Vidas cruzadas: El ciclo. #1...

By AbbyCon2B

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Olivia Eades es psicóloga y periodista con una vida hecha en el 1970, con su madre y hermano, sin deseos de c... More

NOTA DE LA AUTORA Y MÁS.
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AGRADECIMIENTOS
Cuarto libro de Vidas Cruzadas: El ciclo (Disponible)

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By AbbyCon2B

 (ESPECIAL 100K)

3 de octubre 1865.
St. Paul, Minnesota.

El sol brillaba entre nubes esponjosas y blancas que se alzaban sobre un cielo azulado y en cuanto Olivia puso sus pies en el camino sintió las hojas caídas de los árboles rompiéndose bajo sus pisadas. Se sentía el otoño en todos los rincones y le gustaba, era un clima que genuinamente le encantaba más allá de las noches frescas.

Habían viajado hasta la ciudad en tren y desde ahí habían optado por caminar, pero rápidamente Jonathan había cambiado de parecer al verla agitarse demasiado por el peso de su panza, así que habían pedido un viaje al carro de la ciudad cerca de la estación de tren. Era lo más parecido a un taxi que Olivia encontraba en esas fechas.

Llegaron al orfanato de St. Paul a los minutos dado que no se ubicaba muy lejos de la ciudad. Estaba en el campo, rodeado por tierras cultivadas y bosque y era una casa gigante con un aspecto un tanto siniestro, paredes de piedra y una alta torre con una campana en la cima que debía pertenecer a la iglesia incluida en las instalaciones. No era sorpresa que el orfanato inculcara el cristianismo a los niños cuando incluso en las escuelas lo hacían, Olivia y Jonathan debían ser de los únicos padres viviendo en América del siglo diecinueve que realmente no se molestaban si sus hijos no rezaban antes de cada comida o al irse a la cama y que incluso detestaban ir a misa los domingos (aunque Olivia estaba empezando a agarrarle el gusto).

—Recuerda, Olivia, solo una niña ¿sí?

No estuvo segura de sí respondió, pero le dio la vaga sensación de que había asentido antes de apresurarse hacia el enorme portón que bloqueaba los perímetros del orfanato.

Jonathan lo abrió por ella y tomó su mano para seguirla. Ella prácticamente lo arrastró. 

Estaba algo fresco, así que sobre su vestido Olivia tenía un tapado azul oscuro y también traía unos guantes y calentadores cubriendo sus antebrazos por sobre las mangas. Jonathan iba formal como ella a excepción de su sombrero del cual jamás se desprendía.

Cuando estaban llegando a las puertas del orfanato una de las madres del orfanato los vio desde una de las ventanas y corrió por los amplios corredores para alertar a la madre mayor.

Desde la guerra, no era secreto alguno para Olivia, que los números de niños sin hogar se habían disparado, no estaba segura cuantos había por estado, pero había escuchado que en Nueva York había unos treinta mil niños en las calles todos menores de catorce años, la pobreza, la enfermedad y el hecho de que la mayoría de las familias no tenían medios para acoger a otros niños, hacía muy difícil que esos niños salieran de las calles o siquiera sobrevivieran. Y ahora sería difícil para Olivia entrar a ese lugar repletos de niños necesitando de una madre y verse obligada a salir con tan solo uno cuando su corazón le gritaba desesperado que se llevara a tantos cuantos fuera posible. Incluso si debía apretar un poco los gastos y acomodar a varios en una habitación, sabía que estarían mejor bajo sus cuidados y su amor que los de nadie más y en los últimos años Olivia había descubierto su pasión por la maternidad y la felicidad que recibía de tener niños cerca, acompañándola día y noche. Desaparecían la tristeza de la vida.

La puerta principal se abrió y una mujer anciana vestida de negro con algunos detalles en blanco y su cabello ocultó por una tela, los recibió. Eran monjas y ese era, sin lugar a dudas, un orfanato cristiano. Se decía que aceptaban a los niños por amabilidad y amor, pero definitivamente no los mantenían con esas mismas ideologías.

—Buenas tardes, señor y señora, bienvenidos al hogar de niños y niñas de Minnesota bajo los brazos afectivos del Señor. ¿Han viajado desde muy lejos?

—Solo algunas horas, buenas tardes para ambas señoras.

Olivia no habló demasiado al estar acompañada por su marido, se había acostumbrado a dejar que él manejara las charlas a menos que se dirigieran a ella específicamente y era más fácil, especialmente en esos momentos donde tenía muchas quejas para hacer respecto a lo que veía en el orfanato. 

—Espero hayan tenido un buen viaje ¿desean ver a nuestros niños? Imagino buscan adoptar.

—Sí, mi señora quiere una niña para que le ayude en la casa.

—Oh, tenemos muchas niñas muy inteligentes que pueden ayudarle, señora. Vengan por aquí.

Entraron en el orfanato hacia el enorme corredor, cuyo techo era tan alto que parecía inalcanzable y el eco que los pasos producían resultaban escalofriantes. Podía imaginar cómo debía ser en las noches, sumido en completa oscuridad y escuchando los pasos de las madres que avanzaban para asegurarse de que todos los niños estaban en la cama y se le erizaban los pelos. Todo el lugar, por algún motivo, le daba mala espina.

Se abrazó a Jonathan para ir a su lado detrás de la madre mayor y su servidora, otra de las jóvenes a cargo de los niños.

Subieron unas enormes escaleras y recorrieron otros largos e intrincados pasillos hasta que abrieron unas enormes puertas y le permitieron el paso a una habitación.

En un segundo había un montón de niñas limpiando el dormitorio, lavando los pisos o sacudiendo el polvo y al siguiente solo había unas largas filas de niñas muy organizadas ubicadas a los pies de las dos hileras de camas que se extendían a lo largo de cada pared del dormitorio.

—Con la guerra aumentó un poco el ingreso de niños así que podrá buscar el que más se adapte a sus deseos, señora.

Olivia miró hacia la mujer mayor y luego hacia Jonathan, esperando que no la pusieran a ella a elegir a una niña como si se tratara de una venta de frutas en el mercado. No quería pasearse entre todas esas criaturas vulnerables buscando a la más "bonita" y haciéndolas sentir inseguras o incluso tristes por no elegirlas.

—Fue tu idea, Olivia.

Habría maldecido a Jonathan si él no estuviera en lo cierto.

Forzó una sonrisa y se alejó del brazo de Jonathan para comenzar a desfilar entre las dos filas de niñas que la enfrentaban. Avanzó un tanto insegura y comenzó a implorar mentalmente por una señal; cualquier cosa que sucediera y le dijera esta es la niña que debes adoptar.

Estaba segura de que podía verse su incomodidad mientras avanzaba entre esas niñas, donde las mayores eran de trece años y se obligaba a sonreírse esperando que pudieran leer las disculpas en sus ojos.

La habitación era enorme y había al menos unas cincuenta camas para cada una de esas niñas, pero solo se cubrían con unas mantas finas a pesar del frío y sus ropas estaban sucias y gastadas.

Desde las ventanas enormes en un lado de la pared podía ver en el campo a un montón de niños (varones) trabajando en la tierra, los más joven debían tener unos dos años.

—Pareces una princesa.

Se detuvo al escuchar una voz tan dulce como angelical y miró a su alrededor en busca de la portadora hasta que sus ojos dieron con una hermosa niña que la enamoraron de pura ternura. Era un ángel de cuatro años que llevaba un vestido sencillo de color marrón, algo estropeado y bastante sucio e iba descalza. Se balanceaba en sus pies con sus manos unidas a la espalda y la miraba con una enorme sonrisa y los ojos más azules que Olivia hubiera visto en su vida.

—Shh, Emma, no hables —chitó una niña a su lado, considerablemente mayor, de unos diez años y que vestía igual—. Perdone, señora.

—No hay nada que perdonar. ¿Tu nombre es Emma? —preguntó y se agachó frente a la niña más pequeña, esta asintió exageradamente—. ¿Y cuantos años tienes, Emma?

—Cuatro, pero voy a cumplir cinco muy pronto.

—¿En serio? ¿Qué tan pronto?

Emma miró hacia la chica a su lado y esta respondió.

—Veinticinco de octubre.

—Oh, vaya...Que casualidad, mi marido cumple el mismo día —. Miró hacia Jonathan sonriendo y entonces le golpeó; casualidad o destino, tal vez una señala no estaba segura, pero quería creer que era una señal—. ¿Son hermanas? ¿Y tú como te llamas?

—Laurissa, señora.

—¿Sabes cocinar, Laurissa? —. La niña asintió y con algo de esfuerzo, Olivia consiguió ponerse de pie sujetando su vientre—. ¿Y limpiar? ¿Lavar la ropa?

—Sé hacer todas esas cosas, señora y no tengo problema trabajando largas horas.

—¿Estudias? —. La niña negó—. ¿Y te interesa estudiar?

Esta vez la respuesta tardó en llegar, como si Laurissa temiera que lo que dijera pudiera alterar la decisión de Olivia, finalmente decidió asentir.

Olivia no sabía si era lo correcto, pero todo su cuerpo le insistía que debía llevarse a esas dos niñas a la casa.

—¿Son solo ustedes dos?

—No señora, tenemos otros cuatro hermanos. Amelia es mi hermana mayor —. Olivia miró hacia la fila de enfrente donde la niña le señaló a otra joven, también de cabello rubio y ojos celestes, seguramente heredados de sus padres—. Y tengo tres hermanos varones, Hardy, Peter y Oliver.

Al escucharlo, Olivia supo que Jonathan no cedería a eso solo porque sí y solo le bastó con lanzarle una breve mirada para verlo negar a la idea. Venían por una niña y ahora ella proponía llevarse seis, aunque Jonathan ya lo había imaginado desde el segundo que había accedió a adoptar a otro niño y traerla al orfanato.

—¿De qué edades hablamos?

—Yo tengo ocho, señora, Emma cuatro y Amelia doce, nuestro hermano Hardy tiene dos y Peter seis, Oliver es el más grande y cumplirá catorce en unos días. Lo echaran en cuanto cumpla catorce.

—¿Lo echarán? ¿A dónde?

—A las calles —explicó Laurissa—. Echan a todos los niños que cumplen catorce.

Esa noticia la escandalizó, un niño no podía sobrevivir por sí solo con tan solo catorce años, mucho menos en un mundo tan violento y salvaje como ese.

Volvió a mirar hacia Jonathan suplicante y al ver que ella no cedía, él cruzó el salón a zancadas y la sujetó del brazo para alejarla a un rincón aparte y hablarle.

—Olivia, teníamos un acuerdo.

—No puedes esperar que cumpla con tu ridículo acuerdo cuando estos niños nos necesitan. Además, no puede ser coincidencia que la niña cumpla el mismo día que tú y hayamos venido a tiempo para llevarnos a esos niños y evitar que el mayor acabe en las calles.

—Son seis niños, Olivia. Me encantan los niños, sabes que sí y me encanta hacerte feliz y me llevaría a todo el jodido orfanato... —. Ella sonrió de oreja a oreja ante la idea y Jonathan entró en pánico—, pero no lo haremos, Olivia, no podemos. ¿Dónde piensas meter a seis niños?

—Tenemos espacio en la casa...Tenemos espacio para llevar al menos ocho de estas bellezas —. El pecho de Jonathan comenzó a doler—. Mira, escucha, no es tan descabellado lo que digo ¿sí? En el cuarto de Adrian podemos poner dos cuchetas, entonces tendríamos cuatro camas y lo mismo en el cuarto de Eli, ahí pueden dormir los varones y a las niñas las metemos en el cuarto de Jian, ni siquiera lo hemos tocado desde que ella se mudó, es momento de remodelarlo y darle un uso.

—No tenemos dinero para camas.

—Puedes hacerlas...Que hasta yo puedo hacerlas si tu no quieres —. Jonathan bufó—. Chester seguro ayudará y Terrell y Kyle, Darion...Todos y con ellos podemos tener las camas hechas en ¿qué? ¿Una semana? Yo haré los colchones y las mantas, estarán muy cómodos.

—¿Y qué comerán? ¿Qué vestirán? No tengo suficiente dinero para más telas o para más comida innecesaria.

—Tenemos suficiente en la bodega y yo reduciré gasto y en cuanto a ropa... —. Se lo pensó unos momentos y alzó los hombros—. Yo tengo muchos vestidos y no necesito tanto para las semanas, puedo desarmar mis vestidos y hacerles ropa con ellos.

Jonathan se frotó el rostro exasperado y con ganas de gritarle, sacarla del orfanato sin adoptar a nadie y llevarla a la casa para no volver a hablarle en todo el día. Pero por supuesto no hizo nada de eso, ya después de casi cinco años sabía que estaba rendido a los pies de Olivia.

Había imaginado que no adoptarían solo una niña, pero en su mente solo había pintado a dos niños, máximo tres...Ahora tenía el doble; seis niños.

—Solo seis.

—Esperaba llevar ocho...

—Solo seis, Olivia, no me presiones.

Ella se rio y le sujetó el rostro para besarlo.

—Te amo tanto ¿lo sabes ¿verdad? Eres un hombre maravilloso.

—Endúlzame el oído todo lo que quieras, aun así, solo llevaremos seis niños.

—Ag, bueno...Debía intentarlo —. Sonrió y volvió a besarlo—. Igual sí te amo. ¡Bueno! ¿Dónde están sus hermanos, queridas?

Laurissa gritó sin poder contenerse y al verla y entender lo que sucedía, Emma gritó con ella. Ambas corrieron hacia el otro lado de la habitación para abrazar a su hermana mayor que todavía no parecía procesar la información y en cuanto Amelia logró que todo lo que sucedía tuviera sentido, parpadeó y miró a sus alrededores como si esperara que comenzaran a reírse de ella y le dijeran que era una broma.

—¿N-nos ad...adoptaran? ¿A...A t-todos?

Olivia asintió con una enorme sonrisa y Amelia se cubrió la boca sorprendida y empezó a llorar en silencio.

—Hay que decirle a Oliver... ¡Laurissa, debo decirle a Oliver!

Su hermana asintió y cuando esta miró hacia Olivia buscando permiso, asintió y las dejó marcharse corriendo en busca de sus hermanos. Ambas niñas corrieron a toda velocidad por primera vez, aunque no estuviera permitido en el orfanato y sin importarle que estuvieran descalzas, empujaron las pesadas puertas hacia el exterior y saltaron los escalones, incluso cayendo de rodillas para luego ir a toda velocidad hacia los campos, sujetando sus vestidos para no tropezar.

—¡Oli! ¡Oli! ¡Nos han elegido! ¡Nos han elegido!

Oliver era un muchacho delgado que vestía pantalón marrón con tirantes y camisa blanca, unas botas hasta las rodillas y una boina, su ropa estaba sucia y desgastada como la de sus dos hermanos. Cuando las vio venir corriendo dejó caer la pala para ir hacia ellas, pero se detuvo al escuchar lo que gritaban.

—¿Qué? ¿Cómo dicen?

—¡Una señora hermosa y su marido nos ha elegido! ¡A todos!

—¿A todos? —. Olivier miró hacia sus dos hermanos pequeños—. ¿A nosotros también?

Laurissa y Amelia asintieron respirando de forma agitada y con enormes sonrisas.

—Emma le ha hablado y se ha detenido por eso y ahora nos ha elegido, Oli, finalmente... ¡Tenemos familia!

—No sé cómo reaccionar...Yo...pensé que... ¿Me aceptan a mí también? ¿A pesar de mi edad?

—Sí, les he dicho que cumplirías catorce y no les ha molestado.

—La mujer parece tan amable. ¡Emociónate, Oli, tenemos familia!

Oliver reaccionó finalmente a pesar de lo difícil que era para él procesar el momento y alzó a su hermano Hardy en brazos para correr con ellas de regreso al edificio y Peter los siguió, aun sin saber que sucedía.

—¿Por qué corremos?

—Nos han elegido —explicó Oliver y lo apresuró a que subiera las escaleras—. Iremos a una casa, con una nueva familia...Tendremos una mamá y un papá...

—Y hermanos, porque la señora está embarazada —comentó Amelia.

—Oh, guau, también tendremos hermanos.

—¡¿Nos han elegido y recién me dicen?! —. Peter hiperventiló—. ¿Cómo me veo? ¿Me veo bien? Ay, no...Mi pelo, Amelia ¿me veo bien?

—Estás bien, te ves bien. ¿Yo me veo bien? Deben empacar sus cosas...No, no, primero conozcan a la señora y el señor... ¿O mejor empacamos?

—No lo sé, estoy nerviosa.

—También yo.

—Vamos a conocerlos primero —ordenó Oliver y dejó a Hardy en el suelo para que caminara con él de la mano—. Luego vemos que nos dicen.

En cuanto las niñas se habían marchado corriendo a buscar a sus hermanos, Olivia se había acercado a la pequeña Emma para ayudarla a empacar. Emma le provocaba demasiada ternura y sentía que se llevaría muy bien con Marie una vez se conocieran.

—Tengo otra hija en casa ¿sabes? Es un poco más chica que tu y se llama Marie.

—¿Es una princesa como tú?

—Sí, las tres somos princesas.

—Yo no soy princesa —. Emma levantó la tapa del baúl frente a su cama y empezó a meter sus pocas pertenencias en la bolsa que Olivia sostuvo por ella—. No tengo vestidos de princesa y no me veo como una princesa.

—Oh, pequeña te ves como una princesa y cuando lleguemos a casa te haré un vestido digno de una.

—¿En serio? —. Los ojos de Emma brillaron emocionados—. Ya quiero ir.

Olivia sonrió y la ayudó a terminar de guardar y luego empezó a guardar las cosas de Laurisse y de Amelia.

—¿Se llevarán a los seis entonces? —preguntó la madre mayor y Olivia asintió—. ¿Señor?

—Sí, nos llevaremos a los seis... ¿Los varones trabajan bien?

—Oh, sí señor —intervino por primera vez la mujer más joven que acompañaba a la madre mayor—. Son excelentes muchachos, muy responsables y obedientes. No se arrepentirán de llevárselos, los pobres han pasado por tanto y es un milagro que encontraran a una familia dispuesta a recibirlos a todos juntos, temía que tuviéramos que separarlos.

—No me gustaría separarlos en lo más mínimo —confesó Olivia—. Y tenemos espacio para seis angelitos en casa y seguro a nuestros otros hijos les alegrara mucho tener más compañeros de juego.

—¿Tienen más hijos?

—Tres varones y dos niñas.

—Oh, guau, deben gustarle mucho los niños, señora.

—Me dan una paz que uno no encuentra muy seguido en este mundo tan cruel.

Y la mujer estuvo de acuerdo con ella.

Cuando los cinco niños entraron en el salón, Olivia dejó la bolsa con las pertenencias de Amelia sobre la cama y se giró para recibirlos y presentarse a ellos con una sonrisa. Tres hermosas hijas y tres hermosos hijos, pensó y sonrió intentando no romper en llanto al ver las lamentables condiciones en las que estaban.

Le daba algo de pena por las otras niñas y niños, pero estaba segura de que en unos tres años podía volver a persuadir a Jonathan de volver y a adoptar a otros seis...quizás tres.

—A ver si adivino, Hardy, Peter y Oliver el mayor ¿verdad?

—Sí, señora.

—Nuestros nombres se parecen, me llamo Olivia...Otra gran coincidencia, justo hace un rato hablaba con Emma sobre su cumpleaños el mismo día que mi marido. Él es Jonathan.

Jonathan saludó a los niños y acarició la cabeza con rulos dorados de Emma. Al parecer era normal que las niñas tuvieran cierta adoración por Jonathan apenas verlo, pues al igual que Marie, Emma buscaba la atención de Jonathan. Debía ser esa ausencia de una figura paterna que tanto ansiaban.

—¿De verdad nos llevará a todos, señora?

—Así es, Peter. ¿Les gusta la idea? —. Los seis asintieron efusivamente—. Entonces terminemos de empacar, tenemos un viaje un poco largo de regreso a casa. Espero les guste, es una bonita granja.

Terminó de empacar las cosas de las chicas y luego fueron todos juntos hacia el dormitorio de los varones y los ayudó a empacar a ellos también. Las chicas se habían calzado y colocado unos bonnet de tela en sus cabezas, muy sencillos y algo viejos.

—Tenemos otros tres varones en casa, sus hermanos —les comentó mientras bajaban las escaleras hacia la salida—. Y también tendrán un sobrino, se llama Liam y tiene cuatro años.

—Y tendrán dos hermanas —añadió Jonathan intentando romper el hielo—. Marie y Jian.

—Aunque Jian es toda una mujer.

—¿Es la mamá de Liam?

—Así es, Amelia.

Salieron del edificio y los niños se despidieron de algunos amigos entre saludos, lágrimas y algunas risas y luego, Olivia tomó la mano de Emma y Peter, Jonathan alzó a Hardy y comenzaron a caminar hacia el portón para agarrar un carro que los llevara hasta la estación de tren.

Una hija, pensaba Jonathan y ahora Olivia tenía tres hijas y tres hijos nuevos. Era el colmo, estaba considerando seriamente dejar en el olvido absoluto sus inservibles intentos de convencerla alguna vez de hacer lo que él decía, era sencillamente imposible. Olivia era testaruda y él estaba demasiado enamorado de ella como para negarle nada.

Cuatro años atrás ella había detestado la idea de tener hijos y ahora apenas parecía capaz de detenerla de continuar pidiendo más niños.

No podía culparla, a él también le alegraban las tardes teniendo niños compartiendo la mesa con ellos.

Llegaron a la estación de tren y Jonathan pagó por los boletos, agradeciendo que había traído unos dólares extras de los ahorros de emergencia, imaginando que algo como seis nuevos hijos podía terminar sucediendo.

—A ver, no se alejen de mí, manos todos.

Olivia agarró la mano de Emma y de Peter y ellos a otros de sus dos hermanos y así consiguieron subir al tren y Olivia los ubicó uno por uno, asegurándose de que estuvieran cerca de ella todo el viaje.

Y charlaron durante las dos horas de regreso a la granja.

Les habló de la granja, de sus nuevos hermanos, Adrian, Eli y Darrin y también de Marie y Jian y de toda la gente que vivía con ellos.

Los niños estaban nerviosos y emocionados.

Algunos llevaban en el orfanato desde hacía más de cinco años, como era el caso de Oliver. Sus padres los habían ido entregando uno a la vez cuando habían concluido que no podían mantenerlos, pero seguían teniendo más hijos. Hardy había acabado en el orfanato hacía un año cuando su padre había muerto en la guerra y su madre había enfermado de fiebre amarilla. Ahora Oliver sospechaba que tanto su padre como madre estaban muertos y todo lo que le quedaba eran sus hermanos.

Pero Olivia y Jonathan cambiaban eso ofreciéndole un nuevo hogar y ser sus padres y ellos ansiaban demasiado tener padres que los amaran y los arroparan para dormir, pero tenían demasiado miedo para pedirlo.

Tenían miedo de que se molestaran y los regresaran, de que volvieran a abandonarlos.

Lejos estaban de saber qué tan asombrosas serían sus vidas.

Cuando llegaron a la ciudad, caminaron hasta el establo, donde Jonathan recuperó su carro con sus dos caballos y comenzaron a subir a los niños.

—Nunca habían estado en la ciudad ¿verdad?

—No, señora...Es muy grande.

—Lo es, pero nosotros vivimos en el campo, así que no entren en pánico. Visitaremos la ciudad una vez cada tanto.

Jonathan puso el carro en marcha y Olivia rápidamente consiguió que los niños se sintieran relajados en el viaje cantando unas canciones con ellos. Jonathan los acompañó tarareando la melodía.

Cuando la granja comenzó a hacerse visible, todos se arrodillaron en la parte de atrás del carro y miraron a la distancia.

—¿Es ahí?

—White Oak Lands —informó Jonathan—. Hogar dulce hogar.

—Hay muchas casas. ¿Son las personas que mencionó vivían con ustedes, señora?

—Exactamente, Laurissa. Tenemos a varios de nuestros amigos haciéndonos compañía, ya tendrán tiempo para conocerlos a todos, lo principal es llegar a darles un baño y ver cómo nos organizaremos para la primera noche o hasta que les consigamos camas a todos.

El carro desfiló por el camino de tierra y Adrian, Eli y Darrin corrieron hacia ellos para recibirlos, con Marie bajando los escalones de nalgas y poniéndose de pie para intentar correr con ellos.

Jonathan detuvo a los caballos y bajó para ir a ayudar a los niños.

—Uno...dos...tres... ¿Qué no era solo una nena? —inquirió Adrian frunciendo el ceño.

—Ligero cambio de planes.

—Ay, mi Dios, querida —. Susan se acercó y cubrió su boca al ver a todos los niños—. Lo tuyo no tiene remedio ¿o sí?

—El impulso es más fuerte que yo. ¿No te parecen unos niños hermosos, Susan? ¡Lisie! Mira, nuevos miembros para la familia.

—Guau...Aunque no fingiré que me sorprende, sabía que no era posible trajeran solo una niña conociéndote.

Olivia sonrió y dejó por unos minutos que todos sus hijos se familiarizaran entre sí. Eran niños, así que no había prejuicios entre ellos y Eli, Adrian y Darrin eran muy amistosos, por lo que rápidamente estuvieron haciendo planes de juego y las nenas estuvieron ayudando a Marie a caminar y charlando con Jian.

Todo funcionaba tal como debía funcionar.

Jonathan suspiró y acarició su sien.

—Once hijos...A comienzo de año acordamos tener solo un nuevo bebé y ahora tenemos once hijos y otro más encamino —. Se quitó el sombrero para acariciar su cabello y sacudió la cabeza—. Iré a sentarme un rato, ya me estoy mareando.

El resto de la tarde Olivia lo pasó bañando a cada niño y revisando cabezas como ya era costumbre cuando traían a un nuevo niño a la familia. Con la ayuda de Cate, Susan, Lisie y Jian pudo hacer unos camisones muy sencillos para que las niñas usaran para dormir y unas camisas para los varones. Tendrían que vestir eso de momento en lo que les hacían ropa, pero las mujeres fueron de gran ayuda avanzando rápido con la tarea en lo que ella les preparaba a todos la cena.

Por esa noche no quería molestar a los niños para darles tiempo a conocerse y entablar una amistad.

Las niñas estaban más cómodas con Marie (Adrian estaba más cómodo con ellas también) y los varones charlaban entre sí y hacían planes para jugar a excepción de Oliver que quería enfocarse en ser de utilidad para que no los echaran.

Puso la cena en la mesa del jardín porque no les daría el espacio en la que tenían en la cocina y cenaron todos juntos, con los niños comenzando a conocer a todo el mundo y rompiendo lentamente con esa vergüenza y timidez que sentían.

Emma, Hardy y Marie rápidamente congeniaron.

Olivia terminó de comer y miró con una gran sonrisa hacia su familia; sus hijos, su marido y amigos, todos juntos compartiendo una hermosa cena. Era sencillo y nada de otro mundo, pero le gustaba y era especial para ella.

Acarició su vientre y exhaló.

—¿Estás bien?

—Omitiendo el hecho de que tu bebé me ha pateado las costillas, sí...—. Se rio y acarició su vientre—. Estoy bien.

—¿Se está moviendo?

Jonathan puso su mano sobre su vientre y a pesar de las telas de por medio pudo sentir muy vagamente como una pequeña palpitación chocaba contra su palma y se rio. Era una patada de su bebé.

Y a pesar de todos los hijos que tenían, Jonathan seguía emocionándose con la idea de que pronto ella daría a luz. 

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