Volver en ti

By noregrets02

19.3K 2.7K 5.1K

Agoney es un chico que quiere creer que lo tiene y lo sabe todo hasta que se ve envuelto en una vida que le m... More

Presentación y AVISOS
I - Plan A: Encuéntrate
II - Fase 1: Primer acercamiento
III - Fase 2: Distancia
IV - Fase 3: La salida del sol
V - Fase 4: Un imprevisto
VII - Fase 6: Hablar de ti y de mi
VIII - Fase 7: Bailar pegados en un compás propio
IX - Fase 8: Llegada a la cima
X - Fase 9: En el ojo de la tormenta
XI - Plan Fallido
XII - Recalculando
XIII - Plan B: Vuelve en Ti
XIV - Fase 1.2: El camino
XV - Fase 2.2: Los Aliados
XVI - Fase 3.2: El espacio
XVII - Plan B Superado
XVIII - Vistazo General
XIX - Plan C: Echar raíces
XX - Fase 1.3: Mano a Mano
XXI - Fase 2.3: Asentamiento
XXII - Fase 3.3: Un buen adiós
XXIII - Fase 4.3: Reafirmarse
XXIV - Plan C: Completado
XXV - Consideraciones Finales
XXVI - Observaciones
XXVII - Fin: Misión Cumplida
Epílogo
Agradecimientos

VI - Fase 5: El juego de la curiosidad

627 95 196
By noregrets02

[Este capítulo está libre de angst]

Raoul.

Raoul era un chico alegre por lo general, pero también irascible si dabas en los puntos justos, era trabajador y leal, también demasiado orgulloso en algunas ocasiones, pero un buen chico, al fin y al cabo. Todos dirían que es un buen chico.

Cada mañana, a las seis menos cuarto, sonaba su despertador. Sabiéndose justo de tiempo, no tardaba más de dos minutos en frotarse los ojos y salir de debajo de las sábanas, después iba al baño y se asustaba con su cara de dormido, carraspeaba para recuperar una voz normal y se echaba agua para terminar de activarse. Iba hacia la cocina en silencio, ya que sus padres y su hermano se despertaban un poco más tarde, y desayunaba revisando su teléfono móvil, poca cosa encontraba a esas horas, un par de mensajes de sus compañeros de trabajo y lo que la madrugada hubiese dejado en las distintas redes sociales. Después se vestía y salía camino a la granja.

Normalmente hacía el camino escuchando música, respirando el aire y con una sonrisa, hacía mucho tiempo que había asumido que si no era así, la rutina acabaría con él, así que ponía lo mejor de sí y se concentraba en que unos minutos después tendría a Roma abalanzándose sobre él y vería a sus amigos, con los que siempre compartía algunas risas.

Ese día era muy distinto.

El lunes, cuando le informaron que le tocaría sustituir a Aitana como "instructor" de Agoney, había resoplado por dentro, pero tenía una pequeña fe. Aunque su encuentro el fin de semana no había sido de lo más agradable, creía haber descubierto un punto en el que aquel chico era soportable, y parecía que en la semana que llevaba se había ido acostumbrando a todo aquello...

Bueno, pues mentira, más quisiera él.

Le había quitado todo el optimismo de un plumazo y no tenía ganas ningunas de volver a pasar un día entero con él.

"Si es que es ley de vida, los chicos guapos y pijos, gilipollas" —pensó, sacándose una risa entre tanta cara larga. Si no le odiase tanto, al menos podría disfrutar de alegrarse la vista, pero no, le tenía que tocar la soberbia personificada.

Cuando cruzó la verja, tras saludar a Berta y más adelante a Camilo, dos de sus compañeros que ya empezaban con sus tareas, fue directo a la puerta de la casa, no pensaba perder ni un solo segundo, cumplirían los horarios a rajatabla y se iría cuando llegase el momento, pero no iba ni a perder el tiempo ni a adjudicarse tareas que no le tocasen sólo porque al niño de la casa le apetecía que así fuese.

—Hola, Raoul —le saludó la amable mujer de la casa cuando le vio llegar—. Agoney está terminando de desayunar.

—Gracias, Anya.

—No os lleváis muy bien, ¿verdad?

A Raoul no le sorprendió la pregunta, era bien sabido que Anastasia le sacaba conversación hasta a los muertos, y si conocía a Agoney desde niño, no era raro que le interesase saber cómo se llevaba con las personas que tenían que trabajar con él. Por ese mismo detalle, no quería ser muy brusco, así que respiró hondo y cambió el "como para no, con lo imbécil que es", por algo más suave y, puede, sólo puede, más sincero.

—Es... complicado.

—Las mentiras que más cuesta dejar de creer son las que te dices a ti mismo —respondió tras un lento asentimiento—. Dale un poco de tiempo, que aunque no lo parezca... algo se está moviendo en esa cabecita suya.

—Tampoco es que sea asunto mío —lo dijo bajito, no queriendo sonar borde ante la buena mujer, pero él no quería ser centro de rehabilitación moral de nadie y parecía que el resto del universo era exactamente lo que pretendía.

—Yo no quiero, ni pretendo, que te metas en algo que no tiene por qué importarte, sólo te lo digo para que te cures en salud, para que no pienses que te toca trabajar con alguien cruel, porque no lo es. Y bueno, porque al final le tengo cariño a ese niño, quiero verle bien y por lo que me ha dicho su familia... —suspiró, tampoco quería hablar de más— Con vosotros le veo bien. Cuando coméis, cuando volvió el otro día después de que salieseis en grupito, cuando está más tiempo hablando con la gente que trabajando... puede que se enfurruñe y se encierre, pero le brillan distinto los ojos.

—Lo entiendo pero... ¿Por qué me dices a mi todo esto?

—Porque eres el que está aquí ahora mismo —sonrió, Raoul tuvo que imitarla por inercia—, porque los dos sabemos que tenéis cosas en común... y admitiré que un poco también porque de joven leí muchas novelas y una siempre sueña con ver que pueden hacerse realidad.

A Raoul no le dio tiempo a contestar ni a preguntar, porque la puerta volvió a abrirse, esta vez dejando paso a una cabellera morena y una cara de sueño que hizo que se mordiese el labio para no soltar una risita antes de dar un saludo de lo más escueto.

—Os dejo para que trabajéis —se despidió Anastasia—, que tengáis buen día.

Un "igualmente" al unísono fue lo último que se escuchó antes de que los dos chicos se quedasen solos, evitando mirarse directamente y pensando en cómo actuar para no tirarse de los pelos desde el primer segundo. La respuesta vino de la mano, o pata, de un peludo animal que se acercó hasta Raoul, lamiendo su mano.

—Qué puntual eres, Romita.

—¿La has adiestrado tú?

—Si vas a empezar con lo del otro día-

—Es —le interrumpió— sólo una pregunta.

—Vamos yendo a por las ovejas, no quiero perder tiempo.

Agoney no puso pegas, era muy temprano y no le apetecía pasar el día cómo el anterior, necesitaba algo de paz, así que se resignó a que su pregunta cayera en el olvido. Que tampoco era que le interesase demasiado, sólo pretendía romper el silencio que le taladraba los oídos, pero si Raoul prefería que se ignorasen, le parecía perfecto.

» Cuando yo llegué aquí era un cachorro —la intervención le sorprendió, pero mantuvo su mirada en el frente, aunque asintió para que supiese que le escuchaba—, pero estaba bien educada, cuando empecé a trabajar más con ella la fui acostumbrando a mí, sé que tengo suerte de que no me echasen la bronca por haberla mimado en exceso y que sólo se quede en bromas, pero alguna manía le he pegado —rio, y a Agoney se le encogió un poco el corazón, era la primera vez que le veía algo relajado estando sólo con él—, así que no la he adiestrado del todo, pero poco a poco nos hemos convertido en un equipo que se enseña cosas mutuamente.

—Todos aquí tenéis buena mano con los animales.

—Todos aquí estamos acostumbrados a esto, Agoney, que no siempre es lo mismo —frenó al terminar la frase y carraspeó antes de continuar, tenían que centrarse—. Ayer Fran me cubrió con el pastoreo, pero hoy tengo que hacerlo yo, te he traído para que veas un poco cómo es y para que no te eches a llorar por verte sólo sin saber qué hacer, pero en un rato deberías ir a coger naranjas, está aquí al lado y creo que eso podrás hacerlo sin que nadie tenga que ir a tu rescate.

—Nadie ha tenido que venir a mi rescate.

—Si tú lo dices...

—Mira-

Un ladrido le interrumpió, y los dos giraron la cabeza hacia la perra, que se situaba entre ambos y ahora miraba a Agoney, con la lengua fuera y el rabo moviéndose de lado a lado.

—Quiere mimos.

—¿Eh?

—Que te está pidiendo mimos. ¿Tampoco te gustan los perros?

—Deja de ser tan borde —gruñó, agachándose para acariciar el pelaje del animal, que lamió su mano.

—Le dijo la sartén al cazo —respondió por lo bajo, sabiendo que Agoney había dejado de prestarle atención a él—. ¿Cuál es el mayor logro que has conseguido en tu vida? O sea, de verdad te lo pregunto.

—No sé, estudiar algo que me guste, supongo... o cualquier cosa, he hecho muchas, ¿tú?, ¿enamorarte del barro?

—Aprender que en esta vida todo lo que sube puede bajar, Agoney. Y ahora voy a abrir a estas pobres, que estarán hambrientas.

Agoney sólo asintió, arrodillado para estar más cómodo jugando con Roma, sin pensar en que estaba manchándose sus pantalones usados no más de tres veces y riéndose ante el entusiasmo de la perra con sus caricias.

» Romita, venga.

—¿Celoso? —preguntó con una ceja alzada, realmente divertido.

—No me hagas reír.

—Creo que lo hago mucho.

—Es culpa de Aitana por tenerte entre algodones, luego haces el ridículo.

—Sea como sea —refunfuñó— no deberías reírte justo de mí.

—No pienso volver a esto, vete a recoger las naranjas.

—Por favor.

—Ni de coña.

—Soy tu jefe —sentenció, relajado y como quien no quiere la cosa.

—Por milésima vez, no eres mi jefe, eres el hijo de mis jefes, así que me das igual.

Agoney se acercó un poco más a él y se recolocó un bucle que le caía por la frente, Raoul no pudo evitar compararlo con el peinado que llevaba el primer día, al natural le quedaba bastante mejor.

—Pues —sonrió malicioso, revisando su rostro demasiado despacio para el gusto de Raoul—, bien nerviosito que te estás poniendo.

—Porque... —se refregó las manos por la cara, Agoney contuvo la risa, ese día iba ganando él— por favor, ve a por las naranjas.

—Muy bien, así sí.

—¿Qué? —cogió aire, al caer en lo que acababa de decir— Era un por favor a Dios para que me hicieras caso.

—Camúflalo.

Lo dijo ya dado la vuelta, dispuesto a caminar en dirección a los naranjos. Raoul no contestó, le observó alejarse y no puedo evitar hacerle burla a sus espaldas, quedándose en su mundo hasta que Roma golpeó su pierna con el morro.

—Ya sí me haces caso, ¿no? Tira, anda.

Largo rato después, cuando cerró la valla de nuevo, mientras silbaba una canción de los Beatles que se le había pegado por alguna razón que no conocía, suspiró, se había acabado la paz de su día, pero tenía que remontar, porque sabía que el niño pijo se pensaba que le estaba ganando ese día y él no podía permitir eso. Era su tablero, no iba a perder.

Dejó a Roma libre por su parte y fue a la zona de los naranjos, observando de lejos a Agoney de espaldas, con los hombros rectos, cuadrados pero estéticos, al igual que las piernas, sacudió la cabeza y se acercó con despreocupación.

—Bueno, se acabó tu descanso, vamos a ordeñar las vacas.

Agoney se giró con una cesta en las manos y otras dos a sus pies, tenía los pantalones manchados de tierra, al igual que la camiseta y el pelo más revuelto. "Casi parece un chico de campo" —pensó— "Aitana sería una madre orgullosa".

—No he estado descansando, listillo.

—No se tarda tanto en coger naranjas, te he dejado por lo menos diez minutos en los que habrás buscado formitas en las nubes.

—Aunque lo intentes, no soy Heidi.

—Tranquilo, que sé que eres Clarita.

—¿Y tú Pedro?

—Para ti, la señorita Rottenmeier. Vamos a por las vacas.

—No las vas a atar tú, ¿verdad? —masculló mientras caminaban hacia la vaqueriza tras dejar las naranjas guardadas.

—¿Cómo?

—Nada.

—Tú cuatro, y yo cuatro —le indicó, no queriendo indagar en cualquiera que fuese la queja que había soltado ya—, para que veas que no te exploto.

—No te daré las gracias.

—No lo esperaba.

Agoney tenía muchas cosas, pero no era un flojo, y como no pensaba dejar que el marcador cambiase de posición ese día, puso todos sus esfuerzos en no dejarse marear por la peste que soltaban las vacas y controlarlas para poder sujetarlas y que se quedaran quietecitas.

Le costó, no iba a negarlo, pero es que si ese rabo le daba en cualquier parte le dejaba un moratón seguro, bastante tenía con el del culo por culpa de los malditos cerdos, y además mugían excesivamente alto y no tenían muchas ganas de hacerle caso, y es que a lo mejor el enano rubio maldito, gruñón e insoportable encantador de alimañas, les había hecho vudú para que le hicieran la vida imposible. Le parecía una opción de lo más factible.

Sudó aún más que la vez anterior, acabó mucho más pringado que la vez anterior, y su ropa estaba muchísimo más hecha un asco que cualquier día anterior, pero lo consiguió, sin ayuda, sin hacer mucho escándalo, y sin dejar que Raoul tuviese más de dos oportunidades para reírse de él, porque no se tropezó, ni gritó, ni tiró uno de los cubos de leche. Casi, pero no.

Aunque los últimos quince minutos tuvo que soportar que el chico granjero le dijera que se diese prisa porque iban con retraso, pero no era su culpa que le odiase y quisiera ir a toda máquina para librarse de él, que compartía el sentimiento, pero no iba a jugarse la vida más de lo necesario metiéndole prisa a los pobres animales.

Se sorprendió a si mismo pensando en los animales como "pobres" y no "malditos", pero es que al lado de míster prisas...

—Ya puedes dejar de resoplar —le increpó a Raoul cuando dejaron guardada la última botella de leche.

—No tendría que darte ningún tipo de explicación, pero es que todavía tenemos que recoger las zanahorias, cuanto más tarde acabemos más tarde comemos y yo hoy tengo la tarde libre y quiero aprovecharla.

—Uy, no te vayas a descontrolar mucho.

—No uses ese tono de sarcasmo porque no me conoces y no sabes cuánto me puedo descontrolar.

—Tampoco tengo interés en saberlo —contestó restándole interés con un gesto de la mano—. Pero no deberías ser muy malo, que mañana hay que trabajar.

Raoul frenó en la entrada del huerto y se colocó frente a Agoney, se despidió con un gesto de un par de personas que pasaban por detrás, y después centró su vista en el canario, sonriéndole de medio lado, estaba dispuesto a remontar el día.

—Cuando prepare el día de mañana, verás lo malo que puedo ser.

Si algo supo de verdad Agoney en ese momento, fue que las cosas que se le pasaron por la mente no eran ni remotamente parecidas a lo que pretendía pensar. Y realmente eso le desarmó, y le enfureció cuando en el rostro de Raoul se dibujó una expresión de quien sabía que se había anotado un tanto.

—No deberías... insinuar ciertas cosas al hijo de tus jefes.

Raoul boqueó, y Agoney se esforzó por tragarse la carcajada, era un jaque mate en toda regla, él había empezado un juego nuevo y aunque le había costado, Agoney ya había recalculado y sabía cómo jugar sus nuevas cartas.

—Yo... yo no he... insinuado nada.

—Has dicho que vas a ser malo conmigo —replicó con un tono inocente que Raoul estaba seguro de que no era el que había usado antes—, yo que sólo vengo aquí a ayudar, y me amenazas con maltratarme.

—Las zanahorias, Agoney. Que ya es bastante tarde.

Agoney sumó un punto a su marcador, como cada vez que el rubio se ponía colorado y volvía a su pose de "me das igual", y sonriendo ampliamente alzó la cabeza y se regocijó en su mejor pensamiento esas dos semanas: "Definitivamente, hoy gano yo, rubio".

» Supongo que ya lo sabrás, pero sólo tienes que recolectar las que el tallo se incline hacia el suelo.

—Oye —cambió de tema como si ni si quiera hubiese oído sus palabras—, tú si fueras a morir mañana así de repente no cambiarías nada de esta vida, ¿no? De verdad estas contento así.

—No sé muy bien a qué viene esa pregunta, que además creo que debería hacértela yo a ti, pero sí cambiaría algunas cosas, eso sí, lo de no despreciar a los demás no sería una de ellas, tú deberías planteártelo.

—Yo creo que pasaría mi último día descansado.

—¿Pero cómo se puede ser tan vago? Venga, ponte con las zanahorias de una vez.

Y aunque Agoney se rio, en el fondo supo que si lo decía no era por llevar unos días allí trabajando.

La sonrisa no le duró mucho, era la segunda vez que se encargaba de las putas zanahorias y las muy cabronas se le resbalaban y hacían que el enano rubio maldito, gruñón e insoportable encantador de alimañas, tuviera la posibilidad de decirle que si tenía manos de mantequilla. Pero es que estaba sudado, y sucio, y la tierra se le metía por todas partes, estaba jodidamente harto, ya no estaba feliz de haber ganado la estúpida batalla que tenía con el chico ese al que no le debería dar ni la menor importancia. Pero no estaba tan irritado como debería, y no lo entendía, no sabía de dónde había vuelto a aparecer el mal humor pero mucho menos sabía por qué se había ido en algún momento del día.

—Eh, eh, eh... ya veo que le has cogido el truco pero con la fuerza que le estás poniendo como le des a alguien lo asesinas.

—No me jodas, Raoul, que ya sé que nada de lo que haga te va a parecer bien.

Raoul frunció el cejo, aunque no había dejado de ser un gruñón, al menos parecía haber entendido que lo mejor era rebajarle el tono y no ser un presumido prepotente de mierda, pero ahí estaba otra vez, y no debería sorprenderle ni lo más mínimo, así que puso los ojos en blanco, bufó y recogió el par de zanahorias que le quedaban.

—Vamos, coge la última y a ver si podemos irnos de una vez.

En el camino a guardar las cestas y lo que tardaron en recolocarlas no dijeron ni una palabra más, ambos notaban tenso al otro y, aunque por una parte no les gustaba, por otra se decían a ellos mismos que esa era la naturaleza de su "relación", lo normal, como llevaban ya más de una semana.

Iban por mitad del campo, camino a la casa para comer, cuando un ruido hizo levantar bruscamente la cabeza a Raoul.

—¿Qué coño te pasa?

Antes de contestarle, miró el reloj que llevaba en la muñeca, abriendo lo ojos como platos.

—Te dije que se nos estaba haciendo tarde.

—¿Qué?

—¡Corre!

Pero apenas había dado dos zancadas cuando descubrió lo que pasaba, los aspersores se encendieron de golpe, por todas partes, en todas las direcciones y empapándoles de arriba abajo.

—¡Mierda!

—Bueno, así se te limpia tu preciosa ropa —refunfuñó Raoul, ya que le tocaba empaparse iba a descargarse un poco.

—¿Ni en este momento vas a dejar de ser insoportable? Que a ti no te importe el estado de lo que llevas puesto no es mi puta culpa.

—A quien no debería importarle es a ti, ¿no es que tienes armarios y armarios llenos de ropa cara?

—Eso es envidia —afirmó cruzándose de brazos.

—¡Ja! —exclamó, acercándose y dándole en el pecho con su dedo índice—. Estoy seguro de que ya te lo he dicho pero te lo voy a repetir: ¡Más quisieras, gilipollas!

—¡Que no me insultes, mequetrefe!

—Me caes tan mal.

—Mira —respondió con sorna, agachándose unos centímetros y pestañeando para que el agua no le nublara la vista—, hasta en eso te supero, porque tú me caes peor.

—¡No puedes ser tan egocéntrico!

—¡Soy-

—¡No digas realista porque te meto un puñetazo!

—¿A sí? Pues soy re-a-lis-ta.

Raoul le agarró del cuello de la camiseta dispuesto a hacer algo, darle un cabezazo, partirle los dientes o ahorcarle, pero no pudo hacer nada porque resbaló con la hierba mojada a sus pies y lo único que consiguió fue hacerles caer al suelo.

—¡Venga ya!

—¡Ha sido tu culpa! —le increpó el moreno quitándoselo de encima y haciéndole tumbarse bocarriba para poder hablarle por encima— Estamos empapados, asquerosos, con un montón de porquería por todas partes y tú vas a tener menos tiempo libre porque eres un enano que se cree un gremlin.

—¡Enano tu abuelo! —gruñó devolviéndole el empujón y empezando una guerra que consistió en dar vueltas mientras los aspersores seguían llenándoles de agua.

—¡Chicos! ¿Se puede saber qué cojones hacéis?

Se separaron para mirar a la voz que les había llamado la atención, encontrándose a Alfred con una ceja alzada y detrás a Anastasia, que mal disimulaba una sonrisa con los brazos puestos en jarra, los dos a unos metros, donde el agua no llegaba.

Agoney fue el primero en ponerse en pie, intentando mostrarse digno aunque su aspecto era cuanto menos desastroso, elevó la barbilla y carraspeó.

—Este chico de aquí, que modales tiene poquitos.

—Oye, oye —replicó Raoul apeándose también, sacudiéndose un poco la ropa y adoptando la misma pose de seguridad que el contrario—, si no hubieras ido tan lento, no nos habría pillado la hora de los aspersores.

—Bueno, chicos, ¿por qué no dejáis de discutir, os metéis en casa, os cambiáis y coméis algo?

—Tengo un poco de prisa, Anya —explicó Raoul con un tono de voz muchísimo más amable—, como y me voy.

—Al menos sécate un poco, ¿vale?

Raoul asintió y los cuatro caminaron de nuevo hasta la casa, Anastasia presidiendo y los otros tres detrás, Alfred los miraba de reojo, observando cómo se daban un par de codazos malintencionados y negando con la cabeza.

Agoney fue directo a la ducha informándoles de que podían ir comiendo, mientras que Capde, al verlos llegar, fue a por unas toallas para Raoul, ofreciéndole que si tenía prisa comiese allí mismo con ellos, a lo que asintió. Cuando terminó su plato de arroz, Agoney aún no había vuelto a bajar al comedor, y el resto apenas habían empezado a probar bocado, sobre todo Mireya, que entraba en ese momento por la puerta.

—¡Ay, estáis comiendo! Qué bien, pensaba que me iba a tocar estar sol- ¿pero qué te ha pasado, Raoul?

—He tenido un problema con los aspersores.

—Y con Agoney.

—Estás... peor que cuando bañas a Romita.

—Tu amigo es peor que un perro.

—¿Me estás diciendo que te has revolcado con mi amigo en la hierba?

—Me tengo que ir ya —cortó la conversación poniéndose en pie y dedicándoles una última sonrisa—, hasta mañana. Gracias por la comida.

Salió de la casa sabiendo que el camino se le iba a hacer cuanto menos incómodo con la ropa en ese estado, pero de verdad tenía prisa, había quedado con sus amigos y todavía tenía que ducharse, planchar su ropa como le prometió a su madre, y descansar por lo menos diez minutos.

Estaba enfadado, porque él había planeado el día perfectamente en su mente y no sólo había terminado más tarde sino que también se había empapado y todo por culpa de una única persona: Agoney. Y lo peor es que le había mentido, porque el día siguiente era probablemente el más suave que fuera a tener allí dentro, a no ser que pudiera hablar con alguien y mandarle a segar o algo así, que lo mantuviera ocupado y sudando para que se jodiese, aunque a lo mejor se mataba y luego lo culpaban a él. Aun así, es probable que estuviera más tranquilo...

Necesitaba esa ducha para relajarse.

Agoney, por su parte, se tomó su tiempo bajo el agua, porque quería limpiarse bien y porque no acababa de entender lo que había pasado en... toda la mañana. Habían discutido, eso era normal; habían trabajado, eso era normal; pero no estaba siguiendo su plan de ignorar a aquella gente, de no mezclarse con ellos más de lo necesario, porque por mucho que sus interacciones con Raoul se basasen en molestarse el uno al otro, seguía relacionándose con él. Y coño, le había hecho gracia verle enfurruñado y empapado de arriba abajo.

Le había hecho mucha gracia, tanta, que empezó a reírse, así, de golpe, en mitad de la ducha, empezó a reírse porque unos aspersores le habían empapado y se había puesto a rodar con alguien que le odiaba por el suelo, empezó a reírse porque nada tenía sentido, porque él no hacía esas cosas, porque no entendía por qué no estaba enfadado con Raoul si se le había arruinado la ropa, se había llenado de porquería y olía a sudor y tierra, y además le había puteado no ayudándole en ninguna de los trabajos que le mandaban.

Y a lo mejor no entender nada no tenía tanta gracia, pero él se reía, porque no sabía que más hacer.

Se tomó su tiempo en secarse y ponerse otra cosa antes de bajar a comer, pero cuando llegó, por suerte o por desgracia, Mireya y Alfred seguían en la mesa.

—Raoul se ha ido corriendo, ¿me vas a explicar tú que es eso de que os habéis revolcado entre los aspersores?

—Hola, Mireya, yo también me alegro de verte.

—Hola, Ago, buenas tardes. Ahora cuéntame.

—¿Qué quieres que te cuente? El niñato de tu amigo estaba insoportable porque hoy tendrá una cita o algo —empezó a explicar, echándose arroz en un palto y sentándose frente a Mireya— y se ha puesto nerviosito con los aspersores, me ha agredido físicamente y... ha acabado mal. Pues que se le joda la cita.

—No... creo que tenga ninguna cita, es más, creo que sé con quién ha quedado y de cita pues poco.

—Bueno, eso no es lo importante de lo que he dicho.

—Lo parecía, le has puesto bastante énfasis.

—Porque por su culpa he acabado hecho un asco —refunfuñó—, esperaba que tuviera una buena razón, y literalmente te he dicho que me ha agredido físicamente, eso es más importante.

—Le has dicho una impertinencia de las tuyas y se ha cabreado, pues normal, no veo que haya sido nada muy grave.

—Eso último díselo a mi ropa, que está para quemarla, y sobre lo otro, no son impertinencias, le digo las cosas como son.

—No pienso entrar en esta conversación otra vez —cortó Alfred, levantándose—, tengo que seguir haciendo cosas, si te aburres esta tarde me llamas y hacemos algo, si está a tu altura.

—Alfred...

—Déjalo, y come, que se te va a enfriar.

Lejos de aquella mesa, que se había quedado en silencio, el día estaba calmado, hacía buen tiempo, el punto más álgido del verano se acercaba y el aire soplaba sólo de vez en cuando, por lo que Raoul salió de su casa con su camiseta básica blanca y sus vaqueros y caminó hasta el bar donde había quedado con sus amigos. Se había calmado un poco, ni si quiera estaba realmente enfadado, o sí, no lo tenía claro, o sea... estaba enfadado por tener que trabajar con un niñato prepotente, pero se había tirado a la tierra con un pijo asqueroso a ponerse más asqueroso todavía, tenía su gracia, ¿no?

—Cuidado que te comes la puerta.

—Ay, Miriam —saludó poniéndose la mano en el pecho y frenando—, qué susto.

—Es que estaban en las nubes, chico. Venga, pasa, que Luis ya está sentado.

—No llego tan tarde.

—No, pero él tiene la ventaja de trabajar aquí.

—¿Y Roi?

—Roi no cuenta, ya lo sabes.

Ambos fueron, riendo, hasta una mesa al fondo, donde el otro chico jugaba a hacer formas con una servilleta de papel.

—Hola, Cepedi.

—Raoulito, ¿qué tal el día?

—Mejor empezad vosotros, que luego me embalo.

Haciéndole caso, la conversación se encaminó al día de los dos gallegos; Luis les contó, como hacía tantas veces, las historias de la gente que pasaba por el bar, que al ser de los más concurridos del pueblo, nunca se quedaba sin cotilleos, y Miriam se quejó de un par de sus profesores, pero siempre agradeciendo poder estudiar derecho, como siempre había querido, después de pasarse media adolescencia trabajando de niñera para la mitad de personas del barrio en el que vivía antes de ir a parar allí.

Al poco rato llegó el tercer gallego y el último de aquel grupo, Roi, que con su gracia habitual les contó que había llegado tarde porque las redacciones que tenía que corregir tenían verdaderas maravillas dignas de recopilar y que te enganchaban a más no poder.

—¿Pero de qué les mandaste la redacción exactamente?

—De cómo creían que sería la vida en sus estuches si todo tuviera vida.

—No, si tú no te aburres dando clase.

—Los niños pequeños tienen un encanto especial.

—¿Y tú, Raoul? ¿Qué tal el día?

—Como siempre desde hace dos semanas, pero peor.

—No puedes dejar que un chaval te arruine el trabajo, rubio.

—Ya, pero cuando tengo que trabajar con él, se me complica la cosa. Es que es imbécil, me pone de los nervios, y encima tú le ves hablando con Alf o con Mire y hasta parece una persona normal; pero claro, luego recuerda que es un hombre duque que no se puede juntar con simples campesinos porque le vamos a pegar la puta rabia y vuelta a empezar.

—Pero...

—Pero nada, es así, encima yo ayer conseguí relajarle, porque se cree muy listo pero a la mínima se le prende la chispita, pero hoy ha empezado a vacilarme, y mira, que se crea el mejor y me mire por debajo del hombro me da rabia, ¿pero que me vacile? Me parece un exceso, que quieres que te diga. Encima he llegado más tarde por su culpa, porque es un tardón porque no sabe hacer nada y nos han saltado los aspersores y me he empapado. Luego va diciendo que si se pudiera levantar con una habilidad nueva sería poder vestirse visualizándolo y dando dos palmadas y le parece peor que yo quiera poder ordenar chasqueando los dedos, claro, si le deben recoger hasta las pestañas que se le caigan.

—Al menos no le has metido una hostia todavía.

—Bueno, cerca he estado, pero me he... resbalado y nos hemos caído al suelo.

—Ojalá viviéramos en una comedia romántica, sería mucho más interesante porque eso habría acabado-

—Cállate, por favor, no termines esa frase —cortó algo ruborizado y negando con la cabeza—. Y vamos a hablar de otra cosa porque si no, no me paráis, porque me puedo pasar toda la tarde y toda la noche y todos los días hablando de lo mal que me parece que manden aquí a alguien que no tiene ni puta idea de nada pero que cree que lo sabe todo, a restregarnos sus pintas de rico y la suerte que ha tenido en toda su puta vida, coño, que dice que lo que más agradece es tener el dinero y las posibilidades que tiene, y yo le dije ¿sabes qué agradezco yo? Estar vivo y tener una buena familia, a ver si ordena sus prioridades.

—Eso habría que analizarlo un poco, no creo que sea tan simple, la verdad. Pero mejor sí, cambiemos de tema —le interrumpió Cepeda, lanzándole una bola echa con el papel de la servilleta—. Marina me habló el otro día, está muy contenta con su nuevo piso en la ciudad.

Estuvieron juntos hasta las once de la noche, cenaron con un par de serranitos y otros dos bocadillos de tortilla, y Miriam y Roi fueron los primeros en irse, Luis y Raoul se mantuvieron allí un rato más, y como si no pudiese evitarlo, el tema de conversación de Raoul volvió a su pesadilla personal.

—Es que es horrible, Luis, no sé cómo puede ser así, a lo mejor es que los guapos tienen el gen de imbéciles, o que todo el esfuerzo al hacerle se quedó en la sonrisita que pone y en las pestañas, tres kilómetros de pestañas y cero de cerebro; además seguro que todo su esfuerzo vital ha sido para cuadrarse la espalda y no para entrenar la mente, yo lo veo, ¿eh? Pero vamos, me parece que no es tan difícil pensar como una persona normal y ser consciente de que en la vida no todos tienen su suerte.

—Voy a centrarme en el final —murmuró con algo de sorna que el rubio no llegó a captar—. No es tú, Raoul, no tiene tus puntos de vista, para él lo suyo no es suerte, es su vida y ya está. Y si tan nervioso te pone pero tienes que trabajar con él, ¿por qué no habláis?

—Otro con lo mismo —bufó, recostándose en la silla mientras daba vueltas al resto de hielo que quedaba en su vaso.

—No, yo no digo que tengas que ayudarle a cambiar su forma de ver el mundo como si fueras un gurú espiritual o la madre Teresa de Calcuta, sólo quiero que te acerques a él porque te atrae como un puto imán, y si no lo haces pronto, vas a darle vueltas toda la vida —rodó los ojos ante la cara de incredulidad del rubio, lanzándole otra bolita de papel—, o puede que solo unos meses... pero el mundo es un pañuelo y él el hijo de tus jefes, así que más vale prevenir que curar.

» Vamos, que no tienes que lamerle las heridas, pero no juegues a lo mismo que él creyéndote mejor porque él te crea peor ¿No has pensado que está agradecido de tener el dinero que tiene porque a lo mejor siente que no tiene otra cosa por lo que estarlo realmente? No sé, no creo que la solución sea ver quién es peor porque eso no os va a servir de nada a ninguno de los dos, si quieres ganar esa batalla que habéis formado, no utilices su misma estrategia, si no una mejor.

—No sé, Luis —suspiró, en el fondo tenía sentido, si hablaba en serio con él a lo mejor podrían tolerarse más, de alguna forma lo habría conseguido Aitana—. Es que le siento muy cabezota, sólo se calla cuando se concentra en hacer cosas para que no me ría. Y no me mires así, si me rio es porque él se pasa los días riéndose de todos nosotros, y ya me sé eso de no pagar con la misma moneda, pero... es insoportable —frenó, y pensó de nuevo en las palabras de su amigo, irguiéndose de golpe—. Y qué no me atrae, al contrario, me repele.

Cepeda, que vio que llegaba el punto que de verdad le interesaba, intentó no sonreír, pero le fue imposible evitar que un lado de su boca se curvara un poco hacia arriba.

—Con lo del imán quiero decir, que te gusta el pijo.

A continuación, un segundo de silencio fueron como horas por la intensidad, el aire moviéndose casi a cámara lenta y la cara de Raoul descomponiéndose.

—Estás de coña, o sea, de puta coña. ¿A mí me va a gustar ese? Pero en qué cabeza, o sea ni que fuera una película de sábado por la tarde. Es horrible, es mala persona, no me gusta.

—Frena el carro, amigo —rio el gallego, pasándose una mano por el pelo—. A ver, como poco te repito que te atrae, si quieres que sea más cortés. Pero yo creo que además te interesa. Dios, Raoul, lo quieras o no te llama la atención, hay algo en él que no te termina de encajar, te has aprendido de memoria sus respuestas a la mitad de las típicas preguntas que se hacen para conocer a alguien, y lo sé porque, no sé si te has dado cuenta, me las has relatado todas.

» Vamos, que te resulta interesante en algún punto, te gustan las cosas interesantes, y es normal, no tienes la vida de película que hace que nada te sorprenda, pero nada te sorprende porque no aparece nada que pueda hacerlo, hasta que llegó este chico, que será un desagradable, un presuntuoso y un cretino, pero no creo que sea mala persona, y me has dicho que eso ya te lo han dicho Mireya, Alfred, o la señora de la casa. Créeles, y recuerda que no es fácil cambiar tu estilo de vida de un momento a otro, a lo mejor tú no serías un prepotente en su momento, pero ¿cómo te sentirías si ahora, a día de hoy, de golpe te sacaran de aquí y te pusieran a trabajar en unas oficinas, todo correcto y serio, encerrado entre cuatro paredes y rodeado de repipis con los que tienes que actuar milimetrando cada palabra que dices? Sería incómodo, y lo incomodo nos vuelve... irritantes, molestos.

» Que a lo mejor simplemente es gilipollas, pero en ti ha despertado la curiosidad, no me lo niegues, así que descúbrelo. Puede que te lleves la hostia, que me parece que no será muy grande porque a los gilipollas se les ve de lejos y a este le tienes fichado, pero existe la posibilidad de que encuentres algo bueno, o simplemente que tengas la oportunidad de divertirte un rato, ya sabes, en el buen sentido.

—Se va el lunes, sólo tengo que aguantarle unos días más, es mucho esfuerzo para eso.

—Raoul... Prueba a acercarte, al final, la vida no es tan larga, y sí, son sólo unos días, pero puedes intentar pasarlos bien —sugirió, alzando una ceja en expresión amable— Y bueno, si sale mal, pues a otra cosa, en dos días se te olvida.

Una parte de Raoul quería darle la razón a su amigo, pero había otra que le decía que no iba a ser tan fácil, que un paso mal dado podía condicionar más que un par de días de su vida.

—Tengo que pasar mi día con él...

—¿Y qué tenías pensado?

—Buscarle algo que hacer para quitármelo de encima.

—No lo hagas, me has dicho que con los caballos parece no tener problemas, a lo mejor es más fácil estar con él.

—Como me arruine la mañana con Gala, le mato, sin miramientos.

—Hecho. Y ahora vámonos, que no eres el único que madruga mañana.

Esa noche, cuando Raoul se acostó de nuevo abrazado a la almohada, se permitió pensar en aquel día con otros ojos, dejando ver más allá del enfado, los piques, las salidas de tono, el jueguito estúpido de ver quien callaba más al otro... o revolcarse por el suelo mientras los aspersores les empapaban, como dos críos a los que no les importa nada más que ganar la batalla ridícula en la que están inmersos.

Sonrió,poquito y ya medio dormido, pero sonrió y se durmió así, con ganas, a lo mejor sin sentido e infundadas, de dar laoportunidad que una vez le dieron a él, aunque a ratos le pareciese undesperdicio de tiempo.

Continue Reading

You'll Also Like

262K 18.5K 35
Con la reciente muerte de su padre el duque de Hastings y presentada en su primera temporada social, Annette empieza a acercarse al hermano mayor de...
366K 24K 95
Todas las personas se cansan. Junior lo sabía y aun así continuó lastimando a quien estaba seguro que era el amor de su vida.
34.8K 1.6K 13
| Ragoney OneShoots | ¿Y sí ellos fueran unos niños de instituto? ¿Que pasaria si hicieran una apuesta y todo acaba como esperaban? ¿Y si Agoney se i...
25.3K 443 14
En esta historia verás como dos chicos que se odian desde el minuto uno de verse por primera vez, logran tener un amor que ya nada ni nadie podrá hac...