—Te he traído flores nuevas. No sé si estas te gustarían. —Acomodé las peonías rosas al lado de la lápida de granito gris, sonriendo al ver cómo quedaban—. Muy guapa. —Me senté a su lado, rodeando mis rodillas con los brazos acompañado de un suspiro ensordecedor—. Siento no haber venido más a menudo estas últimas semanas. Estos días no paro de trabajar y siento que todo lo que hago está mal y es insuficiente, aunque eso no es novedad en mí. —Sacudí la cabeza, bajándola conforme los pensamientos más negativos se iban adentrando en ella—. ¿Alguna vez te gustaron mis ilustraciones de verdad? Quizás son muy básicas. Lo son, lo son. Ya, lo sé. Aun así hice lo que Olivia me dijo y he mandado mi currículum a varias empresas. Solo ha respondido una, pero bueno... —Me rasqué la nuca, alzando los hombros—. Las cosas son como son. Estoy ahorrando para mudarme a un apartamento que tenga aire acondicionado, ¿sabes? Quizás para navidad pueda mudarme. Estará más lejos del trabajo, será más gasolina y la factura de la luz será aún más alta... Creo que mudarme no es tan buena idea. Solo tengo que aguantar estos meses de verano y en octubre pasará el calor. —Asentí, no tan convencida como parecía—. Olivia me deja estar en su casa con el aire acondicionado puesto. Bueno, yo no le pido estar en su casa. Ella me invita. Se preocupa... Se preocupa por mí y es muy rara esa sensación. Ni siquiera la sentí cuando te fuiste. Tus padres ya tenían suficiente por la pérdida de su hija y los míos estaban preocupados por la pérdida de un yerno. Lo entiendo, tú eras mi amiga y él es el padre de su nieto y el marido de su hija. Nunca hablé con él, la verdad. Él me veía como la hermana rara que hace dibujos y él era... Bueno, él era un gran director de empresa. —Solté una leve risa intentando cubrir la tristeza con ella—. Quizás las dos tristezas se fundieron y ya nadie podía distinguir cuál era la raíz de cada una.
Volví a nuestra casa de San Diego y con tan solo abrir la puerta me encontré a mi padre abrazando a mi hermana, colmándola con un beso en la frente. Cuando me vio a mí sonrió, dedicándome una sonora palmada sobre la espalda que casi me tumba. s
—¿Viste el partido de los Lakers? Menuda paliza le dieron a tus Clippers, ¿eh? —Dijo en un tono amistoso, dedicándome otra palmada en el hombro.
—No, no lo vi. Es que esta semana tengo un montón de...
—¿Te has enterado de lo de tu hermana? —Me interrumpió, guiándome con él hasta el porche de madera que daba a la playa.
—No, ¿qué ha pasado? ¿Está bien? —Giré la cabeza hacia la cocina, donde estaba con mi madre.
—Sí, sí. ¡La han ascendido de nuevo! —Se sacó la cajetilla de tabaco del bolsillo y encendió un cigarro—. Abby es un ejemplo. —Me miró con una sonrisa orgullosa, alzando la cajetilla para que cogiese un cigarro—. Celébralo conmigo.
—Oh, no, no fumo.
—Tú y tu aburrimiento. ¡Fuma algo por una vez! —Exclamó mi hermana, dejando la ensaladera en la mesa.
Dejé a mi padre fumando con la vista puesta en el mar y me acerqué para darle el abrazo más sincero que pude. Abby era la persona que más se merecía que le pasasen todo lo bueno que hubiese en el mundo, después de Olivia, claro.
Perder a alguien era duro, pero perder al amor de tu vida con el que habías construido un presente y esperabas un futuro con un hijo era otro tipo de dolor. Ella se lo merecía. Se había echado a su espalda el trabajo de su marido y ahora podía decir que había conseguido ser la directora de la empresa. ¿Cómo era posible trabajar tanto con ese dolor y no quejarse ni un día mientras yo no podía con un trabajo menor?
—¿Lo vas a celebrar? —Le pregunté, pero mi madre llegó por detrás con el asado entre las manos, pidiendo que nos apartáramos.
—Eh... Sí, una fiesta en La Jolla. —Joder. Estaba segura de que no me dejarían pasar ni con la bendición de mi hermana—. ¡Robin, a comer!
El pequeño vino corriendo a toda prisa y cuando intenté cogerlo en brazos pasó de largo, dejando brazo estirado con el puño para darme un golpe en la entrepierna. Con suerte lo vi venir y me aparté a tiempo, dándome solo en el lateral de la pierna. El niño rio con sorna antes de que mi hermana lo agarrase del brazo y lo sentase en la silla.
—¡Eso no se hace! —Lo reprendió, sentándolo en la silla de golpe—. A tu tía no se le hace eso.
—Venga, haya paz. —Sentenció mi padre, poniendo las manos abiertas sobre los extremos de la mesa para sujetar las manos de mi hermana y mi madre en su plegaria antes de comer—. Señor, damos gracias por estos alimentos que vamos a comer. Amén.
—Amén —repetimos al unísono.
—¿Qué puesto ocuparás ahora? —Preguntó mi madre, pasándole a mi padre la ensaladera. Yo agarré el bol de las judías verdes.
—Directora de empresa, te lo ha dicho esta mañana, Carol —reprendió mi padre, hincándole el diente al medallón de jamón asado que se acababa de servir.
—No te pongas así, Derrick, un olvido lo tiene cualquiera —respondió ella, haciéndose con una de las pequeñas patatas del bol.
—Sí, a vosotros no os importa quedaros con Robin cuando deba viajar, ¿no? —Alzó una ceja, masticando—. Es importante tener un respaldo, sobre todo para una madre soltera.
—Por eso no te preocupes. A él le encanta estar con nosotros, ¿verdad? —Dijo mi madre, mirando a su nieto, que asentía con una sonrisa—. ¿Y qué debes hacer ahora? Ya no eres la que haces las cuentas.
—No, ahora me dedico a aprobar planes, cuadrar reuniones, cerrar acuerdos...
—¿Tienes algún acuerdo importante este mes? —Se interesó mi padre, apoyando los codos en la mesa con los cubiertos apretados en los puños.
—Tenemos un cliente importante en China. Quiere que le enviemos un cargamento de nuestras máquinas de perforación para conectar Nanjing con Hangzhou para evitar rodear todo el lago de la región. Si lo cerramos...
—Cuando lo cierres será un bombazo. —Corrigió mi padre, alzando el tenedor con una sonrisa—. ¿Y tú, Noah? ¿Qué tal te va con el trabajo ese?
Me sobresalté al escuchar mi nombre. Tomé un trago de agua y alcé los hombros, sin mucho que decir.
—Bien. Tengo mucho trabajo.
—¿Te han subido el sueldo? —Preguntó mi madre, frunciendo el ceño.
—Pues... Pues no. —Alcé los hombros, como si me resignase a eso.
—¿Y qué haces? Aún no tengo muy claro tu trabajo. —Se interesó mi hermana.
—Bueno, eh... Yo diseño y maqueto la portada y las páginas de Los Ángeles Rising. —Los tres se quedaron en silencio mirándome. Mi hermana se relamió el labio inferior, mi padre me miraba con los ojos entrecerrados y mi madre comía sin entender.
—Pero si solo hay letras y fotos —espetó mi madre, dándole otro bocado al asado—. ¿No?
—Sí, sí. —Asentí rápidamente, casi con vergüenza—. Pero solo estoy yo haciendo ese trabajo.
—No pongas excusas —dijo mi padre, reclinándose en la silla—. Tu hermana ha perdido a su marido y ahora es la directora de una empresa. ¿Qué te ha pasado a ti para no ser capaz de hacerlo mejor?
—Derrick... —Masculló mi madre, mirándolo de reojo. Mi hermana y yo nos miramos sin saber qué decir.
—No, no pasa nada —respondí, apretando las manos en el borde de la silla donde estaba sentada—. Si tiene razón, no me gusta como lo estoy haciendo...
—¿Lo ves? A los niños hay que decirles las cosas que hacen bien y que hacen mal y esa revista es horrible. Horrible. —Se metió una judía en la boca—. Así que, los chinos, ¿están para cerrar el acuerdo o no?
*
Abrí la puerta encontrándome con los ojos avellana cubiertos de esos rizos que empezaban a tapar sus párpados si no se apresuraba a recortarse el pelo. No sé de dónde venía, pero parecía haber pasado el día fuera de casa por las mangas de su camisa blanca remangada hasta los codos y la suave capa de sudor que cubría su frente.
—¿Noah? —Pronuncié con una amplia sonrisa, apoyando mi brazo en el umbral de la puerta—. ¿Necesitas algo?
—No, venía a verte. ¿Te molesto? Si quieres me voy... —Señaló a su espalda.
—¡No! No. Me sorprende que vengas. —Me aparté de la puerta para dejarla entrar—. Pasa.
—¿Te sorprende?
—Sí. Parece que nunca quieras pasar tiempo conmigo o venir a mi casa. —Cerré la puerta y caminé hasta llegar hasta ella, que me esperaba con las manos en los bolsillos de los pantalones de traje negros.
—Porque no quiero molestar. Quizás tienes planes o estás con alguien y no quieres que te molesten. —Se rascó el cartílago de la oreja, esbozando una sonrisa tímida.
—¿Con quién voy a estar? Solo me acuesto contigo, ¿es lo que querías oír? —La empujé en mitad del salón, y ella se movió como un peso muerto soltando una carcajada al escuchar mi confesión.
—Me refería a otras amigas, pero está bien saber que solo yo tengo ese privilegio. —Alzó los hombros y caminó hasta el salón con una sonrisa triunfante al haberme sonsacado el secreto de su exclusividad. No. No iba a quedar así.
—¿Es porque era prostituta y te molesta que me haya acostado con otras personas? —Me crucé de brazos y fruncí el ceño, fingiendo estar visiblemente molesta.
—¿¡Qué!? ¡No! —Corrió hasta llegar a mi lado, haciendo ademán de poner sus manos sobre mis hombros, pero bajándolas al darse cuenta de que estaba violando lo único que le pedí hacía unas semanas—. ¡Olivia, no es lo que quería decir! Yo... —Comencé a reírme, agarrándole las mejillas con una sola mano.
—Ya lo sé, pero me gusta meterme contigo y hacerte enfadar. —Llegué a la cocina, abriendo la nevera para mirar qué podría hacer de cenar ese día.
—¿Por qué? Casi me matas del susto.
—Porque estás enamorada de mi hermana. Nunca voy a meter mierda entre ella y tú, pero... ¿Meterme contigo porque te gusta la tercera persona que más daño me ha hecho? Mmh... Sí. —Asentí con una sonrisa, ladeando la cabeza.
—Mira, estoy harta. —Suspiró, dejando caer los brazos a los lados de su cuerpo como si fuesen de plomo—. ¿Puedes dejar de hablar de tu hermana mientras estamos juntas? —Eso sí que no me lo esperaba.
Me giré sobre mis talones y cerré poco a poco la puerta de la nevera. Cuando ya lanzaba campanas al vuelo celebrando que odiaba a mi hermana, añadió:
—Tiene novio. —Se sentó en un taburete de la cocina, soltando un suspiro infinito. Tenía novio. No quería hablar de ella porque le dolía que tuviese novio—. ¿Qué?
—Nada, nada. ¿Quieres algo de beber? —Apoyé la mano sobre la agarradera de la nevera. Ella hizo una mueca, rascándose la barbilla.
—¿Tienes Coca-Cola fría con hielo? —Achicó los ojos al pedirlo, dando un par de golpecitos sobre la mesa, como si lo que me pedía supusiese un sacrificio máximo por mi parte.
—¿Vienes del desierto? —Agarré una lata y cerré la puerta de la nevera.
—Casi, de San Diego. —Puse el vaso bajo el hueco de la nevera para que el hielo picado cayese dentro—. ¿Se me nota?
—Tienes unas ojeras importantes. —Dejé el vaso sobre la mesa y vertí el refresco, cuidando que la espuma no sobresaliese—. Pero me da la sensación de que es por el trabajo.
—No te equivocas. —Removió el hielo con un dedo y se lo chupó, mirando el vaso—. No me apetece hablar.
—¿Qué te apetece?
—Que me cuentes tu día. —Le dio un sorbo a la pajita metálica que se había agenciado—. Si no tienes nada que hacer.
—Tengo que ducharme y ponerme mis cremas en la cara, pero te lo voy a contar igual.
*
Mientras me desenredaba el pelo delante del tocador de mi habitación, Noah estaba tumbada en la cama mirando al techo. No le eran extrañas aquellas sábanas, el olor de mis almohadas o la sensación mullida de mi colchón en el que descansaba.
—Piper está en Los Ángeles y... —Noah se incorporó de golpe.
—¿Piper? ¿Piper Scott? ¿Tu exjefa? —Frunció el ceño, ladeando la cabeza como un cachorro curioso.
—Sí, viene a vivir a Los Ángeles. Hoy hemos estado comiendo juntas y... No sé. Parece que mis cimientos se estabilizan con ella aquí —confesé, abriendo el botecito de crema hidratante.
Noah se sentó al borde de la cama, quizás para estar más atenta a lo que yo le decía o quizás porque se había cansado de estar tumbada, aunque estaba segura de que era lo único que le apetecía hacer.
—No sé si me entenderás porque tú tienes una familia, pero sentir que alguien te apoya y está orgulloso de ti es raro para mí. —Di varias puntadas de crema con la yema del dedo corazón en las mejillas, la nariz y la frente—. Había perdido esa red cuando volví aquí y ahora la vuelvo a tener, aunque Piper no sea mi madre de verdad.
—Estoy feliz por ti. —Se levantó de la cama y caminó hasta el tocador, sentándose a mi lado frente al espejo. Inspeccionó lo que había en el mostrador y agarró un corrector de ojeras, escudriñándolo.
—¿Estás bien? —Agarré su mejilla con la mano, acariciando la piel de su mejilla con el cuidado que me brindaba el tono de sus palabras.
—Estoy muy cansada. —Apretó los ojos y se enjugó uno de ellos con el puño—. Agotada.
—Qué cabezona eres... —mascullé, poniendo mi mano sobre la palma de la suya. Al notar el roce ingenuo entre nuestras palmas, tuve la tentación de colar la punta de mis dedos en los huecos de los suyos y acariciar toda la longitud de estos hasta que nuestras manos se abrazasen—. Tienes que dormir. ¿Por qué no te has ido a casa a descansar un rato?
—Prefería ver a lo único que me hace feliz últimamente.
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