerza, pero no la suficiente para producir un ruido estridente. De igual forma, no era necesario nada más para demostrar la molestia que sentía. Atsushi no pudo evitar sentirse culpable de lo que había provocado, también por su deseo de que el momento a solas con Akutagawa hubiese durado un poco más.

Pensó que los otros dos integrantes de la banda lo culparían por la discusión, pero cuando los miró, notó como tanto Gin como Tachihara suspiraban al mismo tiempo.

―Y parecía tan feliz cuando entramos, ahora nos torturara toda la tarde ―se lamentó el bajista y caminó hacia su instrumento, fácilmente resignándose a su destino.

Mientras tanto, Gin se acercó al albino y posó su pequeña mano sobre el hombro ajeno. Parecía avergonzada, pero era más una vergüenza ajena que nada. No lo culpaba a él, no pensaba que su presencia ahí fuera el desencadenante de toda la discusión. No lo miraba como si fuese un estorbo, alguien que no debería estar ahí, en su ensayo, cerca de su hermano.

―Lamento eso, ellos dos... No han estado bien últimamente, no desde que Chuuya-san se unió al grupo.

―¿Qué tiene que ver Chuuya? ―preguntó, con genuina sorpresa y confusión.

Gin se alzó de hombros y, lentamente, se deslizó por la pared a su espalda y se sentó, jalando desde la mano al otro para que hiciera lo mismo. Ese tipo de acto se sintió natural, pensó Atsushi, y se preguntó si es que, a través de los años, cada vez que Gin quería que Akutagawa se sentara a su lado, tomaba y tiraba de su mano de la misma forma.

No pudo negarse. Se deslizó contra la pared y volvió a caer en el mismo lugar donde, minutos atrás, podía ver a Akutagawa tocar la guitarra a pasos de él.

―Mi hermano se hizo muy cercano a Chuuya, ¿sabes? Mucho más rápido que a cualquier otra persona, incluso más rápido que a Higuchi, y contigo fue lo mismo ―explicó Gin y soltó un suspiro demasiado profundo y cansado para una chica de casi diecisiete años―. No puedo culparla por sentirse un poco celosa de Chuuya o de ti, cualquiera se sentiría así cuando se sabe todo el tiempo que le toma a mi hermano conocer y confiar en la gente.

―Akutagawa no confió tan rápidamente en mí ―aclaró Atsushi―. Nos conocimos a principio de año, sí, pero nunca nos llevamos bien hasta que encontramos puntos en común en la música.

―Lo sé, pero Higuchi no lo entiende así, tampoco comprende que hay una gran diferencia entre tú y Chuuya.

―¿Cuál? ―cuestionó con curiosidad.

―Chuuya no siente nada por mi hermano ―comentó y se levantó, buscando su guitarra, pero observando con atención al otro chico albino una vez más―. Él no es la persona que realmente amenaza su relación.

Chuuya no, pero otra persona sí. Otra persona, otra persona...

Ah... Ella lo sabía.

[•••]

―¡Lo siento! No quería llegar tarde, pero esto pasó ―Chuuya señaló a Dazai―, y tuve que traerlo conmigo.

Cuando entraron a la sala de ensayos, Akutagawa no parecía muy feliz de verlo llegar con Chuuya, pero no dijo nada. Sin embargo, Dazai notó como el guitarrista y vocalista de la banda compartían una silenciosa conversación a través de solo miradas y, al segundo después, la expresión del menor se tornó resignada y desvió su atención, centrándose en el resto de sus integrantes.

Dazai realmente envidió ese silencioso intercambio; típico de dos personas que se conocían tan bien que ya no necesitaban decir nada para saber qué estaba pensando el otro. Extrañaba esa complicidad, Chuuya siempre lo entendió en el pasado y nunca necesito decir demasiado. Ver que ahora compartía ese tipo de "vínculo" con otra persona dolía, pero sabía que, si ya no lo tenía, era su absoluta culpa. Tampoco debería desearlo de vuelta, pensó, pero lo quería tanto.

Manteniendo una sonrisa falsa en su rostro cuando los otros integrantes de la banda posaron su atención en él, notó al chico albino en un rincón de la sala; mirándolo con asombro, luego a Chuuya, luego a Akutagawa, y de regreso a él.

Ah, así que Chuuya decidió traerlo consigo en el último momento. Bien, no importaba, tampoco las preguntas que flotaban por toda la habitación.

Caminó hacia el chico excluido en un rincón, preguntándose por qué se mantenía alejado, pero tenía una idea bastante buena de la razón. Solo tenía que darse cuenta de la actitud de la chica baterista y como esta, siempre que tenía la oportunidad, se mantenía cerca de Akutagawa.

―¡Oh! ¡Atsushi! ―saludó―. Así que Chuuya no había mentido sobre que estabas aquí.

―Ah, sí, Akutagawa me pidió ver el ensayo... ¿Qué haces aquí?―cuestionó el albino, manteniendo su atención en la mirada molesta del guitarrista principal en el otro extremo del cuarto. Dazai estaba consciente de ello, pero ignorarlo era bastante fácil; así también lo era mantener la sonrisa que engañaba a todos, excepto a un cantante pelirrojo.

―Ya ves, adopté a Chuuya como mi perro y lo traje para que ladre un rato, luego lo sacaré a pasear y le daré de comer.

―¿Qué mierda? La mascota eres tú ―aclaró el pelirrojo, acercándose a ellos y empujando al moreno con el hombro―. Yo te saco a pasear y te doy de comer, pero estoy pensado seriamente en dormirte.

―¡Qué malo! Y yo pensé que me querías un poco...

―¿Ah? ¡Pero si morir es un premio para ti!

―¿Entonces reconoces que sí me quieres y que quieres premiarme? ―cuestionó, con un tono meloso en la voz e intentando abrazar al pelirrojo; disfrutando de la frustración y molestia en su rostro―. Eso no ayuda a mi Daddy Issues, pero dame más.

―Oh, mierda, cállate, estoy comenzando a arrepentirme de cada mala decisión que tomé en mi vida que me llevó a conocerte. La primera fue nacer.

―¡Chuuya! ¿Él es tu novio? ―preguntó Higuchi, y Chuuya no sabía si estar agradecido de que esa pregunta lograse distraer a Dazai o no.

Higuchi esperaba impaciente una respuesta, deseando que fuese afirmativa y al fin "quitarlo" de en medio de su relación. Por otra parte, Tachihara parecía un poco interesado, Gin no. Akutagawa compartía miradas con Atsushi, encontrándose fácilmente desde los extremos de la habitación y ambos, un poco impacientes, esperaban escucharle.

Decidiendo que si él no mantenía la calma, nadie lo haría, alejó a Dazai de su lado y negó.

―No, no lo es.

―No lo soy ―repitió Dazai―. Pero lo fui, cuando éramos adolescentes.

Chuuya le dirigió una mirada molesta. Dazai se alzó de hombros y descartó su enfado.

―¿Qué? La gente siempre pregunta qué somos o de dónde nos conocemos, es más fácil decirles la verdad y que soy tu exnovio.

―Solo ve a sentarte a un lado y no molestes ―le indicó Chuuya con un movimiento de mano.

Al menos, por primera vez en la vida, Dazai le hizo caso y se acomodó junto a Atsushi en un rincón, todavía con esa desesperante sonrisa en sus sabios que sabía era falsa; aquella que solo buscaba engañar a la gente y que no notaran el pedazo de mierda que era en realidad, para luego burlarse de ellos. Qué idiota, pensó, pero de todas formas no pudo evitar reír de su infantil actitud.

Chuuya se acercó al micrófono, intentando ignorar las miradas sobre su espalda y las expresiones que pintaban los rostros de sus compañeros de banda. De vez en cuando miraban a Dazai y se preguntaban qué vio Chuuya en el moreno como para salir con él. Al pelirrojo le hubiese gustado responder que no tenía idea, pero no era idiota ni ciego. Dazai siempre fue atractivo. ¿Un imbécil? Sí. ¿Una desgracia para su vida? También, pero estúpidamente guapo y el tipo de hombre que lo empujó fuera del maldito closet tantos años atrás.

Por otra parte, podía escuchar a Higuchi murmurarle a Gin algo sobre los romances que podían volver a renacer, o cualquier tontería que Chuuya decidió ignorar. Akutagawa las hizo callar y el ensayo pudo iniciar.

Y cuando la música comenzó, la mirada de Atsushi se posó inmediatamente en Akutagawa, mientras que la de Dazai se centró solo en Chuuya.

Aunque de adolescente odiaba que Chuuya se concentrara en otra cosa que no fuese él, en ese momento, cuatro años después, le gustaba observarlo tan perdido en su propio mundo y en lo que cantaba. Su voz era tan clara y firme, disfrutaba plenamente del esfuerzo de sus cuerdas vocales y, al mismo tiempo, hacía parecer que golpear cada nota a la perfección era fácil. Tal vez porque siempre fue algo natural en él, pensó Dazai. Así como escribir poemas, cantar también era algo en lo cual Chuuya tenía bastante facilidad, y entendía la razón por la cual lo descubrió tan tarde.

El señor Nakahara odiaba el ruido, ¿no? Recordaba que detestaba los gritos que no fueses suyos, risas o la música fuerte. La señora de la casa siempre hablaba en voz baja, siempre tranquila, y cuando conoció a Chuuya, él hacía lo mismo. Era más callado, reservado, sin cantar o escuchar música a todo volumen en su habitación; su única libertad recaía en los poemas que escribía, y luego, Dazai entró a su vida. Podía reconocer su mala influencia en él, pero mirando hacia atrás, mirando a Chuuya cantar frente a él, no podía arrepentirse de lo que provocó.

No lo hizo cambiar, como sus antiguos "suegros" le recriminaron, sino que sacó a flote su verdadera personalidad. Chuuya siempre fue así. Con sus padres debía reprimirse, con Dazai no. Con Dazai se sintió seguro y acompañado. Cuando estaba con él, encerrados en su habitación jugando videojuegos o conociendo el cuerpo ajeno, encendía la radio a todo volumen más para demostrar su rebeldía que para acallar sus risas o gemidos.

Cantar era la culminación de todo aquello que vivió, pensó Dazai, escuchando otra vez el mismo estribillo de tiempo atrás; el poema que no leyó, la canción con la cual volvió a encontrar a Chuuya.

Se sentía un poco nostálgico, un poco agridulce, un poco emocionado de ver hasta qué destino las canciones llevarían a Chuuya. Tal vez a ese lugar con el cual soñó de adolescente, o a otro diferente, donde Dazai no tenía cabida.

Fuese cual fuese el final, quería verlo. Doliera o no.

Por un momento, se perdió completamente en la voz de Chuuya, pero escuchó algunos errores de los instrumentos, una maldición siendo mascullada y creyendo que la equivocación había pasado por alto. No para él, tampoco para Atsushi.

Durante el resto de la canción, y del ensayo en general, se la pasó observando a Chuuya y comentando con Atsushi cada error que notaba, complementando aquellas mejoras que el albino anotaba mentalmente y expresaba una vez que la banda se detenía por un momento.

Le asombró ver que Akutagawa era tan receptivo a las críticas y sugerencias de Atsushi. Discutía a muy pocas de ellas, aceptaba la mayoría, y volvían a tocar las mismas dos canciones bajo las indicaciones del albino. A veces cambiando la velocidad de las notas, a veces quitando algunas, procurando poner más atención a este o este otro detalle. Pero lo que siempre se mantenía igual y perfecta, era la interpretación de Chuuya. Siempre expresaba puramente todos los sentimientos que plasmó al momento de escribir el poema original.

Escuchar "Setsuna no Ai" y el reflejo de los sentimientos de Chuuya por él en su adolescencia, luego el dolor y resentimiento tras dejarle, le hizo sentir incómodo. Culpable, sí, pero no arrepentido.

Alejarse fue lo correcto en ese momento, y no lo dudó. Pero ahora, en el presente, sus ideas de mantenerse lejos continuaban tambaleándose. Y él seguía ahí, estático, dentro de esa sala de ensayo, escuchándole cantar.

Necesitaba ese descanso tan desesperadamente que, ahora que al fin podía acallar las voces de su cabeza y solo concentrarse en la de Chuuya, podría dormir plácidamente.

No quería nada más que dormir.

Mientras el ensayo progresaba, apoyó la espalda con la pared detrás y también su cabeza; cerrando sus ojos y permitiendo que su cuerpo se relajara. Dejó ir cada pensamientos, escuchando los instrumentos sonar, pero sin ser lo suficientemente interesantes como para opacar la voz de Chuuya. Y antes de que se diera cuenta, el reloj marcó un poco más allá de las ocho de la noche.

―¿Tuviste una buena siesta ahí atrás? ―preguntó Chuuya, con un tono de ironía que no fue lo suficientemente profundo como para ser real.

―¿Te molesta que me haya dormido?

― Me da igual ―respondió, desconectando el micrófono y enrollando el cable―. No esperaba otra cosa de ti, supongo que te aburrió escucharme cantar una y otra vez las mismas dos canciones.

Para nada. Escuchó atentamente cada vez que la canción se repetía. Disfrutó silenciosamente de aquella tranquilidad que sentía cada vez que Chuuya cantaba. Pero no lo diría en voz alta, era algo que prefería guardar para sí mismo.

―Me debes un tazón de ramen ―comentó en lugar de sus verdaderos pensamientos―. Me voy a morir de inanición, te lo juro.

―Tus juramentos no valen nada ―gruñó, y desvió su atención al resto de la banda ―. ¡Hey! ¿Quieren ir a un puesto de ramen?

―¿Qué...? Chuuya, se supone que íbamos a comer solos. Es nuestra cita.

―Cállate, no es una cita, y yo estoy pagando. Invitaré a quien se me dé la gana.

Para su suerte, el resto rechazó. Tenían otros planes, excepto Atsushi. Y aunque el chico intentó negarse a la invitación, comentando que no quería entrometerse en cualquier asunto que hubiese entre ellos dos. Chuuya le hizo callar y le aseguró que, entre él y Dazai, no sucedía nada. Dazai lo confirmó y le aconsejó aprovechar la situación, ya que el pelirrojo pagaría por ambos.

Ignorando la pequeña discusión que se desarrolló entre ambos mayores, Atsushi paseó su mirada por la sala de ensayos. Tachihara ya se había marchado. Gin estaba esperando que una de sus amigas pasara por ella. Según lo que escuchó, la guitarrista se quedaría a pasar la noche con su amiga para estudiar y darle a su hermano un momento de "privacidad" con su novia y que pudiesen hacer lo que quisieran.

Y aquello, realmente, no quería saberlo ni imaginarlo. Pero no era idiota, tampoco un niño. Sabía lo que harían.

―Iré ―respondió, apartando la mirada de la pareja al otro lado de la sala de ensayos e intentando ocultar tanto la envidia como la desilusión y resignación ―. Si no les molesto, por supuesto...

―No molestas, solo Dazai lo hace, pero él también va ―aclaró Chuuya, e ignorando los reclamos del aludido, se despidió del resto de la banda y se encaminó a la salida.

Dazai hizo lo mismo, despidiéndose como si fuese un amigo cercano del resto de la banda y, detrás de él, Atsushi se disculpó por su actitud. Sin embargo, no se acercó a ninguno de ellos, ni siquiera a Akutagawa. A cada uno les dio una sola sonrisa de despedida, deteniéndose un poco más en el guitarrista y murmurando que, sabía, la presentación sería genial, así que no tenía nada de qué preocuparse.

Lastima que no podría verla, ni tampoco asistir a más ensayos; ya había decidido adelantar su viaje a Yokohama. Lo necesitaba. Quería ver a Akutagawa, pero... Al mismo tiempo, necesitaba un poco de soledad.

Caminó detrás de Dazai y Chuuya intentando no pensar. Respondía cada vez que alguno de ellos se giraba y le hablaba, pero intentaba mantener sus palabras dentro de una cantidad mínima, así como una sonrisa para desviar la atención de ambos. Sabía que no estaba engañando a nadie, era horrible mintiendo y el cómo se sentía era difícil de ocultar. Pero ni siquiera debería afectarle, pensó. No es como si alguna vez Akutagawa supiera o correspondiera lo que sentía. No es como si compartir audífonos y canciones significaran algo. No es como si su deseo de verlo entre el público en el evento tuviese algún significado romántico.

Seguramente, Akutagawa solo le quería ahí para demostrarle que podía hacerlo bien, que su ayuda servía de algo. Sí, eso tenía más sentido. ¿Amistad? ¿Amor? No había nada de eso. Él era el idiota que se estaba haciendo ilusiones y viendo cosas donde no las había.

Cuando los mayores volvieron a preguntarle si tenía algún restaurante de ramen en mente, solo mencionó aquel que conocía y que estaba más cerca de la estación. Era lo suficientemente bueno para él, y era el lugar más cercano a las residencias universitarias. Solo quería cenar y luego irse a su cuarto, esconderse bajo su cama y quedarse dormido sin soñar nada hasta la mañana siguiente.

Al menos, Chuuya y Dazai estuvieron de acuerdo con su propuesta y caminaron hacia ese local. Estaba relativamente vacío; la mayoría de las mesas desocupadas y solo con un par de clientes que parecían haber salido recientemente del trabajo. El dueño y cocinero del local los saludó y les indicó en qué mesa podían sentarse, y poco a poco, el ambiente acogedor y calidez del local lograron que Atsushi se relajara. Incluso se unió un par de veces a la conversación entre los mayores y se permitió reírse de alguna broma o tontería que Dazai decía.

Sin embargo, en su mayoría, observó en silencio la dinámica entre Dazai y Chuuya. Escuchando todo lo que se decían, desde los insultos más infantiles, hasta las bromas que solo ellos entendían. Observó la postura relajada de ambos, aquella que ocultaba casi por completo la tensión de cosas que aún no se decían el uno al otro, de secretos que aún no encontraban el momento para confiarse. Pero, en general, se veían cómodos. Y siempre fue así, recordó Atsushi. De todas las veces que los vio desde detrás del mostrador en la cafetería, siempre había ese sentimiento de familiaridad entre ellos y, aunque discutían por tonterías, sus posturas siempre eran relajadas.

Muy en el fondo, pensó en querer algo así. Claro, sin el pasado y los recuerdos de una relación rota, pero quería ese mismo grado de confianza y familiaridad de ellos.

Algunas veces, creyó que con Akutagawa lo había encontrado, pero eso también no era más que una ilusión.

La comida aún no llegaba a su mesa y el chico se levantó, excusándose para utilizar el baño. En cuanto el albino se alejó, con movimientos que reflejaban todo su desánimo, Dazai posó su atención en el pelirrojo frente a él, y las bromas o discusiones sin sentido desaparecieron casi por completo.

―Querías invitar solo a Atsushi, ¿no? ―preguntó, Chuuya asintió.

―Creo que le hará bien distraerse ―explicó, apoyando ambos antebrazos cruzados sobre la mesa e inclinándose sobre esta, mirando a su alrededor y al pequeño pasillo del restaurante por el cual el chico había desaparecido―. No debió ser fácil ver durante todo el ensayo los besos que Higuchi le robaba a Ryuu cada que tenía oportunidad, ni saber que, seguramente, ahora mismo esos dos deben estar follando.

―Ah, te diste cuenta de lo que siente.

―Es bastante obvio. Yo tampoco era bueno ocultando cuando un chico me gustaba y lo mucho que me afectaba verlo con alguien más.

―¿Te dolía verme con otras personas?

―No estaba hablando de ti ―gruñó, dándole al moreno una mirada molesta―. ¿Qué tan importante crees que eres? No eres la única persona que me ha gustado, Dazai, han pasado cuatro años.

El ramen llegó en ese momento. Callaron y agradecieron al mesero por la comida. A pesar de que Dazai y Atsushi habían ordenado lo mismo, y las cantidades eran técnicamente iguales, el moreno intercambió los platos; mascullando que el del chico tenía más contundencia cuando Chuuya le preguntó qué demonios estaba haciendo. Chuuya decidió ignorarlo, no valía la pena discutir por algo tan banal.

Decidieron esperar a que el menor regresara del baño para comenzar a comer y, revolviendo distraídamente cada ingrediente del plato, Dazai volvió a hablar como si jamás hubiesen sido interrumpidos, ni el silencio se hubiese posado entre ellos.

―De todas formas, entiendo como se siente.

―¿Tú? ¿Qué vas a entender? ―se burló Chuuya. Sin embargo, la expresión de Dazai se mantuvo estoica y distante.

―Más de lo que crees ―respondió, centrando su mirada en el plato frente a él, pero Chuuya adivino que estaba observando un agrio recuerdo lejano―. Ver a quien amas con alguien más, te hace desear morir.

Sus ojos vacíos decían tanto y a la vez ocultaban todo. Chuuya intentó leer en ellos los secretos que Dazai guardaba, entender el origen de esa nueva desilusión que no estaba allí la última vez que se vieron, a los dieciocho años. ¿De dónde venía ese cansancio?, ¿quién lo produjo?, ¿quién fue capaz de convertir a Dazai en todo lo que sus padres siempre quisieron? Alguien sin vida, que se movía más por los intereses ajenos que los propios, que ocultaba sus verdaderos deseos o fingía que todo le agradaba solo para recibir un poco de atención y aceptación.

No le gustaba ese Dazai. Le deprimía. Y quería tanto golpearlo como abrazarlo; cantarle hasta que se quedara dormido en su regazo.

―¿Hay algo que debería saber? — preguntó, con cautela.

―¿Hay algo que yo debería saber, Chuuya? ― inquirió en respuesta Dazai, ocultando detrás de una sonrisa juguetona el cansancio de su cuerpo y mente ―. ¿Con cuántas personas has salido este último tiempo?

―¿Qué te importa? Si quieres saber solo para tomártelo como una competencia y decirme que has salido con más personas que yo, entonces vete a la mierda.

―¿Qué tan mal concepto tienes de mi?

―¿Del tipo que te conoció en la adolescencia y que fue tu única relación que duró más de un mes? Que estuviéramos juntos casi tres años fue todo un récord para ti.

―Mh, sí, pero ya no soy así ―aclaró, dejando los palillos a un lado y alejándose del plato una vez que todos los ingredientes se mezclaron en una sopa sin forma original―. Solo estuve con una persona, pero eso fue hace dos años. Además, no estoy seguro de que cuente como una "relación" real.

La monstruosidad que Dazai había hecho del tazón de ramen no fue suficiente para sorprenderlo tanto como esas palabras, y antes de que pudiese reprimir la curiosidad, esta se escapó.

―¿Por qué? —cuestionó. Dazai se alzó de hombros.

―Estar junto a alguien no es tan necesario―respondió, perdiéndose en sus recuerdos tan variados como confusos, al igual que la sopa frente a él y cada uno de sus ingredientes mezclados―. Yo solo... después de esa "relación" ya no quise forzar nada, ni tampoco buscar. No necesito buscar a alguien para no sentirme solo.

De todas formas, siempre se sentía así. Estuviese con alguien o no. El vacío no iba a llenarse con alguien más. Por un momento, Oda pudo cubrir la soledad, Chuuya antes que él; pero el otro hombre, aquel que ya no estaba, le enseñó a golpes lo que era estar solo y aceptar ese vacío como el sentimiento más humano que existía, y del cual no podía escapar.

Había un poco de tranquilidad y comodidad en la soledad, pensaba Dazai. No todos los días le gustaba, no siempre la soportaba, pero, al menos, a diferencia de su "yo" de diecisiete años, ya no le temía a estar solo. Tampoco necesitaba de alguien a su lado constantemente, en cualquiera de los sentidos, ya sean sus amigos o un interés romántico.

Pero Chuuya... Chuuya siempre fue un caso diferente. Una constante rara en su vida, que jamás creyó que se mantendría incluso después de las peleas y rupturas. Podía estar sin él; sin embargo, le gustaba mucho más cuando estaban juntos.

―Claro, si conozco a alguien y me gusta lo suficiente, creo que podría intentarlo ―comentó, alejando sus pensamientos sobre el pelirrojo, pero sabía que era imposible teniéndole frente a él. Aún así, podía fingir, decidió, y terminó―: pero por lo demás, así está bien.

Cuando levantó la mirada de sobre su revuelto plato de ramen, se sintió confundido ante la expresión que el pelirrojo le estaba dando. ¿Por qué le observaba con tanta sorpresa? Casi parecía que no creía en sus palabras, o bien aún no acababa de terminar de procesarlas totalmente.

Poco a poco, el pelirrojo volvió en sí. Sin embargo, la incredulidad seguía en él. ¿Y qué era eso que veía en sus ojos? Aquello brillante, profundo, de sabor suave y fuerte a la vez, como un café con aroma a chocolate; tan suave que le hizo despertar tanto como relajar. ¿Era un poco de orgullo lo que se reflejaba en el azul profundo? No estaba seguro, pero tampoco podía apartar la mirada.

―Vaya, no lo creía, pero parece que realmente no eres el mismo idiota de antes ―comentó Chuuya, terminando por bromear y soltar una risita tan tranquila como familiar.

Dazai no pudo hacer más que sonreírle, sin ánimo o la necesidad de fingir sentirse ofendido o molesto. Solo feliz, solo emocionado.

―Tú lo dijiste. Han pasado cuatro años ―respondió, deteniéndose un poco más en observar esa sonrisa suave y esos ojos azules brillando con un tenue orgullo―. Algo tenía que cambiar.

Algo había cambiado en ellos, en ambos, pero aún no lo descubrían. Aún no estaban seguros de qué era aquello que se escondía bajo la piel del otro; lo que no conocían y que tensaba la familiaridad y comodidad que tan rápidamente recuperaron. A la par, pensaron que solo debían darle un poco de espacio y oportunidad para que el tiempo alineara sus vidas por sí solo, y llegando a esa conclusión antes de que Atsushi regresara a la mesa, decidieron no hablar más.

Cuando el menor regresó, y antes de sentarse junto a Dazai, miró el plato que el moreno había destruido y alejó el propio; temeroso de que corriera el mismo destino. Su compañero de estudios solo le sonrió, con una inocencia fingida en la cual Atsushi no cayó.

La cena fue tranquila. Chuuya y Dazai hablaron en casi todo momento; comentando sobre cualquier cosa y bromeando entre sí, pero no olvidaron al chico que estaba con ellos. Siempre, fuese cual fuese el tema en la mesa, intentaban incluir a Atsushi; preguntándole qué opinaba, bromeando con y de él. Siempre manteniendo sus burlas lejos de su interés romántico por cierto guitarrista.

El nombre de Akutagawa no fue mencionado ni una vez durante toda la comida, pero tanto Dazai como Chuuya, sabían que en más de una ocasión, cuando la mirada ámbar-amatista del chico se distanciaba, era porque pensaba en él.

Y no podían culparlo de esos breves momentos de angustiante disociación. No podían regañarlo; mucho menos Dazai.

Entendía aquello. Entendía demasiado bien lo que se sentía. Al menos, Atsushi lo estaba manejando mejor de lo que él lo hizo tres años atrás. No salió corriendo de la sala de ensayos a pesar de todos los besos que tuvo que ver. Seguía manteniendo una sonrisa genuina para Akutagawa, continuaba enfrentándolo y anteponiendo la admiración que sentía por el guitarrista; empujando hasta lo más profundo de su mente sus verdaderos anhelos y deseos. Ocultando lo que quería, conformándose con solo un par de acordes, una melodía, una sonrisa.

No como Dazai. No como él que, desde el primer momento, no pudo fingir que todo estaba bien. No pudo ocultar ni anteponer lo que Odasaku quería a sus propios deseos. No pudo soportarlo y prefirió buscar una escapatoria; esperando calmar el dolor, y a la vez llamar la atención, pero no hizo más que arruinar las cosas. Y sin importar cuánto cambiara, jamás pudo reparar aquello que dos años atrás terminó por romperse.

Cualquier persona en esa mesa y en las otras, era mejor que él, pensó, mirando a su alrededor; al chico albino a su lado, ignorando al pelirrojo que había notado su cambio de actitud y la oscura corriente de pensamientos por la cual se dejó tan fácilmente arrastrar.

Y Chuuya quiso traerle de regreso a la realidad, sacarlo de las lúgubres aguas que le ahogaban desde hace mucho tiempo. Pero, antes de que pudiese hacer cualquier cosa, un teléfono sonó. Era el de Dazai.

Por un instante, cuando reconoció el número que llamaba, Chuuya apostaría que notó que el rostro de Dazai perdía un poco de color. Pero tan rápido como el tono se aclaró, volvió a su calidez natural, y la sonrisa de disculpa que se posó en sus rosados labios no logró engañarlo.

―Iré a responder ―mencionó Dazai, levantándose inmediatamente―. Regresaré enseguida.

Distraídamente, sorbiendo los fideos y perdido en sus pensamientos, Atsushi murmuró un "no te preocupes". Chuuya solo asintió y mantuvo la mirada fija en la espalda del moreno hasta que este salió del local.

Suspirando, volviendo a comer, el pelirrojo pensó que él también debería hacer un par de llamadas. Después de todo, últimamente no había hablado demasiado con su hermano o cuñado. Se los debía, pensó, y decidió esperar un poco antes de levantarse y salir también del local a hacer o recibir una llamada.

[•••]

Seguramente nevaría otra vez esa noche o mañana, pensó Dazai, al salir del local, con el teléfono volviendo a sonar y callar. Pero la otra persona volvería a llamar una tercera vez, así que no se preocupó por responder.

Mirando el cielo cubierto por la gruesa capa desde la cual los copos de nieve descenderían, se preguntó si es que, alguna vez, cuando era pequeño, antes de los catorce años, le gustó ver la nieve. No podía recordar ni un solo momento en que disfrutó del invierno. El frío significaba más tiempo dentro de casa, más tiempo intentando hacer a sus padres sentirse orgullosos de él, pero nunca lo logró.

Nunca hizo nada bueno para ellos, nunca fue lo suficientemente inteligente o malo como para lograr una reacción positiva o negativa. Solo era una molestia; algo que preferían ignorar. Un error. El niño nacido de una infidelidad que avergonzaba a toda la casta Tsushima. Fue tan poco querido que ni siquiera recibió ese apellido, solo un tenue reconocimiento, solo un certificado legal. Era la "vergüenza" de la familia, la razón del matrimonio entre sus padres, la excusa desde la cual se sostuvieron para quitar a su progenitor de cualquier derecho a herencia.

Podía entender por qué su padre lo odiaba, pero no creía que realmente se lo mereciera en su niñez. Sí en su adolescencia; desde los catorce años fue un maldito idiota e hizo de todo para obtener un poco de atención, ¿pero de niño? Siempre se comportó perfectamente para no darle molestias y hacerle sentir satisfecho con su "desliz", pero nunca fue suficiente.

No importó si era mejor que sus primos o cualquier otro vástago bastardo que sus tíos engendraron, tampoco importó si era el más capaz o inteligente entre ellos. Seguía siendo un error. Y cada invierno, durante cada momento en que la nieve caía y no podía salir de casa, su padre y madre se lo recordaban. No era suficiente. Estaban atrapados en ese matrimonio y acuerdo sofocante solo por su culpa, y nada de lo que pudiera hacer cambiaría el resentimiento que sentía por su nacimiento.

Al menos, después conoció a Chuuya y podía escaparse con él durante cada nevazón. Jugar en la nieve, hacer muñecos, insultarse y pelearse a pesar del frío; todo lo que no hizo antes de sus quince años. Y luego conoció a Oda y obtuvo la atención y cuidado que quería, se alejó de Yokohama y ya no le importaban sus padres. A veces se acordaba de ellos, y la carencia le molestaba un poco, pero no los necesitaba. Se acostumbró a la soledad.

Y pensando en todo ello, pensando en que, después de todo, sus padres tenían razón en despreciarlo y que nunca sería suficientemente bueno para nadie, respondió a la tercera y última llamada que llegó.

―Ango.

Dazai ―respondió la voz al otro lado―. Esta es la primera vez que me respondes en seis meses...

―Solo me llamas cada seis meses, como cerciorando de que siga vivo ―bromeó, soltando una risita ácida y apoyándose a un costado de la entrada del restaurante; ni muy cerca de la entrada, ni muy lejos―. Ahora que lo confirmaste, colgaré. Estaba ocupado.

Dazai, espera...

El moreno suspiró. Se alejó el teléfono de la oreja por un momento, pensando en solo colgar y olvidar que había recibido esa llamada, pero no estaba listo para regresar al interior. No estaba listo para verse reflejado en la situación de Atsushi, no quería mirar a Chuuya y darse cuenta de que su ausencia fue lo que verdaderamente necesitó el pelirrojo más que su compañía. No estaba listo, no aún, así que decidió continuar esa incómoda llamada.

―¿Sí? ―cuestionó, suavemente, preparándose mentalmente para cualquier palabra.

Pronto será Navidad ―comentó, como si Dazai no estuviese al tanto de ese hecho ―. Y hace mucho que no te veo. Un año, para ser exacto, cuando rechazaste mi invitación.

―¿Sigues enojado por qué rechacé tu invitación para la cena "familiar" de Navidad? ¡Pero si te envié un regalo! Además, nadie me quería ahí.

Todos te querían ahí.

―No intentes engañarme, Ango, no soy estúpido. ¿Crees que no noto la forma en que me miran después del incidente hace dos años?, ¿crees que no sé lo que piensan? Nadie me quería ahí, todos están más tranquilos sin que esté alrededor.

Eso no es cierto, no es lo que yo pienso o lo que piensa... ―calló, y Dazai agradeció que lo hiciera. No quería escuchar más de eso, así que se sintió aliviado cuando la persona al otro lado de la línea suspiró y decidió no mencionar nada más―. De todas formas, olvida la invitación del año pasado. Para esta Navidad esa gente no estará, ¿sí? Y sé que no tienes con quien estar en esa fecha, así que... Ven. Esta vez será en mi casa. Será como en los viejos tiempos.

―¿"Como los viejos tiempos"? No eres gracioso, Ango, nunca lo fuiste ―espetó, apretando el teléfono entre sus manos más de lo necesario, y relajando su agarre cuando se dio cuenta de la fuerza de sus dedos―. Nada será como antes. Además, el viaje a Tokyo es demasiado largo. Estaré bien.

No quiero que estés solo ―insistió, y Dazai pudo escuchar perfectamente el titubeo en su voz; inseguro, a punto de decir algo incorrecto―. A Oda tampoco le gustaría...

Escuchar ese nombre se sentía como un golpe cada vez. Le quitaba el aire y le hacía enojar tanto como entristecer, pero si en algo era experto, era en fingir que todo estaba bien y nada sucedía.

―¿Por qué siempre tiene que utilizar a Odasaku para convencerme de algo? ―cuestionó, intentando controlarse y esconderse bajo el desinterés―. No son nada originales.

Pero a veces, como en esas noches tan frías, no podía mantener en raya lo que sentía.

Porque por él si lo harías ―aclaró Ango―. Si él te lo pidiera, no lo dudarías.

No, no lo haría. Pero la posibilidad de que Oda se lo pidiera no existía.

Su cuerpo se estremeció por un momento, aunque el viento estaba quieto en su mayoría, una suave brisa iba de aquí para allá. Comenzó a extrañar la calidez del interior del local, de la sopa que había destruido y de la plática con Chuuya.

Chuuya...

―Tengo planes ―respondió, después de un largo silencio. Y el recuerdo de esa tarde, las canciones que escuchó y el pelirrojo esperando dentro del local, logró animarlo un poco―. Recientemente, me gusta mucho un pequeño cantante y realmente espero poder escucharlo cantar el día de Navidad. Tal vez incluso consiga una cita y lo engañe para que pague la cena por mi.

De alguna forma, había logrado aligerar la conversación y Ango rio.

Eso se escucha como un plan que te haría bastante feliz.

―La felicidad no existe ―replicó―. Solo... eso me entretendrá durante la noche. La Navidad solo es agradable para los niños y yo, por suerte, ya no lo soy.

Pudiste haberme engañado, a veces parece que aún tienes cinco años ―bromeó.

Dazai rio genuinamente por primera vez desde el inicio de la llamada. Ya no se arrepentía tanto de haber respondido, pero ese breve momento de risas no podía durar demasiado.

La pregunta de cada año se repetía; temerosa, insegura, sin saber qué produciría, pero Ango no podía dejarla de lado, ¿no? Siempre insistía, aunque sabía la respuesta mejor que nadie.

¿Vendrás para ese día...?

―No me pidas tanto ―murmuró Dazai, casi en una suave y silenciosa súplica―. Aún no estoy listo para eso...

Lo sé. Llámame cuando estés listo ―propuso, empatizando fácilmente incluso a través del teléfono y a kilómetros de distancia―. Después de todo, entiendo lo que se siente.

―No, no tienes ni idea  ―repuso Dazai, y la puerta del local se abrió, dejando salir a un hombre pelirrojo que tan fácilmente lo encontró entre la fría oscuridad de la noche―. Adiós, Ango, vuelve a llamar en un año más, ¿sí?

El hombre al otro lado solo rio y eso fue todo. Dazai colgó la llamada y guardó el teléfono antes de que Chuuya llegara a su lado.

―¿"Ango"? ―cuestionó el pelirrojo, sin pena alguna―. ¿Quién era ese?

―Un viejo amigo, supongo. Lo conocí cuando llegué a Kyoto por primera vez. ―Se alzó de hombros, restándole importancia a ese hecho, y observó al pelirrojo, curioso de que este se acomodara a su lado―. ¿Qué haces, Chuuya? ¿Escuchando pláticas ajenas? Eso es de muy mala educación.

―Cállate, también haré una llamada.

Ya que no le pidió a Dazai marcharse, el moreno se quedó ahí. Curiosamente, ya no hacía tanto frío a su alrededor mientras observaba a Chuuya marcar un número que estaba casi al final de su lista de contactos.

Observó cada uno de sus movimientos, y le sorprendió ver la rapidez con la cual la llamada fue respondida, también la actitud de Chuuya cuando la persona al otro lado saludó.

―Hola. Sí. Cállate, no quiero hablar contigo ―aclaró, con palabras toscas, pero manteniendo una sonrisa casi infantil sobre sus labios―. Pásame a Arthur.

La otra persona pareció quejarse un poco, pero fácilmente aceptó las exigencias de Chuuya. Pasó al menos un minuto antes de que el pelirrojo volviese a hablar y, cuando sucedió, Dazai ya no pudo entender nada. El resto de la llamada transcurrió en un francés que no sabía que el otro dominaba, pero tan solo debía observar su rostro y las expresiones en las cuales se deformaba para entender el sentimiento detrás de todo lo que decía.

En su mayoría, había un tono de aprecio en su voz. Un poco de preocupación también, respeto y cuidado, pero el cariño era predominante; así como el suave registro de genuino agradecimiento que estaba plasmado en cada una de sus palabras. El nombre de antes, Arthur, continuaba repitiéndose a lo largo de la plática y su presencia no hizo más que aumentar la curiosidad en él. Tanto fue que, cuando la llamada terminó al fin, no pudo evitar preguntar.

―¿Y quién era "Arthur"?

―Mi cuñado ―explicó Chuuya con simpleza, guardado el teléfono―. El que me envió el sombrero que odias.

―Ah. No sabía que Kouyou se casó.

―¿Kouyou? ¿Mi hermana que es lesbiana? ―Chuuya soltó una breve carcajada―. Idiota, es el esposo de mi hermano mayor. Y ahora que lo pienso, mi madre realmente tenía un don para parir solo homosexuales, eh...

Antes de que Chuuya pudiese distraerse con los detalles de la orientación sexual de él y sus familiares, Dazai lo tomó por los hombros y lo zarandeó, exigiendo las respuesta que, notaba, el otro estaba dispuesto a dar en esa fría noche.

―¡Nunca me dijiste que tenías otro hermano además de Kouyou!

―Ah, cierto, no lo conociste. No vive en Japón, está en Francia. ―Fue su turno para alzarse de hombros y restarle importancia a ese detalle―. Yo tampoco sabía que Paul existía hasta hace cuatro años, cuando vino buscando a nuestra madre, y en su lugar me encontró a mi. Así que, como compensación, me llevó con él.

―¿Y estuviste de acuerdo con el secuestro?

Chuuya volvió a alzarse de hombros.

―Era mejor ser vendido a un traficante de órganos que quedarme más tiempo en esa casa. Quería alejarme lo más que pudiera, ¿y qué más lejos que Francia? De todas formas, todo salió bien. ¿Sabes que ese bastardo logró casarse con alguien de alta cuna? Lo envidio, Arthur es increíble y está podrido en dinero.

―Por supuesto que solo te interesa el dinero.

―¿Y a quien no? Por eso estudio economía, idiota. Estoy pensando en demostrarle a Arthur que soy mejor partido que Paul y hacer que se divorcien. Luego, me casaré con él y me quedaré con todo.

Rieron, y Dazai quiso saber más allá. Más detalle, sus rostros, su tipo de relación con Chuuya más allá de un parentesco sanguíneo y familiar. Por lo que pudo notar a través de la llamada, era un trato bastante bueno.

Parecían ser el tipo de personas que Chuuya necesitaba cuando era un adolescente; el hermano mayor que requería en casa, protegiéndolo y alejándolo de sus padres, aunque llegó un poco tarde, pero podía ver que hizo todo lo posible por reparar lo que otros rompieron. Al igual que su cuñado que pareció suplir, de alguna forma, el vacío que Kouyou había dejado en Chuuya cuando se marchó.

¿También hubo alguien que suplió el lugar que Dazai dejó en él? ¿Existía alguien así? Quería preguntar, pero antes de que la curiosidad se le escapara de las manos, Chuuya le estaba tendiendo un pequeño papel.

―Por cierto... ―Dazai miró lo que le entregaba. Había una hora y fecha escrita en elegante letra en una cara, y en la otra un logotipo y un nombre de un local conocido―. Tu entrada para el evento. Creo que le mencionaste a tu amigo algo sobre "conseguir una cita con un cantante y hacerle pagar la cena".

―Así que escuchaste eso... ―musitó Dazai, sintiéndose un poco avergonzado sin razón.

―No estabas siendo muy discreto ―aclaró Chuuya, desviando la mirada―, y no quería precisamente interrumpir la plática, así que me quedé adentro y escuché desde ahí en adelante.

No lo dijo en voz alta, pero Chuuya esperaba que no le importara que conociera unos cuantos detalles que no le había revelado todavía. Seguramente, también tenía sus propias dudas al respecto, pero las guardaba para sí. Dazai decidió hacer lo mismo y, respondiendo a la pregunta tácita entre ellos, tomó la entrada y la guardó inmediatamente; como si fuese algo preciado.

―Espero verte ahí ―dijo Chuuya, sonriendo cuando notó que no había sido rechazado.

―No me lo perdería por nada del mundo ―respondió Dazai, devolviéndole al pelirrojo la misma suave expresión y, caminando juntos, dando los mismos pasos al mismo tiempo, se encaminaron de regreso al interior del local, hablando una vez más―. Si Chuuya desafina una nota, me burlaré toda la noche.

―Idiota, mi voz es perfecta.

―Sí, sí. Lo es.   

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