DIECIOCHO PUNTOS

By NoelbyAp

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Brenda Vilento sólo quiere enamorarse. Perdió la mejor etapa de la adolescencia y ahora que empieza la univer... More

Aclaraciones
PROLOGO
CAPITULO 1
CAPITULO 2
CAPITULO 3
CAPITULO 4
CAPITULO 5
CAPITULO 6
CAPITULO 7
CAPITULO 9
CAPITULO 10
CAPITULO 11

CAPITULO 8

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By NoelbyAp

Luego de la charla con su hermana menor y de descubrir que tenía una vida secreta y más activa amorosamente que la suya, Brenda supo que debía dejar de poner excusas y seguir su consejo, tenía que empezar a vivir la vida.

Supuso que la persona que murió y a la cual debía estar eternamente agradecida por dejarle su corazón no le hubiese gustado saber que estaba derrochando la nueva oportunidad que le brindaron.

Esa misma noche investigó en su portátil acerca de personas trasplantadas. Nunca lo había hecho, los médicos le habían recomendado no indagar en línea, ya que uno encuentra cualquier cosa y es imposible saber qué es cierto y que no; para eso tenía a sus doctores. Leer de más puede hacer que creas que tienes todas las enfermedades al mismo tiempo. No googlear y no auto diagnosticarse.

Le sorprendió encontrar miles de foros y hasta blogs donde las personas compartían sus experiencias. Había un mix de episodios tristes y alegres, consejos para sobrellevar una cotidianeidad con constantes cuidados, y la mayoría terminaba con mensajes optimistas y motivantes.

No sabía por qué nunca antes se había interesado por conocer la realidad de otros como ella. Era vigorizante saber que no era la única y que tampoco estaba sola, hasta que un artículo la atravesó como una flecha envenenada.

¿Por qué nadie le había informado acerca de eso? ¿Por qué no se le ocurrió preguntar? ¿Por qué pensó que ya estaba todo bien?

"Los años que vive una persona luego de un trasplante cardíaco depende de su condición médica y de la edad. En promedio el 50% de los trasplantados vive unos 10 años luego de la cirugía. Algunos necesitan una segunda, y hasta una tercera intervención..."

Hizo click en otra nota y se encontró con lo mismo.

"Si el paciente es menor de 45 años puede aumentar hasta en cuatro veces la esperanza de vida..."

"En promedio viven 12 años con el mismo corazón..."

Brenda se quedó congelada frente al monitor. Si tenía suerte viviría hasta los 28/30 años. Las lágrimas brotaron de sus ojos y un nudo se formó en su estómago. ¿Por qué su médico no le dijo nada?

Tantos cuidados para morir tan joven, tantos sacrificios para nada.

Siguió leyendo y empapándose con datos y cifras. Era posible recibir otro órgano si el que tenía comenzaba a fallar y estaba lo suficientemente deteriorado. Rio con pena. ¡Ni que fuera fácil conseguir un corazón compatible!

Eran las cuatro de la mañana, pero no podía dormir con la cabeza echa un lío. No le importó la hora y le escribió un mensaje a su médico, el que la acompañaba desde hacía tres años y seguía su evolución. Tenía que saber si esa información era verídica, tenía que saber realmente cuánto tiempo le quedaba.

El móvil temblaba entre sus manos, era imposible estar calmada frente a ese panorama poco alentador.

Media hora después de estar acostada mirando el techo su teléfono sonó.

-Doctor –respondió al instante.

-Brenda Vilento ¿qué sucede?

-¿Es cierto? –a la muchacha se le quebró la voz.

Un largo silencio.

-¿Te sientes bien?

-Sí, pero necesito saber si es verdad lo que leí en internet. Voy a vivir con suerte diez años...

Escuchó el suspiro profundo que salió de la garganta de su médico y las lágrimas emergieron una vez más.

Era verdad.

-Brenda cada caso es único, hay personas que logran vivir cincuenta años, otras que rechazan el órgano antes de cumplir el primer año. Tú ya llevas tres años sin complicaciones, no podemos generalizar. Tus últimos análisis salieron perfectos, no has tenido problemas con la medicación...

-¿Qué promedio de vida tengo? –Lo frenó preguntando lo que realmente le importaba.

-Creo que no es necesario que opaques tu vida con datos no certeros e imposibles de predecir.

-Doctor, tengo derecho a que me de esa información –Insistió con un sollozo.

-La comunidad científica dispone de un registro nacional e internacional y se cree que en promedio el órgano trasplantado sobrevive entre 10 y 15 años –informó con voz seria y profesional.

Brenda se cubrió la boca con una mano para que no escuchara el grito desgarrador que salió de sus entrañas.

-De todas formas está la posibilidad de pasar por una segunda cirugía en caso de que tu cuerpo lo necesite.

-¿Y empezar todo de nuevo? No, gracias. La rehabilitación, las biopsias, los cuidados extremos...

-Brenda, no nos adelantemos, vayamos paso a paso. Hoy tus estudios están excelentes, deja las preocupaciones de lado y disfruta la vida.

Disfruta la vida...

¿Cuántas personas más tenían que decirle lo mismo para tomar cartas en el asunto?

-Gracias doctor, disculpe las molestias a esta hora.

-No te preocupes, estoy de guardia. Sabes que puedes llamarme cuando necesites. Y, por favor, deja de leer las barbaridades que figuran en internet, para eso estudié más de diez años y soy tu médico, para responder tus preguntas y velar por tu bienestar.

En algún momento consiguió quedarse dormida, despertó al día siguiente cuando su madre entró a su habitación sumamente preocupada.

-Hija, ¿te encuentras bien? –Preguntó tocándole la frente con la palma de la mano- Son las diez de la mañana.

Brenda se envolvió en la colcha y giró el cuerpo para que no le viera la cara.

-Sí mamá, es sábado quiero dormir un rato más.

Estaba cansada y deprimida. No quería levantarse de la cama. ¿Para qué esforzarse? Al fin y al cabo, no era dueña de su vida.

Hoy estamos, mañana no...

-¿Quieres que llame al médico?

-No. Solo estoy cansada, estuve estudiando hasta la madrugada.

Al mediodía bajó a almorzar para evitar que se inquietaran y luego se escondió de nuevo bajo las mantas.

Diez años de vida...

Parecía mucho tiempo, pero en realidad era muy poco. Con suerte lograría graduarse de la universidad para tal vez nunca ejercer. No conocería a sus futuros sobrinos, ni siquiera tenía la posibilidad de soñar con una familia propia.

Tendría que haber muerto, para vivir a medias es preferible no existir.

Estaba tan enojada... Quería vivir, deseaba ser normal. ¡Vivir!

Sabía que no ganaba nada quedándose en la cama deprimiéndose con pensamientos poco productivos, pero era tan difícil salir.

¡Cambia el enfoque Brenda!

Todavía le quedaban diez años y desperdiciarlos en su alcoba no era la mejor opción. Era inaceptable bajar los brazos sin haber conocido el amor.

Aún tenía planes.

Quería independizarse, mudarse sola, experimentar lo normal para una chica de su edad. 

Y lo haría. 

Nadie le quitaría lo que merecía.

Lo primero que hizo luego de terminar de lamentarse, fue mensajear a sus amigos para avisarles que iría a la fiesta. Costara lo que costara estaría ahí. El cambio comenzaría en ese mismo instante, nadie le garantizaba el futuro pero en sus manos estaba garantizar su dicha en el presente.

Su vestidor era un asco, así que le pidió ayuda a Sofía, quien la dejó maravillada con las opciones sensuales y modernas que guardaba en un sector de su armario. Se notaba que su madre con ella no era para nada exigente, por algo tenía esas ropas que nunca se las había visto.

Eligieron una minifalda tiro alto de cuero negro y un top de encaje blanco que dejaba una franja de su vientre a la vista y cubría lo suficiente como para ocultar la cicatriz del pecho. Su cuerpo no estaba nada mal, si bien no podía hacer mucho ejercicio, la buena genética la acompañaba. El cabello suelto y lacio caía hasta su cintura y un suave maquillaje resaltaba sus labios y sus ojos grises. Para cerrar esa imagen renovada, se calzó unos zapatos negros con plataforma que estilizaban aún más sus delgadas piernas.

-¡Guau! –Silbó Sofía– Si hoy no besas, en esa fiesta son todos unos perdedores. Hasta yo me veo tentada de comerte la boca.

-Pufff –resopló Brenda con una morisqueta– Es patético que siendo mi hermanita pequeña tengas que ayudarme con la ropa y con el escape del siglo.

-Tú sabes... La experiencia me hizo más sabia, big sister –bromeó acercándose a la ventana de su habitación.

-Gózame Sofía, pero recuerda que el que ríe último ríe mejor –volvió a observarse en el espejo para comprobar que todo estaba en su lugar-. ¿A qué hora llega Leo?

Su hermana miró la hora en el móvil y corrió la cortina de la ventana buscando a su novio en medio de la oscuridad del exterior.

-Debería estar aquí –indicó–. ¡Allí está! –chilló pegando un saltito y Brenda se acercó a ella.

-No puedo creer que tendré que bajar por el árbol –se quejó con un gesto de horror calculando mentalmente la distancia que la separaba del suelo.

-Leo trajo una escalerita para que no tengas que abrazar el árbol, así tampoco te lastimaras ni te rasparas la panza. Sólo tienes que pisar esa rama gruesa –señaló un pedazo de madera que más que confianza le daba terror–, bajas a la siguiente y allí deberías poder llegar a la escalera.

-Tú novio me verá hasta el alma misma si bajo así vestida –vaciló.

-Leo no te mirara, no es así...

-Será mejor que me quite estos zapatos, lo único que falta es que me parta el cuello.

-Sí, también lo creo. Ponte las zapatillas y luego te los arrojo. Puedes esconderlas en los arbustos y al regresar te las colocas de nuevo –propuso analizando la mejor alternativa.

-¡Esto es demasiado! –Brenda se pellizcó las mejillas. Estaba estresada mentalmente. Se cambió el calzado y afirmó–: Era más fácil haber dejado los zapatos en el patio y listo. O cambiarme en el coche de Leo.

-Para la próxima seremos más astutas, ahora no nos queda otra.

Para la próxima...

Su hermanita pensaba que iba a haber una próxima escapada mientras ella solo se preguntaba si sobreviviría a semejante bajada. Tal vez estaba en lo cierto, hasta que su madre entrara en razón tendría que ser creativa y buscar la forma de recuperar el tiempo que había perdido encerrada en casa.

Sofía abrió la ventana y una brisa fresca hizo que Brenda se estremeciera. No sabía si por el frío o por los nervios. Había demasiado riesgo. Lucía podría agarrarla con las manos en la masa o podría caer del maldito árbol dando un paso en falso y fracturarse cada hueso del cuerpo.

-¡Vamos! La pasaras bomba, sal y diviértete y besa a muchos chicos –su hermana la apresuró a salir dándole pequeños empujoncitos en la espalda.

Brenda apoyó ambos pies en el fino alféizar mientras que con las manos se aferraba con firmeza del marco superior de la ventana. Miró hacia abajo y un ligero temblor sacudió su cuerpo.

No tenía pavor a las alturas, tampoco sentía vértigo, pero tenía miedo, la adrenalina de estar rompiendo las reglas hacia que su corazón latiera desbocado y la posibilidad de sufrir un accidente la hacía dudar.

-No puedo hacerlo –murmuró.

-Sí, puedes. Leo lo hace casi todos los días –respondió su hermana esbozando una sonrisa picarona–. Toma mi mano, te ayudaré a ponerte de pie.

De la mano de Sofía, Brenda cerró los ojos y llenó los pulmones de aire. Asintió infundiéndose valor.

Tú puedes Brenda, querías libertad pues sal y búscala.

Una vez parada al filo mismo de una posible muerte, estiró la pierna derecha hasta llegar a la rama objetivo y, en un rápido movimiento que no sabe de dónde salió, se encontró abrazando el tronco del árbol.

No fue tan difícil.

Respiró pausadamente para ralentizar el pulso.

Alzó la vista y su hermana la contemplaba con diversión, la alentó a seguir levantando los pulgares hacia arriba.

-Vienes bien –musitó una voz masculina por debajo de su trasero.

¡Por favor que no me esté mirando!

Arrugó la frente ante la horrible imagen que le estaría dando a su cuñado. Ese pensamiento la animó a liberar una mano para acomodar torpemente la falda.

Saltar a la segunda rama fue más fácil, aunque se golpeó la cabeza con un frondoso tallo y asesinó a pequeñas hojas que ahora caían sin vida hacia el suelo. Maldijo en silencio, eso le había dolido pero no se detuvo ya que alcanzaba a divisar el borde de la escalerilla. A partir de allí, era pan comido, si resbalaba Leo la rescataría.

-Gracias por hacer esto –le dijo a su cuñado cuando tocó tierra firme.

-No es nada. Tú hermana sabe cómo convencerme –contestó zalamero.

Las mejillas de la muchacha se encendieron de inmediato, no sabía si fue su sensación o esas palabras tenían doble sentido. Sacudió la cabeza para borrar las imágenes que empezaban a formarse de ese chico con su pequeña hermanita.

Sofía silbó desde la ventana para que los jóvenes la miraran y arrojó los zapatos tal como habían planeado. Brenda logró atrapar uno, mientras que el otro rodó por el césped unos metros más allá. Le lanzó un beso con la mano y con señas le hizo entender a su novio que estuviera atento al celular.

Sería una larga velada.

Leo siguió las indicaciones que la muchacha le dio hasta llegar al lugar en donde se hacía la fiesta. Arreglaron que a las cinco de la mañana la recogería. También le podía pedir a Tobías que la llevara a casa, pero no lo había hecho participe de su gran hazaña y tampoco sabía si estaría disponible, según las historias que le contaba Rosario, solía desaparecer con alguna chica siempre que podía. Además, la escalerita estaba en el baúl del coche de Leo. Le apenaba tener que molestarlo, pero lo necesitaba, al menos por esa noche.

Se acercó a la ventanilla del conductor para despedirse una vez más. El novio de su hermana tenía un rostro bonachón con unos cachetes redondos que te daban ganas de apretar. Estaba en buena forma y era bastante lindo, la barba lo hacía ver más grande de lo que realmente era y eso no ayudaba a despejar esas dudas que la joven aún tenía respecto a la relación con Sofía que era menor de edad. Le agradeció una vez más y se alejó del coche pensando en que sería una buena idea practicar las próximas huidas para no depender de una escalera plegable ni de Leo. Si él podía escalar sin necesidad de una ayuda extra, ella también podría hacerlo. ¡Qué pena que el árbol no estuviese frente a la ventana de su habitación!

Su celular sonó con un bip, lo que indicaba un nuevo mensaje, y visualizó el nombre de Rosario en la pantalla. Había escrito en el grupo que tenían con Toby.

Rochi: Estamos en la cocina, ¿por dónde andas?

Brenda: Entrando : )

La puerta de la casa estaba abierta, algo bastante común en fiestas que se realizaban en barrios acomodados como en el que estaba. No tenía conocidos que vivieran allí, pero sabía que podía andar por esas calles sin riesgo de que le robaran o de que quisieran hacerle algo más.

Las viviendas cercanas se encontraban a una distancia óptima, ya que garantizaba la privacidad de cada residencia y al mismo tiempo evitaba altercados por ruidos molestos como podía provocar la alta música que sonaba en ese momento.

Brenda se adentró sin pedir permiso. Veía gente por todos lados, cuerpos moviéndose al son de la música, vasos rojos danzando en las manos de los jóvenes alegres, y lo infaltable, parejas acarameladas dispersas por las esquinas más oscuras.

No conocía al dueño de la casa, Rochi y Tobías tampoco, sólo estaban al tanto de que era un jugador de rugby y gracias a la simpatía de Rosario consiguieron la invitación.

El lugar era enorme, el mármol del suelo aún relucía y predominaban los colores claros en la decoración, principalmente el blanco y el beige. La joven se lamentó por el estado en que quedaría esa vivienda, era inevitable que los sillones se mancharan y que las paredes impecables se ensuciaran. Era una fiesta y a los presentes les importaba cero mantener el orden y la limpieza reinante.

Buscó con la mirada la cocina y supuso que era eso que se veía al fondo y a la derecha, ya que varios chicos salían de allí con botellas de cerveza, licor, o lo que fuera. Se abrió paso entre la multitud, recibió varios empujones y al atravesar el umbral visualizó a sus amigos bebiendo algo.

Rosario estaba sentada sobre una barra, sus piernas colgaban, y Tobías estaba frente a ella charlando animadamente con un grupito de chicos a los que no recordaba haber visto antes. Los ojos de su amigo se dirigieron hacia donde estaba, como si se hubiera percatado de su presencia, y esbozó una enorme sonrisa que pareció iluminar aún más el lugar.

-¡Vaya, vaya, vaya! Más hermosa no podrías estar –se acercó rápidamente a Brenda y la alzó con un abrazo haciendo que sus pies se despegaran del piso.

Las mejillas de la joven se encendieron ante tanta efusividad, sumado a que no estaba acostumbrada a llamar tanto la atención y sentía varias miradas masculinas sobre ella.

-Gracias –le sonrió a su amigo y se acomodó la falda que se había levantado un poco de más.

Tobías le dio un rápido beso que casi roza la comisura de sus labios y la rodeó por los hombros para llevarla hacia donde estaba Rochi.

-¡Estás echa una diosa! –Rosario saltó al suelo y la abrazó– Te morirás cuando veas la cantidad de chicos divinos que andan por aquí.

-Les presento a mi amiga Brenda –dijo Tobías mirando al grupito con el que hablaba unos segundos atrás. Con el brazo libre abrazó a Rochi y agregó–: Son mis dos joyas más preciadas, así que si alguno tiene intenciones de meterse con alguna de ellas tendrá que tener mucho cuidado de portarse bien y no lastimarlas, de lo contrario no les alcanzará la vida para lamentarse –finalizó en tono juguetón aunque al mismo tiempo se aseguró de dejar muy clara la advertencia.

Brenda sonrió a cada uno de los cuatro chicos que, sin gastarse en disimular, recorrieron su cuerpo con la mirada. Tobías le indicó el nombre de cada uno, pero los nervios impidieron que retuviera la información. Nervios por la forma en que su amigo la abrazaba, por la forma en que besó su mejilla, por como brillaron sus ojos al verla. ¿Había una pequeña posibilidad de que Tobías sintiera algo por ella?

-¿Qué quieres tomar Brenda? –le preguntó un moreno alto con un cuerpo notablemente atlético.

Sus ojos se encontraron con los de Toby, luego con los de Rosario, y se mordió el labio. Tenía prohibido tomar alcohol.

El alcohol y el tabaco no son buenos compañeros, había dicho su médico.

-Ella beberá agua –intervino Tobías.

Brenda le agradeció con la mirada por salvarla de ese momento incómodo, no quería tener que dar explicaciones y mucho menos parecer una mojigata.

-Una cerveza no le hace mal a nadie –planteó otro chico menos corpulento que el anterior pero igual o más atractivo, con la mandíbula bien marcada y unos ojos verdes que a Brenda le parecieron increíbles.

-He dicho agua –reafirmó el muchacho bajando unos decibeles y acallando el reclamo de los demás.

La chica sujetó el vaso rojo que le extendieron, al menos podía hacer de cuenta que estaba bebiendo alcohol frente a las demás personas que se habían perdido el embarazoso intercambio.

Quería volver a casa, consideraba que no pertenecía y por más que lo intentara estaba siempre afuera de la diversión, o por lo menos, de la forma en que se divertía la juventud en una fiesta. Rosario charlaba animadamente con el moreno alto, le gustaba, lo notaba por cómo se tocaba el cabello cada cinco segundos, y los demás reían por alguna broma que ella no había captado.

Empezó a pasar el peso del cuerpo de una pierna a otra, y por más que en su rostro había una sonrisa, a Tobías no consiguió engañar. Sintió la intensidad de sus pupilas sobre ella y lo evitó todo lo que pudo.

-Vamos a bailar Sirena –propuso tirando de su mano para que no se negara.

La arrastró por un pasillito oscuro y señaló unas escaleras que bajaban.

Brenda negó con la cabeza, no quería averiguar que había abajo. Tenía miedo de estar a solas con él en un lugar tan apartado, desconfiaba de su propio auto control. Tobías tiró una vez más de su mano obligándola a avanzar.

A medida que descendían la música se escuchaba más fuerte, era diferente a la que se oía en el resto de la casa. La joven divisó un sótano, pero no de esos abandonados y tétricos como los que se ven en las películas, ese tenía varias luces de colores que titilaban al ritmo de lo que sonaba y era bastante espacioso. Al fondo distinguió una especie de escenario improvisado sobre el cual se encontraba una banda tocando en vivo.

-¡Esto es increíble! –Exclamó sin poder creerlo.

Nunca había ido a un recital y eso era lo más cercano a uno. Su madre soportaba escuchar la palabra fiesta, pero pedirle permiso para un recital era directamente una ofensa. Con su condición, tenía que evitar lugares cerrados o grandes aglomeraciones en donde los gérmenes proliferaban.

La chica recorrió con la vista ese recinto subterráneo con las paredes insonorizadas. La música parecía envolver, contener a los presentes y la iluminación tenue y colorida la hacía sentir a gusto. Estaba alucinada. Allí estaba cómoda, en medio de desconocidos que no la miraban raro por no beber alcohol, ajena a conversaciones de las que no se sentía parte. Esa inseguridad de la que no era del todo consciente, afectaba que conociera gente nueva. Solía culpar a sus padres, pero la realidad era que ella misma se aislaba por la tonta paranoia de pensar que todos le tenían pena.

-Gracias –moduló con lentitud para que Tobías le entendiera, ya que con el volumen de la música era imposible que la escuchara.

Disfrutaron de ese pequeño concierto, un rock progresivo que provocaba que su cuerpo se balanceara de un lado a otro. El cantante de la banda anunció la próxima canción y todos aplaudieron y algunos gritaron eufóricos como si estuvieran en un estadio de fútbol. Parecía que tenían sus seguidores, Brenda ni siquiera sabía quiénes eran.

-¿Son conocidos? –preguntó acercándose al oído de su amigo.

-Bastante, son de nuestra ciudad y en el último año hicieron una gira por todo el país –respondió cerca de su oreja, de la misma forma en que lo hizo ella, provocando que todo su cuerpo temblara al sentir su aliento sobre la piel.

Brenda se apartó por instinto y bebió de un solo trago el agua que le quedaba en el vaso. Esa cercanía hacia que la temperatura de su cuerpo se elevara a cien grados.

Tobías sonrió ante la reacción. Brenda seguía siendo tan inocente que no se percataba de todo lo que transmitía con los gestos y acciones. Últimamente se daba cuenta de que lo esquivaba, de que se alejaba de sus abrazos; la notaba más arisca y eso empezaba a molestarle. El origen de todo fue el beso. Tenía que admitirlo, a pesar de que lo tomó por sorpresa, le gustó. Mucho más porque fue iniciativa de su Sirena.

A los quince, él ya tenía planeado declarársele. Le resultaba romántico hacerlo en su fiesta, ella con su vestido de princesa y él elegantemente vestido. Pero la chance se esfumó. Todo se estropeó, como también la ilusión de intentar algo más con una de sus mejores amigas. No era una persona perfecta y no se perdonaría jamás hacerle daño, ser responsable de sus lágrimas por cualquier estúpida discusión típica de parejas. Prefería verla feliz y lejos, que ser el culpable de su tristeza.

La batería empezó a resonar con un ritmo alegre y rápido, la guitarra eléctrica se sumó creando acordes agresivos y penetrantes, y las personas alrededor de los chicos comenzaron a saltar excitados sacudiendo los brazos y la cabeza como si los poseyera el mismísimo diablo.

Esa masa uniforme empezó a moverse para un lado y para el otro a un ritmo que Brenda no podía seguir. Hacía mucho calor y estaba sudada. Tobías le aferró la mano y la arrastró al fondo del salón donde podían ser unos tranquilos espectadores, sin empujones ni pisotones producto de la euforia que esa canción avivaba.

Su amigo se apoyó contra una pared y la atrajo a su cuerpo pegando el torso a su espalda. Pasó los brazos alrededor de su delicado cuello y apoyó la barbilla en su cabeza.

Brenda se quedó tiesa. La posición era bastante comprometedora, de afuera el que los viera pensaría que eran pareja. Sabía que Tobías no lo hacía con doble intención, pero eran esos gestos excesivamente cariñosos los que la confundían.

Relajó el cuerpo recordando que su tiempo en el mundo era demasiado corto como para preocuparse de más, y sonrió disfrutando de esos brazos que la envolvían y del recital frente a ellos.

Al sentir un cosquilleo placentero en el inicio del cuello, giró la cabeza lentamente comprobando que su amigo la estaba recorriendo con la punta de la nariz. El pulso se le descontroló y la respiración se le hizo mucho más superficial. Experimentaba una intimidad desconocida que la desconcertaba.

-¿Qué haces? –Preguntó con voz temblorosa al tiempo que retenía esas ganas de hacer algo más, de demostrarle todo lo que sentía.

-Te huelo. Me encanta tu olor, siempre me gustó.

Brenda tensó los muslos y cerró los ojos. Con ese comportamiento y esas palabras, ese chico no la ayudaba a mantener la compostura. Tobías continuó con ese evidente juego de seducción, hasta se permitió rozar tímidamente los labios contra su piel.

-¿Acasos estás ebrio?

-Puede que un poco, pero eso no significa que no ame tu olor a vainilla con coco.

-Toby... -susurró la muchacha aún con los ojos cerrados e inclinando levemente el cuello para permitirle seguir con lo que estaba haciendo.

-Shhh, no digas nada Sirena –la acalló acariciando su boca con el dedo índice y pulgar–. Estas extremadamente bella hoy.

Brenda se estaba derritiendo, su corazón corría todo atolondrado dando trompicones y sentía que se estaba quedando sin aire. Necesitaba hacer algo, necesitaba descargar esa energía arrolladora que la estaba consumiendo.

-¡Al fin los encuentro! –Exclamó Rosario apareciendo de la nada y automáticamente Tobías la soltó como si algo lo quemara.

A Brenda le costó mantenerse en pie, estaba demasiado cómoda entre los brazos masculinos, pero aprovechó la distancia para que el oxígeno renovado entrara en su sistema y ahuyentara ese mareo ansioso que terminaría por enloquecerla.

-Ven conmigo, Bren –le pidió Rochi arrastrándola hacia la escalera y la joven sólo atinó a echarle un último vistazo a Tobías quien se quedó en su sitio y le devolvió una sonrisita de boca cerrada al tiempo que se encogía de hombros.

Siguió a su amiga que estaba bastante acelerada y se adentraron en la improvisada pista de baile donde varios jóvenes bailaban apretados.

-Mira quien acaba de llegar –Rosario señaló hacia unos sillones donde un grupito de chicos bebía cerveza y fumaba lo que parecían ser cigarrillos.

-¿Quién?

Brenda se puso de puntitas de pie al no distinguir ningún rostro conocido, hasta que uno de los chicos clavó sus ojos en los de ella.

Mateo Di Mesttio.

Desvió la vista rápidamente, ese chico siempre la agarraba in fraganti.

-¿Lo has visto? ¡Te está mirando!

-¿Estoy bien? –Instintivamente se dio vuelta para que Mateo no le viera la cara, como si quisiera esconderse- ¿El pelo está bien? ¿El maquillaje? ¿Mi ropa?

-Estás preciosa, muy sexy con esa pollera tan ajustada. Te hace un culo impresionante. Aún no me creo que tu madre te haya dejado salir así vestida.

-Mi madre no sabe que estoy aquí –confesó haciendo un mohín.

-Es una broma... ¿cierto?

Brenda negó con la cabeza poniendo cara de inocente.

-¡No-te-lo-puedo-creer! ¿Quién eres y qué hiciste con mi amiga?

-Luego te explico todo, pero todo esto es gracias a mi querida hermanita.

-Viene hacia aquí –advirtió Rosario mirando por encima de su cabeza–. Haz de cuenta que estás divertida y cambia esa cara de frígida asustada.

-¿Qué hago? ¿Dónde meto las manos? Dame tu vaso que no sé qué mierda hacer.

Le robó el vaso y apoyó todo el peso del cuerpo en la pierna derecha en actitud relajada, haciendo de cuenta que estaba pasando un buen rato. Impostora.

-Como te decía, fui de compras y me encontré con Sofía que estaba... -parloteó su amiga y Brenda arrugó el ceño sin entender de qué iba, hasta que se percató de lo que hacía. Inventaba una conversación para no quedar tan obvia– Oh, ¡hola! –fingió sorpresa cuando el muchacho se acercó a saludarlas.

-Hola Vilento.

La aludida recién en ese momento dejó de darle la espalda y recibió el beso en la mejilla de ese joven que conseguía ponerla nerviosa con una sola mirada.

-Hola Di Mesttio –respondió encubriendo su embelesamiento.

Ese chico era muy pero muy pero muy comestible. No tenía una belleza perfecta como la de Brad Pitt cuando era joven, era más bien la onda y la actitud con la que se movía lo que hacía que Brenda se derritiera del deseo. Masculino e intimidante.

-Bren, espérame aquí que tengo que ir al baño –dijo Rosario dejándolos solos.

¡Trágame tierra! Más obvia no podía ser..., masculló Brenda para sus adentros.

Miró al ayudante y puso su mejor cara de póker, por más que ni siquiera sabía jugar a ese juego.

-¿Qué estás bebiendo? –preguntó el joven.

La muchacha bajó la vista para ver el contenido del vaso rojo que estaba aplastando entre sus manos.

-Cerveza ¿quieres? –ofreció.

Mateo acortó el espacio entre los dos y sujetó las manos de Brenda. Olfateó la bebida y sonrió.

-Ron con cola.

-¿Qué?

-Que tienes un Cuba Libre aquí, no es cerveza –le quitó el vaso y dejó caer el líquido al suelo con una expresión imperturbable en el rostro.

-No te preocupes, no quería beber nada más eh... -replicó Brenda irónicamente.

-No bebes –aseguró.

-¿Cómo? –la joven se cruzó de brazos.

-Que tú no bebes, ese vaso no era tuyo.

-¡Me descubriste! –Exclamó alzando las manos– Soy una charlatana sobria –y soltó una carcajada.

-Eres graciosa –comentó alzando apenas un lado de la boca.

Y tú estás más bueno que darme un panzazo con papas fritas, Doritos, chocolate, y todas las cosas que no debo comer.

-Me hace feliz que no bebas alcohol –añadió paseando los ojos por su silueta.

-¿Y por qué te haría feliz eso?

-Porque yo tampoco bebo.

Esa confesión le llamó la atención. Si se dejaba llevar por las apariencias, Mateo estaba lejos de transmitir la imagen de un chico saludable anti-alcohol. Tampoco tenía pinta de drogadicto al que no le importa nada. Ni un extremo, ni el otro. ¿Por qué razón no bebía en una fiesta donde todos, o casi todos, hacían lo mismo? Brenda indagó en esos ojos llenos de misterio y se encontró con una pared. Mateo era un chico difícil de descifrar.

-Podemos decir que tenemos algo en común... -soltó haciéndose la coqueta.

-Tenemos muchas cosas en común, por más que no lo sepas –se acercó un paso más y la chica lo sintió inquietantemente cerca.

Se mantuvieron la mirada unos segundos y Brenda, cobarde como era, se apartó abochornada. No consideraba que fuera una mujer impactante, de esas que se roban las miradas de todos los hombres, sin embargo, en esa misma noche ya había tenido dos encuentros que le aceleraron el corazón.

Estaba ávida por experimentar el amor y era consciente de que si se quedaba un segundo más junto a Mateo, corría el riesgo de hacer algo de lo que luego se arrepentiría. En su corazón estaba Tobías y con él estaban ocurriendo cosas que le daban esperanzas de un mañana juntos. No quería arruinarlo por una ligera atracción, a pesar de que Mateo la hacía sentir única cada vez que la miraba de esa forma tan intensa y con Tobías todo era una incertidumbre total.

-Espera... -la detuvo tomándola del brazo- ¿Por qué te vas?

Brenda entornó los ojos y ladeó el rostro contemplándolo con superioridad.

-Porque me suena que estás haciéndote el galán misterioso con frases que no logro entender y que de seguro se las dices a todas las chicas, por lo tanto eso solamente me demuestra que o te gusta jugar o que eres un idiota predecible –contestó a la defensiva.

-¡Ouch! –Mateo se llevó ambas manos al pecho dramáticamente– Eso dolió. No sé qué es peor... que pienses que me gusta jugar con las mujeres o que soy un idiota y encima predecible.

-Quizá eres las dos cosas.

-O quizá soy lo mejor que puede pasarte en la vida.

Brenda parpadeó como una tonta, noqueada por la declaración. Sintió que ese momento ya lo había vivido, ese chico le hizo experimentar otro déjà vu. Era como si estuvieran solos en esa casa ajena, sólo podía verlo a él y él no la perdía de vista.

El retumbe de su pulso amenazaba con dejarla sorda y después de tantos años sintió la misma sensación que en su fiesta de quince, una opresión en el pecho y el aire que no le llenaba los pulmones.

-Necesito salir de aquí –balbuceó con la vista nublada.

-¿Estás bien?

Sacudió la cabeza en una negativa.

-Necesito... Nece... -el pecho le subía y bajaba con exagerada necesidad, le costaba respirar.

-Tranquila, ven conmigo.

Mateo apartó a cualquiera que les entorpeciera el paso y sin soltar la mano de esa joven que había empalidecido de repente, se dirigió al patio trasero donde seguramente encontraría la privacidad que precisaban. Visualizó una pequeña escalinata que descendía hacia una piscina majestuosamente iluminada y sentó a Brenda en una de las tumbonas blancas que había en el lugar. Se arrodilló frente a ella y apoyó las manos en sus rodillas desnudas con notable preocupación.

Brenda escondió el rostro entre las manos queriendo desaparecer. ¿Cómo explicaría lo ocurrido? Buscó acompasar la respiración y controlar el ligero temblor que la dominaba, pero esa vocecita insegura y maliciosa de su cerebro no la ayudaba con sus constantes burlas hirientes.

Estás fallada.

Fallada.

Fallada.

Nunca nadie te va a querer.

Terminaras tus días sola.


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