Volver en ti

By noregrets02

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Agoney es un chico que quiere creer que lo tiene y lo sabe todo hasta que se ve envuelto en una vida que le m... More

Presentación y AVISOS
I - Plan A: Encuéntrate
II - Fase 1: Primer acercamiento
III - Fase 2: Distancia
IV - Fase 3: La salida del sol
V - Fase 4: Un imprevisto
VI - Fase 5: El juego de la curiosidad
VII - Fase 6: Hablar de ti y de mi
VIII - Fase 7: Bailar pegados en un compás propio
IX - Fase 8: Llegada a la cima
X - Fase 9: En el ojo de la tormenta
XI - Plan Fallido
XII - Recalculando
XIII - Plan B: Vuelve en Ti
XIV - Fase 1.2: El camino
XV - Fase 2.2: Los Aliados
XVI - Fase 3.2: El espacio
XVII - Plan B Superado
XVIII - Vistazo General
XIX - Plan C: Echar raíces
XX - Fase 1.3: Mano a Mano
XXI - Fase 2.3: Asentamiento
XXII - Fase 3.3: Un buen adiós
XXIII - Fase 4.3: Reafirmarse
XXIV - Plan C: Completado
XXV - Consideraciones Finales
XXVI - Observaciones
Epílogo
Agradecimientos

XXVII - Fin: Misión Cumplida

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By noregrets02

Último capítulo

El verano se acaba, empieza la rutina y tienes que colocarte en el mundo de nuevo, preparar mil cosas y prepararte tú para otras tantas. Pero antes de que eso ocurra están los primeros días de septiembre, aquellos en los que aún no crees que vaya a comenzar todo de nuevo y que pasas entre planes a corto plazo, ideas, ilusiones... como si aún te quedara una eternidad para aquello que en realidad sabes que está a la vuelta de la esquina.

Pero qué más da todo eso cuando vuelves a casa, o a la que se ha acabado convirtiendo en una de ellas. Qué más da el fin del verano si puedes pasarlo con tus amigos y entre los brazos de la persona que se ha ido metiendo en tu corazón poco a poco y a la vez tan de golpe.

Qué más da que vuelva la rutina cuando la tuya está a punto de cambiar completamente.

—Pues la próxima vez que vaya a la ciudad habré terminado todo el traslado.

Raoul tenía las manos en las caderas y observaba su última maleta apoyada en la pared. Había dejado la mayoría de cosas en su sitio, puesto que en un piso de tres, aunque era bastante amplio, no cabían todas sus pertenencias. Aun así, había hecho dos viajes junto con Mireya para empezar a organizarlo todo con Marina y dejar las cosas que necesitaban más estabilidad en el espacio.

—¿Y cómo te sientes con eso?

—Tengo muchas ganas —afirmó girándose hacia Agoney, que le miraba desde la puerta con una sonrisa—. Sigo con algo de miedo, pero con muchas ganas.

—Todo va a ir bien, las cosas van a mejorar.

—Ya hemos hablado de eso, Ago.

—Lo sé, lo sé, pero ¿tu sueño es ser granjero o veterinario? —preguntó antes de continuar sin esperar una respuesta que ambos sabían— Tu vida va a mejorar porque vas a hacer lo que quieres.

—Pero si quisiera seguir siendo granjero estaría igual de bien.

—Que me cueste entenderlo no quiere decir que no lo haga.

—Lo sé, pero me gusta ver tu mente funcionar —respondió con sorna, acercándose a él con el labio inferior mordido.

—Confesaré, sólo por esta vez, que me gusta que me ayudes a reafirmarme, pero he conseguido que admitas que va a mejorar tu vida.

—Es la carrera de mis sueños.

—Y...

—Me lo he ganado.

—Muy bien, mi niño —le felicitó besando su mejilla con fuerza.

Raoul rio antes de volver a mirarle a los ojos, aún con el labio entre los dientes, la mirada brillante y las manos en las trabillas del pantalón de Agoney. Los dos se quedaron en silencio unos segundos, mirándose con felicidad y también algo de hambre, pero sin moverse ni un solo centímetro.

—Ven —dijeron al unísono antes de estallar en dos carcajadas.

Cuando acabaron de reírse hicieron caso a su mutua petición y sus labios se pegaron con avidez, Raoul le mordió la boca para que le dejase entrar y Agoney no se negó, aceptó gustoso mientras se enganchaba en los cabellos rubios que salían de la nuca. El beso subió de nivel y ellos se movieron hasta llegar al escritorio, ahora vacío; Raoul se vio apresado entre él y el cuerpo contrario, y nunca una encerrona le había parecido tan apetecible.

Su camiseta desapareció del acto antes de que cambiasen la dirección de sus pasos y acabasen tirados en la cama, él encima, sentado a horcajadas; y se relamió antes de volver a besarle, con más ganas si fuera posible. Y mientras Agoney le desabrochaba los pantalones y le ayudaba a quitarlos de en medio, sus dedos comenzaron a luchar con los botones de la camisa que atrapaba el torso de su novio.

—Cuidado, que es nueva.

—Eres un remilgado.

—Hay cosas —se excusó, haciendo fuerza para cambiar posiciones y acabar él encima— que no se pueden cambiar.

Raoul renegó pero no dijo nada más, observó cómo Agoney acabó de arrancarse la tela, sacando los brazos y tirándola a algún punto del cuarto, y aprovechó el volver a tener su piel desnuda al alcance para acariciar su espalda, sus omoplatos, que le volvían loco, sus brazos, que le apresaban con fuerza siempre que quería; y cuando terminó el recorrido se dirigió a sus vaqueros hasta hacerles quedar a ambos en las mismas condiciones.

Se metieron debajo de las sábanas entre risas y más besos, con las manos paseándose por todo el cuerpo, los dientes de Agoney en el cuello de Raoul y él enredando sus piernas para pegarles más. Aprovecharon la soledad de la casa de los Vázquez para disfrutarse sin interrupciones, sin pantallas de por medio, sólo ellos dos y sus ganas de tenerse.

—Me sigue sorprendiendo... que siendo tan pequeño tengas —paró de hablar para gemir, ojos apretados y uñas en la cadera contraria— tanta fuerza.

Raoul sonrió de lado mientras volvía a moverse con más rapidez, rodeando con un brazo el cuello de Agoney mientras con el otro se apoyaba en el colchón, buscando aquellos puntos en los que el placer era más intenso para ambos.

—Ahí tienes otros de los beneficios de trabajar en la granja —dijo a mitad de un gemido ronco.

—Bueno, pues a cambio podemos... dios... apuntarnos juntos al gimnasio.

Una risa sarcástica escapó de los labios de Raoul interrumpida por los jadeos que era incapaz de contener y que resguardo entre los labios de Agoney antes de contestarle.

—No sé cómo acabaría es-... ¡Agoney! Repite lo que acabas de hacer.

—Encantado.

Unos minutos después, cuando sus cuerpos estallaron en espasmos de placer, se desplomaron sobre el colchón, recuperando el aliento con dos grandes sonrisas en el rostro. Después de volver a sentir el control de sus músculos Raoul rodó para abrazarse a la cadera de Agoney y escondió la cara en su barba, dejando en ella ligeros besos mientras el otro recorría su columna con las yemas de los dedos, en el único gesto que sentía que podía hacer en ese momento, mientras su cuerpo volvía a responderle.

—¿Comemos en la granja? —sugirió en un susurro unos minutos después, al notar que se estaba relajando tanto que podría dormirse.

—Tienes que desintoxicarte del trabajo, cariño.

—No seas tonto, me quedan pocos días aquí, me apetece ayudar... Además a Roma le toca baño.

—Primero, no hables como si no fueses a volver nunca, que no te vas a la otra punta del país. —Le recordó dándole con el índice en la frente antes de besar su nariz. —Y segundo... no voy a discutírtelo, sería imposible, pero supongo que sabes que no vas a poder escaparte para ir a bañarla cuando empiece el curso, ¿no?

—Si me lo recuerdas a lo mejor cambio de idea y no me voy —advirtió en tono bromista, pero ambos sabían que había tristeza en sus palabras.

—Siempre va a ser tu perra, Ra, te lo aseguro.

Raoul sonrió de lado y se tragó un suspiro, cambiándolo por un beso lento en los labios canarios mientras sentía cómo le abrazaba por la espalda con sus manos, regalándole la paz que sólo parecía saber darle el calor de aquellas palmas sobre su piel.

Después de las vacaciones de verano de ambos se habían reencontrado entre momentos ajetreados haciendo los trámites necesarios para comenzar el siguiente año lectivo, y cuando ellos tenían tiempo libre, sus amigos empezaban a ocuparse, sobre todo con la vuelta al trabajo que Raoul ya no tenía. Por eso septiembre estaba siendo un mes raro, pero alegre y cargado de entusiasmo.

Aunque Agoney unos meses atrás nunca habría imaginado que el inicio de su rutina iba a consistir en estar en la granja de sus padres ayudando de vez en cuando e intentando que su novio se desenganchara poco a poco de lo que había sido su vida los últimos años, bendita sea la hora en que pasaron todas las cosas que le llevaron a ello.

Además, entre unas cosas y otras, había empezado a crear más lazos con sus compañeros de clase; Marina aún le daba las gracias por lo del piso, Nerea le inspiraba un sentimiento de protección que jamás había sentido y en Juan Antonio había descubierto a un gran consejero. Incluso habían acordado que irían a pasar un día a la finca para terminar de conocerse entre todos y despedir del todo las vacaciones.

Ese día, tal y como habían hablado, fueron allí para comer y pasar un rato, baño de Roma incluido. Después habían ido al encuentro de Andrea, una de las nuevas trabajadoras y la que iba a tomar el relevo de Raoul, que en su ansia por tener perfectamente controlado su lugar de trabajo, se pasaba los días dándole consejos o, básicamente, contándole su vida.

—¿Puedes dejar respirar a la pobre chica?

Raoul se calló para mirar con el ceño fruncido a su novio, que le miraba apoyado en la puerta del cobertizo frente al que estaban.

—No se preocupe, si mientras me cuenta todo me ayuda con el trabajo.

—¿Ves? Eres un quejica, Ago. —Se giró hacia Andrea, diciéndole en un falso susurro: —Y no hace falta que le hables de usted.

—Que ahora estemos juntos no significa que me tengas que desacreditar ante la gente, guapo.

—No es tu jefe, por mucho que lo diga —continuó haciéndole caso omiso.

—Me voy.

—Pero no te piques, anda. —acabó cediendo dando un par de zancadas para alcanzarle. —Ya sé que hay algo que te gusta en eso de que te traten de usted, pero no le hagas a la pobre chica sentirse bajo presión cuando vengo a charlar con ella.

—Cuando vienes a molestarla, querrás decir.

—Imagínate que un unos años aparece un chaval impertinente al que no puede echar, debe estar preparada, yo no lo estuve y te tuve que aguantar.

—¿Tú estás aprovechando que ya no trabajas aquí? —preguntó Andrea ante la soltura con la que hablaba Raoul con el hijo de sus nuevos jefes.

—No, lo de torearle viene de mucho antes.

—La primera vez que nos vimos —puntualizó Agoney dirigiéndose a ella—, cuando le dije quién era, casi le da un síncope, aunque ahora se haga el chulo.

—Tardé tres segundos en calarle, agradece que ahora es una persona normal.

—Mira, deja a la chica trabajar, que eres un incordio.

—Dejadla los dos —apareció Aitana por el fondo, cargando con un cubo de agua—. Que últimamente estáis tontísimos.

—Bueno, trabajar así al menos es entretenido.

—¿Veis? Sois unos sosos. —Le reprochó Raoul a su novio y su amiga. —Pero sí, os dejamos trabajar ya, antes de que al jefe le salga una úlcera.

—Me encanta como suena esa palabra en tu boca —le picó Agoney mientras tomaba rumbo tras de él camino a la casa, dejando a las dos chicas atrás.

—Me irritas. Muchísimo.

Continuaron andando mitad en silencio, mitad entre risas, hasta llegar al comedor, que encontraron vacío.

» Por cierto, agradece que no le he dicho que cuando te tratan de usted se te pone dura.

—Eso sólo cuando lo haces tú, cariño.

Agoney le mordió el lóbulo de la oreja tras pronunciar aquellas palabras, mientras le arrinconaba contra la mesa.

—No me provoque, que estamos en un lugar público —susurró sobre sus labios.

—Cuidadito —les separó una voz apenas un segundo después de que empezasen a besarse—. Sabéis que me encanta veros tan bien juntos, pero soy una señora con valores que no quiere encontrarse ciertas cosas en su salón.

—No estábamos haciendo nada, Anya.

—Claro, mis niños nunca hacen nada... ¿Preparamos galletas?

Así pasaron unos cuantos días más, ese periodo de stand by de principios de septiembre, hasta llegar el último fin de semana antes de que realmente comenzase todo.

Era sábado, Raoul y Agoney estaban tumbados en el suelo de la caseta que ya se había convertido en una especie de lugar especial para ellos. Compartían besos y caricias interminables, riendo, picándose, provocándose... Raoul había colado la mano por debajo de la camiseta de Agoney y subía poco a poco acariciando su torso mientras él le besaba el cuello, sus piernas se rozaban de forma automática, pequeños gemidos escapaban de sus labios.

—Raoul, dime que estás aquí.

Ambos se sobresaltaron con el sonido de la puerta abriéndose y esa voz colándose por sus oídos, se alejaron y levantaron carraspeando, alisándose las prendas de ropa.

» Me disculparía, pero llevo todo el día buscándote.

Raoul suspiró con fuerza mirando a su amigo, que ciertamente no parecía nada alterado por haberles interrumpido en un momento como aquel.

—¿Ha pasado algo, Roi?

—Pues eso, que después de comer he ido a tu casa y tu madre me ha dicho que estarías aquí. Por cierto, hola Agoney.

Agoney respondió al saludo mientras Raoul le miraba con los ojos entrecerrados, quizás pensando que si se concentraba lo suficiente podría haberle hecho desaparecer, pero como obviamente no funcionó tuvo que recurrir a la otra salida, que era averiguar a qué se debía aquella intromisión.

—Para empezar, eso ya no es todo el día, pero por qué me buscabas.

—¿Te recuerdo que hemos quedado para que me ayudes a montar a caballo y luego ir con el grupo?

—Se iba a encargar Aitana de ayudarte.

—Aitana quiere tu ayuda. Además, la segunda parte es que hemos quedado todos.

—Sí, a una hora para la que falta el tiempo suficiente para que nosotros terminemos lo que estábamos haciendo —respondió elevando la ceja derecha en un gesto de suficiencia.

—Anoche no volviste a casa así que estoy bastante seguro de que habéis aprovechado el día a la perfección. Venga, que no quiero hacer el ridículo si encima vienen vuestros amigos de la ciudad.

—Vienen por la noche, y mañana iremos andando ¿Cuántos caballos te crees que tenemos?

—Bueno, pero para otra vez, un día que vengáis todos a vernos y tú quieras presumir de tu increíble amigo y de lo bien que le enseñaste.

—Mira, porque llevamos mucho tiempo siendo amigos, pero no pienso tener piedad.

Roi sonrió mostrando lo dientes aunque con algo de miedo en la mirada, no le cabía duda de que iba a acabar con dolor en partes del cuerpo que no sabía que podrían doler, así que no tenía la intención de sumarle que su amigo le asesinase en el proceso.

—Ago, ven con nosotros y si me intenta matar le distraes.

—Roi, eres consciente de que también me has cortado el polvo a mí, ¿no?

—Qué novio más sutil tengo —renegó Raoul mientras salía por la puerta—. Venga, vamos.

Ayudar a Roi con el caballo fue una experiencia entretenida, eso sí, lo fue porque el chico tenía sentido del humor, si no, probablemente habría sido un drama gigantesco. Pero entre Aitana y Raoul, que a pesar de las bromas y las malas caras tenían la intención de ayudar a su amigo; el caballo, que deben reconocer que se portó extremadamente bien; y Laura, que se los encontró y decidió echarles un cable, consiguieron que al menos pudiera mantenerse encima del animal el tiempo suficiente para avanzar unos cuantos metros. Con un poco de tiempo acabaría pillándole el truco.

Pero acabaron agotados, completamente, y tirados en los sillones de la caseta les encontraron Glenda, Marina, Nerea y Juan Antonio. Les habían dicho que llegaran para cenar y dormir y así aprovechar el domingo entero con los demás, y viendo el estado de cansancio que tenían todos, unos por el día y otros por el viaje, había sido la mejor idea.

Con la energía que les quedaba, pasaron la noche entre juegos tontos y risas, hasta que el reloj indicó las dos de la mañana y decidieron que deberían dormir para no estar totalmente muertos al día siguiente. Fueron en silencio hasta la casa principal y, tal y como decidieron, Roi y Aitana durmieron en una habitación, los otros tres en otra, y Raoul y Agoney en la del segundo, como Glenda en la suya.

A la mañana siguiente, Raoul despertó por una serie de besos desperdigados por su nuca y sus hombros, y no evitó sonreír antes de girar entre aquellos brazos que tan bien le hacían sentir cuando estaba entre ellos.

—Me malacostumbras a despertarme así.

—Lo sé, pero mientras averiguo cómo hacer que no me despierte el gallo cantarín, tengo que entretenerme de alguna forma.

—Eso quiere decir que es demasiado temprano para ser un domingo y habernos acostado después de las dos, ¿verdad?

—Sí, bueno, no tanto, son las 8, pero podemos descansar todavía un rato más, a no ser que los chicos sean gente normal que se despierta con-

—Ago, ese gallo canta mucho y a muchas horas, si sólo fuera por eso, te despertarías sobre las cinco de la mañana.

Agoney iba a contestar cuando su móvil vibró en la mesilla haciendo que se estirase y alejase de Raoul para cogerlo, muy a pesar del rubio.

—Es Nerea preguntando si estoy despierto. Sabía que no era el único.

—Vale, ve vistiéndote, cuando estés me avisas —le dijo Raoul tumbándose boca abajo y volviendo a cerrar los ojos.

—Me visto en un minuto, no te acomodes tanto.

Mientras le respondía se levantaba con desgana de la cama, destapándose con una mano mientras contestaba al mensaje con la otra.

—No mientas, tardas muchísimo en elegir la ropa.

Su voz sonaba amortiguada a causa de tener la boca pegada a la almohada y aunque se le entendía perfectamente, Agoney tuvo que reprimir una risa y taparla con indignación.

—No es mi culpa ser el que tiene estilo de los dos.

—Yo tengo mucho estilo, señorito, te recuerdo que cuando me ayudaste a recoger la ropa casi me robas unas tres camisas.

Haciéndole burla con la cara, Agoney se acercó al armario para sacar unos pantalones cortos de chándal blancos y una básica gris.

—Estaban escondidas debajo de las básicas y los pantalones... marrones.

—Ya sabe usted que algunos no teníamos oportunidad de vestirnos de gala todos los días.

—No vale que te metas conmigo en ese tono —le reprochó empezando a cambiarse—. Además eso es envidia, al final no estaba tan desencaminado.

Raoul estiró el brazo por el borde de la cama y recogió su camiseta del suelo para tirársela a la cara, haciéndole reír.

» Venga, levántate, que ya estás bien despierto.

—Me gustaba más cuando yo te metía prisa a ti. ¿Antes también eras así de activo por las mañanas?

—Las que consistían en ir a casa de mis amigos a meterme en el jacuzzi y beber cócteles sí, la verdad.

—Uff... pijos.

—Bien que te has encoñado de uno, amigo.

—Fue al verte pelear con las gallinas —se excusó mientras salía de entre las sábanas—, era algo irresistible.

—Eres un cabrón, o te das prisa o me voy sin ti.

Cuando estuvieron listos, salieron de la habitación para encontrarse con Nerea y Aitana charlando en el pasillo, les comentaron que sus respectivos compañeros seguían durmiendo y bajaron los cuatro al salón, donde Glenda miraba la tele con los ojos más cerrados que abiertos.

—¿Por qué estás aquí si te estás durmiendo?

—Porque en la cama ya no me vuelvo a dormir.

—Buen punto.

—Buenos días, chicos —les saludó Anastasia entrando por la puerta con una bolsa llena de manzanas.

Tras corresponder el saludo, se sentaron todos junto a Glenda para quedarse embobados con la serie de misterios sobrenaturales que estaban poniendo en la televisión. El resto del grupo tampoco tardó mucho más en despertarse, por lo que cerca de las diez y media de la mañana ya estaban bien desayunados y dando una vuelta por el lugar, enseñándoles a los nuevos integrantes las actividades de la granja y presentándoles al resto de trabajadores.

—Por favor, ayudadme a que se calle.

Todos los presentes giraron hacia la voz de Mireya, que se acercaba a paso rápido con Alfred a su espalda.

—Es que no quiero que te olvides nada.

—¡Estoy a unas horas, Alfred! —exclamó la chica algo exasperada— En fin, hola, chicos, Cepeda y Miriam están de camino.

Los dos hermanos habían conocido a Nerea y Juan Antonio en uno de los viajes a la ciudad para que la chica fuera mudándose al piso de Marina. Así, poco a poco todos iban teniendo relación y a Agoney le generaba cierta seguridad, en parte porque sentía que si entre ellos se unían todo sería cada vez más sólido para él. Porque sí, aunque todos los días iba superando las inseguridades y el miedo a quedarse sólo, aún le avasallaban las dudas de vez en cuando, se ponía nervioso y sentía que todo iba a acabar fatal, y que nunca más iba a saber relacionarse con alguien nuevo; Raoul, Mireya y Alfred se encargaban de esfumarlas cada vez que le veían darle demasiadas vueltas al asunto, pero era algo que debía trabajar. Por eso la sonrisa que tenía aquel día impresa en la cara era genuina y muy difícil de quitar, aunque las horas de sueño hubieran escaseado y su cuerpo lo notase.

Esperaron cerca de quince minutos más y cuando los dos miembros del grupo que faltaban llegaron, tras los saludos iniciales, cogieron lo necesario para hacer un picnic y una guitarra, a petición de Aitana, y se fueron al descampado.

Comieron entre anécdotas de las vacaciones de todos, discutieron sobre si playa o piscina y sobre si frío o calor; Roi le preguntó a los que no conocía si sabían montar a caballo, presumiendo de que él estaba aprendiendo, y sólo Nerea afirmó; Juan Antonio le dijo a Miriam que su tercera opción de carrera era lo que ella estaba estudiando y habló con Cepeda sobre que sus tíos llevaban un bar y alguna vez había ido a ayudar, pareciéndole un trabajo bastante sacrificado.

Marina, Raoul y Agoney comentaron entre risas que iban a establecer un régimen de visitas para que este último no se les acoplase en el piso sin pagar alquiler, a lo que Mireya se ofreció a controlar porque bastante les había aguantado ya por allí, y Alfred y Aitana dijeron que, aunque estaban de acuerdo, no podían hablar mucho porque en cuanto pudieran escaparse para ver a los dos rubiales prófugos, lo harían. Y estaban tirados en el suelo así, charlando, cuando el teléfono de Agoney sonó.

—¡Ana! —respondió con entusiasmo al descolgar la videollamada— ¿Qué tal, mi niña?

La canaria ya se había ido a Edimburgo y, gracias a Dios, entre todo el ajetreo pudo despedirse de ella con una cena, un buen abrazo y unas cuántas lágrimas disimuladas.

—Hola, cielo, ¿te pillo en mal momento?

—No, estoy con unos amigos, pero aprovecho y te los presento.

Con un gesto de la mano, Agoney le indició al resto que se acercaran a él para saludar a Ana a través de la pantalla, ella les devolvió el saludo con entusiasmo y se alegró profundamente de ver a su amigo tan bien rodeado.

—Bueno, como me ganan en número no puedo decirles que vengan a verme para que salgamos juntos, así que les diré que espero que cuando vuelva por allí tengan un huequito, que yo también quiero sumarme al grupo.

—Yo en cuanto pueda sabes que me escapo a verte.

—Lo sé, pero tráete al novio, que me parece feísimo no conocerle todavía. Que los quiero conocer a todos, pero las amigas tenemos algunas prioridades.

—Ya ves, Raoul, te reclaman.

—Yo también tengo muchas ganas de conocerte, Ana.

—Cuidadme bien al niño —advirtió señalando a la cámara con el dedo índice—. Por cierto, Roi, tu hermano es un amor, además sabe imitar el acento escocés, me lo estoy pasando bomba con él.

—Es que tenemos encanto gallego —contó el chico como si fuese algo obvio—. Un gallego y una canaria de aventuras en Edimburgo, suena interesante.

—Podríais hacer un videoblog de esos —comentó Marina.

—Uy, qué vergüenza —respondió entre risas—, además, no sería tan entretenido. Eso debería haberlo hecho Ago la primera vez que fue para allá.

—Si, un videoblog de terror...

—Que baje el drama, que Agoney sube.

—Fue una pesadilla para muchos de los aquí presentes, permitidme decir.

Hablaron con ella un poco más, le preguntaron qué le parecía el lugar y si estaba nerviosa por empezar, se quejaron de la inminente llegada de la rutina, y tras colgar la videollamada volvieron a sus posiciones anteriores, en círculo, para jugar a las cartas con la baraja que Cepeda sacó de la bolsa que había llevado al hombro. Cuando el cielo empezó a tomar un cariz anaranjado, Aitana se dio la vuelta para sacar la guitarra de su funda y pasársela a Raoul.

—Tócanos algo, Ra.

—Aiti...

—Venga, así como en las pelis, tú tocas y todos cantamos.

—No sé si va a sonar igual de bien que en las pelis —comentó Cepeda con una ceja alzada.

Mireya le dio un codazo.

—Nadie nos va a oír, así que no creo que eso importe.

—¿Y qué queréis que toque?

Tras unos minutos de debate, las cuerdas empezaron a sonar, y Raoul empezó a emitir un sonido con los labios cerrados, perfectamente reconocible, hasta que Miriam comenzó a cantar.

Somewhere over the rainbow way up night...

—And the dream that you dream of once in a lullaby.

♣ ♣ ♣ ♣

Se acercaba el anochecer cuando se decidieron a volver. Marina, Nerea y Juan Antonio regresaban ya a la ciudad, los demás a sus casas, salvo Raoul, que se quedó por allí un rato más, como ya era costumbre cada vez que hacían planes similares al de aquel día.

—No te molesta que no vuelva mañana con vosotros, ¿verdad?

—Claro que no, Ra, mereces despedirte bien de tu familia.

—Sé que no me voy tan lejos y que puedo venir cuando quiera, pero...

—Ya te he dicho muchas veces que no tienes que justificar cómo te sientes.

Caminaban dando vueltas sin rumbo, las manos acariciándose casi con timidez, como si no se conocieran ya de sobra, como si fuera la primera charla entre ellos. Una charla nueva sobre miedos e inseguridades, sobre ilusiones renovadas y sueños por cumplir.

—No sé cómo voy a sentirme allí. Aunque aquí estuviera trabajando, es mi hogar. Roma, Gala, las ovejas... Voy a echarlo de menos.

—Raoul...

—Entiendo que no lo entiendas —aclaró enganchando sus meñiques y mirándole a los ojos—, lo prometo.

—Es sólo que yo no podría vivir siempre aquí, pero sí que comprendo que tú sí, sólo puedo decirte que me vas a tener a mí y a los chicos para que no se te haga tan difícil.

—A ver, que me voy porque quiero y tengo infinitas ganas, aunque lo de los exámenes y eso no me apetezca mucho, pero realmente lo quiero —aclaró temiendo que su tono le estuviera indicando a Agoney que se arrepentía de su decisión, cuando no había nada más alejado de la realidad—. Pero me apetece tener una despedida dramatizada e intensa.

Después de confesarse, ladeó la cabeza en un gesto que llenó de ternura a Agoney, que se acercó y acarició su mejilla derecha para después besar ese mismo lugar.

—Una de mis primeras noches aquí lo pasé muy mal, todo lo que tenía en la cabeza empezaba a superarme, y me fui a llorar al establo —le reconoció con algo de vergüenza, que Raoul notó en la forma en que jugaba con los dedos de sus manos—. Al rato vino Roma y se me sentó al lado; pensé en ti, en que te parecías a ella, pero en que sin embargo nunca iba a estar así contigo, en ese clima de confianza, de apoyo.

» Ahora sí lo creo, lo sé. Y también sé que hoy me toca a mí ser Roma y lo haré encantado, así que dramatiza todo lo que quieras, que yo voy a estar aquí para abrazarte, acariciarte o dejarte mi hombro para que llores.

—Si alguna vez vuelves a sentirte así, no dudes en pedirme que yo también me convierta en Roma, me da pena no poder volver atrás en el tiempo, aunque si lo hiciera los dos sabemos que no te dejaría llorar en mi hombro. —Ambos compartieron una escueta risa. —En esos días yo nunca imaginé que pudieras ser tan sensible, ni ser sensible en general, y muchísimo menos un novio tan tierno.

—Hacía mucho que no lo era, y menos en un sentido romántico, pero en general tampoco, salvo con mis... con Ana y mis antiguos amigos. Pero ahora mi hermana ha vuelto, ya no me alejo de mis padres, he recuperado a Mireya y Alfred y tengo un novio que me tiene el corazón completamente acalorado, así que no soy capaz de comportarme de otra forma.

—Y también tienes amigos nuevos a los que les puedes dar cariño, que te lo van a devolver con gusto.

—Es ilógico que un tipo como yo sea inseguro con las amistades, ¿no?

—¿Un tipo como tú? Guapo, rico, con buen gusto, con estilo, que tiene todo lo que quiere... imposible que seas inseguro —respondió con tono exageradamente sarcástico—, es una auténtica trola.

Agoney se rio, rodeó la cintura de Raoul con sus bazos y le pegó a su pecho, respirando en su cuello y dejando un beso casi imperceptible en su piel.

—Pero hoy no voy a compadecerme, es tu noche dramática, cariño.

—¿Entonces puedo copiarte un poco y pasar un rato de mi noche dramática en el suelo del establo con Roma y contigo?

—Vamos a ello.

Con un silbido la perra se posicionó a su lado mientras se dirigían con los caballos. Al llegar, Raoul se acercó a Gala, acariciándola con delicadeza, Agoney se sentó en el suelo y Roma le imitó, apoyando la cabeza en sus rodillas.

—Debí suponer que si ella te había cogido cariño yo no iba a tardar en caer, ¿sabes?

Raoul habló mientras tomaba asiento junto a su novio y observó con una sonrisa como la perra se reacomodaba para quedar sobre ambos.

—Es verdad, sois como los gemelos en las pelis que sienten lo del otro y esas cosas.

—Imbécil... —le insultó con desgana, acariciando el pelo de Roma— No perderé eso por irme, ¿verdad?

—Claro que no, ya te dije que ella iba a ser tuya siempre, tienen buena memoria, sobre todo para el tiempo que vas a estar sin verla. Nadie te olvidaría tan jodidamente rápido, pero ella menos.

La cabeza de Raoul cayó sobre el hombro de Agoney, pidiendo mimos sin necesidad de palabras que fueron concedidos sin la menor demora.

—Estoy muy agradecido con tus padres por todos estos años, me ayudaron a superarlo todo y aunque no los viera mucho en persona siempre fueron muy buenos.

—Y llegué yo para romper el mito de los ricos simpáticos.

—Básicamente, sí. Pero fuera de bromas, siento que nunca voy a tener tiempo de agradecerle todo a tu familia.

—Ya hemos hablado de esto. Necesitaban un trabajador, te encontraron a ti y tu rendimiento era muy bueno, así que aquí seguiste hasta que llegué yo, hecho un imbécil, más perdido que nadie, listo para que la vida me volviera a colocar en mi camino —metió los dedos entre las hebras de su pelo rubio, masajeando su cuero cabelludo—. Tú me encontraste y yo te encontré y pasaron muchas cosas que acabaron conmigo volviendo a sentirme yo mismo y contigo teniendo la oportunidad de volver a estudiar.

—Antes era yo quien te daba los discursos profundos.

—Ahora nos los damos ambos, retroalimentación positiva.

Después de esa afirmación llegó el silencio, uno cómodo, tranquilo, no especialmente alegre, pero tampoco triste, pues aunque en ese momento exacto la alegría tuviera algunos problemas para ser plena, tenerse y saber que se hacían bien, era más que suficiente para que la felicidad llegara a sus pequeñas sonrisas.

—La última vez que lloré de verdad delante de alguien fue cuando... cuando te marchaste la primera vez, ya sabes.

—Sigo sintiéndolo por eso.

—No lo digo para que te sientas mal, es para que lo sepas, porque ahora voy a permitirme llorar un poco aquí contigo.

—¿Puedo preguntar de qué van a ser las lágrimas?

—De nostalgia, de felicidad, de pena, de ilusión... un poco de todo, creo.

—Vale.

Y Raoul lloró en su hombro, no de forma ruidosa ni abrupta, el agua simplemente corrió por sus mejillas mientras se dejaba cuidar por Agoney y por Roma, también por Galadriel que se asomó un poco por encima de la madera, como si supiera lo que estaba pasando.

Tras un rato de catarsis, se levantaron con pereza del suelo, algo adormecidos en mente y cuerpo, y caminaron hacia la casa con Roma a sus espaldas. Hasta que frenaron en la puerta.

—Nos vemos en dos días —se despidió Raoul con una sonrisa.

—Me muero de ganas de empezar esta nueva etapa contigo.

—Y yo, Ago, y yo.

Pasaron unos segundos mirándose hasta que juntaron sus labios, se besaron tranquilamente a la luz de los farolillos de la entrada, los brazos de Raoul rodeando el cuello de Agoney, él abrazándole por la cadera, Roma jugando entre sus piernas, sabiendo que ya no es necesario hacer que nadie se tropiece y caiga en los brazos de otra persona.

Y así se despidieron, sólo por unos días.

Agoney entró en casa y Anya le esperaba con un plato en la mesa listo para él, le sonrió y fue a cenar mientras la mujer subía al piso de arriba, encontrándose con Sebastián en el camino, que había decidido quedarse allí esa noche.

—Nuestro niño ya no es tan niño.

—Dejó de serlo hace mucho, querida.

—Pero verlo enamorado lo hace más real.

—Porque es más real.

—Todos dicen siempre que soy demasiado cursi y que veo muchas películas, Sebastián, pero... de veras le ha ayudado, ¿a que sí?

—Muchas veces se niega que el amor tenga fuerza porque pretenden que sea lo único que ayude, que lo haga todo solo, y como eso no pasa ya no existe, no vale. Pero Anya, para mi eso es una tontería, el amor nos ayuda muchas veces, sólo hay que intentar no confundirlo con otros sentimientos y no poner el peso de todo el mundo sobre él.

—Siempre tan sabio tú.

—Vamos pasando años, y eso significa experiencia. Aunque qué sabremos dos cuarentones a la vista de estos chicos que acaban de llegar a los veinte, ¿no? —concluyó con un breve asentimiento adornado con una sonrisa divertida—. Buenas noches, Anya, descansa.

Ambos fueron a dormirse con una sonrisa, una sonrisa igual a la de Agoney, igual a la de Raoul. Una sonrisa de esas que denotan paz además de felicidad.

"Buenas noches, Ago, y buen viaje mañana"

"Te quiero ❤"

Agoney sintió vibrar su móvil cuando se tiró en su colchón, y pudo imaginarse a Raoul escribiendo acurrucado en su cama, en la posición perfecta para abrazarle por la espalda. Cerró los ojos antes de contestarle, permitiéndose creer en la magia y en que su chico sentiría el roce de sus labios en los propios, tal y como él lo estaba imaginando; quizá era una estupidez, pero sólo pensando en un beso suave bajo las sábanas se le estremecía el cuerpo entero.

"Buenas noches, Ra, descansa, nos vemos en unos días."

"Yo también te quiero ❤"

Raoul lo leyó con un ojo ya cerrado y el otro en camino, su boca hizo el amago de una sonrisa. Se decidió a dormir, abrazado a un cojín como solía abrazar a su novio cuando lo hacían juntos, agradeciendo que oliera a su colonia y que fuera capaz de provocarle cosas tan bonitas incluso con el simple recuerdo de sus caricias en la baja espalda.

Y aquello, esos te quiero, esos corazones, ese sentimiento en el pecho y el estómago, esa calma en su interior, eso a lo que sólo les salía llamar amor, eran verdades como templos.

Si algo era claro para todos, todos ellos, es que en esta vida el camino no es recto, da vueltas y vueltas, a veces te lo esperas, otras no eres capaz ni de soñarlo; y, sobre todo, tiene baches, muchos, a veces más profundos, a veces menos; unos te sacan de tu ruta hasta perderte, otros te reconducen para que te vuelvas a encontrar; algunos son como sacudidas placenteras dignas de la mejor montaña rusa, otros parecen terremotos irrefrenables dispuestos a acabar con todo; y no se terminan hasta que llega el final.

Agoney pasó un gran bache, Raoul tuvo el suyo también, y es bien sabido que no fueron ni serán los únicos de sus vidas, pero ambos salieron de ellos, se recuperaron, y empezaron a andar de nuevo. Aunque en algún momento encontrarían nuevos problemas, tenían la certeza de que habían hallado una fórmula, una buena fórmula, para superarlos, para no dejarse desvanecer en ellos. Para volver a ser quienes dieran los pasos que marcasen el camino por el que quisieran avanzar.

Iban a empezar una nueva etapa de sus vidas, con la suerte de poder hacerlo juntos después de haber vuelto en ellos mismos. Porque al final eso es lo que importa, que a pesar de los baches, de los cambios, de la evolución, de aprender y desaprender, de los problemas y de las fortunas, de la gente que llega y de la que se va... siempre consigas volver en ti.

FIN.

Sí, va a haber epílogo.

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