Volver en ti

By noregrets02

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Agoney es un chico que quiere creer que lo tiene y lo sabe todo hasta que se ve envuelto en una vida que le m... More

Presentación y AVISOS
I - Plan A: Encuéntrate
II - Fase 1: Primer acercamiento
III - Fase 2: Distancia
IV - Fase 3: La salida del sol
V - Fase 4: Un imprevisto
VI - Fase 5: El juego de la curiosidad
VII - Fase 6: Hablar de ti y de mi
VIII - Fase 7: Bailar pegados en un compás propio
IX - Fase 8: Llegada a la cima
XI - Plan Fallido
XII - Recalculando
XIII - Plan B: Vuelve en Ti
XIV - Fase 1.2: El camino
XV - Fase 2.2: Los Aliados
XVI - Fase 3.2: El espacio
XVII - Plan B Superado
XVIII - Vistazo General
XIX - Plan C: Echar raíces
XX - Fase 1.3: Mano a Mano
XXI - Fase 2.3: Asentamiento
XXII - Fase 3.3: Un buen adiós
XXIII - Fase 4.3: Reafirmarse
XXIV - Plan C: Completado
XXV - Consideraciones Finales
XXVI - Observaciones
XXVII - Fin: Misión Cumplida
Epílogo
Agradecimientos

X - Fase 9: En el ojo de la tormenta

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By noregrets02

[Este capítulo está libre de angst]

TW: Manipulación psicológica en relaciones de amistad.

Agoney se dejó caer unos centímetros más, lo suficientemente despacio como para ser frenado si así se quería, pero no pasó, y con el corazón encajado en la garganta, con las pulsaciones elevadas estratosféricamente, sus labios se encajaron con rapidez en los de Raoul, sorprendiendo a ambos la suavidad del roce inicial.

Tras el primer encuentro, cuando pudieron alejar la conmoción del último minuto, movieron sus bocas despacio, como quien camina por la noche sigiloso, con miedo a ser descubierto; los dedos de Raoul subieron un poco más, hasta acariciar la piel cubierta de barba al mismo ritmo del beso, sin brusquedad, al igual que la lengua de Agoney acarició su labio inferior, y sus narices chocaron, aunque no le dieron la menor importancia.

Fichas fueron cayendo una a una, como en un largo dominó que sólo podía acabar con aquellos dos chicos tumbados en la hierba y destrozando los esquemas que ellos mismos se habían construido desde un principio; sólo con el contacto de sus bocas, haciéndoles sentir en una realidad paralela donde poco importaba más que el corazón palpitando a una velocidad de cien caballos y el tacto de unos dedos buscando asentarse en algún lugar para no escapar muy lejos de la realidad y poder tener los cinco sentidos conscientes y centrados en ese momento exacto.

Cuando se separaron, apenas unos segundos después de juntarse, también lo hicieron con lentitud, con cuidado, con miedo de pisar en falso; un miedo que desapareció cuando sus pupilas volvieron a enfrentarse, porque quién sabe lo que pasaría después y a quién le importaba lo que ocurriera antes cuando esos ojos se encontraban y observaban una pequeña ilusión crecer en sus miradas.

Con un carraspeo tímido, pero no incómodo, Agoney se volvió a incorporar, seguido de Raoul, que se mordió la sonrisa de nuevo y volvió a mirarle antes de romper el pequeño silencio que se había creado. Estaba completamente nervioso, sentía temblar todo su interior, el "Por desgracia ya no" y el beso le habían dejado, como mínimo, en otra galaxia, por lo que necesitaba encontrar una conversación que le trajera a la tierra, o a la realidad en caso de estar soñando.

—¿Acabas de besarme?

Exactamente, era eso lo que Agoney acababa de hacer, no quería entrar en pánico, aunque acabase de cruzar absolutamente todos los límites que se había autoimpuesto, aunque sintiese que lo estaba haciendo todo al revés. Intentó que no se notase su miedo atroz y puso una media sonrisa, pensando solamente y con todas sus fuerzas en que le había encantado ese beso, y si le había gustado tanto, es que no podía ser tan malo.

—No —afirmó con falsa altanería, buscando en la diversión un resquicio de calma para su interior—, tú me has besado a mí.

—Discutible.

—Podemos estar todo el tiempo que quieras discutiéndolo.

Raoul rio, destensándose al ver que no había arrepentimiento y sí ganas de jugar, se acomodó echándose para atrás y apoyándose en sus propios antebrazos sin dejar de mirarle.

—¿Quieres malgastar lo que te queda de día aquí por no admitir la realidad?

—A no ser que me ofrezcas una alternativa mejor, no me importaría.

—Si reconoces que me has besado, te la ofrezco encantado.

—Es una excusa muy triste para volver a besarme.

—Acabas de admitir que besarme sería una alternativa mejor —sentenció, girándose para volver a estar cerca de Agoney, puede que estuviera saltando al vacío, pero ese beso le había dejado algo atontado y le apetecía arriesgar un poco más—, así que te voy a conceder el gusto.

—No se te da bien negociar.

Pero esa respuesta se perdió en los labios de Raoul, que le sujetó el cuello, esta vez con mayor firmeza, e inició un nuevo beso, menos cauteloso y más desordenado, decidido a saborear bien aquellos labios que tanto había querido cerrar esas dos semanas.

Agoney le sujetó la cintura y lo atrajo más hacía sí, profundizó el beso y acarició la boca contraria con la suya propia, frenó una y otra vez todos los reproches que querían romper el momento y se concentró en disfrutar de la calidez que le proporcionaban los labios de Raoul; sintió como metía los dedos entre el nacimiento de su pelo y suspiraba justo en su boca, decidió que podría robarle el aliento si quisiera.

—Deberíamos... ir a descansar un poco antes de lo de esta tarde —susurró Raoul cuando pararon para coger aire, aún sin alejarse.

—Si, deberíamos.

En ese momento sí que hubo un silencio un poco incómodo, no por lo que había pasado instantes antes, si no por todo lo que podría llegar a ocurrir después, que no querían dejar que empañase lo que sentían en ese momento.

Estaba siendo su momento.

Raoul suspiró, aún sintiendo el fantasma de los besos compartidos, con una ansiedad creciente por añadir más a la cuenta, por no dejar de hacerlo ni un sólo instante, pero tenía que concentrarse y centrarse en la opresión del pecho que no era tan bonita como su aceleración.

—Ago, yo... es tu último día aquí, no me apetece-

—Pensar —completó su frase, asintiendo—, a mí tampoco. Llevo dejándome llevar todo el día, puedo hacerlo las horas que me quedan.

Raoul no se atrevió a preguntarle si iba a arrepentirse de todo más tarde, Agoney no se atrevió a preguntarle si estaba dispuesto a esperar a que ordenase sus ideas. Sólo se sonrieron y se alejaron un poco más, con las mejillas sonrosadas, antes de ponerse en pie y empezar a caminar hasta la parada de autobús que les dejaría más cerca de sus respectivos hogares. Cuando estuvieron subidos se sentaron juntos y sus manos volvieron a encontrarse, y la cabeza de Agoney volvió a apoyarse en el hombro de Raoul, al igual que la noche anterior, que parecía ahora tan lejana.

—Espero —rompió el silencio Raoul, buscando no preocuparse pero siendo incapaz de contenerse en indagar más en los que estaba pasando— que no me culpes cuando en la ciudad no puedas volver a comer pizza porque ninguna esté tan buena como la que vas a cenar hoy.

—Creo que la pizza va a ser una de las pocas cosas que sí pueda volver a hacer en la ciudad, sin importarme no estar aquí, y sin echarte la culpa —Agoney acompañó aquella confesión con una media sonrisa que Raoul tuvo el atrevimiento de besar.

No sabían si aquello era sólo un espejismo, porque lo parecía, un sueño que no tendría implicaciones reales; pero fuera como fuese, no les apetecía desperdiciarlo, por lo que cada palabra, cada gesto, era comedido, para que no se les escapara como aguanta entre los dedos; incluso aquel corto trayecto en autobús, sin apenas hablar, sólo disfrutando de la presencia del contrario que poco a poco había ido variando de significado hasta llegar a ese punto, ese en el que el estómago se revolvía de forma demasiado agradable.

—Los chicos han contestado que perfecto —informó Raoul después de mirar el móvil, que había vibrado en su bolsillo mientras bajaban del autobús.

—Pues entonces nos vemos en unas horas, Raoul.

—Hasta luego, Agoney.

Con una última caricia siguiendo el borde de su mandíbula, en un impulso no lo suficientemente fuerte como para convertirse en un beso de despedida, Agoney inició el camino hacia el interior de la granja, llevándose una sonrisa y dejando atrás otra igual de emocionada, aunque también con un poco de miedo colándose entre los huesos de ambos, y el pensamiento de que estaban haciendo justo lo que había dicho que no iba a hacer luchando por ganar terreno entre sus sentimientos.

A mitad del recorrido hasta la casa Roma se acercó a Agoney con entusiasmo, ladrando y levantando la cabeza en busca de mimos.

—Hola, bonita. ¿Qué pasa? —preguntó riendo al ver cómo le lamia la mano y frotaba la cabeza con su pierna— Claro, te huelo un poco a él, ¿no? 

—Buenas tardes, Ago.

Agoney levantó la cabeza para encontrarse a Anastasia en la entrada de la casa, con un delantal puesto y una gran sonrisa en la cara.

—Hola, Anya. Ahora voy a dormir un rato, ¿vale? Estoy algo agotado.

—Claro, cariño, ¿lo has pasado bien?

—Sí, mucho. —Asintió con sinceridad y tuvo la necesidad de añadir algo más— Gracias por darme una oportunidad y por aconsejarme tanto, puede que me quede poco tiempo para disfrutar por aquí, pero... pero...

—Mejor eso que nada, dilo sin miedo.

Agoney asintió de nuevo, en ese momento era precisamente así, aunque le diera rabia haber tardado tanto, agradecía estar viviendo esos días con sus pequeños grandes cambios, con las cosas que le ponían una sonrisa boba y le hacían sentirse feliz, o al menos una sensación parecida a la felicidad.

—Qué bien huele, ¿no? —preguntó una vez dentro, a mitad del salón.

—Estoy haciendo galletas, cuando te despiertes podrás probarlas.

—Bueno, a lo mejor puedes metérmelas en una cajita, que esta noche voy a cenar con los chicos también, dice Raoul que va a hacer pizza.

—Suena a un gran plan, pero intenta no volver luego muy tarde que tienes que hacer el equipaje.

Cuando Agoney se quedó sólo, después de asentir a aquella orden y subir a su cuarto, lo primero que hizo fue cargar el móvil, soltándolo casi como si quemara, con el miedo a hablar con las personas del otro lado elevado al máximo posible; era fácil callar las dudas sobre los últimos días con Raoul al lado, pero no tanto en ese momento, así que su cerebro batallaba entre arrepentirse y gritar de júbilo. Y quizá fue la pequeña corriente de aire que entró por su ventana, o el ladrido divertido de Roma que se coló con el viento, pero consiguió que ganase la parte que, en ese momento, le hacía sentir dichoso.

Unas horas después, a las siete y media de la tarde, Agoney había guardado su nuevo vinilo, se había duchado y vestido con unos vaqueros y un polo negro de manga corta, había decidido no peinarse con gomina y, después de repasar por tercera vez que llevaba todo, bajó a la puerta para encontrarse con Alfred y Mireya.

Después de saludarse fueron hasta la caseta de al lado, donde comían algunas veces, y se encontraron en la entrada con el resto del grupo, Aitana, Luis, Miriam, Roi y Raoul, que llevaba un montón de bolsas colgadas del brazo.

—¿Qué llevas ahí?

—Los ingredientes para hacer la mejor pizza del mundo —le respondió con una amplia sonrisa, pasando delante de él para cruzar la puerta.

—¡Eso ya lo veremos!

—¿Te apuestas algo?

Agoney sonrió de lado, acercándose sutilmente un poco más a Raoul, que se mordió el labio inferior lo más disimuladamente que pudo.

—¿Quieres que lo haga?

—Pues depende de lo que esté dispuesto a perder, Hernández.

—Bueno es saberlo —respondió con una ceja alzada en un gesto que nadie podría definir de otra manera que no fuera sexy o, como mínimo, provocador.

—¿Están... tonteando o es cosa mía? —le susurró Alfred a Mireya, mirando a los dos chicos entrar a la caseta y con el ceño levemente fruncido.

—No lo sé, pero me da verdadero miedo.

—Secretos en reunión, mala educación.

—Estamos tratando asuntos de Estado, Luis.

—No le deis tantas vueltas. —Le restó importancia instándoles a entrar.— Mejor que se lleven bien, ¿no?

—Pero ha sido muy repentino... El otro día querían matarse y hace un momento habría jurado que-

—A ver, Mire, ya llevaban unos días hablando, y como tuvieron que trabajar juntos y sacar a los caballos... Pues han hablado y habrán superado sus diferencias y ahora están a gusto, gracias a Dios.

—Además, —se sumó Miriam a las palabras tranquilizadoras de su amigo— por lo que me habéis dicho Agoney se va mañana, no creo que se arme ningún cataclismo porque pasen juntos unas horas, tonteo o no, no será nada.

—Ya, supongo que no...

—Yo también tengo un mal presentimiento —le dijo Aitana a la rubia apareciendo a su espalda cuando el resto ya se habían acercado a la mesa de la cocina donde Raoul separaba las cosas—. Pero el otro día hable con los dos y, no sé, puede que sólo seamos demasiado precavidas.

—Dios te escuche, cielo.

—¡Gracias, Agoney! —el grito de Miriam las sorprendió, haciendo que se juntasen con el resto en el interior—. El chorizo en la pizza queda perfectamente bien, pero esta gente no quiere admitirlo.

—Hay que tener paladar para poder admirarlo.

Después de decirlo, Agoney temió que alguno se lo tomase a malas, pero de respuesta solo obtuvo una carcajada de la gallega y un exagerado gesto de indignación de Roi, respiró tranquilo y se dispuso a relajarse como había hecho por la mañana, era capaz.

No eran su gente, pero eran jóvenes normales, como él, no le tenían envidia y no le miraban mal. ¿Tan imbécil había sido de creer lo contrario? Probablemente sí. No es que no tuviera sentido pero... no parecía ser así.

"Deja de pensar tanto, estúpido", se dijo, y se hizo caso.

—Bueno, dejadme espacio, que no cocino bien bajo presión.

Entre un barullo de burlas amables, todos fueron saliendo de la cocina, menos Agoney, que frenó en la puerta que la separaba del salón.

—Espero que no intentes envenenarme en mi última noche, ¿eh?

Raoul entrecerró los ojos, cambiando el peso de su cuerpo de una pierna a otra, mientras Agoney le miraba con una sonrisa extremadamente leve, sinuosa; asintió más para sí mismo que para otra cosa y dejó que sus labios se curvaran lentamente hacia arriba.

—Ven un segundo, anda.

Haciéndole caso, Agoney retrocedió en sus pasos para estar enfrente de él, recibiendo, sin esperarlo, un puñado de harina justo en medio de la cara.

—¡Maldito enano rubio!

—¡No! —exclamó cuando vio que iba a devolvérsela —¡Es nuestra única comida y soy el único cocinero!

Raoul le frenó los brazos a ambos lados de su cara, buscando piedad, y algo debió hacer bien algo porque en lugar de harina, lo que recibió fue un pico rápido que le cosquilleó en los labios.

—¡Menos juerga y más cocina! —escucharon replicar a Cepeda.

—¡Si os estáis pegando de verdad, avisad! —se le sumó Aitana.

—Te dejo cocinar —anunció Agoney, rodando los ojos como única respuesta a los comentarios de los otros dos—, pero me vengaré.

—No me puedes despedir, así que...

—Bueno... no vayas por ahí que te sorprendo.

—Vete ya, flipado.

—No le hables así a tu jefe.

—No empieces que le hecho hortensias a tus trozos de pizza.

—¿Hortensias?

—Se supone que son venenosas, debería saberlo el señor estudioso.

Agoney entrecerró los ojos y le pinchó en las costillas con un dedo, haciéndole soltar un quejido, pero se fue antes de que Raoul pudiera contratacar. Y antes de que él mismo no pudiera resistirse a atacar de nuevo su boca y no soltarla en mucho tiempo.

Se sentó en el sofá, entre Mireya y Alfred, sin interrumpir la conversación que estaban teniendo, en la que Roi relataba las peripecias de sus alumnos. Todo iba bien, al menos hasta que la conversación se dirigió hacia él.

—Y bueno, Agoney, chico de ciudad, cuéntanos tus impresiones de esta vida rural.

Pudo notar como sus amigos se tensaban a su lado, y como Aitana le miraba con una media sonrisa; carraspeó y, sin mirar directamente a ninguno, empezó a balbucear una respuesta. Había prometido comportarse con ellos, pero tampoco quería mentir, y aunque los últimos días hubiera empezado a comprender que no eran tan distintos, tampoco podía dejar de pensar que en cuanto al nivel de vida, él seguía bastante por encima, fueran o no distintos.

—No te cortes —le interrumpió Miriam, dándole un respiro—. Yo daría lo que fuera por poder tener un piso en la ciudad, que quiero mucho a este pueblo y os echaría de menos a todos, pero lo de ir a clase a matacaballo es un horror, y que soy la rara de mi familia a la que sí le gusta el ambiente urbano. Pero con lo que gano haciendo recados para la madre de Raoul en la panadería no me da ni para medio pisito.

—A ver, —se animó al fin, eligiendo con cuidado las palabras— yo sé que estáis bien aquí y eso pero... la verdad es que sí que se me sigue haciendo pequeño, siento que nacer aquí es como nacer con un techo que te impide terminar de subir.

—Esas cosas pasan y quien lo niegue es un ciego —intervino Cepeda—. Pero no creo que necesariamente por nacer aquí, si no por las circunstancias en las que naces, tú puedes nacer en la ciudad pero si tu familia no tiene recursos también naces con un techo.

—Bueno, mi familia no siempre ha sido lo que es ahora.

—Pero eso en parte es suerte. —Se sumó Aitana.— Que estoy seguro de que trabajaron muchísimo, porque conozco a tus padres y también a Capde y Mamen y sé que no os lo dieron todo regalado, pero hay poca gente que consigue iniciar un negocio así y que le vaya tan bien como os va a vosotros.

—¿Y no... —sopesó su pregunta, pero si quería entender a esa gente debía conocer sus argumentos— no os afecta que otros tengan esa suerte y vosotros no?

—Hombre, cuando ves que a personas de mierda les va jodidamente bien, molesta un poco, pero yo creo que eso pasa aunque te vaya bien, ¿no? Saber que hay gente que no ha hecho ni la mitad de lo que sí ha hecho, por ejemplo, tu familia, y que encima son... mala gente, y que consiguen el triple, hace que te replantees la justicia.

—Pero —añadió Mireya—, por lo general, no molesta que otros tengan suerte, o sea no te quejas porque alguien tenga suerte, te quejas más porque tú "no la tienes".

—Supongo que tiene sentido...

—¡Bueno! —apareció Raoul asomándose desde la cocina— Voy a hacer dos, pero me tenéis que decir qué les hecho y qué no y si sois tan amables de venir a ayudarme, mejor.

—Agoney, tú nunca le has aguantado de chef, así que te toca.

—Mira que listo, Luisito, escaqueándose de los problemas.

—Oye, pero si soy super buen jefe de cocina.

—¿Conmigo también? —cuestionó con fingido miedo Agoney haciendo reír al resto.

—Oh, ¿es la primera vez que la palabra jefe te asusta?

—Uy, qué descaro. Vamos a hacer esas pizzas.

—La sangre no sabe muy bien, así que evitad mataros.

—Lo tendré en cuenta, Aiti.

Antes de volver a cocinar, discutieron un par de minutos acerca de qué echarle a cada una, decidiéndose al final por hacer una con jamón, salami y chorizo, tras el gran esfuerzo de Miriam y Agoney; y otra con aceitunas, maíz y rodajas de tomate.

—¿Qué quieres que haga?

—Ve repartiendo la salsa por la masa y cuando acabes le echas el queso por encima.

—¿Te gusta cocinar?

—Mi madre se entretenía mucho con ello y cuando tenía tiempo me ponía yo también. ¿Tú cocinas algo o sólo esperas a que te lo pongan en el plato?

—La verdad es que no se me da muy bien, pero mi padre me enseñó a hacer algunos postres de niño.

—¿Y lo dices ahora? —preguntó con indignación pero mirándole divertido— Qué manera de escaquearse de enseñarnos tus dotes culinarias.

—Quizás en otr- en otra... ocasión.

Un pequeño silencio se instaló entre ellos tras aquella sugerencia, uno no quería hacer promesas y el otro pasaba de tener que creérselas, así que simplemente continuaron preparando las pizzas con miradas de reojo y sonrisas entre dientes, escuchando de fondo las risas del resto del grupo y la música que decidieron poner.

» Pues ha quedado bonita.

—Faltaría más, estudiante de diseño.

—¡Pero bueno! —exclamó, tomándose la venganza por lo sucedido un rato antes y recogiendo un puñado de harina de la mesa para lanzárselo— Ya estamos en paz.

Raoul sacudió la cabeza para deshacerse del polvo y se acercó a Agoney con los ojos entrecerrados y señalándole con el dedo índice.

—Eso habría que analizarlo...

—Tienes muy claro que vas ganando tú si empezamos a contar desde el primer día, pero no fui yo el que casi deja que unas gallinas me coman y me negó agua oxigenada.

—¡Cómo te vas a echar agua oxigenada porque te pique un poco una gallina!

—Suerte tienes de que no me morí.

Agoney se cruzó de brazos, fingiendo seriedad y dramatismo, y observó como Raoul se acercaba para darle una colleja, pero frenó sus movimientos antes de que lo lograse, agarrando sus manos y bajándole los brazos a la vez que le atraía hacia sí, en una especie de abrazo por la cintura. Sopló para terminar de limpiar los cabellos rubios, aunque era inevitable que siguiesen un poco blancos, y bajo la mirada hasta encontrar los ojos contrarios que le observaban divertidos, él negó casi imperceptiblemente y siguió descendiendo.

—Parece ser que te han gustado por demás los labios de este chico de campo.

No, no era muy difícil adivinar sus intenciones.

Guilty pleasure.

—Me tomo como un logro que lo admitas —dijo justo antes de cerrar la distancia entre sus rostros y unir sus labios de nuevo.

Apoyó las manos en la encimera, que se encontraba tras Agoney, quien acunó su cara, presionando lo justo en sus mofletes para que Raoul abriese la boca y le dejase entrar. Sus lenguas se rozaron y empezaron a buscar el control del beso, pero sin demasiado ímpetu, como si quisieran ganar la batalla sin que el otro se diera realmente cuenta.

Era su tercero beso con todas las letras, el tercero que les agitaba la respiración y el corazón, y todos en el mismo día, si sobrevivían sería todo un milagro, porque se sentían a punto de explotar de emociones mientras sus bocas se conocían y sus pechos se pegaban.

—¡¿Os falta mucho?!

Se separaron de golpe, pero no se alejaron al comprender que la voz venía desde la distancia, sólo se miraron hasta que Agoney habló.

—Me parece que nos reclaman.

—A la cena, en realidad.

—Pues todavía tiene que hacerse, así que mejor la metemos ya en el horno.

Después de tenerlo todo listo, sólo quedaba esperar unos minutos a que las pizzas se cocinasen, por lo que Raoul y Agoney fueron con sus amigos al salón, donde descubrieron que Roi había llevado un Uno y todos estaban preparados para jugar.

El resto de la tarde noche pasó entretenida, jugaron más a las cartas, cantaron algunas canciones con la guitarra que unos días antes había visto usar a Raoul, grabando algunos videos en el proceso, hablaron de una canción que se había puesto de moda unas semanas antes y de cómo la cantante tenía cierto parecido a Aitana, Luis les contó las aventuras de un francés que había parado por allí mientras hacía el Camino de Santiago y cenaron halagando las ciertamente buenas dotes de Raoul haciendo pizzas.

—Venga, dinos cuál es el secreto.

—¿Para que intentéis imitarlo y os salga mal? Por supuesto que no.

—Es algo que le echas a la salsa.

Raoul se giró en el sofá, donde estaba sentado con las piernas encogidas, para mirar a Agoney con desconfianza.

—¿Por qué dices eso?

—Porque no has pedido ayuda hasta que no has terminado de hacerla.

—¡Es verdad! —exclamó Roi pegando un bote en el suelo— Nunca nos dejas mirar cuando haces la salsa.

—A lo mejor es para despistar, ese es el truco de la magia.

—Mira como intenta esconderse ahora que le hemos pillado —se burló Miriam—. Agoney, tienes que terminar tu descubrimiento.

—Chantajéale con despedirle o algo.

—¡Oye, Alfred! Mañana te encierro con Adelita.

—¡Si hombre! Esa cerda me quiere comer, me odia con todo su ser.

—Se podría escribir un libro titulado "frases de la granja que te arruinarían la vida fuera de contexto".

La carcajada que produjo aquel comentario sonó al unísono, y quizás duró más de lo necesario para la gracia que tenía, pero entre el calor, el cansancio, y el estar a gusto con amigos, todo daba más risa.

Al dar la media noche, ya sólo quedaban allí cuatro personas, Mireya, Alfred, Raoul y Agoney, pero todos se estaban preparando para irse y descansar, sabiendo que madrugar al día siguiente iba a costarles. Estaban terminando de tirar las bolsas de basura cuando el teléfono del canario comenzó a sonar, y él, pensando que sería su familia por el viaje del día siguiente, contestó, alejándose unos cuántos pasos de los otros chicos.

—¿Sí?

—Hombre, el desaparecido hace acto de presencia. ¡Aleluya!

Agoney se quedó estático cuando la voz llegó a sus oídos, sintió un pinchazo en el estómago y otro en la cabeza, y tuvo que recomponerse demasiado rápido para poder contestar.

—¡Ey, Mimi! Perdona tía, es que me han tenido explotadísimo.

—¿Seguro? Porque he visto que esta tarde te lo estabas pasando de puta madre con la guitarrita.

Los ojos se le abrieron como platos, intentando averiguar cómo cojones se había enterado, rememorando toda la tarde hasta dar con la respuesta: le había prestado el móvil a Miriam para que grabase una historia de Instagram, el problema es que él no había planeado subirla, cosa que debería haber avisado.

—A ver...

—A ver nada, Agoney, que llevas ignorándonos días, que nosotros somos tus amigos y no esa panda de inútiles que estarán haciendo como que les caes bien para ver si les sacas del fango, mira que eres tonto, tío.

—No te alteres tanto, Mimi.

—Joder, Ricky, es que no es para menos. Mañana vuelves y pretendes que siga todo igual, ¿no? —Agoney apretó los puños cuando vio que volvía a dirigirse a él.

—Ni que tuviera la peste para que me hables así.

—Eres tú el que parece que se ha acostumbrado a estar con gente con la que no pinta nada, a ver si ahora te vamos a tener que aguantar contándonos batallitas de pueblerino.

—¿Puedes relajarte?

—¡Mimi! Pásame el móvil —Agoney esperó un segundo, expectante y con los nervios a flor de piel, antes de oír la voz de su otro amigo—. A ver, Agoney, cariño... sabemos que te han obligado a estar ahí, pero comprende que nos joda que parezca que te hayas olvidado de que perteneces a nuestro mundo, no a ese dónde te han metido en contra de tu voluntad para coaccionarte y hacer que te lleves con gente que al final sólo quiere aprovecharse para escalar o para sentirse mejor.

—No son así.

—No lo parecen, porque pasan la vida fingiendo, fingen que son felices para intentar que nos sintamos mal pensando que somos iguales y los tratamos peor, pero no es así, seguro que lo has notado... dicen que están bien pero todos buscan escapar —hablaba con sencillez, como si las palabras fueran agua cayendo por una cascada, la más pura naturaleza—. Mira, es verdad que ha sido molesto que nos ignorases, pero bueno, tienes toda la noche para pensar, mañana vuelves y aquí te espera tu realidad, tu hogar, Agoney, tu gente, tus costumbres; vas a volver a dónde estás bien y te vas a olvidar de todo lo que has vivido estas dos horribles semanas.

Agoney intentaba procesar las palabras, analizarlas, pero no sabía cómo, porque no era la primera vez que las oía, él lo había dicho muchas veces, y en el fondo seguía viéndoles un resquicio de sentido, y volver a casa... siempre es bueno volver a casa, pero allí también había estado bien, se había hecho un hueco, ¿no?

—¿Y si no quiero olvidarlo?

—Pues no vuelvas, tío —volvió a escuchar a Mimi, después, el sonido de cristal ser apoyado en la encimera y una botella abriéndose—. Si vas a querer juntarte con personas que sólo quieres hacernos sentir mal por poder tomar champange o comprarnos un bolso demasiado caro para ellos, quédate allí y vístete con el pelo de las cabras.

—Dejaos los dos de tonterías —cortó de nuevo la discusión Ricky—. Agoney, vas a volver, y en cuanto estés aquí, con nosotros, se te van a ir todas esas ideas de la cabeza, no vas a tener ni que pretenderlo. Mira, has hecho lo que necesitabas para sobrevivir unos días, no me parece bien porque ahora tienes cosas raras rondando en tu mente que sólo te perjudican, pero lo acepto, eso sí, se acabó. No le importas a esa gente, no te conocen, sólo saben quién es tu familia, así que ¿qué sentido tiene que no quieras olvidarlos cuando para ellos va a ser un alivio perderte de vista? —No podía contradecirle en eso, al final, cuando él se fuera, todo sería más fácil allí— Ya lo hemos hablado muchas veces, Agoney, les frustra vernos, les duele, nos insultan y luego nos ponen buena cara para que no les pisemos, como si eso fuera evitable.

Se frotó la frente con la mano que tenía libre, necesitaba relajarse, necesitaba pensar con claridad y así no era capaz, pero no podía colgar, eran sus amigos, le conocían desde hacía años, le querían, se lo debía. Sus amigos...

—¿Dónde... dónde está Ana?

—No ha podido venir hoy —contestó tajante Ricardo—. Pero no cambies de tema, Agoney, entiendes lo que te decimos, ¿no?

—Es muy simple, Agoney —volvió a tomar la palabra la chica—. Te han obligado a irte lejos de casa a hacer trabajos forzosos, sin darte ningún recurso, sin dejar que replicases, para que cuidaras de bichos que podrían pegarte algo y para que echaras a perder parte de tu ropa y tu salud mental, y todo porque piensan que su visión del mundo es mejor que la tuya. Porque quieren llenarte la cabeza de gilipolleces para que te quedes como ellos. Eso es lo que quieren realmente, verte como ellos, sin opciones, dejando tu buena vida por hacerte el hippie y que te parezca muy divertido, hasta que odies a gente como tus amigos porque te recuerdan lo que una vez tuviste.

—Eso no... no es —su susurro se perdió en el aire, sentía su respiración demasiado pesada en los pulmones y el dolor de cabeza había ido creciendo por momentos.

—Es así, Agoney, pero tranquilo, que ya estás de vuelta, ya casi estás aquí, para disfrutar del veranazo que nos vamos a pegar, para conocer gente nueva que sea como tú, que puedan hablar contigo de todas esas cosas que seguro que te han resultado incómodas, como viajes, la ropa que te quieres comprar, fiestas... Incluso Amaia se estaba planteando hacer otra y a esta podrás venir, volver a sentirte parte de la gente que importa.

Lo pero es que a veces sí se sentía así, vestido de traje, mentón arriba y con una copa en la mano, sonriendo, caminando con seguridad, con aplomo, se sentía tan bien ver cómo la gente le admiraba y halagaba...

—Además, vas a poder demostrarle a tu padre que ya no eres un niño, que sabes lo que te conviene y que castigarte de forma tan cruel no ha servido para nada.

—Exactamente. Te quiere, pero tiene que entenderte. Y tú eres el rey del mundo, Agoney, del de esa gente con la que has tenido que pasar tiempo y del tuyo, del nuestro, estoy seguro de que no lo has olvidado.

—No...

—Mira, te dejamos ya, que estamos preparándonos para la fiesta —le avisó Mimi, que parecía volver a estar de buen humor—, mañana tendrás la tuya de reencuentro, no te pongas celoso, aquí sí que te queremos.

—Y recuerda, Agoney, sea como sea, si ahora no puedes ver con claridad lo que te digo, piensa en esto, si ilusionas a esa gente haciéndoles pensar que son como nosotros, despidiéndote de ellos con abrazos y besos después de hacerte el integrado, prometiéndoles que van a volver a tenerte por allí, en unos días, cuando estén solos y vuelvan a ver que todo es mentira, que estamos en peldaños distintos de la vida, entonces lo pasarán mal, Agoney, y te odiarán, porque irán sintiendo segundo a segundo que les has hecho mucho daño, que les has traicionado.

» Agoney, estarán tristes, y esa tristeza después será rencor, y el rencor es horrible y da mucha lástima. Es mejor que arranques la tirita de golpe, que les eches ya el cubo de agua fría para despertarles, y de paso que te despiertes un poco a ti también, y que simplemente desaparezcas, que sepan que esto ha sido una simple ilusión. Así no lo pasarán tan mal y seguirán viéndote como lo que eres, el hijo de sus superiores, a quien deben respetar. Si no lo haces por ti, hazlo por ellos. ¿Vale, Agoney?

Echar de menos duele, que te mientan duele, que se alejen duele.

Es verdad que duele, él no quiere que les duela, no quiere que a Raoul le duela no saber si volverá a verle, no quiere que piense en lo que siente, no quiere que vuelva a pasarlo mal por estar entre dos mundos, y para evitar eso sólo tiene que quitar la tirita de golpe, después todo quedará olvidado y podrán vivir en paz.

—Vale.

—Muy bien. Buenas noches, rey.

—Buenas noches.

Y silencio. Un doloroso y abrumador silencio.

Frente a él se extendía el campo y la oscuridad, el viento aullaba en sus oídos pero su cerebro sólo reproducía aquella conversación, una y otra vez. Si todo aquello no fuera cierto, no tendría sentido, pero lo tenía, lo tenía que tener, ellos lo decían, su tía lo decía, y también mucha gente más, el mundo era así y había que elegir bando, no para pelear, simplemente para evitar daños innecesarios.

Y es que él no quería hacer más daño, y para eso sólo tenía que marcharse y hacer como si nada, y todo volvería a la normalidad. En unos días lo que habían vivido juntos sería pasado, cada uno en su lugar y en su rutina, y sí, él podía cambiar algunas cosas de la suya, no se dejaría sentirse mal de nuevo, se comportaría mejor, pero tampoco podía transformar su vida radicalmente, ¿no? No, no podía, y darles esperanzas a aquella gente de que sí, era cruel, darle esperanzas a Raoul era más que cruel, y en cambio, sí volvía a odiarle, si recordaba cómo era realmente y le veía así, no tendría que sufrir, sólo asumir lo que ya sabía.

Lo tenía claro, era la mejor forma de no provocar más desastres, pero también sabía que ellos no entenderían nada de esto aunque tratase de explicárselo, sólo podía actuar y dejar que el tiempo pusiera las cosas en su lugar.

—¡Ago! ¿Todo bien?

Pegó un brinco al escuchar la voz de Mireya, respiró hondo y tomó la decisión. Nadie iba a echar de menos esas dos semanas, sólo las olvidarían.

—Me voy ya, tengo que hacer el equipaje, que mañana vuelvo a mi casa de una vez por todas.

—Vale... —susurró cuando le vio alejarse apresuradamente— Qué prisas... Vamos, Alfred. ¿Vienes, Raoul?

—Id tirando, que me he dejado el móvil dentro.

Cuando sus amigos estaban lo suficientemente lejos, Raoul se echó una carrera hasta llegar a la altura de Agoney, notó que percibió su presencia, pero no se giró a mirarle.

—¿Seguro que todo bien?

—Pues claro, pero se me ha hecho muy tarde, no debería haberme liado hoy —tragando saliva, decidió concederse un último momento, volteándose para unir sus labios con los de Raoul, apenas un roce, como un calambre—. Tengo prisa, vete a casa ya.

Y Agoney siguió avanzando, aún más rápido, mientras Raoul se quedaba quieto, algo desconcertado. A lo mejor estaba cansado, a lo mejor sólo quería despedirse una vez...

—¡Mañana avísame antes de irte, anda!

La única respuesta que obtuvo fue el crepitar delos árboles en mitad de la noche.

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