Vidas cruzadas: El ciclo. #1...

By AbbyCon2B

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Olivia Eades es psicóloga y periodista con una vida hecha en el 1970, con su madre y hermano, sin deseos de c... More

NOTA DE LA AUTORA Y MÁS.
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AGRADECIMIENTOS
Cuarto libro de Vidas Cruzadas: El ciclo (Disponible)

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By AbbyCon2B

14 de enero 1866.
White Oak Lands, Minnesota.

Derby estaba ebrio en la cocina y Jian no se animaba a entrar hasta que se durmiera.

Podía escucharlo desde el pasillo y ver su sombra moviéndose al pasar frente a la luz de la vela. Estaba tan ebrio que ni siquiera conseguía levantar sus pies para caminar y los arrastraba sobre la madera o tropezaba con sus propios zapatos. Quería creer que era su forma de celebrar que pronto Jonathan tendría mucho dinero, pero había comenzado a embriagarse todas las noches desde hacía ya dos semanas y no necesitaba un motivo para hacerlo.

Escuchó su áspera voz tarareando una de las canciones de viaje que le gustaban y se mordió el labio, intentando que no la notara. Estaba algo refugiada dentro de la habitación de su hijo, donde prefería encerrarse esas noches para evitarlo al menos hasta que se quedara dormido.

—Mami, tengo hambre.

Miró hacia su hijo que estaba sentado en la cama dentro del dormitorio y apoyó su frente contra el marco de la puerta.

—Ya te traigo algo ¿sí?

Liam asintió y continuó pintando en una hoja con las crayolas de Adrian y Jian se enfrentó a tener que dejar el dormitorio. Aun no había servido la cena esa noche, parte del motivo por el cual Derby estaba tan enojado y tampoco tenía ganas de servirla mientras él siguiera en la cocina.

Se obligó a salir del cuarto cerrando la puerta y caminó hasta la cocina intentando no parecer muy nerviosa.

Acomodó las arrugas en su delantal y acarició su vientre abultado que se disimulaba un poco con su vestido. Traía el corsé, pero ya hacía varios meses que no lo ajustaba demasiado. Acomodó su cabello para que no escapara de su recogido y sin mirarlo o hablarle, le dio la espalda para empezar a preparar algo.

Derby estaba sentado en la cabecera de la mesa enfrente a ella, con la botella de whisky en una mano y un vaso en la otra, aunque ya no usaba el vaso para beber y en su lugar bebía de la botella.

Por unos minutos se alegró al pensar que no la molestaría y la dejaría preparar la cena tranquila, entonces lo escuchó comenzar a murmurar quejas por lo bajo y supo que su paz no duraría demasiado. Hizo un esfuerzo extra para ignorarlo, mientras Derby bufaba, se quejaba y continuaba bebiendo, incluso cuando comenzó a hablar más alto para que lo escuchara, intentó no darle importancia.

—...Llego a mi propia casa y ni siquiera tengo algo para comer, maldita sea... —. Se llevó la botella a los labios y echó su espalda hacia atrás sobre la silla—. Oh, pero claro, la señora debe cuidar al malcriado ese...Estúpido niño... ¡Dame de comer, mujer!

No le respondió y continuó preparando una cena, algo rápido y sencillo, pues ya era tarde y debían madrugar. Hizo unos emparedados para Liam y puso otros dos para Derby en un plato, se los dejó en frente con la intención de marcharse con su hijo, pero no lo consiguió.

Derby miró la comida y bufó.

—¿Qué mierda es esto? Trabajo todo el puto día y ¿esto me sirves?

El plato voló en su dirección, pero cayó al suelo antes de alcanzarla tirando también toda la comida que contenía, miró como el emparedado se abría y la mayonesa manchaba toda la madera.

—¡¿Esta mierda me sirves?! —. Retrocedió cuando Derby se puso de pie y alzó la vista hacia él—. ¿Trabajo todo el día para que me sirvas esta mierda? ¿Eso me das? No toleraré que me insultes de esa forma...Tu...Agg, maldita sea, es todo por tu culpa...Yo estaba bien...Yo estaba feliz...

Sus palabras se arrastraron, así como sus pasos cuando comenzó a caminar hacia ella. Jian retrocedió.

—Es tu culpa, todo... ¡Todo es tu maldita culpa! Me sedujiste y te embarazaste porque querías arruinarme y hacerme miserable...¡¿Que no entiendes no puedo ser tu esposo?! No puedo...

—Tu me sedujiste a mí, Derby.

—No me contestes —le espetó en el rostro—. No te atrevas a hablarme de esa forma...Tu nos arruinaste a ambos, me obligaste a estar contigo...querías engañarme como engañas a todos los hombres...

Le dio la espalda un segundo como si pretendiera volver a su asiento, pero tan solo lo hizo para mirar hacia el dormitorio de Liam desde la cocina.

—Y ese inútil de hijo que tienes. ¡¿Qué miras, estúpido?! Vete a tu cuarto.

Liam huyó de nuevo hacia su habitación y Jian apoyó el plato con sus sándwiches en la mesa.

—No le hables así, es solo un niño y no es su culpa que su padre sea un borracho.

Derby se regresó hacia ella con su brazo en alto y le cruzó el rostro antes de que Jian pudiera intentar protegerse. Se quedó congelada, mirando hacia el suelo con su cabeza hacia un lado y la mejilla comenzando a arder donde su mano había impactado y jadeó. Derby se había embriagado muchas veces desde que se habían casado y ya podía decir que era una rutina, pero nunca se había vuelto violento físicamente con ella. Esa era la primera vez.

Derby la miró, como sí también se hubiera sorprendido de sus propias acciones y se tambaleó comenzando a llorar.

—P-perdón...Perdón, no quería...Fue un accidente... —. Se acercó a ella para abrazarla y aunque le habría gustado apartarse, no se movió—. Perdóname, soy un mal hombre, perdóname, por favor...

—No importa —susurró, reteniendo sus propias lágrimas—. Fue un accidente.

—Sí, sí, lo fue, sabes que yo jamás te haría daño —. Le sujetó el rostro y evaluó el golpe en su mejilla—. ¿Estás bien ¿no? ¿No le dirás a tu papá ¿verdad?

Negó apretando los labios y evitó mirarlo en el proceso.

Consiguió soltarse de su agarre y aprovechar ese cambio de humores para llevarse la comida de Liam y encerrarse con él en la habitación.

Durmió con el niño esa noche por miedo a encontrarlo en el dormitorio y que las cosas pudieran empeorar.

Lo escuchó tambalearse hacia el cuarto de ellos y como la cama crujió cuando se acostó a dormir y una vez Liam cenó y se durmió a su lado, se permitió tocar el golpe en su mejilla y llorar en silencio.

A veces imaginaba como sería su vida si hubiera permanecido fiel a Winfred, se veía a sí misma en una linda casa de campo a las afueras de Washington, en Virginia. Tenía un gran jardín donde ocupar sus tardes y vestía los mejores vestidos que una mujer podía llevar en la granja, cocinaba todas las tardes con dos de las hijas que tendrían juntos y lo veía llegar con uno de sus varones para la cena. La besaba, la saludaba y charlaban sobre sus días como Jonathan y Olivia acostumbraban a hacer. Imaginaba que conseguía ir a la Universidad como su madre, primera mujer asiática en conseguirlo en esas fechas y que con su nueva educación podía convertirse en enfermera como Olivia y ayudar a los más débiles. Seguramente tendría tres empleadas para ayudarla con las tareas del hogar y para sus treinta ya contaría con varios hijos y una hermosa rutina llena de tranquilidad. Algunas veces Winfred y ella discutirían, pero él nunca le alzaría la mano y siempre la consolaría cuando comenzaba a llorar. A diferencia de Derby, Winfred siempre había sido un caballero y respetaba a las mujeres, pero Jian lo había arruinado y con ese pensamiento en mente se durmió.

A la mañana siguiente cuando Derby salió de su dormitorio claramente era un hombre distinto sin alcohol en su sangre. El alcohol era el verdadero problema en esa relación.

La vio sirviendo el desayuno y notó el moretón rojo en su mejilla. No se animó a acercarse o tocarla, tan solo se sentó en la mesa junto al niño que dejó de comer al verlo y llenó una taza con su café.

—Deberías cubrirte esa mejilla...digo...

Jian se detuvo en lo que hacía, limpió sus manos en un trapo y desapareció hacia su dormitorio para ponerse algo de maquillaje. Cuando regresó, ya no se notaba el golpe.

Ninguno habló durante la comida y el ambiente fue tenso para los tres hasta que Derby se puso de pie y abandonó la casa para ir a trabajar.

—¿Dos dólares? ¿Estás segura? —. Olivia asintió y puso la bandeja con pasteles en el centro de la mesa para que todos se sirvieran y eso hicieron, dejándola vacía mucho antes de que pudiera agarrarse uno—. ¿Y seis a los que no trabajen para nosotros?

—Exacto.

Se sentó y sonrió cuando Jonathan le puso su pastel en el plato y empezó a comer sus huevos.

—De acuerdo, lo haremos como dices entonces. Tengo tres familias interesadas en mudarse y te alegrara saber que el pequeño Denver está entre ellos.

—Oh, ¿Denver Atkinson? Hace tiempo no lo veo, a ninguno de los niños de hecho. ¿Cómo están? ¿No los han hecho trabajar ¿verdad?

—No, no, pero tampoco puedes volver a dar clases todavía, debes descansar al menos otras dos semanas.

Mordió su pastel y no protestó, de todas formas, eso de pasar las tardes sin nada que hacer, le dejaba tiempo para cocinar y estar con sus niños y a Olivia le gustaba. Era muy común que los padres nunca tuvieran tiempo para sus hijos y estos crecieran solos o con una niñera, Olivia hacía esa excepción de dedicar sus días a ellos.

—Haré la primera venta esta tarde —anunció él y todos los niños dejaron de comer para verlo, incluso Olivia—. Tengo unos compradores interesados en lo que hemos extraído.

—¿Por cuánto?

Jonathan dejó un poco de suspenso antes de dar la respuesta.

—Padre, dinos —apremió Eli.

Se rio, bajó su comida con un trago del jugo de frutas y echó su espalda hacia atrás en la silla.

—Ciento treinta y cinco mil dólares.

Comenzaron los festejos y los planes entre todos en la mesa y Olivia se cubrió la boca del asombro y empezó a negar como si no terminara de creérselo. Ciento treinta y cinco mil dólares era mucho más de lo que jamás habían tenido y podían hacer tantas cosas con ese dinero.

—Pero, pero... —. Jonathan interrumpió—. Debo pagar a los trabajadores y a Sheridan, entre otras cosas.

—¿Y cuanto te quedará? —inquirió preocupada.

Jonathan se alzó de hombros.

—Como unos ciento catorce mil dólares.

—¡Me has asustado, Jona! —. Ambos rieron y los niños volvieron a hacer planes y festejar y ella se puso de pie y rodeó la mesa para llegar a él—. Esto lo cambia todo.

Se puso de pie para recibirla en sus brazos y la besó.

—Así es, cariño, iré al banco esta misma tarde cuando cerremos los negocios para guardar el dinero y pronto, muy pronto, podré comenzar los planes para construirnos una nueva casa.

—¡¿Una nueva casa?! —chilló Peter—. ¿Cómo un castillo?

—¡De princesas! —apoyó Emma.

—Así es, como un castillo de princesas y todos tendrán sus dormitorios.

Adrian sintió que se derretía en la silla.

—Ya no tendré que compartir...Oh, Dios, creo que voy a llorar.

Olivia se rio y le desordenó el cabello a su hijo antes de volver la atención hacia Jonathan.

—Ten cuidado andando con todo ese dinero hacia el banco y debemos aumentar la seguridad en la granja, porque dudo que los bandidos se queden lejos una vez salga en los periódicos que has encontrado oro.

—Contrataré un grupo de guardias que conozco de La Crosse, estoy seguro que no tendrán problema mudándose a la granja para aumentar la seguridad.

—Y con más gente mudándose...Bueno, creo que podría ser algo bueno.

—Nos moveremos con cuidado —aseguró y le sujetó el rostro para volver a besarla—. Y pronto tendremos nuestra propia casa para nuestra familia, amor.

La sonrisa de Oliva creció de oreja a oreja y le rodeó el cuello con los brazos, refugiándose contra su pecho y volvió a besarlo. Jonathan acarició su espalda y bajó sus manos por el vestido hasta conseguir tocar un poco sus nalgas a pesar de toda la tela en el camino. La besó, mordiéndole el labio inferior suavemente al separarse y sonrió.

—¿Qué estilo de casa compraras?

—Mmm, ya verás —. Volvió a besarla y rozó sus narices—. Tan solo quiero dártelo todo, querida...En fin, ya debería irme. Que los niños te ayuden ¿sí? No los dejes jugar todo el día.

Lo acompañó hasta la puerta y le entregó su bolsa con el almuerzo que le había preparado.

—Ten cuidado, amor y avísame antes de ir a la ciudad.

—Pasaré a saludar de camino —. La besó otra vez antes dejar el porche y sonrió—. Voy a dártelo todo, Olivia, te lo prometo.

—Ya me has dado una vida mejor de la que jamás soñé, Jona —. Se apoyó en la barandilla del porche para verlo subir a su caballo y se acomodó el saco que la protegía del frío—. Sé que lograrás todo lo que te propongas y será perfecto.

Olivia no retomó con su nueva profesión de maestra hasta unas semanas después, comenzando el mes de febrero y en esos días todo lo que hacía era pasar tiempo con sus hijas que se quedaban en casa para ayudarla, cocinar, jugar con los más pequeños y coser con las más grandes, ocupar a los varones cuando regresaban de clases y cuidar de los mellizos para asegurarse de que crecían sanamente. Harvie los revisaba todas las semanas para asegurarse de que no había ningún problema y en efecto; estaban sanos.

Llegaron primero tres familias; los Atkinson, los Scriven y los Gibson y empezaron a construir sus casas a la vuelta. Unos detrás de la casa de Jian y Derby, otros al lado de esa y los Gibson detrás de la casa de Chester. Dejaron suficiente espacio para formar unos caminos por donde circular con los carros y caballos y poco después de que sus casas estuvieran listas y que el periódico anunciara el descubrimiento, llegaron nuevas personas.

El oro atraía a los hombres como la luz atrae a las moscas.

Era la promesa de poder dar a sus familias una nueva vida y trabajar en una mina donde había oro significaba que podían ganar un poco más de lo normal a pesar de que el trabajo no fuera seguro. Además, la movilidad de la zona aumentaba, lo que convertía a White Oak Lands en el mejor lugar para construir una tienda y así fue.

A comienzos de febrero Lisie tenía un nuevo trabajo justo al frente de su casa; una tienda general. La primera y única de White Oak Lands, financiada por Benedict Bourne, construida por unos quince hombres que pronto planeaban mudarse a White Oak Lands y atendida por Lisie y otras dos mujeres del pueblo.

Era una sensación extraña para Olivia el despertar y ver como su pequeño hogar crecía, le gustaba y al mismo tiempo le aterraba. Nueva gente llegaba a su vida y aterrizaban sin cuidado alguno sobre su rutina. Las mañanas eran un poco más ruidosas ahora que había más personas comenzando a construir un pueblo para todos y en las noches había muchos más hombres bebiendo entorno a la fogata cerca del granero.

Jonathan puso el dinero de su primera venta en el banco, y el de la segunda y la tercera, la cuarta y la quinta ni siquiera tocó sus manos y acabó directamente en su cuenta. No sabía cuanto estaba acumulando hasta el momento, pero comenzaba a movilizar sus planes.

Quería una casa y quería una casa grande y extravagante, no le importaba ser ambicioso, sentía que como no lo había sido en toda su vida, estaba en el momento indicado para compensar por todos esos veintiocho años de conformarse.

Llegó a la casa un día durante la primera semana de febrero, ya casi no se pasaba por la mina, ahora todo lo que hacía era negociar con Sheridan, buscar compradores y ver si podía vender su oro por un poco más de dinero, aunque ya estuviera haciendo suficiente. También tenía en la mira comenzar unas nuevas excavaciones al norte, en unos cimientos que parecían estar almacenando más minerales costosos como cobre y zinc.

Bajó del carro y fue hacia la parte de atrás donde tenía una pequeña caja de madera, la cargó y se apresuró hacia la casa, prácticamente arrollando a sus hijos que salían.

—¿Por qué el apuro, padre?

—¿Dónde está tu madre?

—¿Dónde más? En la cocina.

Se apresuró por el pasillo y cuando asomó en la cocina, apoyó la caja en la mesa y sonrió de oreja a oreja.

Olivia estaba con unas masas en forma de hojas para decorar su tarta, pero las dejó en la tabla al verlo y se limpió las manos.

—¿A qué se debe tanta alegría? ¡Uh! ¿Conseguiste venderle el oro por el doble de precio como planeabas?

—No, bueno, sí, pero no es por eso —. Señaló la caja y retrocedió un paso—. Es para ti, ábrelo.

No pudo evitar sonreír por la emoción que él transmitía y sin una sola idea de que encontraría en la caja se acercó y le quitó la tapa. Los lados cayeron por sí solos revelando en su interior una maquina de coser. Estuvo a segundos de soltar un grito, pero se contuvo pues los mellizos dormían en el salón y saltó a los brazos de Jonathan cubriéndolo de besos y agradeciéndole múltiples veces.

—Llevo un tiempo viéndola en el mercado y pensé que te haría el trabajo mucho más fácil, sobre todo con los vestidos de las niñas. ¿Te sirve para eso ¿verdad?

—Por supuesto que sí. Incluso trae hilos ¿Dónde conseguiste estos colores?

—Pedí que me los enviarán, por eso demoré un poco más en darte la máquina, tenía que llegarme el paquete. Creo que son de la India o algo así, no estoy seguro...

—No tenía de estos colores, guau...Debo probarla. ¡Amelia trae tu vestido!

La niña bajó las escaleras con el vestido que se estaba haciendo con la ayuda de Olivia y cuando vio la maquina de coser sobre la mesa de la cocina se emocionó igual que su madre.

—Ahora podremos terminar tus vestidos más rápido —le comentó y Jonathan las miró mientras se adaptaban a la maquina y aprendían como usarla—. Ahí, listo...A ver, gira la rueda...

Amelia comenzó a girar la rueda junto a la máquina de coser y esto hizo que la aguja comenzara a bajar sobre la tela y la empujara para continuar cosiendo toda su longitud. En cuestión de minutos le hicieron el acabado a la manga que sin la maquina les habría tomado al menos media hora.

Jonathan se alegró de verlas tan emocionadas con lo que tenían y volvió a besar a su mujer antes de regresarse hacia el porche.

—Tengo algo para ustedes también —anunció y les señaló la salida a sus hijos.

Los varones lo siguieron y esperaron junto al carro.

Repartió entre todo un sombrero para Eli como el suyo para que así dejara de intentar robárselo. Un revolver para Olivier, así podría practicar su punterita, unos nuevos zapatos para Peter dado que los suyos ya estaban algo gastados y una caja con un montón de juguetes para Hardy; le había comprado caballos, soldados, una espada de madera, el aro y el palo para que se divirtiera, unos bolos con una pequeña pelota de madera y al dárselo le recordó que debía compartir con Emma y con Marie, a lo que Hardy respondió cargando con la caja como pudo y corriendo hacia la casa gritando por sus dos hermanas. Por último, le entregó a Darrin un revolver como el de Oliver.

Terminó y todos estaban celebrando sus regalos excepto por Adrian, que no había recibido nada y por un minuto, creyó que su padre simplemente se había olvidado de él o quizás no merecía un regalo y a pesar de la tristeza, no se enojó y se puso a compartir la emoción con sus hermanos.

Miró los nuevos zapatos de Peter, el sombrero de Eli y como le quedaba y también el nuevo revolver de Oliver y Darrin. Todos se marcharon para ir a probar sus regalos y Adrian se dispuso a irse a su cuarto.

—Adrian... —. Se detuvo y miró a su padre—. No me he olvidado de ti, hijo, tan solo quiero aclarar que este regalo no significa que debes olvidarte de todas tus tareas en la granja ¿de acuerdo?

Asintió, intentando contener su emoción, pero fallando al comenzar a brincar impaciente en el lugar y cuando Jonathan sacó una caja repleta de libros gritó como gritaría en navidad y se lanzó sobre la caja y empezó a agradecer.

Se sentó en el porche a ver todos los títulos dentro de la caja y empezó a hablar consigo mismo sobre lo buena que sería la lectura y lo emocionado que estaba de tener todos esos libros. Jonathan sonrió al verlo y pasó hacia el salón llevando tres bolsas con él, las cuales entregó a sus tres hijas.

—¿Qué es esto, papi?

—Algunas cosas que he comprado para ustedes en la ciudad.

Llamó por Olivia y se sentó en el sofá para verlas sacar sus regalos.

Olivia se sentó sobre él.

—¿Qué tienen ahí, niñas?

—Regalos de papá —comentó Laurisse y una vez logró quitar el nudo a su bolsa rebuscó en el interior—. No me lo puedo creer... ¡No me lo puedo creer! ¡Amelia, mira!

Laurisse sacó un vestido del interior de la bolsa que era de los más elegantes que nunca antes hubiera visto. Tenía un cuello grande por lo que dejaba sus hombros desnudos y las mangas caían por sus brazos, se ajustaba en la cintura por sobre iría su corsé y terminaba por debajo de las rodillas dejando sus tobillos al descubierto, donde podía acompañarlo con las medias blancas dentro de la bolsa y las zapatillas negras.

Amelia se apresuró en ver que había en su bolsa y cuando echó un pequeño vistazo, dejó caer sus manos sobre su regazo y apretó los ojos al empezar a llorar.

Olivia abandonó el calor de su marido para ir a sentarse a su lado en el sofá.

—¿Qué sucede, cielo?

Por unos minutos Amelia no pudo responder por culpa de sus lágrimas y Jonathan retiró el pañuelo en el bolsillo de su chaqueta y se lo entregó.

—Es muy hermoso...N-nunca había t-tenido algo tan hermoso...

Estuvo a segundos de empezar a llorar con ella así que la abrazó y Jonathan dejó el sofá y se arrodilló frente a ella.

—Mereces cosas hermosas, Amelia y nunca dejaré que te conformes por menos —. Le limpió las lágrimas y apartó sus rulos dorados del camino—. He elegido un vestido que se me ha hecho adecuado para ti, elegante y muy bonito. ¿Te lo probaras?

Asintió, limpiándose las lágrimas con el pañuelo y se abrazó al cuello de Jonathan para agradecerle. Laurisse y Emma se les unieron y cuando Jonathan abrió sus brazos también hacia Olivia, ella se inclinó desde el sofá y cerró el circulo.

—Gracias —susurró Amelia en sus brazos—. No podría pedir por mejores padres que ustedes, muchas gracias.

Jonathan besó su frente y le limpió las mejillas.

—Vayan a probarse sus vestidos.

Ambas niñas se fueron corriendo emocionadas con Emma para vestirse en su dormitorio y cuando quedaron a solas con los niños, Jonathan se sentó junto a Olivia y suspiró. Se sentía feliz con sus días.

—Estamos progresando, Jona.

—Así es... —. Besó sus nudillos y sonrió—. Las cosas van a cambiar por aquí, amor, ya estoy poniendo todo en marcha.

—¿Me contarás que tramas?

Negó y se puso de pie acomodándose el sombrero.

—Me temo que debo dejarte en las sombras con esto, quiero que sea algo así como una sorpresa.

Se rio y al igual que él se puso de pie.

—De acuerdo, pero ten cuidado ¿sí?

Jonathan asintió y después de besarla volvió a dejar la casa para llevarse el carro hacia el establo.

Ya eran más de veinte personas en White Oak Lands y con los periódicos hablando de ellos pronto el número se duplicaría.

Tenían varias familias lo que hacía que el número de niños se duplicara y, por lo tanto, sus hijos tenían nuevos amigos con quien jugar y Olivia nuevos estudiantes para su escuela, aunque ahora la mayoría comenzaría a ir a la misma escuela que sus hijos y, por lo tanto, Olivia podía enfocarse en educar a sus hijas y vender sus mermeladas.

Porque con el pueblo creciendo también lo hacía su negocio de mermeladas.

Ya no había rumores congelando sus ventanas y la gente hablaba de lo rica que eran sus mermeladas y más personas viajaban para comprarle desde Caledonia, Spring Grove e incluso desde La Crosse. Su pedido más grande había sido de una tienda general para venderlas en el público; veinte frascos.

Y aun debía prepararlos y ganaría once dólares que luego le daría a Jonathan.

Cuando Jonathan salió de la casa se cruzó con Jian y le aviso de un regalo que le había dado a Liam para ella y para el niño. La vio sonrojarse y agradecerle con un abrazo y luego ella se fue a la casa de Olivia y Jonathan se fue al establo con el carro.

—Buenas tardes, madre. ¿Crees que pueda pedirte prestada tu canasta?

—Por supuesto, deja te la alcanzo. ¿Saldrás?

—Unos amigos de Derby nos han invitado a almorzar en su casa mañana así que iremos de visita, planeaba hacer un pastel para no ir con las manos vacías.

—¿Y demoraran mucho?

—No, iremos en la mañana y volveremos en la noche. Está a solo dos horas de viaje.

Olivia no se sintió muy segura con ese plan, le apoyó una mano en el vientre a su hija y pensó al respecto.

—¿Segura que puedes viajar con tu embarazo? Derby puede ir solo con el niño sino.

—No, no, estoy bien —. Sonrió y tomó la canasta de sus manos—. Volveremos pronto, gracias, ma, te amo. 

...

Mapa de White Oak Lands:

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