let me be her (completa)

بواسطة milanolivar

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Ser organizadora de eventos no es fácil, y ser la organizadora de eventos de tu padre le añadía un doble grad... المزيد

𝒄𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏: ¿𝒅𝒂𝒇𝒏𝒆?
𝒄𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐: 𝒘𝒊𝒍𝒔𝒐𝒏
𝒄𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟑: 𝒔𝒆́ 𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒐𝒚 𝒕𝒖 𝒕𝒊𝒑𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟒: 𝒆𝒍 𝒓𝒆𝒕𝒓𝒂𝒕𝒐 𝒅𝒆 𝒐𝒍𝒊𝒗𝒊𝒂 𝒂𝒓𝒄𝒉𝒆𝒓
𝒄𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓: ¿𝒂𝒖́𝒏?
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟕: 𝒆𝒍 𝒑𝒐𝒔𝒕𝒓𝒆
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟖: 𝒓𝒆𝒔𝒑𝒊𝒓𝒂
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟗: 𝒃𝒖𝒓𝒃𝒖𝒋𝒂𝒔
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏𝟎: ¿𝒑𝒐𝒓 𝒒𝒖𝒆́ 𝒆𝒍𝒍𝒂?
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏𝟏: 𝒆𝒍 𝒐𝒃𝒔𝒆𝒓𝒗𝒂𝒕𝒐𝒓𝒊𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏𝟐: 𝒐𝒓𝒈𝒖𝒍𝒍𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏𝟑: 𝒏𝒐 𝒆𝒔 𝒑𝒐𝒓 𝒕𝒊, 𝒄𝒊𝒆𝒍𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏𝟒: 𝒔𝒐𝒍𝒆𝒅𝒂𝒅
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏𝟓: 𝒍𝒂 𝒖́𝒍𝒕𝒊𝒎𝒂 𝒑𝒆𝒓𝒔𝒐𝒏𝒂 𝒆𝒏 𝒍𝒂 𝒕𝒊𝒆𝒓𝒓𝒂
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏𝟔: 𝑹𝒐𝒎𝒂𝒏𝒐𝒔 𝟖:𝟖
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏𝟕: 𝒆𝒍 𝒅𝒆𝒔𝒊𝒆𝒓𝒕𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏𝟖: 𝒉𝒐𝒍𝒅 𝒎𝒚 𝒉𝒂𝒏𝒅
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏𝟗: 𝒏𝒊 𝒕𝒆 𝒊𝒎𝒂𝒈𝒊𝒏𝒂𝒔 𝒆𝒍 𝒅𝒐𝒍𝒐𝒓
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐𝟎: 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒂𝒈𝒖𝒂
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐𝟏: 𝒆𝒍 𝒂𝒔𝒄𝒆𝒏𝒔𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐𝟐: 𝒍𝒂 𝒑𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒂𝒅𝒊𝒆 𝒗𝒆
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐𝟑: 𝒂𝒇𝒕𝒆𝒓 𝒉𝒐𝒖𝒓𝒔
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐𝟒: 𝒎𝒂𝒎𝒂́
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐𝟓: 𝒉𝒂́𝒃𝒍𝒂𝒎𝒆
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐𝟔: 𝒖𝒏 𝒍𝒖𝒈𝒂𝒓 𝒔𝒆𝒈𝒖𝒓𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐𝟕: 𝒐𝒋𝒐 𝒑𝒐𝒓 𝒐𝒋𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐𝟖: ¿𝒒𝒖𝒊𝒆́𝒏 𝒆𝒓𝒆𝒔, 𝒏𝒐𝒂𝒉 𝒘𝒊𝒍𝒔𝒐𝒏?
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟐𝟗: 𝒑𝒊𝒆𝒍 𝒄𝒐𝒏 𝒑𝒊𝒆𝒍
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟑𝟎: 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒅𝒊𝒋𝒐 𝒋𝒂𝒏𝒆 𝒂𝒖𝒔𝒕𝒆𝒏...
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟑𝟏: 𝒍𝒂 𝒍𝒍𝒆𝒈𝒂𝒅𝒂
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟑𝟐: 𝒅𝒊́𝒂 𝒖𝒏𝒐, 𝒑𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒖𝒏𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟑𝟑: 𝒅𝒊́𝒂 𝒖𝒏𝒐, 𝒑𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒅𝒐𝒔
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟑𝟒: 𝒅𝒊́𝒂 𝒖𝒏𝒐, 𝒑𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒕𝒓𝒆𝒔
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟑𝟓: 𝒈𝒓𝒂𝒄𝒊𝒂𝒔, 𝒈𝒓𝒂𝒄𝒆
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟑𝟔: 𝒅𝒊𝒂 𝒅𝒐𝒔, 𝒑𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒖𝒏𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟑𝟕: 𝒉𝒆𝒓𝒆 𝒘𝒆 𝒈𝒐 𝒂𝒈𝒂𝒊𝒏
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟑𝟖: 𝒍𝒂𝒔 𝒄𝒐𝒎𝒑𝒂𝒓𝒂𝒄𝒊𝒐𝒏𝒆𝒔 𝒔𝒐𝒏 𝒐𝒅𝒊𝒐𝒔𝒂𝒔
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟑𝟗: 𝒖𝒏𝒂 𝒏𝒖𝒆𝒗𝒂 𝒗𝒊𝒅𝒂
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟒𝟎: 𝒅𝒊𝒈𝒏𝒐 𝒅𝒆 𝒖𝒏 𝒔𝒆𝒓 𝒉𝒖𝒎𝒂𝒏𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟒𝟏: 𝒍𝒐𝒔 𝒘𝒊𝒍𝒔𝒐𝒏
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟒𝟐: 𝒏𝒐 𝒅𝒆𝒔𝒄𝒖𝒆𝒍𝒈𝒖𝒆𝒔
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟒𝟑: 𝒂𝒏𝒕𝒆𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝒂𝒎𝒂𝒏𝒆𝒄𝒆𝒓
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟒𝟒: 𝒆𝒍 𝒅𝒆𝒔𝒂𝒚𝒖𝒏𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟒𝟓: 𝒄𝒐𝒎𝒊𝒅𝒂 𝒆𝒏 𝒇𝒂𝒎𝒊𝒍𝒊𝒂
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟒𝟔: 𝒂𝒃𝒊𝒈𝒂𝒊𝒍
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟒𝟕: 𝒍𝒖𝒄𝒆𝒔 𝒚 𝒔𝒐𝒎𝒃𝒓𝒂𝒔
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟒𝟖: 𝒎𝒊𝒓𝒂𝒓 𝒂𝒍 𝒑𝒂𝒔𝒂𝒅𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟒𝟗: 𝒕𝒐𝒅𝒐 𝒗𝒖𝒆𝒍𝒗𝒆 𝒂 𝒆𝒎𝒑𝒆𝒛𝒂𝒓
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓𝟎: 𝒔𝒂𝒍𝒊𝒓 𝒅𝒆𝒍 𝒂𝒈𝒖𝒋𝒆𝒓𝒐
𝒄𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓𝟏: 𝒂 𝒑𝒍𝒆𝒏𝒂 𝒗𝒊𝒔𝒕𝒂
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓𝟐: 𝒂𝒇𝒓𝒐𝒏𝒕𝒂𝒓 𝒍𝒂 𝒓𝒆𝒂𝒍𝒊𝒅𝒂𝒅
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓𝟑: 𝒔𝒊𝒈𝒏𝒐 𝒅𝒆 𝒊𝒏𝒕𝒆𝒓𝒓𝒐𝒈𝒂𝒄𝒊𝒐́𝒏
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓𝟒: 𝒍𝒂 𝒄𝒐𝒕𝒊𝒅𝒊𝒂𝒏𝒊𝒅𝒂𝒅 𝒅𝒆 𝒖𝒏𝒂 𝒗𝒊𝒅𝒂
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓𝟓: 𝒇𝒐𝒕𝒐𝒔 𝒆𝒏 𝒖𝒏 𝒄𝒂𝒋𝒐́𝒏
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓𝟔: 𝒍𝒊𝒆𝒔, 𝒍𝒊𝒆𝒔, 𝒍𝒊𝒆𝒔
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓𝟕: 𝒕𝒊𝒆𝒏𝒆𝒔 𝒖𝒏 𝒆𝒎𝒂𝒊𝒍
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓𝟖: 𝒍𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒂𝒍 𝒆𝒎𝒑𝒊𝒆𝒛𝒂...
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟓𝟗: 𝒓𝒆𝒄𝒖𝒆́𝒓𝒅𝒂𝒎𝒆
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟔𝟎: 𝒊𝒕 𝒘𝒂𝒔 𝒓𝒆𝒂𝒍
𝒄𝒂𝒑𝒊𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟔𝟏: 𝟓 𝒅𝒆 𝒏𝒐𝒗𝒊𝒆𝒎𝒃𝒓𝒆
𝒆𝒑𝒊𝒍𝒐𝒈𝒐

𝒄𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟔: 𝒍𝒂 𝒓𝒖𝒊𝒏𝒂 𝒅𝒆 𝒍𝒂 𝒇𝒂𝒎𝒊𝒍𝒊𝒂

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بواسطة milanolivar

Me gustaba imaginar que yo no estaba allí, que la escena que se estaba produciendo ocurría a través de una pantalla y que nada de eso me incumbía. Quizás, si directamente me apartaba de la situación, la sensación de sentir que no pertenecía a ese mundo sería menor, pero no lo era, no cuando pronunciaban mi nombre y debía coger de las manos a mi hermana y a mi padre. Me recorría un escalofrío por la espina dorsal que llegaba hasta mi cerebro y hacía que apretase los ojos mientras mi padre bendecía la mesa.

—Vamos a comer antes de que se enfríe —sentenció mi madre.

Las ensaladeras de comida comenzaron a pulular de mano a mano sobre la mesa, hasta que los cuatro acabamos con un poco de ensalada, puré y carne en el plato. Comer en esa casa me cerraba el estómago casi tanto que el recuerdo directo de mi pasado.

—¿Tú no comes o qué? —Me señaló mi padre con un gesto de desprecio, dándole un bocado a uno de los panecillos.

—Estoy cansada —respondí, revolviendo el puré de patatas con el tenedor para llevármelo a la boca.

—¿Cansada de qué? —Espetó él, lanzándole una mirada cómplice a mi hermana entre risas—. ¿Qué hiciste ayer? Si tuvieras un novio y te quedases en casa como tu hermana, no estarías tan cansada. Porque si fuese por trabajo, lo entendería...

—¿Es que no trabajo lo suficiente? —Fruncí el ceño, dejándome caer sobre la silla.

—Si te pasas el día en la máquina de café con Wilson —replicó la estúpida de mi hermana con ese tono de voz tan agudo que me daba ganas de vomitar.

—Solo sales de tu despacho cuando estamos en nuestro momento de descanso, ¿qué estás diciendo?

—Basta. No le hables así a tu hermana —me reprendió mi madre, dando un golpe encima de la mesa con los ojos tan abiertos que estaban al borde de las cuencas.

Comprendí desde bien pequeña que replicar, resistirse y responder no servía de nada. Tener razón en esa casa nunca me servía de nada. Mis primeras reacciones eran responder, enfadarme, lanzar la mesa por los aires y encerrarme, pero las consecuencias eran brutales. Entonces, después de varios ojos morados, comprendí que debía rebajar el tono.

Probé hablando desde la calma, sentada en mi silla y sin levantar la cabeza, pero mis padres se enfurecían igual o incluso más. Entendían que esa rebeldía adolescente había pasado a un plano aún más rebelde que se cargaba de ironía y sarcasmo y las consecuencias eran iguales.

Así que, a los dieciséis, dejé de responder. Aunque me temblase el labio superior y quisiera romper la mesa a puñetazos, seguía comiendo tranquilamente mientras mi madre y él me gritaban y mi hermana seguía comiendo con una parsimonia pasmosa.

—Lo único que te pedí cuando volviste de Nueva York es que fueses respetuosa y comieses una vez a la semana con la familia, como hemos hecho siempre.

—Dejé mi trabajo en Nueva York porque me necesitabas aquí. ¿Te recuerdo lo desesperado que me llamaste porque habían despedido a tu organizadora de eventos? —Mi padre apretó los puños a la vez que la mandíbula—. Esa fue la primera vez que me llamaste en dieciséis años.

—¿Te recuerdo yo a ti que me lo debías? —Los nervios agarrotaron mi garganta y la ansiedad se apoderaba de mí. Sentí que la presión en sangre bajaba hasta tal punto que pensé que iba a desmayarme—. Me jodiste la revista que construí durante años y ahora vas a saldar la deuda.

*

Las manos me habían temblado de esa manera muchas veces a lo largo de mi vida, pero hacía mucho tiempo que no miraba al pasado de esa manera tan cruel como lo hacía mirando a los ojos de mi padre. Volvía a tener las piernas flacas, a tener la mirada perdida en el horizonte y a temblar como si tuviese hipotermia.

Grace prendió la punta de mi cigarrillo que se tambaleaba en la punta de mis dedos y se sentó conmigo en la terraza de su apartamento. Me miró con lástima y me acarició la rodilla, sentándose frente a mí.

—Tranquila, tranquila... No pasa nada, no pasa absolutamente nada. —Sonreí al borde de las lágrimas y le di una calada al cigarro, que se movía aun estando sujeto por mis labios.

—Voy a volver a Nueva York. No sé por qué volví a Los Ángeles.

Sí lo sabía. Mi padre llevaba razón; sentía que se lo debía por 'arruinarle' el negocio. Porque, por muy fuerte que una mujer sea, la culpa la persigue hasta el lugar más recóndito donde se esconda.

—Siento haberte molestado, seguro que tenías cosas que hacer —dije, soltando las cenizas en el cenicero que había en la mesa baja de cristal. Sí, eso que acababa de decir era otra consecuencia de vivir en soledad; pensar que nadie tiene tiempo para ti.

—Iba a verte esta tarde. Así me ahorras el viaje.

Le di otra calada al cigarro, ensimismada con la vista que tenía desde allí. Edificios bajos de Chinatown en los que se veía los farolillos rojos que comenzaban a encenderse en mitad del color púrpura del atardecer.

—Has venido a Los Ángeles por algo. Igual que te subiste a ese autobús desde Texas sin saber qué iba a pasar. Quizás ahora no lo veas, pero te aseguro que algún significado tendrá. —Aseguró, asintiendo tan fervientemente que los mechones de pelo castaño le cayeron sobre la cara a pesar de llevar el pelo recogido.

Iba a preguntarle, "Grace, ¿piensas que alguien me va a querer algún día?", pero no lo hice porque su respuesta iba a ser que sí y a darme un sermón de lo preciosa que soy, pero yo sabía que era difícil quererme. Sabía que era difícil encontrar a alguien que se amoldase a mis traumas, pero, sobre todo, era difícil encontrar a alguien soportase el peso de la mochila de mi pasado. Podría hacer un vídeo recopilación de las caras de espanto cuando les contaba a aquellos hombres lo que me había pasado. "Lo siento, no tengo nada en contra, pero...", "No, no, es por salud, no quiero verme en esa tesitura", o simplemente no respondían y me decían que solo habían sido un par de citas.

—Tengo que irme —murmuré al mirar el reloj en mi muñeca—. Nos vemos esta semana sin falta.

—¿Dónde tienes que ir?

—A terminar unos encargos antes de que mañana se me junte todo el trabajo.

Mentí. Lo que hice fue irme a la cafetería de enfrente, pedirme un refresco y llorar en un rincón. Llorar en público ya no le sorprendía a nadie en aquella ciudad, ni siquiera a los hombres que pasaban a mi lado sin importarle que por debajo de las gafas de sol cayesen lágrimas y yo me alegraba. Era la única ocasión en la que quería pasar desapercibida, agachar la cabeza y desahogarme en silencio y sin armar mucho ruido. Tampoco me desagradaba entrar al baño para retirarme las lágrimas y volver a maquillarme, lo único que me molestaba era la horrenda iluminación de aquel baño. Tenía práctica para maquillarme en tugurios oscuros en los que nada bueno pasaba.

Al salir del baño vi la figura de Noah delante del mostrador de la cafetería. No iba en traje, para mi sorpresa tenía más vestuario en su armario y se había hecho con una camiseta blanca con los bordes del cuello y las mangas de color rojo, unos pantalones grises de chándal ajustados a sus tobillos y unas de esas zapatillas de correr Nike blancas. También ella se había unido a la moda de esos pantalones de chándal grises tan desenfadados que me hacía caer de rodillas al suelo.

En el segundo que tardó en mirarme repasé su outfit entero y me dio tiempo a pensar en lo bien que le quedaba la ropa para la altura y anchura que tenía. Era grande. Tenía la espalda y los hombros anchos, las piernas largas y unas manos que rodearon el vaso grande de refresco para llevar como si fuese un vaso de niños.

—Liv, ¿qué haces aquí? —Me preguntó con una sonrisa, dándole un sorbo al refresco que hizo tintinear el hielo en su interior.

—No, ¿qué haces tú aquí? —Contraataqué, guardándome las gafas en el bolso.

—Vivo a unas manzanas de aquí.

—Oh, yo vine a ver a una amiga. Vive en ese edificio. —Señalé a través del ventanal del local. Noah alzó las cejas, dándole otro sorbo a la pajita—. ¿Dónde vas sin traje?

—Vengo de San Diego, de ver a mis padres, mi sobrino... Ya sabes. ¿Quieres subir a mi casa y cenas conmigo?

Dudé por un momento. ¿Era moralmente adecuado subir a su casa? Acababa de tener un ataque de pánico del cual estaba mejor, ¿pero era correcto sentir que quería subir, cenar y lo que surgiese esa noche? Estaba segura de que me sentiría culpable a la mañana siguiente, pero esa noche yo era una chica débil que se sentía sola y abandonada por el mundo, a la que otra chica podía cogerla en brazos y reparar por una noche el daño que su padre le seguía haciendo y que, aunque seguía siendo pequeña, esa noche ya no estaría sola.

—Sí, por qué no.

—¿En serio? —Alzó las cejas, sorprendida cuanto menos.

—¿Por qué te sorprende tanto? —Ella se sentó en el taburete del mostrador, apoyando allí el codo.

—No lo sé, a veces te veo tan inaccesible que me sorprende que hables conmigo. —Removió los hielos del refresco con la pajita, dándole un nuevo sorbo.

—¿Me ves inaccesible? —Ella alzó los hombros a mi pregunta, sin haber terminado de sorber el refresco.

—Te acabo de decir que sí. ¿Qué vas a pedir para llevar? —Agarró la carta plastificada de la mesa, señalando con el dedo lo que había escrito en ella—. ¿Qué te apetece? —Me miró a los ojos, apoyando los mechones de pelo ondulados en la palma de su mano al mirarme.

Tenía las mejillas y la nariz más rosadas que de costumbre. Estaba segura de que había pasado el día en la playa jugueteando con su sobrino antes de comer algo reconfortante que su madre había preparado.

—Lo mismo que hayas pedido tú. 


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