Leave the kiss for later [SKK]

By LeoLunna

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Cuando Dazai se marchó de Yokohama, rompiendo su relación con Chuuya y dejando sin leer el poema que le escri... More

01. Dear first love...
I: Leave the kiss for later
II: But I wonder where were you?
III: Lonely street
IV: Contradictory words
V: Call me
VI: As it was
VII: Bad idea
VIII: Two fools
X: Step by step
XI: I wanna be yours
XII: Set fire to the rain
XIII: When the party's over
XIV: I can't handle change
XV: You're not sorry
XVI: Brotherhood
XVII: I'm a broken rose
XVIII: Stop, don't be so kind
XIX: Lost on you
XX: The night we met
XXI: Got the music in you
XXII: Close the book, turn on the music
XXIII: I know now, this is who I really am
XXIV: Autumn leaves on my skin
XXV: You were looking at me
02. I wrote this for you
I: You hear me?
II: Patience
III: Stop thinking
IV: Bittersweet symphony
V: Could it be easy this once?
VI: Tell me why
VII: Somebody that I used to know
VIII: All you had to do was stay
IX: The ending always stays the same
X: Turn around and make it alright
XI: Go that way
XII: The only exception
XIII: Sit down beside me
XIV: I'm never gonna leave you
XV: It doesn't hurt me
XVI: Another love
XVII: Hold On
XVIII: Are you ready to love?
XIX: The world keeps on turning
XX: You look perfect

IX: Bother you

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By LeoLunna

Se negaba a que ese bastardo le hiciera lo mismo una segunda vez.

¿Quién demonios se creía Dazai para desviar sus llamadas y bloquear su número? ¿Qué jodido derecho tenía para ignorarlo otra vez?

Primero lo trataba de la mierda, luego lo buscaba, se comportaba como un ser humano medianamente decente y ¿todo para qué? Solo para volver a olvidarse de su existencia y fingir no haberle enviado señales mixtas sobre lo que pensaba y quería de él. Y no iba a permitírselo, antes muerto que dejar que el idiota jugara con su persona otra vez, y tampoco se permitiría deprimirse por su maldita y ambigua actitud a la cual correspondía en ocasiones y sumaba confusiones.

Sabía que esa situación era idónea. Podría haberse olvidado del moreno otra vez y seguir con su vida, y eso fue lo que consideró los primeros tres días en los cuales notó que Dazai volvía a ignorar su existencia. Estuvo enojado durante todo el fin de semana y la primera mitad del lunes, repitiéndose a sí mismo que no necesitaba a un idiota como ese de regreso en su vida, pero mientras más tiempo pasaba, mientras más pensaba en ir a la Facultad de Humanidades y buscarle, más se daba cuenta de que ya volvía a estar tan intoxicado por su presencia que era difícil volver a dejarlo de lado.

Si alguien le preguntaba a Chuuya si es que quería a Dazai, respondería que no. No lo quería, de ninguna forma romántica, tampoco lo necesitaba. Pero Dazai tenía algo que el resto de sus cercanos no: conocía lo peor de él y le importaba una mierda. Existía una confianza tácita que no se desvaneció a pesar de todo lo que ocurrió en el pasado. La familiaridad seguía ahí, y era adictiva para gente como ellos, que estaban más acostumbrados al frío de la soledad que a la calidez de la compañía.

No, no quería a Dazai. Quería esa comodidad de antaño. Y la obtendría, tanto por su orgullo herido, como por el hecho de que sabía que su insistencia molestaría a Dazai y por supuesto que quería molestarlo.

Enojado, buscó a Dazai por la Facultad de Humanidades durante el resto de la semana, pero cada vez que estaba cerca, el bastardo se le escapaba de las manos. No sabía cómo lo hacía, pero ni siquiera saltándose clases o el almuerzo, logró encontrarle desprevenido. Inicialmente no quiso preguntarle a Ryuu sobre el horario del moreno, sabía que este le echaría una reprimenda que no tenía el ánimo de escuchar, pero cuando el viernes volvía a estar encima de ellos, dejó la poca dignidad que poseía de lado y le preguntó.

Ese viernes por la tarde. A eso de las una, visitó el casino de la Facultad de Humanidades. Sabía que Ryuu estaba ahí. Usualmente, el pelinegro siempre estaba en la universidad desde temprano, tuviese clases en la mañana o no, y ya que no siempre alcanzaba a cocinar para traer algo, almorzaba en la universidad. Ahí le encontró, en la mesa más aislada, comiendo lentamente, con Higuchi frente a él. La rubia hablaba sin parar, a lo cual Akutagawa solo asentía o respondía con monosílabos.

Se preguntó qué hacía la chica en esa zona de la universidad. Sabía que Higuchi tenía clases en el otro extremo del amplio campus, pero suponiendo que solo quería pasar tiempo con su novio, e ignorando la imagen de un chico albino comiendo solo a unas mesas de distancia, se acercó al guitarrista y se desplomó en la silla vacía.

Higuchi la saludó, confundida de verle ahí, pero le preguntó cordialmente que estaba haciendo. Sin embargo, el pelirrojo solo masculló una excusa y observó fijamente a Akutagawa. Su penetrante mirada no le intimidó en lo más mínimo, tampoco hizo que le prestara más atención que a su almuerzo.

―¿Dime dónde está Dazai? ―pidió, sin rodeos.

―Buenas tardes, Chuuya ―saludó Akutagawa. Tomó un bocado de su comida, masticó con toda la maldita paciencia del mundo y tragó con la misma lentitud. Solo después de toda esa tortura, respondió―. No.

―¡Ryuu!

―¿Para qué lo quieres? ―preguntó, soltando un suspiro y mirándole con aquella expresión cansada de que le molestase durante su comida―. Dazai no te da más que problemas.

Bien, eso era cierto, tenía cientos de pruebas de ello, pero no venía al caso en ese momento. Empujando hacia el fondo de su mente todas las malas bromas que alguna vez Dazai le hizo, se centró en el pasado fin de semana.

―Me llevó sano y salvo a casa el viernes pasado.

―¿Lo hizo? ―cuestionó Akutagawa, con confusión―. Creí que te había llevado con tus compañeros de piso.

Avergonzando al recordar su pasada borrachera, Chuuya se cruzó de brazos y desvió la mirada.

―Sí, bueno... Hubo un cambio de planes y él me llevó a casa.

―¿Te hizo algo? ―inquirió Akutagawa, demostrando un poco de genuina preocupación―. Estabas jodidamente borracho esa noche.

―Eso es cierto ―agregó Higuchi, mirando uno al otro, con la misma expresión que su novio pegada en el rostro ―. Con suerte te mantenías en pie... ¿Se aprovechó de ti?

―¿Qué? ¡No! ¿Creen que es capaz de hacer algo así?

Tanto Akutagawa como Higuchi se alzaron de hombros. Chuuya no sabía qué pensar tras ver ese gesto.

―No lo sé, no lo conozco tanto. Pero es un hombre.

―Tú también eres un hombre ―señaló Chuuya, y luego se apuntó a sí mismo―. Y yo.

―Sabes a qué me refiero. Soy un hombre, pero no soy un idiota, conozco los porcentajes sobre violencia y tengo una hermana pequeña, por supuesto que desconfío de todos los hombres, incluso de mí mismo.

―Gin podría patearte el trasero si quisiera.

―Y eso es algo de lo que estoy orgulloso ―respondió, volviendo a centrar su atención en el almuerzo frente a él―, pero ese no es el tema. ¿Para qué quieres ver a Dazai? Siempre te ves enojado y deprimido después de hablar con él.

―Eso no es cierto...

La mirada grisácea de Akutagawa se mantuvo fija en él, juzgando y regañándolo por igual. Chuuya suspiró. No tenía caso llevarle la contraria al menor, no cuando tenía razón en lo que decía, pero incluso si sabía aquello, no desistiría de su idea.

No dejaría que Dazai volviera a escaparse de sus manos, no sin una buena y genuina explicación.

―Necesito hablar con él ―comentó, sin querer revelar más allá a pesar de la insistente atención de Akutagawa sobre él―. Es algo... personal.

―¿Qué tan personal que yo no pueda saber?

―Ryuu...

El pelinegro suspiró. Volvió su atención a la comida, luego miró a su alrededor y fijó su atención en una mesa más allá de la suya; aquella desde la cual un chico albino estaba recogiendo sus libros y limpiando los restos de la comida que degustó.

―Nakajima es más cercano a él que yo ―respondió, observando cada movimiento del otro chico, e ignorando la expresión amarga en el rostro de Higuchi que Chuuya no pasó por alto―. Él debería saber dónde está.

Mascullando un agradecimiento y mencionando que no necesitaba que Akutagawa le advirtiera sobre el comportamiento de Dazai, se alejó de la mesa y caminó hasta el chico albino antes de que este se marchara y se perdiera entre los salones de la facultad.

Atsushi parecía bastante sorprendido de verle ahí, pero de todas formas le saludó con una sonrisa y preguntó si es que necesitaba algo de él. Al escucharle preguntar sobre el paradero de Dazai, o en qué momento podía encontrarlo desprevenido, la sonrisa en sus labios se deshizo, pero, al contrario de Ryuu, el albino no le cuestionó sus razones.

No hizo demasiadas preguntas, ni tampoco le dio las advertencias que otros siempre murmuraban cuando se trataba de Dazai. Mencionó que, si bien no tenían el mismo horario de clases, habló con él en la mañana y el moreno le comentó que estaría en la biblioteca matando el tiempo hasta su próxima clase. Pudo haberse reunido con él para almorzar o estar en cualquier lugar del campus, pero Atsushi le mencionó que, según Dazai, prefería quedarse encerrado en su jaula de libros y evitar toparse con "alguien". Chuuya no pudo evitar reírse al leer ese mensaje que el menor le mostró.

¿Dazai quería jugar al gato y al ratón? Bien, sería el maldito gato, y si lo atrapaba y lo rasguñaba más de la cuenta, sería totalmente su culpa.

Sin perder más tiempo, le agradeció al chico y se marchó, mencionando que sabía dónde estaba la biblioteca de humanidades cuando Atsushi se ofreció a acompañarlo. En cualquier otro momento, hubiese aceptado la compañía, pero no esa tarde. Esa era su propia y solitaria cacería.

Caminar por aquellos pasillos y pasar frente a los salones de literatura continuaba llenando su pecho de múltiples sentimientos de nostalgia y pensamientos sobre que, en alguna realidad, ese era su lugar. Pero, al menos, el sentimiento había aminorado con el paso del tiempo y ya no pensaba mucho en la poesía que dejó atrás. Su cabeza estaba centrada tanto en canciones como en encontrar a Dazai.

A diferencia de la universidad, recordaba que la biblioteca de su secundaria casi siempre estaba vacía, exceptuando por la época de exámenes por aquellas pocas personas que no tenían con quien pasar los recesos, o las parejas que solían esconderse entre los estantes para besarse un rato. Varias veces hizo aquello último con Dazai, recordó, mientras se movía entre los universitarios apilados en cada pequeño rincón del lugar, con libros o cuadernos abiertos entre las manos, estudiando en su mayoría, matando el tiempo leyendo, o con las computadoras abiertas frente a ellos mientras escribían ensayos sin parar.

Algunos asientos estaban vacíos, notó Chuuya, pero había un cuaderno o una computadora portátil frente a cada silla, indicando que ese puesto estaba ocupado. No veía a Dazai en ninguna de las mesas ni en los lugares vacíos. Sin embargo, la hilera de estanterías era grande y extensa.

Suspirando, más de fastidio que de cansancio, se adentró a ese laberinto, mirando a su alrededor, tanto en los títulos de cada libro, críticas y tesis apiladas perfectamente, así como a la gente. La mayoría de ellos tenían el cabello castaño que conocía, pero no era el mismo.

Caminó por entre todas las diferentes secciones de literatura, luego por la zona específica de crítica, y cuando dio la vuelta hacia la sección de poesía, encontró a Dazai y, antes de poder avanzar hacia él, se detuvo.

El moreno le daba la espalda en ese callejón de estantes sin salida, pero eso no le impidió notar a la mujer de largo y oscuro cabello con la cual hablaba. No sabía qué se estaban diciendo, parecía ser que se despedían, o eso creyó cuando vio que la chica se acercaba al rostro de Dazai, y lo besaba en los labios o en la comisura de estos. Luego, la mujer se marchó, notando su presencia y pasando junto al pelirrojo, pero sin mirarle una segunda vez, mientras se alejaba de ese camino cerrado por libros.

Chuuya no sabía por qué, pero no pudo moverse por al menos un segundo, y ese tiempo fue suficiente para que Dazai se diese la vuelta, con una expresión desganada, que rápidamente cambió y reflejó la sorpresa con la cual el pelirrojo le miraba.

―Chuuya...

Su cuerpo reaccionó por sí solo. Se dio la vuelta y pensó en marcharse, pero tan pronto como la punta de su pie se presionó contra el piso para dar el primer paso, también le hizo girar y volver su mirada hacia el moreno.

¿Por qué se marcharía? Se preguntó. No le importaba si acababa de ver a Dazai con su nueva novia o lo que fuese. Eso no le importaba, tenía asuntos que atender con el idiota frente a él.

―Dazai ―llamó, perdiendo las palabras y sin saber qué, pero notando la forma en que el otro hombre continuaba observándolo.

Dazai le miraba como si no pudiera creer que estaba ahí. Como si, durante toda esa semana, hubiera esperado que Chuuya se rindiera fácilmente y volviera a olvidarlo. Y en parte, eso era triste de pensar, tanto que quería darse la vuelta y alejarse, pero su orgullo era más grande que cualquier otro sentimiento en ese momento. Dazai debería saber que no aceptaría, sin una buena razón, que volviese a ignorarlo otra vez.

Y la expresión de sorpresa e incredulidad en él comenzaba a desesperarle, también le hizo sentir algo nervioso, porque el moreno le observaba como si estuviera aliviado de que, ante todo pronóstico, estuviese ahí.

―Quita esa maldita cara o te golpearé ―amenazó el pelirrojo, cruzándose de brazos―, y sabes que lo haré, es más, quiero hacerlo.

Aquellas palabras hicieron reaccionar a Dazai. La sorpresa abandonó su rostro y en su lugar, se instaló una falsa sonrisa de seguridad, ocultando para el resto del mundo la forma en que miraba a su alrededor buscando una forma de escapar. El pelirrojo apretó los puños.

―¡Qué sorpresa! ¿Qué haces aquí, Chuuya? ―cuestionó, con su tono meloso de voz―. Estás muy lejos de tu facultad, ¿no deberías estar en clases?

―¿No deberías tú estarlo también?

―Mis clases comienzan en unos minutos, es más, ya debería irme.

Chuuya le observó despectivamente de pies a cabeza. Dazai mantuvo la sonrisa, pero el pelirrojo sabía que se estaba sintiendo ansioso por su presencia ahí.

El moreno intentó marcharse, fingiendo que nada sucedía. Ni ese encuentro, ni los anteriores, ni las llamadas nuevamente rechazadas. Y, sinceramente, Chuuya ya estaba cansado de todo ese juego, aunque le gustaba ver esa expresión ansiosa en el rostro de Dazai cuando bloqueó su camino y le impidió marcharse.

―Tú y yo tenemos algo de que hablar ―dijo Chuuya, moviéndose a la izquierda al mismo tiempo que Dazai―. Bloqueaste mi número otra vez.

―¿Por qué te sorprende? Soy un "bastardo", ¿no? ―objetó, dando un paso hacia atrás y calculando una vez más su forma de huir―. Por supuesto que iba a bloquear tu número y alejarme en cuanto me aburriera de todo este juego.

Esas palabras hubiesen dolido en otro momento, tal vez semanas atrás, pero ahora era diferente. Dazai no se estaba esforzando por ocultar su obvia mentira, Chuuya ya no caía en ellas. Todo lo que ocurrió el fin de semana pasado, las canciones, la borrachera, dormir juntos, la actitud de Dazai, sus palabras, su expresión, su cuidado, lo que no decía, cambiaron algo en ambos.

Y no podía evitar correr detrás de eso que cambió.

―Quiero una explicación ―exigió―. Eres un pedazo de mierda y me merezco una explicación de por qué eres así.

Dazai suspiró, demasiado cansado de siempre escuchar lo mismo de su parte.

―Sí, sí, lo que quieras, pero no tengo tiempo ahora, ¿tal vez algún otro día?

―No soy idiota, Dazai, y te conozco demasiado bien para mi gusto ―gruñó, moviéndose a la derecha y dando un paso al frente, bloqueando y haciendo retroceder al moreno―. Tu "hablemos otro día", significa "nunca".

―Tienes un mal concepto de mí, Chuuya.

―Sí, ¿por qué será? ―cuestionó, con sarcasmo.

Dazai volvió a moverse a la izquierda, Chuuya hizo lo mismo. Bloqueó su camino y le hizo retroceder. Por un momento, el moreno olvidó el lugar en el cual estaban e intentó darse la vuelta, pero solo se encontró con una pared de libros de un callejón de estantes sin salida.

Apoyando la cabeza contra los lomos de cada tomo por un momento, suspiró. Luego, se dio la vuelta una vez más y miró a Chuuya. La sonrisa había desaparecido.

―Tengo que ir a clases, Chuuya, es en serio.

El pelirrojo soltó una risita agria, tan divertido por la situación como molesto por aquella que había presenciado minutos atrás.

―Si tanta prisa tenía, ¿por qué no te marchaste antes? Podías haberlo hecho, pero te quedaste hablando con una chica. ―No sabía por qué se sentía molesto, ni tampoco porque sus palabras fueron soltadas con dureza, ni por qué el rostro de Dazai se llenó tanto de asombro como de horror―. ¿Qué? ¿Es tu nueva novia? ¿Tampoco le respondes las llamadas?

―¿Qué? ¿Qué idioteces estás diciendo? Ella no es... ―Se obligó a callar, incluso se mordió el labio inferior para no decir más―. No es asunto tuyo.

 Saber que existían más cosas de Dazai ocultaba no le agradó, pero tampoco era idiota ni se mentiría a sí mismo. Incluso si aún había un poco de familiaridad entre ellos, esta era mínima y se mantuvo más por los recuerdos y los inesperados y desastrosos encuentros que tuvieron durante ese tiempo. Y si lo pensaba, aquellos momentos también eran pocos, así como los nuevos y olvidados mensajes de texto, o las llamadas, o los últimos dos poemas que escribió para él.

Muchas cosas sucedieron durante esos cuatro años, mucho que no sabía, pero quería hacerlo. Quería tanto las malditas respuestas que se merecía, y también saber que vivió Dazai en ese tiempo.

Joder, se había convertido en una vieja chismosa. No estaba orgulloso de eso, pero tampoco avergonzado.

―¿Cuántas clases tienes por la tarde? ―cuestionó, tomando desprevenido al moreno.

Dazai le observó con confusión, sin embargo, respondió rápidamente y continuó intentando mover las piezas a su favor.

―Solo debo asistir a la cual llegaré tarde si me sigues reteniendo. ¿Por qué no vas a tus propias clases y nos encontramos después? ¿A las cuatro y media tal vez?

―¿Crees que soy idiota? ―Dazai no respondió, Chuuya intentó no enfadarse. Fue imposible―. Mi facultad está al otro lado del campus. Me toma unos diez minutos de allá para acá, tiempo suficiente para que huyas como el cobarde que eres.

― ¡Ah! Cierto, cierto, nuestras facultades están muy lejos y no sé si pueda o quiera esperarte porque, como dijiste, soy un "cobarde" ―lamentó, con un falso tono de tristeza en su voz, pero casi dejaba entrever el sentimiento de malévolo triunfo―. ¿Ves? El destino no quiere que esta plática ocurra...

―Iré contigo ―interrumpió, cruzándose de brazos y dejando el camino libre para que el otro se moviera. Sin embargo, Dazai se mantuvo en el mismo lugar.

―Chuuya, ¿me estás escuchando? ―cuestionó, intentando descubrir qué pensaba el otro, pero sin lograr nada―. Tengo que ir a clases y tú también.

―Te estoy escuchando, pedazo de mierda, ¿crees que es muy fácil ignorar tu irritante voz? ―preguntó de vuelta y, casi como si le explicara todo a un mocoso, habló con lentitud―. Iré contigo. A tu clase. Como oyente. Y no te preocupes, Dazai, mis clases ya terminaron.

Ah, cómo amaba esa expresión suya de desconcierto, confusión e irritación. Felizmente, se hubiese echado a reír a mitad de la biblioteca, pero tenía un poco de respeto por el resto de los estudiantes, así que reprimió su carcajada hasta que estuvieron fuera del sitio, y de camino al salón de clases se permitió reírse en la cara de Dazai. 

El moreno intentó disuadirlo. Dándole excusa tras excusa, comentando que no iba a escaparse y que tendrían la plática que el pelirrojo exigía, así que podía regresar a la Facultad de Economía y esperarle. Prometió desbloquear su número y enviarle un mensaje en cuanto la clase terminara, pero Chuuya no cedió. Sabía que estaba mintiendo y balbuceando cualquier idiotez con tal de salirse con la suya, y no se lo permitiría. Dazai no se escaparía otra vez.

Se mantuvo firme, rechazando cada propuesta, petición o exigencia del otro. Reprimiendo o no la risa cuando notaba lo frustrado que Dazai se sentía con la situación. El moreno incluso intentó perderlo mientras subía y bajaban escaleras, pero ni de esa forma logró hacerlo ceder. Prontamente, Dazai se cansó y rindió, soltando un suspiro que estaba conteniendo y aceptando su destino. Chuuya lo seguiría hasta el mismísimo infierno solo porque no podía dejar ir una estúpida idea, y ya iba diez minutos tarde a la clase de Fukuzawa-sensei. No podía darse el lujo de faltar, no cuando la asistencia era una exigencia.

Maldito Chuuya, pensó, mirando de reojo al hombre que caminaba a su lado con esa expresión de triunfo que nadie le quitaría. Mierda, ¿por qué esa sonrisa en él le hacía sentir nostálgico? Era como en los viejos tiempos, cuando caminaban de un lado a otro por la secundaria, llegando tarde a clases, tomados o no de las manos, discutiendo, bromeando, olvidándose de los problemas que les esperaban en casa.

Pero ahora los problemas familiares no existían. Ya no tenía que soportarlos, Chuuya tampoco. Había otros, pero podía permitirse olvidarlos al mirar al chico que caminaba a su lado que, a pesar de las llamadas sin responder, decidió buscarle incluso si solo quería un par de explicaciones de su parte.

No importaba la razón, que le hubiese buscado le hizo un poco feliz, y al mismo tiempo, le hizo sentir como la peor persona del mundo. No estaba muy lejos de esa realidad, pensó, y se preguntó qué más podía hacer para que Chuuya se alejara.

No era bueno para él, no era bueno para nadie. Ni para Chuuya, ni para Oda.

A pesar de la demora, Fukuzawa-sensei se lo perdonó y les dejó entrar. Las miradas curiosas se posaron en el pelirrojo que acompañaba a Dazai, y algunos alumnos mascullaron entre ellos, sin apartar su atención de ambos chicos que se acomodaron en dos asientos vacíos al final del salón.

Cualquier otro día hubiese disfrutado de la atención sobre él, pero no en ese momento. No cuando Chuuya se estaba divirtiendo tanto con su sufrimiento.

Fukuzawa-sensei preguntó su nombre al pelirrojo y qué hacía ahí, pero al escuchar que asistía de oyente solo asintió y prosiguió con la clase como si nada. El resto de los alumnos apartó su mirada de ellos poco a poco, volviendo su atención al hombre frente al pizarrón, escuchando con atención la explicación sobre poesía del día.

Por un momento, sabiendo que Chuuya había abandonado los poemas, Dazai creyó que la lección del día haría que el pelirrojo se marchara deprimido. Sin embargo, para su consternación y frustración, cuando Fukuzawa preguntó algo al respecto, Chuuya respondió antes que cualquiera; con emoción, inmerso en la clase y demostró todo lo que aprendió durante su época de "poeta". Se enfrascó en una plática sobre poesía con el docente y, para el asombro de muchos, sus respuestas y destrezas lograron que su estoico maestro formara una muy imperceptible sonrisa antes de cambiar de enfoque y preguntarle a uno de sus verdaderos alumnos.

Y Dazai no pudo hacer más que mirar al hombre a su lado. Chuuya aún conservaba esa sonrisita de superioridad pegada a sus labios, y el moreno observó cómo su cabello rojizo, sus ojos azules, su postura, todo en él, combinaba tan perfectamente con ese viejo salón de clases.

Chuuya pertenecía a ese lugar, a esas paredes, a esas mesas y asientos. La poesía le pertenecía tanto como las canciones, y Dazai quería saber, desesperadamente, por qué el pelirrojo dejó de escribir poemas.

No pudo prestarle verdadera atención a la clase por el resto de la hora. Solo podía observar al hombre a su lado, atento a lo que escuchaba y que, en algún momento que Dazai no recordaba, le había quitado el cuaderno y comenzó a tomar apuntes en su lugar; escribiendo con perfecta caligrafía todo aquello que le llamara la atención.

Observar de esa forma a Chuuya se sentía nostálgico. Le recordó a su primer día en su última secundaria, cuando se dio cuenta de que compartía clases con el mismo chico pelirrojo que lo notó a él por sobre la multitud de personas mejores, más deseadas y menos rotas que existían a su alrededor.

En ese lejano día, no estaba seguro de si es que el pelirrojo había notado que compartían clases, o tal vez sí, pero no le importaba en lo más mínimo. Durante toda la lección, Dazai, desde su asiento al otro lado del salón, le observó escribir. Sin estar verdaderamente atento a la clase, respondiendo sin ánimo cuando la maestra le hacía una pregunta directa, y volviendo a su mundo segundos después.

Entonces, recordaba que el joven pelirrojo dejó de escribir sus poemas y le devolvió la mirada. Notó su atención tres bancos más allá, por sobre sus otros compañeros de clase, y ese sentimiento de ser reconocido, de no ser simplemente un fantasma que fácilmente se perdía entre la gente y las paredes a su alrededor, se sintió bien.

Y Chuuya continuó atrapando su mirada incluso cuatro años después, seguía encontrándolo por sobre la multitud de mejores personas y menos rotas a su alrededor. 

―¿Qué demonios haces? ―inquirió en susurros, con el entrecejo fruncido e inclinándose hacia él―. Pon atención a la clase.

―¿Para qué? ―respondió, con la misma voz baja y suave, rozando en un tono de diversión―. Estás tomando apuntes por mí.

―Luego sacaré la hoja y la quemaré.

―Eres tan salvaje, Chuuya.

―Bien, eso será todo por hoy ―anunció Fukuzawa. Su gruesa voz alzándose por sobre los susurros de la clase logró asustarlos e, inmediatamente, Chuuya volvió a alejarse de él―. Recuerden que la entrega del ensayo es el próximo miércoles. Tengan buen fin de semana.

La mayor parte de los alumnos respondió de la misma forma y poco a poco se levantaron, ordenaron sus cosas y se marcharon. Con toda la pereza del mundo, Dazai hizo lo mismo, solo utilizando la mayor parte de su energía para quitarle su cuaderno al pelirrojo antes de que pudiera sacar la hoja donde tomó apuntes. La expresión molesta de Chuuya le hizo sonreír, pero rápidamente recordó que, ahora que la clase había terminado, no tenía escapatoria. Y al estar ambos conscientes de ese hecho, Chuuya volvió a sonreír con superioridad mientras Dazai solo suspiraba y aceptaba, a regañadientes, su destino.

Mientras guardaba sus pertenencias con lentitud, Fukuzawa-sensei se acercó a ellos. Dazai creyó que el hombre mayor querría hablar con él, y aquella sería la excusa perfecta para librarse de Chuuya, pero el docente dirigió su atención al pelirrojo malhumorado de brazos cruzados que le esperaba a un lado de la mesa, casi bloqueando la salida.

―Nunca te había visto por aquí, pero tu participación fue espléndida―felicitó Fukuzawa―. ¿Qué estudios estás cursando?

―Economía ―respondió con simpleza y un poco de desinterés.

―¿Por qué? No necesito ver más para saber que tienes todo el potencial para ser un increíble crítico literario.

Chuuya solo le sonrió, rozando suavemente la añoranza de algo que no ocurrió.

―Eso le hubiese encantado a mí yo de 16 años, pero las cosas cambian.

―Y pueden seguir cambiando ―insistió Fukuzawa. Sin embargo, retrocedió cuando notó que Chuuya se mantuvo estoico―. De todas formas, si algún día decides transferirte de facultad, estaré encantado de tenerte aquí.

El pelirrojo solo asintió y se despidió del hombre mayor. Antes de marcharse, Fukuzawa le dijo a Dazai que no volviese a llegar tarde otra vez. El moreno solo respondió con un sí despreocupado.

Cuando el académico se marchó, el salón estaba totalmente vacío, excepto por ellos dos. Guardando las últimas cosas, Dazai volvió a mirar de reojo a Chuuya. El pelirrojo devolvió la atención, todavía con los brazos cruzados y una expresión impaciente que en él se veía tan bien.

―¿Aún quieres hablar? ―cuestionó Dazai.

Chuuya resopló, y miró hacia arriba hasta que sus pupilas desaparecieron casi por completo detrás del párpado superior.

―Obviamente, no te librarás de esto. Sígueme.

¿Si decidiera echarse a correr y huir de la conversación, Chuuya lo seguiría? Seguramente sí, pensó Dazai, y recordaba que el pelirrojo era bastante rápido, más que él, y estaba seguro de que eso seguía siendo así. Sería atrapado tan fácilmente que no valdría la pena el esfuerzo.

Sin otra opción, siguió al pelirrojo hasta salir del campus, caminando a su lado e intentando mantener una plática sin sentido, pero Chuuya se mantuvo en silencio. Solo lo miraba de reojo de vez en cuando, como para asegurarse de que no intentara huir otra vez, y continuaba ignorando todos sus intentos por disuadirlo.  

El área que envolvía a la universidad estaba conformada por calles principales, algunos sectores residenciales donde vivía la mayor parte del alumnado, zonas recreativas y comerciales. Las librerías y lugares donde comer eran predominantes, así también aquellos que vendían diferentes materiales educativos y artísticos.

Después de tres años de asistir a Kyodai, Dazai conocía la mayoría de los locales. Había trabajado en alguno de ellos durante su primer año en Kyoto, mientras pensaba qué haría de su vida desde ese momento en adelante.

Trabajaba en la tarde, recordó. Había tomado ese turno solo porque se alineaba con el horario de las clases de Odasaku, y así tenía algo en que distraerse mientras el otro hombre no estaba a su alrededor. Además, cuando tenía un periodo libre, Oda siempre lo visitaba y hacía de su trabajo más ameno. Felizmente, escuchaba al mayor parlotear sobre sus lecciones y lo muy emocionado que estaba por graduarse pronto y comenzar a enseñar en cualquier escuela del sector. De todo lo que decía, Dazai solo escuchaba la mitad; distrayéndose, imaginando cuál sería su lugar junto a Oda después de que este cumpliera su sueño de convertirse en profesor.

Imaginó muchas veces el ramo de gardenias rojas que le regalaría a Odasaku el día en que se graduara. Pensó en el nuevo departamento que compartirían juntos, pensó que la relación entre ellos llegaría más lejos, que Oda continuaría mirándole solo a él y dándole un sentido a su vida, llenando ese vacío y esa necesidad de compañía que desde pequeño sintió.

Pero tres años después, ya no trabajaba en ese mismo local, ni vivía en el mismo pequeño departamento. Odasaku ya no estaba en Kyodai, ni en su vida, y las cicatrices en sus muñecas seguían picando. Dolían, y no sabía qué hacer con su vida más que intentar convertirse en el tipo de ser humano que Oda hubiese amado.

No sabía si lo estaba logrando, pero tal vez, si le daba a Chuuya las respuestas que quería, podría acercarse un poco a lo que Oda deseó para él.

Abriendo la puerta de vidrio de una de las muchas cafeterías alrededor de la universidad, Chuuya le dejó entrar primero, sin despegar la mirada de su espalda, aún desconfiando de él. Dazai suspiró y entró, mirando a su alrededor, reconociendo aquel nuevo local que habían abierto hace menos de un mes en el sector. Se veía bien, pero lo que verdaderamente llamó su atención fue el chico albino detrás del mostrador que sonreía y despedía a un cliente.

―Oh, ¡Atsushi! ―saludó, animado al ver al menor ahí y acercándose sin preocuparse de la mirada que el resto de clientes le dieron―. ¿Qué estás haciendo aquí?

―¿Trabajando? ―respondió, señalando lo obvio y reforzando aquello al apuntar el uniforme que vestía.

―Eeeh, pero si no lo necesitas, ¿no qué tus madres cubrían todos tus gastos?

―Sí, pero no quiero seguir dependiendo tanto de ellas... ―admitió con un poco de vergüenza.

Dazai no pasó por alto la expresión de su rostro y se inclinó sobre el mostrador hasta alcanzar una de las mejillas del chico.

―Awww, eso es tan maduro de tu parte. ¡Eres un niño grande!

―¿Quieres dejar de atormentar al chico? ―regañó Chuuya, tirando a Dazai desde el cuello de su abrigo y alejándolo del mostrador. Sin importarle la atención que estaban recibiendo, el pelirrojo solo centró su atención en el menor―. Anótame un café, hace un frío del demonio allá afuera y necesito energía para soportar a este idiota.

Atsushi asintió, sin querer preguntar qué hacían ahí o qué asuntos traían entre manos. Garabateó su orden en una pequeña libreta y le dio una sonrisa al pelirrojo antes de darse la vuelta y hablarle a uno de sus compañeros de trabajo.

―¿Y para mí? ―preguntó Dazai, mirando al menor alejarse―. ¿Me arrastras hasta aquí y no me comprarás nada, Chuuya?

―Ni siquiera te mereces un café ―respondió, empujándolo en dirección a una mesa alejada de los oídos curiosos a su alrededor―. Dependiendo de lo que respondas, pensaré en darte o no unos sorbos de mi taza.

―¿Quieres un beso indirecto conmigo, Chuuya? ¡Me haces sonrojar!

El pelirrojo soltó un quejido, tan lastimero como enfurecido, que resonó por el local en conjunto con la risa que soltó Dazai. Desde detrás del mostrador, Atsushi suspiró y se disculpó con sus compañeros de trabajo por el comportamiento de los otros dos hombres. Masculló que él mismo se encargaría del pedido del pelirrojo para que nadie más tuviese que acercarse hasta la zona en la cual los mayores se habían acomodado: lejos de la mayor parte de los clientes y del mostrador, también lejos de las ventanas, casi escondido y teniendo la privacidad que necesitaban.

Fingiendo una actitud despreocupada, Dazai se acomodó en el asiento que topaba con la pared. Mientras tanto, Chuuya se sentó frente a él, bloqueando la vista que tenía de la salida y de todas aquellas personas que iban entrando de vez en cuando. Realmente quería que mantuviera su atención en él, pensó Dazai, y se reclinó hacia atrás, manteniendo el comportamiento desinteresado que no hizo más que profundizar el ceño fruncido de Chuuya.

―¿Y bien? ―cuestionó, fingiendo un bostezo―. Chuuya, hace frío y tengo un ensayo que terminar, si quieres ser tan amable de solo ir al grano y dejar que me vaya, te lo agradecería.

El pelirrojo soltó un quejido, desviando la mirada por un momento y mascullando para sí mismo.

―Por supuesto que siempre esperas que yo lleve toda la maldita conversación.

―Tú eras quien quería hablar ―respondió Dazai, sonriendo con sorna―. No esperes que yo inicie la conversación pesada.

―Y tampoco puedo esperar que seas sincero o directo, eso siempre me lo dejaste a mí ―reclamó. Regresó su mirada al moreno frente a él y se resignó a su destino―. Bien, a la mierda contigo. ¿Por qué bloqueaste mi número y volviste a ignorarme? Tú fuiste quien pidió que te llamara y habláramos primero.

―Tú fuiste el primero en llamar.

―Tú mandaste el primer mensaje.

―Y tú respondiste. 

Soltando un nuevo quejido, Chuuya decidió no caer en ese juego. Sabía que Dazai lo hacía solo para desviar la conversación o bien para hacerle perder la paciencia hasta el punto en que olvidara el porqué estaba ahí, y no iba a permitírselo, no otra vez.

―Es en serio, Dazai ―aclaró, con un tono de voz serio que logró hacer desaparecer esa sonrisa de altanería en el otro―. Estoy cansado de este juego, ¿puedes, por una maldita vez en tu vida, dejar de jugar con la gente y tomarla en serio? ¡No te estoy pidiendo nada imposible! Solo que dejes de ser un pedazo de mierda por un segundo y seas sincero.

Dazai no respondió. Observó al pelirrojo al otro lado de la mesa con una expresión carente de emoción; sus ojos moviéndose por cada pequeña parte de su rostro, deteniéndose momentáneamente en los detalles, quedándose en los ojos azules que expresaban incluso más que sus palabras.

Alejando su atención del atractivo color, dejando caer cualquier actuación, apoyó un codo sobre la mesa vacía que los separaba y se sostuvo el mentón contra su palma abierta.

―Chuuya, ¿qué quieres que te diga? ―preguntó, sin sonrisas ni más jugueteos―. ¿Qué se supone que quieres escuchar de mí? Sabes que ni siquiera puedes estar seguro de lo que te diré, podría ser tanto verdad como mentira.

―Sí, siempre mientes, pero eso me diferencia del resto de las personas con las que te has topado en toda tu sucia vida. ―Se señaló a sí mismo, sin sentirse orgulloso del hecho que estaba por aclarar―. Sé cuándo estás mintiendo, siempre lo sé. Solo escojo ignorar que lo estás haciendo o conformarme con lo que dices, pero no esta vez. Quiero una explicación apropiada. ¿Por qué decidiste volver a ignorarme después de lo que ocurrió el viernes pasado? 

Tener la mirada de Chuuya tan fija en él lograba ponerle un poco nervioso, y era suficiente motivo para hacerle desviar su atención a otro lugar que no fuese los grandes ojos azules.

Realmente odiaba que Chuuya tuviera ese efecto en él. Técnicamente, era la única persona que podría hacerle sentir tan vulnerable y entre la espada y la pared con solo una mirada. Pero, aunque detestaba esa emoción, también se sentía bien. Poder ser débil, vulnerable y humano, se sentía bien.

―No lo sé ―respondió, con más debilidad en su voz de lo que le hubiese gustado, pero siendo sincero por primera vez en mucho tiempo―. No sé por qué dejé de responder tus llamadas. Creí que lo mejor sería si me mantenía lejos de ti y te libraba al fin de mi maravillosa presencia. Eso era lo que querías desde que volvimos a encontrarnos, ¿no? Que me mantuviera lejos, porque seguías odiándome por terminar contigo y romperte el corazón.  

Chuuya negó, soltando un suspiro que expresó todo el cansancio que sentía. Sin embargo, observó al moreno, pensando en lo idiota que era el otro, y luego procedió a hablar con lentitud, como si de esa forma Dazai lograra comprenderle mejor.

―Dazai, ya no soy un adolescente. Sí, admito que me dolió que rompieras conmigo, que verte me hizo recordar esa época, pero saber la razón de nuestra ruptura no era lo que quería, sino que me dijeras por qué te marchaste de Yokohama sin decirme nada ―aclaró.

Apoyó ambos brazos en la mesa, casi queriendo dejar caer la cabeza entre ellos, pero se mantuvo firme y con la mirada fija en el rostro sorprendido del moreno frente a él. Se hubiese burlado de esa expresión, pero no tenía la energía para hacerlo, solo para suspirar.

―Incluso antes de que fuéramos novios, éramos amigos, Dazai ―mencionó, atrapado en las agridulces memorias―. Tampoco te soportaba en esa época, pero me preocupaba por ti. Sabía todo lo que pasabas en casa y, mierda, realmente entré en pánico cuando no pude encontrarte por ningún lugar.

No pudo seguir mirando a Dazai, no cuando el otro se veía tan sorprendido y casi sin poder creer la preocupación que sintió en el pasado. Si seguía mirándole, terminaría por estirar su mano y acariciar su rostro, así que bajó la cabeza. Miró la mesa vacía entre ellos y continuó hablando.

―Te llamé miles de veces, por mucho tiempo ―relató, estando consciente de que Dazai sabía sobre qué hablaba, pero no todo―. Incluso le pregunté a tus padres dónde estabas, qué te había ocurrido, por qué no me respondías. Pero ellos no sabían, ni estaban interesados en buscarte. Técnicamente te dieron por muerto y no les importó una mierda qué sucedió contigo, pero a mí sí. A mí sí me importaba.

Podía ver las manos de Dazai sobre la madera; dedos largos y tenuemente rojizos, con un temblor que para cualquier otro pasaría desapercibido, lentamente cerrándose en puño, incrementando la distancia entre ellos.

Chuuya quería acortar la distancia, y sin saberlo, lo hizo más con las palabras que con sus acciones.

―Me importabas, Dazai, te amaba ―admitió, aún con la mirada baja y sin notar la forma en que sus palabras afectaron profundamente al moreno―. Eras mi novio, mi amigo, eras la única compañía que tenía en esa época, y solo quería saber dónde estabas, si es que estabas bien, si es que valió la pena dejar todo atrás.

... Si es que valió la pena dejarme, pensó, y cuatro años después, Chuuya sabía que sí. Que dejarlo de lado, para Dazai, para ambos, fue algo necesario. Le tomó tiempo aceptar eso, dolió por muchos meses, casi años, pero ya no más.

Desde que había dejado de escribir poemas para componer canciones, cada dolor del pasado ya no le afectaba tanto, porque sabía que si los sentimientos olvidados le ahogaban, podía convertirlos en una canción que no sería ignorada por el resto del mundo.

―Solo quería saber las razones, no obligarte a regresar a Yokohama o conmigo ―dijo, levantando la cabeza y mirando el rostro estoico frente a él; aquel que no expresaba ni decía nada. Chuuya resopló, intentando levantar la tensión había producido entre ellos por su propia cuenta―. Demonios, ¿crees que me hubiese humillado al punto de rogarte que volviéramos a ser novios?

―Tal vez lo hubieses hecho ―respondió Dazai, logrando encontrar su voz, pero sintiéndola tensa e inestable―. Eras... diferente en esa época, Chuuya. Siempre orgulloso, como ahora, pero te aferrabas a mí.

―Y tú a mí. Siempre fuiste demasiado pegajoso, así que por supuesto que me preocupé cuando de un día para otro cambiaste y te fuiste sin mí ―reafirmó una vez más, mirando a su alrededor con fingida despreocupación―, y eso era lo que quería saber, por esa respuesta te guardé resentimiento tanto tiempo, pero ya no más.

―¿Realmente? ¿La respuesta que te di tiempo atrás fue suficiente? ―cuestionó Dazai, dejando entrever un poco de sorpresa que rápidamente escondió―. Sabes que lo que te dije esa noche no era completamente la verdad...

―Lo sé. Sé que no me dijiste toda la verdad, pero decidí conformarme con esa respuesta y no es lo que quiero ahora, tampoco el noviazgo que tuvimos en el pasado, ni siquiera que me expliques por qué volviste a ignorar mis llamadas.

―Entonces, ¿qué?

Por el rabillo del ojo, Chuuya notó a Atsushi acercarse con el café que había pedido. Tanto él como Dazai callaron y desviaron la mirada el uno del otro, fingiendo que la tensión que la plática elevó entre ellos no existía. Ambos le dieron sonrisas despreocupadas al chico que se alejó rápidamente, incómodo y disculpándose por interrumpirlos, pero no podían enfadarse con él por hacerlo. Necesitaban ese pequeño respiro, el ambiente a su alrededor era demasiado pesado.

Soltando un suspiro al mismo tiempo cuando volvieron a estar solos, posaron la mirada en la mesa nuevamente, negándose a mirar al otro. Chuuya tomó la taza frente a él y le dio un sorbo. Dazai se mantuvo callado, mirando a su alrededor, pensando en qué decir. Tenía muchas ideas, muchas palabras, pero no las ordenó lo suficientemente rápido. Chuuya se le adelantó.

―Lo sientes también, ¿no? ―preguntó el pelirrojo, elevando lentamente su mirada desde el líquido café hacia los ojos del mismo color frente a él―. A pesar de todo, hay "algo" entre nosotros. No sé cómo describirlo, pero es nostálgico, familiar. Incluso si estamos rodeados de otra gente, ¿te sientes tan cómodo con ellos como conmigo?

No, no se sentía tan cómodo con nadie, solo con Chuuya, admitió Dazai para sí mismo.

Ni con sus actuales amigos, ni con nadie se sentía tan en confianza como con el pelirrojo. Tal vez Oda fue quien más se acercó a ese grado de comodidad, pero nunca logró lo mismo, y luego fue demasiado tarde como para que alcanzara el mismo nivel que Chuuya.

Pero seguía pensando que era una mala idea. Toda la plática, todo lo que decía Chuuya. Así que desvió la mirada, se negó a responder o reconocer que sentía la agridulce, pero adictiva, comodidad entre ellos.

―¿A dónde quieres llegar con todo esto? ―cuestionó. Cansado, un poco deprimido.

Chuuya se alzó de hombros, bebiendo de su taza muy lentamente, con una elegancia atractiva que tan fácilmente atrajo la mirada de Dazai.

―Ya sabes, algunos dicen: "Mantén a tus amigos cerca, y a tus enemigos aún más cerca".

―¿Ahora soy tu enemigo? ―cuestionó Dazai, soltando una sarcástica risa.

―Siempre lo fuiste, desde el primer día en la secundaria cuando me interrumpiste mientras escribía poesía, y desde la noche en que te encontré entre la multitud en mi primera presentación ―respondió, con la misma sonrisa que portaba el moreno en sus labios, y luego agregó―: Eres quien mejor me conoce, aunque eres un idiota y no te soporto, pero contigo no tengo que fingir que no soy también un pedazo de mierda.

―Solo quieres a alguien a quien insultar y que no le importará si lo haces.

Genuinamente, Chuuya rio y se alzó de hombros.

―Tal vez, pero seamos sinceros, solo yo te soporto así como eres.

―¿Cómo soy?

―Un idiota que finge que tiene todo bajo control, y por dentro está gritando de pánico sin saber qué hacer ―explicó, distraídamente, revolviendo el café con la plateada y delgada cuchara ―. Pero yo soy igual. Mierda, no eres mejor que yo, Dazai.

No, era mucho peor, pero no necesitaba decirle eso a Chuuya. Él ya lo sabía.

Pensó en levantarse y pedir un café, sentía necesitarlo ante el dolor de cabeza que comenzaba a sentir, pero no tenía el ánimo suficiente para moverse. Era más fácil desplomarse contra la mesa, continuar mirando a Chuuya durante todo el tiempo que pudiera. Quería tanto que ese momento terminara, así como que durara para siempre, pero sabía que no era lo mejor para ambos.

Antes estaba seguro de que debían mantenerse alejados, pero ahora ya no. Sin embargo, insistiría en mantener la distancia, porque creía que era lo mejor, porque no sabía qué era lo que Chuuya buscaba de él, o él de Chuuya.

Prefería quedarse solo con las memorias de los besos que compartieron, también con aquellos que Chuuya no recordaba.

―Entonces, ¿qué? ¿Quieres recuperar la "amistad" que tuvimos a los quince años? ―preguntó Dazai, con un tono de sarcasmo, intentando alejar al pelirrojo otra vez, buscando razones para que este desistiera de cualquier idea que tuviese―. Casi no sabemos nada sobre la vida actual del otro, Chuuya, ¿por qué insistir? ¿No es más fácil mantenerse lejos e ignorar la familiaridad que hay entre nosotros?

―¿Por qué haría eso? ―cuestionó de vuelta.

―¿Por qué no?

―Porque no ―insistió, ignorando la molestia reflejada en el rostro de Dazai―. Si me alejo y olvido todo lo que ocurrió las últimas semanas, entonces estaré haciendo lo que tú quieres, y esa sería una verdadera humillación.

Dazai suspiró.

―Chuuya, esto no tiene sentido.

―Tú no tienes sentido y yo sé perfectamente lo que estoy diciendo. ―Chuuya se levantó, aún con la taza en mano y con la mirada marrón carmesí fija en él; sorprendida y molesta por igual―. Estamos otra vez en la misma ciudad y nos vamos a topar, queramos o no. Así que, en lugar de ignorarnos, ¿por qué no recuperar la comodidad y hacer de todo esto más fácil? Además, sé que esto te molesta, y quiero molestarte.

Tomó un último sorbo del café y dejó el resto frente a Dazai. La sonrisa de altanería había regresado a sus facciones, silenciosamente diciéndole al moreno que, si bien no tenía las respuestas que quería, si obtuvo suficiente de él y se merecía uno o dos sorbos de su bebida.

―Voy a insistir y me pondré al día con todo el drama que es tu vida ―dijo, dejando el dinero del café en la mesa. Y, antes de marcharse, se inclinó hacia el moreno, acortando la distancia que se había instalado entre ellos durante toda la plática―. Así que, Osamu, haz todo el berrinche que quieras por todo el tiempo que quieras. Voy a molestarte hasta que te acostumbres otra vez a mi presencia y luego de eso, ni siquiera pensarás en volver a colgarme las llamadas.  


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