DIECIOCHO PUNTOS

By NoelbyAp

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Brenda Vilento sólo quiere enamorarse. Perdió la mejor etapa de la adolescencia y ahora que empieza la univer... More

Aclaraciones
PROLOGO
CAPITULO 1
CAPITULO 2
CAPITULO 4
CAPITULO 5
CAPITULO 6
CAPITULO 7
CAPITULO 8
CAPITULO 9
CAPITULO 10
CAPITULO 11

CAPITULO 3

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By NoelbyAp


Brenda Vilento apenas consiguió pegar un ojo en toda la noche, las ojeras marcadas debajo de sus ojos evidenciaban la falta de sueño.

Los gritos de sus padres se escucharon hasta altas horas de la madrugada, seguidos de un sollozo lastimoso y nuevamente gritos y más llanto. No consiguió distinguir exactamente el motivo de la discusión, supuso que era su culpa por eso no se atrevió a pegar la oreja en la puerta de su habitación en busca de más información. Tenía miedo de escuchar cosas que le harían sentir aún más culpable de lo que ya se sentía. A pesar de que su madre era insoportablemente controladora, su comportamiento le afectaba. No le gustaba hacerla sentir mal, como tampoco le gustaba que se metiera tanto en su vida.

Con un poco de maquillaje ocultó esas medialunas negras y salió de la habitación con el tiempo justo para evitar cruzarse con Lucía. Lo que menos quería era un enfrentamiento tan temprano, le arruinaría el resto del día y merecía un descanso.

Escuchó el coche de Tobías aparcando frente a su casa y bajó las escaleras corriendo, casi huyendo. Se llevó un susto de muerte al chocarse con su madre frente a la puerta que prometía libertad. Estaba parada de brazos cruzados como si fuera una estatua vigilante. Evitó sostenerle la mirada y tomó una chaqueta del perchero por si el clima se animaba a sorprenderla.

-¿No piensas desayunar? –la voz de Lucía rasgó el aire tenso y sofocante.

-No tengo tiempo, me desperté demasiado tarde –se excusó al tiempo que giraba el pomo de la puerta. El movimiento se vio interrumpido por una mano esquelética contra la madera. Brenda cerró los ojos y respiró profundamente, no quería discutir–. Llegaré tarde a la universidad, Tobías ya está afuera y los perjudicaré también a ellos. No me hagas pasar vergüenza, por favor.

-Mírame cuando me hablas –reclamó su madre apretando la mandíbula.

La joven obedeció sin rechistar y posó los ojos en los suyos que aún se veían irritados.

Seguramente estuvo llorando de nuevo y todo por mi culpa... Un remolino de remordimiento se asentó en su estómago.

-Eres una malagradecida –sentenció con dureza.

¿Malagradecida?

Brenda la observó extrañada. Era la primera vez que le decía algo así. ¿Realmente lo decía en serio? ¿Realmente pensaba eso? ¿Qué pretendía de ella? Quería controlar cada segundo de su vida, quería que la obedeciera, que le rindiera cuentas de todo lo que hacía, se sentía con derecho de reinar sobre su persona por el sólo hecho de que estuvo a punto de morir.

No le parecía justo.

¿La cuidó todo ese tiempo para luego echárselo en cara? ¿Qué clase de madre hacía eso?

Antes tenían una buena relación, hacían las compras de la semana juntas, iban de shopping, se reían... Antes se sentía querida, sentimiento del que ahora empezaba a dudar. ¿Podía llamarse amor a esos cuidados excesivos que la hacían sentir una prisionera?

A veces pensaba que su madre quería castigarla. Castigarla por sobrevivir. Castigarla porque tuvo que dejar de trabajar y dedicarse al hogar. Era la única explicación que encontraba para justificar su tristeza, las risas perdidas, el desvanecimiento de esa chispa que le daba vida. Cuanto más lo pensaba, más se convencía de que su madre le tenía rencor, tal vez hasta podía estar odiándola en secreto.

¿Es posible que una madre odie a su hija?

Brenda consideraba que no merecía ese trato. Ella no era una muñeca a la que podían manipular a su antojo. ¡No! Era una persona, libre y capaz de tomar sus propias decisiones.

-¿Y qué harás? ¿Me amarrarás a la cama para que no vaya a estudiar? –la desafió mirándola fijamente.

Fue veloz. El impacto de una mano contra su mejilla la dejó pasmada.

Los Vilento nunca les habían levantado la mano a sus hijos. Jamás un golpe, ni un azote en el trasero, mucho menos una bofetada como la que acababa de recibir Brenda, de esas con la palma abierta que hacían que la piel picara.

La muchacha contuvo las lágrimas para demostrar que era fuerte, que con un golpe no conseguiría que se arrodillara ante ella, por el contrario, esbozó una sonrisa sumamente provocadora.

-¿Ahora eres de las que golpean a sus hijos? –Preguntó con descaro.

Lucía tampoco podía creer lo que había hecho. Comenzó a temblar nerviosamente y las lágrimas bañaron la fina piel de su rostro. Lentamente empezó a caminar hacia atrás, alejándose de su hija, alejándose de esa criatura que la miraba con odio, de ese cuerpo que parecía esfumarse. Un pitido continuo se hizo presente en sus oídos y de repente, silencio. 

Uno, dos, tres segundos. 

Y lo que escuchó a continuación fue claro, tan preciso que el miedo transformó su expresión. Lo único que podía oír era el golpeteo del corazón de quien fuera su hija, el palpitar rítmico, contundente, escalofriante.

Pum, pum, pum...

Pum, pum, pum...

Con cada latido la habitación parecía encogerse un poco más.

Pum, pum, pum...

Pum, pum, pum...

Arrasando con el aire, el espacio...

Pum, pum, pum...

Pum, pum, pum...

...provocando que se sintiera encerrada y sofocada.

-¿Quieres golpearme de nuevo? –gritó Brenda dejando escapar un quejido.

Estaba perdiendo la compostura al ver a su madre de esa forma. Se veía destrozada, atemorizada. ¿Qué le estaba ocurriendo? Ella no era así.

Hizo un ademán para acercarse, pero Lucía chilló con horror cubriéndose el rostro con las manos.

-¡No! ¡No te acerques! ¡No!

Diego y Sofía se hicieron presentes alertados por la bulla. Contemplaron la escena sin decir nada. Por un lado, su madre agazapada en un rincón, respirando agitadamente mientras las lágrimas caían unas detrás de otras estrellándose contra el suelo. Alcanzaban a detectar el golpeteo de sus dientes producto de los temblores que se habían apoderado de su empequeñecido cuerpo. Y por el otro, Brenda, bien erguida en actitud combativa. Los puños apretados, los músculos tensos, todo en ella proyectaba altivez.

Como todo ser humano que tiende a juzgar a partir de lo que oye y ve, sus hermanos no fueron la excepción. En sus pupilas Brenda descubrió desaprobación y decepción. Ni siquiera sabían qué había ocurrido realmente y ya la estaban culpando de todo. Tampoco perdieron tiempo en preguntar, sino que dirigieron toda su atención a la única persona que se veía indefensa y débil y se precipitaron a contenerla como si ella no existiera.

Brenda logró salir del shock y huyó de ese lugar que se estaba convirtiendo en una pesadilla. No quería ver el reproche en el rostro de sus hermanos, no quería presenciar cómo su madre se hacía la víctima, no quería ponerse en ese lugar en el que era la única culpable por cualquier cosa que ocurriera en la casa.

Subió al coche de Tobías y se arrojó a sus brazos sin darle tiempo a nada. Lo abrazó fuerte dejando salir la angustia que desbordaba su pecho, aferrándose a alguien que la quería en serio. Al principio lo notó tenso, luego al comprender que estaba llorando, sus manos comenzaron a acariciar su cabello transmitiéndole lo único que necesitaba, tranquilidad.

-Por favor, vayámonos de aquí –suplicó la joven apartándose ligeramente.

A Tobías se le encogió el alma al notarla alicaída. Tenía los ojos empañados y la piel irritada por las lágrimas saladas que surcaban sus mejillas. Los labios se le ponían rojos o la piel palidecía, no estaba seguro cuál de los dos, pero su boca resaltaba en un gesto tembloroso que precedía el llanto. La notaba tan frágil en ese instante. Se desesperaba cuando veía a su amiga llorar, porque él amaba esa sonrisa que le achinaba los ojos y hacia que pequeñas arruguitas se formaran a los costados de esa respingada nariz salpicada en pecas. Verla bien era una necesidad.

Con los nudillos acarició sus pómulos y capturó algunas lágrimas que seguían rodando. La contempló unos segundos más y arrancó el coche para no estar tan expuesto frente a su casa. No había que ser muy inteligente para entender que algo había pasado con su familia, por eso se detuvo dos calles después.

-Sirena, ¿qué sucede? –preguntó tomándole las manos.

Brenda sacudió la cabeza en una negativa. Estaba reteniendo el llanto y si hablaba se iba a quebrar una vez más. No quería seguir llorando.

-Sirena... -Tobías le sujetó el mentón obligando a que lo mirara.

La joven así lo hizo. El gris de su iris finalmente se fundió con ese castaño electrizante por la preocupación.

Es tan dulce, tan bueno... pensó. Era de esas personas que siempre estaban para ella, que la querían de buena manera. A él le dolía su dolor, lo veía en sus gestos, en cómo mordía y soltaba su labio inferior con nerviosismo, en cómo buscaba una idea para solucionar su pesar.

Brenda quedó prendada del movimiento que hacía con la boca y, al percatarse de que se sentía tentada con acariciar esos labios, desvió rápidamente la vista.

-Por favor Brenda, dime qué ocurre. Sabes que no tolero verte así –insistió Tobías con una voz profunda que provocó, una vez más, que la joven se fijara en su boca.

-No quiero llorar más Toby, si te cuento, lloraré y lo único que quiero es que recojamos a Rosario para ir a la universidad.

-Sirenita... -susurró deslizando las yemas de los dedos por su cabello– Eres mi mejor amiga y te adoro con toda mi alma. No tolero verte así. Se supone que este año lo disfrutaríamos...

-Lo siento –se disculpó sorbiendo por la nariz–. No quiero arruinarte el día.

-No me lo arruinas tonta –la tomó de los hombros y la zarandeó con ternura–. Quiero que estés bien, dijiste que este sería tu año, que empezarías a vivir. No pasó ni un día que empezamos la facultad y ya te veo triste. ¿Qué ocurre?

Brenda detalló los rasgos de su rostro con suma lentitud. Sus pómulos marcados, fuertes, resaltaban la mandíbula cuadrada e irresistiblemente masculina. Estaba recién afeitado, alcanzaba a distinguir ese aroma cítrico de la loción que aplicaba para calmar el ardor de la piel. Era el mejor amigo que podía tener y le parecía extremadamente atractivo. Se preocupaba por ella, la cuidaba, la quería.

-No es nada –apartó la mirada para que no descubriera sus pensamientos. Tobías persistió con el agarre de su mentón y buscó sus ojos reclamando una explicación. Lo tenía tan cerca del rostro que podía sentir su respiración contra la tez. Ese perfume varonil tampoco ayudaba a su tambaleante concentración. Brenda vagó por sus labios perfectos, su boca entreabierta–. Es solo que... -no hilaba una frase. Humedeció sus labios como acto reflejo y se vio arrastrada por una fuerza inmanejable que la impulsaba hacia delante, casi en cámara lenta, cada vez más cerca, y más cerca, y Tobías parecía no reaccionar, y ella lo necesitaba tanto... Cortó la distancia entre los dos apoyando apenas su boca sobre la suya, mandando al diablo todo, que fuera lo que fuera.

Fue un segundo. Un ínfimo instante en el que apenas sintió la textura de sus cálidos labios. Brenda dio el primer paso y esperó a que él hiciera el resto, esperó una respuesta que nunca llegó. Su gran miedo, algo que en el fondo sabía que nunca llegaría. Tobías siempre remarcó que era su amiga, su mejor amiga, sin embargo, quiso arriesgarse, quiso intentarlo y finalmente consiguió una reacción. Tobías se alejó y su expresión dijo todo, somos amigos nada más.

-Guau... -se llevó las manos a la cabeza y pegó la espalda a la puerta del coche marcando la distancia que necesitaba- Yo...

Estaba serio, algo nervioso, no paraba de pestañar. Movía la boca procurando emitir algún comentario, pero sólo le salía un balbuceo incómodo.

-Lo siento Toby, lo siento tanto –se apuró a decir Brenda y bajó del coche cerrando la puerta con fuerza desmedida.

Caminó por la senda sin saber qué hacer, ni adónde ir. Seguía dentro del barrio privado, a tan solo dos calles de su casa. Allí no pensaba regresar, al coche tampoco. La había cagado.

Existen límites que no se deben traspasar, eso todos lo saben. Brenda se había equivocado, puso en juego una amistad de años, incondicional, puso en riesgo una relación que necesitaba y no soportaría que por culpa de un beso, o mejor dicho, un roce de labios, las cosas se volvieran incómodas o raras entre ellos.

Mi primer beso... Suspiró y miró el cielo despejado deteniendo el paso.

¡No! No contaba como un beso, no fue correspondido ni siquiera hubo contacto de lengua. Se horrorizó ante el recuerdo de ella lanzándose sobre su mejor amigo y el consiguiente rechazo o falta de interés por devolverle el mimo. Hasta esa mala suerte tenía. ¿Cómo lo miraría de nuevo a la cara? Frotó su rostro con las manos y pegó un gritito de impotencia.

-¡Brenda! –Escuchó que la llamaba y retomó su escape, no estaba lista para enfrentarlo- ¡Brenda! –Tobías insistió y corrió hasta alcanzarla.

La muchacha frenó y dirigió toda su atención a unas pequeñas piedritas que descansaban en el suelo como si así pudiera esconderse o desaparecer o pasar desapercibida.

-Mírame.

Brenda cerró los ojos y estableció que si no lo veía no era real. Medio segundo duró el pensamiento, porque enseguida se hizo cargo de la situación, ya no era una niña, se suponía que era adulta, y tragándose su orgullo mal herido elevó las pupilas para encontrarse con una mueca pícara que la desconcertó.

-Sabes que te adoro, demasiado... -y Brenda supo cómo continuaría la frase, la palabra pero se haría presente, maldita palabra que empezaría a odiar, por lo que se entretuvo con sus uñas en un intento de hacerse la desinteresada. ¡Vaya actriz!- Pero... Somos amigos. Sé que no sientes nada más por mí, que te dejaste llevar por eso que te tiene triste. Además nunca me perdonaría lastimarte, y sabes que en las relaciones siempre existen peleas, discusiones, llantos.

-¡Olvídalo! Me confundí por un momento. Tienes razón, me dejé llevar por las emociones y confundí las cosas.

-Eres hermosa Brenda –buscó halagarla para que su autoestima no se viera afectado–. El chico que logre ganarse tu corazón será muy afortunado.

-Ya déjalo Tobías –quiso escaparse nuevamente pero la sujetó del brazo.

-Sirena... -frunció el entrecejo derrotado, sin saber qué más decir.

-Toby te quiero, pero jamás te miraría como algo más –mintió para ahorrarle la culpa–. Fue un momento de confusión, estaba triste y estabas tú. Fin de la historia.

-¿Estamos bien entonces? –indagó dudoso.

-Por supuesto metiche –le dio un empujoncito en el hombro y giró para dirigirse al coche–. Vamos que Rochi debe estar como loca esperándonos. ¡Ni una palabra de esto! –lo apuntó con el dedo índice en señal de amenaza.

-¿De esto? –Arqueó una ceja simulando demencia a lo que la joven sonrió– Aquí no ha pasado nada.

En el trayecto hasta la universidad Brenda estuvo perdida en sus pensamientos. Pululaba entre la pelea con su madre y el beso no correspondido con Tobías. Le parecía increíble que ni siquiera su mejor amigo quisiera besarla. Se supone que los hombres no rechazan a las mujeres, y a ella todo el mundo la rechazaba. Era toda una perdedora. Tal vez debía darse por vencida, o relajarse; estaba demasiado ansiosa por experimentar lo que no había podido vivir en la adolescencia y eso parecía que le jugaba en contra. Menos desesperada y más relajada, estaba segura de que esa sería la fórmula para el éxito.

-¿Qué te pasó ahí? –cuestionó Rosario rozando su pómulo.

-¿Qué tengo? –la joven masajeó su mejilla al tiempo que esquivaba a los estudiantes que caminaban apresurados para no llegar tarde a clases.

-No sé, tienes un manchón rojo.

-Sí, es verdad –agregó Tobías escudriñando la marca.

-¡No te lo puedo creer! –Brenda se detuvo y bufó elevando el rostro al cielo. Era el bofetón que su madre le había propinado– No es nada.

-¿Cómo no? –Persistió su amiga– Es como si...

-¡Sí! –admitió envalentonada– Es como si me hubieran golpeado, ¿eso ibas a decir?

-Bueno... -dudó y finalmente asintió– No con esas palabras, pero sí.

-¡Enhorabuena! Has adivinado –confesó con sarcasmo. Era mejor mostrarse valiente y con entereza a que sintieran más pena por ella, suficiente tenía con los cuidados eternos que su corazón requería-. Producto de mi madre.

-¡¿Qué?! –exclamaron al unísono.

-Tampoco hagan tanto show, no quiero que toda la facultad se entere de que mi querida madre me pegó flor de tortazo –siguió caminando para evadir la mirada de sus amigos.

-Pero... No entiendo. Tu madre siempre parece tan tranquila, no es una persona violenta.

-Yo tampoco lo entiendo Toby, como puedes ver las personas cambian.

Brenda siguió con pasos firmes hasta que se percató de que sus amigos se habían rezagado. Giró e hizo una mueca de fastidio. Los jóvenes se aproximaron velozmente.

-Pero... ¿Por qué? ¿Qué pasó? ¿Estás bien Bren? –preguntó Rosario con Tobías secundándola.

-Sí, no se preocupen por mí. Siempre hay una primera vez para todo ¿o no? –se encogió de hombros quitándole importancia al asunto. No iba a ahondar en detalles. ¿Qué les iba a decir? Si ni ella sabía por qué de un día para el otro su madre había enloquecido.

De pequeña nunca la habían golpeado, por eso todavía estaba algo aturdida y también enojada. Sus padres estaban en contra de toda violencia infantil, ya que ellos mismos sufrieron en carne propia el maltrato físico que se acostumbraba hace unos cuantos años como una forma "normal" de disciplina y educación. Eran otras épocas, con menos libertades y más rigidez.

Brenda quería entender el accionar de su madre, justificarla, pero no podía. La golpeó y no era tanto el dolor físico sino el dolor emocional lo que la agobiaba. Para ella estaba mal golpear a los hijos y no aceptaba pretextos. Se juró a sí misma no permitir que se vuelva a repetir, su madre nunca más le pondría un dedo encima; y si lo intentaba, ella se defendería.

Sintió un codazo en el costado que interrumpió sus divagues. Se encontraba sentada en un pupitre sin recordar cómo había llegado allí. Las sillas a su alrededor estaban todas ocupadas, parecía que la clase ya había comenzado.

-¿Vilento? –Parpadeó desencajada al oír su apellido y giró el rostro topándose con Tobías. Por su expresión entendió que tenía que decir algo, y en ese momento sus neuronas despertaron.

-Presente –alzó el brazo.

Estaban tomando asistencia.

Anduvo tan distraída que ni siquiera se había percatado de la sensual presencia del ayudante. ¿Cuál era su nombre? Lo había olvidado. Lo observó fugazmente llenándose el cerebro con una imagen endemoniadamente bella capaz de conseguir opacar su tristeza.

Estaba insatisfecha con su vida, pero al menos estaba viva. En sus manos estaba cambiar el destino y ser feliz. Debía dejar de lamentarse y construir lo que quería para su futuro. Si su familia le hacía la vida imposible, era su responsabilidad fijarle límites, o buscar una alternativa. Llegó a la conclusión de que tenía que conseguir la independencia económica, debía buscar un trabajo.

Ni una nota tomó durante las tres horas de clases. La hoja de su cuaderno estaba repleta de garabatos y dibujos de formas abstractas y otras concretas, como los millones de corazoncitos que adornaban uno de los márgenes.

-¡Ey! ¿Estás aquí? –Rochi agitó una mano frente a sus ojos– Tierra llamando a Brenda, Tierra llamando a Brenda, grrr juiiii juiiiii –simuló el ruido de una radio buscando señal.

-¡Déjame en paz! –sonrió Brenda poniéndose de pie.

Quedaban pocos en el aula y frunció el ceño sin comprender en qué momento se había esfumado el alumnado.

-Oye, podrías ir a hablarle –propuso su amiga haciendo referencia al ayudante del profesor Stovich.

Podría...

Lo contempló desde la seguridad de la distancia, guardaba un cuaderno en una mochila negra mientras dialogaba con el profesor. Seguramente ese chico era muy inteligente para que Stovich lo quisiera en su clase. Se hablaban con confianza y Brenda envidió a ese muchacho por estar tan cerca de la persona que ella admiraba, era todo lo que estaba bien y todo en lo que deseaba convertirse. Anhelaba tener algún día la posibilidad de trabajar con Gustavo Stovich.

-¿Y qué le diría? –preguntó algo cohibida.

-Podrías empezar presentándote -Rosario la miraba con esos ojos luminosos y una sonrisa que dejaba al descubierto todos sus dientes, estaba más ansiosa que su amiga como si la idea fuera un súper plan.

Brenda buscó a Tobías quien extrañamente no estaba a su lado. ¿Acaso necesitaba su visto bueno? No sabía por qué, pero tenía la necesidad de mirarlo a los ojos, de comprobar una vez más lo que ya había comprobado, que entre ellos no había nada. No era por masoquismo, simplemente aún tenía un mínimo de esperanza. Tal vez en el breve lapso de tiempo que tuvo para procesar el beso, algo en él había cambiado. Tal vez lo suyo podía ser... Tal vez...

Un gruñido escapó de su garganta al encontrarlo coqueteando con una morena esbelta a tan solo unos pasos de ella. El estómago se le estrujó y enseguida se le nubló la vista. El escozor detrás de los ojos, premonitorios de las lágrimas que quería soltar, le hizo parpadear reiteradas veces para secar esa humedad y evitar mostrarse como una chiquilla. Brenda no entendía qué tenía esa chica que no tuviera ella, la escaneó de pies a cabeza y tenía que admitir que era preciosa, con esas curvas que de seguro volvían loco a su amigo y a cualquier hombre.

Le molestó un poco que Tobías fuera tan egoísta de tontear frente a ella justo ese día. Empezó la mañana con el pie izquierdo, un bofetón de su madre, un beso no correspondido, y ahora tenía que tolerar verlo haciéndose el galán con una chica que ni siquiera conocían. ¡Vaya suerte! Su hermano tenía razón al llamarla mufa. Quizás si se teñía el cabello de negro conseguía cambiar esa racha.

-Espérame afuera –resolvió haciendo acopio de todo coraje.

-¿De verdad? –dijo Rosario y pegó unos saltitos vergonzosos para alejarse casi corriendo.

La joven alisó su blusa y se pasó las manos por el cabello. Sabía que no debía preocuparse por el pelo, era genialmente lacio y casi imposible estar despeinada, sin embargo la acción de chequear que todo estuviera en su lugar era inevitable.

Volteó una vez más para ver a su amigo con esa actitud de cazador reafirmando así su decisión. Se enfocó en lo que importaba, en seguir adelante, en iniciar una conversación con un chico que le llamaba la atención.

A medida que se aproximaba a ese escritorio reservado para los profesores, los latidos de su corazón se aceleraron por los nervios y por captar con mayor nitidez los detalles de ese rostro tan atractivo. Ese chico era muy sexy, tanto por la belleza como por esa seguridad excepcional que irradiaba cuando se movía.

¿Un beso suyo sería así? Decidido, firme, intrépido.

¿O sería como el de Tobías? Seco, inseguro, débil, no correspondido.

Tragó con esfuerzo al admirar su torso trabajado y su corazón pegó una voltereta al percatarse de que debajo de esa camisa blanca había trazos realizados con tinta negra, ¡tatuajes! Si antes le parecía sexy, ahora mucho más. Brenda amaba los tatuajes, a pesar de que no se había hecho ninguno, pero los chicos con tatuajes le encantaban. Les daba un aire misterioso y peligroso que suponía a todo chica le gustaba.

No se dio cuenta de que la estaban mirando y continuó con el escrutinio descarado hasta que un carraspeo la alertó.

-Vilento ¿cierto? –aventuró el profesor salvando la poca dignidad que aún le quedaba.

La muchacha enmudeció, hasta su cerebro se quedó en silencio.

Abrió la boca para hablar, pero las palabras no alcanzaban a formularse, boqueaba como un pez fuera del agua. Estaba haciendo un papelón.

-Sí –afirmó con un chillido agudo. Percibió el calor impregnando sus mejillas pero se relajó al ver que ambos le sonreían con benevolencia.

-¿En qué podemos ayudarte? –consultó el profesor Stovich, solícito.

-Ehhh -parpadeó velozmente buscando una excusa en la maraña de pensamientos que fluían sin orden ni control por su mente. Ni siquiera podía preguntar por la bibliografía vista en clases porque prestó cero atención. ¿Qué habían explicado? Clavó las pupilas en el papacito que estaba apoyado con desgarbo contra el escritorio y que la observaba con entretenimiento y se le encendió la lamparita–. Me acerqué para solicitarles el mail de la cátedra ya que perdí mis apuntes del primer día y además no recuerdo el nombre de su ayudante, lo siento –mordió el interior de su boca aparentando inocencia.

-Oh, Mateo Di Mesttio te ayudará con eso. Me retiro muchachos, nos vemos la próxima clase.

El profesor se alejó con su maletín de profesional serio y el pulso de Brenda se disparó. Sentía los latidos en la yugular, la sangre corría violentamente por sus venas, cerró los ojos y rogó que su corazón se comportara. Nunca tuvo problemas luego de la operación, pero, con esa suerte que tenía, quizá justo en ese momento al forastero se le daba por ocasionar un cortocircuito.

-Mateo Di Mesttio –se presentó el joven extendiendo una mano en su dirección.

Brenda tragó fuerte. Sus ojos fueron de la mano varonil a esa mirada segura, de esa mirada a su mano, de la mano a los ojos, y así varias veces.

Tonta ¡reacciona!

-Brenda Vilento –apretó finalmente la mano que le ofrecía. Detalló la diferencia de tonalidades, mientras su piel era blanquísima, la del chico era más tostada sin llegar a ser moreno, era blanco pero de un color vivo, alegre, no como la palidez de su anatomía.

Le pareció que el toque se había extendido más tiempo de lo normal y se soltó abochornada. Tenía que disimular y no ser tan obvia.

-¿Tienes para apuntar?

-¿Qué?

-El mail de la cátedra –explicó Mateo Di Mesttio confundido.

-Ah, sí –rebuscó con torpeza dentro de su mochila y al sacar el cuaderno se le cayó la cartuchera y las miles de lapiceras de colores que cargaba siempre–. Lo siento.

Rápidamente la chica se agachó para levantar los útiles y él la imitó. Sus manos se rozaron al atrapar la misma lapicera y un chispazo los sorprendió. Ambos lo sintieron, y Brenda sonrió al toparse con la intensa mirada de Mateo. Era indisimulable lo nerviosa que la ponía ese chico.

Di Mesttio, canturreó internamente. Su apellido sonaba muy bien.

-Gracias –musitó y se pusieron de pie.

Anotó su nombre en el cuaderno para ocuparse de algo que no fuera comérselo con la mirada cuando de golpe le quitó la lapicera.

-No, no –negó y corrigió su apellido–. Va con dos "t".

-Gracias –repitió una vez más como si fuera un disco rayado– Sabes... -se mordió la lengua para evitar decir lo que estaba pensando.

-¿Qué?

Cerró los ojos y arrugó la nariz decidiendo si hablar o no.

-Siento que te conozco de algún lado y por más que me esfuerce no recuerdo de dónde –soltó sin tapujos corriendo el riesgo de sonar cursi o de que no le creyera y pensara que era una estrategia que utilizaba para ligar.

Mateo elevó sutilmente una de las comisuras de sus labios y se acarició el mentón examinando las facciones de esa joven que decía conocerlo. Le fascinaban esas pecas desperdigadas por todo su rostro, desordenaban ese retrato perfecto haciéndola más terrenal y alcanzable, haciéndola humana.

En su momento ella representó su mismísima salvación y encontrársela dentro del aula fue como una inyección de adrenalina que lo despabiló de sus monótonos días. Mejor que no lo recordara, cualquiera olvidaría las pocas palabras que cruzaron esa única vez que se vieron. Para él, Brenda Vilento era un ángel, un ángel prohibido, porque era inconcebible acercarse a ella. Estaba mal y no podía ser. Tenía que mantenerse lejos de la tentación, lejos de ella, aunque la curiosidad lo motivaba a hacer todo lo contrario.

La muchacha se sintió un poco cohibida ante ese escudriñamiento sin fin, y dudó si era su deseo o verdaderamente ese chico la estaba mirando con algo más que un inocente interés basado en la escueta conversación que estaban teniendo.

-No lo creo. Supongo que recordaría un rostro como el tuyo –declaró Di Mesttio centrándose en mantener una postura fría y cordial con una simple alumna.

¿Qué significa eso?, se preguntó Brenda. ¿Un rostro como el mío? ¿Cómo era? ¿Lindo? ¿Feo? Inolvidable ¿por qué?

-¿Tal vez de alguna fiesta? –arriesgó el muchacho.

-No, créeme que jamás nos hemos cruzado en una fiesta –ironizó dado que a las pocas fiestas que había acudido sólo estuvieron presentes sus estúpidos compañeros del bachillerato.

-Entonces no lo sé –chasqueó la lengua–. Ahora podemos decir que nos conocemos.

-¿Tú crees? –reviró Brenda con atrevimiento.

-Soy ayudante de una materia que estás cursando, así que la próxima vez que te cruces en mi camino recordaras de dónde me conoces.

-Guau, que conclusión tan lógica –bromeó sacándole una sonrisa y embobándose con ese gesto tan particular. Mateo sonreía sin mostrar los dientes, las comisuras de sus labios se elevaban con facilidad pero el gesto no le llegaba a los ojos. Parecía ser de esas personas carismáticas, envolventes, aunque algo en esas pupilas apagadas le alertaba, y no sabía si para bien o para mal.

Se sorprendió cuando unos brazos masculinos rodearon su cintura y la burbuja rosa en la que estaba presa reventó. Giró asustada y se encontró con que Tobías era la persona que la abrazaba posesivamente.

-¿Lista para marcharnos? –cuestionó su amigo con desparpajo.

Se removió incómoda por el contacto y con un movimiento de cabeza se despidió de Mateo Di Mesttio quien continuaba mirándola fijamente, pero esta vez con un semblante demasiado serio. Caminó con entereza hasta alejarse lo suficiente del aula y del radar del chico al que quería agradar.

-¿Qué mierda crees que haces? –Rezongó Brenda pegándole un empujón.

-Ese chico tiene que enterarse de que si quiere algo contigo no le será fácil –respondió todo campante.

-¿De qué rayos hablas? Ni siquiera estábamos coqueteando.

-No importa, tiene que saber con quién se está metiendo.

-¿Estás mal de la cabeza? –la joven frunció el entrecejo y apretó tanto los dientes que sin querer se mordió la lengua soltando un quejido al mismo tiempo.

-¿Estás bien? –Tobías rápidamente la atrapó entre sus brazos estudiando cada gesto de su cara. Se veía asustado- ¿Es el corazón? ¿Tomaste las pastillas hoy?

Brenda suspiró. Actuaba como un hermano mayor, siempre pendiente de ella, de cada reacción; era obvio que tenía miedo de que algo le ocurriera.

-Solamente me mordí la lengua, exagerado –se apartó enojada-. ¿Por qué te metiste en una conversación ajena?

-Ya te dije –indicó con fastidio.

-¿Acaso estas celoso? –la pregunta sorteó el filtro de su cerebro sin que tuviera tiempo de detenerla, por lo que siguió adelante con la idea que se había formado ¿de qué servía callarse?– Te besé hoy y me dejaste muy en claro que no tenías ese tipo de interés en mí.

-Tú también dijiste lo mismo –replicó a la defensiva.

Se desafiaron con la mirada tratando de interpretar lo que las palabras no alcanzaban a decir. ¿Había algo más? ¿O era la sensación de Brenda y su deseo de que hubiese algo más?

-¡¿Qué?! –un grito femenino se interpuso en la batalla de rayos laser que salían disparados de sus pupilas- ¿Se besaron?

Ambos voltearon encontrándose con una Rosario eufórica.

-¿Me pueden explicar qué está pasando? –su amiga se cruzó de brazos y pasó todo el peso del cuerpo a una sola pierna.

-Que te lo diga tu amiguito –Brenda atinó a escaparse pero Rochi lo impidió interponiéndose en su trayecto.

-Oh no, no te iras de aquí hasta no decirme que es eso de un beso.

Un calor infernal comenzó a subir por su cuerpo, no sabía qué decir. Miró a Tobías suplicando por ayuda.

-Brenda estaba llorando por lo de su madre y me dejé llevar por la situación y la besé –aclaró Toby sin titubear–. Fue un error, nada más.

La aludida ladeó el rostro al escuchar la explicación, contemplándolo extrañada, con un sinsabor en la boca. ¿Por qué estaba mintiendo? Se percató de lo fácil que le salía mentir, sus músculos faciales ni se inmutaron. Parecía muy creíble, eso le hizo pensar en si alguna vez la había engañado a ella también.

Rochi la interrogó con gestos, pidiendo más detalles, más información, pero tanto ella como Tobías hicieron la vista gorda y se dirigieron al estacionamiento como si nada.

El coche se sentía demasiado pequeño. Todos estaban en silencio y eso les resultó novedosamente incómodo.

Rosario no sabía si hablar sobre el tema o cualquier otra cosa, bromear... Si sus amigos se emparejaban, ¿qué sería de ella? Siempre supo que Tobías sentía algo más que amistad por Brenda y, sinceramente, le alegraría mucho que fuera ese compañero que su amiga tanto buscaba. Harían una pareja perfecta. Al mismo tiempo, tenía miedo de que la desplazaran y quedarse sola. Tenía facilidad para conversar con la gente, era extrovertida, simpática, aunque pocos conocían su verdadero interior, con pocos se abría, en pocos confiaba, y esos pocos eran esas dos personas que estaban a su lado desde el jardín de infantes. No los quería perder.

En la cabeza de Tobías se repetía una y otra vez la sensación tanto enloquecedora como aterradora de los labios de su amiga sobre los suyos. Pensó que su corazón saldría disparado ante la sorpresa, la alegría y la confusión. Sentía tantas cosas y a la vez ninguna, porque no sabía qué sentimiento predominaba.

Brenda... Su Brenda. Su primer amor de la niñez.

Imposible negar que le gustaba, cualquier idiota con dos dedos de frente podía ver que esa chica era una joya única, un ser inmaculado, muy superior a lo que él era, por eso no quería terminar de averiguar qué le pasaba con ella. No le parecía correcto experimentar algo de lo que no estaba seguro, sería como jugar con una de sus personas favoritas por puro egoísmo, para comprobar la veracidad de un sentimiento presente en su ser desde que la conoció. Brenda ya había pasado por tanto... que él no se sentía con derecho a lastimarla en caso de que las cosas no funcionaran como querían. Nunca se perdonaría hacerle daño. No podía arriesgarse, no quería ser culpable de nada con respecto a ella.

Brenda apoyó la cabeza contra la ventana y perdió la vista en el paisaje urbano que dejaban atrás. Iban por la autopista y aún le quedaba unos quince minutos para llegar a su casa. Tenía la impresión de que todo en la vida le estaba saliendo mal. Sus relaciones se estaban arruinando, primero con su familia y ahora con sus amigos. ¿Por qué tuvo que besar a Tobías? Él nunca demostró un interés similar.

-¿Vamos a seguir así? –Rosario cortó el mutismo reinante.

Los involucrados no respondieron.

-¿Son estúpidos o se hacen? ¿Tanto drama por un beso insignificante? A no ser que...

-Tienes razón, lo siento Bren, no quise ponerte en una situación tan incómoda –Toby la miró a través del espejito retrovisor y esbozó algo parecido a una sonrisa.

-Discúlpame a –la joven enfatizó el "mí"–. No debí actuar como actué.

Tobías entendió inmediatamente a qué se refería, mientras que Rosario creía entender. A veces era mejor una mentira piadosa a ir de lleno con la verdad, aunque en ese caso no entendía por qué su amigo optó por ocultar la realidad. Tal vez pensaba que así la protegía, o pretendía ahorrarle un mal momento.

-Bueno, entonces ¿todo resuelto? –Dijo Rochi mirando a uno y a otro- ¿Podemos volver a la normalidad y ser ese trío dinámico que estamos acostumbrados a ser?

-Sí, señora –afirmó Brenda con una sonrisa forzada.

Tobías solamente asintió con un gesto de cabeza atendiendo a la ruta y Rochi encendió la radio inundando el coche de música alegre que colaboró a apaciguar los ánimos.

Demasiado por un día.

Instagram: noelbyap

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