—Ya se tardaron demasiado —dijo Cecilia.
—Tranquilízate y esperemos un poco más a que nos hablen por el intercomunicador —contestó su hermana.
—Dijeron máximo diez minutos, y ya pasaron más de veinte.
—Seguro nos hablarán en cualquier momento.
—Deberíamos llamarlos nosotras.
—No lo haremos. Esperaremos su llamada tal y como dijimos que lo haríamos.
—¡Les pudo pasar algo malo!
—Baja la voz, Cecilia, y ya te dije que esperaremos.
—Pero...
—Y no quiero más contradicciones.
Cecilia puso mala cara, y sin decir nada más, comenzó a alistarse para salir de la casa.
—¿Qué haces? —preguntó Milagros.
—Iré a buscarlos.
—No irás.
—No fue pregunta.
—Basta ya, Cecilia. Por favor, entiende de una buena vez.
—¿Sabes a qué me recuerda esto? —preguntó Cecilia.
—¿De qué hablas?
—De la vez en la que tú no querías salir a buscar comida. Es casi la misma discusión.
—¿Y te debo recordar que casi morimos ese día porque tú no parabas de decir que saliéramos?
—No lo dije para que me recuerdes eso.
—¿Y entonces?
—Lo dije para que recuerdes quienes nos salvaron de morir.
—Sebas y José. Eso ya lo sabía.
—Pero, ¿ya te pusiste a pensar que en todo este tiempo, ellos se han arriesgado más veces por nosotras que nosotras por ellos?
—Bueno...
—Desde ese día, en que no dudaron ni un segundo en salvarnos de la horda que nos tenía atrapadas en el auto, y luego Sebas nos prestó su refugio incondicionalmente para poder sobrevivir ahí. José nos enseñó a usar armas. Con ellos escapamos a la zona segura, y luego, ellos estaban dispuestos a arriesgar sus vidas en los rescates con el fin de que no nos echaran a ambas de la base. Y luego cuando volvimos a DeepOcean, ellos se encargaron de ir a buscar comida mientras nosotras leíamos un diario en el refugio. Pudimos habernos topado con personas malas, pero ellos no fueron así, por lo que, creo que lo mínimo que deberíamos hacer por ambos es realmente demostrar preocupación, salir a buscarlos y comprobar que estén bien.
Milagros quedó pensativa mirando el suelo, mientras su hermana ya estaba lista para salir.
—Dijimos que los cuatro estamos juntos en este apocalipsis, así que ya debería ser hora de que sepan que no deben cargar con todos los problemas solos —dijo Cecilia acercándose a la salida.
Ella dio una última mirada a su hermana, y cuando abrió la puerta y estaba por salir, Milagros la interrumpió.
—Puede que no seas la hermana mayor, pero siempre estarás lista para darme un consejo mejor del que yo te podría dar a ti —dijo mientras se ponía su mochila.
Cecilia sonrió orgullosa por las palabras de su hermana y dijo:
—Entonces...
Milagros se puso de pie y contestó decidida con su bate en mano.
—Vamos a buscarlos.
En la azotea...
El dúo de supervivientes chocó contra el enmascarado en medio de la cima del edificio. El sujeto se detuvo a recibir a Sebas, tomándolo del cuello.
—Tú nunca vas a ganarme —le dijo entre dientes
Sebas trató de zafarse de su enemigo intentando clavar su machete en el brazo con el que lo tenía atrapado, pero la reacción del tipo fue más veloz y lo tiró al suelo.
—¡Vas a morir! —gritó José que se acercaba a velocidad con su hacha por detrás.
El enmascarado redirigió su atención rápidamente y de una patada lanzó lejos al joven, mientras le pisaba la mano a Sebas haciendo que suelte su arma.
—¿Ni siendo dos pudieron conmigo? —se burló el sujeto estando en cuclillas.
—Cállate —contestó Sebas entre dientes.
El enmascarado levantó la navaja que traía con él.
—El que se quedará callado, serás tú —dijo.
José comenzó a levantarse del suelo, y al ver que Sebas era incapaz de defenderse ante el inminente ataque de su oponente, decidió sacar su arco de su mochila.
—Veamos si también puedes parar esto, maldito —susurró José apuntando.
La flecha salió disparada con dirección a la cabeza de su enemigo, quien notó lo que se acercaba y se alejó del lugar. Sebas aprovechó ese momento para levantarse también. José comenzó a disparar más flechas contra su adversario, pero este las esquivaba todas.
—¡Nunca vas a darme, inútil! —le gritó burlándose.
El enmascarado escuchó un grito detrás de él, y notó rápidamente que Sebas se acercaba.
—Maldita sea, no puedo quedarme quieto o me podría dar con una flecha en la cabeza —pensó—. Primero tendré que ocuparme del arquero.
Comenzó a alejarse de Sebas a medida que se acercaba a velocidad a José.
—Ahí viene —murmuró José, preocupado.
Él comenzó a disparar más flechas, tratando de que ninguna caiga a su compañero, pero luego de intentar sacar otra para lanzar, notó que ya no tenía ninguna.
—Mierda, justo ahora se tienen que terminar... —dijo buscando en su mochila.
Al levantar de nuevo la mirada, recibió un puñetazo en la cara haciendo que suelte su arco.
—Asqueroso tirador —dijo el enmascarado levantando el arco y partiéndolo en dos.
José trató de levantarse, pero una patada en el rostro lo volvió a dejar en el suelo inconsciente. El enmascarado iba a clavar su navaja en el cuello de José, pero Sebas lo golpeó con la rodilla haciendo crujir su máscara. El tipo retrocedió con el golpe, y al levantar la mirada, quedó cegado con la luz de la luna que se reflejaba en el filo del arma que iba directo a él.
—¡Sobrevive a esto! —gritó Sebas llevando su machete al pecho del enmascarado.
El arma quedó detenida en el tipo, y mientras él ponía todas sus fuerzas en sus dos brazos para evitar que el machete perfore su tórax, Sebas estaba perturbado al ver la sangre chorreante de las manos de su contrincante.
—¿No puedes con un poco de sangre, Sebas? —dijo el enmascarado alejando el arma de él con dificultad.
—No puedo dejarme —contestó Sebas entre dientes poniendo toda su fuerza para apuñalar el pecho de su enemigo—. Debo matarte.
—Tú... —decía el enmascarado— nunca podrás matarme.
Finalmente, el enmascarado tiró al vacío el machete. Quedando con las manos cubiertas de su propia sangre, comenzó a reír al mismo tiempo que veía a Sebas exhausto. El tipo levantó su navaja del suelo, y luego de soltar unas cuantas carcajadas más, volvió lanzarse contra Sebas.
—Ya no puedo seguir más —decía Sebas tomando aire—. José está inconsciente, yo no tengo mi arma, y ahora este enfermo viene a velocidad con una navaja.
—¡¿Te vas a quedar inmóvil?! —le gritó el enmascarado.
—Mierda, no tengo otra opción —Sebas se preparaba para recibir los ataques de su adversario—. Si quiero que mi equipo y yo salgamos antes del amanecer, tendré que seguir hasta quedar sin aliento.
El enmascarado llegó hasta Sebas. Movía su puño con la navaja a velocidad tratando de atravesarlo, mientras él retrocedía para no ser herido.
—¡Tú no vas a ganar! —gritaba el tipo habiendo perdido casi todo el control.
Sebas seguía evadiéndolo, cuando se percató de que se acercaba al filo de la azotea. Trató de girar la dirección en la que retrocedía, pero en uno de los momentos en los que giraba para ver detrás de él, sintió un escalofrío seguido de un dolor inmenso que comenzó a recorrer todo su brazo en segundos.
—¡Maldito! —gritó al girar y ver el puño del enmascarado perforando su brazo izquierdo con la navaja.
El sujeto comenzó a golpear con fuerza su arma, haciendo gritar de dolor a Sebas, quien para librarse de él lo pateó en el estómago, alejándolo un poco y dándole tiempo de quitarse la navaja del brazo y lanzarla lejos del lugar.
—Esto duele... —masculló.
Sebas sostenía su brazo mientras veía la hemorragia, pero fue golpeado nuevamente por el enmascarado, que comenzó a darle muchos más golpes, haciendo que retroceda lentamente hasta quedar en el suelo, sangrando y estando a unos centímetros del abismo.
—Ay, Sebas —decía el enmascarado caminando hasta él—. Pudiste haberte evitado todo esto, si tan solo hubieras aceptado entregar a tus miserables compañeros, pero quisiste el modo difícil.
—Yo... nunca... —trataba de decir.
—¡Cállate! —interrumpió histéricamente el enmascarado golpeando el brazo herido de Sebas, haciendo que vuelva a gritar de dolor— Ustedes cuatro me han hecho perder toda mi paciencia, y me voy a desquitar contigo ahora mismo. Voy a matarte de la misma forma en la que tu creíste haberme acabado la primera vez que nos vimos. Te lanzaré de este edificio y en tus últimos segundos de vida, cuando estés cayendo y sepas que tu horrorosa muerte es inminente, yo estaré gozando desde lo alto mi tan anhelada victoria. Luego iré por tus amigos, y no voy a matarlos si es lo que crees, sino que me encargaré de hacerlos sufrir por el resto de sus insignificantes días, mientras tú te lamentarás eternamente en el infierno el haberte metido conmigo.
Sebas buscó a José con la mirada, esperando que quizás él pueda ayudarlo, pero se preocupó al ver que seguía inconsciente a varios metros de distancia. Comenzó a pensar de qué forma podría librarse, cuando las risas descontroladas se hicieron escuchar en todo el lugar.
La poca tranquilidad que tenía Sebas se esfumó, al mismo tiempo que el miedo se disparó por completo en él, haciendo que comience a temblar mientras veía de reojo a sus espaldas la profunda caída que le esperaba. El tipo dejó de reír, volvió concentrar su atención en su víctima, y estando listo para darle el golpe que lo lanzaría de la azotea le dijo:
—Hasta nunca, Sebas.