Vidas cruzadas: El ciclo. #1...

بواسطة AbbyCon2B

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Olivia Eades es psicóloga y periodista con una vida hecha en el 1970, con su madre y hermano, sin deseos de c... المزيد

NOTA DE LA AUTORA Y MÁS.
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AGRADECIMIENTOS
Cuarto libro de Vidas Cruzadas: El ciclo (Disponible)

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بواسطة AbbyCon2B

02 de octubre 1871.
White Oak Lands, Minnesota.

Ron Tate despertó cinco y media y comenzó su día vistiéndose y bostezando cada dos o seis minutos. Era un muchacho de catorce años, delgado y alto, bastante tranquilo y con el hábito de soñar despierto. Tendió su cama, abrió la ventana de su dormitorio y salió al pasillo donde todavía estaba oscuro.

—Buenos días, Ron.

Bostezó cuando planeaba responderle a Lacy Ellery, una de las asistentes de cocina.

—Buenos días.

—Jesús, ¿a qué hora te dormiste anoche? —curioseó Angelica saliendo de su dormitorio detrás de Adelaida.

—Pasadas las diez...creo. Debía revisar todas las estufas antes de dormir.

—Quizás deberías decirle a la señora —ofreció Adelaide y lo abrazó al empezar a caminar por el pasillo—. Seguro pueden pagar a otro muchacho para asistirte.

—¿Y sí le molesta mi pedido y me echa? No, no puedo correr el riesgo, mi padre necesita el dinero.

—Entonces hablemos con la señora Mitchell, quizás ella tenga una solución, pero tu no puedes solo con tantas habitaciones, Ron.

—Adelaide tiene razón —concordó Lacy—. Necesitas algo de ayuda.

De cinco a seis, Ron abrió la cocina, limpió y encendió las estufas principales, llenó las cubetas de carbón y preparó el asador. Pasó los últimos minutos ayudando a limpiar la cocina, donde con las asistentes ordenaron las tablas y ollas que la señora Hooper y la señora Davis usarían.

Eran las seis cuando los mozos abrieron las persianas de las habitaciones principales dejando que el sol saliente iluminara la casa. También cepillaron la ropa del señor y sus trajes de trabajo antes de vestirse para el día, lustraron las botas de la familia y también los cubiertos para el desayuno. Hicieron algunas otras cosas antes de ponerse sus uniformes y empezar a servir la mesa para el desayuno.

Una de las mucamas sacudió las alfombras más pequeñas afuera de la casa, se deshizo de las cenizas que el pobre Ron había juntado y dejado junto a las estufas. Sacudió el polvo de las habitaciones dos veces, primero con su plumero y después de dejar el espacio cerrado y vacío por quince minutos volvió a limpiar los muebles con dos trapos en sus manos para sacar brillo. Normalmente entre todas las mucamas se dividían las tareas.

Las cocineras llegaron a las cocinas a las ocho en punto, inspeccionaron las condiciones del entorno y a sus asistentes y empezaron a distribuir las comidas para el día. Sirvieron el desayuno a los sirvientes en el comedor y mientras ellos desayunaban, ellas limpiaron la cocina.

—¿Se podría conseguir otro limpiador para asistir a Ron? El pobre no da abasto con tanto trabajo, señora Mitchell.

—Espero que no estés sugiriendo que le pregunte a la señora por otro empleado.

Adelaide retorció el trapo en sus manos y forzó una sonrisa de pie junto a la mesa.

Charlotte se rio de incredulidad, pero suspiró.

—Veré que puedo hacer —. Adelaide se retiró y Charlotte continuó con su desayunó y miró la hora en el reloj—. ¿El señor ya se ha levantado, Horsfall?

—Así es, me ha pedido lo despertara a las siete y cuarto y eso he hecho, tengo entendido se encuentra en su oficina.

—Será mejor no molestarlo. Alice, cuando termines ve a despertar a la señora y no olvides tus modales, por favor.

Los mozos despertaron a los hombres de la familia y las mucamas a las mujeres. Una de ellas se encargó de despertar también a los más pequeños y Alice despertó a Olivia.

—Buenos días, señora, espero se encuentre bien esta mañana.

—Muchas gracias, Alice —. Olivia bostezó y se sentó en la cama con Aiden durmiendo a su lado—. ¿Jonathan ya se ha levantado?

—Así es, señora, se encuentra en su oficina.

No dijo nada al respecto y dejó que Alice la ayudara a vestirse.

Optó por un vestido celeste pastel con detalles en blanco y algunos relieves decorándola. Se sentó frente al tocado para que Alice la peinara y mientras tanto se puso sus joyas para el día; unos pendientes y el collar de perlas que Jonathan le había regalado años atrás.

—Deja que Aiden duerma hasta las diez, por favor, tuvo una noche larga.

Alice asintió y cuando terminó de asistirla, se retiró llevándose la ropa sucia a la lavandería.

Olivia había pasado gran parte de la noche con Aiden llorando por pesadillas o aburrimiento y dudaba fuera a estar de buen humor si lo despertaban tan temprano. Acomodó las almohadas en la cama para que no fuera a caer y bajó el timbre en la pared para hacer sonar la campana en el salón de empleados.

En una de las paredes, tenían un tablón con cientos de campanas conectadas minuciosamente por el interior de las paredes de la casa, cada campana daba con una habitación y debajo de ellas ponía cual era. Charlotte vio que provenía del dormitorio de Olivia y se puso de pie para subir las escaleras a asistirla.

—¿Me llamaba, señora?

—Sí, podrías por favor enviar a una de las sirvientas a vigilar a Aiden mientras duerme —pidió mientras se colocaba un sacó para protegerse del frío—. Temo despierte y no logre escucharlo estando tan lejos.

—Por supuesto.

—Y por favor, que alguien encienda todas las estufas, estoy congelándome.

Charlotte se mordió el labio de camino a la salida, pero regresó sobre sus pasos y murmuró una disculpa.

—No pretendo molestarle, pero me preguntaba sí sería posible conseguir otro limpiador para asistir a Ron Tate, me temo el pobre muchacho no da abasto con tantas habitaciones.

Olivia se puso un poco de perfume en su cuello y muñecas mientras la escuchaba y empezó a asentir.

—Pero por supuesto, me hubieran dicho antes, hablaré con mi marido esta tarde para poner un anuncio en el periódico. ¿Necesitan algo más? —. Charlotte negó y le agradeció—. Bien, muchas gracias, Mitchell.

Dejó el dormitorio y bajó las escaleras hacia el salón, encontrándose con sus hijos en el camino.

—Buenos días, madre.

—Buenos días. ¿Durmieron bien? ¿Tienen planes para el día?

Todos negaron y comprendió que al igual que ella, el aburrimiento les estaba ganando, junto con la confusión de no saber que hacer.

—Bueno, debo entrevistar a la institutriz que vendrá esta tarde, pero hasta entonces creo que podríamos dedicarnos en trabajar un poco nuestros modales. Mitchell nos asistirá en la tarea.

—¿Tenemos qué?

—Sí, Adrian, tenemos qué y apreciaría no te quejaras por eso.

Adrian suspiró, pero no dijo nada más y entró en el salón para desayunar.

Se sentaron en sus bancos de siempre y mientras el mozo le servía el té, Olivia notó que el asiento de Jonathan estaba vacío y su plato no estaba en la mesa.

—Petterson —llamó y el mozo se detuvo y la miró—. ¿Dónde está Jonathan?

—No estoy seguro, señora, pero puedo preguntarle al señor Horsfall.

Aceptó y esperó sin tocar su desayuno hasta que Edgar entró en el salón y se paró junto a la puerta.

—Petterson me dice deseaba verme, señora.

—Sí, ¿sabes dónde se encuentra mi marido?

—Está trabajando en su oficina, señora.

—¿Puedes pedirle que venga a desayunar con su familia? —. Edgar abrió la boca, la cerró indeciso y retorció sus dedos entre sí—. ¿Qué sucede, Horsfall?

—El señor ha pedido que no se le moleste en su trabajo, señora, creo que no vendrá a desayunar esta mañana.

El rostro de Olivia mostró su disgusto y todos sus hijos e incluso los mozos la esperaron para ver su reacción. Ella se puso de pie, dejó la servilleta en la mesa y se disculpó con sus hijos.

—Comience a comer, yo no me tardaré. Muchas gracias, Horsfall.

Edgar se retiró y los mozos continuaron sirviendo en lo que Olivia dejaba el salón y cruzaba el pasillo hasta la oficina de Jonathan (o lo que era igual, su sala de caballero). Era donde él tenía sus documentos, llevaba un control de sus negocios y recibía a algún amigo, de momento no había recibido a nadie, pero sí estaba comenzando a usarla más seguido para trabajar.

Esa habitación era el espacio del hombre, normalmente olería a cigarros, pero como (gracias a ella) Jonathan nunca había generado el vicio de fumar, la habitación olía a su colonia y el perfume que ponían las mucamas. Normalmente las mujeres no estaban permitidas en esa habitación, era de hombres, donde ellos podían hablar cosas que eran "inapropiadas" para los oídos de una mujer y fumar y relajarse, pero dos cosas sucedían en la familia. 1) A Jonathan realmente no le importaba si una mujer ingresaba a la habitación y 2) incluso aunque le importara y lo prohibiera, Olivia haría oídos sordos y entraría cuando quisiera. No iba a dejar que le prohibieran entrar en un cuarto de su propia casa. 

Llamó a la puerta, pero entró antes de que le respondiera y Jonathan se puso de pie al verla llegar.

—Buenos días, Liv. ¿Has dormido bien?

—Habría dormido mejor si mi marido no me hubiera abandonado en la madrugada —espetó y Jonathan cerró la boca y bajó la mirada sin decir una palabra—. Y ahora resulta que tampoco te nos unirás en el desayuno.

—He desayunado al despertar.

—Pues espero sigas con hambre porque desayunaras otra vez con tu familia —. Suspiró y movió las hojas en su escritorio hasta encontrar su reloj y lo guardó en su chaleco—. Jonathan, espero que este nuevo...estilo de vida, no represente una barrera en nuestra familia.

—No comprendo a que te refieres.

—Me refiero a que...apenas has pasado tiempo con tus hijos desde que nos mudamos a esta casa y por más hermoso que sea y lo mucho que me encante, no deseo que nuestra familia pierda su unidad. Hay horarios que son de la familia y tu trabajo no pueden ocuparlas.

—Tienes razón y me disculpo, querida, no pensé correctamente.

—Ya veo que no —. Lo besó cuando él se acercó a ella y suspiró—. ¿Qué tal si pasas el día con los mayores? Haz las cosas que un padre debe hacer con sus hijos en estas épocas, no lo sé, solo haz algo con ellos.

Se quedó pensando en lo que la seguía hacía el salón y alzó sus hombros.

—Mi padre no pasaba mucho tiempo conmigo cuando era niño, casi siempre me quedaba con mi madre o la niñera.

—Bueno, nosotros no seremos así, Jona.

—Lo sé y veré que se me ocurre.

Entraron en el salón y Jonathan besó a sus hijas en la cabeza y saludó a sus hijos.

Al verlo tomar asiento, los mozos le pusieron el desayuno en frente y volvieron a entregarle el periódico de esa mañana, aunque Jonathan optó por no leer y dejó que Oliver lo revisara.

—Parece que la industria está creciendo —comentó y pasó de página—. Wheeler & Wilson ha producido quinientas mil máquinas de coser como la tuya, madre.

—¿Quinientas mil? Había solo unas diez cuando tú me la compraste, Jona.

—Uhm, fabricas —bufó Jonathan—. Arruinarán todo el mundo, no tengo duda.

—Oh, hay una compañía de seguro en Saint Paul —continuó informando Oliver—. Esto es nuevo...Han depositado cien mil dólares a la compañía.

—¿Y para qué es? —curioseó Gwendoline.

—Pues aquí dice que mantiene el dinero en el estado, asegura a las mujeres en sus trabajos sin riesgos adicionales lo cual es bueno ¿no, madre?

—Ya lo creo que lo es, considerando todas las mujeres trabajando en fabricas desde los últimos años. Ojalá haga lo que promete.

Continuó compartiendo algunas noticias para el interés de su familia.

—Se expanden las vías de tren, supongo que ahora será más rápido viajar por el país, aunque el último tren parte a las cinco de la tarde. ¿Comprarás la compañía, padre?

—Si todo sale bien, es la idea, sí.

Oliver continuó leyendo para sus adentros y se rio.

—Considero que algunas de estas noticias horrorizaran a mamá.

—¿Por qué?

—Consejos de medicina —explicó y Olivia se rio.

—Ni siquiera lo leas, por favor.

Regresó a la primera página y continuó leyendo en lo que bebía su café.

—Parece que están publicando algún tipo de historia en el periódico, ya llevan siete capítulos y le han dedicado cuatro columnas, ¿no podrías aprovechar la oportunidad y escribir algo para el periódico, madre?

—Me aterra un poco la idea de que haya gente leyéndome ¿Qué tal si no les gusta? Y no podemos olvidar que no soy escritora.

—Pero sabes muchas cosas —le recordó Jonathan—. Y una vez dijiste que tal vez escribirías un libro de cocina, este podría ser el momento.

Cortó un trozo de su pastel y alzó los hombros.

—Me lo pensaré.

—Definitivamente los tiempos están cambiando; hay muchas cosas nuevas, cocinas, muebles, maquinas extrañas —. Cerró el periódico y lo dejó a un lado para concentrarse en la comida—. ¿Deberíamos preocuparnos?

—Tu madre insiste en que es algo bueno y "nos gustará".

—En serio lo digo —. Olivia miró hacia los mozos de pie contra las paredes y suspiró, no podía hablar demasiado del tema—. Ya verán.

Cuando estaban terminando de desayunar y los mozos comenzaban a retirar los platos y cubiertos de la mesa, Olivia decidió organizar el día con sus hijos y Jonathan.

—Asumo te retirarás otra vez a tu oficina —. Jonathan asintió—. Tal vez podrías invitar a Oliver y Darrin para que te hagan compañía, incluso Eli podría ir también, familiarizarse con el negocio.

—Supongo que no es mala idea.

—Bien, yo me quedaré con los demás para practicar nuestra etiqueta y leer un rato en lo que esperamos por la institutriz.

—¿Vendrá hoy?

—En la tarde, sigo sin estar del todo segura con la idea, pero haré mi más grande esfuerzo para aceptarla.

Jonathan se marchó con los hombres y Olivia se quedó con los menores de sus hijos y todas sus hijas para retirarse juntos al salón que se conectaban con la sala de dibujo, que lejos de ser una habitación para dibujar, era un salón donde sentarse a descansar y distraerse con los pasatiempos personales.

Cuando entraron al salón, Olivia sonó la campana para llamar a Charlotte y esperó con sus niños mientras llegaba.

—¿Debemos aprender mucho, mami?

—Sí, cariño, tenemos mucho para aprender —aseguró y Katherina tomó su mano—. Pero la señora Mitchell nos ayudará.

Estuvieron con Charlotte durante gran parte de la tarde, aprendiendo de sus ejemplos y consejos y tratando de memorizar todo lo que les explicaba. Algunas reglas eran estúpidas y Olivia se sentía tentada a interrumpirla y pedirle a sus hijas que no siguieran tales estereotipos, otras, relacionadas con el respeto y la educación, las aceptaba e incluso las aplicaba a diario sin darse cuenta.

Cuando Charlotte regresó a sus tareas y Olivia fue a recibir a la institutriz, sus hijos quedaron con el tiempo libre para distraerse.

—¿Podríamos caminar un rato en el jardín? —propuso Marie en un intento por distraer a sus hermanos.

—Es una excelente idea, Marie.

Amelia se paró y sus hermanas la imitaron.

—Yo prefiero ir a la biblioteca.

—De acuerdo, Adrian, diviértete. ¿Ustedes vendrán con nosotras?

Los mellizos se miraron entre sí y finalmente aceptaron las manos de Amelia para acompañarla.

Peter se fue con Adrian hacia la biblioteca.

Jonathan estaba sentado en el sofá frente a la estufa de su salón masticando un chicle de menta y leyendo un libro. Se estaba concediendo unas horas de la tarde para descansar antes de retomar el trabajo y había dejado que sus hijos hicieran lo mismo y fueran a distraerse con sus actividades. Toda la familia a excepción de él seguía intentando descifrar como ocupar sus días, pero para Jonathan era fácil; él había crecido en esa vida, viendo a su padre hacer su día sin interrumpir demasiado a su madre y evitando relacionarse con los sirvientes. A pesar de haber pasado su adultez balanceándose entre una buena y mala economía, toda su infancia y adolescencia la había hecho dando ordenes a los sirvientes y vistiendo elegante y tal como montar en bicicleta, era algo que no se olvidaba.

Quería poder ayudar a Olivia a encontrar su lugar, pero al mismo tiempo no quería influenciar en la posición que ella deseara adquirir en la casa. Sabía que Olivia disfrutaba de su independencia y eso era lo que intentaba darle para que descifrara su camino por sí sola.

La puerta se abrió y supo que como no habían golpeado, tenía que ser Olivia. Cerró el libro y miró sobre su hombro para confirmar sus sospechas. Ella ya se había quitado el vestido y traía solo la camisola con su bata encima y su larga melena suelta y enamorándolo.

—Tenemos institutriz —le informó y se sentó en el sofá a su lado con una mano en su vientre—. Su nombre es Mahala Winthrop y ha accedido a todas y cada una de mis reglas, aunque por supuesto la vigilaré muy de cerca, no pienso confiarle mis hijos sin más.

—Ven —. Abrió sus brazos y ella se sentó en su falda y recostó su mejilla sobre su hombro—. Eres una excelente madre, Liv y lamento sí me has notado distante estas semanas.

—Sé que estás ocupado y no pretendía hacerte sentir culpable ¿Cómo podría? —. Se rio y señaló hacia la habitación—. Nos has dado esto y mucho más, Jona, es evidente que estás ocupado.

—Pero debo ponerlos primero y no lo he estado haciendo, siempre hemos sido solo nosotros sin lujos así que lo correcto es continuar de esa forma a pesar de los lujos —. Besó su hombro y desanudó la bata para poder acariciar su vientre—. Podemos hacer un picnic con los niños en la mañana, solo nosotros ¿Qué dices?

—¿Un picnic? —. La idea le gustaba y era algo que no hacían hacía ya demasiado tiempo—. Me agrada, yo podría cocinar algo...Hace varios días que no lo hago.

—Pero sin estresarte, ¿sí?

Asintió y acarició su mandíbula cuando unió sus labios.

Jonathan la besó suave y lentamente esa pasión aumentó y ella se giró sobre sus piernas para enfrentarlo. Le aferró el rostro, besándolo con más insistencia y lo escuchó gemir en su boca sin separarse.

Hacía tiempo que no disfrutaban de un momento a solas en absoluta intimidad así que quería aprovechar. Le desabrochó el chaleco para poder llegar a la camisa y Jonathan sonrió y bajó la vista hacia sus manos que le acariciaban la pelvis.

—Sabes que no podemos, nena, no mientras estés embarazada.

—No le hará daño al bebé, lo hicimos con Katherina y salió perfecta ¿o no?

Y él tampoco era muy bueno resistiéndose a sus juegos y caricias.

Volvió a besarla y esta vez la rodeó con sus brazos y levantó la camisola para poder explorar su cuerpo desnudo. Olivia acabó acostada en el sofá, con Jonathan sobre ella apenas tocando su pecho para evitar apretar la panza con su cuerpo. Besó sus senos, pero evadió los pezones y continuó trazando un camino de besos hacia su vientre, donde el volumen lo hacía sonreír.

Su bebé estaba allí adentro y eran ya dieciocho hijos con él.

Nunca antes se lo habría imaginado, de querer una vida libre y salvaje, viajando con una pandilla y dejando que el mundo lo sorprendiera a acabar casándose, formando una enorme familia y convirtiéndose en el empresario que su padre siempre había querido que fuera. Estaba seguro de que Wright estaría orgulloso sí pudiera verlo en esos momentos, pero había muerto mucho antes de que Jonathan pudiera enseñarle su nueva vida.

Se enterró entre sus piernas y ella gimió y acarició su cabello mientras él devoraba su sexo y saboreaba su placer. Besó sus muslos internos, volvió a su clítoris para chuparlo como Olivia tanto disfrutaba y se enderezó para volver a sus labios y continuar tocándola.

Quería todo de ella, su amor, su calor, su compañía, bañarse en su dulce aroma y memorizar su sabor.

Cumplirían once años desde que se habían casado y cada uno de esos años había representado un nuevo desafío en sus vidas; niños, muertes, guerras, secretos y mentiras, para acabar más unidos y fuertes que al comienzo. Era el comienzo de su historia y demasiadas cosas se dirigían hacia ellos sin que supieran, pero esa noche disfrutaron de la compañía y el calor y se amaron como llevaban amándose todas sus vidas. Inconscientemente, inadvertidos, unidos incluso desde mucho antes de haberse conocido.

Se fueron a dormir cuando todavía podía escucharse como la señora Mitchell recorría los pasillos de la casa con sus llaves en mano tintineando con cada paso. Olivia la saludó al pasar junto a ella con Jonathan tomándola de la mano.

—Señora Mitchell.

—¿Sí, señora?

—Mi marido y yo tendremos un picnic en la mañana con los niños, ¿podrías pedir a Alice que me despierte a las siete y avisar a las cocineras que yo estaré preparando el desayuno?

—Por supuesto, señora.

Charlotte se aseguró de que todas las habitaciones que debían estar cerradas estuvieran cerradas, revisó que los más pequeños hubieran sido asistidos para meterse en sus camas y tanteó todas las puertas exteriores para asegurarse de que estaban trancadas.

Bajó las escaleras hacia la planta baja y asomó en la oficina de Edgar antes de ir a su dormitorio.

—¿Necesita algo antes de que me vaya a dormir, señor Horsfall?

—No, señora Mitchell, muchas gracias, descanse bien.

—Usted también, señor. Hasta mañana.

Se ausentó a su dormitorio y cerró la puerta para dormir.

El último en acostarse fue Ron, cuando hubo acabado con todas las estufas en la casa y todas las velas de los salones.

—¿Cómo que ella estará cocinando?

—Yo le avisé que a la señora le gusta cocinar para su familia.

—Pero no me avisó sucedería tan pronto. ¿Cómo se supone que demostraré mis habilidades si no me dejan cocinar? —. Charlotte rodó los ojos y Christal tomó asiento junto a la mesa de la cocina y empezó a negar—. ¿Qué hare en todo el día?

—Podría pensar que servirá para el almuerzo, la señora solo dijo que se ausentarían durante la mañana.

—Yo podría hacer algún postre.

—No es necesario, yo me encargaré de los postres y de la comida —zanjó Christal y Haylie la miró ofendida.

—Tengo entendido que debemos dividir los trabajos y aunque respeto que sea la cocinera principal, la pastelería es mía.

—¿Y qué exactamente puede prepararle usted? ¿Una torta con chocolate? —. Se rio y Haylie abrió la boca con incredulidad—. Tiene la experiencia de una niña de seis años.

—¡¿Cómo se atreve? Yo prepararé los postres.

—No sí yo los preparo primero.

Charlotte intentó calmar los humores de ambas mujeres, pero se encontró fracasando cuando Christal se puso de pie furiosa y Haylie la enfrentó.

—Pues veamos quien cocina más rápido entonces y así sabremos quien tiene la experiencia de una niña de seis años.

—Le aseguro que no soy yo, señora Davis.

—Señoras, por favor, no hace falta discutir sobre esto, ambas pueden cocin... —. La dejaron hablando sola cuando se fueron a sus respectivas áreas para empezar una competencia que solo acabaría en desastre y Charlotte suspiró y se quedó mirando la puerta hasta que Edgar asomó reprimiendo una sonrisa—. Asumo ha escuchado todo este desastre.

—Asume correctamente.

—Bastante difícil es controlar a una cocinera y ahora debo controlar dos, me temo que me echaran si no consigo poner un orden pronto.

—Dudo que eso suceda, la señora parece tenerle gran aprecio —. Sonrió un tanto halagada con la idea y tomó asiento en la silla junto a la mesa—. Quizás podría comentarle lo sucedido a la señora.

—¿Y perturbarla de esa forma? No lo sé, señor Horsfall.

—Ella ha ordenado después de todo que la informáramos de cualquier malentendido —. Charlotte suspiró sabiendo que tenía razón—. Y es mejor avisarle de esta...guerra de cocineras antes de que toda la casa acabe en llamas por sus altercados.

—Supongo que tiene razón, tan solo espero no nos despidan si abro mi bocota. Muchas gracias, señor Horsfall.

Edgar le sonrió y se retiró por el pasillo para continuar con sus actividades del día; esa mañana recibiría el carro con el correo y quería clasificar todas las cartas antes de entregárselas al señor para que las leyera.

Charlotte se tomó unos minutos para calmarse, todavía escuchando desde las dos cocinas como las mujeres protestaban y desquitaban sus molestias en las pobres asistentes. Sin duda debía comentárselo a Olivia para evitar posibles accidentes futuros o podía tomar acción en su propia mano y despedirlas, pero aun no comprendía del todo como Olivia funcionaba y despedirlas podría ser un tanto drástico, así que optó por hacer como le habían ordenado y reportar cualquier malentendido.

Olivia estaba en el salón de las mañanas que era lo mismo a un salón de visitas o el salón de la dama. Allí tenían un juego de sofás, la estufa encendida y una decoración sencilla con tonalidades claras y pasteles. Ella tenía un escritorio con todos sus materiales ubicado en un lado de la habitación, cerca de un enorme ventanal que le daba toda la claridad necesaria para escribir durante el día. Tenía papeles, tinta, plumas, lápices, carbones para pintar, tijeras para el papel, algunos lápices de cera colorida y la cera para sellar los sobres cuando quisiera mandar una carta.

La encontró sentada en la silla, con una mano en su vientre y su atención puesto en una hoja donde hacía anotaciones.

Llamó a la puerta para atraer su atención y le devolvió la sonrisa que le dedicó.

—Buenos días, Mitchell.

—Buenos días, señora... ¿Tiene un momento?

—Por supuesto —concedió y giró su cuerpo en la silla—. ¿Qué necesitas?

—Espero no estar molestándola con esto, pero usted me pidió que le informara de cualquier problema sucediendo entre los sirvientes —. Olivia confirmó empezando a asentir y espero para que terminara—. Pues, la señora Hooper y Davis podrían no estar llevándose tan bien como esperaba, asumo completa responsabilidad, realmente pensé que no sería problema cuando las entreviste, pero ahora han formado una competencia para ver quien cocina más rápido y pensé debía saberlo.

La reacción de Olivia no era para nada la que esperaba al verla reír.

—Suena como una mañana divertida ¿o no? Descuide, dudo una competencia haga daño a nadie, aunque por favor vigílelas para asegurarse que no terminen a los golpes —. Se regresó en la silla hacia la hoja y sopló la tinta con la que había escrito—. Siempre supe que tener dos cocineras traería algo de alboroto y lo correcto es darles tiempo para acostumbrarse, un par de meses al menos, de lo contrario tendremos que tomar medidas, pero mejor no apurarnos.

Charlotte asintió, todavía bastante sorprendida y la siguió con la mirada cuando Olivia se puso de pie con la hoja en mano y se acercó a ella.

—El cumpleaños del mayor de mis hijos y Marie es en unas semanas, pero deseo comenzar los preparativos con antelación. Es la primera vez que podremos hacerles una fiesta como la merecen, necesito que encargues flores de Faribault Nursery, ellos tienen estás hermosas peonias así que creo con unos quince ramos estaremos bien y también pídeles dos bolsas de semillas y que los jardineros se encarguen de plantarlas cerca de la fuente, se verán muy bonitas cuando crezcan.

—Por supuesto, señora.

La siguió por el corredor hacia la cocina que era de Olivia y tomó nota de los pedidos de las flores junto a las cosas que ella ya había detallado; eran alimentos que quería servidos durante la fiesta.

—A. W Bush tiene unos relojes muy hermosos ¿podrías conseguirme uno? Creo que tienen los de plata, pero primero fíjate si consigues uno de oro. Y pide un juego de mesa de oro en F. Talcott, podríamos comprar en A. W Bush, pero nuestros platos de plata son de allí y no me están gustando muchos.

—¿Desea que los remplacemos por otro juego de plata también?

—Ya que lo mencionas, me gustaría mucho, sí. Veamos que tal los que tienen en F. Talcott para empezar y puedes conservar los platos de A. W Bush para ustedes si les gustan.

Volvió a mirarla un tanto sorprendida, pero agradeció la amabilidad con una sonrisa y agregó la información a la lista.

Olivia puso algunos troncos en el horno y Charlotte decidió ayudarla por miedo a que se hiciera daño o al bebé. La vio empezar a preparar algunos alimentos y no estuvo segura sí debía intervenir o dejarla continuar.

—También me gustaría conseguirle un buen sombrero a Oliver, vi en el periódico que R. Dunkeman ha recibido nuevos sombreros, si pudieras enviar a alguien a comprarlo personalmente, lo apreciaría mucho y por favor, que vayan en el carro con el chofer, detestaría hacerlos caminar tanto. Y un vestido para Marie, puedes preguntar en R. Dunkeman o en F. Talcott ¿Qué otra cosa estoy olvidando? Bueno, la comida, lo anoté todo en la hoja y si las cocineras necesitan practicar alguna receta, diles que pueden hacerlo durante estas semanas. Usaremos el juego de oro para poner la mesa y quiero que el salón principal este decorado con las flores y unos carteles de feliz cumpleaños.

—¿Desea que diseñen los carteles en una imprenta?

—Esa es una excelente idea, Mitchell, sí, haremos eso...Con discreción, por favor, no deseo que mis hijos se enteren hasta la fecha.

Charlotte anotó otras compras que debía hacer; cortinas, alfombras, una de las nuevas maquinas de coser que habían salido y tenían un diseño mucho más practico y avanzado, Olivia la quería para ayudar a las mucamas que enmendaban la ropa con la tarea. Le pidió que comprara chocolate directamente de la fábrica; dos bolsas tamaño familiar y frutas; un barril de cada fruta en temporada. Además de los regalos para Oliver y Marie y toda la comida de la fiesta, también encargó algunas cosas para ir adelantando los preparativos del cumpleaños de Emma y Jonathan y su aniversario.

Cuando terminó se regresó al ala del personal con una lista interminable de tareas y nuevas indicaciones para distraer a las cocineras de su ridícula competencia. Algunos de los pasteles que Olivia había anotado en la lista estaba segura Hooper y Davis no sabrían cómo prepararlos; eran ingleses y muy poco comunes en América.

Olivia cocinó, al principio sola y luego con sus hijas y terminó de empacar todo para el picnic y se cambió con la asistencia de Alice por un vestido de campo.

—¿Listos? —preguntó Jonathan al salir de la casa para acompañarlos.

Todavía usaba su sombrero favorito y Olivia realmente dudaba que algún día dejara de usarlo a pesar de que comentaba cada mañana al vestirse que debía remplazarlo.

—Listos. 

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