El benicanto

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Imagina la emoción de ver por primera vez una escuela de magia. Seguramente te la imaginas como un enorme castillo o como un edificio donde se realizan las clases, ¡pues te equivocas! La escuela de magia Grichwood se encontraba en un gran valle rodeado de un enorme bosque.

Los salones de clase eran diferentes edificios pequeños de diversas formas. Había un establecimiento redondo donde se encontraba la sala de reuniones. El comedor estaba en medio de un enorme jardín.

Cuatro grandes cabañas de madera llamaban la atención de muchos estudiantes. ¿Qué se supone que eran? ¿un laboratorio? ¿sus cuartos? Al llegar lo descubrirían.

Todos los niños miraban por la ventana emocionados, todos menos Clarisa. Ella prefería no demostrar mucha emoción, pues recordó una de las frases de su padre: "Eres una Clarke. Compórtate como tal". Clarisa se miró la muñeca derecha. Corrió con su mano izquierda la camisa del uniforme para ver un sinfín de cicatrices en su muñeca. Siempre que se equivocaba en algo o bien su padre o su madre, la golpeaban allí con un pequeño látigo de cuero hasta dejarle la carne expuesta.

Una vez, tocando el violín, desafinó en una nota que era casi imperceptible. Ese día la piel de la muñeca de Clarisa pasó de ser blanca a ser roja. Aquella herida le tardó en cicatrizar dos semanas.

Clarisa se tocaba las heridas marcadas de la muñeca derecha. Eran muchas. Se quedó mirando al piso. Comenzó a contar las hebras de la alfombra: Cien, ciento dos, ciento diez...

- Mira, son muchos gatos –dijo Dave señalando a la pared que estaba al lado del carruaje.

Clarisa se asomó por la curiosidad. Eran demasiados gatos. De entre todos destacaba uno de color gris con rayas negras. Era el más grande y aparentaba ser más viejo. Más adelante se encontraba un hombre vestido con un elegante abrigo gris y con una boina del mismo color que combinaba con sus ojos y su largo y liso cabello. El hombre aparentaba casi dos metros, además de ser muy viejo.

El gallo con traje de botones entró al carruaje para informarle a los niños que ya habían llegado a la escuela y que se prepararan para bajar del carruaje cuando escucharan el canto de una campana.

Clarisa no tenía muchas expectativas en ese momento. Es como si todas sus ilusiones en esa escuela, desaparecieran al recordar su apellido. Ese desgraciado apellido, ¿por qué debía ser una Clarke? ¿por qué debía pasar por todo ese martirio? A pesar de que aparentaba comportarse como una niña educada con profundo amor y respeto a sus padres, en el fondo de su corazón los odiaba con toda su alma.

El carruaje se detuvo y sonaron tres campanadas. Con la última de estas, las puertas del carruaje se abrieron.

Cuando bajaron del carruaje, había una gran cantidad de armaduras medievales firmes y ordenadas a lo largo de un camino. En el medio de estas, se encontraban Zenevis, Shaf y Sir Tomás de la lanza en el pecho. Este último era un fantasma vestido con una armadura medieval, pero sin el caso. Irónicamente, traía una lanza atravesándolo desde un hombro, hasta la cadera.

Detrás de estos tres, se encontraban cuatro profesores posicionados en columnas: Greta, la profesora de pócimas; Salazar, profesor de criaturas mágicas; Carlín, profesora de magia blanca y sus aplicaciones en la vida y el profesor Percival, quien enseñaba magia básicos y pócimas naturales. Detrás de estos cuatro, se encontraban el resto de profesores.

Todos los niños se coloraron en un gran grupo frente al director y sus acompañantes.

- Buenos días jóvenes –saludó el director Zenevis. Los alumnos le contestaron, luego añadió –es un gran gusto para nosotros tenerlos aquí con nosotros. Soy el director de la escuela Lanis Zenevis.

Clarisa Clarke y la escuela de magosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora