Los tonos del cielo

By Marisol711

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Novela sobre ascensión espiritual. A sus diecisiete años Cielo no ha hecho más que sumergirse en un mundo lle... More

Prólogo
Rojo
Naranja
Amarillo
Verde
Azul
Violeta
Epílogo

Índigo

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By Marisol711

Estaba en una habitación casi a oscuras. La única iluminación era índigo: el mismo color por el que acababa de viajar. Había unos cuadros con fotografías que le parecían familiares, por lo que se acercó a verlos. Aparecían sus padres y amigos, pero donde debía estar ella, no había nadie. Entonces, su atención se centró en un bambú cuya hoja había rozado su brazo. Estaba bastante amarillo y su agua se veía verdosa.

—Ay, bonito, ¿por qué tu dueño te tiene en tan malas condiciones?

Cielo abrió las ventanas y la luz natural inundó el lugar. Parecía estar en un sexto piso y, si sus ojos no la engañaban, se encontraba junto al callejón. Dejando de lado las fotos, era un departamento normal. Sacó el bambú de su contenedor con cuidado y lo colocó sobre una mesa. Tiró el agua y le puso la de un pequeño garrafón en la cocineta. Ahora por lo menos el bambú no se veía tan abandonado.

—Bueno, pequeño, espero que te mejores.

Apagó la iluminación artificial y se dispuso a salir del edificio.

En efecto, se encontraba al lado del callejón, en un complejo de departamentos ubicado ahí mismo. Caminó un par de cuadras hasta que llegó a un parque, donde le llamó la atención una persona que estaba hablando con un micrófono en medio del lugar. Su voz sonaba distorsionada y su aspecto no era visible, ya que llevaba ropa holgada y una capucha. Mientras Cielo se acercaba, la escuchó decir:

—¿Qué cosas han hecho el día de hoy que les han producido verdadero bienestar? ¿Comer un postre, ver un maratón de su serie favorita, emborracharse, tener sexo? Nada de eso produce verdadero bienestar. ¿Qué cosas han hecho que los ayuden a convertirse en una mejor versión de ustedes mismos? ¿Realmente son ustedes los que están controlando su vida o solo están siendo controlados? ¿Qué piensan cada mañana al despertar? ¿«Qué fastidio, qué flojera»? Dense cuenta: ¿cuáles son las acciones que más hacemos los seres humanos sin parar? ¡Respirar, pensar! ¿Por qué no les damos suficiente importancia a estas acciones, entonces, si son la base de nuestra existencia? ¡Cambiemos nuestra manera de pensar y respirar, así cambiará nuestra vida!

Consideró que eso tenía bastante sentido. Miró a los demás espectadores: algunos asentían, otros se burlaban y otros miraban a la persona con desprecio.

De repente, escuchó:

—Lo que dice tiene lógica, pero siempre hay que poner la información que se nos presenta en tela de juicio. —Una chica alta se había colocado a su lado y le dirigía la palabra. Tenía facciones masculinas, su cabello era negro y corto, y vestía de negro—. Tal y como dice Hesse: «El conocimiento puede ser transmitido, pero no la sabiduría». Al final solo nuestra experiencia nos dará la verdadera respuesta.

Esas palabras le recordaron a la manera de hablar de Mía, por lo que se sintió en confianza.

—Sí, coincido contigo.

La chica se encogió de hombros y añadió:

—Por mi parte, creo que lo que pensamos es bastante importante, pero no tanto como para literalmente construir nuestra vida. Siempre tendremos que esforzarnos con acciones también. La vida es muy compleja, así que vivir no puede ser tan sencillo.

—Claro, es necesario que nos esforcemos.

A comparación de cuando había entrado al Triángulo, la agilidad mental de Cielo había mejorado bastante. Ahora era capaz de hacer mayores conexiones y comprender ideas que antes no podía. Por su cuenta era capaz de llegar a reflexiones que le proporcionaban respuestas. Aun así, se sentía primeriza en todo eso y le tomaba tiempo procesar información nueva.

La chica le sonrió.

—Me alegra que pensemos similar. —Extendió la mano para darle un apretón—. Mi nombre es Reina, y ¿el tuyo?

—Yo soy Cielo, mucho gusto.

—Encantada. Con solo verte puedo saber que eres una chica de cultura. ¿Cuáles son tus autores favoritos?

Ella se rio apenada.

—Este, la verdad es que no he leído ningún libro por mi cuenta.

—Guau, ¿en serio? No lo hubiera imaginado. Bueno, cada quien tiene sus tiempos, descuida. —Notando que la encapuchada se preparaba para seguir su discurso y que Cielo había dirigido su atención a ella, añadió apresuradamente—: ¿Sabes? Iba en camino a una exposición de arte. Planeaba ir a verla con un amigo, pero al final no pudo venir. ¿Te gustaría acompañarme?

La idea le pareció interesante.

—Suena bien. Vamos.

Con esto, se pusieron en camino. Alzando una mano en forma de explicación, Reina comentó:

—Esta es otra buena frase que nos puede ayudar a reflexionar mejor sobre lo que acabamos de observar; la dijo Huxley: «La eficacia de una propaganda política y religiosa depende esencialmente de los métodos empleados y no de la doctrina en sí. Las doctrinas pueden ser verdaderas o falsas, pueden ser sanas o perniciosas, eso no importa. Si el adoctrinamiento está bien conducido, prácticamente todo el mundo puede ser convertido a lo que sea».

—Vaya, sí es muy cierta, sí que eres conocedora —replicó admirada, lo cual hizo a Reina sonreír.

Prosiguieron contándose datos básicos sobre sus vidas para conocerse mejor. Reina tenía veinte años y le gustaba el arte en general, aunque lo que más le atraía era la literatura; también le gustaban los deportes. Por su parte, Cielo no estaba segura de qué era lo que ahora le gustaba, pues todavía se encontraba en su transición a una nueva versión de sí misma. Solo estaba segura de que le gustaba Mía, pero prefirió no hablar de ella porque le pareció demasiado personal y arriesgado.

Pronto llegaron a la sala de exposición. Las pinturas eran preciosas y tenían un tema en común: el altruismo. Era evidente que el autor, o era un genio, o había dedicado gran parte de su vida a desarrollar sus habilidades.

—Magnífico —alabó Reina—. Con solo verlas siento que sana mi espíritu. Esta exposición representa perfectamente la frase de Jung: «Conozca todas las teorías. Domine todas las técnicas, pero al tocar un alma humana sea apenas otra alma humana».

Cielo sonrió. Se sentía a gusto con esta chica. Después de Mía, era la segunda persona con la que había sentido que podría conectar.

—Así es, estas pinturas son maravillosas. Tu amigo se las perdió.

Contentas, siguieron explorando la sala.

—¿Cómo es tu relación con tus amigos? —preguntó Reina.

—Mmm, pues por bastante tiempo fue muy superficial. No me enorgullezco de decir que fue algo tóxica, pues así era yo. A pesar de eso, siento que sí hemos tenido suficiente buena afinidad, lo cual agradezco bastante. Actualmente he cambiado y creo que podré ser una mejor amiga; aunque me preocupa que lo que estoy aprendiendo me llegue a distanciar de ellos porque no es una manera común de pensar —agregó, un tanto nerviosa.

Reina asintió, pensativa.

—Ya veo. En efecto, «la soledad no llega por no tener personas a tu alrededor, sino por no poder comunicar las cosas que te parecen importantes a ti, o por mantener ciertos puntos de vista que otros consideran inadmisibles». Eso también lo dijo Jung. Bueno, esperemos que tú y tus amigos logren entenderse bien y por fin puedan tener una amistad genuina. Pero ¿sabes? No creo que solo tú hayas sido la tóxica, seguramente ellos también lo fueron; y si a pesar de todo sientes que su relación no mejora, creo que lo mejor sería que te alejaras de ellos. Es mejor alejarnos de quienes no aportan nada fructífero; de otra forma, no podremos crecer. En fin —concluyó sonriente—, ya sabes que de ahora en adelante puedes confiar en tu amiga Reina para lo que necesites.

A Cielo le sorprendió un poco que una persona a la que apenas había conocido le dijera tan rápido que se alejara de sus amigos, pero creyó que simplemente lo debía haber dicho en base a sus experiencias del pasado. Le devolvió la sonrisa.

—Gracias, tú también puedes confiar en mí. Por cierto, me encantan las frases que dices.

—Qué bueno porque suelo decirlas cada cinco minutos.

—Sí me di cuenta.

Ambas se carcajearon.

El tiempo transcurrió y se volvieron cada vez más cercanas. Iban a eventos de arte y conversaban sobre el tema. Sentía que aprendía bastante con Reina y eso le agradaba. Además, se sentía segura estando con alguien que la apreciaba tal y como era. No podía imaginar de qué manera podría volverse tensa la situación esta vez.

—Eres especial —solía expresarle Reina—, no todos ven el mundo como lo haces tú. Eres muy consciente. Me alegra haberte conocido.

Un día, sus amigos le marcaron para invitarla a salir. Se encontraban todos reunidos en un bar. Miguel era el que principalmente estaba al otro lado de la línea.

—Ven para acá, Cielo—exclamó ebrio—, ¡nos haces falta!

En ese momento estaba con Reina, quien le lanzó una mirada fulminante al celular. Cielo la observó como si de ella dependiera la respuesta. La chica hizo un gesto comunicando que no la acompañaría.

—Lo siento, Miguel, estoy algo ocupada, tal vez luego. Pero ustedes síganse divirtiendo.

Dicho esto, colgó.

—Así que esos eran tus amigos —comentó Reina—. No sonaban muy confiables que digamos.

—Bueno —rio—, apenas tenemos diecisiete años. Son raros los que son tan confiables a esta edad. Aunque Miguel y Lucía casi se acercan.

—¿Son los que te caen mejor?

—Si se tiene que ver de esa manera, sí, supongo que sí.

—De todas formas, debes tener cuidado de con quién te juntas. Dudo mucho que estén a tu altura.

Al principio, cuando le hacía ese tipo de comentarios, Cielo no les daba demasiada importancia, pero ahora la enorgullecían cada vez más. En el fondo comenzaba a pensar que tenía razón.

—Y ¿si intento hablar bien con ellos sobre lo que pienso ahora? Tal vez comprendan e incluso les guste.

—Como quieras; aunque yo, por mi parte, como dice Saramago: «He aprendido a no tratar de convencer a nadie. El trabajo de convencer es una falta de respeto, es un intento de colonización del otro».

—Entiendo —murmuró.

Sus amigos la invitaron a salir un par de veces más, pero ahora se negó por iniciativa propia. Al poco tiempo, en su mente se habían vuelto un grupo de personas inferiores que estropearían su crecimiento si se juntaba con ellas.

Desde entonces, de vez en cuando se sentía como desconectada de la realidad, pero como no le pareció algo grave no le dio importancia.

—Me alivia que por fin te dieras cuenta de tu valor —comentó Reina un día mientras caminaban en un bazar—. Tú peleas para salir del huevo, ellos no.

—¿Cómo?

—«El pájaro pelea hasta que consigue salir del huevo. El huevo es su mundo. Todo ser viviente debería intentar destruir el mundo». Lo dice Hesse.

—Ya veo...

—Se nota que ellos ceden en las pequeñas cosas; eso habla mucho de ellos. Tienes que tener cuidado. Como dice Saramago: «Una persona empieza por ceder en las pequeñas cosas y acaba por perder todo el sentido de la vida».

Estuvo de acuerdo. Comprendía esa frase mejor que nadie.

Continuaron explorando el bazar hasta que su mirada se posó en una pintura de alguien con un tercer ojo que se encontraba meditando. Le despertó un gran interés al instante.

—¿Qué sabes sobre el tercer ojo?

Reina la miró seriamente.

—Bueno, en caso de que sea real, no creo que sea una buena idea intentar abrirlo. Podría ser peligroso. He escuchado que podrías empezar a ver entidades malignas.

Cielo tragó saliva.

—Eso no suena muy alentador —replicó, observando mejor la pintura, la expresión pacífica de la persona—. Aunque de todas formas me gustaría empezar a meditar. ¿Tú lo has hecho?

—Claro, ayuda mucho para relajarse. —La tomó del hombro e hizo que siguiera caminando para que ya no viera la pintura—. Si quieres meditar podríamos hacerlo juntas.

—Genial, suena bien.

Las sesiones de meditación fueron en el departamento de Reina, quien en cada ocasión ponía una música especial para concentrarse. En la sala, se sentaban en posición de mariposa sobre unos tapetes, recargando la espalda contra la pared. Al principio Cielo sí sentía que meditar la ayudaba; sin embargo, pronto empezó a experimentar malestar.

—Me siento extraña... ¿Es normal sentirse incómoda cuando se medita?

—Sí. Se debe a que todo lo negativo que tenías guardado está saliendo a la luz. Después de un tiempo se te quitará.

Se resignó. Pasaron varias sesiones más, pero, al contrario de lo que esperaba, cada vez se sintió peor. Le dolía la cabeza y su cuerpo se sentía nervioso; además, su mente se comenzaba a nublar con el pensamiento de que su vida no tenía sentido. Le frustraba sentir que algo andaba mal y no saber de qué se podía tratar.

—Ya no puedo con esto —declaró exhausta al ponerse de pie después de una sesión—. No sé si no sea lo mío o qué, pero cada vez que medito me siento terrible.

—Bueno, entonces lo dejamos si así lo prefieres.

—Sí, hay que dejarlo. —Se fue a sentar a un sofá—. Si Mía estuviera aquí de seguro sería más fácil...

Reina apagó la música y la miró con inquietud.

—¿Quién es Mía?

Dudó un poco antes de responder.

—Es una chica con la que empecé a salir recientemente... No somos novias, pero pareciera que sí —añadió, un poco sonrojada.

—Y ¿eso que no la habías mencionado?

—Bueno, no llevábamos mucho de conocernos, simplemente no me pareció el momento.

Reina respiró profundo y forzó una sonrisa.

—Espero que ella sí sea una buena influencia para ti.

—Claro que lo es. En parte es por ella que he llegado tan lejos.

—Mmm... y ¿cuándo fue la última vez que la viste?

—Antes de conocerte.

—¿Hace tanto? ¿Por qué no se han vuelto a ver?

Cielo se puso ansiosa. No quería que ella se enterara del verdadero papel que tenía Mía en su vida. De cualquier forma, era probable que ni siquiera lo comprendiera.

—No sé, simplemente no se ha dado el momento.

La chica se levantó y se dedicó a observar los árboles por la ventana. Cruzada de brazos y dándole la espalda, la miró de reojo.

—Así que ni siquiera se interesa en buscarte... No creo que sea buena influencia si te deja a la deriva tan fácilmente. Es posible que lo que dice sentir por ti ni siquiera sea verdad.

Volteó hacia Cielo, quien estaba asombrada.

—Tú no entiendes. Ni siquiera la conoces. ¿Por qué me quieres alejar de ella? ¿Por qué me quieres alejar de todos?

—No te quiero alejar de todos. Solo intento ser de ayuda. Estás imaginando cosas.

Aturdida, Cielo se presionó un poco la cabeza para mitigar el dolor.

—Da igual, me voy, quiero estar sola.

—No te vayas —intervino Reina—, no ha pasado nada malo. Hablémoslo. No quiero estropear mi relación contigo. —Se acercó, la tomó del brazo y preguntó consternada—: Confías en mí, ¿no?

—Claro que confío en ti...

—Bien, yo también confío en ti. Ahora sentémonos. —La redirigió al sofá—. Tengo algo que decirte, Cielo, y espero que lo tomes bien.

—¿De acuerdo?

—La verdad es que este tiempo que he estado contigo me di cuenta de que tienes un problema... mental, para ser más específica. A veces puedes ser brillante, pero otras dices cosas que no tienen sentido o son exageraciones.

Estaba pasmada. «¿De qué diablos habla?». Sentía como si la hubiese metido en una jaula y estuviera a punto de cerrar la puerta.

Reina la tomó de la mano.

—Mira, yo solo quiero ayudarte, en serio, pero necesito que pongas de tu parte.

Cielo se levantó del sofá. Su mente no comprendía lo que ocurría, pero su cuerpo sentía el peligro.

—No, no entiendo lo que dices. No me siento bien. Me voy.

Salió del departamento antes de que ella pudiera detenerla. Se sentía tan confundida y traicionada: se había abierto con Reina, creía que realmente conectaban, pero después de todo este tiempo, ¿en realidad pensaba que estaba loca y además quería controlar su vida? Recordó los buenos momentos que habían pasado juntas. Le pareció tan imposible esta situación que incluso se preguntó si, en efecto, no sería ella la del problema, la que distorsionaba las cosas.

Se detuvo a unas cuadras del departamento para descansar. Tenía un dolor de cabeza punzante y estaba temblando. Al mirar sus alrededores, estos empezaron a distorsionarse, como si hubiese ingerido un alucinógeno. Intentó aferrarse a algo para mantener la compostura, pero no pudo y cayó al suelo. No sabía qué hacer. Se sentía desconectada de todo; se sentía desconectada de sí misma. Pensaba que quien le había dado la espalda fue Reina, pero sabía que en realidad fue ella misma.

«¿Qué debería hacer? ¿Por qué acabé así? Sentía que por fin me estaba comenzando a conocer, pero pasó todo esto y otra vez no sé quién soy». Cerró los ojos para reflexionar. «Reina, ella tiene que ver. Sí, desde que la conocí no he hecho más que seguirla, admirarla, copiar su forma de ser. Quería ser como ella, por eso me olvidé de lo que en realidad me importa. Olvidé quién soy». Abrió los ojos y otra vez todo se le presentó distorsionado. «Maldición, pensé que estaba tomando buenas decisiones, pero en verdad no era así. Me descuidé mucho».

Esto último la hizo pensar en el bambú. Tanto ella como la planta estaban en la misma situación. De pronto, supo qué hacer. Se levantó con esfuerzo y caminó hacia una tienda en la que, según había escuchado, vendían vitaminas para plantas. Además de comprarle eso, también compró sustrato y una maceta, pues el dueño le advirtió que lo mejor para un bambú era estar en tierra y no en agua.

Regresó al departamento. Parecía que nadie más había regresado, pues todo estaba como lo había dejado. El bambú no había empeorado, pero tampoco había mejorado. Lo acomodó cuidadosamente en la maceta con tierra y le dio sus vitaminas. Al terminar suspiró, aliviada.

Unos momentos después, salió de la tierra una gema color índigo que Cielo tomó, asombrada. Sintió un extraño cosquilleo en el entrecejo que no parecía que fuera a desaparecer. Al mismo tiempo, una voz interior le indicó que colocara la gema en esa parte de su frente. Esto la desconcertó, pero igual lo hizo.

De inmediato, el cosquilleó aumentó. Aquello era energía, ahora lo sabía. Algo en su interior cambió. Nunca antes había sentido tanta certeza. Sintió que había recibido un gran don, pero que a la vez había ingresado a un mundo completamente desconocido.

Al verse en el espejo, gritó y se tropezó del susto: sobre ella había seres sobrenaturales de aspecto mortífero que al parecer consumían su energía. Salió corriendo del departamento, esperando deshacerse de ellos, pero no se alejaron. Asimismo, notó que había incontables seres consumiendo la energía de todas las personas.

Se detuvo en el parque, resignada. Afortunadamente no se sentía peor por tenerlos encima. «Ya entiendo. Lo que pasa es que ellos no me empezaron a hacer esto cuando los empecé a ver. Más bien, siempre me han estado absorbiendo la energía y yo apenas me di cuenta». Suspiró. «Entonces, ¿cómo se supone que me deshaga de ellos?».

Escuchó una voz familiar. Al voltear, de nuevo vio a la persona encapuchada con un micrófono. Le sorprendió advertir que no había ningún ser sobre ella.

—Son siete los principios que rigen la existencia —indicó—. El primero es el principio del Mentalismo: el Todo es mente; el Universo es mental; lo que pensamos determina nuestra realidad. El segundo es el principio de Correspondencia: como es arriba es abajo; como es adentro es afuera; todo es un reflejo. El tercero es el principio de Vibración: nada está inmóvil; todo vibra; cuanto más alta sea la vibración, más elevada es su posición en la escala.

Cielo sintió que en el fondo ya conocía toda aquella información. Siguió escuchando, atónita.

—El cuarto es el principio de Polaridad: todo tiene dos polos; los opuestos son idénticos en naturaleza, pero diferentes en grado; los extremos se tocan; todas las verdades son medias verdades y todas las paradojas pueden reconciliarse. El quinto es el principio del Ritmo: todo fluye y refluye; todo tiene sus periodos de avance y retroceso; todo se mueve como un péndulo; la medida de su movimiento hacia la derecha es la misma que la de su movimiento hacia la izquierda. El sexto es el principio de Causa y Efecto: toda causa tiene su efecto; todo efecto tiene su causa; hay muchos planos de causalidad, pero nada escapa a la ley. Y el séptimo es el principio de Generación: la generación existe por doquier; todo tiene su principio masculino y femenino; la generación se manifiesta en todos los planos.

«Fantástico, quiero creer en esto. Realmente quiero creer en esto. Pero si todo esto es verdad, entonces ¿por qué no funcionó la meditación? ¿El problema no fui yo sino algo externo? Reina. Algo en su departamento».

—La música que puso —exclamó Cielo con ira e inquietud—. Debe haber tenido algo que me provocó el malestar, como algún audio subliminal negativo... No puede ser, maldita desgraciada.

Caminó hacia un árbol cercano. «Da igual, el punto es que el problema no soy yo. Yo puedo lograrlo». Se sentó en posición de mariposa, recargó su espalda en él y cerró los ojos. Después de mucho, por fin sintió que había tomado una buena decisión. El cosquilleo en su entrecejo se intensificó. Escuchó en un susurró las palabras de la persona encapuchada, quien explicaba más a fondo cada principio. Inhaló y exhalo profundamente. Se concentró en el presente y en aquellos principios. No había duda, resonaba con ellos; ahora los pondría en práctica.

«Estoy sana. Decido estar sana. Soy luz que aparta la oscuridad».

En poco tiempo recuperó suficiente energía. Al abrir los ojos observó que dos de los seres se alejaron de ella. Sonrió.

Reina la había seguido y se aproximaba a ella. Detrás suyo había entes mucho más grandes y perturbadores que los de los demás.

—Cielo, ¿por qué sales corriendo? ¿Qué va a pensar la gente? Ven conmigo. No sé qué pasa por tu cabeza, pero estás malinterpretando las cosas. Pensé que confiabas en mí. ¿No te da vergüenza dejarme así?

Los entes intentaron posarse agresivamente sobre Cielo. Tenían un inquietante y horroroso aspecto que personificaba una mezcla de desesperación y avaricia. Su energía era demasiado densa y enfermiza: bastante similar a lo que había sentido cuando meditaba con Reina.

Se puso de pie y una aureola protectora emanó de ella. Durante unos segundos batalló para que aquellos seres no traspasaran su espacio ni arrebataran su energía vital. Finalmente, su luz fue más poderosa y los entes regresaron frenéticos a Reina.

—No, yo no estoy equivocada: tú eres la que provoca este caos. Nunca te importé realmente. Solo querías manipularme y consumir mi energía. Todas esas frasecitas solo las usaste para engancharme. Aparentas ser muy sabia, pero en la práctica eres todo lo contrario. Me quisiste hacer pensar que estaba separada de todos para que me desviara de mi camino y me perdiera, y lo peor es que te atreviste a literalmente manipular mi mente con aquella música. —Fulminó con la mirada a Reina, quien ya no sabía cómo responder—. ¡Apártate! ¡No te vuelvas a acercar a mí nunca más!

La chica respondió con un gesto de desprecio que finalmente reveló su verdadero ser. Luego, apretó los dientes, dio media vuelta y se fue, pues ya no tenía caso quedarse si su víctima ya no era manipulable.

Cielo sonrió ante su victoria y se sentó de nuevo, cansada por aquel choque de energías. El peso de sus párpados le ganó y se quedó dormida.

Cuando abrió los ojos se encontraba en el departamento del bambú. Estaba recostada en la cama y, a su lado, en una silla, se hallaba sentada la persona encapuchada. No tuvo miedo, pues sabía que la debió haber seguido a ella en primera instancia, no a Reina. Miró el bambú, que ahora estaba completamente verde y fuerte, así como las fotos, en las que ahora también aparecía ella. Sonrió con suavidad. Sin querer, su mirada se posó en el reloj que marcaba las 11:11. Por alguna razón, eso la tranquilizó todavía más.

La encapuchada tomó su mano y se descubrió el rostro. Cielo estuvo conmocionada: se tenía enfrente a sí misma. Su otra yo le sonrió mientras sus miradas se conectaban. Se sumergió en sus otros ojos, los cuales reflejaban nubes blancas sobre un fondo azul claro.

*

Se sumergió tanto que terminó flotando en un vasto cielo iluminado. Aunque en realidad no estaba flotando; más bien, se hallaba de pie sobre una grande y esponjosa nube blanca. El tacto era suave, pero firme. Volteó atrás y vio acercarse a Mía, quien sonriente le dijo:

—No sabes cuánto me alegra que hayas llegado hasta aquí. Por fin lo puedo ver, ¿tú puedes verlo?

—¿Hablas de si puedo ver tu tercer ojo o el aura que te rodea? —Se rio encantada; en efecto, vislumbraba en ella tanto un tercer ojo abierto como un aura blanca—. Qué locura, no puedo creer que haya dicho algo como eso.

Se abrazaron mientras Mía reía por lo bajo.

—Me refería al tercer ojo, pero claro que ver el aura también es relevante.

—Genial, la tuya es blanca, ¿de qué color es la mía? —Cielo se vio las manos—. Um... qué raro, tal vez todavía no desarrollo muy bien la habilidad.

—¿Por qué lo dices?

—Es que no veo ningún color definido: son varios.

Mía tomó su mano, contenta.

—Eso es porque tu aura es color arcoíris. Tu habilidad está bien.

—Vaya... y ¿qué significa tener aura blanca o arcoíris?

—La blanca representa la pureza y la arcoíris.... ¿qué crees que representa?

—Pureza... Sí queda contigo. —Ambas se rieron con ternura y luego Cielo reflexionó. Obtuvo la respuesta tanto del raciocinio como de la intuición—. He experimentado diversas dimensiones de diversos colores, como un arcoíris. Si mi aura es arcoíris, es porque ahora soy capaz de desenvolverme en esas dimensiones.

Mía asintió.

—Muy bien analizado.

—Aunque ahora que me fijo bien, falta el color violeta; es el único color que no está. ¿Es porque solo me falta experimentar esa dimensión?

«Así es, una más y ya».

—¡Por fin! Una más y ya. —Cielo suspiró con alivio, pero entonces se percató de lo que acababa de pasar y abrió más los ojos, impresionada—. Guau, ¿acaso acabo de leer tu mente?

«De nuevo, así es». Mía rio más.

—Increíble. Aunque... ¿entonces tú has estado leyendo mi mente todo este tiempo?

—Oh, no, no te preocupes. Podemos decidir cuándo usar o no esta habilidad. Es importante respetar la privacidad de los demás.

—Vaya, menos mal. Qué flojera tener que lidiar con los pensamientos de tantas personas. Y sí, tienes razón. —Decidió desactivar su telepatía y respiró profundo, sintiéndose dichosa—. Por fin comprendo. Lo comprendo totalmente. Esto es el despertar, un despertar espiritual: siento que mi espíritu que antes dormía por fin está despertando.

Mía la tomó del brazo, radiante de alegría.

—Sí. Estás despertando.

Caminaron sobre la gran nube, conscientemente enamoradas. Cielo sintió que la luz del ambiente la sanaba, como si disipara su oscuridad. Su cabeza se sentía ligera y su cuerpo liberado.

A su lado apareció revoloteando una pareja de mariposas amarillas. A su vez, como si la nube fuera agua, se encontraron en su camino con varias flores de loto.

—Ay, qué lindas mariposas y flores.

Tras contemplarlas un tiempo, Cielo continuó hablando:

—En serio que lo que recién experimenté fue sorprendente. Sin duda mi anterior yo no lo habría podido procesar. Cambié de una manera que pocos se atreverían a aceptar, como habías dicho. Aquel cuarto, aquel bambú, todo ahí era un reflejo de mí. ¡Literalmente había otra yo ahí! —rio fascinada, observando las otras nubes—. Aunque más en concreto, esa otra yo era mi intuición, a quien tenía abandonada, así como al bambú que no cuidaba... y no estaba en las fotos porque en realidad no me sentía como parte de mis amigos o mi familia. Pero ya, ya logré conectar.

—Cuando no somos capaces de conectar es común que nos adentremos en un mundo ilusorio, pues preferimos estar solo en nuestra mente y no en el presente. Por eso solemos cometer errores de discernimiento. Si no apreciamos la verdadera relación de la cosas, no podemos ver cuál es el camino correcto, y entonces nos equivocamos; pero si finalmente aceptamos nuestra intuición y conectamos con ella, podemos tener total confianza en lo que sabemos y ser capaces de escoger el camino correcto.

—¡Sí, así es! Por fin siento que te entiendo a fondo; o sea, antes sí te entendía, pero ahora siento que realmente sé de qué hablas y que puedo hablar bien contigo de estas cosas. Eso me alegra.

Mía se ruborizó ante el comentario y, devolviéndole la sonrisa, le dio un beso en la mejilla.

—A mí también me alegra.

Cielo soltó una carcajada como la de una niña.

—No puedo creer que Reina me recordara a ti. Lo siento mucho, en serio. No se parecen en nada.

La otra chica negó con la cabeza.

—No te preocupes. Ese tipo de personas narcisistas manipuladoras suelen engañar bastante bien a los demás; saben cómo actuar para atraerlos. Después de todo, de eso se trata su vida: son vampiros energéticos que necesitan de la energía de los demás para sentirse satisfechos. Disfrutan de robarse la energía la ajena y volverla negativa, pero en particular están interesados en cierto tipo de personas: las empáticas. Y tú, que recién te habías vuelto sumamente empática, fuiste una presa perfecta.

—Sí, así lo sentí... pero ya aprendí que no por ser bondadoso y consciente uno tiene que ser ingenuo también. Como dice el principio de Polaridad: siempre habrá energías opuestas, por lo que siempre tenemos que estar atentos. No se trata de vivir con miedo, sino de ser más observadores para saber cómo actuar.

Mía confirmó lo último y añadió:

—Por cierto, esa chica mencionó algo acerca del esfuerzo, sobre que tenemos que esforzarnos. Puede sonar alentador en primera instancia, pero en realidad no es necesario. La creencia de que debemos esforzarnos hace que creamos inconscientemente que nos hace falta algo, que no somos plenos, por lo que en realidad, paradójicamente, si nos esforzamos no alcanzaremos la plenitud. Claro que el esfuerzo es importante en un punto del camino, pero al final lo tenemos que soltar. Tenemos que aprender a confiar en nosotros y a fluir con la vida; a dejar de ver el trabajo como algo que requiere esfuerzo y a empezar a verlo como algo con lo que disfrutaremos y desarrollaremos nuestras habilidades.

Cielo la miró fijamente.

—Vaya, tienes razón, nunca lo había visto así. Pero ahora que lo pienso, eso que dices es supersimilar a lo que sentí mientras meditaba. Sí... genial, me alegra saber que no tendré que esforzarme por siempre. —Riendo un poco, metió la mano en su bolsillo y sacó la gema—. Ah, por cierto, ¿ella cómo se llama?

—Lapislázuli.

—Bien, pues muchas gracias, Lapislázuli, puedes volver con tu dueña.

Mía recibió la gema.

—Se siente bien tener habilidades sobrenaturales, ¿no?

—Es magnífico. Aunque los entes negativos sí que sacan de onda.

—Bueno, algún precio había que pagar. Por cierto, todos los entes que viste pertenecen al plano astral. Técnicamente, ahora estamos en ese plano, aunque esa solo es media respuesta para responderte en dónde estamos.

—Plano astral... Suena interesante, me parece que ya lo había escuchado. Supongo que es la dimensión donde se encuentra la energía que no podemos ver a simple vista. Gracias por aclararlo, aunque ciertamente solo es media respuesta porque sigo sin terminar de entender dónde estoy —agregó con humor—. Oye, y ¿hay más habilidades?

—Sí, ya las experimentarás después.

Cielo se le acurrucó juguetonamente.

—Vamos, dime cuáles son.

—Lo descubrirás dentro de poco. Ya tenemos que despedirnos.

Cuando gimió con tristeza, Mía la tomó de la barbilla, la observó con dulzura y suavemente le plantó un beso.

—Éxito.

Ruborizada, ni siquiera fue capaz de replicar antes de encontrarse envuelta en color violeta.

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