Clarisa Clarke y la escuela d...

By Gazbey

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La historia se sitúa en un mundo más allá del nuestro, en donde la magia brilla y forma parte de la vida de c... More

La hija de los Clarke
El espejo en el museo
El carruaje tres punto catorce
El benicanto
La clase de la tarde
El jardín de las criaturas
Explosión en la clase de pociones.
El profesor que muere en clase.
La clase de vuelo
El hombre en el bosque
La mujer lobo
El cumpleaños del fantasma
Los perdedores de Calixto
El ferrocarril de navidad
La locomotora y los duendes obreros
La tarde de los duendes
¿Cómo era antes?
El Memoriam
El barco
La piedra runada
¿El culpable?
La biblioteca
Los brujos de los pasadizos
Epílogo

Año uno

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By Gazbey

Hacía años que el señor José no veía a nadie entrar en los territorios que él cuidaba. El señor José era un hombre bastante común, aparentaba varios años, su cabello era de un plateado opaco, no era muy alto, pero sí algo relleno. Sin embargo, su característica más destacable era su bigote muy marcado, del cual se enorgullecía.

Él vivía solo dentro de lo que era un extenso terreno abandonado. No existía razón por la cual un alma quisiera vivir en aquel lugar. No había nada interesante y, además, este se encontraba en medio de la nada. A pesar de ello, José se pudo acostumbrar a aquel inhóspito lugar.

No hay que confundirse, ese territorio no era de su propiedad, él solo trabajaba cuidando y manteniendo los terrenos. Estos eran como uno se los podía imaginar: diferentes cabañas, galpones y chozas abandonadas esparcidas a lo largo de un enorme valle rodeado por un bosque, del cual la niebla salía como si se tratase de una máquina de humo.

José era muy valiente, a pesar de ello, nunca se atrevió a entrar al bosque solo. Sentía como que había algo dentro de ese bosque.

Una mañana, José se despertó dentro de su humilde chocita. Se arregló para luego desayunar un poco de sopa de hongos. Dio un sorbo para degustarla, pero entonces sintió que algo caminaba por el techo de su choza. Algo muy grande y pesado. Se levantó rápidamente de la mesa, para luego tomar su muy vieja escopeta. Se acercó a una de las paredes para luego retirar una tela que ocultaba un agujero. Con un muy mal sabor de boca, José presenció aquello que pasó sobre su choza y que ahora se ocultaba en el bosque.

- Arañas. De todas las cosas que podían vivir en ese bosque, ¿tenían que ser gigantes y asquerosas arañas?

En ese momento, alguien o algo tocó la puerta. José, creyendo que se trataba de alguno de los monstruos del bosque, la abrió violentamente para luego apuntar a quién se encontraba allí.

- Es bueno verte José.

José miró hacia ambos lados, no veía a nadie. Sin embargo, al dirigir su mirada hacia abajo pudo ver a un pequeño duende que lo miraba. Este era bastante regordete, con una nariz y orejas puntiagudas y llenas de pelo, vestía una túnica esmeralda, apenas sí tenía cabello en la cabeza mientras que su larga y voluminosa barba llegaba a ser sujetada por el cinturón de color negro. Su nombre era Lanis Zenevis.

José lo reconoció al instante, a pesar de no haberlo visto en décadas, se trataba del director de lo que alguna vez fue una escuela de magia ubicada en aquel territorio.

- ¿Puedo entrar? –preguntó Zenevis.

- Por supuesto –respondió José de una manera casi instantánea mientras se hacía a un lado invitándolo a entrar.

Cuando el ex director entró en la humilde casa de José, no pudo pasar por alto una foto en la cual se encontraba un antiguo estudiante de la escuela.

- Ana Carolina –dejó escapar Zenevis.

José se quedó mirándolo por un buen rato, para luego cerrar la puerta. José explicó que aquella alumna solía ayudarlo con los jardines cuando la escuela aún estaba abierta. Ana Carolina era una estudiante joven y guapa, pero fue víctima de unos terribles rumores falsos que la llevaron a sufrir de acoso por parte de sus compañeros. Desgraciadamente murió en lo que fue resaltado como "cierto incidente realizado por cierta persona" dentro de la escuela.

Zenevis invitó a José a que terminara su desayuno, pues deseaba comentarle algo. El pequeño hombre felicitó a José por haber mantenido tan bien todos los terrenos y comentó a este que preparara la casa de reuniones para aquella noche. Luego de unas horas, Zenevis se alejó de la choza de José mientras este lo miraba desde la puerta.

El hombre lavó el plato en el que había tomado su sopa, y comenzó a trabajar alistando todo para aquella noche. Terminó a pocas horas de que oscureciera, entonces decidió ir a cambiarse para estar limpio para la reunión.

Un viejo anciano caminaba por el oscuro valle que solo se veía iluminado por la luz que emanaba una larga barita blanca. Este señor traía el cabello y la barba tan largos que tenía que levantársela con su mano libre, como si se tratara de un vestido, para evitar tropezarse. Vestía una túnica y un puntiagudo sombrero de color azul con estrellas amarillas. El anciano era muy delgado. Caminaba y cantaba como si fuera un loco.

- Y cinco troll bajaron la colina para luego decir miau.

José salía de su choza con un farol cuando vio al extraño, que realmente no era un extraño. Al loco anciano solo le bastó con observar a José para reconocerlo.

- ¡José! –gritó el viejo que corría hacia él.

Mientras se acercaba, a toda velocidad, a José, se tropezó con su barba, cayendo al piso mientras la túnica se le levantaba. Rápidamente se levantó y corrió hacia José para abrazarlo, aunque se podría decir, estrangularlo.

- ¡José! ¡José! ¡Que gusto me da verte!

- Profesor Percival, es bueno verlo –dijo José con el poco aire que sus pulmones podían tener producto del abrazo.

Aquel viejo chiflado era el antiguo profesor de pócimas y encantamientos de la antigua escuela. No hacía falta ser muy observador para darse cuenta que al pobre viejo le faltaba un tornillo. Percival soltó a José cuando la cara de este se puso morada producto de la falta de aire.

- Lo siento, es la emoción de no haberte visto en años –Percival se acomodó sus lentes con una enorme sonrisa en el rostro.

Entonces, la ululación de un búho ¿púrpura? Comenzó a oírse. Ambos miraron al extraño animal que se encontraba posado en el techo de José. Este sonrió al ver al curioso animal, mientras que Percival, igual de alegre que antes, gritó:

- ¡Profesora Carlín!

De la nada, ya no había un búho en el techo. Ahora había un hada posada sobre este, pero no era pequeña, tenía la altura de una persona normal. Su piel traía una leve tonalidad púrpura y pálida, siendo marcada por unas intensas y delgadas líneas negras que recorrían su cuerpo sin tocarse entre sí; sus ojos eran de un vivo color rojo; vestía una túnica muy sencilla de color blanco que combinaba con su largo y liso cabello del mismo color. Aunque, lo más atrayente de la profesora Carlín eran las grandes y plumíferas alas que salían de su espalda.

- Profesor Percival, José, es un gusto verlos otra vez. ¿Dónde está el salón de reuniones?

- En esa dirección –dijo José señalando la dirección.

La profesora agradeció y voló muy rápidamente al salón de reuniones, dejando a los dos hombres otra vez solos.

- Sigue igual de joven y hermosa como el día en que cerraron la escuela. –señaló Percival. –Por cierto, ¿tienes baño?

José se quedó un poco extrañado por la pregunta, luego bromeó.

- Fíjese usted que no.

- Entendí el sarcasmo. –mencionó el profesor entrando en la choza de José.

- Es en la esquina.

Habiendo quedado solo, José comenzó a mirar el cielo mientras esperaba a Percival. Una extraña nube verde se formó, para luego caer al suelo velozmente. Desde la neblina generada, se pudo divisar la silueta de un hombre bastante alto que caminaba en dirección a la choza. Cuando la neblina se disipó, se pudo distinguir a un hombre alto, delgado, de cabello blanco y con lentes que vestía una sotana. En uno de sus brazos sostenía un libro.

José, al verlo, señaló la casa donde se encontraba el salón de reuniones. Parecía bastante impactado por aquel hombre.

- José, muy buenas noches. –dijo el hombre mientras se acercaba.

- Profesor Malcom, la reunión se llevará a cabo en el salón de reuniones en aquel edificio.

- Muchas gracias José.

El profesor Malcom hablaba con una voz muy grave. Era de aquellos profesores que inspiraba respeto, seriedad y terror en sus alumnos. Él poseía el encargo de enseñar a los jóvenes la teoría básica sobre la magia negra y como defenderse de esta.

El profesor se dirigió al edificio donde se haría la reunión mientras José seguía esperando a Percival. Este salió luego de un rato. José cerró la puerta de su choza y se dirijo junto a Percival a la sala de reuniones. Una vez llegaron, pudieron ver a todos los invitados a la reunión sentados alrededor de un pequeño anfiteatro. Había bastantes rostros conocidos, muchos de los cuales no se habían visto en años. El ruido en la sala era impresionante, todos hablaban con todos. La profesora Carlín estaba sentada junto a la enfermera Dublín y de la profesora de botánica y jardinería, Nevhi. Era curioso ver como la profesora Carlín se mantenía joven a diferencia de sus amigas, en las cuales los años se hacían visibles.

El profesor Malcom se encontraba sentado junto al profesor "lengua de serpiente" Salazar, quien poseía unos penetrantes ojos de serpiente amarillos y que, cuando pronunciaba la z en lugar de la S, sacaba su partida lengua. Ninguno hablaba con el otro.

A José le llamó la atención una persona alta pelirroja y bien vestida. Su nombre era Clemente Baltazar Clarke. Él no había sido profesor de la antigua escuela, pero fue llamado por sus... ¿cómo decirlo?... "grandes logros" en la magia, que se ven descritos en sus libros. Percival lo describió como "Pedante, pedante como él mismo".

El ruido en la sala cesó cuando se escuchó un fuerte ladrido, era el ex subdirector Shaf, quien poseía un físico bastante acorde a un mago antiguo y tradicional, destacando por una gran barba y cabellera, una túnica púrpura y, también, por sus casi tres metros de altura. Luego del aullido, se hizo a un lado, permitiendo hablar al ex director Zenevis.

- Gracias señor Shaf. Queridos, muy queridos antiguos camaradas. Como saben, nuestra escuela fue cerrada en los años cuarenta debido a cierto incidente realizado por cierta persona quien fue cierto alumno de nuestra institución. Nos hemos culpado demasiado tiempo por lo ocurrido y ya viene siendo la hora de dejar de lamentarse. El pasado no podrá ser cambiado nunca, pero debemos superarlo. –Zenevis sacó una carta de entre su túnica –Escribí al Alto Consejo de Magia y he obtenido una respuesta. Ex subdirector Shaf, ¿podría leerla?

- Con gusto señor –Shaf se tuvo que agachar bastante para poder tomar la carta. Nadie sabía sobre qué había escrito Zenevis al Alto Consejo de Magia. –Nosotros, los miembros del Alto Consejo de Magia, luego de considerar que los errores del pasado deben de ser superados, –Shaf se quedó petrificado ante lo que leyó, como si no pudiera creerlo –autorizamos que la escuela de magia Grichwood vuelva a... ejercer la labor de enseñanza de las artes mágicas en el año próximo... Atentamente, el Alto Consejo de Magia.

El silencio se apoderó del lugar, nadie podía creerlo. ¿Volver a abrir? ¿volver a enseñar? Nadie sabía qué decir.

- El año próximo –suspiró la enfermera Dublín –Eso es muy poco tiempo.

- Entonces comencemos a trabajar ya. Es bueno que José haya mantenido este lugar en perfectas condiciones.

- ¡Hagámoslo! –gritó Percival lleno de energía.

Todos se alegraron, saltaban y se abrazaban. Su escuela querida volvería a abrir luego de estar cerrada por años y no cometerían los mismos errores que la llevaron a tener que cerrar.

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