Leave the kiss for later [SKK]

By LeoLunna

102K 9.9K 21.1K

Cuando Dazai se marchó de Yokohama, rompiendo su relación con Chuuya y dejando sin leer el poema que le escri... More

01. Dear first love...
I: Leave the kiss for later
II: But I wonder where were you?
III: Lonely street
IV: Contradictory words
VI: As it was
VII: Bad idea
VIII: Two fools
IX: Bother you
X: Step by step
XI: I wanna be yours
XII: Set fire to the rain
XIII: When the party's over
XIV: I can't handle change
XV: You're not sorry
XVI: Brotherhood
XVII: I'm a broken rose
XVIII: Stop, don't be so kind
XIX: Lost on you
XX: The night we met
XXI: Got the music in you
XXII: Close the book, turn on the music
XXIII: I know now, this is who I really am
XXIV: Autumn leaves on my skin
XXV: You were looking at me
02. I wrote this for you
I: You hear me?
II: Patience
III: Stop thinking
IV: Bittersweet symphony
V: Could it be easy this once?
VI: Tell me why
VII: Somebody that I used to know
VIII: All you had to do was stay
IX: The ending always stays the same
X: Turn around and make it alright
XI: Go that way
XII: The only exception
XIII: Sit down beside me
XIV: I'm never gonna leave you
XV: It doesn't hurt me
XVI: Another love
XVII: Hold On
XVIII: Are you ready to love?
XIX: The world keeps on turning
XX: You look perfect

V: Call me

2.7K 258 408
By LeoLunna

Cuando llegó a su departamento esa noche, lamentando no prestar atención a las últimas clases del día, porque su cabeza estaba llena de recuerdos de un idiota, Chuuya quiso dirigirse directamente a su habitación. Sin embargo, sus compañeros de piso, que por horario regresaban al lugar mucho antes que él, estaban esperando una explicación.

Parecían relajados, pero el pelirrojo sabía que no. Pianoman estaba en la cocina, preparándose un té como si fuese cualquier otro día normal. Lippman estaba en una de las sillas de cocina, intentando controlar las preguntas que quería soltar en cuanto Chuuya cruzó el umbral. Albatross estaba en el sofá, con las piernas arriba y mirándole fijamente, conociendo cuál era su papel en todo aquello: ser el primero en preguntar, sin vergüenza alguna.

―No ―dijo Chuuya antes que cualquier otro, pero, sabía, que los tres pasarían por alto su negativa.

―Sí ―respondió Albatross y no se movió de su sitio―. Chuuya, respetamos tu privacidad de no querer hablar sobre eso durante las clases, pero reafirmamos nuestra autoridad como compañeros de piso preguntándote quién era ese maldito idiota a penas regresas.

Chuuya suspiró. Ni siquiera había cerrado la puerta todavía y ya comenzaba el interrogatorio. Sabiendo que no podría librarse de ellos, tiró su mochila repleta de libros al piso y entró, ignorando la mirada molesta de Lippman ante el desorden que dejaba por su paso. Bien, si ellos iban a fastidiarlos con sus preguntas, entonces él también.

Pateó las piernas de Albatross para que le hiciera un espacio en el sofá, y se desplomó. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos por un momento. Los recuerdos del día inundaron su memoria y casi pareció que no era real, que todo no fue nada más que una mera película. Pero ninguna historia ficticia podría afectarle de esa forma, ningún escritor podría retratar tan perfectamente a Dazai.

―Solo era un idiota ―murmuró, subiendo lentamente los párpados y enfocando la mirada en el techo.

―Un idiota que dijo muchas cosas ―comentó Pianoman desde la cocina―. Por ejemplo, dejó bastante claro que te conoce desde mucho antes que nosotros.

―Y si fuese cualquier idiota, no te hubiese afectado tanto hablar con él ―agregó Lippman, sin poder apreciar el rostro conflictuado del pelirrojo―. No somos ciegos, Chuuya, te conocemos mejor de lo que crees. Aún tienes esa mirada que no sabemos cómo interpretar, pero pareces que quieres...

―¿Qué?

―Gritar o llorar ―completó, manteniendo un tono suave de voz―. Tal vez ambas, y eso nos preocupa. Sé que no te conocemos desde hace tanto tiempo, pero jamás te hemos visto tan... Dolido por alguien. Ni siquiera por los chicos con los que intentaste salir a principio de año y no funcionó.

Si no funcionó es por culpa de Dazai, pensó. Era su culpa por confirmar aquello que Kouyou propuso primero: era fácil dejarlo atrás.

Jamás se lo admitió a nadie, pero tenía miedo de ser abandonado otra vez. No podía mantener una relación estable sin suponer que la persona a su lado se marcharía en cualquier momento, sin decirle nada, volviendo a recalcar lo poco importante que era su existencia para el resto. Antes de que eso pudiera suceder, antes de que volviesen a dañarle, Chuuya prefería ser el primero en dar un paso al costado.

No importaba si la relación marchaba bien, tampoco si uno le gustaba más de lo que recordaba que Dazai le gustó al inicio de su relación. O si congeniaban, si había buena química y parecía la pareja perfecta. Los dejaba antes de que pudieran dejarlo.

No quería volver a quedarse atrás, no quería que continuaran recordándole la poca importancia que poseía para el resto.

―No quiero hablar de eso...

Bajo la atenta mirada de sus compañeros de piso, se levantó del sofá. Recogió todo aquello que había dejado tirado al entrar y se dirigió a su habitación. Sin embargo, debía pasar por la cocina, y bloqueando disimuladamente el paso, Pianoman intentó retenerlo. Con gestos y palabras suaves, transmitiendo que podía confiar en ellos sin dudar, expresando un incondicional apoyo que Chuuya no sabía si era real.

―Chuuya ―llamó el hombre mayor, posando su mano sobre el hombro ajeno con movimientos suaves―. Hablar de ello te haría bien.

―Y estamos dispuestos a escuchar ―agregó Albatross, con una actitud relajada―. Sin juzgar, lo prometemos.

―¿Sin presión? ―cuestionó el pelirrojo, los otros tres hombres asintieron y Pianoman respondió por ellos.

―Sin presión.

―Entonces no me obliguen a hablar. ―La mirada azulada reflejó un silencioso ruego, una tenue desesperación―. Por ahora, olviden lo que pasó hoy, ¿sí? Ese idiota no era nadie, no tengo relación alguna con él, así que, por favor...

Odió la mirada de compasión en Pianoman, el silencio en Albatross y Lippman, la tensión en el aire, el sentimiento de asfixia.

Con un muy suave movimiento de cabeza, el mayor de los cuatro le dejó pasar a su habitación. Chuuya no miró atrás mientras arrastraba los pies hasta su cuarto, tampoco se preocupó por el lugar donde dejó sus pertenecías, mientras cerraba la puerta con el pestillo girado. Se sentó en el borde de la cama.

Soltando un suspiro, se echó hacia atrás y rebotó suavemente contra el colchón, con el cabello casi rozando la pared al otro lado de su cama. Intentó quitarse de la cabeza las palabras de ese día. Lo que dijera Dazai no debería afectarle tanto, ya no.

Siempre escuchó lo horrible que era su poesía, no solo del moreno, sino también de su padre, de algunos maestros y compañeros de secundaria que, más inmersos en la literatura que él, lo despreciaban con todo su ser cada vez que era alabado por lo que escribía. Entonces, ¿por qué le afectaba? ¿Por qué, si era Dazai quien le juzgaba, le dolía tanto?

Jamás le importó lo que dijeran de su poesía, incluso si le afectaba, nunca lo demostró. Excepto si venía de Dazai. Si las duras palabras eran directamente de su objeto lírico, quien se negaba a reconocerse entre sus versos, dolía. Y creyó, por un momento, con la imagen del moreno que le observó desde la distancia mientras cantaba, que este había cambiado. 

Pero estaba equivocado. Esperó mucho de alguien que no hacía nada más que mentir y dañar a otros y a sí mismo.

―Que idiota...―masculló, sin saber si se lo decía a Dazai o a sí mismo.

Incorporándose, se acercó al escritorio paralelo a la de la cama. Abrió uno de los dos cajones y sacó su viejo cuaderno de poesía. Lo había releído una y otra vez durante esas últimas semanas, y mucho más mientras escribía el poema que Dazai destruyó. Para ese momento, esos infantiles versos eran un consuelo, un escape hacia aquella época donde la vida parecía más fácil; cuando soñaba con un futuro en el cual podría pasarse cada día nada más que escribiendo versos sobre un moreno que, esperaba, jamás se fuera de su lado. Pero se marchó, y todo lo que quedaba de ese sueño era un viejo cuaderno incompleto.

Y bajo ese viejo cuaderno, estaba el teléfono que hace cuatro años había lanzado contra la pared después de intentar llamar a Kouyou por última vez.

No sabía por qué aún lo mantenía consigo.  La pantalla estaba rota, no sabía si aún funcionaba, pero lo guardó, así como todo aquello de su adolescencia que, aunque estaba ligado a malos recuerdos, también lo estaba a buenos. Sabía que incluso, en algún lugar, en lo profundo de su armario, estaba el viejo peluche con forma de oveja que su madre le regaló antes de que todo se fuera a la mierda y él demostrara claras actitudes homosexuales que sus padres despreciaron. Pero el teléfono, el cuaderno y el muñeco eran cosas de las cuales no podía deshacerse, incluso si así lo quería.

Volvió a la cama con el teléfono en una mano y el cuaderno en la otra. Dejó la libreta a un lado y conectó el móvil a su cargador; el icono de la batería llenándose apareció inmediatamente. No esperaba que funcionara, pero lo hizo. La pantalla se encendió y aunque las delgadas líneas sobre el cristal eran incómodas, pudo observar la foto que apareció frente a sus ojos como fondo de bloqueo: Dazai y él, de uno dieciséis años, con las mejillas pegadas. Él con una amplia sonrisa y el moreno con una expresión de aburrimiento, pero por el brillo de sus ojos parecía que se estaba divirtiendo. 

Ninguno observaba a la cámara, la atención siempre estaba puesta en el otro.

Chuuya recordaba ese día. Después de la clase de matemáticas, a la hora del almuerzo que siempre compartían, y escondidos del resto de los alumnos. Ese día, se quedaron solos en su salón; almorzando, hablando, bromeando y mirando por la ventana al equipo de fútbol que rápidamente comía para volver al juego.

Recordaba reclamarle a Dazai que quería un nuevo fondo de pantalla para su teléfono. Había visto el de la chica que se sentaba cerca de él. Era una imagen de ella y su novio, y él quería lo mismo.

―Tu padre te matará si revisa tu teléfono y ve una foto nuestra ―le dijo Dazai ese día―. Si te mueres, ¿a quién voy a molestar?

―¿Eso es lo único que te importa?

―Obviamente.

―Romperé contigo.

―No, no lo hagas. Si terminas conmigo, ¿a quién voy a molestar?

Recordó haberle tirado sus palillos, pero Dazai los había esquivado con bastante facilidad. Después de un par de burlas más, el moreno aceptó tomarse una foto. Movió su silla hacia la de Chuuya y se acercó más de lo necesario, pero no importaba, le gustaba esa cercanía. Solo estando con Dazai no sentía la soledad que en cualquier otro lugar lo envolvía.

La foto había sido perfecta. Con la luz que provenía desde la ventana a su lado, y reflejando los sentimientos infantiles que tan rápidamente cambiaron en un par de meses. Luego de ella, comenzaron a besarse sin importarles si alguien entraba al salón en ese momento. Tuvo que haberles importado, pero no pensaría en ello hasta tiempo después.

En algún momento, Dazai le quitó el teléfono de las manos y tomó otra foto, aquella que vio esa noche al llegar a casa y que, hasta hoy, continuaba siendo el fondo de su pantalla principal.

Había olvidado la fotografía de ese beso, también lo feliz que se sentía en esa época y como el sentimiento se reflejaba en cada imagen dentro de su vieja galería. Solamente recordaba las promesas y sueños rotos. Recordó que Dazai era quien no quería que llegara el día en que se separaran y, sin embargo, fue él quien terminó su relación y se marchó primero.

No queriendo ver más esa vieja imagen, abrió su lista de contactos. Solo había cuatro de ellos; sus padres, Kouyou y Dazai. Los últimos dos estaban en la parte superior, siendo a los que más llamó en esa época, y también los últimos, antes de romper, y creer, que el teléfono no volvería a funcionar.

Su pulgar se detuvo sobre el nombre de su hermana por un momento, y sonrió amargamente para sí mismo al darse cuenta de que ya no necesitaba recordar esa serie de números. Si quería hablar con Kouyou, nada más debía marcar desde su teléfono actual y sabía que ella le respondería sin demora. Sin embargo, sabía que Dazai no. Sabía que ya no había forma de contactarlo, y tanto como eso le aliviaba, también le dolía.

Recordaba mucho mejor el antiguo número de Dazai que el de Kouyou. Incluso cuando dejó de usar su viejo teléfono, en los días y noches en que estaba fuera de casa, sin poder soportar la actitud y comentarios de sus padres, siempre marcaba ese número en cualquier cabina telefónica que podía encontrar. Siempre esperanzado de que el moreno respondiera, buscando un consuelo, respuestas, regresar a aquellos días en que era feliz y no lo sabía. Cuando no estaba solo, cuando creía que era importante para alguien en el mundo. Pero Dazai jamás respondió, y tres meses después de su ruptura, y de que el moreno se marchara de Yokohama, lo aceptó.

Y aunque lo sabía, aunque tenía la experiencia de ello, esa noche, después de un largo día de universidad y de haber escuchado sus crueles palabras, volvió a marcar.

La llamada se estaba conectando, la señal de su móvil aún funcionaba. Se llevó el teléfono a la oreja como tantas veces lo hizo cuando era adolescente; sin pensar y solamente esperando oír una voz al otro lado. Volvió a echarse de espalda sobre el colchón, con la mirada fija en el techo y escuchando el tono de marcado. Sonrió para sí mismo, con un poco de melancolía, un poco de decepción y resignación.

Sabía que nadie respondería, sabía que Dazai hace mucho...

¿Chuuya...?

Respondió. La voz que había esperado escuchar cada vez que marcaba ese número, respondió.

Chuuya ―llamó una vez más la voz al otro lado. La propia se mantuvo en silencio―. Sé que eres tú. Recuerdo este número...

Colgó. Antes de que su voz se atreviera a salir de sus labios, antes de que pudiese dejar escapar lo mucho que necesitó, en algún momento, escuchar su voz, prefirió colgar.

Su mirada se mantuvo en el oscuro techo de su habitación, aún con el teléfono en mano; recostado sobre la cama, respirando lentamente, poco a poco disociando. Convenciéndose a sí mismo de que nada había ocurrido, que todo solo fue una mala broma de su cabeza, que no era la primera vez en que creía escuchar la voz del moreno llamando su nombre o respondiendo sus llamadas...

¿Por qué respondería? Se preguntó, dejando que el torrente de dudas y cuestionamientos cayeran sin hacer algo para detenerlo. ¿Por qué en ese momento? ¿Por qué no antes? Antes, cuando se hubiese sentido tan feliz de escuchar su voz al otro lado, cuando no sentía emociones tan complementarias como la decepción y la ira. Era demasiado tarde para responder llamadas y leer poemas, pensó. Pero cada vez que creía saber qué pensaría o cómo actuaría Dazai, este hacía todo lo contrario y volvía a poner su estabilidad de cabeza.

Entonces, la música resonó; su teléfono vibró y la letra de la canción, que hace mucho había configurado para cada vez que Dazai le llamara, le sacó de su ensoñación.

I came along

I wrote a song for you

And all the things you do

And it was called "Yellow"


So then I took my turn

Oh, what a thing to have done

And it was all yellow


Your skin, oh yeah, your skin and bones

(Ooh) turn into something beautiful

(Ah) and you know, you know I love you so

You know I love you so...


Antes de que se diera cuenta, se incorporó en la cama y lanzó el teléfono hacia la pared, igual que hace cuatro años. Pero esta vez, sí se rompió.

La canción murió, así como el brillo de la pantalla. Desapareció junto a las fotografías de su pasado con él; las memorias de los besos compartidos, y los días donde podía encontrar un poco de consuelo y felicidad junto a Dazai. No eran más que malos recuerdos, pensó, mientras se levantaba de la cama sin pensar en sus movimientos y recogía las piezas esparcidas sobre el piso.

Ahora debería sentirse mejor, ¿no? Al fin se hacía desecho de ese viejo teléfono, al fin había roto los pocos registros de una relación que no hizo más que darle esperanzas para luego destruirlas.

Debería sentirse bien, ¿no? Aliviado, feliz, tranquilo, pero... ¿Por qué sentía tanto arrepentimiento? ¿Por qué quería tan desesperadamente que el teléfono volviera a funcionar?

En ese momento, llamaron a la puerta con suaves y pausados golpes. El sorpresivo sonido lo exaltó por un momento. Pensó que alguien entraría y le vería ahí, de rodillas, con el móvil roto entre las manos, pero había asegurado la puerta, recordó, giró el pestillo en cuanto entró.

―¿Chuuya? ―llamó Lippman, golpeando la puerta nuevamente con suaves e inseguros toques―. ¿Estás bien? Escuchamos un estruendo...

―¡Estoy bien! Solo... Había un insecto en la pared, le lancé uno de mis zapatos.

Al otro lado de la puerta, Lippman calló. Chuuya no necesitaba ver su rostro para saber que dudaba de sus palabras, pero el rubio no señaló su obvia mentira. Si el pelirrojo quería desviar la conversación, entonces él no lo detendría. De sus tres compañeros de piso, sabía que él sería el que menos le obligaría a hablar y decir la verdad.

―Está bien, te creo. Por favor no hagas eso de nuevo, nos asustó ―comentó, y con un tono amable, agregó―: ¿Cenarás con nosotros?

―No tengo apetito ―respondió, intentando poner cada pieza rota del teléfono en su lugar original―. Yo... Estoy muy ocupado ahora, comeré después.

Silencio otra vez. Por el rabillo del ojo, Chuuya notó que el picaporte temblaba suavemente, como si alguien quisiera intentar girarlo y entrar, pero al notar que no cedía, rápidamente se rindió.

―Está bien ―dijo el rubio al otro lado una vez más―. Si necesitas algo, solo dínoslo ¿sí? Estamos aquí.

El pelirrojo no respondió.

Escuchó los pasos de Lippman alejándose de su habitación. Sus manos encajaban cada una de las piezas rotas del móvil. La noche había caído y la tenue luz de la lámpara en su escritorio no era suficiente para iluminar toda la habitación, pero cuando la pantalla de su teléfono se encendiera otra vez, cuando volviese a mirar ese fondo de pantalla de ellos dos, no necesitaría más luz.

Pero el teléfono no encendió, y cuando Chuuya sintió el pánico cerrar su garganta, se obligó a no emitir ruido alguno.


-0-


Ahora que sabía que Dazai estaba en Kyodai, no podía evitar mirar a todas partes, mientras caminaba por las zonas abiertas de la Facultad de Humanidades que rápidamente memorizó.

No sabía en qué campus el otro estudiaba, así que, después de cruzar la universidad de extremo a extremo, solo esperaba no encontrarse con una cabeza de desordenado cabello castaño que, sabía, combinaría tan bien con la vegetación de finales de noviembre a su alrededor. Pero, de solo pensar en la imagen de Dazai contrastando con el paisaje, le hizo enojar. Aquel lado de él, que se sentía dañado y amargado por las palabras que el moreno le echó en cara tan solo el día anterior, era mucho más grande que esa parte que intentó, desesperadamente, volver a encender su viejo teléfono y recuperar las fotografías de un pasado donde fue feliz.

Decidió abrazar la ira y empujar la angustia al fondo de su cabeza una vez más. Regañándose a sí mismo por no haber dormido lo suficiente solo para intentar que ese teléfono volviese a funcionar. ¿En qué demonio estaba pensando? Ya lo había superado, lo que dijese Dazai no debería afectarle, perder los buenos recuerdos tampoco, pero lo hacía, y no se entendía a sí mismo. Por eso, abrazar el enojo era la mejor opción para ignorar esa parte de él que quería de vuelta los recuerdos y las respuestas a un sinfín de preguntas.

Suspirando, acomodándose el abrigo sobre el cuerpo al sentir una fría brisa que auguraba la pronta llegada del invierno, intentó pensar en cualquier otra cosa mientras seguía caminando. Tan solo quería encontrar rápido a Akutagawa. El chico le envió un mensaje en la mañana, informando que cancelaría, por primera vez en todo el tiempo que llevaba Chuuya en la banda, el ensayo de esa tarde. Sin embargo, le pidió reunirse de todas formas, y aunque no tenía ganas de ver a más gente, decirle que no a Ryuunosuke era bastante difícil.

Al menos podía observar los edificios que tanto le gustaban, pensó Chuuya. La arquitectura de la Facultad de Humanidades siempre le maravilló y, al mismo tiempo, instaló un sentimiento de melancolía en su pecho. Ver desde lejos los salones, ver tanta gente con un libro de ficción o poesía debajo del brazo, escucharlos discutir sobre una novela, un escritor o un poema, era como estar frente a frente con el sueño que dejó ir tiempo atrás y el cual no podía alcanzar.

Y casi era cruel pensar cómo él tuvo que abandonar su sueño al crecer, abandonar esos viejos salones que, sabía, eran el lugar donde debería estar, por otros fríos y estériles donde la imaginación y la pasión no tenía cabida.

Aquellos edificios hubiesen sido su refugio perfecto al volver a ver a Dazai, pero estaba tan lejos. Tan lejos de lo que alguna vez soñó cuando el mundo parecía tenerle un futuro más amable...

El suave sonido de la guitarra alejó sus pensamientos. Conocía las notas musicales que llegaban hasta él y que le hicieron sentir un suave cosquilleo en las cuerdas vocales, entregándole una necesidad de la cual desconocía en qué momento o cuando apareció.

Siguiendo la melodía, se alejó de los altos edificios y caminó hacia una de las mesas esparcidas por la zona abierta de la facultad; aquellas que siempre se llenaban de agua o de nieve, sobre las cuales se posaban las hojas que caían de los esqueléticos árboles a su alrededor. 

Había varios estudiantes sentados en grupo en los banquillos alrededor de las mesas; algunos hablando y compartiendo pequeños bocadillos, vasos de café o bien un libro que cambiaba de página cada minuto. Y alejado de la mayor parte de las mesas, captó a Akutagawa. Tocando la guitarra con dedos ágiles y experimentados, la mirada concentrada y el rostro serio; los libros sobre la mesa, una novela en la parte superior, los bolsos a un lado. Pero no estaba solo. Frente a él, sin apartar la vista, estaba un chico de cabello blanco.

Ya había visto a ese chico antes, ¿no? Era con quién estaba ayer luego de...

―¿Qué te parece? ―escuchó decir a Akutagawa mientras se acercaba. Había dejado de tocar la guitarra, y solo miraba a la otra persona frente a él.

―Me gusta, pero estoy seguro de que hiciste una parte más lenta de lo que escribiste en los acordes.

Notó como la expresión del pelinegro se tornaba molesta por un segundo, y aunque no era un sentimiento profundo, se quedó en él.

―¿Qué demonios? ¿Tienes un "oído absoluto"? ―cuestionó. El albino frente a él rio, y cuando Akutagawa desvió la mirada, notó al pelirrojo acercarse―. ¡Chuuya!

Con movimientos cansados, el pelirrojo alzó una mano. Tanto la mirada grisácea como aquella del otro chico, se posó en él. Cuando el de pelo claro se dio la vuelta para observarle, pudo reconocer su rostro. Sí, era el chico de ayer, aquel que estaba con Ryuu después de su encuentro con Dazai...

―Hey ―saludó, forzando una sonrisa que primero dirigió al pelinegro y luego al otro chico―. No estoy seguro de cómo te llamas, pero Ryuu ha hablado varias veces de ti. Eres Nakajima, ¿no?

El albino asintió y le devolvió la sonrisa. Parecía una mueca tanto de cortesía como de disculpa, notó.

―Puedes decirme Atsushi, es raro que me llamen por mi apellido ―mencionó, y volvió la mirada hacia Akutagawa por un segundo, antes de ponerla nuevamente en Chuuya―. Aunque él lo hace. ¿Qué ha dicho de mí? No me digas, ¿se queja sobre mis ensayos?

Soltando una risita sincera, Chuuya se sentó entre ambos chicos.

―Ni siquiera necesitabas preguntar lo obvio. En fin, ¿qué están haciendo aquí? Hace demasiado frío.

―Solo estaba preguntándole su opinión sobre algo que estoy componiendo ―respondió Akutagawa, volviendo a tomar la guitarra y acariciar las cuerdas con sus dedos―. Necesitaba una opinión objetiva.

―¿Y Higuchi? ―preguntó Chuuya, notando por el rabillo del ojo como la expresión de Atsushi decaía y se recuperaba en tan solo un segundo―. Usualmente le preguntas a ella o a Gin. Incluso a Tachihara. Ah, pero no a mí. Eres lo peor, Ryuu.

―Para Higuchi todo lo que hago es perfecto, ese tipo de comentarios no me sirven, y estoy seguro de que a ti también te parecería bien cualquier melodía ―respondió, y Chuuya murmuró que, en eso, tenía razón―. En cuanto a Tachihara y Gin... Ambos están ocupados. Gin se está preparando para los exámenes de ingreso.

―¿También postulará a Kyodai? Eso será difícil.

―También pensó Handai, Todai o volver a Yokohama, pero sé que podrá ingresar a Kyodai.

―Entiendo ― aseguró el pelirrojo. La mirada del albino fue de uno a otro durante toda la conversación―. No quieres que estén lejos otra vez.

―Uhm, realmente no quiero interrumpir, pero... ―murmuró Atsushi, captando rápidamente la atención de los otros dos ―. ¿Quién es Gin?

―Ah, es su hermana pequeña ―respondió Chuuya, apuntando al pelinegro―. Nuestra segunda guitarrista, está en su último año de secundaria.

Reflejando sorpresa en su rostro, Atsushi volvió su atención a Akutagawa.

―¿Tienes más familia aquí? Creí que estaba solo en Kyoto, como la mayoría de nosotros.

―Solo somos nosotros dos ―aclaró Akutagawa, volviendo su atención a la guitarra―. Y siempre fue así.

Atsushi sabía bastante bien cuando no preguntar más, notó Chuuya. El albino solo asintió y volvió su atención al cuaderno de acordes entre ellos dos. Silenciosamente, el pelirrojo los observó intercambiar opiniones sobre la melodía.

Qué curioso, pensó. Cuando Atsushi señalaba algo que pudiera cambiar, Akutagawa parecía realmente considerarlo sin demasiada queja. Por algunos minutos solo se dedicó a observar su dinámica, escuchar las opiniones del albino, a Ryuu tocar otra vez su guitarra; a veces con sus propios arreglos, a veces con los cambios que Atsushi propuso. Y lo más sorprendente es que, aunque Ryuunosuke mantenía su siempre expresión sería y soltaba sus típicas frases mordaces, intercambiaba bromas con el otro chico. Se dirigían palabras pesadas que no eran dichas con seriedad, no buscaban dañar o iniciar una pelea, solo existían porque se sentían lo suficientemente cómodos el uno con el otro para tirar un par de insultos, y continuar con la plática como si nada.

Jamás vio a Ryuunosuke tan cómodo con otra persona que no fuese él o Gin. Tampoco era el tipo de persona que aceptaba rápidamente a la gente dentro de su espacio personal. Chuuya había sido la excepción a esa regla por mucho tiempo, pero ahora había alguien más que le hacía sentir en confianza. Ni siquiera con Higuchi actuaba con tanta soltura, tan relajado, tan dispuesto a escuchar y hablar.

Y Chuuya no pudo dejar de observarlos, sintiendo un poco de nostalgia, recordando a la única persona con la cual se sintió cómodo tan rápidamente, con la cual podía bromear de esa forma: sin medir con tanto cuidado sus palabras. Sabiendo que no importaba qué dijera, si se escuchaba mal o no, el otro sabía cuáles eran sus verdaderos sentimientos.

Aquel momento pudo haber continuado, pero como todo en la vida, debía terminar. El teléfono del albino sonó. Atsushi desvió la mirada y cuando leyó el nombre de la persona que quería contactarlo, su rostro palideció un poco. Miró a Chuuya, luego regresó al teléfono y respondió.

―¿Senpai? ―saludó. Chuuya mantuvo la mirada fija en el chico, sin notar como la expresión de Akutagawa se tambaleó por un segundo y cómo también le miró de reojo. El silencio se extendió por unos segundos mientras la persona al otro lado parloteaba―. ¿Ahora? Estoy ocupado... ¿Qué deje todo y vaya a dónde estás?

Atsushi soltó un cansado suspiro. Chuuya se preguntó qué tipo de idiota estaba al otro lado del teléfono.

El chico asintió, masculló una serie de "si", "ya", "está bien" y "no haré eso". Luego, con una expresión de disculpa, miró a Ryuunosuke.

―¿Está bien si lo dejamos aquí por hoy?

Akutagawa alzó los hombros. Atsushi tomó aquel gesto como una afirmación y volvió a centrar su atención en el teléfono.

―Está bien, iré, ¡pero solo te acompañaré y luego me iré a casa!

En cuanto colgó, el chico guardó los libros que había dejado sobre la mesa y tomó su mochila. Masculló que, tal como podían notar, lo necesitaban en otro lugar en ese preciso momento. Antes de marcharse, dijo a Chuuya que había sido agradable hablar con él, y que le gustaba mucho su forma de cantar. Luego, dirigió su mirada a Akutagawa y le comentó que sabía dónde encontrarlo si es que quería otra opinión objetiva de su parte.

El teléfono sonó una vez más y Atsushi se alejó volviendo a responder. Chuuya mantuvo su atención en el chico mientras se alejaba, pensando en la llamada que rechazó la noche anterior.

―Es un chico agradable ―comentó Chuuya cuando perdió de vista al albino, volviendo la atención a Akutagawa―. No sé por qué te quejas tanto de él, tiene un buen oído para la música.

―Lo tiene, pero sigue siendo un idiota al cual tengo que ayudar con sus ensayos. ―Guardando la guitarra en su estuche, Akutagawa giró su cuerpo hacia el pelirrojo―. Quería hablarte sobre lo de ayer...

―¿Por lo del poema? ―cuestionó, y cuando el otro asintió, supo que había acertado. Apoyando el codo sobre la mesa, y el mentón sobre su palma, con la espalda ligeramente encorvada, le envió una muy pequeña sonrisa de disculpa al otro―. Lo siento, Ryuu, sé que querías una nueva canción.

―Está bien, no estoy enojado por eso. Solo que... ¿Por qué se lo diste a Dazai?

―¿Dazai? ―murmuró, enderezando su postura inmediatamente. Por un momento pensó que había escuchado mal―. ¿Dijiste "Dazai"?

Akutagawa le devolvió la mirada con una expresión confundida. Al ver las emociones que el rostro del pelirrojo reflejaba; la incredulidad y el estupor, el nerviosismo y el miedo, el pelinegro asintió lentamente. Un poco inseguro, y sin saber si lo que diría haría que Chuuya reaccionara bien o no.

―Te hablé de él ―masculló, observando fijamente el rostro del mayor y buscando en él cualquier cambio de emoción―. El tipo de tercer año al cual suelo pedirle consejos para mis ensayos...

Estaba acostumbrado a la voz fuerte del otro, a las emociones que se reflejaban tan fácilmente en él, a las palabras que siempre lograba encontrar. Pero Chuuya se quedó callado, y ese silencio, esa falta de reacción, ese vacío, no le gustó a Akutagawa. No le sentaba bien a su vocalista.

―No me jodas... ―susurró Chuuya, después de largos segundos de silencio, bajando la mirada, sin saber si reír por la situación o mantener el rostro estoico―. No pensé que ese Osamu y el que yo conozco eran la misma persona...

―¿Osamu? ―repitió, y silenciosamente las piezas de un rompecabezas imaginario se ordenaron―. El poema con el cual te conocí estaba dedicado a un "Osamu", y ayer Dazai mencionó que eres su exnovio...

Chuuya no respondió, sin embargo, le observó por un instante de reojo y luego desvió la mirada. Volvió a sostener su propio mentón con la palma de su mano, negándose a volver a mirar al chico a su lado, o reconocer el quejido que este soltó.

―Escribiste ese poema para Dazai...

―Sí, Ryuu, lo hice ―replicó, apretando los puños sin saberlo y volviendo, fácilmente, su mirada al otro―. Júzgame por haberle escrito un poema al chico del que estaba enamorado cuando tenía 17 años, no me importa.

―No te estoy juzgando ―respondió, pero momento después, sus palabras se contradijeron―. O tal vez sí, pero solo un poco. De todas las personas que existen en el mundo, ¿tenías que escribir poesía pensando en él?

―¿Qué? ¿Por qué pareces tan ofendido? ¿Lo odias?

―No, bueno, sí. Es complicado. Lo respeto, escribe buenas críticas y ensayos, pero es un idiota.

―Lo sé, mejor que nadie lo sé ―respondió, soltando un suspiró que no sabía que contenía―. Era mi novio en esa época, por supuesto que iba a escribirle un poema, aunque siempre fue el idiota más grande que he conocido.

―Le escribiste dos ―comentó, recordando aquel último que recientemente el pelirrojo había creado―. Y botó el último que le diste.

―No me extraña, dijo que lo haría ―suspiró. Con la yema de los dedos, se acarició la frente. Luego, sus dedos se enredaron en su propio cabello y su cabeza, aunque no quisiera, se concentró en el importante detalle que había dejado pasar hasta ese momento ―. Dijiste que sueles pedirle ayuda con tus ensayos...

Akutagawa asintió.

―Sí, estudiamos lo mismo, está en tercer año.

―Tiene que ser una broma, ¿lo es? No me estoy riendo, tú tampoco.

―¿Tiene algo de malo que estudie literatura?

―¡Por supuesto que "tiene algo de malo", Ryuu! ―exclamó―. De todas las jodidas personas del universo, de todas las licenciaturas que pudo haber estudiado, ¿literatura? ¿Es en serio? ¡Nunca les gustó nada más que una o dos novelas!

―No creo que haya más persona fuera de este planeta, decir universo es un poco...

―¡No te distraigas con esos detalles!

Akutagawa calló. Chuuya soltó un quejido y quiso dejar caer la cabeza con la mesa. Sin embargo, mantuvo la vista al frente; en los árboles desnudos, los edificios viejos y parte del cielo gris de noviembre que podía apreciarse.

Pensar que Dazai estaba en ese mismo sitio, rodeado de la expresión de los más bajos y altos sentimientos humanos, le hizo enojar un poco más y preguntarse por qué el moreno, de todas las personas, se decidió por ese lugar con el cual Chuuya soñó mucho antes que él.

¿Qué fue aquello que cambió? ¿Qué o quién influyó en Dazai para mirar algo que nunca le interesó? ¿Por qué no podía dejar de querer respuestas de su parte?

―Te ves como una mierda―comentó Akutagawa, logrando sacarle de ese río de pensamientos antes de que pudiera ahogarse.

―Sí, Ryuu, yo también te quiero mucho ―gruñó, sin ocultar el cansancio y desánimo que fácilmente cubrió sus facciones―. He tenido la peor jodida semana de mi vida. No creí que volvería a verlo, ni que tendría que escuchar sus tonterías después de cuatro años. Ahora sé que él, de todas las personas, está estudiando en los salones de literatura cuando ni siquiera yo...

...Pude lograr que le gustasen los poemas que escribí para él, completó dentro de su pensamiento. Y ese malestar volvía a posarse en su pecho, la incomodidad de nunca ser suficiente para nadie. Ni valioso, ni importante.

¿Por qué nunca pudo producir ese cambio en Dazai? ¿Por qué nunca logró hacer que le gustase la poesía? ¿Qué hizo mal? ¿Qué tenía que cambiar...?

―¿Quieres matarme? ―preguntó, con un tono desganado en su voz, y luego ofreció―: Te doy permiso de golpearme con la guitarra.

―No haré eso, no tengo otra guitarra.

―Deberías decir que no tienes otro Chuuya, idiota.

Le sonrió al menor, intentando recuperar un poco de su ánimo, pero era difícil. Casi imposible, pensó. Su sonrisa no fue más que una mueca que reflejaba el agotamiento mental y emocional que sentía, y Akutagawa no lo pasó por alto.

―Chuuya ―llamó―. Quería disculparme por lo de ayer. No me di cuenta cuando tomó el poema. Tampoco junté dos y dos, ni noté que tu Osamu era el que yo conocía.

―No es "mi" Osamu.

―Pero te llamé aquí porque pensé en algo que podría ayudar a relajarte.

Con la propuesta sobre la mesa, Chuuya le observó en silencio por un instante. Recorrió con su mirada la expresión y silueta del otro, luego volvió a posar su atención en el pálido rostro y su entrecejo se frunció un poco.

―Ryuu, me siento halagado, pero si tu idea de "relajación" es la misma en la cual estoy pensando, tendré que rechazarte.

―No seas idiota, tengo novia.

―Y yo te veo como el hermanito pequeño que no tengo ―respondió, sintiéndose momentáneamente aliviado de haber descartado su incorrecta idea inicial―. Estoy cansado, dormí cuatro horas porque... Bueno, da igual en este punto. Pero te escucho.

―Hay algo que debo hacer, y creo que me vendría bien un cantante para ello.

―Dijiste que no habría ensayo hoy.

―Lo sé, pero también estoy tenso, y tocar la guitarra me ayuda a relajarme. ―Levantándose del asiento, tomó el estuche de su guitarra con una mano y con la otra la mochila a su lado en el banquillo ―. Y tal vez aún no te das cuenta, pero te he visto, y luego de cantar te ves más tranquilo. Entonces, ¿vienes o no?

A pesar de que Ryuunosuke le estaba observando con esa expresión que declaraba que no aceptaría una negativa, Chuuya sabía que podía hacerlo. Sin embargo, cuando el pelinegro comenzó a caminar sin esperar una respuesta de su parte, tomó sus cosas y le siguió.

No tenía idea de a dónde iban y qué harían, solo sabía que el otro quería tocar la guitarra y que él cantara. Bien, no era algo que requiriera mucho pensamiento o esfuerzo, concluyó, y tomando sus propias pertenencias, se levantó del banquillo y caminó tras él, gritándole que, al menos, le esperara y le dijese qué estaba planeando.

Akutagawa no le dijo nada.

Creyó que pasarían el día en el departamento del chico, tocando la guitarra y cantando el listado de viejas canciones que Ryuunosuke le pidió aprender, pero pasaron brevemente por el lugar solo para recoger dos amplificadores portátiles y un micrófono. Gin estaba ahí con su grupo de estudio y los saludó, preguntó a su hermano mayor si haría "aquello" ese día, y Ryuunosuke solo asintió. La chica devolvió el gesto y volvió su atención a los libros y deberes sobre la mesa. Cuando Chuuya preguntó, ninguno de los dos hermanos respondió, Gin murmuró, soltando una suave y melodiosa risita, que lo sabría a su debido tiempo.

Cuando salió del complejo de apartamentos, siguiendo a Akutagawa a quién sabe dónde, cargando uno de los dos amplificadores, y con el micrófono y sus cables guardados en su bolso, su confusión no hizo más que aumentar.

Ryuunosuke continuó sin darle respuesta. Repitió que cuando llegaran al sitio, todo tendría sentido, pero Chuuya solo notaba que se acercaban más y más a una de las zonas más concurridas de ese sector de Kyoto; alejado de la mayor parte de los edificios residenciales donde la mayoría de los estudiantes de Kyodai habitaba.

Conocía el sector bastante bien. Era un lugar donde pasar el día, descansar un poco o distraerse. Había un par de tiendas alrededor donde comprar comida o cualquier otra cosa. Había una librería en la que siempre se podía encontrar las ediciones más antiguas o exclusivas de distintas novelas. Ese era su local favorito, y solía frecuentarlo cuando tenía tiempo, aunque hace semanas que no lo visitaba, pensó Chuuya, mientras seguía a Akutagawa y se distraía con todo a su alrededor.

La plaza central del sector estaba rodeada de árboles que, por la época del año, estaban desnudos en ese momento. El césped se notaba un tanto amarillento, la tierra era visible, pero eso no impedía que algunas personas se tumbaran en él y descansaran un momento. Había una pileta en el centro de todo que seguía funcionando a pesar del frío; la gente se sentaba en el borde sin importarles la dureza del material. Había uno que otro espectáculo para niños, alguien vendiendo dulces y globos, una persona ofreciendo dibujar a los transeúntes, alguien tocando un instrumento. La mayor parte de las personas que pasaban por el lugar, se detenían a observar a aquel sujeto, dejaban un par de monedas en el estuche abierto en el suelo, aplaudía y algunos se marchaban, otros se quedaban a seguir escuchando.

―¿Qué estamos haciendo aquí, Ryuu? ―cuestionó, mirando a su alrededor y esquivando a un par de personas mientras caminaba―. No me digas que me trajiste a ver el espectáculo. En ese caso, no era necesario traer tantas cosas.

―Creo que este es un buen lugar ―habló Akutagawa para sí mismo. Deteniéndose y dejando el amplificador que portaba en el suelo.

El pelinegro le quitó el amplificador de las manos y lo dejó junto al otro. Con cuidado posó a un lado su guitarra, e hizo a Chuuya darse la vuelta para sacar el micrófono y cables de su bolso. Sin decirle nada, Akutagawa conectó todo. Sacó su guitarra de su estuche y posó este último, abierto de par en par, frente a ellos.

Chuuya notó que la gente comenzaba a mirarlos, algunos parecían querer acercarse y observarlos más de cerca, pero decidieron esperar. ¿Esperar qué? Se preguntó, y entonces Ryuunosuke le dio el micrófono.

―¿Ryuu...?

―¿Te aprendiste las canciones que te sugerí? ―cuestionó, sin mirarle y pasándose la correa que sujetaba la guitarra por uno de los hombros.

―Sí, pero ¿qué tiene que ver eso? Tú...

La guitarra emitía un sonido, cubriendo con su volumen sus propias palabras. En algún momento, Akutagawa había encendido ambos amplificadores. Tocó un par de acordes que resonaron por la plaza, llamando la atención de la gente y, cuando Chuuya pasó a llevar la cabeza del micrófono, se dio cuenta de que este también estaba conectado y encendido.

―¡¿Quieres que cante aquí?! ―inquirió, asegurándose de apagar el micrófono antes de hacerlo.

―Estás estresado, ¿no? Cantar te hará bien ―mencionó, volviendo a producir una nota musical y afinando su guitarra una última vez―. Además, es una forma de ganar dinero extra. Mis trabajos de medio tiempo no siempre cubren todos los gastos, he estado tocando la guitarra en zonas públicas desde la secundaria. Si tanto te preocupa, te puedo dar la mitad de lo que reunamos.

―¡No quiero la mitad de nada! ―exclamó, notando como más personas se reunían a su alrededor―. No necesito el dinero, Ryuu, ¡y tampoco voy a cantar en este lugar...!

―Ya has cantado frente a gente, Chuuya, cantar en la calle no será muy diferente ―contraatacó, jugueteando con las cuerdas y, sin querer escuchar más reclamos, solo señaló―. Call me, Blondie.

Los primeros acordes de la canción comenzaron a sonar. La gente se acercó poco a poco, reconociendo el sonido, atraídos por él o simplemente curiosos. Ryuunosuke lo ignoró, tanto a él como a los oyentes.

―Ryuu...

La guitarra continuó sonando, la mirada grisácea no se fijó en él, ni tampoco en las personas que eran atraídas por la melodía. Su atención se posó en cada cuerda de la guitarra, en el tempo de la canción original que tan bien recordaba tanto él como Chuuya. Y el pelirrojo sabía que la parte de la voz estaba por iniciar, sabía que decía la canción, cómo, en qué tono y velocidad, pero no podía cantar.

No en ese lugar, no a pleno día y donde era tan fácil observarlo. No en ese sitio desprovisto de paredes que ocultan parte de su voz. No podía, no...

―No voy a olvidar esto, te lo cobraré ―masculló entre dientes.

Encendió el micrófono, los acercó a sus labios y...

Colour me your colour, baby

Colour me apart

Colour me your colour, darling

I know who you are

Come up off your colour chart

I know where you're coming from

El sonido de su propia voz logró sorprenderlo por un momento. Se escuchaba insegura, con una pronunciación casi perfecta, pero titubeante. No, no podía ser así. Necesitaba estabilizarse, necesitaba que se fundiera a la perfección con el sonido de la guitarra.

Ganando confianza, abandonó la inseguridad, y su voz se estabilizó; saliendo clara desde el amplificador. Se unió y se complementó a la perfección con la melodía de la guitarra, como si hubiesen ensayado una y mil veces. Nadie podía decir que esa era la primera vez que interpretaban esa canción.

Call me (call me) on the line

Call me, call me any, anytime

Call me (call me)

I'll arrive

You can call me any day or night

Call me

La llegada del coro hizo que más personas se acercaran. El pánico inicial que Chuuya había sentido se esfumó sin que se diera cuenta. Para cuando terminó el primer coro y continuaba la canción, tan solo podía concentrarse en el sonido de su voz, procurando alcanzar cada nota y no desafinar. Su cuerpo había comenzado a moverse por sí solo, sintiendo el ritmo de la melodía en todo su cuerpo, al igual que le sucedía el guitarrista a su lado.

Suponía que estaba haciendo un buen trabajo, puesto que la gente a su alrededor había incrementado, así como las monedas que eran dejadas sobre el estuche de guitarra abierta frente a ellos. Cuando le observó de reojo, Ryuunosuke parecía bastante complacido.


Cover me with kisses, baby

Cover me with love

Roll me in designer sheets

I'll never get enough

Emotions come, I don't know why

Cover up love's alibi


Call me (call me) on the line

Call me, call me any, anytime

Call me (call me)

I'll arrive

When you're ready we can share the wine

Call me

No podía pensar en nada más que el esfuerzo de sus cuerdas vocales y cómo disfrutaba de la vibración que producía. El ruido que los envolvía había desaparecido en ese punto; el bullicio de la ciudad, los automóviles que iban de un lado a otro, la tenue conversación de las personas a su alrededor; el sonido de sus pisadas, sus voces, la sensación del calor aferrada a su cuerpo eclipsaba el frío del día. Su propio canto opacó cada uno de los pensamientos que no le dejaban desde la noche anterior.

¿Por qué se había sentido tan estresado y deprimido? Pensó, sin poder recordar, qué era aquello que lo atormentaba. La persona, el mensaje, el poema o la llamada que tanta angustia le produjo la noche anterior. Los había olvidado, y ese vacío, esa falta de preocupación y de recuerdos, se sentía tan bien.


Oh, he speaks the languages of love

Oh, amore, chiamami, llámame

Oh, appelle-moi mon cherie, appelle-moi

Anytime, anyplace, anywhere, any way

Anytime, anyplace, anywhere, any day


Entre aquellas líneas, se había atrevido a interactuar con el público. Paseándose lo que más le permitía el cable del micrófono conectado al amplificador, la gente pareció emocionarse cuando se acercó a ellos. Entre aquellas frases que dijo en perfecto francés, coqueteó con algunos de los curiosos como parte de la actuación, dejándolos encantados y no olvidó darles un guiño sugerente. No pudo evitar sonreír cuando notó los rostros sonrojados de hombres y mujeres que dejó atrás.

Cuando el solo de la guitarra inició, Chuuya volvió a retroceder y se acercó a Akutagawa. Sabía que el chico había notado toda su actuación, pero en ningún momento dejó de tocar. Sin embargo, por la casi imperceptible sonrisa en sus labios, parecía también estar disfrutando del espectáculo.

Las miradas no se apartaban de ellos, su voz no eclipsaba el sonido de la guitarra, ni la guitarra opacaba su voz. Durante el solo, la gente no apartó la mirada de ninguno de los dos, tan atraídos por Akutagawa como por él. Captó que algunos de ellos estaban grabando, otros tomando fotografías, pero no le importaba. Solo necesitaba cantar, terminar la canción, aún había una parte que expresar.


Call me (call me) on the line

Call me, call me any, anytime

Call me (call me)

I'll arrive

You can call me any day or night

Call me


Solo cuando la canción terminó, el sonido que le envolvía volvió a él. Los aplausos, el ruido de los automóviles, las voces, la plática, su agitado ritmo cardiaco y su pesada respiración. No había notado el esfuerzo, tampoco el calor que sentía a pesar de la fría brisa que iba de un lugar a otro entre ellos. Fue como perderse en un mundo donde solamente importaba lo que sentía mientras cantaba, solo lo que la letra decía. Esa era la única verdad que necesitaba en ese momento, la única que lograba alejar el dolor y las preocupaciones de las cuales no podía siempre huir.

Pero en ese momento, esos casi tres y medio minutos eran suficientes para aliviar un poco la tensión. Y con esa sensación, recorriendo todo su cuerpo, desvió su mirada de los oyentes y observó a Akutagawa. El chico captó su mirada y solo le sonrió.

―¿Otra canción? ―cuestionó el pelinegro.

Se inclinó, aún sosteniendo la guitarra. Sacó de su bolso una botella de agua y se la lanzó al pelirrojo. Chuuya la atrapó con facilidad, la abrió, tomó un sorbo y devolvió la sonrisa engreída de Akutagawa.

―Otra canción.


-0-



―Atsushi, ¿recuerdas cuando dijiste que no querías venir y aun así terminaste comprando más libros de los que necesitabas? ―bromeó Dazai, empujando la puerta de la librería para dejar pasar al chico albino y a su otro amigo.

Atsushi le miró de reojo, con un poco de vergüenza que no podía ocultar detrás de sus manos ocupadas por la pila de libros que cargaba. No tenía suficiente espacio en el bolso como para guardar los seis tomos que acabó adquiriendo, a pesar de que Kunikida, quien los acompañó a la librería, le advirtió que no se emocionara demasiado con los títulos. Iba a hacerle caso, pero cada vez que encontraba una novela que hace mucho quería adquirir, Dazai le instigaba a llevarla. Y era débil, muy débil ante la tentación, y acabó haciendo caso a su senpai.

Ahora, mientras era acompañado por los dos mayores hasta la estación de trenes, donde se encontraría con Tanizaki porque no podía cargar con todo, no podía mirar a la cara a Kunikida sin sentirse avergonzado. Al menos, el rubio se compadeció de él y le ayudó a cargar parte de ellos durante el camino. Por su parte, Dazai se negó a llevar nada más que las dos novelas que había comprado para sí mismo.

―Te he dicho tantas veces que no le hagas caso a este idiota, y aun así lo haces ―comentó Kunikida, sin esconder el largo suspiro que sus labios dejaron escapar.

Atsushi bajó la cabeza, avergonzado una vez más. Pero en el fondo, al leer cada título en las portadas, no podía arrepentirse.

―Lo siento.

―No estás siendo sincero.

―No, pero lamento no ser sincero.

Dazai, caminando detrás de ellos, rio. Se adelantó y se posicionó entre ambos, empujando ligeramente al rubio a su izquierda e ignorando la mirada llena de ira que este le envió.

―Deja al chico, Kunikida ―dijo, manteniendo el tono despreocupado de voz que sabía a Kunikida irritaba―. Después de tres años conmigo, deberías saber que es muy difícil para un estudiante de literatura no gastar de más en libros.

―Al menos no se gastó todo el dinero que tiene ―comentó, y su dura mirada se posó en el albino otra vez―. ¿O la gastaste? Apenas entramos a mitad de noviembre, Atsushi.

―Está bien, tengo suficiente para todo el mes ―respondió, dándole una sonrisa que mezclaba la cortesía con la alegría de saber que alguien se preocupaba por él.

―Ser estudiante, y pobre, es tan difícil ―agregó Dazai despreocupadamente.

A su lado, Kunikida asintió, pero masculló que, si el moreno tenía problemas financieros, eran tan solo porque no sabía cómo administrar su dinero. Dazai lo ignoró, dejándole hablar solo, volvió su atención al chico a su derecha.

―Por cierto, Atsushi, ¿con quién estabas antes de que te llamara? Parecía que te estabas divirtiendo.

Atsushi estuvo por responder sin pensar demasiado en sus palabras, pero recordó quienes eran las personas con las cuales había pasado parte de la tarde, y sus labios volvieron a sellarse. Miró a Dazai de reojo, recordó al hombre de cabello rojizo; su rostro cansado, como aparentaba estar bien, fingir ser fuerte, los ojos azules que reflejaban una tristeza que, estaba seguro, el moreno a su lado había provocado. Entonces, queriendo alejarse de la observación minuciosa del mayor, desvió el rostro. Se mordió el labio inferior y miró a su alrededor; pensando en qué decir.

―Solo estaba... Platicando sobre música con algunos de mis compañeros de clase, nada más.

Estaba mintiendo, notó Dazai, pero no le obligó a confesar la verdad.

Fuera de la estación del tren, estaba esperándolos Tanizaki, tal como había prometido cuando Atsushi notó que no podría cargar todo solo hasta su residencia. Había traído un bolso extra para llevar los libros que su compañero de cuarto compró. El albino le agradeció profusamente, mascullando que era el mejor compañero de habitación que podría pedir y disculpándose por obligarle a realizar tan largo viaje.

―Gracias por acompañarme ―dijo el albino hacia los otros dos―. ¿Qué harán ahora?

Antes de que el rubio pudiera responder, Dazai se aferró a su brazo, jalando su cuerpo al ritmo de cada palabra que salía de sus labios.

―Kunikida me llevará a una cita, ¿verdad? ―preguntó, agitando las pestañas melosamente mientras miraba al otro.

Zafarse de Dazai no fue fácil. El moreno se aferró a su brazo como si su vida dependiera de ello, y se rio en su cara cada vez que le exigía alejarse. Atsushi notó el exceso de atención que estaban recibiendo, y aunque meses atrás se hubiese sentido realmente avergonzado, para ese punto ya estaba acostumbrado.

Una vez que logró hacer enojar a Kunikida, Dazai se alejó de buena gana, dando un par de pasos hacia atrás. Suspirando, repitiéndose diez veces que no valía la pena enfadarse, el rubio se calmó y volvió a posar su atención en el chico menor.

―Iré a su departamento, le pedí que revisara un informé que escribí para una clase y como es idiota ―miró a Dazai con ira reprimida―, olvido traerlo a la universidad. Debo entregarlo mañana.

―Entiendo, suerte con eso ―dijo, y luego posó su atención en el moreno―. No hagas enojar tanto a Kunikida, por favor.

―Atsushi, me pides demasiado y yo soy un hombre débil.

―Déjate de tonterías, Dazai, vamos ya. Adiós, niño, nos vemos.

El departamento de Dazai estaba en la dirección contraria a la estación de trenes. Debían atravesar la plaza central para llegar a la intersección que los llevara hacia allí lo más rápidamente posible. Pensando en la gran distancia que debían recorrer, Kunikida no pudo evitar volver a preguntarle por qué no vivía en uno de los dormitorios de la universidad, como el resto de ellos. Además, no es como si se llevara tan bien con el chico con el cual compartía piso, mencionó. No discutían, a gritos, pero el rubio si los notó mirarse el uno al otro sin parpadear y con una sonrisa perturbadora. Cuando le contó aquello a Ranpo, el otro hombre de su grupo mencionó que Dazai y su compañero parecían estar en medio de una guerra fría; el combate cuerpo a cuerpo no era lo principal, solo lo intelectual. Y cuando mencionó esto al moreno, este no hizo más que alzarse de hombros y cambiar el tema de conversación.

Bostezando, Dazai volvió a darle la misma excusa de siempre, mientras caminaban entre la gente que cada vez era más y más. Principalmente, no le gustaban los dormitorios. Eran demasiado pequeños y no tendría tanta privacidad como en su departamento compartido. Además, ya estaba acostumbrado a su compañero de piso, no quería tener que conocer cada pequeño detalle de otro. Si tuviese la oportunidad de vivir solo en uno de los dormitorios, o con una chica o chico bonito, entonces se mudaría.

Kunikida comentó que difícilmente obtendría un dormitorio para sí solo, y aunque quiso seguir hablando, mientras se acercaban más a la plaza central, notó que había un flujo mayor a los días anteriores, y la mayoría de ellos se reunía en una zona específica del lugar.

Entonces, escuchó el sonido de una guitarra. El tempo era lento, como el de una canción de amor, o tal vez de lamentación. Los sentimientos que transmitía eran tan claros como confusos, suaves y dolorosos por igual. Con solo escuchar, Kunikida sintió una opresión en el pecho, que trajeron a su memoria los recuerdos que, como muchos otros, intentó enterrar en lo más profundo de su conciencia. Pero siempre están ahí, pensó. Siempre, para regresar en los momentos de debilidad, elevándose por sí solos o detonados por canciones de fallidos amores.

Miró de reojo a Dazai, se preguntó si es que el moreno también era afectado por el sonido, pero su rostro se mantenía sereno, sin importarle el ruido, la gente, la música o los sentimientos que provocaba el instrumento.

Pero entonces, se escuchó la voz que acompañaba la canción, dándole sentido a la melodía y logrando aumentar la presión que sentía estrujar su corazón. Y solo en ese momento, vio a Dazai estremecerse.


I know that you're wrong for me

Gonna wish we never met on the day I leave

I brought you down to your knees

'Cause they say that misery loves company


―¿Dazai? ―llamó―. ¡Hey! ¿A dónde vas? ¡Dazai!

El moreno lo ignoró. Siguió la melódica voz que tan bien se mezclaba con el ritmo de la guitarra. La misma que había escuchado meses atrás, cantando cada uno de los versos que alguna vez le pertenecieron.

Fácilmente, se abrió paso entre la gente, y aunque no avanzó hasta el inicio del grupo, no era necesario. Podía ver a Chuuya perfectamente desde el lugar donde estaba; entre la multitud que no apartaba la mirada del hermoso hombre que parecía perdido en su propio mundo de recuerdos, dejando que la canción expresara por sí sola todo lo que sentía y que no admitiría.

Y cada vez que cantaba, cada vez que le daba tanta suavidad como fuerza a una frase, cada vez que sentía en lo más profundo de su ser las emociones tan reales impresas en las palabras, parecía como si Chuuya quisiera llorar o gritar.


It's not your fault I ruin everything

And it's not your fault I can't be what you need

Baby, angels like you can't fly down hell with me

I'm everything they said I would be


Incluso cuando la canción terminó y la gente alrededor comenzó a aplaudir y pedir otra, Dazai no se movió de su lugar. No apartó su mirada de la tímida sonrisa que se posaba en los labios de Chuuya al escuchar las dulces palabras que algunos le dedicaban. Tampoco pasó por alto el tenue sonrojo en sus mejillas a causa del esfuerzo, o el hecho de que estaba respirando más rápido de lo normal, y que sus ojos se notaban un poco perdidos, como si aún no saliera completamente del mundo al cual la canción lo había transportado.

Sabía que debería irse. Darse la vuelta y olvidar que, después de algunos meses, al fin había podido escuchar otra vez su voz. No creyó que fuese tan atrayente, tan difícil de dejar. Pero, así como jamás pudo olvidar los pocos poemas que logró leer, tampoco olvidaría la expresiva voz de la única persona que le conectaba con la mejor parte de su pasado.

Entonces, notó que Chuuya no estaba solo. Una vez más, Akutagawa estaba junto a él, y verle ahí le produjo una incómoda sensación que no supo cómo describir. Notó al chico hablar con el pelirrojo, darle una botella de agua y luego se dirigió a la gente alrededor. Agradeció con toscas palabras la atención, y que aquella había sido la última canción. La reacción desanimada del público no se hizo esperar, pero comprendían que no podían continuar con el espectáculo. El sol estaba por ponerse en el horizonte de la vieja ciudad.

Una ronda de aplausos más recorrió el lugar. Chuuya volvió a observar a los presentes, con una tímida sonrisa, que se desvaneció en cuanto notó a la persona que solamente una vez respondió a sus llamadas.

Chuuya siempre le encontraba tan fácilmente entre la multitud, pensó, sin saber si era algo bueno o malo.

Al igual que ese día en el bar, se sostuvieron la mirada como si el resto de personas no existiera. Pero, a diferencia de aquel día, el pelirrojo no parecía apresurado por escaparse de su atención; seguía igual de enojado, mirándole con una expresión resentida que no podía ocultar. Entonces, sus ojos azules se desviaron, y se dio la vuelta hacia Akutagawa cuando notó a la persona que se acercaba a Dazai.

―Dazai ―llamó Kunikida, y sintió la mano de este sobre su hombro―. Ya escuchaste lo que querías, vámonos, se hace tarde.

― Necesito hablar con alguien, solo será un segundo ―respondió, quitándose la mano del rubio sobre su hombro y comenzando a avanzar hacia el hombre de ojos azules que le daba la espalda.

―¡No es el momento para que coquetees con ese cantante callejero, Dazai!

Ignorando a Kunikida, avanzó hacia el pelirrojo. Akutagawa lo notó caminar hacia ellos, y el menor no dudó en decirle algo a su exnovio. El chico parecía incómodo con su presencia ahí, y Dazai no podía culparlo de sentirse así, no después de lo que ocurrió la tarde anterior. Sin embargo, Chuuya pareció convencerlo de relajarse y apartarse un poco, puesto que cuando Dazai llegó frente a ellos, Akutagawa solo lo miró una última vez antes de alejarse y dejarles hablar.

Cuando Chuuya se dio la vuelta para encararlo, Dazai intentó no distraerse con el tono que los colores del atardecer le daban a su piel y cabello. Esos matices se veían mucho mejor en él que los fríos y estériles edificios de la facultad en la cual lo encontró, pensó. Y siempre fue así. Los colores naturales del día siempre le sentaron bien, no así los oscuros de la noche con los cuales el moreno se sentía más cómodo.

―¿Qué haces aquí? ―inquirió con desprecio Chuuya, sacándolo de su breve distracción que él mismo producía con su existencia―. Espero que sea una coincidencia y no que te estés comportando como un maldito acosador.

Dazai le sonrió, intentando apartar la mirada de la atrayente imagen frente a él, pero era imposible no pensar en colores y en Chuuya.

―¿De qué hablas, Chuuya? Tú me llamaste, ¿lo recuerdas? ―Sin importarle la mirada amenazante, se acercó más al otro hombre. Se inclinó hasta acercar sus labios a la oreja ajena, sintiendo el suave cosquilleo que el cabello pelirrojo le producía al rozar su rostro―. Y luego no respondiste a mi llamada.

Chuuya pareció estremecerse al sentir su voz tan cerca, pero ambos decidieron pasar por alto ese detalle, aunque Dazai lo guardó en lo más profundo de su memoria. El pelirrojo posó una mano sobre su pecho y lo alejó, logrando que retrocediera un par de pasos y buscó recuperar el control sobre la situación a través de gestos toscos.

Sin embargo, Dazai había esperado escuchar de su parte palabras llenas de ira, no un tono desanimado y una mirada desganada que, muy en el fondo, le pedía abandonar cualquier motivo oculto que tuviese.

Pero no estaba pensando en nada, tampoco planeando algo. Chuuya no se daba el suficiente crédito. Era la única persona que podía hacerle actuar sin pensar más de dos veces o atraerle tan fácilmente con un poema o canción.

―¿Qué quieres? ―preguntó el pelirrojo, con cansancio y los hombros ligeramente caídos―. ¿No tuviste suficiente con torturarme ayer?

―Eres cruel, Chuuya, no hice tal cosa ―respondió, sin notar que el volumen de su voz bajó―. Pero sí te pedí que habláramos.

―Hablamos, no necesitamos hacerlo otra vez.

Conocía tan bien las acciones que precedían a sus palabras que, cuando el pelirrojo quiso darse la vuelta y alejarse, Dazai lo detuvo antes de que pudiera iniciar el movimiento. Sus dedos se cerraron alrededor de su muñeca izquierda y como imaginó, Chuuya no intentó zafarse al instante. Solo se quedó ahí, mirándole otra vez a los ojos y esperando que diera sentido a lo que hacía.

Y saber que Chuuya seguía reaccionando y cediendo más al contacto físico que a las palabras, le produjo una rara sensación. No sabía cómo clasificar o describirla, pero no era incómoda. Era todo lo contrario. No sabía como llamarla, pero estaba seguro de que la había sentido años atrás; en otro lugar, pero frente al mismo hombre.

―Chuuya, estamos en la misma ciudad, otra vez, y en la misma universidad―habló, y soltó un suspiró, mas no la muñeca que sostenía―. Quieras o no, terminaremos encontrándonos más de alguna vez. ¿Por qué no hablar sinceramente y hacer que esto deje de ser incómodo para ambos?

El pelirrojo pareció considerar sus palabras, pero rápidamente las descartó; no así los dedos en contacto con su piel.

―No lo sé, ¿tal vez por qué tú, de todas las personas, no sabes hablar con sinceridad? ―contraatacó, satisfecho de notar como la expresión de Dazai se tornaba casi imperceptiblemente amargada para cualquier otra persona que no fuese él―. Además, no hay nada entre nosotros como para que algo sea incómodo.

―Esa es una mentira y lo sabes. Tuvimos una relación que, creo, aún te importa. Si no fuese así, no habrías llamado anoche.

Notó como apretaba los puños y bajaba la cabeza, ocultando parte de su mirada detrás del largo flequillo. Con la mandíbula tensa, volvió a hablar, sin pensar o querer ocultar más lo que sentía.

―¿Y qué si aún me importa...? ―masculló, casi lo suficientemente bajo para pasar desapercibido, pero Dazai logró escucharle―. ¿Por qué respondiste?

Porque estaba leyendo el poema que me escribiste, porque estaba pensando en ti, se dijo a sí mismo, y Chuuya tenía razón. No podía hablar con total sinceridad. No todavía, no completamente.

―Me tomó por sorpresa que aún tuvieras mi número ―respondió, entremezclando las excusas con la realidad ―. No creí que eras tú, así que yo...

Sus dedos se cerraron un poco más alrededor de la muñeca ajena. Sintió su pulso, golpeando contra las yemas de sus dedos; rítmico, tranquilo y constante. Notó el calor de su piel, el mismo que sin quererlo compartió con él.

―¿Tú qué? ―insistió Chuuya.

¿En qué momento había desviado la mirada? Se preguntó Dazai, pero entendía por qué lo había hecho. No podía sostener su atención en el rostro ajeno sin recordar algunas cosas, sin volver a intentar clasificar en una gama de colores donde se posiciona específicamente el color de ojos de Chuuya. Tampoco podía con su expresión; tan confundida como ansiosa por respuestas que no sabía si era buena idea entregar.

Si le decía todo, ¿lo comprendería?, ¿entendería por qué necesitaban quedarse lejos el uno del otro? Y al saber lo difícil que era para él no pensar o intentar buscarle en ese momento, ¿aceptaría y perdonaría las decisiones que tomó?, ¿pasaría por alto que, durante cuatro años, no pensó en él más allá de un par de veces y cuando se sentía más débil? Y si le dijera aquello, ¿lo odiaría un poco más? ¿Sería suficiente para lograr que dejasen de pensar en el otro y recordar su pasado juntos? Tal vez debería hacerlo, parecía ser lo mejor, pero en el fondo no quería que ocurriera eso. Y no entendía por qué temía perder esa conexión que hace tantos años rechazó...

―Dazai. ―Kunikida se acercó en cuanto notó como la expresión del pelirrojo se tornaba tan confundida como dolida ante su silencio. La mano del rubio sobre su hombro hizo que sus dedos perdieran fuerza, y Chuuya se alejó sin esperar más―. Lo siento, ¿te está molestando?

La mirada azulina se alejó de él y se posó en Kunikida. Notó cómo el pelirrojo miró a su amigo de pies a cabeza y luego negó, sin saber realmente qué decir.

―No, él...

―Sí, lo está haciendo ―intervino Akutagawa, decidiendo que ya había visto suficiente―. Lo siento, Dazai, pero tengo que llevarme a Chuuya ahora. Se nos hace tarde.

Siguiendo sus mismas acciones, el pelinegro tomó al mayor desde la muñeca y lo alejó un poco más de su lado. Dazai no pudo pasar de alto esa acción, tampoco lo fácilmente que Chuuya se acercó a Akutagawa.

―No pensé que eras ese tipo de hombre, Akutagawa ―comentó, sin pensar realmente lo que decía, pero estando consciente en que su mirada vacía se posó en el menor sin importarle la atención a su alrededor―. Pensé que le eras fiel a tu novia.

La mano sobre su hombro se tensó, escuchó a Kunikida mencionar su nombre con sorpresa y advertencia, pero solo prestó atención al rostro conmocionado del pelirrojo frente a él, quien volvía a mirarle como si no pudiera creer que se atreviera a decir tal cosa.

Pero debería saberlo, ¿no? Ya que Chuuya, lamentablemente, era la persona que más y mejor lo conocía.

―No sabes nada ―respondió Akutagawa, controlando la molestia que se reflejó en su rostro y gestos―. Y de todas formas no me importa, piensa lo que quieras.

Soltó la muñeca de Chuuya, Dazai tuvo que reprimir la satisfacción que sintió al ver que el guitarrista se daba la vuelta y se alejaba de ellos sin mirar atrás; tomando la funda de la guitarra que dejó de lado y un par de cosas más. Casi hubiese sonreído si no fuese porque el pelirrojo decidió seguir al chico sin pensarlo dos veces.

―¡Ryuu! ―llamó con preocupación y, antes de alejarse, miró a Dazai una vez más; la ira volvía a reflejarse en su rostro, podía ver un poco de decepción en él―. Ibas tan bien, pero siempre tienes que decir algo estúpido.

―Chuuya ―Decir su nombre logró hacer que le diese un poco de su atención por última vez. Los ojos azules volvieron a posarse en él, tan impacientes como confundidos―. Llámame.

El pelirrojo no respondió, pero si Dazai tuviera que adivinar por las emociones que se reflejaron en el brillo de sus ojos, suponía que, tarde o temprano, Chuuya volvería a llamar. Y esta vez, se aseguraría de responder. Tal vez para tener un cierre, tal vez para un inicio. Aún no lo sabía.

Observó a Chuuya tomar una de las últimas cosas que Akutagawa había dejado atrás y luego seguir al pelinegro, diciendo algo que, a causa de la distancia, no podía escuchar, pero Dazai estaba seguro de que intentaba solucionar el efecto que sus palabras produjeron en el chico.

Soltando un suspiro, comenzó a caminar nuevamente en dirección a su piso compartido. Kunikida le siguió en silencio por un par de cuadras, sin saber por dónde comenzar con sus preguntas. Jamás había visto al moreno actuar de esa forma, ni siquiera con su grupo de amigos. Si tuviera que pensar en alguna persona con la cual había visto a Dazai comportarse con tanta confianza, ese sería Oda, pero, de todas formas, no se comparaba a su interacción con ese pelirrojo.

Con ese chico era como... como si Dazai dejara de fingir alguien que no era. Como si pudiese dejar la máscara que siempre utilizaba a un lado, sin temor a ser juzgado por su verdadero ser.

―¿De dónde conoces a ese chico? ―preguntó Kunikida, cuando llegaron frente al edificio.

Mirando a la distancia, Dazai respondió.

―De un mal y buen recuerdo que no debería volver a tocar.

―Odio cuando hablas de esa forma ―masculló el rubio, soltando un suspiro y sin querer obligar al otro a decir más―. Ranpo hace lo mismo.

Dazai solo rio de eso y lo llevó a su departamento.

Su compañero de piso no estaba, y el moreno tampoco sabía si es que este regresaría esa noche o no. De todas formas, no le importaba. Kunikida se desplomó sobre el sofá y revisó las correcciones en la gramática y estilo que había pedido a Dazai realizar. Mientras tanto, Dazai se sentó a su lado y comenzó a enumerar las correcciones que había hecho y por qué. Y, aunque para cualquier otro parecería que el moreno estaba totalmente concentrado y no actuaba fuera de lo normal, el rubio notó que mantenía su teléfono cerca, y cada vez que recibía una nueva notificación lo observaba. La decepción, que se reflejaba en su rostro cada vez que leía el nombre de la persona que le enviaba un mensaje, era notoria.

Cuando terminaron de revisar todo, Kunikida no estaba apresurado por marcharse. Tampoco parecía buena idea dejar solo a Dazai en ese momento. Comenzaron a platicar sobre cualquier cosa, desde las clases hasta sobre los planes que Yosano tenía para ese fin de semana y en los cuales, obviamente, los incluiría. El rubio se quejó al pensar que no existía excusa que pudiese dar para librarse, y el otro hombre se burló de él, pero mencionó que no le haría mal ir con ellos y relajarse un poco.

Entre eso, Kunikida recordó que el local que quería visitar Yosano solía tener música en vivo. Mientras hablaba, Dazai se distrajo, su cabeza enfocada solamente en ese último detalle, y murmuró para sí mismo si es que Chuuya cantaría alguna vez en ese lugar.

―Está bien si no me respondes, pero tengo curiosidad... ¿De dónde conoces a ese chico?

―¿Chuuya? ―cuestionó, Kunikida asintió. Dazai desvió la mirada, volvió a posarla en la pantalla oscura de su teléfono, y respondió―. Fue mi novio cuando vivía en Yokohama. Terminamos antes de que me mudara a Kyoto.

No esperaba esa respuesta tan sincera, ni tampoco la relación entre Dazai y ese pelirrojo. Sin embargo, por la forma en que ese chico miraba a Dazai, y la forma en que Dazai lo miraba a él, había sospechado que de algo así se podría tratar.

―Hace cuatro años, eh... ―murmuró, sin saber qué decir, pero obligando a las palabras a salir―. Debías tener unos, ¿qué? ¿Diecisiete años?

―Dieciocho ―corrigió, sin mirarle―. Rompí con él la mañana de mi cumpleaños.

Una vez más, las respuestas sinceras le sorprendieron. Había mucho que no sabía de Dazai. Todo lo que conocía de él, era de su tiempo en Kyoto, pero ¿sobre Yokohama y su vida antes de Oda? Nadie lo sabía. Ni él, ni Yosano, ni Ranpo, ni mucho menos Atsushi.

―¿Por qué...? ―preguntó, aunque sabía o imaginaban la razón detrás de esa ruptura.

―Conocí a Odasaku ―respondió Dazai―. Y él se marchó de Yokohama, y yo no quería estar sin él, así que dejé a Chuuya y lo seguí aquí. El resto es historia, Kunikida, ya la conoces.

―Pero él no lo sabe. Chuuya no lo sabe.

―Solo sabe lo principal. Sabe que lo dejé por alguien más, pero no que esa persona fue el detonante para, bueno, todo esto. ―Se señaló a sí mismo, sonriendo y burlándose de su propia persona―. ¿Crees que si le cuento todo me odiaría...?

―Han pasado cuatro años, Dazai. Ambos eran niños, ¿no? ―Dazai asintió―. Tal vez no te odiaría, pero no puedo decir que, lo que le digas, no le afecte, no lo conozco. Demonios, ni siquiera puedo adivinar como tú reaccionarías y eso que te conozco desde hace tres años.

―Estaría enojado ―respondió, manteniendo la mirada lejos de la persona al otro lado del sofá―. Si supiera que Chuuya dejó todo para estar con otra persona que no era yo, realmente estaría enojado... Tal vez lo odiaría, porque eso sería más fácil que perdonar y olvidar todo. Si me odiara, sería lo mejor.

―¿Lo sería?

―No estoy seguro ―confesó, y volvió a sonreír para sí mismo, esta vez, pensando en alguien más―. Jamás pude predecir qué hará o dirá Chuuya. Eso no ha cambiado.

Dazai continuó mirando el teléfono, tocando con la yema de sus dedos la lisa pantalla. Seguía a oscuras, sin una llamada entrante o un mensaje inseguro. Kunikida lo observó en silencio, luego el reloj de pared. Se hacía tarde, pero seguía pensando que necesitaba quedarse con Dazai un poco más.

―Tiene una voz maravillosa ―comentó de la nada. Por el rabillo del ojo, notó que Dazai asentía.

―Sí, la tiene ―respondió, echando la cabeza hacia atrás, apoyada en el respaldo del sofá y mirando el blanquecino techo―. También escribe muy bellos poemas.

El compañero de piso de Dazai llegó medio hora después. Kunikida lo saludó con palabras tensas y se disculpó por no haber avisado que pasaría por ahí. El otro hombre de cabello oscuro y ojos casi rojizos le restó importancia. Pasó a su lado, él y Dazai compartieron una de esas miradas vacías que solían intercambiar de vez en cuando, y se marchó a su habitación, deseándole al rubio una buena noche. Bueno, a pesar de toda la mala vibra que el otro sujeto siempre le producía, al menos tenía educación, muy diferente a su roommate.

Kunikida se marchó a eso de las ocho de la noche, agradeciéndole a su amigo el haberle ayudado con su informe. Dazai mencionó que le cobraría la ayuda, y que pensaría en algo que quisiera. Mientras el rubio se alejaba mascullando que esa actitud no debería sorprenderle, el moreno se quedó observándolo marcharse con una sonrisa que desapareció en cuanto volvió a entrar al departamento.

Dostoyevski no había salido de su habitación desde que regresó, seguramente estaba estudiando una vez más, y adivinó que el otro cenó afuera. De todas formas, no cocinó nada para la noche. No tenía apetito, ni tampoco sería la primera vez que se saltaba una comida.

Suspirando, apagó las luces del salón sin importarle si era demasiado temprano para dormir. Podría leer un rato, pensó. Iniciar la nueva novela que había comprado esa tarde. Entonces, mientras caminaba a oscuras entre la mesa de café y el sofá para tomar su teléfono, este se iluminó con una llamada entrante.

No reconocía el número, pero decidió responder de todas formas. Entre la oscuridad, volvió a sentarse en el sofá, soltando un suspiro una vez más, mientras se llevaba el teléfono a la oreja y saludaba.

―Diga.

¿Qué tienes que hacer mañana?

No creyó que la llamada llegaría tan pronto, y la sorpresa le hizo perder las palabras por un par de segundos. Su cabeza repitió el tono al otro lado de la línea y cuando, finalmente, la pudo reconocer, encontró nuevamente su voz.

―¿Chuuya...?

Sí, idiota, Chuuya ―resopló. Dazai podía imaginar perfectamente su rostro molesto, y aquella imagen casi le hizo reír, casi le hizo sentir mejor―. Responde a la pregunta.

―Es un día de escuela, Chuuya ―contestó, hablando con un tono despreocupado―, pero mi primera clase es a las una.

Bien, encuéntrame en una hora en la plaza de esta tarde.

―¿Qué? ¿Tienes ganas de recordar viejos momentos y pasear de noche?

¿Y qué si quiero hacer eso? Adelante, júzgame, no me importa.

Dazai no respondió. Miró hacia el pequeño brillo que entraba por la ventana entre el televisor y un librero. Sin darse cuenta, sonrió para sí mismo, y volvió a hablar.

―Te veré ahí.

Continue Reading

You'll Also Like

11.4K 1.2K 16
Resumen: Alfred no tiene elección, el joven lobo tiene que adentrarse en lo más profundo del bosque en busca de la bruja de las leyendas para que cu...
5.9K 511 5
es una historia pasada casi pero casi al 'increíble mundo de Gomball' va a tener 29 capitulos o 19 alo mejor si ven Esto espero y les guste mucho (...
817K 97.7K 118
Después de que esa persona se fuera de su vida estaba sola. Pasó toda su adolescencia con ese hecho, y es que su condición la obligaba a no entablar...
106K 9.3K 47
El verano terminó y comienza un nuevo ciclo escolar. A pesar de que comienza la preparatoria en una nueva escuela, Chuuya no se encuentra demasiado n...