Vidas cruzadas: El ciclo. #1...

By AbbyCon2B

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Olivia Eades es psicóloga y periodista con una vida hecha en el 1970, con su madre y hermano, sin deseos de c... More

NOTA DE LA AUTORA Y MÁS.
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AGRADECIMIENTOS
Cuarto libro de Vidas Cruzadas: El ciclo (Disponible)

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By AbbyCon2B

27 de septiembre 1871.

Grand Meadow, Minnesota.

—¿Has empacado todo? Llévate otro par de medias por las dudas, a veces se pone frío en esas enormes casas.

—Pero son tus medias madre.

Meredith insistió sosteniendo el par de medias frente a su hija y con un suspiro, Alice Owston aceptó y las metió en su bolsa.

Tenía todo empacado para viajar a su nuevo trabajo y era su primera vez así que estaba algo emocionada y asustada. En su familia, todos sus hermanos y hermanas partían a servir en alguna casa adinerada para poder enviar dinero a sus padres; su hermano menor se había marchado a los catorce, su hermana mayor (ya fallecida) había empezado a trabajar de mucama a sus quince, pero había muerto de viruela a sus veinte y ahora ella, era la integrante más grande en empezar a trabajar en su familia; tenía dieciocho años.

Empezaba tarde porqué durante la guerra no había sido fácil para ella conseguir a alguien que la aceptara, pero no por eso se había quedado sin hacer nada, había lustrado zapatos en la ciudad, vendido periódicos, cuidado de los niños en el pueblo mientras las madres trabajaban y cosido ropa de soldados inválidos. Tenía experiencia trabajo y podía resistir horas sin descanso.

Pero nunca había servido en una casa tan grande como la de los Morgan y esta sí que era grande. La había visto desde afuera al ir para aquella entrevista con la señora Mitchell, no había podido explorarla pues solo había entrado por la puerta del personal a través de un largo pasillo y hacia la habitación de los sirvientes donde tenían una mesa, por lo tanto, solo tenía la imagen general y la imagen general le decía que la casa era enorme.

—Recuerda portarte bien y hacer lo que te dicen ¿sí? Necesitamos el dinero ¿sabes cuanto te pagaran?

—Creo que once dólares al año, pero les enviare cada centavo.

Se colgó su bolsa al hombro y abrazó a su madre una vez llegaron a la puerta de su humilde casa. Le esperaba una larga caminata hasta la mansión de los Morgan y como debía estar presente a las nueve salía unas ocho horas antes para caminar en la noche.

Era aterrador recorrer los caminos de noche, pero su mejor amiga la estaría acompañando y consideraba que ambas eran muchachas fuertes para poder defenderse de cualquier bandido.

En el camino frente a la casa, Dortha Blakeslee ya la esperaba con su simple vestido sin volumen y algo sucio, una capa abotonada en su cuello para protegerla del frío y su bolsa colgada al hombro, también con todas sus pertenencias.

—¿También te han aceptado, Dortha?

—Así es, señora Owston, la familia necesita de quince mucamas.

—Bueno, me alegro mucho por ti y tu familia. Viajen con cuidado niñas.

Meredith se quedó viéndolas en el camino hasta que la oscuridad las devoró y entonces se regresó a su casa para dormir.

Tanto para Alice como para Dortha era la primera vez que servirían a una familia adinerada y no sabían que esperar. Las historias de empleados eran muy variadas; algunos tenían buenas cosas que decir, otros se encontraban en gran miseria y la gran mayoría simplemente era indiferente y aceptaban su trabajo porque no tenían opción.

—¿Cómo crees que sea la señora?

Alice se lo pensó un momento.

—Grande...un poco gorda quizás —. Se rieron con complicidad y Alice sujetó su falda con dos dedos e hizo una reverencia—. Super refinada.

—Es inglesa después de todo.

—¿Me pondrías una taza de té? —actuó, poniendo su mejor acento y ambas rieron—. Espero que no sea muy gruñona.

—O muy cruel. ¡Y tiene muchos hijos!

—Alguno tal vez sea guapo.

—¡Alice! No podríamos...Sería un escandalo —. Se encogió de hombros e incluso Dortha se lo pensó—. Aunque nos daría un futuro.

—Exactamente mi punto.

Caminaron al mismo ritmo durante siete horas con el viento soplando sobre ellas, la luna haciendo su recorrido por el cielo y el sol comenzando a iluminarlas desde la distancia. Las últimas dos horas las hicieron más rápido, intentando correr un poco para no llegar tarde el primer día y cuando llegaron y vieron agitadas la enorme mansión a la distancia, redujeron la marcha y exhalaron.

—Aquí vamos —canturreó Alice y se agarró al brazo de Dortha para unirse al grupo de personas afuera de la casa.

Todos los empleados estaban llegando de sus largas caminatas para empezar a trabajar. Varios hombres y mujeres de diversas edades, todos vistiendo (lo que podía ser) sus mejores ropas y algunos intentando hidratarse después del viaje. Muchos llevaban dos días caminando hacia la mansión y algunas mujeres hasta habían tenido que ser escoltadas por algún hombre de la familia para mantenerlas protegidas en el largo viaje durante las noches y esos hombres se marchaban de vuelta a sus casas.

La gente tan pobre simplemente no podía pagar por un caballo o un carro.

Frente a la puerta de los empleados esperaron hasta que el ama de llaves y el mayordomo los recibieron. Murmuraron respecto a la familia y la casa, intentando hacer teorías en sus cabezas sobre lo que podían esperar de ellos. Todos imaginaban a una señora elegante y un tanto malcriada y algunos recordaban los servicios de Olivia en la guerra y pintaban una imagen muy distinta.

Cuando la señora Mitchell y el señor Horsfall salieron a recibirlos, guardaron silencios y se ordenaron en unas filas para escucharlos. Las mujeres de un lado y los hombres del otro.

—Bienvenidos todos a White Oak Lands, la mansión de la familia Morgan. Mi nombre es Edgar Horsfall y soy el mayordomo de los Morgan.

—Y yo soy Charlotte Mitchell, pueden llamarme señora Mitchell y soy la ama de llaves de los Morgan.

Analizó todos los rostros y arrugó un poco la nariz por los aspectos desprolijos, definitivamente no podía dejar que se presentaran de esa forma ante la señora, pero afortunadamente la señora había viajado al pueblo con sus hijos para visitar a su hija y amigos, así que tenían la casa libre para organizarlos e instruirlos.

—Como ya deben saber, la señora de la casa es inglesa (como yo misma) —dijo con orgulloso—. Así que estaremos dirigiendo esta casa con gran influencia de la corona, aquellos con experiencia sirviendo a una familia, encontraran que algunas cosas son muy distintas y otras permanecen igual, pero espero de todos su mejor desempeño y el mejor compromiso.

—Les daremos un recorrido por la casa y les enseñaremos sus dormitorios para que puedan instalarse. Luego podrán comenzar con sus tareas.

—El señor y la señora estarán regresando para la cena así que es de ¡Suma importancia! Que todo esté en impecable orden para ellos. Por favor, en orden, síganos.

La señora Mitchell se giró con elegancia y firmeza hacia la casa, como la comandante de un ejercito y entró por la puerta del personal con el señor Horsfall siguiéndola con su espalda erguida y los brazos firmes a sus lados.

Los que ya estaban acostumbrados, los siguieron sin pensar demasiado, apresurándose para no quedarse atrás, los nuevos, intercambiaron una mirada de dudas y miedos y tardaron en hacer lo mismo.

En el trayecto por el corredor del ama de llaves les señalaron las habitaciones a la izquierda y la cocina. Las dos cocineras, Haylie Davis y Christal Hooper ansiaban echar un vistazo, pero mantuvieron la marcha en fila detrás del mayordomo y la ama de llaves.

Una vez en el primer piso les enseñaron todas las habitaciones desde afuera y llegaron a la zona de empleados para repartir algunos dormitorios. Iban dejando a las personas en sus cuartos para que se aprontaran y le indicaban que debían hacer y donde debían encontrarlos.

Cuando la señora Mitchell se detuvo en la habitación de la señora Hooper, una cocinera de cincuenta y dos años y con gran experiencia en su profesión, la señora silbó.

—¿Y cuál miembro de la familia tiene este cuarto?

—Ninguno señora Hooper, este será su dormitorio.

Christal dirigió su cabeza hacia Charlotte, capaz de quebrarse el cuello en el proceso y ahogó un jadeo.

—¿Cómo dice?

—Este será su dormitorio. Tiene su cama, su armario y la estufa que puede encender siempre que guste para mantenerse caliente.

—¿Tengo mi propia estufa? —. Christal se rio y entró en la habitación—. Esto es el cielo, señora. ¿De verdad dormiré aquí?

—Así es, límpiese y cámbiese por la ropa en su armario, la volveré a ver en el pasillo principal cuando termine.

Charlotte continuó dando el recorrido, ubicó a Alice y Dortha juntas en un dormitorio de la primera planta y continuó con la segunda y luego uno de las construcciones externas donde tenían más dormitorios para entregar.

—Esta ropa es muy elegante —comentó Dortha revisando en su armario—. Mira... ¿Te gusta?

Sujetó el vestido que se pondría (igual al de todas las mucamas) de color negro, liso, con botones en el pecho que se cerraban hasta el cuello y una larga falda que acababa sobre los dedos de los pies, dejando unos centímetros para que no la pisaran. Era simple, pero de un buen material y elegante.

—Me encanta, el mío es igual.

Se asistieron mientras se vestían para acomodar los corsés, abrochar los vestidos en la espalda y luego los botones y se pusieron un delantal que ataron en sus cinturas y sujetaron con unas pinzas sobre sus pechos.

Alice terminó de colocarse el bonnet blanco y una cintilla negra en el cuello para cubrir uno de los botones, se puso unos broches sujetando el bonnet en su cabeza y salió del dormitorio con Dortha.

Charlotte los esperaba en el pasillo principal con Edgar, estaban parados en la escalera para hacerse visibles a todo el personal y que sus voces retumbaran en las paredes y el eco alcanzara incluso a los más alejados.

—Espero todos se hayan acomodado en su tiempo libre y estén listos para comenzar a trabajar. Hoy empezaremos once y cuarto, pero deben tener presente que las limpiezas y otras actividades empiezan desde las cinco de la mañana todos los días, no toleraré retrasos de ninguna clase.

—Tampoco yo, señores. Espero excelencia de todos ustedes y puntualidad y ninguno tendrá permitido dirigirse al señor o la señora a menos que estos les hablen directamente. Una sola queja que reciba de la familia y les aseguro que ya no tendrán trabajo.

—Señora Hooper y señora Davis, la cocina es suya, por favor, adelántense y explórenla y conozcan a sus asistentes. Le voy a entregar esta lista... —. Sacó unas hojas dobladas de su bolsillo y bajó las escaleras para ponerlas en sus manos—. La señora la ha diseñado con alimentos que están prohibidos en la cocina por las alergias de la familia y otros que son de desagrado, me ha dicho que, de usar dichos alimentos, deben preparar una comida alternativa para servir. La cena debe estar lista a las ocho y el almuerzo de los empleados, por hoy, se servirá a las dos. Retírense y recuerden trabajar juntas.

Christal y Haylie se miraron con desagrado escaneándose mutuamente de pies a cabeza, la idea no les agradaba. Se giraron para ir a la cocina, pero no evitaron pecharse al ir por el pasillo o bufar ante la presencia de la otra. Christal eligió a sus dos asistentes y se ausentó sin siquiera saludar a Haylie.

Haylie bufó.

—La lavandería es un edificio aparte, pueden recoger la ropa de los dormitorios y retirarse para comenzar a lavar. ¡Y no toquen nada más! Quiero toda la ropa en la cuerda para las tres, andando.

Las tres lavanderas hicieron una pequeña inclinación y se retiraron hacia la puerta del personal sin perdida de tiempo.

—Ustedes dos se encargarán de la destilería —señaló Charlotte hacia unas mujeres—. Hay que preparar las reservas, hacer manteca, crema y queso. Pidan por indicaciones a la señora Hooper y Davis. Ustedes dos pueden ir al jardín y las demás me seguirán para comenzar a limpiar la casa.

Charlotte se marchó con un grupo de quince mujeres y empezó a entregarles sus materiales y enseñarles como trabajar.

Los hombres se quedaron ante Edgar.

—De acuerdo, señores, ustedes tres se encargarán de los caballos en el establo. El señor tiene un gran afecto por su Shire así que en cuanto regrese lo limpiarán y atenderán con cuidado y esmero, quiero ese caballo más feliz que un niño en navidad ¿entendido? Retírense. Ustedes se encargarán de los animales. Ustedes pueden aprontar el carro y estar disponibles para cuando el señor o la señora quieran viajar... —. Fue enviando uno por uno a cada hombre con una tarea en sus manos hasta que solo quedaron los tres mozos, que respondían directamente a sus ordenes y los dos niños de corredor—. Ustedes dos deben lustrar los zapatos del señor y encender las estufas. En cuanto a ustedes tres, acompáñenme, les enseñaré donde guardamos los platos, copas y cubiertos y como servir correctamente la mesa.

El día avanzo en tres grandes partes.

La cocina más grande era de Christal Hooper y sus dos asistentes; Angelica Bristow (la hija de los Bristow) y Adelaida Polley. La otra, dedicada a los pasteles y cosas dulces era de Haylie Davis, con sus dos asistentes; Lacy Ellery y Clarity Thorburn y aunque se esperaba trabajaran todas juntos; Hooper y Davis, sin conocerse, elegían no hablarse.

—Oh hermoso es el Señor —canturreó Hooper en lo que revisaba todos sus muebles y sacaba absolutamente todo para admirarlo—. Pero que belleza...Ay que hermoso...Me encanta...Uh, que elegante...Esto lo usare...

Angelica y Adelaida la vieron revisar todos los muebles y lloriquear de emoción ante las cosas que encontraba y por lo bajo se rieron. Esperaban alguna orden, de pie junto a la puerta con sus manos en la espalda.

La señora Hooper era mayor y enana, algo regordeta, pero con un rostro dulce (para nada como su actitud gruñona) tenía las mejillas grandes pero caídas por la edad y unos enormes ojos celestes. Su cabello estaba recogido en un moño, pero algunos rulos rubios se alborotaban y escapaban del bonnet que adornaba su cabeza.

—¡Oh mi Dios! —. Las dos jóvenes se rieron un poco más al ver la emoción de la señora Hooper cuando abrió las puertas de uno de los armarios y lo encontró repleto—. Esto es un paraíso, niñas...Vengan, vengan...Agarren esto y esto, esto también, esto, tomen lleven esto, aquí, esto también...

Las cargó con frascos, frutas, más frascos, algunas vasijas con cosas y como pudieron, Angelica y Adelaida lo llevaron todo a la mesa en el centro de la cocina y acomodaron el espacio.

—¿Cómo se llaman?

—Adelaida Polley.

—Yo soy Angelica Bristow.

—Bueno, jóvenes, soy la señora Hooper. Prepararemos un almuerzo para los empleados y en la tarde veremos que se servirá en la cena.

Las puso a limpiar todas las ollas e instrumentos para volver a guardarlos y empezó con el almuerzo de los empleados.

En la despensa del mayordomo, los mozos prestaban atención a todas las indicaciones de Edgar y luego su larga explicación sobre como poner la mesa. Empezaron lustrando todos los cubiertos de plata y platos, limpiaron las copas y practicaron en el comedor para poder servir la mesa.

—Empezarán sirviendo a la señora y darán la vuelta siempre a la derecha de la persona...

Edgar les corrigió desde la postura hasta como agarraban la bandeja o la botella de vino.

Los mozos eran tres; Drew Tanner, Jadan Petterson y Ashton Fletcher y eran hombres muy guapos y esbeltos, algo de gran importancia al momento de contratarlos. Edgar había rechazado a varios hombres simplemente porque eran feos o muy bajos. El aspecto de los mozos era de suma importancia, pues ellos muchas veces serían vistos en público con la familia o recibirían a los invitados, un mozo feo o enano, solo dañaba la imagen y el prestigio de la casa y a los dueños de esta. Incluso le pagaban un poco más a aquellos que superaban el metro setenta de altura. Y ellos tres lo superaban.

Y luego estaban las limpiadoras; mucamas y jefas siguiendo las indicaciones de la señora Mitchell.

Algunas se encargaron de hacer las camas, barrer, sacudir almohadones, cortinas y el polvo de los muebles. Otras se encargaron de las alfombras y otras de lavar todos los pisos y lustrar los muebles de madera. Limpiaron espejos y ventanas.

Se detuvieron todos a las dos y cinco para el almuerzo que las cocineras y sus asistentes habían servido en el salón de empleados. Aquellos que trabajaban dentro de la casa se sentaron en la enorme mesa del salón y los que trabajaban afuera comieron en otro salón aparte en un edificio externo, donde tenían sus dormitorios.

—Estoy exhausta —comentó Alice cuando se sentó—. No he parado en todo el día.

—Tendrán que acostumbrarse —les dijo una de las mucamas mayores—. A veces es peor.

El mayordomo estaba sentado en la cabecera y esperaron en silencio y con las cabezas gachas en lo que él daba las gracias por la comida. Edgar terminó y cuando levantó sus cubiertos todos lo imitaron y empezaron a comer; cuando él terminaba todos en la mesa también debían terminar, incluso sí aun tenían hambre y les quedaba comida en el plato, afortunadamente Edgar comía lento.

Charlaron un poco y se conocieron, terminaron de comer y retomaron sus tareas y después de limpiar la mesa, fue momento de las asistentes de cocina y las cocineras de sentarse a almorzar.

Olivia llegó con sus hijos seis y veintitrés al mismo tiempo que Jonathan.

Él vio a un hombre que venía a retirar su caballo para llevarlo al establo y concluyó que ya el personal estaba en la casa.

—¿Llegó el personal?

—Deberían —. Lo confirmaron cuando uno de los mozos abrió la puerta principal y todos sus niños entraron en estampida armando un alboroto—. Definitivamente llegaron. ¿Cómo estuvo tu día?

—Tranquilo, tengo algunas noticias para darte —. Ella esperó continuara—. Te diré durante la cena. ¿Cómo está todo en el pueblo?

—Tranquilo, Jain y Derby se mudaron a nuestra vieja casa y les he ayudado un poco a ordenar. ¡Niños, no corran en las escaleras! —. Suspiró cuando no le hicieron caso y agradeció al hombre que le abría la puerta—. Tu debes ser uno de los mozos ¿verdad?

—Así es, señora.

—¿Cómo te llamas?

—Jadan Petterson —respondió y tomó la chaqueta de Jonathan y su sombrero.

—Un gusto conocerte, Jadan ¿podrías por favor enviar a la señora Mitchell a mi habitación? Me gustaría hablar con ella.

Jadan asintió, hizo una pequeña reverencia y se retiró con el abrigo de Jonathan.

—Tendré que cambiar de sombrero tarde o temprano —comentó Jonathan y siguió a su esposa por las escaleras.

—¿Por qué?

—Realmente no es muy apropiado que me ande paseando con este estilo de sombrero dada mi nueva reputación. Dios, mi padre estaría celebrando si me viera.

—¿Qué haremos? Te has convertido en aquello que has jurado destruir —dramatizó llevándose una mano a la frente y Jonathan se burló entre risas—. Puedes conseguir un nuevo sombrero que te guste.

—Dudo sea posible, realmente me gusta este...Pero ya veremos.

Llegaron al dormitorio y el bello aroma la hizo sonreír, se podía apreciar que el personal había arrasado con toda la mugre durante ese día; la cama estaba hecha y recordaba que no la había armado esa mañana, toda la ropa que tenía para lavar ya no estaba y no había una sola pelusa o polvo en el aire.

Se metió en su vestidor y Jonathan la siguió.

—¿Cómo llevas la adaptación?

—No muy bien —confesó un tanto afligida—. He estado leyendo este libro sobre etiqueta y lo que dice es muy útil, pero llevarlo a la práctica no es tan fácil...Me aterra que en cualquier momento llegue alguna señora a inspeccionarnos y yo no sapa como actuar.

—Estoy seguro harás un excelente trabajo, son los niños quienes me preocupan. Tu eres una mujer muy elegante, pero nuestras hijas dan pena.

—Por favor no hables así de ellas.

—Sabes que es cierto —. Miró por la ventana del vestidor hacia el enorme jardín y notó que ya había algunos hombres trabajando la tierra muy a la distancia—. No tienen la postura o la actitud y nos causará problemas si se hace evidente a ojos ajenos. Ahora tenemos una apariencia que mantener mucho más importante que antes.

—Bueno, para ti es fácil, tu creciste con este estilo de vida, pero mis niños y yo no tenemos idea, así que tendrás que ser paciente —. Se sentó junto a la mesa y bufó—. Sabes que odio me presiones.

—Perdona, nena, no pretendía estresarte —. Se acercó para besar su frente y le masajeó los hombros—. Todo a su tiempo, ya tendremos tiempo de enseñarle a nuestros hijos como actuar.

Jonathan se marchó cuando notó a la señora Mitchell esperando para poder ingresar a la habitación y Olivia se frotó el rostro y suspiró.

—¿Me llamaba, señora?

—Oh, sí, ¿podría llamar a todo el personal al salón principal? Me gustaría hablar con ellos antes de la cena.

Charlotte no pudo evitar fruncir el ceño ante el pedido, pero asintió y cuando Olivia dejó en claro no tenía nada más por decir, hizo una pequeña reverencia y se regresó para salir de la habitación.

No llegó muy lejos cuando volvió sobre sus pasos.

—Realmente espero no molestarla con esto, señora, pero no pude evitar escuchar lo que le comentaba a su marido —. Olivia la miró desde su banco con una sonrisa y esperó continuara—. ¿Sobre no saber como adaptarse?

—Oh, eso...Sí, es un desafío nuevo para mí, en la granja no debía preocuparme tanto por mis modales y esas cosas.

—Yo podría ayudarla, si lo desea. He trabajado rodeada de señoras toda mi vida y podría darle una orientación sobre como comportarse ante ellas.

Giró todo su cuerpo en la silla, interesada ante la propuesta y apoyó su antebrazo en el respaldo.

—¿No le molestaría hacer eso? —. Charlotte negó—. En ese caso me encantaría, estoy un tanto perdida. Muchas gracias, señora Mitchell.

Volvió a hacer una reverencia pequeña y esta vez sí se retiró.

—La señora solicita la presencia de todo el personal en el salón —comentó al unirse con Edgar en el corredor frente a su dormitorio.

—¿Todo el personal? ¿Hay algún evento acercándose?

—No que yo sepa... ¿Habremos hecho algo mal?

Edgar se quedó mirando la pared a su lado pensativo y al igual que Charlotte se preocupó, pero forzó una sonrisa y empezó a negar.

—Seguro es otra cosa, llamemos al personal como pide la señora y veamos.

Cuando Olivia entró en el salón general con sus hijos y Jonathan, encontró que todo el personal ya la esperaba y murmuraban entre ellos igual de preocupados que Charlotte y Edgar, intentando descubrir cual podía ser el motivo del llamado.

Temían haber hecho algo mal durante la limpieza de esa tarde.

—Buenas tardes, espero no haberles preocupado al llamarlos, quiero aclarar que solo planeo presentarme y presentar a mí familia y felicitarlos, la casa está impecable.

Todos respiraron aliviados e incluso Charlotte se permitió relajar un poco sus hombros y sonrió con una mano en su corazón.

—Mi nombre es Olivia Morgan y este es mi marido, Jonathan Morgan —. Jonathan saludó inclinando su cabeza y permaneció junto a ella—. Mis niños, del más chico al más grande son Aiden, Katherina, Henry y Nolan, Marie, Hardy, Emma, Peter, Laurissa y Adrian, Gwendoline, Eleonora, Eli, Amelia, Darrin y Oliver. Y aquí tenemos al futuro integrante de la familia, su nombre aun se debe definir —. Sonrió y todo el personal la acompañó—. Bueno, realmente espero que se encuentren a gusto en la casa y que les hayan gustados sus dormitorios. ¿Les gustaron?

—Estoy encantada —dijo Christal antes de que nadie se animara a hablar—. Es hermoso y tengo una estufa, señora, increíble...

Se calló cuando Charlotte le lanzó una mirada para calmarla y sonrió.

—Gracias, señora.

—Me alegra muchísimo ver esa emoción, es exactamente lo que quería —. Dejó que sus hijos y su esposo se retiraran para terminar sus actividades antes de la cena y volvió su atención al personal—. Seguro con el tiempo encontraran que tengo una forma algo peculiar de manejar las cosa y es posible que cambie mi método varias veces, soy algo nueva en todo esto, pero es muy importante para mí que todos estén cómodos, bien alimentados y descansados. No deseo que nadie trabaje hasta el agotamiento, así que, señora Mitchell, espero que usted maneje los horarios de todas las señoras y señoritas para que puedan tener su hora de descanso durante el día. Señor Horsfall lo mismo con los señores.

Ambos asintieron y Olivia pidió a todos que se presentaran para hacerse una idea de los nombres. Le tomaría un tiempo recordarlos.

—Cualquier cosa que necesiten pueden decirme o enviar al señor Horsfall o la señora Mitchell a hablarme y espero podamos convivir pacíficamente y funcionar de la mejor forma posible. Muchas gracias a todos. Señor Horsfall y señora Mitchell por favor no se retiren todavía.

Todo el personal regresó a sus tareas lentamente excepto por ellos dos y cuando la puerta se cerró dejándolos a solas, Olivia se sentó en el sofá con sus tobillos adoloridos por el embarazo y los invitó a hacer lo mismo en el sofá frente a ella.

—Mañana mi marido desea ser despertado a las ocho así que imagino desayunaremos a las nueve o nueve y media. Esperaba que usted, señor Horsfall, pudiera hacerse cargo de las mañanas de mi marido hasta que él consiga su asistente.

—Por supuesto, señora.

—Y sí usted pudiera enviar a una de las mucamas para asistirme a mí se lo agradecería mucho, señora Mitchell —. La mujer asintió—. Bien, muchas gracias a ambos, cualquier cosa no duden en buscarme y por favor, ¿podrían prepararme el baño en mi habitación?

—Inmediatamente, señora.

Ambos se retiraron y Olivia se quedó en el silencioso sofá y acarició su vientre.

Tendría que acostumbrarse a todo eso; tener gente trabajando por ella y sirviéndola, estar en una casa tan grande y rodeada de tantos lujos. Estando embarazada, la asistencia le gustaba, pero una vez diera a luz y quisiera hacer las cosas ella misma ¿podría?

Se dio un baño que necesitaba después de haber pasado su día en la granja ayudando a Jian y Derby y cuando estaba lista para vestirse, la mucama que Charlotte había enviado la asistió.

—¿Cómo te llamas, querida?

—Alice Owston, señora.

—Alice Owston —repitió para intentar recordarlo—. No ajustes mucho el corsé por favor, debemos dejar espacio para el bebé.

Alice obedeció y anudó los cordones del corsé sin haber tirado mucho de estos. Olivia lo acomodó en el frente para que sujetara su pecho y con la ayuda de Alice logró ponerse el polisón que levantaba la parte trasera de su atuendo y sobre este el vestido.

—¿Has viajado mucho para llegar?

—No tanto, señora, solo algunas horas y mi amiga me ha acompañado.

—¿Tu amiga también trabaja aquí? ¿Cómo se llama?

—Dortha Blakeslee.

Olivia se sentó para que Alice comenzara a peinarla y mientras tanto empezó a colocarse algunas de las joyas que Jonathan le había comprado.

—Espero que la señora Mitchell las haya ubicado en el mismo dormitorio.

—Así es, señora, muchas gracias.

Cuando terminó de peinarla, Olivia dejó el asiento y aprovechó a acomodarle el vestido para quitarle las arugas de la seda. Se veía hermosa, con el vestido de color dorado que se extendía hacia el suelo y cuya cola se arrastraba un poco, unos decorados en el borde inferior que tenía algunas moñas del mismo color formando pinzas en la tela y dejando ver muy sutilmente el borde de la falda blanca debajo. Y sobre el vestido, una chaqueta blanca que iba hasta la cadera ajustada y con un diseño de ramas y hojas doradas en la tela. El frente estaba abotonado en el vientre de Olivia, pero el escote pronunciado dejaba que se viera el vestido debajo y unas flores artificiales la decoraban.

—Se ve muy hermosa.

—Muchas gracias, cielo.

La campana sonó para anunciar que servirían la cena y bajando las escaleras se encontró con sus hijas y Aiden, quien venía a sujetarla de la mano para bajar con ella.

—Veo que sen han aprontado muy bien.

—Las mucamas nos han ayudado —confesó Gwendoline en voz baja—. Realmente yo no sabía que hacer.

—Tampoco yo —concordó Olivia y rieron.

Cuando entraron en el comedor la enorme mesa estaba servida y decorada de una forma abrumadora.

La mesa para veinte personas tenía un mantel blanco y de los veinte asientos dieciocho estaban servidos con elegancia, frente a cada asiento tenían el plato de la comida, el plato de la ensalada que era un poco más pequeño y sobre este una vasija de vidrio para la sopa. A la izquierda estaba la servilleta doblada y el tenedor apoyado encima y a la derecha el cuchillo y la cuchara para la sopa. Tenían un vaso para el agua y una copa para el vino.

Los tres candelabros sobre la mesa tenían todas las velas encendidas y los otros tres en la mesa también, por lo que toda la habitación estaba iluminada. Y decorando el centro de la mesa había algunas flores.

Era evidente que el personal se había esmerado y todos estaban maravillados.

Sus pasos retumbaron por el salón hasta que empezó a caminar sobre la alfombra y sonrió.

—Con este servicio no tengo dudas de que impresionaremos a nuestros futuros invitados —comentó y notó que una de las sirvientas que terminaba de ordenar la mesa sonreía—. Niños, elijan sus asientos.

Jonathan corrió la silla en la cabecera para que Olivia se sentara y luego ocupó la cabecera al otro lado.

—¿Ya has contratado una institutriz?

Olivia se detuvo en lo que acomodaba a Aiden a su lado y lo miró.

—¿Cómo dices?

—Alguien debe darles clases a los niños.

Los tres mozos comenzaron a dar sus vueltas en fila alrededor de la mesa. Uno servía el vino, el otro el agua y por último les llenaban las vasijas con sopa de zapallo y crema.

—¿Qué hay de la escuela?

—Sí lo que queremos es mejorar el comportamiento de los niños, la escuela no les ayudara —. Olivia tomó la servilleta debajo del tenedor y la extendió sobre su falda; sus hijas la miraron en silencio e imitaron—. Una institutriz es mejor y de esa forma no tendrán que dejar la casa.

—En ese caso yo podría darles clases.

—¿Y cuando no tengas tiempo simplemente las suspenderás?

No, Jonathan tenía razón, no podía darles clase y simplemente suspenderlas cada vez que algo surgiera; podía encontrar que su agenda estaba ocupada durante toda una semana y sus niños no podían pasar tanto tiempo sin educación. Y ya llevaban dos semanas sin clases.

—Supongo que tendré que buscar una, ¿pero ¿Qué hare con todo mi tiempo libre? Apenas han llegado los sirvientes y ya me estoy enloqueciendo con mis manos vacías.

Comenzaron a comer y Olivia probó la sopa juzgando el sabor; la señora Hooper era una excelente cocinera.

—Puedes dedicarte a las cosas que te gustan, escribir el libro que planeabas hace años, pintar o aprender francés, tu me mencionaste una vez que te interesaba.

Se emocionó un poco en su asiento cuando se percató de que Jonathan tenía razón. Llevaba demasiado tiempo enfocándose en los niños y la casa que se había olvidado de sus propios pasatiempos, pero ahora con días enteros libres, podía dedicarse a eso; escribir el libro de cocina que tanto le gustaba y alguna novela.

—Es una excelente idea y las niñas podrían aprender francés conmigo.

Las más grandes se emocionaron con la idea, pero Emma bufó y puso sus ojos en blanco.

—¿Realmente debemos?

—Claro que sí, Emma, es excelente para impresionar a nuestro futuro marido ¿verdad, madre?

—Yo diría más para cultivar sus conocimientos que la parte del marido, Amelia, pero sí...Es excelente idea.

—Pero impresionar a un hombre es importante ¿o no lo es? —inquirió Eleonora un tanto confundida.

—Lo es, hija —respondió Jonathan.

—¿Ves? —dijo Amelia—. Y hablando de maridos, padre...

Jonathan se tensó y Oliver levantó la vista de su sopa y se congeló con sus ojos pegados sobre Amelia.

—¿Hablando de maridos ¿qué? —indagó.

—Nada, nada...Es solo... ¿Debo buscar uno ¿no?

—A su debido tiempo, dile padre.

—Tu hermano tiene razón, no tienes apuro ninguno —apoyó.

—Pero ¿Qué tal si me enamoro? —. Oliver bajó su cuchara en la mesa y Adrian ocultó su risa con el vaso de agua—. No digo que lo este, Oliver.

—No pareces decir lo contrario. ¿Por qué has sacado el tema sino?

—Curiosidad y para entender que debo hacer.

—Estudiar —intervino Olivia—. Lo que debes hacer es estudiar, ir a la Universidad u otra cosa, pero no debemos discutir el asunto de maridos todavía.

—Tu madre tiene razón —concluyó Jonathan.

Amelia suspiró y regresó la atención hacia la sopa, pero Olivier no lo hizo.

Henry y Nolan murmuraban entre ellos y se reían de la situación y las hermanas de Amelia la miraban silenciosas.

—Yo insisto en saber porque has sacado el tema.

—Ya te lo he dicho, Oliver.

—Me has mentido que es distinto —. Dos de los mozos de pie de un lado de la habitación se miraron entre sí y reprimieron una sonrisa ante el escándalo—. ¿Te estás viendo con alguien?

—Por Dios, Oliver, claro que no. Padre dile que pare.

—Estoy comiendo —se disculpó Jonathan forzando una sonrisa y Olivia lo reprendió desde el otro lado con sus ojos—. ¿Qué? Oliver está haciendo preguntas muy adecuadas.

—¿Quién es el hombre?

—Nadie, Oliver, no me estoy viendo con nadie ¿vale? —. Su hermano le sostuvo la mirada desde el lado opuesto de la mesa y no cedió—. En serio lo digo, ya dejemos el tema ¿sí?

Ella continuó su cena, pero por varios minutos Oliver no dejó de mirarla hasta que Jonathan le tocó el hombro llamando su atención y negó en silencio para que dejara pasar el asunto.

Los mozos se llevaron las vasijas de sopas vacías cuando terminaron y sirvieron una ensalada de hongos y pepinos a los que le gustaban y como Olivia había especificado en la lista que algunos de sus hijos no comían hongos, les había hecho una ensalada con verduras variadas.

—¿Cuál era la noticia que nos darías en la cena, Jona?

—Uh, cierto...De acuerdo, primero que nada, decirles que el negocio está yendo muy bien y estamos haciendo trecientos mil al mes —. Olivia se atoró con un hongo y estuvo a segundos de escupirlo—. Toma agua, amor.

—Sí, sí, perdonen. ¿Trescientos mil?

—Así es, agradezco al oro que encontramos en esa mina o jamás habría dirigido mi interés a los negocios y no estaríamos aquí ahora —. Todos agradecieron con él.

—¿Y qué más?

—Quiero dirigir mi interés hacia un nuevo negocio; trenes y barcos. Últimamente he notado que está generando muchos ingresos, incluso más que la industria minera.

—¿Y cómo planeas hacer eso?

—Pues quiero comprar unas estaciones de tren a algunos señores y unificarlas en una única compañía de ferrocarriles.

—¿Podemos pagar eso? —curioseó Adrian y Jonathan asintió.

—Es una inversión que nos dará grandes ganancias en el futuro.

—¿Y cómo lo harás exactamente? —preguntó Olivia—. No soy ninguna experta, pero dudo que los hombres te vendan sus estaciones sin siquiera conocerte.

—De hecho, ahí es donde entras tú, mi amor —. Olivia alzó una ceja y detuvo al mozo de retirarle el plato alzando una mano frente a este—. Habrá una fiesta el próximo año, un evento muy importante donde nos conseguiré lugar y es de conocimiento general que la mejor forma de acercarse a un hombre es a través de su esposa, así que...

—¿Quieres que yo me haga amiga de sus señoras ¿verdad?

Jonathan sonrió con pura calma e inocencia, sabiendo que Olivia no disfrutaría de la idea y se limpió los labios con la servilleta en su regazo.

—Sé que no te gusta, pero me ayudaría mucho si lo hicieras durante ese evento.

—Tendré que pensarlo. ¿Cuándo será esta famosa fiesta?

—Tenemos tiempo, está planeada para tomar lugar a comienzos de verano en Rockwood Hall.

—¿Rockwood? ¿No es esa la casa de...? ¿Ay, como es su nombre?

—¿William Rockefeller?

—¡Él, sí! ¿Es su casa? Oh, Dios...Debe ser un evento tan importante y yo no tengo ni idea de como comportarme.

—Cariño, faltan meses.

Se relajó al recordarlo y terminó su ensalada para que la retiraran. 

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