RWANDA®

By zeyvolkova

74.1K 9.9K 8.2K

Sheyla Bonheur es una joven doctora recién licenciada que llega a un pequeño país africano, con el fin de hac... More

Advertencia
Dedicatoria
Booktrailer + Personajes
Capítulo 1 - Bienvenida al país de las mil colinas
Capítulo 2 - El soldado que no habla demasiado
Capítulo 3 - Ni en el confín del mundo
Capítulo 4 - Lo que pudo ser se acabó
Capítulo 5 - Desafiar a la adversidad
Capítulo 6 - No hacer nada no cambiará nada
Capítulo 7 - La vida que se escapa ante mis ojos
Capítulo 8 - La desconocida Madeleine
Capítulo 9 - Verdades que duelen
Capítulo 10 - Decisiones y consecuencias
Capítulo 11 - Hacerte invencible significa conocerte a ti mismo
Capítulo 12 - La decepción llega cuando ves la realidad con tus propios ojos
Capítulo 13 - Juzgar desde la distancia
Capítulo 14 - Cuando calla la razón hablan las armas
Capítulo 15 - Para llegar al objetivo es preciso aproximarse
Capítulo 16 - Mariposas y otros insectos
Capítulo 17 - Hacer de tripas corazón
Capítulo 18 - Poderoso caballero es Don Dinero
Capítulo 19 - Victorias y reconocimientos
Capítulo 20 - El hombre de las mil soluciones
Capítulo 21 - La sonrisa de Blaime
Capítulo 22 - A la única persona que nunca superarás es a la que no se rinde
Capítulo 23 - No existe la guerra inevitable. Si llega, es por fallo del hombre
Capítulo 24 - Adaptarse al medio
Capítulo 25 - Sentido del deber
Capítulo 26 - Sonrisas y réplicas
Capítulo 27 - Seré abnegado, cumpliré con ejemplaridad mi deber
Capítulo 28 - Dejar ir
Capítulo 29 - Objetor de conciencia
Capítulo 30 - Ser león o ser gacela
Capítulo 31 - El amor vence batallas
Capítulo 32 - Soldado que huye vale para otra batalla
Capítulo 33 - Los muertos son los únicos que ven el final de la guerra
EXTRA - La batalla más cruel es aquella cuya victoria no depende de ti
Capítulo 34 - Las actitudes son más importantes que las aptitudes
Capítulo 35 - Como el ratón y el gato
Capítulo 36 - Hacia lo salvaje
Capítulo 38 -Si no acaba con la guerra, no es una victoria
Capítulo 39 - Mihi spes omne in memet
Sketch Concept

Capítulo 37 - La maldad humana no conoce límites

745 106 66
By zeyvolkova

Lo que tenemos ante nosotros es una estampida humana, en toda su definición. Decenas de personas corren despavoridas, huyendo de una amenaza que ninguno desde dentro del vehículo logramos ver. Pero lo que sí es visible para todos al asomar la cabeza por las ventanillas es una columna de humo negro que se eleva entre la vegetación, y que impregna el aire con un olor desagradable y denso de goma quemada.

Frente a nuestros ojos se suceden escenas de pánico, gente que corre despavorida, que grita, que se tropieza en una carrera descontrolada por salvar la vida y se empuja para poder ponerse a salvo. Sin embargo, entre todo el terror y la desesperación que se vive fuera, hay una escena en particular que nos hiela a todos la sangre. Apenas a unos metros del vehículo, una pareja que escapa con tres niños pequeños abriéndose paso entre la multitud, es perseguida por un grupo de hombres armados con machetes y aperos de labranza buscando darles caza.

Hasta que ella, en avanzado estado de gestación, se tropieza con uno de los niños y cae, llevándose consigo al hombre, desapareciendo ambos bajo la brutalidad de una marabunta humana que la emprenden a golpes con ellos. Y ante semejante escena, el terror y la impotencia me embargan a partes iguales.

Sin embargo, y aunque la situación es de lo más aterradora, Jerome sale del vehículo como alma que lleva el diablo para lanzarse sobre los agresores tratando de detener el linchamiento, mientras Cristi, Sabine y yo nos agolpamos contra los asientos delanteros, presas de la tensión, esperando que la imponente presencia de las Naciones Unidas consiga frenar esta carnicería descontrolada. Pero todos los esfuerzos de Jerome parecen ser en vano, ya que, así como le quita a uno de los atacantes de encima a la pareja, otro ocupa su lugar.

Viendo que la ardua tarea de Jerome no logra poner fin esta locura, que ni el casco azul ni el arma de fuego los intimida, el conductor de nuestro vehículo toma el micro de la radio para lanzar un mensaje de auxilio.

—Base aquí Super 6-8, detenido convoy por incidente violento. Repito, detenido convoy por incidente violento. Permiso para intervenir— Y con esto no sé qué quiere decir, porque lo cierto es que Jerome ya está interviniendo. No obstante desconozco si se trata de una especie de cauce legal para poder usar sus armas contra los atacantes por aquello que me contó Blaime de que no pueden disparar, o si por el contrario está pidiendo ayuda para que envíen a más soldados con los que detener esta locura. Sin embargo, desde la base no parecen tener mucha intención de hacer algo.

Super 6-8 aquí base, ¿les están atacando a ustedes?— La pregunta crea una ola de consternación en el interior del jeep, donde por un instante intercambiamos miradas entre nosotros, sin entender nada. Y como si dudara de cuál sería la respuesta correcta, el conductor responde entre evidentes titubeos.

—No, pero...— No tiene tiempo de añadir nada más cuando su interlocutor, con una voz impasible y metálica lo interrumpe.

—Entonces continúen. Ya conoce el reglamento— El estupor más absoluto se apodera de nosotros ante la falta de implicación que se evidencia por parte del militar que ha respondido a la llamada. Y por un instante, todos nos quedamos paralizados de la impotencia.

Hasta que de pronto, Sabine en un arrebato de rabia, le arranca el micro de las manos al conductor para ser ella la que hable directamente con ese ser inhumano que responde desde el otro lado de la línea como una máquina sin alma y al que me imagino cómodamente sentado delante de un escritorio sin ser testigo del desastre que se está viviendo aquí.

—Escúcheme bien, señor, están linchando a una mujer embarazada, hay niños pequeños, usted no puede decir que— No llega a terminar la frase cuando la voz grave y autoritaria del militar la interrumpe.

—Señora, devuélvale el micro al sargento Abisayna y continúen. Es una orden— La respuesta es como una bofetada en cada una de nuestras caras. No me lo puedo creer, ¿es que no piensan hacer nada?

Al momento el conductor, el tal Abisanya, le quita el micro a Sabine para comunicarse con el camión de los víveres, donde van dos soldados más, cumpliendo así con la orden de su superior.

Super 6-8 a Super 6-5 ¿Pueden retroceder?— La contestación que llega desde el otro lado no podría ser más desalentadora.

—Negativo. Una pick-up artillada acaba de cerrarnos el paso. Han cortado la carretera a la altura del cruce con la loma— Por el retrovisor delantero veo como el gesto de Abisanya se descompone ante la respuesta. Visiblemente frustrado, golpea el micro de la radio, antes de abandonar su puesto, pistola en mano, para ir en auxilio de Jerome que a duras penas consigue mantener alejados a los asaltantes de la pareja y los tres niños, tres pequeños que lloran y se abrazan entre ellos desesperados, siendo testigos del brutal linchamiento al que están siendo sometidos sus padres por esa marabunta enfebrecida. Y es ahora, observando la cara de terror y las lágrimas en las caras de esas criaturas cuando entiendo en toda su magnitud el sentimiento que me describía Blaime el día que me contó cómo encontró a Hate. Odio. Odio y desesperación. Una desesperación asfixiante y corrosiva que lo emponzoña todo.

Harta de la inacción por parte de quienes deberían parar esto, Sabine profiere un grito de rabia para después salir del vehículo en un acto casi suicida, acercarse peligrosamente hasta el punto donde está teniendo lugar el linchamiento, y tomando a uno de los niños de la mano se lo lleva, arrastrando consigo a los otros dos, que se resisten a abandonar a sus padres.

Acto seguido veo a Cristi, a la que ni siquiera oí salir del vehículo, tomando al más pequeño entre sus brazos, para empieza a correr en la dirección opuesta, hacia el espacio que separa el camión de nuestro jeep, poniendo a salvo a los pequeños entre los dos vehículos. Y en el proceso, ni siquiera se ha llevado su cámara, abandonada ahora en el asiento trasero del jeep, junto a mí. Porque ha decidido, no sé si de forma consciente o por puro instinto, dejar a un lado su idea de tomar fotos, para llevar a cabo una misión más importante, la de tratar de poner a salvo al mayor número de personas.

Reparando en que soy la única que todavía no ha movido un dedo por ayudar, hago acopio de todo mi valor para salir ahí fuera e ir en auxilio de la mujer embarazada a la que protegen tanto su marido, ejerciendo de escudo humano, como Jerome y el sargento Abisanya, tratando de alejar a empujones y amenazas al grupo de exaltados que buscan la manera de acercarse a ella con sus afilados machetes.

Sorteando la marea humana que huye despavorida hacia la línea imaginaria que trazan los dos vehículos de la ONU, hacia donde Sabine dirige a todo aquel que huye de los atacantes, consigo llegar hasta el lugar donde permanecen los dos soldados concentrando todos sus esfuerzos en mantener alejados a los agresores de la pareja.

Pero la imagen que me encuentro tras ellos es dantesca, tanto que ni siquiera sé por dónde empezar. El hombre, que en un acto de absoluto heroísmo se situó entre su familia y los agresores, presenta cortes de diversa consideración, entre ellos uno que por fuerza ha tenido que seccionar arterias y tendones de su cuello, más otro justo en la base del cráneo.

Un escalofrío me recorre la espina dorsal al comprobar que no hay pulso. Está muerto, ya no puedo hacer nada por él, por lo que mi prioridad ahora es la mujer, que grita desesperadamente sosteniendo su abultado vientre. Y en este instante solo espero que no esté de parto, porque en estas circunstancias sería prácticamente imposible asistirla.

Bajo el amparo de los dos soldados que se afanan en repeler los ataques, hago un examen rápido constatando que no hay señales de golpes o cortes que puedan poner en riesgo su integridad o la de su futuro hijo. Pero viendo cómo se sujeta el vientre y por los gritos que profiere me temo lo peor. Es entonces cuando Jerome se gira hacia mí sin dejar de apuntar a los atacantes con su arma, creando una barrera entre ellos y nosotras, para preguntarme por la situación.

—¿Todo bien ahí detrás?— Pero no, aquí nada va bien, tenemos un muerto y una mujer que posiblemente esté de parto, por lo que desesperada grito.

—¡Tenemos que sacarla de aquí! ¡En esta situación no puedo examinarla y tal vez ya esté de parto!— Sin mediar palabra, Jerome se agacha a mi lado para tomar a la mujer entre sus brazos y llevarla a toda prisa hacia el interior del jeep donde podré explorarla mejor y determinar si el alumbramiento es inminente.

No obstante, en cuanto llegamos al vehículo y metemos a la mujer dentro, comenzamos a sentir como los gritos a nuestro alrededor van en aumento ante el potente rugido de otro motor que se aproxima y que no alcanzamos a ver hasta que ya rebasa un recodo del camino. Es entonces cuando la veo, una camioneta cargada con más milicianos, que haciendo una brusca maniobra se detiene en mitad del camino, cortando así el paso hacia el otro extremo de la carretera. Y sin que nadie tenga que explicarme nada, en este instante soy consciente de que acaban de acorralarnos. Ya no podemos huir ni hacia una dirección ni hacia la otra, estamos atrapados en esta vorágine.

Enloquecidos, los milicianos comienzan a salir en manada alzando sus armas y profiriendo gritos para acto seguido emprenderla a golpes con todo aquel que se cruce en su camino.

Se suceden escenas de verdadero terror donde la gente huye despavorida esquivando los golpes de los asesinos para ponerse a salvo en franja segura que han conseguido establecer Sabine y Cristi con la ayuda de los dos soldados que viajaban en el camión y que protegen esa línea imaginaria de tierra que ahora pertenece a las Naciones Unidas.

Pero son muchos los que no tienen tanta suerte, y para mi total espanto, veo como varias personas son alcanzadas por los machetes, cayendo al suelo pesadamente para desaparecer sepultadas por la masa exaltada que pretende ponerse a cubierto, ya sea entre los vehículos de la ONU, o a través de la selva.

Y ante tanta violencia, tanto horror, tanta desesperación, me quedo paralizada. No soy capaz de pensar, de reaccionar, de sentir miedo siquiera porque mi cerebro no asimila lo que está pasando, cómo puede ser que delante de mí estén matando a seres humanos con esta violencia tan brutal. No me lo puedo creer ¡esto no puede ser real!

Bloqueada por los gritos, el pánico, la desesperación de los que huyen y la maldad de los que matan, me es imposible mover un dedo, con la mirada perdida en la sangre que emana de los cadáveres extendiéndose sobre la tierra rojiza y polvorienta, como si mi mente no estuviera aquí, como si el cristal de la ventanilla fuera la pantalla del televisor y esto formara parte de una realidad que no es la mía. Hasta que una mano firme agarra mi brazo y me sacude. Al desviar mi vista de la ventanilla me encuentro con los ojos negros de Jerome, que me miran cargados de determinación en otro estado mental diametralmente opuesto al mío.

—¿Estás bien?— Pero no puedo contestarle, horrorizada por todo lo que está sucediendo a mi alrededor. Me lo pregunta una segunda vez hasta que por fin reacciono y sacudiendo la cabeza consigo decirle que si —Bien, porque esta mujer te necesita y yo tengo que volver ahí fuera, ¿lo entiendes?— Conmocionada, superada por la situación y totalmente desorientada, vuelvo a afirmar asintiendo con la cabeza para ver cómo el soldado, dando por válida mi respuesta, abandona el vehículo perdiéndose entre la multitud. Pero lo cierto es que sigo atenazada por el miedo, sin poder moverme, sin ser capaz de actuar ante tal barbaridad.

Hasta que la mano temblorosa de la mujer se posa en mi brazo captando entonces mi atención. Y mis ojos se desvían por un momento de la catástrofe que se está desatando fuera, para encontrarse con la mirada aterrorizada de la mujer, que con el gesto desencajado por la angustia repite una y otra vez con voz suplicante.

—¿Mis hijos...? ¿Dónde están mis hijos...?— Porque a pesar del miedo, a pesar del dolor que contrae su cuerpo en una contorsión imposible, a pesar de todo, el instinto de una madre puede más.

En un acto puramente instintivo, levanto la cabeza por encima de los asientos para ver a través de la luna trasera, hacia el espacio que tanto mis dos compañeras como los dos soldados protegen con uñas y dientes, buscando a los niños con la mirada y el corazón en un puño, rogando a Dios que esté ahí. Hasta que al fin los encuentro, abrazados entre sí, y a su vez, abrazados por Cristi que trata de mantenerlos unidos y darles consuelo. Sin poder reprimir mi emoción al observarlos sanos y salvos entre los brazos de mi compañera, como si fueran algo mío, vuelvo mi cabeza hacia la madre para darle la buena noticia.

—¡Están bien! Están con mis compañeras, ellas y los soldados no van a permitir que les pase nada, te lo prometo— Y diciendo esto aprieto su mano entre las mías, sobrecogida por la tensión, totalmente comprometida y jurándome a mi misma que haré todo lo que pueda porque así sea. Pero entonces su mano aprieta con fuerza la mía ante la sacudida de lo que debe ser una contracción, y es precisamente esta señal de alarma la que me obliga centrarme en lo que está por venir —Escúchame, me llamo Sheyla y soy médico, ahora tengo que examinarte porque creo que ya estás de parto. Sé que estas no son las mejores circunstancias, pero tienes que tratar de relajarte, ¿ok?

—Yo me llamo Chantel— Responde sin soltar mi mano.

Y por un instante el miedo vuelve a mí, no puedo evitar sentirme aterrada, ya no solo por la situación, sino porque a pesar de haber estado en urgencias cuando era interna en un hospital con toda clase de medios, no soy especialista en obstetricia y son muchas las cosas que pueden salir mal.

Sin embargo, por si esto ya fuera poco estresante de por sí, tanto para la madre como para mi debido a mi falta de experiencia a la hora de asistir partos, Jerome irrumpe en el vehículo precedido por el sonido de detonaciones. ¿Eso son disparos? ¿Nos están disparando a nosotros? Porque a decir verdad, jamás había estado en un tiroteo, ni siquiera identifico el sonido, y aunque vi a Blaime disparar una vez, en aquel momento estaba tan aterrada que no puedo ni recordar cómo sonaba en aquel momento. No obstante, por si hubiera espacio a la duda, Jerome confirma mis peores sospechas a voz en grito

—¡Base aquí Super6-8, nos están disparando! ¡REPITO, NOS ESTÁN DISPARANDO! Solicito apoyo inmediato!— Sin embargo, los de la base siguen en la misma actitud, la de la inoperancia. Una voz metálica e impasible repite lo que ya antes habíamos oído.

—Retírense— Pero Jerome no está dispuesto a darse por vencido, y alzando la voz para hacerse oír como si su vida dependiera hilo que une el micro con la radio, y esta a su vez con quienes pueden salvarnos la vida, responde.

—IMPOSIBLE. Tenemos dos vehículos uno artillado a las 6 y otro a las 12 cortándonos el paso. No podemos maniobrar. No podemos salir de aquí, envíen apoyo. Repito ¡ENVÍEN APOYO!— Por un instante se le corta la voz, como si sus cuerdas vocales no dieran más de sí, para finalizar sus súplicas con una plegaria— Envíen ayuda, o aquí nos van a matar a todos...— Y ante esas últimas y demoledoras palabras que suenan como una sentencia de muerte, todo mi cuerpo se estremece de terror.

No me puedo creer que nos vayan a dejar aquí, que vayan a ignorar una llamada de auxilio como esta, que les importe tan poco la vida humana y que no sean capaces de romper esas encorsetadas normas en favor de salvar vidas, lo cual está a punto de aniquilar cualquier atisbo de esperanza y de fe que pudiera albergar en mi interior, como dijo Blaime en una ocasión, esperando un milagro que no va a llegar. Sin embargo, Jerome repite una y otra vez el mismo y desesperado mensaje. Hasta que al fin alguien lo escucha.

Super 6-8, aquí Lancero1. ¿Cuál es su posición?— Inmediatamente reconozco la voz del capitán Diaye y mi corazón vuelve a latir de esperanza.

—Coordenadas, Whiskey Hotel 7 2 0 3

—Recibido— Haciendo un ejercicio de humanidad mayor del que hayan hecho antes el personal que respondía a los mensajes de los soldados, el capitán Diaye añade —Super 6-8, el comandante del Democracy se ofrece voluntario para prestarles apoyo, están en camino, la ayuda va para allá— ¡Gracias a Dios! ¡Vienen a rescatarnos! En este instante y de no ser porque nos encontramos en el reducido espacio del jeep, saltaría de alegría ante la noticia de que vienen a por nosotros. Pero antes de cortar toda comunicación, el capitán tiene un último mensaje para Jerome —Niasse, aguanten, Ya falta poco— Acto seguido la comunicación se interrumpe con un chasquido. Entonces veo como Jerome deja el micro de la radio, se gira hacia mí para comprobar cómo va la situación en los asientos traseros, y con voz firme inquiere.

—¿Estáis bien?— Decidida, con esta gran dosis de fe que me ha inyectado la voz del capitán Diaye al asegurarnos que vienen a rescatarnos y sosteniendo todavía la mano de la mujer entre las mías, respondo que sí — Bien. Saldré a apoyar a Abisanya y cubríos, tú encárgate de que no le falte nada— Y lanzándole primero una mirada a la que es ahora mi paciente, y luego a mí, vuelve al exterior para reunirse con su compañero y dejarnos solas en este delicado proceso.

Una nueva contracción vuelve a sacudir a la mujer que vuelve a apretar mi mano con fuerza mientras reprime un grito de dolor. Si no me equivoco, las contracciones se están repitiendo con una frecuencia de 10 minutos, y duran alrededor de uno, señal de que el alumbramiento está cerca, por lo que debo de comprobar el grado de dilatación

—Te faltan dilatar un par de centímetros antes de poder empezar a empujar, tienes que aguantar, todavía no es el momento— Lanzando un grito de dolor al aire ante la presencia de otra fuerte contracción, la mujer maldice.

—¡¡¡Quiero que esto se acabe ya!!!— Pero lo cierto es que si lo hace, si empuja ahora, podría tener problemas, tanto ella como el bebé que no tiene el espacio suficiente para salir.

—Tienes que aguantar, aún no es el momento, ya falta poco, aguanta, lo estás haciendo muy bien— Insisto sujetando su mano en un intento por calmarla.

Y cuando pensaba que la situación no podría ser más delicada, teniendo que asistir un parto en las peores condiciones de la tierra, en un vehículo, en mitad de la nada y bajo el estruendo de los disparos, un sonido terrorífico, más potente y atronador que el de cualquier arma que jamás haya oído en mi vida, rompe el aire silenciando los gritos del exterior.

¿Pero qué es eso? ¿Es un cañón automático? ¡Dios mío, ahora sí, van a matarnos a todos!

Durante unos segundos que se me hacen agónicamente largos, ese sonido mecánico y ensordecedor lo inunda todo hasta el punto en el que ni siquiera puedo oír mis propios gritos, ni los de la mujer que se aferra a mi mano como si de ello dependiera su vida, mientras rezo por que la chapa del jeep nos proteja de esos impactos.

Hasta que finalmente, se hace el silencio. Un silencio espeluznante, aterrador, como si todo lo que teníamos antes a nuestro alrededor, dejara de existir. Por un instante se me pasa por la cabeza la escalofriante idea de que ahora esos asesinos vendrán a por nosotras, a rematarnos, preguntándome cuánto tiempo van a tardar en aparecer y sacarnos a la fuerza del jeep para matarnos a golpes, o si tenemos suerte, de un tiro en la cabeza. Pero los segundos pasan, y no viene nadie.

Desconcertada, atenazada por el miedo, y tremendamente asustada por lo que me pueda encontrar ahí fuera, me acerco a una de las ventanillas para descubrir que una nube de polvo rojizo y denso lo inunda todo, como si estuviéramos en mitad de una tormenta de arena.

Ya no hay gritos, ni personas que huyen, parece que no queda rastro de vida ahí fuera. Tampoco hay rastro de Jerome ni del sargento Abisanya, antes a unos metros de nuestro vehículo, ahora desaparecidos bajo la nube de polvo que ha levantado esa arma mortífera y lo envuelve todo. Tan solo alcanzo a ver lejanas siluetas que por cómo se mueven, deben ser milicianos, y de vez en cuando, el silencio es interrumpido por los disparos de un arma acabando con la vida de alguien.

Entonces, un terror frío y espantoso me embarga ante la idea que, tanto Jerome como el sargento Abisanya hayan podido morir a causa de los disparos, y que ahora solamente quedamos esta mujer dando a luz y yo, encerradas en un coche, a merced de esos asesinos que no tardarán en venir a por nosotras.

Y después de interminables minutos en los que la esperanza va abandonando mi cuerpo, cuando pienso que todo está perdido, que Dios no me ha escuchado, que nos ha abandonado a nuestra suerte en este lugar de sangre y muerte, y que esa ayuda no va a llegar, siento un descomunal estruendo que hace temblar la tierra, los disparos cesan y los milicianos retroceden. Es entonces cuando me atrevo a levantar la cabeza para mirar por una de las ventanillas laterales buscando el origen del sonido. Y entonces lo veo surgir de entre la nube de polvo, inmenso, poderoso. Un blindado de color blanco, con la palabra Democracy pintada en un lateral bajo el distintivo de la ONU, acaba de arrollar al vehículo que nos impedía salir de aquí para regresar a nuestro pueblo. Al final, el milagro llegó.

⭐⭐⭐

Continue Reading

You'll Also Like

80.1K 4.7K 46
¿Qué nos perdimos entre Martin y Juanjo cuando no había cámaras? Basándome en cosas reales, imagino momentos y conversaciones que pudieron ocurrir. L...
47.3K 1.4K 38
Esta Historia contiene partes +18 si no te gusta este tipo de lecturas plis no denuncies Esta historia es sobre lukas y tn espero que les guste💖
130K 5.4K 26
Katy odia a Pablo, y Pablo odia a Katy. Por cosas de la vida sus madres son mejores amigas y los han obligado a convivir juntos desde pequeños, ¿que...
113K 14.1K 35
la Soltera Samanun Anuntrakul mejor conocida como Sam, es una diseñadora de moda reconocida de todo Bangkok, una casanova incorregible con un ego po...