let me be her (completa)

By milanolivar

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Ser organizadora de eventos no es fácil, y ser la organizadora de eventos de tu padre le añadía un doble grad... More

𝒄𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏: ¿𝒅𝒂𝒇𝒏𝒆?
𝒄𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐: 𝒘𝒊𝒍𝒔𝒐𝒏
𝒄𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟑: 𝒔𝒆́ 𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒐𝒚 𝒕𝒖 𝒕𝒊𝒑𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟒: 𝒆𝒍 𝒓𝒆𝒕𝒓𝒂𝒕𝒐 𝒅𝒆 𝒐𝒍𝒊𝒗𝒊𝒂 𝒂𝒓𝒄𝒉𝒆𝒓
𝒄𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓: ¿𝒂𝒖́𝒏?
𝒄𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟔: 𝒍𝒂 𝒓𝒖𝒊𝒏𝒂 𝒅𝒆 𝒍𝒂 𝒇𝒂𝒎𝒊𝒍𝒊𝒂
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟕: 𝒆𝒍 𝒑𝒐𝒔𝒕𝒓𝒆
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟖: 𝒓𝒆𝒔𝒑𝒊𝒓𝒂
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟗: 𝒃𝒖𝒓𝒃𝒖𝒋𝒂𝒔
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏𝟎: ¿𝒑𝒐𝒓 𝒒𝒖𝒆́ 𝒆𝒍𝒍𝒂?
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏𝟏: 𝒆𝒍 𝒐𝒃𝒔𝒆𝒓𝒗𝒂𝒕𝒐𝒓𝒊𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏𝟐: 𝒐𝒓𝒈𝒖𝒍𝒍𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏𝟑: 𝒏𝒐 𝒆𝒔 𝒑𝒐𝒓 𝒕𝒊, 𝒄𝒊𝒆𝒍𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏𝟒: 𝒔𝒐𝒍𝒆𝒅𝒂𝒅
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏𝟓: 𝒍𝒂 𝒖́𝒍𝒕𝒊𝒎𝒂 𝒑𝒆𝒓𝒔𝒐𝒏𝒂 𝒆𝒏 𝒍𝒂 𝒕𝒊𝒆𝒓𝒓𝒂
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏𝟔: 𝑹𝒐𝒎𝒂𝒏𝒐𝒔 𝟖:𝟖
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏𝟕: 𝒆𝒍 𝒅𝒆𝒔𝒊𝒆𝒓𝒕𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏𝟖: 𝒉𝒐𝒍𝒅 𝒎𝒚 𝒉𝒂𝒏𝒅
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏𝟗: 𝒏𝒊 𝒕𝒆 𝒊𝒎𝒂𝒈𝒊𝒏𝒂𝒔 𝒆𝒍 𝒅𝒐𝒍𝒐𝒓
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐𝟎: 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒂𝒈𝒖𝒂
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐𝟏: 𝒆𝒍 𝒂𝒔𝒄𝒆𝒏𝒔𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐𝟐: 𝒍𝒂 𝒑𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒂𝒅𝒊𝒆 𝒗𝒆
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐𝟑: 𝒂𝒇𝒕𝒆𝒓 𝒉𝒐𝒖𝒓𝒔
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐𝟒: 𝒎𝒂𝒎𝒂́
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐𝟓: 𝒉𝒂́𝒃𝒍𝒂𝒎𝒆
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐𝟔: 𝒖𝒏 𝒍𝒖𝒈𝒂𝒓 𝒔𝒆𝒈𝒖𝒓𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐𝟕: 𝒐𝒋𝒐 𝒑𝒐𝒓 𝒐𝒋𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐𝟖: ¿𝒒𝒖𝒊𝒆́𝒏 𝒆𝒓𝒆𝒔, 𝒏𝒐𝒂𝒉 𝒘𝒊𝒍𝒔𝒐𝒏?
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐𝟗: 𝒑𝒊𝒆𝒍 𝒄𝒐𝒏 𝒑𝒊𝒆𝒍
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟑𝟎: 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒅𝒊𝒋𝒐 𝒋𝒂𝒏𝒆 𝒂𝒖𝒔𝒕𝒆𝒏...
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟑𝟏: 𝒍𝒂 𝒍𝒍𝒆𝒈𝒂𝒅𝒂
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟑𝟐: 𝒅𝒊́𝒂 𝒖𝒏𝒐, 𝒑𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒖𝒏𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟑𝟒: 𝒅𝒊́𝒂 𝒖𝒏𝒐, 𝒑𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒕𝒓𝒆𝒔
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟑𝟓: 𝒈𝒓𝒂𝒄𝒊𝒂𝒔, 𝒈𝒓𝒂𝒄𝒆
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟑𝟔: 𝒅𝒊𝒂 𝒅𝒐𝒔, 𝒑𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒖𝒏𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟑𝟕: 𝒉𝒆𝒓𝒆 𝒘𝒆 𝒈𝒐 𝒂𝒈𝒂𝒊𝒏
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟑𝟖: 𝒍𝒂𝒔 𝒄𝒐𝒎𝒑𝒂𝒓𝒂𝒄𝒊𝒐𝒏𝒆𝒔 𝒔𝒐𝒏 𝒐𝒅𝒊𝒐𝒔𝒂𝒔
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟑𝟗: 𝒖𝒏𝒂 𝒏𝒖𝒆𝒗𝒂 𝒗𝒊𝒅𝒂
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟒𝟎: 𝒅𝒊𝒈𝒏𝒐 𝒅𝒆 𝒖𝒏 𝒔𝒆𝒓 𝒉𝒖𝒎𝒂𝒏𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟒𝟏: 𝒍𝒐𝒔 𝒘𝒊𝒍𝒔𝒐𝒏
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟒𝟐: 𝒏𝒐 𝒅𝒆𝒔𝒄𝒖𝒆𝒍𝒈𝒖𝒆𝒔
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟒𝟑: 𝒂𝒏𝒕𝒆𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝒂𝒎𝒂𝒏𝒆𝒄𝒆𝒓
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟒𝟒: 𝒆𝒍 𝒅𝒆𝒔𝒂𝒚𝒖𝒏𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟒𝟓: 𝒄𝒐𝒎𝒊𝒅𝒂 𝒆𝒏 𝒇𝒂𝒎𝒊𝒍𝒊𝒂
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟒𝟔: 𝒂𝒃𝒊𝒈𝒂𝒊𝒍
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟒𝟕: 𝒍𝒖𝒄𝒆𝒔 𝒚 𝒔𝒐𝒎𝒃𝒓𝒂𝒔
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟒𝟖: 𝒎𝒊𝒓𝒂𝒓 𝒂𝒍 𝒑𝒂𝒔𝒂𝒅𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟒𝟗: 𝒕𝒐𝒅𝒐 𝒗𝒖𝒆𝒍𝒗𝒆 𝒂 𝒆𝒎𝒑𝒆𝒛𝒂𝒓
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓𝟎: 𝒔𝒂𝒍𝒊𝒓 𝒅𝒆𝒍 𝒂𝒈𝒖𝒋𝒆𝒓𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓𝟏: 𝒂 𝒑𝒍𝒆𝒏𝒂 𝒗𝒊𝒔𝒕𝒂
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓𝟐: 𝒂𝒇𝒓𝒐𝒏𝒕𝒂𝒓 𝒍𝒂 𝒓𝒆𝒂𝒍𝒊𝒅𝒂𝒅
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓𝟑: 𝒔𝒊𝒈𝒏𝒐 𝒅𝒆 𝒊𝒏𝒕𝒆𝒓𝒓𝒐𝒈𝒂𝒄𝒊𝒐́𝒏
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓𝟒: 𝒍𝒂 𝒄𝒐𝒕𝒊𝒅𝒊𝒂𝒏𝒊𝒅𝒂𝒅 𝒅𝒆 𝒖𝒏𝒂 𝒗𝒊𝒅𝒂
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓𝟓: 𝒇𝒐𝒕𝒐𝒔 𝒆𝒏 𝒖𝒏 𝒄𝒂𝒋𝒐́𝒏
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓𝟔: 𝒍𝒊𝒆𝒔, 𝒍𝒊𝒆𝒔, 𝒍𝒊𝒆𝒔
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓𝟕: 𝒕𝒊𝒆𝒏𝒆𝒔 𝒖𝒏 𝒆𝒎𝒂𝒊𝒍
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓𝟖: 𝒍𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒂𝒍 𝒆𝒎𝒑𝒊𝒆𝒛𝒂...
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓𝟗: 𝒓𝒆𝒄𝒖𝒆́𝒓𝒅𝒂𝒎𝒆
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟔𝟎: 𝒊𝒕 𝒘𝒂𝒔 𝒓𝒆𝒂𝒍
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟔𝟏: 𝟓 𝒅𝒆 𝒏𝒐𝒗𝒊𝒆𝒎𝒃𝒓𝒆
𝒆𝒑𝒊𝒍𝒐𝒈𝒐

𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟑𝟑: 𝒅𝒊́𝒂 𝒖𝒏𝒐, 𝒑𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒅𝒐𝒔

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By milanolivar

—Qué chanclas tan bonitas, me gusta el color. —Grace señaló los pies de Noah, que bajó la mirada para echar un vistazo a sus chanclas negras—. Eres la mujer más grande que he visto en mi vida.

—Has visto pocas —respondió Noah, con las manos en los bolsillos de su pantalón.

—¿Qué número de pie tienes? —Replicó, como si de un partido de tenis se tratase.

—Un 44. ¿Por qué? ¿Tienes un fetiche con los pies? —Grace alzó las cejas antes de soltar una carcajada, mirándome con sorpresa ante las respuestas de Noah.

—¿Nos podemos ir ya a comer o queréis seguir vacilándoos en mitad del restaurante? —Me quejé, viendo cómo Grace le daba un empujón con el dedo a Noah.

—Cuidadito con mi amiga.

A Noah le hacían gracia las amenazas de Grace y se despidió de ella antes de sentarse en la mesa conmigo.

Compartimos un plato de marisco que Noah se encargó de seleccionar cuidadosamente del buffet, poniéndolo en mitad de la mesa. Me fascinaba su pasión con la comida. No le gustaba comer, le fascinaba la comida. Me confesó que dejó el vóley para poder comer lo que le diese la gana sin que su padre estuviese pendiente de cada gramo de lo que ingería su estómago.

—Por ejemplo, no me dejaba comer hidratos después de las cuatro de la tarde —dijo, cogiendo una ostra con ese diminuto tenedor, llevándosela a la boca—. Yo quería salir con mis amigos y comerme una hamburguesa, pero no podía. Incluso pesaba cada grano de arroz que ponía al lado del pollo a la plancha.

—¿Qué pasó cuando dejaste el vóley? ¿Se enfadó? —Ladeé la cabeza, dándole un mordisco a la gamba que acababa de pelar Noah para mí.

—Se cabreó muchísimo. Culpaba a Zoe de llevarme por un mal camino, cuando solo éramos dos adolescentes que querían hacer surf y pasárselo bien, no estábamos haciendo nada malo. —Se metió una gamba en la boca, zarandeando la cabeza para negar—. Tenía veintitrés años cuando dejé el vóley, renuncié a una beca en UCLA. Pasé el verano entero viviendo en casa de mi tía y trabajando en ese restaurante italiano que te conté, paseando perros y siendo monitora en fiestas de cumpleaños.

—¿Te echó de casa?

—No sé. Discutíamos cada segundo del día. Salía de mi habitación para comer y en mitad del almuerzo empezábamos a discutir a gritos. Él me echaba en cara que había arruinado mi carrera, yo me cabreaba y empezaba a gritarle lo mal padre que era. Gané peso por dejar el deporte de alto rendimiento y comer lo que me daba la gana, era obvio, pero mi padre no paraba de hacer comentarios sobre mi físico, aunque yo no me veía mal. Acabé yéndome ese verano. —Arrancó la carne de la langosta del caparazón y la embadurnó en salsa de mantequilla, comiendo.

—¿Cuánto llegaste a pesar?

—Lo que peso ahora, unos ochenta y cuatro. Por ahí andará. —Movió la mano en un gesto de duda—. A la gente le da mucho miedo escuchar una cifra mayor a los sesenta kilos, pero...

—A mí me daba muchísimo miedo. También debes tener en cuenta que eres muy alta y que sigues teniendo masa muscular. —Noah asintió con las cejas alzadas, dándole un trago al vino blanco de su copa—. Es decir, a pesar de ganar peso, se te sigue notando que fuiste atleta.

—A ver, si me siento tengo rollitos de grasa, como todo el mundo, pero dejé de obsesionarme con eso hace mucho —decía mientras abría una pata de cangrejo con las manos, partiendo el caparazón para sacar la carne blanca de dentro.

—A mí me dan mucha inseguridad mis muslos. Me hacen tener unas caderas... —Noah dejó de masticar, levantando la cabeza del plato con el ceño fruncido y un gesto de asco—. ¿Qué?

—La mitad de este restaurante mataría a su madre delante de sus hijos por verte los muslos, ¿qué dices?

—Dios, qué exagerada eres. —Apoyé la cara en mi puño, negando con vehemencia—. Me hacen tener unas caderas anchas y, además, tengo estrías.

—No lo soy. Yo no sabía que las estrías eran algo que estaba feo hasta que empezaron las redes sociales. Es como decir que está feo tener lunares.

—Tú tienes muchos lunares —apunté, esparciendo salsa picante en una de las ostras.

—Lo sé, y tampoco me di cuenta de que los tenía hasta que una compañera me equipo me lo dijo. —No tuve más opción que reírme—. Sé que no puedo hacerte cambiar de opinión, ni que se te vayan las inseguridades así como así, pero...

—Tú no tienes que preocuparte por nada ni hacer nada, Noah. Mi físico no es algo que me quite el sueño.

Terminamos la bandeja de marisco y elegí, para terminar, un poco de pasta ligera con albahaca y limón, pero Noah no había terminado ni de lejos.

Mientras comía me contaba cosas de su vida de las que yo no tenía ni idea. Estudió diseño gráfico porque su padre la obligó a ir a la universidad, aunque no tuviese una beca, y lo que menos le gustaba a su padre eran las carreras relacionadas con artes y letras.

Acabó la comida con un plato de pasta alfredo, gambas con una salsa extraña de color naranja y salteado de verduras, salmón glaseado con limón y salsa de soja y arroz frito con cacahuetes y cerdo.

—¿Has terminado ya? —Le pregunté cuando la vi soltar el tenedor encima de la mesa.

—Eso creo.

Justo cuando íbamos a levantarnos de la mesa vi una figura tan familiar que volvió a sentarme en la silla. Tuve la sensación de que la comida me subía por el estómago sin digerir y estaba a punto de echarla encima de la mesa, porque ver la figura de Roger Smitz cruzando por detrás de Noah me arrancó de cuajo el corazón del pecho.

—No es él —musitó ella, agarrándome de la mano—. Ven, no es él.

Me agarró de la mano, me levantó del asiento e incluso recogió mi bolso que casi dejo olvidado encima de la mesa.

—Míralo. —Me giró sujetándome por la cintura, haciendo que fijase la vista en ese señor—. Se parece, pero no es. —Llevaba razón. Su cara de frente no era la misma que de perfil, ni siquiera tenía el mismo color de ojos y, además, ese hombre tenía una mancha de nacimiento en una de sus mejillas—. Vamos a la playa.

Nunca supe lo mucho que necesitaba que me echasen un brazo por los hombros y dejarme abrazar cuando el miedo volvía a mi cuerpo. ¿Cómo había podido sobrevivir sin dejarme desmoronar en ningún momento? ¿Cómo me había mantenido firme todo ese tiempo?

Noah besó mi cabeza mientras caminábamos por la orilla de la playa, sabiendo que no estaba bien. Cuando todo parecía en calma, cuando parecía que era más fuerte, un solo roce en la base de lo que había construido y temblaba todo lo que había conseguido en años de terapia.

—Me siento estúpida.

—No, no eres estúpida. Yo también pensaba que era él.

—Ni siquiera conoces a Roger, ¿cómo lo sabías? —Me senté en la arena, dejando a Noah con los pies en el agua y las manos sobre su cintura.

—Porque no soy estúpida. —Salió del agua y caminó hasta mí, sentándose a mi lado—. Cuando me lo contaste busqué quién era Roger Smitz. Busqué en internet cada foto que había de él, cada rasgo que lo hacía distintivo, cada vídeo y cada gesto porque sé que Los Ángeles es muy grande, pero cuando no quieres encontrarte con alguien, se hace muy pequeño. —Se tumbó en la arena, con los rizos esparcidos sobre la orilla y el agua que traía las olas mojando hasta su cintura—. Lo vi cuando fui a por las gambas, debería haberte avisado.

*

Olivia se tumbó bocabajo en la orilla con los antebrazos apoyados en la arena. No me respondió, jugó con la arena entre sus dedos con el gesto serio y los ojos apagados. Incluso en la tristeza, Olivia invitaba a admirarla como si estuviese expuesta en una vitrina de cristal. Con el pelo más rizado por el agua de la piscina, abundante y extenso cayendo sobre uno de sus hombros, con las pestañas azabache largas y los ojos de un verde transparente que me miró después de unos segundos en silencio.

—Hay cosas que todavía no le he contado a nadie. Piper, Grace y tú sabéis la historia, pero solo por encima. Es como decir: "han muerto mil personas" y parece que solo es una cifra, una estadística, pero son mil familias y mil vidas que han muerto. Pues esta historia es igual; solo os he dado el dato, pero fueron dos años de violaciones todas las semanas y siete años diarias. Y en esos siete años no solo era una vez al día. —Se limpió las lágrimas con el dorso de su dedo índice—. A veces te miro y quiero contarte las cosas terroríficas que me han pasado, pero no quiero asustarte. Siento que me verás como una muñeca rota, no sé.

—¿Cómo voy a verte así?

—Porque esa es mi mayor inseguridad; ser vista como una víctima. Por eso... Por eso soy así, por eso no dejo que nadie me pise. —Hundió el dedo índice en la arena, dando unas cuantas puntadas.

—Eres una víctima, pero ser una víctima no te convierte en una muñeca rota. Te convierte en una superviviente. ¿Recuerdas lo que nos dijo la gerente del Resort el primer día? Nos preguntó por qué habíamos elegido a ese compañero de habitación. —Olivia asintió, sorbiendo por la nariz—. Y yo respondí que me gustaba estar contigo, pero después de que me lo contases todo... Me quedé como una gilipollas mirándote todo el tiempo. Empecé a admirarte. Te convertiste en la persona que más admiro, Liv. Puedes contarme lo que sea, nunca vas a ser una muñeca rota —dije, con una presión en el pecho por lo que podía salir de sus labios, pero eso era lo que se hacía por amor, ¿no?

—¿Estás segura? —No, no lo estaba, pero entendía que ella lo necesitaba y asentí—. ¿Alguna vez te has preguntado dónde vive una prostituta? —Negué. Ella no me miraba, se centraba en la arena que tenía entre las manos con la mirada triste—. Porque nadie piensa en nosotras como personas. —Me dio un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo al incluirse todavía en ellas—. Somos algo que usar. Lo que pase luego a nadie le interesa y, si alguien lo cuenta, miran hacia otro lado porque es incómodo.

—¿Cómo vivíais? —Me atreví a preguntar. Olivia soltó un suspiro.

—Tenían dos almacenes sin ventanas en la parte trasera del club y allí tenían muchísimas literas. Quizás éramos treinta chicas en cada almacén, casi sesenta. El baño era como en la cárcel; un váter en una esquina de la sala y un lavabo con un espejo roto para poder maquillarnos. Un chico de seguridad de Neil venía a buscarnos cuando un cliente venía específicamente a por una de nosotras y, depende del nombre que requiriera a la chica, la habitación se sumía en un silencio total esperando que volviese sana y salva porque a muchos les gustaba el dolor. Pero había uno en especial que, si te llamaba, sabías que corrías peligro. Se llamaba Allan y era el director de una empresa en San Antonio. Tenía tres hijos, mujer y era el típico padre amable que ves en todas las series familiares, solo que a este le gustaba ponerte al borde de la muerte. —Levantó la mirada, asegurándose de que yo estaba bien para seguir hablando—. Probablemente yo era a la que más buscaba. Le gustaban las chicas rubias y yo iba teñida en ese momento. Teníamos la teoría de que le gustaban las rubias porque son las primeras que mueren en una película de terror. —Soltó una suave risa, sacudiendo la cabeza—. Cuando me elegía no sabía si volvería a mi litera o no. —Metí un mechón de pelo suelto tras su oreja, quedando de lado en la arena con la cabeza apoyada en la mano—. Siempre venía con una cuerda. La enrollaba en mi cuello y mientras... Me... Bueno, eso, tiraba para ahorcarme. Cuando escuchaba que empezaba a estrangularme, lo hacía más fuerte, hasta que los quejidos empezaban a parar y, antes de ahogarme por completo, paraba. —Me senté en la orilla de golpe, mirándola con preocupación. Olivia se puso de rodillas en la arena y se levantó, sacudiéndose las manos—. Un día dije que no quería hacer eso, que iba a morir. Entonces se volvió completamente loco, fuera de sí y sacó una navaja y me la clavó en el pecho. Es esta. —Se destapó esa parte del bikini para dejarme ver la cicatriz—. Pero ¿quieres saber una cosa? —Dijo mirando al suelo, caminando por la orilla con la voz quebrada—. Ninguna de esas cosas me rompió tanto como lo de Roger. Era mi tío y decidió... Romperme. Me hacía cosas mucho peores que ese empresario. —Me miró buscando la complicidad que necesitaba para seguir hablando, y yo respondí rozando su mano con la punta de mis dedos—. Me abría, me resquebrajaba por dentro y se iba sin importarle cómo estaba yo. —Paró en seco en la orilla, negando con la cabeza—. Siento haberte contado todo esto. Creo que he arruinado el viaje, ¿no?

Giré sobre mis talones y volví donde estaba ella, dejando un beso en sus labios tan tierno como la forma en la que mis manos sostenían sus mejillas.

—No. —Volví a besarla, más corto y rápido esta vez—. Puedes cargar todos tus traumas a mis espaldas que no van a pesarme. Me los llevaré conmigo e intentaré que te duelan menos. Un poco menos cada día, hasta que casi ni te duela. —Olivia esbozó una tímida sonrisa que llenó sus ojos de lágrimas, girando la cabeza para evitar que la viese sollozar.

—No sabes dónde te estás metiendo, Noah. No entiendes que, si decides empezar algo serio conmigo, vas a tener que soportar que a veces no tenga ganas de que nos acostemos, que me ponga celosa porque piense que vas a abandonarme a las primeras de cambio, que tengas que recordarme lo mucho que me quieres cada día de la semana y escuchar mil situaciones que viví y que siguen enterradas.

—Olivia, ya he empezado algo serio contigo.

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