—Tu herida es muy profunda —decía Milagros a Sebas limpiando su brazo.
—Sí, y no te imaginas lo que duele en este momento.
Milagros entonces sacó de su mochila una aguja con hilo.
—Ahora no te muevas —dijo.
—Entendido.
Milagros comenzó a cocer la herida, para luego vendar el brazo.
—Ahora no hagas mucho esfuerzo o los puntos se soltarán —dijo ella al terminar.
—Trataré de no hacerlo —contestó Sebas viendo su brazo—. Gracias.
—No hay de qué.
Ambos fueron con José y Cecilia que estaban sentados a unos metros de distancia.
—¿Qué tal tu brazo? —preguntó José viendo a Sebas acercarse.
—Mucho mejor. Ahora solo debo esperar un poco más y el dolor habrá desaparecido por completo.
—Y ya que estamos todos aquí, ¿nos pueden decir qué pasó antes que llegáramos mi hermana y yo? —preguntó Cecilia.
—Sí, es verdad —dijo Sebas—. Hay que darles toda la información, José.
—Hazlo tú ya que eres quien hizo la llamada.
—¿Qué llamada? —preguntó Milagros.
—Ahora les explico —contestó Sebas comenzando a narrar—: Cuando José y yo llegamos nos pusimos a buscar una forma de contactar con la zona segura para pedir un rescate tal y como quedamos en el plan. Encontramos una radio y logramos comunicarnos con Marcell y Kendall, pero al momento de pedir el rescate...
—No me digas que se negaron... —dijo Cecilia.
—No es eso —interrumpió Sebas—. Es solo que nos dieron información que pone las cosas muy difíciles.
—¿Y ahora qué? —Milagros suspiró.
—Resulta que nos dijeron que la zona segura estaba por ser invadida por hordas de infectados, por lo que no podían mandar un equipo de rescate, pero además de eso, se ha puesto en marcha la fase dos del ejército...
—¿Y qué con eso? —preguntó Cecilia— No nos dejes con la duda.
—Sí, Sebas —agregó Milagros—. No te detengas a mitad de la explicación.
—Está bien —Sebas respiró profundo—. La fase dos trata de bombardear las ciudades más infectadas del mundo, y en primer lugar... está DeepOcean.
Ambas hermanas se mostraron espantadas.
—¡¿Van a volar toda esta ciudad?! —gritó Milagros.
—¡¿Todos vamos a explotar?!—gritó su hermana.
—Ya basta, chicas —intervino Sebas—. Nadie aquí explotará.
—Pero tú dijiste que...
—¿Van a caer misiles a DeepOcean? Sí. ¿Nosotros vamos a morir por esos misiles? No.
—Pero, ¿cómo vamos a salvarnos de algo así? —preguntó Cecilia.
—Los misiles caerán al amanecer, pero, Marcell nos aseguró que vendría con los demás al gran puente de la ciudad en una lancha para sacarnos antes que todo explote.
Milagros y Cecilia se aliviaron un poco, pero no estaban de todo relajadas.
—Entonces, solo debemos ir al puente y esperar que vengan.
—Estás en lo correcto, Mila —contestó Sebas.
—Será una carrera contra el reloj —Cecilia sonó preocupada—. ¿Llegarán hasta antes del amanecer?
—La idea es que tanto ellos como nosotros estemos en el puente antes del amanecer. Vamos, quizás esperamos un poco y luego nos marchamos de esta ciudad para esta vez nunca regresar.
—Porque DeepOcean tampoco seguirá existiendo en un día —agregó José.
—No debe ser más de la una de la madrugada —dijo Milagros mirando al cielo—. Aún tenemos muchas horas para llegar al puente antes que sea el amanecer.
—Exacto, así que no hay que preocuparnos mucho por el tiempo —contestó Sebas—. Pero no hay que confiarnos.
—El puente se encuentra a varias calles de distancia —dijo José—. Lo mejor será ir ahora para llegar con tiempo de sobra
—Yo apoyo su idea —dijo Milagros poniéndose de pie.
—Yo igual —agregó Cecilia también levantándose.
Sebas al ver que sus compañeros estaban ya preparados, también se levantó y dijo:
—Vamos al puente, esperamos a Marcell y los demás, y nos vamos de este infierno finalmente —Sebas se puso mochila al mismo tiempo que sus compañeros—. Sin nada más que agregar, entonces pongamos el plan de escape en marcha.
Los supervivientes no perdieron más tiempo, y comenzaron a bajar por las escaleras.
Luego de un rato, finalmente llegaron a las calles, teniendo a un lado el cuerpo del gran mutado que enfrentaron, y que aún soltaba algunos gruñidos y gemidos por momentos, dando a entender que no estaba muerto, junto a varios infectados arrastrando los pies y moviéndose por el lugar.
—Bueno, el tipo está inconsciente —susurró José—, pero no podemos salir porque hay muchos infectados en la calle.
—Probablemente los atrajo el ruido que hizo el grandote al caer —Cecilia habló en voz baja.
—Solo avancemos en silencio —dijo Sebas.
Los cuatro salieron del edificio, evitando hacer cualquier sonido que pudiese atraer a los infectados. Avanzando un poco más, Sebas notó su machete en el suelo, que había caído de la azotea en su lucha con el enmascarado. Lo levantó, y continuó con su camino con sus amigos.
—Recuerden no solo estar atentos y en silencio —Sebas caminaba mientras veía a su alrededor—, sino también de que no haya ningún aullador acechando por los alturas.
—Tranquilo —contestó José—, estamos pendientes.
Continuaban alejándose de las hordas rápidamente, pero tratando de mantenerse callados todo el tiempo.
Caminaron por varios minutos, hasta llegar a una zona tranquila y desolada. Pensando que era un lugar seguro, los supervivientes decidieron descansar sentándose a un lado.
—Ya avanzamos mucho —dijo Sebas tomando de su agua—. Sigamos así y estaremos en el puente en menos tiempo del que pensamos.
—La idea de que ya no tendremos que caminar mucho otra vez luego de ser rescatados es lo que me motiva a seguir —dijo José recuperando aire.
—Creo que hablaste por todos —agregó Cecilia.
—Eso es verdad —afirmó Sebas—, pero ya no sigamos descansando o no llegaremos a tiempo
Todos asintieron con la cabeza, y cuando se preparaban para seguir, escucharon un ruido proveniente del otro lado de la calle.
—Calma —dijo Milagros—, deben ser infectados.
Sebas entonces avanzó lentamente con su machete en mano para ver qué fue ese ruido, pero fue sorprendido por nueve hombres que salieron de varios puntos y comenzaron a apuntar con armas a los supervivientes.
—Tranquilos —dijo Sebas levantando ambos brazos al igual que sus compañeros—, no somos infectados.
Los hombres no contestaron.
—No hay razón para esto. Podemos resolver esta situación de manera pacífica si ustedes bajan sus armas...
—Eso no sucederá —dijo interrumpiendo un décimo hombre—. Aquí las reglas las ponemos nosotros.
Sebas buscó al sujeto que habló con la mirada, y al encontrarlo y verlo directamente a la cara, el nerviosismo volvió a hacerse presente en él
—Un gusto volver a encontrarnos.
El hombre se paró delante de Sebas, mientras sus tres compañeros los miraban con inquietud.
—Buenas noches —dijo.
—Buenas noches, líder.