Clarisa Clarke y la escuela d...

By Gazbey

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La historia se sitúa en un mundo más allá del nuestro, en donde la magia brilla y forma parte de la vida de c... More

Año uno
La hija de los Clarke
El espejo en el museo
El carruaje tres punto catorce
El benicanto
La clase de la tarde
El jardín de las criaturas
Explosión en la clase de pociones.
El profesor que muere en clase.
La clase de vuelo
El hombre en el bosque
La mujer lobo
El cumpleaños del fantasma
Los perdedores de Calixto
La locomotora y los duendes obreros
La tarde de los duendes
¿Cómo era antes?
El Memoriam
El barco
La piedra runada
¿El culpable?
La biblioteca
Los brujos de los pasadizos
Epílogo

El ferrocarril de navidad

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By Gazbey

Ya era el tan esperado día. Clarisa y Hasaya estaban preparándose para que las fueran a dejar a la estación de carrozas, para luego tomar el tren desde la escuela.

Esta vez, se estaban poniendo el uniforme que debían de portar los meses de invierno: un pantalón negro, un polo blanco, un abrigo negro, con el escudo en un borde, y un sombrero para el frío que en el borde tenía, chiquitito, el escudo de la escuela, este sombrero traía el color de la casa respectiva de las niñas. Ya habían terminado de arreglarse cuando un par de campanitas las llamaron a bajar.

Rápidamente, descendieron por las escaleras para encontrar a Dionisius junto a su esposa y a la tía Petunia. Sin embargo, solo Petunia las llevaría a la estación de carrozas, pues los padres de Clarisa tenían una reunión "importante". Todas las semanas tenían reuniones importantes.

Antes de irse, Espectro se les apareció para despedirse de las niñas. Luego, Clarisa, su tía y su sirvienta se subieron al carruaje de la forma que siempre lo habían hecho, los Clarke dentro y los Kasora afuera. Sin embargo, luego de haberse alejado un poco de la mansión sucedió algo bastante extraño.

- Oye mocosa -decía la Tía Petunia a Hasaya -ven, entra o te morirás de frío.

Hasaya entró al carruaje. Afuera estaba nevando.

- Al señor Clarke no le gustará esto -dijo Hasaya mientras se frotaba las manos. No era bien visto que los magos sirvientes viajaran dentro del carruaje principal de la familia de magos a la que servían.

- Bha, da igual -decía Petunia de forma despreocupada, sentándose con las piernas cruzadas y con los brazos desparramados sobre todo el respaldo -. Soy una adulta responsable y lo que diga mi hermano me lo paseo. -Al decir eso, Petunia levantó la cadera.

Luego de un viaje relativamente corto, llegaron a la estación de carruajes, donde se encontraban todos los demás niños y algunos profesores.

Las niñas entregaron su equipaje para luego proceder a dirigirse hacia su carruaje: el carruaje tres punto catorce. Se despidieron de Tía Petunia quien las abrazó fuerte, como para asfixiarlas, y luego le dio un beso en la mejilla a su sobrina. Después, se alejó hacia una colina de donde todo se veía mejor.

Clarisa y Hasaya entraron en el carruaje para toparse con Alex y Dave, pues compartían el mismo carruaje que antes. Las niñas saludaron y se sentaron frente a ellos. Támbor, el pequeño dragón de Alex, voló hacia Clarisa, se acurrucó en su regazo y se durmió.

- Vago -señaló cómicamente Alex -se nota que le agradas, Clary.

- Sí... Le agrado -susurró Clarisa mientras acariciaba al dragoncito.

Mientras que Clarisa y Alex hablaban sobre el viaje, Hasaya y Dave hablaban sobre la final de la copa de bata que fue hace un par de días.

- Gracias a mi hermana pude verla -señaló Hasaya -fue grandiosa, sobre todo con el punto final de Jean-Leroi -dijo refiriéndose al jugador haitiano.

- Sí, ¿viste la intervención de Kagero? -añadió Dave refiriéndose al guardián del mismo equipo que el haitiano.

Tía Petunia miraba desde una pequeña colina, cuando notó que otras personas estaban cerca de ella: un hombre que era alto, panzón, de un largo cabello rubio, bigote y un poco de barba en el mentón; dicho hombre abrazaba a una mujer bajita, algo gordita, rubia y de un descontrolado cabello.

Petunia se acercó silenciosa y discretamente a la pareja.

- Dezadaptado -dijo la loca Clarke refiriéndose al hombre, Tomas Dezadaptado.

- Clarke -respondió el señor de la misma forma fría que Petunia.

- ¿Tienes la mercancía? -preguntó la loca.

- Sí... ¿tienes el pago? -contra preguntó el hombre.

- Obvio -entonces, Tomas le dio a Petunia, de forma discreta uno de los famosos productos que la familia Dezadaptado hacía.

Se trataba de un tipo de polvo marrón, podría decirse que era algo así como el chocolate el polvo. Petunia abrió la bolsita, se chupó el dedo, lo metió en el polvo y luego se lo metió a la boca.

Aunque los Clarke y los Dezadaptado se odiaban, Petunia tenía una buena relación con Tomas y con su esposa, Amy. Se habían conocido luego de uno de los fracasos amorosos de la loca Clarke. Ella estaba deprimida y una de las cosas que se hacen cuando se está deprimido es comer, por lo cual, debido a obras del destino, acabó en la tienda de los Dezadaptado y se volvió adicta a ese tipo de polvo de chocolate que, se supone, debería ser usado para decoraciones de postres o para ciertos tipos de bebidas calientes.

- Oye Dezadaptado -decía tía Petunia con el polvo en la boca - ¿ese de ahí no es tu hijo mayor?

- Sí -respondió Tomas -es Raymond.

Raymond Dezadaptado ya se había graduado de la escuela mágica y se notaba que ya tenía como unos veinte años: tenía algo de barba, el cabello algo largo amarrado en una cola y usaba una chaqueta y botas de cuero de dragón. Él se estaba despidiendo de sus tres hermanos menores.

- Es guapo para ser tan joven -dijo la Clarke arreglándose el cabello.

- Alto ahí vieja loca -dijo Amy -mi hijo está en la escuela de policías caza brujos. Seguro lo echan si es que se mete con una ex bruja loca como tú.

- Ay vamos. Lo dices solo porque no quieres que te llame suegra, suegrita -bromeó Petunia.

Entre bromas y risas, los tres vieron como los carruajes comenzaban a elevarse y a irse, mientras se despedían de los niños.

El viaje fue más corto que la primera vez. Solo tardaron un día y llegaron en la noche a lo que parecía ser una estación de trenes. Al bajar, se ordenaron según sus casas y se dirigieron al Ferrocarril Navideño, un tren a vapor de color rojo con blanco y verde.

En la estación se encontraban muchos niños de otros colegios: Ema reconoció a sus ex compañeras de Burtonhoney, con su elegante uniforme esmeralda de invierno y Bizmila vio a la gran mancha de tontos de Dragonia, que traían su feo uniforme marrón para el frío. También estaban las escuelas Gromsson, un instituto solo de hombres y parecido a una academia premilitar, y Yanagawa, la escuela oriental conocida por ser muy racista y solo aceptar a magos, no a seres mágicos ni a comunes.

La profesora Greta tomó la palabra y dijo a los niños que debían formar grupos de ocho para viajar en el tren. Estos grupos no podían ser mixtos, pero sí podían ser hechos por afinidad, osea, se juntaban los amigos. Clarisa solo esperó, ella consideraba que no tenía amigos, solo conocidos. Grande fue su sorpresa cuando, en menos de un parpadeo, ya tenía a su grupo formado alrededor de ella: Luna, Ema, Bizmila, Hasaya, Limone y las gemelas Glochi.

Luego de inscribir el grupo y de esperar por un buen rato, a las niñas se les asignó un cuarto donde deberían de viajar. Al llegar al lugar, se percataron de que parecía una pequeña sala: cuatro sillones, uno frente al otro en forma de cuadrado, una mesita en el centro y un espacio prudente de separación entre los objetos de este para poder entrar al cuarto y moverse a gusto.

Las niñas se sentaron y comenzaron a hablar sobre el viaje. Clarisa ya había charlado con Alex acerca de este, pero ninguno tenía muy claro qué iban a hacer. Sin embargo, Bizmila lo explicó: irían a ver a los druinas del norte, también conocidos como San Niklaus y Santa Claus.

Antes de que el tren partiera, el profesor Salazar pasó por cada uno de los cuartos verificando que todos los niños estuvieran en sus sitios. Luego, se oyó un silbato y el tren se puso en marcha.

Las niñas hablaron entre sí y jugaron cartas para entretenerse. Jugaron un juego que el profesor Percival les había enseñado: el 21. Este es un juego muy fácil, pero que requiere mucha atención.

Cada jugador recibe un total de ocho cartas. Los jugadores van colocando cartas por turnos Estas se colocan rápido en el centro, de manera en que las cinco últimas cartas sean visibles. Al lanzar la carta, los jugadores dicen cuanto suman las cinco últimas cartas, pero rápido. Quién se equivoca, pierde una carta. Esta regla puede ser omitida. Cuando los números de las cinco últimas tarjetas sumen 21 exacto, cualquier jugador puede decir 21 y colocar la mano sobre las cartas. El primero en hacerlo, se lleva todas las cartas. Si las cartas no suman el número mencionado, quien los haya dicho perderá una carta. El objetivo del juego es dejar sin cartas a los demás.

Ya las tenías allí a las ocho niñas altamente concentradas. Todas con el mismo objetivo en mente: ganar. Luna, de forma inexplicable, ganó todas las partidas que jugaron. Lo peor, es que había ocasiones en las que, apenas si sabía que las cartas sumaban el número necesario. Muchas veces lo había hecho solo por broma y resultó que sí sumaban 21. Generando algo de molestia en sus compañeras.

Entonces, alguien tocó la puerta del cuarto, la cual se desvaneció de la nada, dejando ver a un botones en la puerta. El señor tenía un bigote estilo antiguo y era algo regordete.

- Hola niñas, les vengo a traer un poco de chocolate caliente. Así que, por favor, ordenen la mesita.

Las niñas obedecieron y entonces el señor acomodó las mancas de su uniforme. De la nada sacó un mantel que puso sobre la mesita; dio un par de golpes y, en un abrir y cerrar de ojos, aparecieron ocho tazas sobre esta. Luego de un juego de manos, el botones cerró el puño y lo pasó sobre cada una de las ocho tazas, sobre estas cayó un poco de chocolate en polvo, claramente proveniente de los Dezadaptado. Entonces acomodó sus mangas y pasó la manga derecha por cada una de las tazas, que se llenaron con leche caliente. Para finalizar, dibujó en el aire un rectángulo con una piedra mágica; luego lo tomó y esta figura se volvió en una barra de chocolate. Le dio unos golpes que la multiplicaron por ocho y las colocó en cada una de las tazas. Las niñas aplaudieron al hombre y este hizo una reverencia para luego irse con una sonrisa en los labios. La puerta del cuarto volvió a aparecer.

Malcom y Clemente se encontraban en los vagones de carga. Usaban sus artefactos mágicos para iluminar el lugar.

- Malcom... -dijo Clemente visiblemente asustado.

- Profesor Malcom para ti.

- Claro... ¿esto es necesario?

- ¿Estás asustado, Clemente? Esto no es nada en comparación con los peligros que "afrontaste" en tus libros.

- Sí, pero... No tengo esas aventuras hace mucho. Ya perdí el toque. Además, ¿por qué con seres como ellos?

- Porque Zenevis; el director, el jefe del consejo de directores, el dirigente de este viaje, mi jefe y tu jefe; nos ha dicho que revisemos a las marionetas. Solo no te separes y nada malo pasará, espero -. Dijo Malcom frente a una puerta.

- ¿Cómo qué esperas? -el profesor Malcom abrió la puerta y entró junto a Clemente.

En el cuarto había cientos de marionetas colgadas en el techo. Eran de esas marionetas que están hechas de madrea, son perturbadoras y que se dice que se dejan de mover si rezas un padrenuestro.

Los seres de madera se miraban entre sí, discretamente, y miraban al asustado Clemente Clarke que temblaba de miedo. Las marionetas se guiñaron el ojo al verlo. Entonces, Clemente sintió que alguien tocaba su hombro y, al voltear, se llevó el susto de su vida.

- ¡Venimos por tu alma! -dijeron muchas marionetas al unísono. El susto dejó paralizado a Clemente.

- Ay -exclamó Malcom bromeando-ya le sacaron el espíritu.

- Pero ¿qué sucede mi sangre? -dijo a Clemente una marioneta con un tono cubano ||- ¡Malcom! ¿querés un puro?

- ¿Tabaco puro? -preguntó el profesor de sotana.

- ¡Sillón! ¡Sillón! Tabaco al cien por ciento cubano, proveniente de la región de Vueltabajo -decía la marioneta mientras le enseñaba un puro. El profesor Malcom se acercó, se lo puso en la boca y, con magia, lo encendió -. ¿Qué pasa, rubio? ¿Tá asustao con las marionetas que hablan? Que la vida no te pille, porque si no te fusila -. Habiendo dicho aquello, la marioneta se echó a reír, asustando más a Clemente -. Hablando de cosas terroríficas -dijo el títere de acento cubano -vimo a unos brujos subiendo al tren... Tenían una máscara plateada.

Al oír aquello, el profesor Malcom se atragantó con el humo de puro. Aparentemente estaba muy sorprendido y bastante, pues reaccionó de una forma muy violenta.

- ¡Los brujos de Valayre ya no existen!

- Nosotro los vimos, curita. Se fueron por esa puerta -. Respondió el títere cubano señalando la puerta.

- Clarke... Ve con Zenevis y dile lo que oíste -Clemente iba a preguntar sobre qué iba a hacer el profesor Malcom, pero una mirada asesina de este le hizo retractarse.

Clemente se fue por donde vino como si fuera caballo arrendado. Malcom se dirigió a la puerta señalada por la marioneta.

- Espera Malcom -exclamó el títere - ¿y si es una trampa?

- Es obvio que lo es -. Habiendo dicho aquello, Malcom entró al cuarto. Desde dentro se pudo escuchar como alguien exclamaba algo con una voz algo entrecortada.

- Bienvenido profesor.

En el vagón ocupado por las niñas había un feo silencio. No había nada de lo que hablar, además, hacía frío. No recordaban que hiciera tanto frío. ¿Cuándo se puso así el clima? Entonces, una carta entró por una ventanilla en la puerta. Dicha carta se desdobló en forma de corneta y funcionó como un parlante desde el cual podían oír la voz del director.

- Muy apreciados alumnos de las cinco escuelas asistentes. Es mi deber informar de ciertas complicaciones que han ocurrido; ellas hacen peligrar a ustedes. Pero, y en vista de no querer cancelar esta maravillosa experiencia que tendrán, se ha decidido que, en unos instantes, todos los grupos formados serán acompañados por un profesor. Por favor, no se separen de él por lo que viene del viaje. Les deseo lo mejor. Atentamente, el director de la escuela Grichwood, Lanis Zenevis.

Apenas terminó el discurso, la carta se arrugó y se botó a sí misma en la basura. Las niñas debatieron sobre qué profesor sería el que las acompañaría ¿la profesora Greta? ¿el profesor Percival? Al final, tomaron una decisión: lo mejor sería que fuera la profesora Carlín y lo peor sería que fuera el profesor Malcom. Para su enorme sorpresa, el profesor que las acompañaría no era ninguno de ellos. Ni siquiera era de Grichwood.

Apareció de la nada, en un abrir y cerrar de ojos ya estaba allí, durmiendo apoyado contra la pared cerca de la puerta. Su apariencia indicaba dos cosas: que era asiático y que era de Japón, entonces, debía ser profesor del Instituto Yanagawa.

- Mashuro Hidekomoto, profesor de artefactos mágicos y criaturas mágicas de Yanagawa... -leía Luna el nombre del profesor que estaba en su abrigo negro.

El profesor Hidekomoto se veía muy joven, aparentaba unos veinte o veintiún años, tenía bigote, la piel típica de los nipones, cabello negro y liso y unas ojeras que indicaban que no había dormido en un buen tiempo. Debido a esto último, las niñas decidieron dejarlo dormir, además, ellas también debían prepararse para ello pues de noche.

Acomodaron los sillones, haciéndolos camarotes y se acostaron con lo que traían puesto, pues hacía mucho frío como para cambiarse.

Luna, que era la más cercana a la vela pequeña que servía como interruptor para apagar el candelabro, apagó las luces. Clarisa se quedó viendo al profesor Hidekomoto, luego vio a Ema, que estaba frente a ella.

- El olor del profesor... -dijo en voz baja la mujer lobo -lo he olido antes, pero no sé dónde...Buenas noches.

Pasó la noche, Clarisa dormía tranquilamente hasta que un ruido la comenzó a incomodar. ¿Un ruido? ¿qué tipo de ruido?... Un serpenteo. Clarisa abrió los ojos y allí estaba: la enorme serpiente que la atacó en la enfermería. Estaba en la puerta y traía unas vendas en la cola, se veía muy molesta. Se abalanzó sobre Clarisa, pero esta la esquivó cayendo al suelo. La serpiente giró hacia la Clarke y saltó sobre ella. Clarisa, sin poder hacer nada, solo cerró los ojos.

Todo pasó muy rápido: los ojos del profesor Hidekomoto se abrieron, dejando ver que eran amarillos, como los de Ema. Cuando Clarisa abrió sus ojos, vio a la serpiente en el piso, con la cara arañada y miles de heridas a lo largo de su cuerpo. También vio a un ser peludo con garras afiladas y hocico de lobo... Pero... Esas ropas... Eran las del profesor japonés... Eso quiere decir que... ¿el profesor Hidekomoto es un hombre lobo?

La herida serpiente se escapó muy rápido del lugar y el profesor volvió a su forma normal.

Pero, no se había transformado como Ema la noche que se hicieron amigas, tampoco era luna llena. Entonces ¿fue una transformación parcial?

Había muchas preguntas en la mente de Clarisa, pero el profesor solo se acercó a ella, le ayudó a levantarse y le dio chocolate.

- Creo que... Debería decirte que no se lo cuentes a nadie ¿cierto? -dijo el profesor nipón.

- No se lo diré a nadie profe... ¡Auch! -la caída tan drástica desde el camarote, seguido de haberse golpeado con la mesa al caer, hizo una herida en la cabeza de Clarisa. Las demás niñas se despertaron, pero solo vieron al profesor japonés escoltando a Clarisa fuera del cuarto.

- Botones -dijo el profesor Hidekomoto al botones que pasaba -hubo un accidente, ¿podría llevarla a la enfermería? Yo debo quedarme cuidando a las alumnas.

- Por supuesto señor, vamos pequeña -decía el mismo botones que había llevado chocolate caliente a las niñas antes.

Una vez en la enfermería, la enfermera Hye puso vendas en la cabeza de Clarisa, la herida era peor de lo que aparentaba.

La enfermera Hye era la enfermera de la escuela Yanagawa. Era una mujer mayor que siempre sonreía. Debajo del característico delantal de enfermera, traía un hanbok, vestido tradicional coreano. La enfermera Hye era una mujer muy dulce y Clarisa se sentía a gusto conversando con ella. Sin embargo, la paz que había fue perturbada.

Se oyó una gran agitación. Entonces lo vieron: el profesor Malcom estaba en una camilla, escoltado por la enfermera Dublín, el resto de enfermeras de las demás escuelas, los directores de estas y por el profesor Salazar.

- Lo encontré tirado en uno de los pazilloz -. Decía Salazar.

Al ver al padrino de Bizmila, Clarisa recordó una clase que había tenido con el profesor Salazar, donde hablaban sobre los llamados "cambiantes", seres que pueden transformarse en objetos o animales. Pero ¿por qué llegó a ese recuerdo en dicho momento?... Pues... Porque... El profesor Malcom, si bien estaba inconsciente pero vivo, tenía la cara arañada y varias heridas sangrantes en el cuerpo, igual que la serpiente que la había atacado. Además, tenía los pies vendados, se veía por el espacio entre la sotana y los zapatos.

La enfermera Hye, rápidamente, abrazó a Clarisa para que ella no viera tal escena. Al poco tiempo, entró el botones para llevarse de allí a Clarisa.

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