LA MIA SCHIENA CONTRO IL SUO PETTO
(Mi espalda contra su pecho)
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Era una pesadilla, decidió Annie; la caída, que pareció alargarse en el tiempo, era como un sueño. Fue como caer en un sueño. Un susto breve, manos débiles y el pecho pesado, pero en lugar de un despertar sobresaltado, su espalda tocó el agua helada, oscura como el demonio, y se hundió de prisa.
El pánico no la dejó pensar en nada. Sabía que gritó, o lo hizo al principio, y también supo que intentó aferrarse a la hierba que la rodeaba, a las raíces, e incluso al fango, pero sus dedos resbalaron... y se hundió. Apretó los labios y aguantó la respiración mientras sentía que el agua le cubría las orejas y se le metía por los oídos; sentía que estaba a metros y metros por debajo del agua. ¡Se había hundido hasta donde nadie había llegado nunca! Y ahí nadie iba a ayudarla. De ahí, nadie podría sacarla. La oscuridad iba a tragársela...
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—¿Qué está pasando? —preguntó Bianca, acercándose al estanque oscuro.
—No lo sé —respondió una chica.
Les llevó un momento darse cuenta de que una persona se ahogaba. Laura entendió que Annie no sabía nadar.
—¡Maestro Soto! —gritó al entrenador de natación.
Nadietuvo el valor de intentar rescatarla. Sintieron miedo de que, en medio delpánico, ella los hundiera y los ahogara.
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Él estaba en la entrada del comedor cuando escuchó el griterío. Al principio no le importó, pero luego oyó que llamaban a entrenador de natación y tuvo un mal presentimiento. El lago estaba a pocos metros y fue allá, corriendo. Para el momento en que llegó, ya se habían reunido un montón de persona alrededor y todos miraban, aterrados, las aguas oscuras del estanque —sólo el estanque; en la superficie ya no había nada más que estelas ocasionadas por un gran movimiento debajo del agua, y pequeñas burbujas de aire—.
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Annie sintió que algo la cogía por la cintura. Luchaba por volver a la superficie cuando su pánico se transformó en auténtico terror. ¿Qué era eso? ¡¿Qué la había capturado?! Su mente, presa del horror, ideó un monstruo acuático, ¡un demonio! Y pataleó y tragó agua cuando intentó pedir auxilio. Pero luego ese monstruo le sujetó las manos y la acercó a su pecho y... Annie dejó de luchar. No lo miró. No pudo sentir la textura de su piel, ni su calor, mucho menos lo reconoció por el olor..., pero supo que era él. Lo visualizó: alto, fuerte, bello..., confiable..., protector.
No pudo verlo, sentirlo u olerlo, pero supo que era él. Su hermano.
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Cuando Angelo logró llegar a la superficie, sintió que su hermana le clavaba las uñas en la espalda y en el brazo izquierdo, lo cual agradeció: su fuerza indicaba que sus vías respiratorias no estaban cerradas.
La abrazó con más fuerza, haciéndola sentir segura, y la sacó del lago. Tenía el pulso sumamente acelerado y se sentía un poco mareado —tal vez el susto—, aun así, no la soltó cuando llegaron a tierra. Sabía que ella y su terror no podrían mantenerse en pie. Además, no iba a dejarla ahí, frente a las personas que la hubiesen dejado ahogarse; se encaminó hacia las cabañas.
Anneliese temblaba violentamente y Angelo pensó en que ella pesaba muy poco. Pensó en que ella era muy pequeña y..., frágil.
—Angelo —el maestro Falcó lo alcanzó.
—Ella está bien —atajó él, pidiéndole que los dejara solos.
El profesor asintió, visiblemente preocupado.
—Veré quién hizo esto —prometió.
Angelo no dijo nada. Continuó con su camino, pero se detuvo al pensar en que los curiosos irían a su cabaña sólo para verla llorar. El maestro debió pensar lo mismo, pues le entregó las llaves de su cabaña.
—Mi habitación es la segunda de la derecha —le dijo—. Llévala allá, ahí nadie la molestará.
Anneliese comenzó a llorar, y temblaba frenéticamente, cuando su hermano la dejó sobre la cama del profesor.
—¡No me dejes! —le imploró a gritos, aferrándose a su cuello; aún sentía que se hundía. Sentía que, si lo soltaba, se ahogaría.
—¡Nunca! —le prometió él, y le besó una sien.
Se sacó el pants empapado; su hermana se sujetó fuertemente a su cuello, por lo que no pudo sacarse la playera mojada y enlodada. Aun así, se acostó junto a ella y la abrazó, y todo estuvo bien —por algunos segundos—, hasta que las ropas de ambos le dieron a Annie la sensación de seguir dentro del lago. Soltó un gruñido, pero éste se transformó en un grito de terror. Con una mano, se sujetó a la playera de Angelo, asegurándose de no hundirse, y luchó desesperadamente por arrancarse el short empapado. En su mente, ella seguía dentro del lago y su hermano era el flote firme que le impediría ahogarse.
Angelo se sintió impotente. ¿Qué podía hacer? ¡No había nada que pudiera hacer para tranquilizarla! El pánico de su hermana, su desesperación, comenzaron a apoderarse de la mente del muchacho, y se sorprendió ayudándola a quitarse la ropa.
—¡No me dejes! —gritó ella, cuando él se alejó un poco, apenas unos centímetros, para poder quitarse a sí mismo la playera mojada—. ¡Por favor! —le suplicó, llorando.
—¡Nunca voy a dejarte! —no se dio cuenta de que alzó la voz; quería asegurarse de que lo escuchara—. Aquí estoy —esta vez, le susurró al oído—. Aquí estoy.
La apretó contra su pecho, alcanzó el edredón grisáceo y desgastado que estaba detrás de Annie, y los cubrió con él a ambos. Annie no dejó de tiritar. Él besó su sien.
—Ya estás a salvo. Ya todo está bien —se escuchó decir.
Y Anneliese asintió de manera automática; sí, ya estaba bien. Bajo las sábanas, y entre los brazos de su hermano, nada podría dañarla.
Yaestaba bien. Si tenía a Angelo cerca,nadie iba a tocarla.
*
La luna llena lucía inmensa a través de los ventanales en la recámara de Jessica Petrelli, se veía hermosa, sí, pero a Annie no le gustaba dormir con las cortinas abiertas, sin embargo, no tenía la confianza suficiente para pedir que las cerraran... Ni para eso, ni para expresar que no quería dormir ahí, con ella. Su prima Jess, a quien acababa de conocer, le agradaba, pero ella prefería dormir con Angelo, en la recámara al otro lado del corredor.
Tenía cinco años y llevaba dos semanas viviendo en casa del tío Uriele. Se había caído a la piscina, la habían llevado al hospital y, al salir, no volvió más a su casa. Su padre le dijo que él debía ir a otro hospital, y ella, y sus hermanos, debían quedarse por un tiempo con el tío Uriele, quien se parecía tanto a él porque era su hermano gemelo.
Pero Annie no les veía mucho parecido. Su padre era muy delgado y siempre estaba triste —él lloraba mucho—, y el tío Uriele, no.
La tía Irene, la esposa del tío Uriele, le cortó los cabellos rubios a Annie y le dijo que dormiría con Jessica en esa bonita cama con dosel... pero ella quería dormir en la habitación azul, de avioncitos, con su hermano, así que siempre esperaba a que Jessica se quedara dormida, y entonces, de puntitas, Annie cogía su conejo de peluche e iba a la habitación donde se encontraban Matteo y Angelo; casi siempre el segundo la esperaba despierto, y abría su edredón para que ella entrara, le besaba la frente y entonces ella podía dormir, tranquila. Había dormido entre los brazos de su hermano desde que era una bebé. Así fuese en el piso, no había un mejor lugar para ella que los brazos de Angelo.
Una noche, Matteo dejó de dormir en la habitación azul, pues prefería quedarse con su primo Ettore, con quien siempre jugaba hasta muy noche, y Annie preguntó a su tía Irene si podía ella quedarse con la antigua cama de Matteo, pero la tía Irene le dijo que las niñas debían dormir con las niñas..., así que Annie continuó esperando a que todos se durmiesen para buscar a su hermano. La tía Irene no entendía que ellos siempre habían dormido juntos, que Angelo se sentía mejor si tenía a su hermana cerca y que, ella, sólo dormía bien con su espalda pegada al pecho de él.
*
Cuando Anneliese abrió los ojos, un calor familiar, en su espalda —un calor tremendamente placentero y añorado—, la obligó a quedarse quieta. Estaba en ese estado entre la consciencia y el sueño, y temía terminar de despertar y encontrarse sola en la cama. Encontrarse con que, su espalda, no estaba pegada al pecho de su hermano. Quería seguir creyendo, un poco más, que estaba segura entre sus brazos. Permaneció incluso con los ojos cerrados, hasta que sintió un suavísimo cosquilleo en el vientre.
Abrió entonces los ojos. Al principio no recordó nada, pero al recorrer con la mirada la habitación —una habitación rústica, pequeña, desconocida. Las luces estaban apagadas, pero, a través de la ventana, la luna menguante, y las farolas eléctricas, filtraban la suficiente luz para permitirle ver todo—, se acordó:
Laura. El lago..., Angelo.
Iba a volverse hacia él, pero el cosquilleo en su vientre subió por su abdomen y supo que él estaba despierto. Entonces temió de hacerle saber que también ella lo estaba, y entonces él, sabiéndola ya tranquila, la dejara. Se quedó quieta porque no quería que él se fuera.
La mano del muchacho descansó sobre el abdomen de Annie por un momento —con su pulgar entre los senos—, antes de comenzar a bajar de nuevo para detenerse finalmente sobre el vientre —fue ahí cuando sintió que algo, en el cuerpo de él, cambiaba, pero aun así no se movió—... luego él bajó más... Bajó a la cadera, recorrió suavemente el muslo hasta casi la rodilla, donde giró, metió su mano entre los muslos y... Annie entendió lo que ocurría.
Haló aire mientras daba un respigó, se incorporó y se volvió, con la boca abierta, hacia él.
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¡IMPORTANTE!
Me dicen que los capítulos salen incompletos, o los párrafos también, pero también me dicen que eso se arregla si archivan la historia y luego la desarchivan, o cerrando cesión e iniciando de nuevo.
Muchísimas gracias por el momento dedicado a la lectura de Ambrosía, a los votitos que le entregan y sus hermosos comentarios. Un abrazo. ❤