Extinción - Nuestra última es...

By xCherryLove

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[GRATIS NUEVAMENTE] Clematis Garyen sabe que su existencia es prohibida, pero en cuanto descubre los planes d... More

● Mαpα del mundo ●
• P R Ó L O G O •
PARTE I
CAPÍTULO I • Aniquilación •
CAPÍTULO II • La suerte está echada •
CAPÍTULO III • La prometida •
CAPÍTULO IV • En la boca del lobo •
CAPÍTULO V • Sonata Nocturna •
CAPÍTULO VI • Mascarada •
CAPÍTULO VII • Danza bajo la luna •
CAPÍTULO VIII • Descubrimientos •
CAPÍTULO IX • Consuelo de tontos •
CAPÍTULO X • El gran consejo •
CAPÍTULO XI • Pasado Oscuro I •
CAPÍTULO XI • Pasado Oscuro II •
CAPÍTULO XII • La ciudad perdida •
CAPÍTULO XIII • Señuelo •
CAPÍTULO XIV • Verdad Sangrienta •
CAPÍTULO XV • Clematis •
CAPÍTULO XVI • Desde cero •
∞ • SONRISA (Nuevo) •
CAPÍTULO XVII • ¿Qué es lo que decides? •
CAPÍTULO XVIII • Entre tus brazos •
CAPÍTULO XIX • Y ahora qué •
CAPÍTULO XX • Solo importas tú •
CAPÍTULO XXI • La decisión está en tus manos •
CAPÍTULO XXII • El inicio de la contienda •
CAPÍTULO XXIII • Prometo destruirlos •
CAPÍTULO XXIV • Incertidumbre •
CAPÍTULO XXV • Eres mío y yo soy tuya •
CAPÍTULO XXVI • Yo soy el nuevo Dios •
CAPÍTULO XXVII • Después de la tormenta viene la calma •
CAPÍTULO XXVIII • Remembranzas del pasado I •
CAPÍTULO XXVIII • Remembranzas del pasado II •
CAPÍTULO XXVIII • Remembranzas del pasado III •
CAPÍTULO XXIX • Que comience el juego •
CAPÍTULO XXX • Tengo que protegerte •
CAPÍTULO XXXI • Confiar en el enemigo •
CAPÍTULO XXXII • Luz y Sombra •
CAPÍTULO XXXIII • Eres tú o soy yo •
CAPÍTULO XXXIV • Adiós, mi amor •
CAPÍTULO XXXV • Prometo vengarte •
CAPÍTULO XXXVI • Días Grises •
CAPÍTULO XXXVII • Huye mientras puedas •
• E P Í L O G O •

∞ • VUELCO AL CORAZÓN (Nuevo) •

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By xCherryLove

Z E F E R

Durante los posteriores días Clematis había comenzado a tener fiebre. Trya dijo que era algo que debíamos esperar ya que su organismo no solo estaba en proceso de recuperación, si no que a su vez estaba adaptándose al nuevo órgano que era de un híbrido. Y aunque me aseguraba de que todo estaba saliendo bien, no podía evitar preocuparme.

Había pasado un susto de muerte al verla retorciéndose entre mis brazos.

Ser testigo de como alguien está muriendo entre tus brazos es algo que definitivamente no se lo deseo a nadie, y mucho menos si esa persona es alguien por el que tienes fuertes emociones.

Cualquiera que me conociera podría pensar que estaba actuando de forma errática e inconsciente, pero no era así. Los hilos de mi corazón habían comenzado a ser halados en su dirección ya desde hace algún tiempo atrás, pero me había negado rotundamente a aceptarlo por culpa del estúpido orgullo.

Me comporté como un patán únicamente porque fui criado de esa forma. Desde el momento en el que Giorgio fue la única figura paterna que me quedaba, siempre me inculcó la idea de que nosotros éramos los amos y señores de este mundo, y ellos, los humanos, únicamente nos servían como herramienta de trabajo o una fuente de alimento.

Soy consciente de que esto jamás podrá justificar mis acciones en lo absoluto. Pero tratar de dejar de lado lo que me enseñaron gran parte de mi vida y aceptar mis propias emociones fue muy difícil para mí. Y aunque traté de escapar de esa realidad todo terminó por descontrolarse aquella noche en mi habitación cuando ella ni siquiera era consciente de lo que pasaba a su alrededor por culpa de la fiebre.

Nunca había tenido un gesto de amabilidad con otra persona o ser vivo, pero al verla allí tan vulnerable no pude evitar hacer algo por ayudarla. Claramente al inicio traté de convencerme a mi mismo de que fue el remordimiento lo que guio mis acciones, pero al descubrir aquella sensación de paz y tranquilidad al estar junto a otra persona, terminó por hacerme desear vivir más momentos como esos.

Esa fue la primera vez que alguien me tocaba... sin esperar algo a cambio.

Durante esos días mi rutina cambió drásticamente: Por las mañanas me marchaba lejos y dejaba que los sirvientes se hicieran cargo, pero por las noches, siendo la oscuridad mi fiel aliado, volvía para recostarme junto a ella mientras entrelazaba sus dedos con los míos en medio del silencio.

Por buena fortuna para ella, y para desgracia mía, luego de mantenerse algunos días bajo reposo se recuperó por completo y volvió a su rutina.

En más de una ocasión me sentí tentado a contarle que durante la noche no me había despegado ni un solo momento de su lado, e incluso una parte de mí deseaba pedirle disculpas por haber sido el causante de que enfermara, pero no pude hacerlo.

Nuevamente mi estúpido orgullo impidió que me sincerara de corazón, y al ser consciente de que ella no recordaba absolutamente nada de esos días, aunque me sentía frustrado al inicio, terminé aceptando la idea de que eso era lo mejor y volví a hacer lo que hacía antes, observarla desde lejos porque era la única forma de verla sonreír.

—Zefer... —escuché que murmuró.

Volteé a observarla y aún seguía con los ojos cerrados. Ella volvió a acurrucarse y un extraño puchero apareció en sus labios, siempre ponía esa cara mientras dormía por alguna extraña razón.

No pude evitar sonreír.

Cuán diferente era ella a todas las féminas que conocí en mi vida. En especial me refería a Eleonor.

Clematis era cándida, sencilla, calmada, como lo era la fresca brisa de primavera. Mientras que Eleonor era salvaje, explosiva, intensa, incluso cuando dormía. Cruzarse con ella era como adentrarse en un huracán o en una tormenta eléctrica y esperar lo peor.

Observé al cielo. Aún era de noche y faltaban muchas horas para el amanecer. Volví a dirigir mi vista hacia Clematis y retiré el paño húmedo que había encima de su frente, volví a remojarlo dentro del cuenco de agua y una vez que escurrí la tela, retiré algunos mechones de su frente y volví a colocarla allí.

Ella volvió a removerse pero una pequeña sonrisa asomó, y mientras la contemplaba, me acomodé en la silla al lado de su cama y cerré los ojos para poder descansar un poco.

***

Mi mente divagó en medio de mis recuerdos, y extrañamente el tiempo se detuvo en los primeros días luego de que mi madre muriera.

Varias horas después de su deceso, Giorgio ordenó que sacaran el cuerpo de Sirthe a través de la puerta principal; algo que nunca se hacía a menos de que fueras un Wolfgang. Nunca dio detalles de la muerte de él, pero algo que si dijo fue que Lyra había pescado una enfermedad fatal y por eso había muerto.

Di por sentado que los sirvientes se tragaron el cuento, pero aunque no dijeron nada, era probable que supieran que ellos habían tenido algún tipo de acercamiento carnal por el olor del cadáver de ese sujeto.

Giorgio siempre se dedicó a mancillar la memoria de mi madre desde ese momento cada vez que podía, Jaft cada vez que se cruzaba conmigo no perdía la oportunidad para golpearme o insultarme, y aunque yo tenía la fuerza necesaria para detenerlo y darle su merecido, nunca lo hice porque merecía eso y mucho más.

Odiaba estar en casa porque varias cosas aún tenían el olor de mi madre, así que fue gracias a eso que comencé a frecuentar la aldea Hanoun, y un día en medio de esos paseos hasta largas horas de la noche, fue que conocí a Eleonor.

Cuando la vi a lo lejos me llamó la atención que era la única que no estaba cerca de los puestos de ropa, joyería o coqueteando en la plaza. Ella estaba ahí sola, leyendo un libro que reposaba encima de sus piernas.

Al verme me observó con genuina curiosidad y sonrió de forma nerviosa con las mejillas enrojecidas. Hablamos y quedé encandilado con ella. Era una muchacha culta, divertida, un poco tímida, que al igual que yo tan solo deseaba huir lejos de esa realidad.

Jamás me dijo porque siendo alguien de casta pura se sentía de esa manera, ni mucho menos me dijo su nombre, pero bajo una inocente promesa de vernos al día siguiente, la dejé ir sin hacer más preguntas.

Allí fue donde comenzó el tormento, la persona que vi a la mañana siguiente era completamente diferente. Posesiva, celosa, intensa; ella tenía esa facilidad de elevarme al cielo, pero también lograba empujarme de allí y me hacía caer a la tierra.

Poco a poco ella me fue acostumbrando a su manera de manipularme. A esa forma enfermiza de arrastrarme a su lado. Normalicé muchas cosas que estaban mal, pero ese es el problema de unir a alguien que está roto con alguien que sabe cómo actuar.

Y aunque era consciente de que Eleonor poco a poco me estaba enfermando, era feliz viviendo esa mentira. Me convencí a mí mismo de que ella me amaba... y eso me impedía poner un alto.

Fue la única a la que no le importó que fuera el segundo en línea, o eso creía. Los nobles, incluso los mismos regentes siempre me observaban por debajo del hombro a diferencia de Jaft, ya que yo nunca tendría derecho a dirigir mi nación.

Las tardes a su lado eran entretenidas, me olvidaba de muchas cosas y las horas se iban con suma rapidez. Corríamos en medio del bosque, gastábamos algunas bromas a los nobles, y antes de partir, ambos nos uníamos entre caricias y besos a escondidas del resto.

Pero como cualquier noble que fue criada bajo lujos Eleonor solía pedirme cosas muy caras. Simplemente no podía negarme, me gustaba ver que sonriera, me gustaba sentir que me quisiera, e inconscientemente esta fue la única forma que hallé para que jamás se fuera de mi lado.

Sin embargo, conforme fuimos creciendo aquella exclusividad que ambos teníamos dejó de importarle. Ella comenzó a frecuentar muchos nobles, quienes desde luego, al verla tan hermosa caían de inmediato en sus redes.

Me hería verla junto a otro, pero no podía hacer nada para detenerla, ya que si Giorgio se enteraba que la quería, era capaz de arrebatármela.

Al cumplir los quince años decidí alejarme, claramente ella no tomó mi decisión de buena manera, pero fingió desinterés hasta que sintió que alguien más me estaba apartando definitivamente de su lado.

Ella tenía una amiga llamada Allin, era una noble sencilla y de buen corazón. A veces me preguntaba incluso porque alguien tan buena como ella siempre estaba cerca de Eleonor.

Nunca quise aprovecharme pese a que sabía que estaba enamorada de mí, pero comencé a frecuentarla un poco más porque en verdad disfrutaba de su compañía, y aquello bastó para que Eleonor actuara y me demostrara de lo que era capaz.

Después de dos meses de aparente tranquilidad mientras iba al pueblo vi un tumulto de gente reunida en la plaza central, me acerqué con curiosidad y quedé horrorizado con lo que vi. Allí, parada en el podio estaba Allin, con el rostro empapado en llanto, con grilletes en las manos, esperando su ejecución.

Sentí un escalofrío recorrer mi nuca, comencé a temblar. Mis piernas se movieron al frente para detenerlos, pero antes de que siquiera avanzara medio metro, sentí que alguien entrelazó sus dedos con los míos y me regresó a mi lugar.

—Que descaro el de ella, y pensar que decía ser mi amiga—la oí decir mientras ponía una mueca de falso arrepentimiento— La gente mala merece morir ¿No lo crees, Zefer?
—¿Qué hiciste, Eleonor? —exclamé mientras observaba las lágrimas en el rostro lastimado de Allin, ella miraba a todos lados desesperadamente, buscando que alguien la ayudara.
—Hice justicia —soltó con naturalidad mientras sujetaba con mayor fuerza mi mano.

En medio de mi estupefacción, un guardia se paró delante de Allin para poder dar a conocer los motivos de la ejecución.

—Como bien sabemos, nuestras leyes se aplican para todos de la misma forma, sean nobles o regentes. Kyros nos enseñó a no cometer los mismos errores de los humanos, ya que deseaba que viviéramos en una sociedad donde pudiéramos confiar los unos en los otros.

Diciendo esto, el sujeto se acercó hacia Allin y tomó con fuerza sus cabellos haciendo que ella se quejara de dolor, sus padres emitieron un quejido al ver como su hija lloraba con más fuerza.

—A esta Hanoun no le importó en lo absoluto robarle a uno de los nuestros. ¿Cómo podríamos vivir tranquilos sabiendo que hay una vulgar ladrona entre nosotros? —él la soltó y Allin cayó con fuerza de rostro al suelo—. Según nuestras normas, el castigo por el hurto, es la ejecución pública. Que esto sirva de recordatorio para todos nosotros.

El guardia extendió un collar entre sus manos; era de plata con piedras preciosas, siendo la más grande un diamante de color azul ubicada justo al centro. Lo reconocí de inmediato, volteé con rapidez donde Eleonor y vi su cuello. No estaba. El collar que yo le regalé hace tiempo y el que ella siempre usaba con orgullo no estaba allí.

Al darse cuenta de que la observé sonrió de forma serena y sujetó con más fuerza mi mano.

—¿Dijiste que te robó? —le pregunté, y ella se encogió de hombros con naturalidad.

Traté de soltarme, pero ella se elevó sobre la punta de sus pies y depositó un suave beso sobre mi mejilla.

—Que esto te sirva de lección, Zefer—susurró muy cerca de mi oído. Su cálido aliento me dio escalofríos—. Tú eres mío. Y haré lo que sea necesario, para que nadie te aparte de mi lado.

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