Volver en ti

By noregrets02

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Agoney es un chico que quiere creer que lo tiene y lo sabe todo hasta que se ve envuelto en una vida que le m... More

Presentación y AVISOS
I - Plan A: Encuéntrate
II - Fase 1: Primer acercamiento
III - Fase 2: Distancia
IV - Fase 3: La salida del sol
V - Fase 4: Un imprevisto
VI - Fase 5: El juego de la curiosidad
VII - Fase 6: Hablar de ti y de mi
VIII - Fase 7: Bailar pegados en un compás propio
IX - Fase 8: Llegada a la cima
X - Fase 9: En el ojo de la tormenta
XI - Plan Fallido
XII - Recalculando
XIII - Plan B: Vuelve en Ti
XIV - Fase 1.2: El camino
XV - Fase 2.2: Los Aliados
XVI - Fase 3.2: El espacio
XVII - Plan B Superado
XIX - Plan C: Echar raíces
XX - Fase 1.3: Mano a Mano
XXI - Fase 2.3: Asentamiento
XXII - Fase 3.3: Un buen adiós
XXIII - Fase 4.3: Reafirmarse
XXIV - Plan C: Completado
XXV - Consideraciones Finales
XXVI - Observaciones
XXVII - Fin: Misión Cumplida
Epílogo
Agradecimientos

XVIII - Vistazo General

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By noregrets02

A la mañana siguiente, Agoney despertó despatarrado en la cama, casi sin importarle el horrible sonido del animal desgañitándose. Casi.

Se estiró entre cortos gemidos de comodidad y, antes de abrir los ojos, sonrió recordando la tarde anterior. Raoul le había perdonado, le había dicho que le quería en su vida y, aunque no habían aclarado exactamente el qué, estaban empezando algo, un camino juntos.

Lo único malo en ese momento era que no había ningún cuerpo junto a él en la cama, nadie al que abrazarse al despertar y a quien darle un buen beso de buenos días; pero al fin y al cabo habían dicho que irían despacio, puede que amanecer juntos y hechos un nudo de extremidades fuera demasiado íntimo... o también puede que fuese demasiado tarde y Raoul hubiera tenido que bajar ya a trabajar.

Estiró el brazo para coger el móvil de su mesilla y comprobó la hora viendo que, ciertamente, era un poco tarde; en el sentido de la granja, para él seguía siendo bastante pronto. Pero cuando se incorporó para apoyar la espalda en la pared y trastear un poco con las redes sociales, observó que había una nota en el mueble de su derecha. Con el ceño algo fruncido volvió a estirarse para coger el papel.

"Si te levantas demasiado pronto y te sorprende no verme ahí, no entres en pánico. He salido un poco antes, trabajar me ayuda a asentar las ideas y tengo que seguir procesando todo lo que pasó ayer, y bueno, todo lo que ha pasado desde que llegaste. Nos vemos luego. Raoul".

Agoney sonrió de lado, al parecer ninguna de sus suposiciones había estado desacertada, pero era lo lógico. Tras dejar el papel volvió a coger el móvil y le mandó un mensaje a Ana diciéndole que todo iba bien allí y que le llamase cuando se despertara.

Aunque sabía que no tenía nada que hacer, tampoco le parecía bien quedarse durmiendo hasta tarde mientras el resto trabajaba, así que fue al baño y bajó a desayunar con Laura y Roberto.

—Buenos días, ¿has dormido bien?

—Mucho —confirmó algo vergonzoso.

—Y nosotros pensando que habías vuelto porque te habías encariñado de nosotros.

A punto estuvo de verter el café en la mesa cuando las palabras llegaron a sus oídos.

—Eh... yo... o sea, todos me habéis ayudado mucho y...

—Tranquilo, que es broma —le cortó Laura al ver como se ponía rojo—. Me alegro de que todo esté yendo bien.

—¿Qué vas a hacer hoy?

—Pues había pensado ir por el pueblo, conocerlo un poco más y eso.

—Es una gran idea, espero que lo disfrutes.

Cuando ya iba por el camino de salida de la finca, una voz llamó su atención y se giró para ver a Aitana que le saludaba a lo lejos, con una sonrisa en la cara y al lado de Raoul, que renegaba con la cabeza. La chica le dio un pequeño codazo y él le saludó también con un gesto y un guiño antes de alejarse con Roma a su lado.

Agoney rio por lo bajo y continuó su camino.

—¿Me vas a decir por qué has salido de la casa de los jefes esta mañana? —le había preguntado Aitana a Raoul unas cuantas horas antes con bastante retintín.

—¿Cómo lo sabes? He salido más temprano de lo que sueles llegar.

—Javi estaba por aquí y me lo ha comentado.

—¿Javi? —cuestionó con una ceja alzada.

—Aquí todos somos igual de cotillas, no te sorprendas.

—No lo hago, mientras que no me tratéis como una paria podéis cotillear cuanto queráis.

—Ni que estuviéramos en una telenovela, chico. Ahora cuéntame...

—No es lo que tú piensas.

—¿Te has despertado a las cuatro de la mañana y has decidido venir aquí a desayunar o Agoney ha conseguido camelarte y has dormido con él?

—Siendo honestos, lo segundo se acerca más a la realidad.

—Que me lo cuentes antes de que el veterinario termine con las vacas, coño —inquirió dándole un manotazo en el brazo a su amigo.

—A ver, ayer quedamos para hablar en plan bien, sin... sin estar a la defensiva y esas cosas.

—¿Lo conseguiste?

—Puede que al principio no mucho, hasta que le escuché de verdad. Puede que ya lo hubiera juzgado demasiado y me tocara intentar entenderle un poco, ¿no?

—Que tus ganas de comerle la boca superaron a tu orgullo, lo capto.

—¿Sabes que no sé por qué somos amigos?

—Sí, sí, tú sigue.

—Pues eso. Entre sus explicaciones me dijo lo que quería hacer aquí y... me dijo que me quería.

—¿¡Cómo!?

—No en plan amor eterno ni nada de eso, no te alteres mucho. Dijo que me quería en su vida. Y puede que la noche que volvió también me lo dijese, pero esto no es lo importante. Me explicó bien qué fue lo que le hizo irse como se fue y cómo se sentía para volver, y aunque llevaba días intentando no hacerlo, le creí.

—A mí también me convenció un poco cuando hablé con él, así que no voy a reprocharte eso.

—La cosa es que nos gustamos. —Ante la cara de obviedad de Aitana, rodó los ojos y prosiguió.— Él tiene sus cosas que tiene que superar por sí mismo y yo también tengo las mías, pero creo que ahora estamos en un punto en el que podemos encargarnos de eso por nuestra cuenta y a la vez intentar algo con el otro.

—¿Entonces estáis juntos?

—No exactamente, hemos decidido estar en algo pero ir despacio y eso. Ir viendo cómo nos sentimos juntos, sin compromisos a futuro.

Aitana asintió y se mordió el labio inferior en una expresión que hizo a Raoul fruncir el ceño e instarle a que soltara lo que le pasaba por la mente.

—Yo creo que sigo un poco enfadada.

—Aiti —dijo Raoul en un tono tranquilo y comprensivo—, lo que te dijo te dolió y es normal, al final fuiste la única que se enfrentó a eso cara a cara después de haber estado a buenas con él. Tus sentimientos no tienen nada que ver conmigo.

—Es que siento que exagero, me parece que a ti te hizo algo más feo que a mí y le has perdonado.

—Primero que todo, eso es subjetivo. Pero también tienes que tener en cuenta que si hemos decidido ir despacio, en parte es porque todavía me causa rechazo lo que pasó, no lo he olvidado —aclaró—, simplemente la parte de mí que le quiere ha ganado esta batalla, ya lo has dicho antes. Pero igualmente, si a ti algo te molesta no puedes evitarlo, y no diría que estás exagerando, te sientes como te sientes y ya. Tampoco le estás maltratando, no te martirices.

—¿Le dijiste que tú también le querías? —cambió de tema, aunque las palabras de Raoul sí le habían servido para relajarse.

—Sí. O sea, en mi vida y eso...

—Qué flojo eres.

—Gilipollas —la insultó dándole una colleja entre risas de ambos.

—Mira, hablando del rey de Roma. ¡Ey, Ago!

Aitana saludó a Agoney, que salía por la puerta de casa, y después miró a Raoul, que simplemente se quedó mirando en aquella dirección.

—Pero bueno, saluda a tu... cosa especial.

Raoul negó con la cabeza hasta que sintió un codazo en las costillas, y tras rodar los ojos, saludó a Agoney con un gesto de la mano y un guiño; después llamó a Roma y siguió con su trabajo. En el fondo agradeció que Agoney hubiera decidido salir de la finca, así seguía dándole el espacio que necesitaba y eso sólo le decía que habían tomado una buena decisión.

Agoney esa mañana caminó por el pueblo, se detuvo a observar los detalles de los edificios de la plaza del centro, descubrió un pequeño castillo que se podía visitar los fines de semana, se pasó por un par de tiendas artesanales, y cuando el sol empezó a pegar con algo más de fuerza se encaminó al parque, dónde se sentó bajo la sombra de un árbol a escuchar música mientras observaba su alrededor.

Era muy distinto a la otra vez que estuvo allí, se sentía bien y no tenía ganas de llorar, al contrario, una sonrisa llevaba plantada en su cara desde el principio. Se sentía vivo, incluso le dio un par de patadas a un balón que llegó a sus pies porque uno de los niños que estaban jugando lo había pateado demasiado fuerte. No hizo mucho más que devolvérselo, el fútbol nunca había sido lo suyo, pero le gustó sentir que interactuaba con el lugar.

Un rato después, cerca de las once, Ana le llamó tal y como él le había pedido, y pasaron un par de horas hablando, de cómo había sido la vuelta de Agoney, de todo lo que Ana tenía que preparar para irse, de sus planes de irse a la playa con sus madres para relajarse antes de todo el lío que sería la mudanza...

Cuando se quiso dar cuenta, era casi la una del mediodía, acababa de colgar la llamada porque Ana iba con una amiga a tomarse algo, y él decidió que se merecía un caprichito así, así que se dirigió al bar al que había ido con el grupo unos días antes.

Al entrar reconoció tras la barra a Luis Cepeda, uno de los amigos de Raoul y compañía, y se sintió un poco nervioso, porque no tenía muy claro qué sabrían de él los que no trabajaban en la granja, pero no podía vivir con miedo, así que se sentó en un taburete y pidió una cerveza.

—Marchando.

No había mucha gente, estaban ocupadas un par de mesas por chavales de unos quince años y en la barra se podía ver a un señor mayor leer el periódico, una mujer de unos cincuenta charlar con otra que se encontraba de pie, como si llevaran unos cinco minutos despidiéndose, y un grupo de hombres con monos de trabajo que conversaban alegremente.

—Aquí tienes, Agoney.

—Muchas gracias.

—Raoul me comentó que habías vuelto —le habló un minuto después, tras dejarle un cuenco con patatas fritas.

—Bueno, sí, aquí estoy.

—¿Has... hablado con él? —En la voz de Cepeda se notó el intento de ser sutil, como quien quiere que le cuentes algo sin hacer ver que le interesa.

—Sí —él decidió no irse por las ramas—, ayer justamente. Aclaramos algunas cosas y creo que puedo decir que fue bien.

—Me alegro, de verdad. Espero que ahora seas simpático como el día que te conocí y no un imbécil como Raoul me ha repetido demasiadas veces.

La sinceridad era algo que Agoney agradecía normalmente, y en ese momento no la despreciaba, pero no pudo evitar que sus mejillas se coloreasen un poco por la vergüenza, eso no le hacía ninguna gracia. Respiró hondo para relajarse y se encogió de hombros.

—Me lo merecía. Pero no tendréis que pegarme ninguna paliza, lo prometo.

—Sobre lo primero... en gran medida te lo merecías, sí, pero también te digo que el hecho de que mi amigo sea un cabezota negador aportaba bastante a que se enzarzara contigo.

Luis le hablaba a trozos mientras atendía a otros clientes, y Agoney le escuchaba mientras le miraba con una media sonrisa

—Y sobre lo de la paliza... pues somos un grupo de amigos intenso, no te lo voy a negar, pero que sepas que yo te he echado más de una mano con Raoul.

Agoney rio escuetamente ante esa nueva verdad, realmente aquella gente era increíble, había tenido mucha suerte de encontrarlos.

—Muchas gracias, entonces.

—Ser camarero hace que te metas un poco en el papel de maruja celestino, de tanto oír historias te entran ganas de intervenir.

—Puedo comprenderlo —concedió con una sonrisa en los labios.

—También ha sido interesante ver dos caras de una misma moneda, ¿sabes?

—¿Por qué lo dices?

—Raoul y tú, llegar de la vida lujosa en la ciudad a la vida de trabajador en un pueblo pequeño.

—A él se le dio mejor.

—Bueno... Sólo te digo que fuera como fuese realmente, estaba en otras circunstancias, no te comas el coco por eso, cada persona es un mundo —Cepeda se encogió de hombros, alejándose un momento para servirle otro vino a los trabajadores.

—Por cierto, no sé cuánto tiempo planeas quedarte, pero si vas a ser algo de Raoul y encima te llevas con Alfred y Mireya, espero que te veamos en las quedadas del grupo de vez en cuando.

—Me voy el sábado que viene, pero no pretendo desaparecer del todo. Y estaré encantado de quedar con vosotros, si me aceptáis, claro.

—Después de lo que estoy teniendo que aguantar con vuestro drama amoroso más te vale venir, iría a buscarte yo mismo. Y estás invitado siempre que quieras, tú tranquilo. Pero que ya te dejo en paz, supongo que estás teniendo bastantes conversaciones de amigos protectores.

—Ya lo has dicho, un grupo de amigos intenso —rio de nuevo levantando su botella antes de beber—. Es guay tener amigos así.

—Bueno, depende del día. Pero sí, en general es guay.

Agoney volvió a la granja para comer, encontrándose con que sólo estaban Alfred, Mireya y él, Aitana había ido con Raoul a comprar unas cosas que hacían falta y ya aprovecharían para comer fuera antes de que el catalán tuviera que volver al trabajo.

Mientras acababan la ensalada de pasta, hablaron de las novedades, es decir, de la conversación de Raoul y Agoney el día anterior; y después de zanjar ese tema y de que los hermanos prometieran no meterse mucho en sus asuntos y comportarse como simples amigos en común, pasaron a hablar sobre sus vacaciones.

Cuando tuvieron que volver al trabajo, Agoney subió a su habitación a dormir una siesta, pero antes de acostarse le llegó un mensaje de Nerea y decidió hablar un poco más con ella, sabía que necesitaba abrirse nuevos círculos y le parecía una buena oportunidad empezar con sus compañeros de clase. Aun así, después de charlar sobre cómo iba el verano, consiguió echar una cabezada algo larga.

Una vez despierto bajó a la cocina para tomarse un café con Anastasia, y mientras hablaban de diversos temas poco profundos, se le ocurrió una idea.

Miró la hora que era, Raoul terminaría de trabajar en un par más, por lo que le dio tiempo a prepararse, salir hacia los establos, y decidir cómo haría para llevar a Bambi y Galadriel hasta donde él estuviera.

Al final consiguió preparar a ambos animales y que le hicieran caso y le siguieran tranquilamente, sólo le había costado un par de manzanas y caricias en el morro. Vio a Raoul despedirse de unos compañeros y avanzar hacia el camino y aceleró un poco para interceptarle.

—¿Me concede usted un agradable paseo?

Raoul le miró levemente sorprendido y se mordió la sonrisa antes de darle una respuesta.

—Me encantaría.

Con un impulso subió a los lomos de Gala y esperó a que Agoney hiciera lo mismo con Bambi.

—¿Has estado practicando?

—Puede, pero no lo afirmaré.

—Bueno, pues ¿a dónde vamos, caballero?

—No quiero entretenerte mucho, y dentro de poco será la hora de cenar, así que he pensado que podíamos dar una vuelta y luego tú decides si irte a casa o cenar con nosotros.

—Esto me suena... ¿Me quieres secuestrar en la granja?

—Es sólo por si se nos hace tarde, ¿no te gustaría ver aquí la puesta de sol?

Raoul le miró a los ojos, más claros con la luz del atardecer, y asintió antes de acercarse lo máximo que pudo y agacharse para dejar un beso en la comisura de sus labios.

—Vamos.

Cabalgaron entre piques, empujones suaves, risas, y alguna que otra parada para darse besos tontos en distintos lugares de la cara, evitando los labios, que sólo les dejaba con ganas de más; llegaron hasta el claro de la otra vez y dejaron a los caballos junto a unos árboles.

Un rato después, estaban sentados mirando al cielo, hablando entre silencios tranquilos, como si estuvieran juntos y a la vez cada uno en un lugar, era gratificante estar llegando a esa comodidad después de pasar tantos sube y baja. El paisaje era completamente tranquilo, al menos hasta que, en medio de un comentario, Raoul apretó con un dedo en el costado de Agoney, haciendo que se sobresaltara.

—¿Tienes cosquillas?

Agoney se incorporó de golpe, mirándole con cautela antes de negar con la cabeza.

—Tienes cosquillas —afirmó esa vez.

En menos de treinta segundos, los dos estaban de pie y habían echado a correr, Agoney delante y Raoul persiguiéndole.

Una de las veces que Agoney se giró para ver la distancia que les separaba, Raoul se tragó una exclamación, pero cuando quiso avisarle de lo que iba a pasar, ya era demasiado tarde, Agoney había caído en un charco de barro húmedo y se había quedado estático.

—¿Estás bien? —preguntó en mitad de un intento fallido de aguantarse la risa.

Agoney entrecerró los ojos, pero al segundo los relajó, dibujando una pequeña sonrisa en su rostro y estirando el brazo.

—Claro, ¿me ayudas?

Raoul asintió, algo culpable por no conseguir tragarse la risa, y agarró su mano para tirar de él, y habría podido si el tirón que pegó Agoney no le hubiese pillado desprevenido.

—¡No has hecho eso!

—No sé de qué me hablas —contestó con fingida inocencia que se mezcló con una carcajada.

—Bueno, pues mira, ahora no te escapas.

Raoul se inclinó sobre él, clavando los dedos en sus costillas y consiguiendo así que se revolviese por las cosquillas, que intentaba parar inútilmente dando manotazos al aire e intentando hacer que sus cuerpos cediesen hacia la derecha, para poder quedar él por encima.

—Para, para, para.

—Tómatelo como una dulce venganza.

Agoney finalmente consiguió hacerles rodar para que segundos después Raoul deshiciese el movimiento hacia el lado contrario y le inmovilizase apoyando cada rodilla a un lado de su cuerpo.

—Por cierto, sí que has avanzado —comentó en un momento en el que ambos frenaron para coger aire—, parece que ya no odias tanto el barro.

—Es una completa asquerosidad —repuso volviendo a la batalla y sujetando con fuerza las caderas de Raoul para volver a girarles.

Raoul sintió su espalda tocar el suelo húmedo y, antes de darle tiempo a un contraataque, frenó las manos de Agoney a escasos centímetros de sus costados, consiguiendo que se removiese sobre él para intentar soltarse, pero tiró con fuerza de él provocando que cayese tumbado encima de su torso.

—Pero no has salido corriendo.

—Ya... Pero el problema del barro es, por ejemplo, que te besaría ahora mismo, si no oliese fatal.

Raoul soltó una carcajada, el comentario había conseguido desarmarle y habría sido una ventaja para Agoney si no se hubiese quedado pillado en aquella risa y en los ojos que le miraron brillantes entrecerrados.

Allí, con el sol a punto de ponerse, lleno de tierra húmeda hasta las trancas, con el cuerpo de Raoul bajo el suyo y sus pupilas fijas en él, mirándole feliz, dejó de importarle lo asqueroso que se sentía y falló a sus últimas palabras; tal y como en su primer beso, se dejó caer hasta que sus bocas se juntaron.

Fue respondido sin demora, Raoul le soltó las manos para aferrarse a su espalda e impulsarse hacia arriba para profundizar el beso. El pringue hacía sus manos resbalar, por lo que se esforzaban en agarrarse mejor, sujetando la tela entre los dedos. El calor de la tarde se iba desvaneciendo y ellos intentaban conservarlo casi inconscientemente juntándose sin dejar espacio a nada, ni al aire, ni al barro, ni al tiempo. Fue el pequeño gemido que se le escapó a Raoul cuando Agoney apretó sus caderas lo que le hizo separarse.

—Creo que mejor paramos...

—Te prometo que entiendo el concepto de ir despacio —avisó Agoney mientras se quitaba de encima.

—Ya. Yo creía que también.

Volvieron a mirarse y volvieron a reír, estaban algo avergonzados por el momento que acababan de compartir, en el que sus cuerpos habían abandonado a la razón por un momento, por lo que ninguno hizo más comentarios al respecto, agradeciéndoselo al otro mentalmente.

—Ahora necesito ducharme urgentemente, y no estoy muy seguro de que pueda montar a caballo así.

—Lo peor que te puede pasar es resbalarte —apuntó Raoul encogiéndose de hombros y poniendo rumbo a los animales—, tú sólo intenta no hacerlo.

—A veces me sigues cayendo mal.

—Agoney, recuerda que ahora sé un lugar donde tienes cosquillas.

Agoney levantó las manos en señal de paz y caminó a su lado.

—Vamos a tardar un rato en lavarlas y ya es tarde —comentó Agoney un rato después, ya en los establos, mientras cogía la manguera.

Quería decirle que se quedara, pero le daba miedo pasarse de pesado y que huyera, pero ahora que podía tenerle cerca necesitaba aprovecharlo, al fin y al cabo, cuando volviese a casa no le vería ni la mitad de tiempo por mucho que fuese a la granja cuando pudiese.

—Me quedo a cenar, no te preocupes.

Y es que aunque Raoul quisiera ir tanteando el terreno, tampoco podía seguir reprimiendo lo que quería, que en ese momento era estar con Agoney, besarle, y sentir que, efectivamente, había tomado una buena decisión al perdonarle.

—Madre mía —exclamó Anastasia en cuanto cruzaron la puerta de casa—. A la ducha ya, los dos, y luego vais a limpiar el suelo.

Ambos chicos asintieron sin ninguna intención de objetarle nada a la mujer, que tenía los ojos como platos y una expresión parecida a la consternación, pero algo más suave.

—En cada habitación hay un baño, pero sólo tengo un bote de champú y otro de gel.

—Puedes ducharte tu primero, no me importa.

Así lo hicieron, y Raoul esperó pacientemente en el pasillo a que Agoney terminase, poniendo la excusa de no mancharle más la habitación, aunque en realidad lo que quería era no tener que lidiar con él en toalla.

Todo iba perfecto, Agoney salió vestido y le dejó pasar mientras él bajaba a limpiar el suelo que habían llenado de barro, pero cuando un rato después Raoul no hacia acto de presencia, subió a comprobar que no le pasaba nada.

—¿Raoul? —llamó a la puerta del baño— ¿Estás bien?

Él se sintió un poco tonto al ver que llevaba al menos cinco minutos dándole vueltas a algo tan simple como que no tenía ropa, pero no iba a pasearse por allí en toalla en busca de Agoney.

—Sí, tranquilo —respondió y se mordió el labio, pensando en las pocas opciones que rondaban en su cabeza y decidiéndose al final por lo que más le apetecía.

Abrió y asomó la cabeza por el hueco poniendo su mejor sonrisa tímida y carraspeando antes de hablar.

» Me... prestas otra vez el pijama.

Agoney intentó no saltar de alivio en ese preciso instante y se limitó a asentir y girarse para coger la ropa y sacar del cajón unos calzoncillos.

—¿Calcetines?

—No hace falta, gracias.

Le tendió las prendas y se perdió por un segundo en una gota de agua que resbalaba por el cuello de Raoul; él, notándolo, sintió el sonrojo acudir a sus mejillas y desapareció lentamente dentro del cuarto otra vez.

Después de cenar, Raoul llamó a su madre para informarle de que seguía sin dormir en casa pero añadiendo dónde lo hacía y un poco de contexto para que no le interrogase en cuanto le volviese a ver. Mientras, Agoney hablaba con Roberto sobre una pequeña ocurrencia que había tenido antes, cuando Raoul salió del baño ya vestido y en medio de un bostezo, mirándole con los ojos llenos de cansancio acumulado, antes de decirle que ya estaba listo.

Puede que acostumbrarse a dormir juntos no fuera la mejor idea, pero ya tendrían tiempo de preocuparse por eso más adelante. En ese momento, nada parecía más apropiado que volver a compartir colchón y calor, agradeciendo, eso sí, el aire fresco que entraba por la ventana abierta.

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