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Από AnnaMarquez_

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¡Ganadora de los Wattys 2023 y el Premio de Entretenimiento de Wattpad-Webtoon Studios! Por fin ha llegado el... Περισσότερα

Las páginas que dejamos en blanco
Epígrafes
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Epílogo
Agradecimientos

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Από AnnaMarquez_

Dan tenía cuarenta y tres años, dos hijos, una esposa y una amante menor de edad que, daba la casualidad, era mi hermana pequeña. Por lo cual, ahora Dan también tenía un problema que yo me encargaría de resolver, pero no antes de arreglar los asuntos competentes con su hijo, que había creído que era muy buena idea ir a intimidar a Joanne en lugar de decirle a su padre que además de infiel, era un viejo verde.

Jo, por su parte, no estaba muy de acuerdo con mis ganas de visitar al que se empeñaba en llamar su "novio". Dijo en repetidas ocasiones que no era ni mi asunto ni me competía lo que ella estuviera haciendo con su vida, que necesitaba de mi ayuda para lidiar con el hijo y ya, sin embargo, yo era incapaz de solo actuar como si nada y voltear a otro lado cuando un tipejo de aquella calaña trataba de meterse entre las piernas de una chiquilla que, a bien saber mío estando tan cerca, era aún tan ingenua como pequeña. Yo ya había estado ahí, no la dejaría pasar por ello.

—¡No tienes ningún derecho de decirme nada! —insistió, y vi sus ojos iluminarse ante una idea—. Además, tú también tienes algo con un tipo mayor, no pienses que soy estúpida. Sé que sales con el profesor, ¿por qué a él no le dices nada?

No podía creerme que hubiese usado esa carta en mi contra, aunque sí que sospechara lo que me traía entre manos con Mich. La miré como preguntándole si acaso me estaba hablando en serio.

—No es lo mismo —sentencié—. Mich solo me lleva diez años, además, yo soy mayor de edad. ¡Ese tipo te adelanta casi treinta! ¿Estás consciente de ello? Tienes dieciséis, Joanne, ¡dieciséis! ¿Qué supones que anda buscando?

Pude ver el dolor y la indignación cruzar su mirada castaña, y me preocupó, pues quería decir que ella en realidad creía que Dan tenía buenas intenciones con ellas.

—Me ama en serio —aseveró, dedicándome la mirada más dura del universo.

—¿Y su esposa? —cuestioné con suavidad, sin querer remover con demasiada brusquedad el panal furioso que era cuando discutía. Que éramos los dos.

—No la quiere ya. —Quise reírme, aunque conseguí contenerlo.

—¿Y por qué sigue con ella? —cuestioné, y cuando la vi abrir la boca, la interrumpí—. No, déjame adivinar, ¿por los niños? Jo, es el cuento más viejo del mundo.

Se quedó callada, dejándome saber que tenía razón respecto a su excusa. Era un imbécil, con cada segundo mis ganas de visitarlo no hacían otra cosa que incrementar a una velocidad avasalladora. No quise contarle de mi propia experiencia con un tipo de esos, ese que luego de obtener lo que quería se fue, pues como esas había cientos y era suficientemente lista para saberlo.

—No quiero que te hagan daño... —suspiré, luego de un rato—, eso es todo.

—No lo hará, es un buen hombre. —Tenía vastas dudas al respecto, aunque no se las externé en ese momento—. Además, sé cómo cuidarme solita. No me hará daño.

Me sonrió de una forma en que mi madre solía hacerlo cuando ambos éramos más pequeños, más conciliadora de lo que una chica de su edad debería ser. Yo, por otro lado, le devolví el gesto con un amago de tristeza, pues estaba seguro de que no era así. Supuse que no la haría cambiar de opinión, al menos no ese día, y en mis manos no quedaba la posibilidad de hacer mucho más al respecto. ¿Qué se podía, de cualquier forma? ¿Advertir a Diane? No haría nada, quizá la regañaría y con eso solo conseguiría que Jo se enfadase conmigo y no me contara más sus cosas. ¿Amenazar a Dan? Lo mismo. En mis manos quedaba nada más que velar porque cuando el golpe llegase, no fuera demasiado fuerte para ella.

—El lunes iré a tu escuela a ver qué diablos sucede con el hijo, ¿de acuerdo?

Se acercó a estampar un sonoro beso en mi mejilla y murmuró un "gracias" seguido de un "deja de preocuparte tanto" antes de salir de la habitación.

Me despertó el tono del teléfono. Cuando abrí los ojos ya era de noche y por la rendija debajo de la puerta era capaz de ver la luz que llegaba desde el comedor, lo que quería decir que Diane y James ya debían estar en casa. Me removí y estiré entre quejidos provocados por la mala posición en la que me encontraba desde hacía quién sabe cuántas horas, y luego me estiré a tomar el aparato. Ni siquiera era necesario observar la pantalla para saber de quién se trataba, pues solo un ser humano tenía aquel número.

—Hola... —contesté quedito luego de presionar la tecla de marcación.

—¿Te desperté? —Tendría que haberse dado cuenta gracias a mi voz anormalmente grave. En respuesta murmuré un "mhm" que fue seguido por un bostezo mientras me estiraba una segunda vez—. Perdón.

—No, no te preocupes —comenté, volviendo a cerrar los ojos y siendo muy consciente de la sonrisilla tonta que me acababa de pintar en la boca—, así sí da gusto que me despierten.

Lo escuché reírse al otro lado de la línea. El sueño provocaba en mí un adormecimiento muy particular, pues en mis cinco sentidos jamás le hubiese dicho algo así. A pesar de ello, no lo retiré. Le dije que me encantaba su risa, y entre más de aquel melodioso sonido me preguntó si estaba ebrio o algo por el estilo.

—Solo demasiado adormilado para tener vergüenza —confesé riendo yo también—. ¿A qué debo el placer?

—Estaba terminando de calificar unos exámenes, me preparé de comer y me quedé pensando que ahora que ya has estado aquí, se siente un poco solitario cenar solo. —Guardó silencio por un instante, mismo en que yo luché contra mi sonrojo como sí él fuese capaz de verlo a través de una llamada—. Ojalá estuvieras aquí.

—Puedo ir.

Ni siquiera medié las palabras que abandonaron mi boca, demasiado rápido como para que no sonara a que estaba desesperado por encontrarme con él, porque un día sin verlo se me antojaba interminable y después de lidiar con el tema de Evan y el de mi hermana, solo me apetecía acurrucarme en su sofá. No, en su sofá no, mejor entre sus brazos. Y que me sirviera té, que apartara la mirada sonriendo cuando sabía que yo sabía que me estaba viendo los labios, que me explicara el significado de palabras que no conocía. Estar con él. En el lago, en su casa, en el Jardín de las Estatuas o su Utrecht, perdido en algún lugar de Europa que yo no ubicaba en el mapa. Dónde no importaba, mientras fuera a su lado estaba bien.

—Ni hablar, es muy tarde, ¿luego a qué hora regresarías a tu casa?

Ni siquiera tuve que pensar dos veces la respuesta que iba a darle al respecto.

—Si me dejas dormir en tu sillón, no tengo por qué regresar.

—Hasta crees que te permitiría quedarte ahí —murmuró, y antes de que pudiera replicar nada al respecto, continuó—. Además, ¿qué van a decir tus papás de que estés quedándote fuera?

Me encogí de hombros antes de responderle—: No tienen que darse cuenta.

Al otro lado de la línea podía escuchar cómo deslizaba un cubierto sobre el plato de vidrio. Aún en su silencio creí reconocer los engranajes dentro de su cabeza trabajando a toda marcha en búsqueda de una respuesta para mí. Luego de un rato, a medio suspiro, respondió.

—En serio me gustaría, pero sacarte a esta hora de tu casa... —Pude ver en la oscuridad cómo negaba con la cabeza—. Además, mañana trabajo temprano y no quisiera dejarte solo o despertarte en la madrugada. No. Sí quiero, pero tendríamos que planearlo mejor que esto. ¿Qué te parece el viernes? El sábado estoy libre, sé que entras a trabajar más tarde, no tendríamos ninguna presión encima.

—¿Eso quiere decir que nos veremos hasta el viernes? —indagué, procurando que no se notase en mi voz la desilusión que eso me provocaba.

—Tengo un montón de trabajo, Illy, por eso no te llamé antes.

—Está bien, está bien. Entonces el viernes... —murmuré despacito.

—Bien, el viernes. Pero no me pongas ese tono —dijo, yo le pregunté de qué estaba hablando—. Ese tono que parece que te estás despidiendo, aún quiero conversar contigo un rato. ¿Tú quieres?

Aunque en un principio me resultó extraño, y aún me lo parecía un poco, había comenzado a desarrollar un gusto peculiar por escucharle preguntarme por las cosas que yo quería o no. Era incapaz de decir por qué, a ciencia cierta, pensé que quizá algo tenía que ver con los sueños que me abordaron luego de lo sucedido en el lago, donde podía escuchar su voz preguntarme lo mismo: "¿Quieres? ¿Te gusta?". La sonrisa volvió a mi rostro.

—Claro que sí, te extrañé hoy. —Era muy nuevo para mí confesar esa clase de cosas, casi antinatural. A pesar de ello, me obligué a decirlo porque deseaba que lo supiera.

—Y yo a ti. —No necesitaba que lo dijese también, pero lo aprecié un montón.

No me preocupé por encender la luz de la habitación, aún acostado en medio de la penumbra me dediqué a hablar con él como si no tuviera ninguna otra cosa que hacer más interesante en el mundo. Eventualmente, mientras le escuchaba contarme sus tareas de aquel día, las clases que dio, las conversaciones que sostuvo en el trabajo y la faena que resultaba el final de semestre con todos los exámenes por revisar, me percaté del momento en que mi familia apagó las luces del comedor, lo que significaba que se habían marchado ya a dormir.

También me preguntó por mi día, lo que me entretuvo a mí.

Una parte de mí sentía mucha culpa con el tener que mentirle o no contarle lo que me pasaba cuando Mich era tan abierto conmigo, sin embargo, no estaba seguro de cómo hacerlo sin terminar por ahuyentarlo o manchar todas las cosas buenas que representaba en mi vida. Darle a su brisa fresca algunas cuantas notas de podrido. Pensé que podía confiarle un par de cosas, incluso si me saltaba ciertos detalles.

Le platiqué sobre cómo, luego del trabajo, me encontré con un conocido para guardarle unas cosas por unos días. No le dije que se trataba de Evan, tampoco que las 'cosas' eran droga, pero por el momento con eso bastaba. Así mismo, le conté sobre la discusión con mi hermana durante la tarde, aunque no el motivo de dicha pelea, nada más el cómo me hizo sentir. Él me escuchó con atención en todo momento, me compartió un par de comentarios e incluso me aconsejó tanto como pudo respecto a mi hermana.

—Tratar con adolescentes es complicado —dijo—, a veces lo mejor que podemos hacer, si no tenemos soluciones inmediatas, es solo mantenernos cerca y asegurarnos de que sepan que tienen a alguien que les tienda una mano mientras resolvemos de qué otras formas podemos actuar. No sé cuál sea el problema con ella, pero mantente cerca.

En cierto momento sugirió que le contase a mis padres, si era un tema serio lo que me preocupaba de Jo, aunque agradecí que entendiera muy rápido al decirle que eso estaba fuera de los planes.

Habíamos estado hablando por una hora o dos, cuando ambos nos quedamos en silencio. No fue uno incómodo o que me hiciese rogar por encontrar algún tema para ahogar aquellos espacios en blanco, de hecho, me agradó mucho. Estar acostado entre las sábanas, con los ojos cerrados, solo escuchándolo respirar contra mi oído, me ayudaba a imaginar que estaba ahí a mi lado, me llenaba de una tranquilidad inigualable.

—El viernes antes de ir a casa me encantaría llevarte a un sitio —comentó al cabo de un rato. Le pregunté a dónde, y me habló de un bar en el centro al que le agradaba ir cada tanto, lo recordé de alguna de nuestras conversaciones anteriores—. ¿Bebes?

—Sí, procuro ya no hacerlo mucho, pero a veces puedo tomar dos o tres tragos.

—¿Tratas de 'ya no'? —cuestionó—. ¿Cómo así?

Dudé antes de comenzar a hablar, pues de alguna forma, era algo que me daba vergüenza que él supiera. A pesar de ello, decidí que quería contárselo.

—Cuando era más pequeño tenía algunos problemas con el alcohol —solté, procurando no hacerlo sonar más importante de lo que era—, y con otras cosas, en general. Pero bebía mucho.

—Bueno, todos bebemos un poco cuando estamos en preparatoria y así, con las fiestas y eso. Es normal a esa edad. —Que tratase de justificarme me arrancó una sonrisa, sin embargo, estaba seguro de que no podía permitir que lo hiciera todo el tiempo. Al final, si deseaba que me conociera, era pertinente descubrir lo que no era tan agradable también.

—Sí, supongo que sí. La cosa es que yo no iba a fiestas, ni tampoco tenía amigos, bebía a solas hasta que no podía ni levantarme.

Nadie dijo palabra alguna durante un par de segundos, mismos en las que tampoco creí escuchar siquiera su respiración. Aquella pesada nada me dio ganas de retractarme por un instante, reírme y hacerle pensar que se trataba de una broma, pues de pronto experimenté un miedo paralizante a que me juzgara. Cuando estaba a punto de irme por ese camino, escuché su voz.

—¿Te internaron? —cuestionó—, ¿o cómo dejaste de hacerlo?

Su curiosidad cautelosa me tomó por sorpresa, más no me ofendió. Mientras él me preguntase, yo no tenía problema en responder a sus incógnitas. Eso, al menos, lo sabía bien.

—No, de hecho dudo que mi madre se haya dado cuenta. —De pronto había comenzado a hablar más bajo, tal vez por miedo a que pudiesen escuchar nuestra conversación a través de las sofocantes paredes de papel del departamento—. Supongo que fue pura fuerza de voluntad, supe que tenía que dejar de hacerlo, así que me detuve. No fue sencillo, pero funcionó, quizá no era tan adicto aún, no lo sé.

Me preguntó la forma en que lo supe, y le conté la historia sobre cómo fui echado de mi anterior empleo luego de que llegase una mañana a trabajar aún bastante ebrio por mis tragos de medianoche. Necesitaba el dinero y estaba seguro de que no podía permitir que eso sucediera de nueva cuenta.

—¿Puedo preguntarte una cosa? Si no quieres responder no es necesario. —Le dije que podía, así que continuó—. ¿Por qué?

Esa era una pregunta mucho más compleja. Era, de hecho, una que no me había planteado muy seguido, y esa actitud reacia a meditarlo a conciencia era la que lo esclarecía todo. Se me hizo un nudo en la garganta.

—Creo que lo hacía para no pensar —respondí, soltando una risita al final a modo de disimular la manera en que mi voz se había roto en las últimas palabras.

Siempre pasaba lo mismo. No era capaz de externar cómo me sentía, incluso si era algo positivo, pues al momento me encontraba al borde de un llanto patético que no sabía ni parar ni controlar como se debía. Recordaba bien una de las veces en las que fui llamado a la oficina de la coordinadora escolar, solo un par de semanas antes de graduarme de la preparatoria. Considero que para casi todos era evidente que algo raro sucedía conmigo, aunque la mayoría de las personas no parecían saber cómo abordarlo, así que mejor optaron por no hacerlo. La coordinadora, que seguro no llegaría a los treinta, me preguntó si estaba bien, a lo que no le respondí. Luego de ello, me dijo que siempre que quisiera hablar podía confiar en ella, que estaría ahí para escucharme. Nada más tuvo que largar esas palabras antes de que yo me echase a llorar sin decir una sola cosa, traté inútilmente de disimularlo. Fue hasta que vi aquella mirada lastimera ensombrecerle el semblante que reuní la fuerza de darle las gracias y salir de ahí como alma que llevaba el diablo.

—¿Para no pensar? —Era evidente que entendía mis palabras, pero deseaba que me explayara en eso. Quizá fuese porque la noche era acogedora, porque su voz me daba paz o debido a que todo era mucho más sencillo si no tenía que verlo a los ojos mientras confesaba esas emociones que me llenaban de pena, pero supe que podía contárselo.

—Al estar solo sin hacer nada, cuando estoy tranquilo y tengo tiempo de pensar... —tragué saliva, procurando mantener estables mis palabras—, es horrible, no me gusta hacerlo. Siempre que lo hago es en cosas espantosas que no quiero toquetear; me siento terriblemente, no lo sé, triste, furioso, y me dan ganas... me asusta. No me gusta pensar. He encontrado mejores formas de hacerlo con el tiempo, trabajando, durmiendo; mientras no piense las cosas están bien.

Mich no dijo nada, quizá no existía mucho que pudiese ser dicho. Limpie las lágrimas que de alguna manera consiguieron escaparse de mis ojos y rogué porque no se derramaran muchas más. Me levanté de la cama y fui hasta la ventana, le quité el seguro y la abrí. El vientecillo nocturno me golpeó en el rostro y me invitó a salir al pequeño balcón metálico que conectaba con las escaleras de incendio del edificio. Estaba descalzo, por lo que las rendijas me hicieron daño en la planta de los pies, de igual manera avancé para sentarme en las escaleras; la brisa me ayudó a recuperar poco a poco la compostura.

—Debes creer que estoy loco. —Me reí con más amargura de la que pretendía—. No hablo mucho de esto porque sé que no es muy agradable, y, a decir verdad, tampoco es como que tenga a alguien con quien hacerlo.

—No creo que estés loco —susurró después de un rato—, creo que el hecho de que seas capaz de identificarlo y expresarlo te vuelve más cuerdo que la mayoría de las personas.

Sonreí y negué con la cabeza, aunque no le llevé la contraria. No tenía por qué estar al tanto de que me encontraba en desacuerdo.

—¿Has pensado en ir a terapia? —cuestionó, cuando yo no hablé—. Ya sabes, cómo con un psicólogo. No deseo ofenderte de ningún modo, pero, quizá... me preocupas, Illy. No me gustaría que te pasara algo malo.

—Un psicólogo —mastiqué la idea durante un instante—, no tengo dinero para eso, tampoco sé dónde se consiguen y a mi madre no le haría nada de gracia. Además, no me agrada eso de contarle mis cosas a un extraño, no me gusta mucho la idea. —Me sacudí, como si así pudiera quitarme la incomodidad que me producía solo imaginarme en algo así—. Además, no tienes nada de qué preocuparte, ¿qué podría sucederme?

Mordisqueé mi labio inferior luego de aquella pregunta. Yo era consciente de lo que podía pasarme, pero no estaba seguro de cómo podría saberlo él. Miré a la calle muchos metros por debajo de donde yo me encontraba, recordé todas las ocasiones con las que había fantaseado con saltar de ese mismo sitio.

—Es solo que algunas veces me siento igual que si estuviera vacío por completo, ¿sabes? —murmuré, presionando mi sien contra la baranda fría—, como si nada tuviera sentido en lo absoluto. Y otras estoy mejor, es más llevadero; a ratos me siento tranquilo, incluso. Tan solo he tenido que aprender a sobrellevar los momentos cuando no estoy bien.

—¿Y estás bien? Ahora, quiero decir.

—Mucho mejor desde que te conozco, es todo lo que sé.

—Eres el chico más dulce que he conocido —murmuró despacio—, si puedo ayudar más, por favor dime cómo. Yo... no sé si sea el momento, pero me gustaría que tú supieras que aunque no he sentido lo que tú, sé la forma en que te sientes. Mi madre, bueno, ella tampoco sabía lidiar con sus pensamientos, como dices tú. Y su doctor la ayudó bastante durante mucho tiempo, hasta que ya no. Lo único de lo que estoy seguro es que yo no quiero que tú te destroces, porque en estas semanas en verdad he llegado a apreciarte de una manera que no tienes ni la menor idea. Todo lo que pueda hacer por ti dímelo y lo haré.

Tenía un nudo del tamaño del mundo en la garganta, era incapaz de contener las lágrimas o respirar con normalidad. Más que nunca deseaba estar ahí con él, o que estuviera conmigo, necesitaba que me abrazara.

—Haces mucho estando cerca —dije como pude, aún con todas las emociones desbordadas—. Pero no quiero cortarte con mis piezas cuando te des cuenta de que yo llevo roto mucho tiempo antes de tu llegada, tampoco quiero llorar el día que te percates de lo que eso significa y te vayas.

—No estás roto, y si sí, ¿qué? Puedes tratar de hacer un vitral con una sola pieza de cristal, pero nada más tendrás una ventana. Adoro los vitrales, Illya, y no me voy a ir. Me voy a quedar justo aquí contigo.

¡Hola, hola! Espero que estén teniendo un lindo martes. Sé que la programación de los capítulos se supooone es en fin de semana, pero miren, estoy compensando jajaja. 

Este capítulo marca el fin de lo que yo he llegado a considerar la primera parte de esta historia, así que, ¿qué creen que pase ahora que Mich tiene una idea más clara de la forma en que se siente Illya? ¿Cómo creen que evolucione todo esto?

Gracias por leer, todo el amor del mundo. <3

Xx, Anna. 

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