RWANDA®

By zeyvolkova

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Sheyla Bonheur es una joven doctora recién licenciada que llega a un pequeño país africano, con el fin de hac... More

Advertencia
Dedicatoria
Booktrailer + Personajes
Capítulo 1 - Bienvenida al país de las mil colinas
Capítulo 2 - El soldado que no habla demasiado
Capítulo 3 - Ni en el confín del mundo
Capítulo 4 - Lo que pudo ser se acabó
Capítulo 5 - Desafiar a la adversidad
Capítulo 6 - No hacer nada no cambiará nada
Capítulo 7 - La vida que se escapa ante mis ojos
Capítulo 8 - La desconocida Madeleine
Capítulo 9 - Verdades que duelen
Capítulo 10 - Decisiones y consecuencias
Capítulo 11 - Hacerte invencible significa conocerte a ti mismo
Capítulo 12 - La decepción llega cuando ves la realidad con tus propios ojos
Capítulo 13 - Juzgar desde la distancia
Capítulo 14 - Cuando calla la razón hablan las armas
Capítulo 15 - Para llegar al objetivo es preciso aproximarse
Capítulo 16 - Mariposas y otros insectos
Capítulo 17 - Hacer de tripas corazón
Capítulo 18 - Poderoso caballero es Don Dinero
Capítulo 19 - Victorias y reconocimientos
Capítulo 20 - El hombre de las mil soluciones
Capítulo 21 - La sonrisa de Blaime
Capítulo 22 - A la única persona que nunca superarás es a la que no se rinde
Capítulo 23 - No existe la guerra inevitable. Si llega, es por fallo del hombre
Capítulo 24 - Adaptarse al medio
Capítulo 25 - Sentido del deber
Capítulo 26 - Sonrisas y réplicas
Capítulo 27 - Seré abnegado, cumpliré con ejemplaridad mi deber
Capítulo 28 - Dejar ir
Capítulo 29 - Objetor de conciencia
Capítulo 30 - Ser león o ser gacela
Capítulo 31 - El amor vence batallas
Capítulo 32 - Soldado que huye vale para otra batalla
Capítulo 33 - Los muertos son los únicos que ven el final de la guerra
EXTRA - La batalla más cruel es aquella cuya victoria no depende de ti
Capítulo 34 - Las actitudes son más importantes que las aptitudes
Capítulo 36 - Hacia lo salvaje
Capítulo 37 - La maldad humana no conoce límites
Capítulo 38 -Si no acaba con la guerra, no es una victoria
Capítulo 39 - Mihi spes omne in memet
Sketch Concept

Capítulo 35 - Como el ratón y el gato

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By zeyvolkova


En los días sucesivos apenas coincido con Blaime, o bien porque él se pasa gran parte del tiempo entrenando con otros soldados, colaborando en la construcción de la capilla que quiso levantar George, o porque directamente lo evito como él hizo conmigo semanas atrás, eludiendo así conversaciones incómodas con respecto a la concepción y a mi fertilidad. Sin embargo eso no evita que cada vez que nos cruzamos en el transcurrir de nuestras labores, lo encuentre lanzándome miradas furtivas, o me descubra a mi misma observándolo bajo el amparo de las cortinas, a través de las ventanas del hospital, mientras él va de un lado a otro y levanta muros como si de una metáfora se tratara.

Pero una mañana en la que decido pasarme por la habitación de Hate antes de acudir a la reunión para distribuir el trabajo en el hospital, me lo encuentro, con la pequeña entre sus brazos, aferrada a su cuello como el único ser que tiene en el mundo. E inmediatamente su expresión, antes relajada y divertida ahora se vuelve sorprendida y tensa. 

Maldita sea. Mi intención era la de avisar a Sabine el día en que le diera el alta a Hate para no tener que cruzarme con él en los escasos tres metros de esta habitación. Sin embargo, se las ha arreglado para conseguirlo, para tenerme frente a él.

—Perdón, vuelvo luego— Me disculpo, girando sobre mis talones para volver por donde he venido. Pero su voz grave y rotunda sonando tras de mí me paraliza en el umbral de la puerta.

—Espera...— Y por alguna razón, me quedo congelada en la misma baldosa donde me detuve al llegar, aferrada a mi carpeta como si fuera un escudo. Lo escucho tomar aire, y haciendo un esfuerzo porque su voz no suene tan dura como de costumbre inquiere —¿Podemos hablar?— Miles de respuestas se me pasan por la cabeza. Porque algo dentro de mí sigue doliendo al tenerlo delante.

Me siento incómoda, molesta y herida por no haberme dado la oportunidad de haber sido yo la que decidiera cuándo y cómo contarle mi historia. Pero tuvo que hacerlo. Tuvo que indagar en uno de los capítulos más dolorosos de mi vida, en un momento en el que me sentía tan vulnerable y completamente expuesta a él. Si no se hubiera anticipado, si la curiosidad o las dudas que le generaron el ver mi cicatriz no se hubiesen interpuesto y simplemente se limitara a abrazarme y nada más, hoy no lo estaría mirando con tanto resentimiento.

Y quiero estallar, decirle todo esto, que sepa por qué me incomoda su presencia, por qué estuvo mal lo que hizo aquel día y por qué me fui. Pero cuando estoy a punto de dar rienda suelta a todos estos sentimientos, el walkie-talkie que siempre lleva enganchado a su cinturón emite un pitido y acto seguido suena una voz con tono robótico que anuncia:

<<A todas las unidades, preséntense en el cuartel. Repito. A todas las unidades, preséntense en el cuartel>>

Un profundo suspiro se escapa de su pecho con evidente desesperación porque dicho aviso acaba de frustrar todos sus planes. Dándole un beso en la frente a Hate, la deposita en la cama, para salir a toda prisa de la habitación para cumplir con el que sea su obligación ahora. Pero antes de abandonar la estancia, me dedica una de esas miradas suyas, de las que desatan mariposas estomacales y maremotos de emociones, para salir después a toda prisa porque el deber le llama.

En cuanto lo veo alejarse, libero un sonoro suspiro que no sabía que contenía hasta que se ha ido, porque para ser sincera, no esperaba que fuera él quien tuviera el valor de venir a buscarme y hablar, o al menos intentarlo, algo de lo que me ha librado esa llamada de emergencia. Pero conociéndolo, sé que antes o después tendremos esa conversación. Al fin y al cabo, el pueblo no es tan grande como para que pueda estar evitándolo eternamente.

Tratando de apartar este torbellino de pensamientos que agitan mi mente, me dirijo hacia la entrada del hospital, donde como cada mañana nos reúne Chel para organizar el trabajo de la jornada. Pero a diferencia de otros días, el plan de hoy es muy distinto.

—Bien chicos, el capitán Diaye me ha comentado que saldrá de aquí un convoy de ayuda humanitaria para una congregación religiosa que desarrolla su labor en un pueblo al noroeste. Se trata de un transporte de víveres. Pero además el capitán me ha sugerido que no estaría mal contribuir con personal sanitario para realizar controles médicos a la población, ya que tienen bastante limitado el acceso a los hospitales y al parecer hay bastantes niños y mujeres embarazadas. ¿Quién se apunta? —Inmediatamente comienzan a surgir voluntarios, la totalidad de la plantilla se ofrece para cumplir con la solicitud del capitán senegalés. Agathe, Mark, los sanitarios belgas... Todos levantan sus manos sin pensárselo dos veces. Pero ante el aluvión de solidaridad y la escasez de personal que cubra todas las áreas del hospital, Chel se ve obligada a seleccionar un número reducido para que el hospital siga funcionando sin notar las ausencias.

<<—Está muy bien que queráis ayudar, pero no podemos ir todos y dejar esto desatendido, por lo que solo puedo mandar a dos o tres— Entonces, y viendo que la mayoría aquí son más necesarios que yo, o bien porque ya tienen experiencia con enfermedades tropicales, o porque están más familiarizados con los protocolos del hospital, doy un paso al frente ofreciéndome como voluntaria, ya que esta puede ser una gran oportunidad para ponerme a prueba sobre el terreno y salir de la zona de confort que establecí entre estas paredes de cal.

—Voy yo— Al instante todas las miradas de los aquí presentes se fijan en mí. Principalmente las de Chel y Mark, que no ve precisamente con buenos ojos mi ofrecimiento, por lo que no tarda manifiesta su disconformidad.

—No. Voy yo— La atención de mi amiga se centra entonces en Mark, que más que ayudar parece que lo que intenta es seguir controlando todos mis movimientos aunque no tenga motivos para ello.

—No, tú no vas— Replica tajante, sorprendiéndonos a todos ante tan rotunda negativa— Al faltar Madeleine eres tú el que está al frente del área de cirugía, no podemos prescindir de ti porque en el caso de tener nosotros una urgencia, estamos desatendidos. Va Sheyla. Es un control rutinario, lejos del frente, y no tiene por qué pasar nada. Además va con los chicos de la ONU— Por un instante no doy crédito a lo que oigo. Que Chel acepte mi oferta sin poner trabas u objetar por ese afán que tiene de protegerme, es una inyección de autoestima para mí. Porque con este gesto demuestra confiar en mi criterio, reconociendo  así mi valía, haciéndome sentir un miembro útil de esta comunidad.

Inmediatamente escucho a mi lado la voz de Cristi, la muchacha que ayuda en la cocina y que de vez en cuando hace las labores de limpieza en el hospital, a la que se le suma Sabine ofreciéndose para esta misión.

—Yo también voy, no soy médico, pero algo podré hacer— Asintiendo ante la respuesta de ambas, Chel da por válido su ofrecimiento.

—Muy bien, pues preparaos. Os esperan— Apenas dispongo de unos minutos para recoger mi equipo médico, mientras aún digiero eso de que Madeleine ya no esté aquí. ¿Se ha vuelto a Inglaterra? ¿Es por eso que Blaime se acercó a mí entonces, porque ya no está bajo la influencia de esa bruja? Perdida en estos pensamientos me descubre Cristi que viene a apurarme.

—Oye,¿te falta mucho? Los tipos de ahí fuera parecen tener mucha prisa— Inquiere con  ese tono de voz apático, como carente de energía, lo que me hace preguntarme por qué va entonces.

—Si, si, ya voy— Y cuando pienso que tengo suficiente con la insistencia de Cristi, aparece Sabine, más enérgica que ella.

—¡¡Vamos niñas, vamos!!—Grita haciendo aspavientos con los brazos.

—Un momento, que tengo que ver que lo lleve todo, espera— La sensación de agobio por las prisas me hacen temer porque deje algún instrumento atrás que pueda ser necesario para mi labor.

—Ay, si esperaran así las liebres...— Replica con sarcasmo. La risa contenida de Cristi me pone aún más nerviosa. Es mi primera salida y no quiero olvidarme nada. Acelerada por la insistencia de ambas, meto todo lo que considero que puede ser útil en una bolsa de viaje para aventurarme a lo desconocido.

Ya con mi bolsa al hombro y acompañada por Cristi y Sabine, nos dirigimos hacia el cuartel a paso ligero. Es entonces cuando reparo en una funda que cuelga del hombro de la más joven.

—¿Qué llevas ahí?— Pero antes de que Cristi pueda responder, Sabine se adelanta para quejarse.

—¡Ah! ¡Vas con ese trasto hasta a cagar! No sabes vivir sin eso.

—No es verdad, cuando limpio o te ayudo en la cocina la dejo en mi taquilla, no exageres. Además, sabes que quiero ser fotoperiodista, ¿Tú dónde has visto que un reportero se separe de su cámara? Tengo que hacer muchas fotos.

—Yo no he visto a ningún reportero por aquí...— Replica Sabine con acritud.

—Pues por eso. Hacen falta más cámaras que retraten lo que está pasando aquí para que todo el mundo lo vea— La contundente respuesta de la muchacha me deja perpleja. Quién lo iba a decir, la benjamina del grupo es en realidad una fotoperiodista en potencia que se ha venido hasta el lugar más escondido y silenciado del mundo para mostrar su realidad. Y es ahora, sabiendo este dato sobre ella, lo que me hace verla con otros ojos. Ya no me parece la mocosa chismosa que amparada por el bullicio de la cantina me advertía sobre mi amistad con Blaime. Ahora me encajan algunas piezas, nada escapa a la mirada crítica de Cristi y de su espíritu observador. Me pregunto cuántas cosas sabrá de nosotros y que yo ignoro. ¿Conocía por aquel entonces la historia de Blaime y Madeleine? Y de ser así, ¿Cuánto sabe?

Un aluvión de preguntas comienzan a llegar a mi mente, justo cuando ya estamos ante los vehículos blindados, parecidos a los tanques que tantas veces he visto por televisión y que ahora tengo frente a mí, con cañones y metralletas, pintados de color blanco, con el distintivo de la ONU en sus laterales, todos ellos perfectamente situados en línea delante del cuartel, mientras a su alrededor el ritmo del personal es frenético, yendo de acá para allá cargando bultos y ultimando detalles antes de salir. Junto a los vehículos de la ONU también hay un viejo camión Berliet, de aspecto decrépito y anticuado, cargado hasta los topes de sacos con el distintivo de la ONU, destinado a esa congregación de la que Chel nos habló al principio de la mañana.

Y entre el ir y venir de los soldados que abastecen sus vehículos y organizan el trabajo, lo veo a él. Uniformado, con el fusil a la espalda y el casco con los dos ases en un lateral, tal y como la primera vez que lo vi aquella mañana en Kigali. Va y viene dando órdenes a otros soldados que apuran los preparativos, con esa rotundidad y ese genio que lo caracteriza, metido en su mundo, en su ambiente. Hasta que se gira y me descubre, parada junto al camión con la bolsa de material médico cargada al hombro.

Por un instante, se queda paralizado, mirándome desde la distancia con una mezcla de confusión y sorpresa grabada en su rostro. A juzgar por su expresión, él tampoco esperaba ser mi compañero de viaje. Pero antes de que pueda acercarse y decirme algo siquiera, aparece el capitán Diaye, que reúne a Jerome y a otro soldado, me figuro que para informarle de que las tres formamos parte del contingente, ya que nos señala con el dedo, a lo que ambos soldados asienten, bajo la atenta mirada de Blaime que permanece a cierta distancia de ellos, estático, sin perder detalle de la conversación que mantienen su capitán y su mejor amigo. Y en cuanto el capitán se aleja para volver a sus funciones, lo veo venir hacia nosotras, con paso firme y esa cara de pocos amigos que se le queda cuando algo no sale como él espera.

—¿Qué haces tú aquí?— Inquiere abruptamente, sin molestarse siquiera en disimular delante de las chicas lo mucho que le desagrada la idea de que vaya con él. Y ante tal muestra de superioridad, le respondo con el mejor de los argumentos.

—Ayudar. No estoy de safari, ¿recuerdas?— Replico haciendo clara alusión a aquella incómoda conversación que tuvimos en los primeros días de mi estancia aquí, junto al acantilado, donde me recriminaba mi actitud despreocupada.

Molesto por mi comentario, me dedica una de esas miradas suyas, dura y desafiante, evidenciando así su disconformidad. Incómoda con su actitud, de nuevo autoritaria y cortante, le devuelvo el gesto manteniéndole la mirada con rabia silenciosa en clara muestra de que no va a lograr hacerme retroceder y renunciar a mi intención de prestar ayuda a esas personas que tan difícil tienen el acceso a recursos médicos, porque para eso es para lo que he venido aquí, para ayudar, marcar la diferencia, y aportar mi granito de arena. Y ni el gesto de preocupación paternalista de Mark antes, ni ahora esa mirada de desaprobación suya van a conseguir que me dé la vuelta y me marche de aquí. Pero antes de que ninguno de los dos pronunciemos palabra, interviene Sabine, rompiendo la tensión del momento.

—Niños, esos tipos tienen prisa, dejar de comeros con la mirada— Las palabras de Sabine obligan al soldado a volver al tema puramente profesional. Lanzándonos una mirada analítica a las tres, inquiere con superioridad.

—¿Dónde están vuestros cascos y vuestros chalecos?— En todo momento suena con ese tono marcial con el que le habla al resto de soldados y que tanto me irrita cuando lo emplea conmigo. Estoy a punto de replicarle algo hiriente cuando Cristi se me adelanta.

—Esperábamos que nos los diera usted, sargento Sanders— ¿Sargento? ¿Ahora es él quien da las órdenes? No me lo puedo creer ¡Estaré bajo las órdenes de Blaime!

Como viene siendo habitual en él cuando algo lo exaspera, no disimula a la hora de soltar un bufido antes de ponerse a dar órdenes.

—Seguidme— En completo silencio obedecemos. Seguimos sus pasos hasta el interior del cuartel para bajar a los sótanos donde almacenan sus equipos. Chalecos, cascos y otros utensilios se acumulan en taquillas de forma ordenada para poder disponer de ellos con rapidez en caso de ser necesario. Tomando dos chalecos azules, parecidos a los que llevan algunos soldados, y un par de casco del mismo color, se los entrega a Cristi y a Sabine, que lanzándome una mirada y como si comprendiera que ambas están de más una vez tiene su material, me informa.

—Nos vemos fuera— Sin esperar respuesta, ambas abandonan las instalaciones, dejándome a solas con Blaime, que busca en otra taquilla un chaleco que pueda servirme.

—Toma— Prácticamente me lanza la prenda a la cara, para acto seguido quitarse su casco, desconectar algunos cables, que me figuro serán para la comunicación de algún sistema de radio, ponerle una funda azul, ya que habitualmente lo lleva sin este elemento luciendo los dos ases de la baraja de póker, y me lo pone en la cabeza —Ten mi casco— Murmura mientras ajusta correas y mentonera a la medida de mi cara, peligrosamente cerca. Tanto que no puedo evitar ponerme nerviosa cuando la punta de sus dedos acaricia mi rostro en un gesto involuntario. Y las mariposas comienzan a revolotear enloquecidas en mi estómago mientras lo observo concentrado en abrochar las correas del casco bajo mi cara.

Pero lejos de agradecer el gesto por entregarme su propio casco, que sería lo correcto por mi parte, lo que hago es replicarle dando buena cuenta de mi resquemor hacia él.

—Vaya, ¿ahora no me gritas? — Sus ojos se desvían de las correas para fijarse en los míos mostrando confusión. Aprovechando su desconcierto, continuo con mi particular venganza— ¿O prefieres esconderte? Eso es más lo tuyo—Replico con ironía, recordando su comportamiento esquivo aquella noche en la cantina, antes de que pasara lo que pasó.

—¿Qué?— La sorpresa se dibuja en su rostro. Suelta las correas del casco para dar un par de pasos hacia atrás como si lo hubiera empujado, visiblemente descolocado ante mi ácida réplica. Sin embargo, apenas le bastan un par de segundos para situarse y reaccionar —Perdona, pero la que me esquiva, y desde hace días, eres tú ¿O te crees que soy imbécil y no me he dado cuenta?— Lo cierto es que esperaba que no, que no percibiera que lo evito desde aquella noche, que cada vez que lo veo entrar por la puerta del hospital yo salgo por la ventana si hace falta, poniendo cualquier pretexto para no tener que verlo, por temor a que retome el tema donde se quedó aquel día. Pero supongo que me habrá visto esconderme o esquivarlo a la menor oportunidad.

Y todo porque sigo molesta con él por haber tocado un asunto tan delicado y que solo me pertenece a mí, arruinando por completo un momento tan especial, en el que, por un breve instante, pude volver a creer en que existe el amor de verdad. Pero tuvo que preguntar, meter el dedo en la llaga e indagar en asuntos que no le conciernen, haciéndome recordar momentos de un pasado que no quiero compartir con él. Por lo que, molesta ante su reproche, replico con todo el resentimiento que durante todos estos días me he guardado dentro, explotando como un volcán.

—¡Es que no quería ni verte después de aquella noche! ¿No lo entiendes? No fue muy apropiado por tu parte sacar un tema tan íntimo como el de mi cicatriz— Respondo ofendida, molesta, furiosa con él y su absurda curiosidad. Y por un momento puedo ver como la sorpresa se dibuja en sus ojos sin que pueda hacer nada para ocultarlo. Pero en un intento por justificarse, responde con rotundidad

—¿Y qué harías tú si al sacarme la ropa descubrieras que en algún momento de mi vida me han abierto en canal? ¿No te preocuparías? ¿No te interesaría saber qué me pasó? Porque con lo preguntona que eres no creo que pasaras por alto algo así. Aunque claro, tú no lo tienes que hacer conmigo porque yo te lo he contado todo, si hasta te enseñé fotos de mi hija, te hablé de ella y de mi pasado, lo sabes todo de mi. En cambio yo no sé una mierda de ti— Sorprendida por el resentimiento que desprenden sus palabras, la que da un paso atrás esta vez soy yo. Porque tiene razón. Hasta esa noche no le había contado nada de mi vida. Pero antes de que pueda abrir la boca para tratar siquiera de darle una respuesta, él continúa.

<<—Además ¿Es íntimo preguntar por una cicatriz, pero no lo que ...— En este punto hace una pausa mirando al suelo como si buscara en su cabeza la forma más elegante de decir que nos acostamos —Lo que compartimos esa noche?— Finaliza sonando contenido. Y es el oírlo de su boca lo que me provoca de nuevo esa extraña sensación de vértigo en el estómago al recordarlo sobre mí, caliente y desnudo con la piel perlada en sudor, mirándome como si no existiera nada más en el mundo, haciéndome sentir única, pletórica, extasiada ante su ternura, su pasión esa total entrega, preocupándose por mí en todo momento. Inmediatamente mis mejillas empiezan a arder, comienzo a experimentar una poderosa sensación en mi bajo vientre que me hace temblar las piernas al recordar aquellas sensaciones indescriptibles y su intensidad arrolladora. Todo. Todo lo que sucedió aquella noche fue maravilloso.

Pero tuvo que estropear aquel momento con sus dudas. Y aferrándome a esa idea para así poder mantener la compostura y hacerle entender que sacar ese tema, justo en aquel momento, no estuvo bien, me defiendo ante su réplica.

—No me gusta hablar de ello, tener que explicarte que tuve un embarazo que no llegó a término, que me tuvieron que extraer una de las trompas, que cabe la posibilidad de que se repita y nunca pueda tener hijos, no es algo de lo que me guste hablar— Pero entonces, y como si desoyera todo lo que acabo de decir, me responde con una impasividad apabullante que casi me parece desprovista de humanidad.

—¿Y qué importa? ¿Te hace menos fuerte, menos útil, menos valiente? ¿Eres menos mujer por eso?— No puedo creer lo que oigo. ¿Cómo puede ser tan imbécil para decirme algo así? Furiosa por su falta de tacto, replico dominada por la rabia.

—¿Cómo que "qué importa"? ¡A mí me importa!

—¡Pues a mí no!— Alza la voz para hacerse oír, sonando con una rotundidad demoledora que me deja sin palabras ante su convencimiento —Porque eso no cambia nada para mí, no vales menos por eso. Es más, el haber tenido que pasar por eso quizás fuera lo que te ha hecho así, como eres ahora, capaz de venirse al lugar más recóndito del puto planeta para cambiar el mundo. Quizás fuera eso lo que ha forjado a la leona que ahora tengo delante— Se detiene en este punto para fijar su poderosa mirada en mí, llena de convencimiento

<<— Tenlo presente cuando dudes de ti al ver esa cicatriz. Y ahora, ponte el maldito chaleco, coge tu bolsa y sal ahí fuera. Has venido aquí con un objetivo, no te distraigas— Ante semejante discurso, me quedo sin palabras. No soy capaz de dar un paso, viéndolo avanzar hacia la puerta mientras asimilo su mensaje, estimando en qué grado tiene razón al hacer una afirmación así de mí. Pero antes de que pueda procesar todo lo que me acaba de soltar y valorar si es la respuesta que necesitaba oír de él, se vuelve hacia mí para ordenarme, ya cerca de la puerta — Vamos.

Y no vuelve a mediar palabra en el corto trayecto que nos lleva al exterior, donde como bien dice, nos esperan, dejando su lado más humano, ese que siempre tiene una respuesta lógica desde sus términos o una lección que darme por dura que sea, para dar paso al militar al frente ahora de una misión de ayuda humanitaria.

De nuevo frente a los vehículos, todos se mueven como hormigas mientras Blaime, ahora el sargento Sanders, concreta las últimas instrucciones y ordena arrancar el motor de uno de los vehículos que parecen tanques, concretamente, el que está al final de la fila de blindados, antes del jeep blanco de la ONU y el camión con los víveres.

A cierta distancia lo observo hablar con unos y con otros, hasta que en un momento dado se va a por Jerome, al que toma por las correas de su chaleco en lo que me parece un gesto excesivamente brusco para darse entre amigos.

Sin embargo la expresión de Jerome se mantiene inalterable, y como si de una confesión privada se tratara, Blaime le murmura al oído algo que me resulta imposible de escuchar a tanta distancia. Pero por la reacción de Jerome, que gira su cabeza para mirarme y luego asentir al sargento, enseguida deduzco que tiene que ver conmigo. Acto seguido, se dan la mano para chocar después el hombro, para después separarse en direcciones opuestas a la voz de "ndakubona muri iri joro" que debe de ser como su grito de guerra particular, y que los demás van repitiendo desde sus respectivos puestos, al tiempo que rugen los motores.

Pero entonces, y para mi sorpresa, veo a Blaime alejarse hacia el último de los tanques, mientras Jerome me indica que lo acompañe al jeep que espera junto al camión. Desobedeciendo las indicaciones de Jerome y perpleja ante la dirección que ha tomado la situación, sorteo a los soldados y demás personal que se mueven como un enjambre en torno a los vehículos, hasta alcanzar a Blaime para preguntarle.

—¿Tú no vienes con nosotros?— Ajustando la cinta del fusil a su hombro y haciendo un recorrido visual hacia todo lo que nos rodea como si ya se encontrara en el campo de batalla, contesta a mi pregunta con esa rotundidad que lo caracteriza.

—No, yo comando ahora este vehículo— Palmea la chapa blanca del blindado como si se tratara de los cuartos traseros de un caballo mientras continúa —Tengo asignado el margen de la zona desmilitarizada, a ti te toca en la unidad de Jerome— La cara de preocupación que se me queda debe ser lo que me delata, porque inmediatamente se apresura a contestarme en un tono más tranquilizador —No pasa nada, lo mío es pura rutina y lo vuestro no reviste peligro. De ser así el alto mando no permitiría la intervención de personal civil. No te preocupes— Una leve sonrisa se dibuja en su cara por un instante— Te veo esta noche— Y tras dedicarme una mirada cargada de convencimiento, se sube a su vehículo para después alejarse por el camino que sale del pueblo, mientras en el nuestro aún se ultiman detalles.

El grito de Sabine llamándome desde el interior del jeep me trae de vuelta a la realidad, alejando así el sentimiento de incertidumbre y temor que me invade ante este giro de los acontecimientos. Porque para ser sincera, esperaba que fuéramos juntos, pero parece que la vida tiene otros planes para nosotros.

Obedeciendo a la llamada de Sabine, entro en el vehículo, junto a ella y a Cristi que trastea con su cámara de fotos mientras el conductor enciende el motor, y Jerome, probando que la radio funcione correctamente, ocupa el puesto de copiloto. Tras hacer las pruebas pertinentes, recibir las últimas instrucciones del capitán Diaye y consultar un cuaderno de notas que lleva Jerome entre las manos, el conductor arranca, rumbo a lo desconocido.

⭐⭐⭐

Edit realizado por Editorial-escritores

__HOLA COOPERANTES__
¿Cómo están? Espero que muy bien. Este capítulo me ha quedado un poco largo para mi gusto, pero necesitaba dejar atados un par de cabos antes de pasar al siguiente capítulo, el de la misión. Además quería aclarar algunos de los términos del capítulo como de costumbre, para tratar de disipar duda. Y en este caso me refiero a la frase que gritan los soldados para darse ánimo antes de iniciar su misión.
"Ndakubona muri iri joro" significa en kinyaruanda "te veo esta noche" ( Que es como se despide Blaime de Sheyla), y vendría siendo una forma de desearse suerte entre ellos.
Y ahora mi duda es, ¿cómo
veis a estos dos? ¿Habrá reconciliación?
¿Qué creéis que les espera en esta misión, donde van cada uno por un lado?
Me muero por leer vuestras teorías, las espero con ansia 😄
Como siempre, gracias por acompañar me en este maravilloso viaje. Nos leemos en el próximo capítulo ❤️

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