ESPÍA
|Sara Stone|
Estaba lista para cambiar mi imagen y así mismo hacerme notar un poco más y no lo sé, tal vez el señor Leonardo me llegase a tomar un poco más enserio.
Todo cambio de look merecía un ambiente adecuado que inspirase confianza y ánimo para lograr el resultado esperado. Así que agarré mi pequeña bocina, abrí mi archivo de canciones favoritas y con tres opciones que creí perfectas para la ocasión seleccioné la indicada. La puse a todo volumen y comencé a bailar mientras sonaba.
Rebusqué en mi armario al ritmo de la música y saqué la ropa que estaba segura me favorecería de cierta manera, siendo aquella que marcaría mis sutiles curvas y que hacía años no usaba. Comencé a menear los hombros mientras apartaba la ropa y la depositaba sobre la cama, después agarre el control del televisor y lo acerque a mi boca para cantar mi parte favorita:
—" ¡Take me away! ¡A secret pleaced, a sweet scape! ¡Take me away! ¡A better placed!
—¡¿Quieres callarte!? — entró mi hermana a mi cuarto interrumpiendo mi concierto imaginario.
—¡Lárgate! — le arrojé un peluche y ella dio media vuelta para marcharse.
—Loca. — dijo antes de desaparecer.
Tomé aire tres veces y proseguí con mi canto.
—¡TAKE ME AWAY!
Quedé satisfecha con el resultado y con toda las ganas del mundo y cierta emoción me fui directo a la oficina. Esta vez decidí alisar mi cabello y tomar dos mechones delantero por la parte trasera de mi cabeza sujetándolos con un pasador. Un poco de base, mascarilla para pestañas y rubor junto con iluminador. Decidí finalizar con un labial color guinda.
Esperaba y no fuese demasiado.
Decidí usar una falda café más corta de lo habitual –poco más a media pierna–siendo acompañada con una blusa blanca un tanto entallada dejando deslumbrar parte de mis atributos. Todo esto con unas zapatillas negras de tacón bajo. Decidí aprovechar el momento puesto que hoy era mi cita con Esteban.
Cuándo llegué al trabajo el señor Leonardo estaba encerrado en su oficina en una llamada telefónica y cuando le avisé que ya había llegado hizo un gesto de mano pidiéndome que no lo molestará. Ni siquiera se dignó en mirarme.
Me puse a trabajar como de costumbre y en ningún momento de lo que avanzaba del día él pidió verme. Cuando llegó la hora del almuerzo decidí en ir a preguntarle si se le apetecía algo qué encargara por el. Así que llamé a su puerta y entré enseguida.
—¿Qué quiere, Sara? — preguntó y está vez tampoco se digno en mirarme.
—¿Le pido algo de comer?
—No, saldré por mi cuenta — respondió — Vaya usted.
Salí resignada y me sentí de cierta forma decepcionada. Quería que me mirase y no se, tal vez un comentario alargador de su parte no estaría de más.
¡Sara, esperas demasiado de un narcisista como él!
Veinte minutos después volví a mi puesto de trabajo y me sorprendió ver a la señorita Amelia esperándome.
—¡Me urge que te vayas! — dijo con desesperación.
—¡¿Qué?! — pregunté sorprendida — ¡¿Me está despidiendo?!
—¡No! — respondió — Leonardo acaba de irse a una reunión donde no va haber más que putas y alcohol.
—¡Eso es malo!
—Así es, así que mueve ese culito y ve a impedir que se meta con alguna zorra.
—¿Yo? — me señalé a mi misma.
—Te pagaré muy bien por ello — me entregó un papel directamente en la mano — Está es la dirección.
—Señorita Amelia, esto parece ser una misión imposible.
—Por favor, te lo ruego — suplicó.
Accedí, no sé si por ella o... Por mi.
Llamé a Esteban, diciéndole que algo importante había surgido y que no podría ir con él a su noche de baile. Enseguida tomé un Taxi y pedí que me llevara al que parecía ser un club de golf. No tardé más de media hora en llegar. Estaba nerviosa, sentía mi cuerpo temblar y el respirar resultaba ser una carga muy pesada.
Era un lugar inmenso y había guardias en la entrada y por los costados. «¿Cómo demonios iba a entrar?» Y justo cuándo opté por cambiar mi look y usar toda esta ropa incómoda tenía que hacer esto.
Rodeé el lugar en busca de una entrada de reserva, pero el sitio solo disponía de una sola. Lo que si encontré fue un árbol con la altura perfecta para saltar una de las bardas. Debía agradecer que no era una de esas típicas señoritas que evitaban hacer cosas algo atrevidas e imprudentes cómo estas. Me quité los zapatos y enrollé mi falda para que no estorbara y decidida y con cierta energía comencé a trepar el árbol cuidando que nadie me estuviese viendo.
Una vez llegué a la cima miré a mi alrededor y fue entonces cuándo lo vi del otro lado en una pequeña sala de estar con varios hombres. Él le daba un trago a su bebida y no pude evitar sonreír al verlo: Lucía tan guapo cuando no llevaba ropa de oficina puesta, al igual que cuando la llevaba. Pero la sonrisa no duró mucho tiempo en mis labios. Desapareció por completo en cuanto lo vi mirar con gran deseo a una hermosa mujer que se aproximaba en su dirección y todo fue peor cuando la sentó sobre su regazo. No sabía que fue exactamente, pero algo dentro de mi se revolvió y un inmenso coraje me atravesó.
No se cómo logré bajar del árbol a toda prisa y tocar tierra sin ser descubierta, pero lo había conseguido con gran éxito.
Y con un gran sigilo comencé a moverme por entre las sombras sin perderlo de vista. Tuve que soportar como la miraba, como la tocaba y lo peor de todo... Como la besaba. Esos labios que me habían besado antes ahora eran saboreados por otra mujer y el parecía estarlo disfrutando. Todo lo contrario a lo que yo le provoqué.
— Vamos.
«Me congelé»
Escuché unas voces a mis espaldas así que de inmediato me cubrí detrás de una pequeña cantinera que se encontraba en la zona de bebida junto a la piscina.
Se trataba de unos meseros que venían a preparar unas bebidas que habían sido encargadas por los amigos del señor Leonardo. Lo mejor que pude hacer fue tapar mi boca con ambas manos para que ellos no pudiesen escucharme respirar y aguanté lo más que pude hasta que ellos por fin se marcharon.
Pero ya era demasiado tarde.
En cuánto volví a poner mis ojos en aquel hombre que tan loca me volvía, lo único que logré ver fue el como decidió irse con aquella pelirroja a la cuál sujetaba de la mano y así juntos desaparecían por el pasillo.
Un sentimiento de tristeza y furia me invadió por completo. Quería decirle que no entrara a ese cuarto, quería pedirle que no le hiciera el amor, que no la tocara y no lo sé... Simplemente actúe sin pensar.
—¡Maldito desgraciado! — grité saliendo de mi escondite.
Entonces me di cuenta como todos los presentes me miraron asombrados y después confundidos. Todos menos él, habían escuchado mis palabras.
—¡Hey! — los saludé avergonzada — Muy bonito lugar. De verdad la decoración es maravillosa. Bueno, eso era todo lo que tenía decir, así que ahora me marcho.
Di media vuelta con toda la disposición de irme y recuperar la poca dignidad que me quedaba, pero apenas y roté mis pies, ya habían dos hombres a frente mío mirándome acusatoriamente.
—¿Quién eres tú? — me preguntó el que lucía mayor.
—Una mujer... — respondí.
Si, solo eso respondí.
—Seguramente es una periodista — comentó un hombre que se encontraba dentro del la sala de estar. Lucía intimidante y estaba claro que el dinero le sobraba hasta por los poros — Arréstenla y confisquen todo lo que trae. No quiero de nuevo un escándalo.
Los hombres se acercaron a mi con unas esposas en mano y simplemente no pude evitar entrar en pánico.
—¡No soy reportera! — respondí en un grito a la defensiva — ¡De verdad que no lo soy!
—Eso dilo en la estación de policía.
—¡No se acerque o gritaré! — dije levantando la mano para frenar al que se estaba acercando a mi y por suerte lo conseguí. — ¡Usted no sabe quién soy yo!
—Ah, ¿sí? — cuestionó —Y según usted, ¿quién?
—Yo... — bueno, lo intenté — ¡Mierda!
Actué por reflejo, nada planeado y aún así no salió tan mal. Comencé a correr alrededor de la piscina para esquivar a aquel hombre que no dudo en seguirme.
—¡Deténgase! — gritó.
—Ni loca — grité como respuesta.
Con lo único que no contaba es que su compañero iba a intersectarme por el frente, así que frené de golpe y pise mal. Tan mal que no pude evitar caer al agua en un mal movimiento.
¡Mierda y más mierda!
—¡Auxilio! — grité en medio chapoteo — ¡Me ahogo! ¡No sé nadar!
¿Por qué nadie hacía el intento de ayudarme? Acaso iban a dejarme morir.
¡Maldita sea!
—No es ni un metro de profundidad — dijo aquella voz que sabía necesitaba escuchar.
Detuve mis movimientos desesperados para ponerme de pie y efectivamente, no era para nada profunda.
¡Hice el ridículo a lo grande!
Me quité el cabello de la cara y levanté la vista para mirarlo y descubrir una mirada gélida y desdeñosa. Quedé petrificada.
—¡Salga del agua! — me gritó el guardia.
—¡No! — respondí — Ya le dije que no soy periodista. Puede preguntarle al señor Pereira.
No pude evitar señalarlo.
Todos giraron la mirada en su dirección y lo miraban en espera de una respuesta la cuál él jamás dio. Solo me miraba fijamente mientras que su boca no soltaba ni una sola palabra.
¿De verdad iba a negar que me conocía?
—Bien, no importa — me encogí de hombros y comencé a caminar sobre la alberca y odié que el agua pesara tanto porque me hacía sumamente lenta.
—¡Gran intento de escape, pequeña! — respondió el guardia, burlón.
Lo ignoré e intenté salir por mi cuenta pero cuando estaba a punto de subir, una mano se atravesó en mi camino. Levanté la vista y para mí sorpresa, lo vi a él ofreciéndome su ayuda.
—Vamos, Sara — me mostró un gesto de compasión el cual acompañó de un entrecortado suspiro de resignación — Acabemos con este bochornoso asunto de una buena vez.
Asentí con la cabeza y tomé su mano para que me ayudara a salir de la piscina. Lo siguiente que vi fueron sus ojos sobre los míos y un segundo después ya se encontraba frunciendo el ceño. No tarde en darme cuenta de lo cerca que estaban nuestros cuerpos, tanto que me fue imposible no sentir nada ante tal cercanía que emanaba calor.
Tenía frío.
—Gracias... — susurré avergonzada.
—Ni siquiera intentes escapar de nuevo — dijo el guardia que enseguida me tomó del brazo y tiró de mi con brusquedad para llevarme con él.
Grité por instinto.
—No la toque — musitó el señor Leonardo.
Lo siguiente que sentí fue un leve forcejeo y poco después el como esa presión en mi brazo desaparecía.
—Ella viene conmigo — dijo para rematar.
—¡Leo! — gritó el mismo hombre que pidió me llevaran a la policía — ¿Qué carajo haces?
—Luego te explico, Nicolás — respondió dicho comentario acompañándolo con una señal de mano para que no lo interrogará más.
Lo siguiente que sentí fue al señor Leonardo llevándome con él a otro lugar.
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Canción que cantó Sara:
Pocketful of Sunshine de Natasha Bedingfield