Clarisa Clarke y la escuela d...

By Gazbey

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La historia se sitúa en un mundo más allá del nuestro, en donde la magia brilla y forma parte de la vida de c... More

Año uno
La hija de los Clarke
El espejo en el museo
El carruaje tres punto catorce
La clase de la tarde
El jardín de las criaturas
Explosión en la clase de pociones.
El profesor que muere en clase.
La clase de vuelo
El hombre en el bosque
La mujer lobo
El cumpleaños del fantasma
Los perdedores de Calixto
El ferrocarril de navidad
La locomotora y los duendes obreros
La tarde de los duendes
¿Cómo era antes?
El Memoriam
El barco
La piedra runada
¿El culpable?
La biblioteca
Los brujos de los pasadizos
Epílogo

El benicanto

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By Gazbey

Imagina la emoción de ver por primera vez una escuela de magia. Seguramente te la imaginas como un enorme castillo o como un edificio donde se realizan las clases, ¡pues te equivocas! La escuela de magia Grichwood se encontraba en un gran valle rodeado de un enorme bosque.

Los salones de clase eran diferentes edificios pequeños de diversas formas. Había un establecimiento redondo donde se encontraba la sala de reuniones. El comedor estaba en medio de un enorme jardín.

Cuatro grandes cabañas de madera llamaban la atención de muchos estudiantes. ¿Qué se supone que eran? ¿un laboratorio? ¿sus cuartos? Al llegar lo descubrirían.

Todos los niños miraban por la ventana emocionados, todos menos Clarisa. Ella prefería no demostrar mucha emoción, pues recordó una de las frases de su padre: "Eres una Clarke. Compórtate como tal". Clarisa se miró la muñeca derecha. Corrió con su mano izquierda la camisa del uniforme para ver un sinfín de cicatrices en su muñeca. Siempre que se equivocaba en algo o bien su padre o su madre, la golpeaban allí con un pequeño látigo de cuero hasta dejarle la carne expuesta.

Una vez, tocando el violín, desafinó en una nota que era casi imperceptible. Ese día la piel de la muñeca de Clarisa pasó de ser blanca a ser roja. Aquella herida le tardó en cicatrizar dos semanas.

Clarisa se tocaba las heridas marcadas de la muñeca derecha. Eran muchas. Se quedó mirando al piso. Comenzó a contar las hebras de la alfombra: Cien, ciento dos, ciento diez...

- Mira, son muchos gatos –dijo Dave señalando a la pared que estaba al lado del carruaje.

Clarisa se asomó por la curiosidad. Eran demasiados gatos. De entre todos destacaba uno de color gris con rayas negras. Era el más grande y aparentaba ser más viejo. Más adelante se encontraba un hombre vestido con un elegante abrigo gris y con una boina del mismo color que combinaba con sus ojos y su largo y liso cabello. El hombre aparentaba casi dos metros, además de ser muy viejo.

El gallo con traje de botones entró al carruaje para informarle a los niños que ya habían llegado a la escuela y que se prepararan para bajar del carruaje cuando escucharan el canto de una campana.

Clarisa no tenía muchas expectativas en ese momento. Es como si todas sus ilusiones en esa escuela, desaparecieran al recordar su apellido. Ese desgraciado apellido, ¿por qué debía ser una Clarke? ¿por qué debía pasar por todo ese martirio? A pesar de que aparentaba comportarse como una niña educada con profundo amor y respeto a sus padres, en el fondo de su corazón los odiaba con toda su alma.

El carruaje se detuvo y sonaron tres campanadas. Con la última de estas, las puertas del carruaje se abrieron.

Cuando bajaron del carruaje, había una gran cantidad de armaduras medievales firmes y ordenadas a lo largo de un camino. En el medio de estas, se encontraban Zenevis, Shaf y Sir Tomás de la lanza en el pecho. Este último era un fantasma vestido con una armadura medieval, pero sin el caso. Irónicamente, traía una lanza atravesándolo desde un hombro, hasta la cadera.

Detrás de estos tres, se encontraban cuatro profesores posicionados en columnas: Greta, la profesora de pócimas; Salazar, profesor de criaturas mágicas; Carlín, profesora de magia blanca y sus aplicaciones en la vida y el profesor Percival, quien enseñaba magia básicos y pócimas naturales. Detrás de estos cuatro, se encontraban el resto de profesores.

Todos los niños se coloraron en un gran grupo frente al director y sus acompañantes.

- Buenos días jóvenes –saludó el director Zenevis. Los alumnos le contestaron, luego añadió –es un gran gusto para nosotros tenerlos aquí con nosotros. Soy el director de la escuela Lanis Zenevis.

- Soy el subdirector de la escuela, el profesor Milgrini Shaf. –dijo el subdirector presentándose.

- Soy Sir Tomás de la lanza en el pecho, encargado de la protección y seguridad de cada uno de ustedes. Me encargaré de su seguridad junto a los guardias armadura – dijo el espectro presentándose en un tono militar.

- Esperamos que gocen de esta tan maravillosa experiencia con nosotros. Como siempre se ha hecho, los dividiremos en cuatro diferentes grupos. Dos de señoritas y dos de señoritos. Para poder hacer esta separación, el ave de nuestra escuela, el benicanto, los colocará en cada uno de los grupos. Por favor hagan dos filas, una de damas y otra de varones... rápido jóvenes... perfecto. Profesor Shaf, ¿podría ser tan amable de traer al benicanto, por favor?

- Sí director –Shaf se dirigió hacia una de las armaduras que estaban sujetando unas cuerdas. Esta se las entregó y Shaf se dirigió hacia donde se encontraba originalmente. Junto a él, al otro extremo de la cuerda, se encontraba un pajarraco rojo con pocas plumas. Podía decirse que era la mezcla entre un avestruz con un loro y una gallina. El ave medía casi metro y medio de alto. Tenía el cuello completamente desplumado y la cabeza con plumas grandes.

- Gracias profesor. –agradeció Zenevis a Shaf por traer al ave –Como siempre, primero las damas. Cuando conozcan a su profesor asignado, se colocarán detrás de él o ella.

Sir Tomás se acercó con el ave a la fila de las niñas. Esta comenzó a hablarle a la niña que tenía en frente, sonaba como la voz de un loro. El benicanto dividía a las niñas luego de verlas a los ojos, podía ver el pasado y cinco posibles futuros de la persona. Escogía basándose en ello.

Luego de un rato, el ave estaba justo en frente de Hasaya.

- Tú... ¡Con la profesora Carlín! –exclamó el ave en poco tiempo. Luego fue el turno de Clarisa – vaya, vaya... una Clarke... tú... irías bien con... cualquiera. ¿Profesora Carlín? ¡No! ¡Con la profesora Greta!

A Clarisa no le gustó ese veredicto. No iba a estar con Hasaya, estaría sola y sin nadie que conociera. Espera ¿tal vez los primos...? No, imposible.

- ¿Qué estás esperando? –preguntó el ave – ve con la profesora.

Clarisa fue hacia la anciana y se colocó detrás de esta. La profesora le entregó una capa verde oscura, Clarisa se la puso como todas las demás que estaban con la anciana. Para diferenciar a los alumnos, cada uno poseía una capa de un color diferente. Aquella capa servía como un mandil de laboratorio, pues solo te la amarrabas con una soga en la cintura y ¡guala!, un mandil.

A Clarisa le daba algo de miedo la profesora Greta, era muy vieja; tenía una nariz muy larga y puntiaguda, de esta salía mucho pelo, igual que de sus orejas; tenía casi cuatro desagradables verrugas en la cara y era muy alta y delgada con unos esqueléticos dedos.

Clarisa miró a Hasaya, traía puesta una capa de color blanco y se encontraba hablando con dos chicas que aparentaban ser hermanas gemelas.

- ¡Un común! – exclamó el benicanto al ver a Dave a los ojos –tus futuros son muy buenos... ¡Con el profesor Percival!... Tú... -dijo a Alex -¡Con el profesor Percival!

Los dos primos Pendragon se chocaron los cinco al ver que estarían juntos. "Que suerte" pensó Clarisa. Con ella no se encontraba ningún rostro conocido y ninguno con quien quisiera relacionarse.

- Vaya, vaya... los trillizos Dezadaptado. Ustedes tres deben estar juntos... ¡Con el profesor Percival!

Clarisa no hacía "nada" ni pensaba nada, solo estaba mirando al pájaro y a quienes examinaba y colocaba con cualquier profesor.

Luego de un pequeño rato, todos los alumnos habían sido divididos entre los cuatro profesores.

- Muy bien jóvenes. Ahora solicito a sus profesores encargados que los lleven a sus cuartos. Nos veremos a la hora del almuerzo. Usen este periodo de tiempo para descansar del viaje. Y no se preocupen, su equipaje ya está en sus habitaciones.

Los profesores guiaron a los alumnos a sus cuartos. La profesora Greta guio a sus chicas hacia una de las cabañas que estas habían visto desde los carruajes. Dicha "cabaña" estaba hecha de barro y piedra, pero se veía muy elegante y muy bien cuidada.

Clarisa contó a las miembros de su grupo, eran casi veinte contándola a ella. Entraron en la cabaña, la sala tenía una alfombra de color verde, una chimenea, un librero y unos sillones.

- Esa puerta es la de la sala de estudio –dijo señalando una puerta que se encontraba cerca del librero –allí harán sus tareas en un horario establecido bajo mi supervisión. Tras esas cinco puertas –dijo mientras señalaba un pasillo en el segundo piso que era visible desde la sala –son las de sus cuartos. Dormirán de a cuatro en dos camarotes por habitación. Ya las he separado, en la placa de cada puerta están los nombres de las cuatro compañeras de cuarto y cada cama posee el nombre de una. Vayan, tienen libre hasta la una de la tarde. A esa hora, las quiero ver aquí en la sala y bien peinadas y arregladas para el almuerzo.

Luego de que todas sus compañeras hubieran subido a sus cuartos, Clarisa subió. El suyo era el número tres, junto a Pinta Calavera, Luna Esmeralda y Ema Parkin. Entró y vio con quienes compartiría su cuarto: Pinta usaba lentes y era algo gordita; Ema también usaba lentes, pero era más delgada y Luna, era demasiado parecida a Hasaya, empero, ella tenía un corte de honguito y ojos de diferente color que daban una mirada de ingenuidad y transparencia, pero en todo lo demás, era muy similar, por no decir idéntica, a Hasaya.

Clarisa saludó fríamente y fue a su camarote. Le tocó en la parte de arriba y su compañera de cabina era Luna.

Sus cosas ya se encontraban en su cuarto. Incluso, ya estaban guardadas en su espacio dentro del clóset.

Pasaron unas horas donde las chicas hablaron entre sí, mientras que Clarisa se dedicó a ojear el librero. No fue de su sorpresa encontrar libros escritos por su tío.

El maullido de un gato llamó su atención. Este se encontraba junto al librero. Clarisa trató de acariciarlo, pero este le gruñó mostrándole los dientes. Se quedó un rato viéndolo, hasta que una suave y tierna voz llamó su atención.

- No hagas así, lo asustas –dijo tiernamente Luna que se colocaba a su lado. –Hazlo así.

Para sorpresa de Clarisa, Luna consiguió tomar al gato en sus brazos y comenzó a acariciarlo.

- Prueba mimar detrás de su oreja –dijo la tierna niña. Clarisa no podía creer que estaba acariciando al gato que antes le había gruñido, sonrió.

Alguien tocó la puerta. La profesora Greta, que estaba sentada en el sofá leyendo, fue a abrir.

- Buenos días estimada profesora, ¿no habrá visto usted a la Señora Bigotes?

- Por supuesto, espere aquí –la profesora Greta cerró la puerta y miró a Clarisa y a Luna. –Niñas, el gato –cuando Greta tuvo al gato, volvió a abrir la puerta y se lo entregó al hombre. Clarisa al verlo, se dio cuenta de que era el mismo hombre que estaba con los cientos de gatos –Niñas, les presento a Kruschev. Es parte del personal de apoyo de la escuela Grichwood, encargado especialmente de mantener bellos los jardines y eliminar las plagas.

- Mucho gusto señoritas –saludó amablemente Kruschev.

- Mucho gusto señor Kruschev –respondió Clarisa educadamente.

- Mucho gusto señor – añadió Luna, mientras lo saludaba alegremente con la mano y Kruschev le respondía el saludo.

Antes de irse, Kruschev dijo a Greta que necesitaba hablar con ella, a solas. Greta salió de la cabaña y cerró la puerta. Clarisa y Luna llegaron a escuchar algunas de las cosas que Kruschev decía:

- Ismur y yo sospechábamos de ello... tendremos que entrar... evita que las alumnas... hasta que Zenevis diga que...

Las chicas hacían un esfuerzo por escuchar hasta que fueron sorprendidas por una de las profesoras de apoyo, la señorita Grease, que las envió a su cuarto.

Desde la ventana, podían ver como Kruschev se alejaba de la cabaña con una gran cantidad de gatos detrás de él. Más lejos, se podía ver la cabaña del profesor Percival y de sus alumnos.

En el jardín de esta cabaña estaban los alumnos de Percival recostados sobre el pasto formando un círculo. Estaban sin camisa, tomados de la mano y realizaban abdominales en grupo. El profesor Percival les lanzaba agua con su larga y blanca barita mágica.

Haciendo los abdominales con los alumnos se encontraba un profesor de apoyo. Este era moreno, barbón, musculoso y con una larga cabellera.

Los alumnos se reían entre sí al recibir el agua fría. Aquella acción era algo que Clarisa, sabiendo a su profesora como estricta, es algo que no haría.

Pasaron las horas, se notaba que los demás alumnos se divertían con sus profesores jefes. Los alumnos de Salazar estaban con él estaban jugando quemados y los de Carlín estaban aprendiendo a volar escobas.

La profesora Greta estaba en la sala leyendo un libro. Ella era la más vieja de entre los profesores, además, la más tradicional y una de las más estrictas.

Pasaron unas horas hasta que faltaba poco para la hora del almuerzo. Las chicas se habían arreglado como se los indicó la profesora Greta.

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