Vidas cruzadas: El ciclo. #1...

By AbbyCon2B

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Olivia Eades es psicóloga y periodista con una vida hecha en el 1970, con su madre y hermano, sin deseos de c... More

NOTA DE LA AUTORA Y MÁS.
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AGRADECIMIENTOS
Cuarto libro de Vidas Cruzadas: El ciclo (Disponible)

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By AbbyCon2B

Cuando Olivia regresó al campamento con Jonathan escoltándola, se sentía cansada y abatida y sí él la estaba odiando en secreto, no lo sabía. Su mano en la espalda la estaba guiando de regreso a las carpas y ya se había vuelto a vestir y acomodado el cabello para estar presentable. Todavía se le podía notar un poco que había llorado, pero había hecho su más grande esfuerzo por disimularlo y el nudo en el estómago persistía. Quería encerrarse en su carpa y no salir más por culpa de la angustia.

Le entregó el plato con estofado y pan a Jonathan (lo cual ya estaba frío) y mientras él comía sentado en una silla junto a la mesa de madera, ella se colocó su delantal y le sirvió un vaso de agua conteniendo sus lágrimas.

Pasó por su lado y él la miró en silencio como se alejaba hacia una de las tiendas y regresaba con una manzana para pelarla y cortársela y que él la comiera al terminar su almuerzo.

—Te amo —le dijo, esperando que eso la alegrara y se alivió al ver que ella sonreía y apretaba los ojos—. Realmente lo hago y saldremos adelante.

Ella dejó la manzana y el cuchillo en la mesa y se apoyó en sus manos, respirando hondo con una puntada en su corazón. Se enderezó, cuando vio que Jonathan se ponía de pie para caminar hacia ella y no demoró en abrazarlo.

—Lamento no haberte dado un hijo.

—Me diste cuatro, nena —. Le ahuecó el rostro en sus manos y sonrió—. Tres hermosos hijos y una bella hija que nos dará nietos. Superaremos esto juntos, somos más fuertes de esa forma ¿no me dijiste?

Sonrió y lo vio besar sus manos y acariciarlas con su mejilla áspera.

—Estaremos bien.

Esa tarde él se marchó a continuar con su día y ella el suyo.

No volvió a verlo hasta la noche y todas las actividades con las que ocuparse le permitieron distraer su mente y dejar de pensar tanto en todo lo que sucedía. Evadió la carpa de los cirujanos por el día para evitar más estrés o angustias y Shyla y la señora Butler la acompañaron en sus actividades, ayudándola a limpiar y cocinar y haciéndolo una tarea mucho más accesible y no tan agotadora.

Lo que le gustaba del campamento no era solo la constante compañía, sino que siempre tenía algo con lo que ocuparse y eso mantenía su mente distraída. Durante los últimos tres años donde la angustia había sido demasiado, había días en los que sentía que, si se detenía por un segundo a respirar, entonces ya no podría volver a levantarse y estar ocupada la mantenía cuerda y lucida, con sus emociones adormecidas y sin molestar, era algo que no tenía en la granja, donde el silencio, la incertidumbre y la soledad la mataban lentamente.

Se acostó en su carpa cuando llegó la noche, alumbrándose con una lámpara de alcohol después de cenar y leyó un rato antes de dormir.

Dormir en el suelo sobre una manta no era lo más cómodo, pero después de tres años no le quedaba otra opción salvo acostumbrarse. Las condiciones no siempre eran las mejores y todos debían conformarse con lo que conseguían, a veces acampaban cerca de una granja y la familia en el hogar los asistía y cuidaba, otra vez tenían la suerte de conseguir una mansión como la mansión Henry y algunos conseguían el privilegio de dormir en una habitación, pero cuando estaban viajando o se encontraban en el medio de un campo, no había opción salvo dormir en el suelo.

Dejó el libro cuando Jonathan entró en la carpa y se le quedó mirando un momento, en lo que él se descalzaba y entraba en la cama con ella, aun vestido para hacer más fácil dejar la carpa en la noche si surgía una emergencia.

Jonathan insistía dormir del lado de la tierra, dejándola contra la pared de tela de la carpa, de esa forma, ella no acabaría durmiendo sobre el pasto por accidente y, además, él podía protegerla del frío con la carpa y su cuerpo. Cuando se metió debajo de las mantas, apretándose a su lado para que ambos pudieran caber en el reducido espacio para una persona, sus frías manos la rodearon por la cintura y la atrajeron hacia su cuerpo.

—Que frío —lo escuchó susurrar en su oído y se estiró para alcanzar su abrigo de la silla junto al barril y así extenderlo sobre ellos—. ¿Cenaste?

—Sí ¿tú? Te dejé un poco en tu tienda.

—Lo vi y ya comí. Muchas gracias. ¿Cómo te sientes?

—Un poco mejor ¿tú?

—Estoy bien —mintió y se ocultó en su cuello sin dejar de abrazarla, para entrar en calor—. Muerto de frío.

Olivia sonrió al sentir sus labios dejando un rastro húmedo por su cuello hacia su hombro y llevó una mano hacia atrás para acariciarle la pierna por sobre el pantalón. Su deseó por él no disminuía a pesar del tiempo que pasara y tres años eran mucho tiempo para haber estado sola.

—¿Puedo? —. Asintió, girando su rostro hacia su hombro para besarlo y Jonathan se desabrochó el pantalón aun acostado de lado—. Debo madrugar, así que no puedo dormirme muy tarde.

—Entonces seremos algo rápidos.

Le levantó la camisa para dejar su sexo desnudo y sin quitarse por completo sus ropas, sujetó la base de su miembro y se guio en su interior. Ella regresó su rostro hacia la pared de la carpa y se mordió la mano para evitar gemir por lo alto. Él besó su hombro y todos sus músculos se tensaron al adentrarse en su interior.

Sintió sus suaves nalgas apretándose contra su vientre cuando se empujaba en ella y le acarició las piernas desnudas hasta colar la mano por debajo de la camisa y apretar sus senos.

—Uhm, me encantas —susurró en su oído y mordió el lóbulo de su oreja robándole un gemido—. Bésame, Olivia.

Se salió un momento para que ella pudiera girarse en sus brazos y volvió a adentrarse en ella mientras la besaba y sus lenguas se acariciaban. Se giró sobre la cama, acabando sobre su espalda con Olivia sentada en sus caderas y no dejó de besarla mientras ella tomaba el control de los movimientos y lo adentraba en su interior una y otra vez, gimiendo de la forma más jodidamente excitante, en su boca.

—Te amo.

—También te amo, nena.

—En serio lamento todo esto, todas las mentiras y secreto —susurró, esperando que él realmente la hubiera perdonado por sus errores y le diera una oportunidad para no volver a cometerlos—. No volveré a mentirte.

—Está bien...Confío en ti.

—Pero no me iré —. Él suspiró—. En la granja me deprimo y me siento sola.

—Lo sé, aunque no comprendo como puedes preferir este lugar.

—No lo prefiero, pero al menos aquí me distraigo y mantengo mi mente ocupada y estoy tranquila, sabiendo que tú estás bien y que los niños están a salvo en la granja.

Le acarició la mejilla y tiró de ella hasta que se apoyó sobre su frente.

—No quiero perderte, Olivia, no puedo...

Lo besó y acarició su mejilla, consolándolo con el calor de su cuerpo y lentos movimientos de su cadera. Él suspiró.

—No puedo prometer que nade me sucederá, Jonathan, ambos sabemos que lo nuestro no puede ser para siempre...

Bufó, interrumpiéndola antes de que continuara con aquellas palabras y negó. No quería pensar en el futuro o en la supuesta mujer que conocería y a la cual amaría, no podía amar a otra mujer como amaba a Olivia y de eso no tenía duda. Estaba encaprichado con ella y obsesionado hasta el punto de matar a todo el mundo y encerrarla en una burbuja para asegurarse de que nada ni nadie la lastimaría.

—Jona, lo sabes.

—No lo acepto.

—Podemos disfrutar del tiempo que tenemos ahora juntos. Por eso creo que debo quedarme aquí y estar contigo, podemos ser un matrimonio y estar felices, no tenemos que pensar en cuando terminará.

Quiso apartarla y dormirse como estaba, triste, de malhumor y excitado, pero no encontró la fuerza para hacerlo. No cuando ella lo miraba con tanta ternura y acariciaba su piel enviando escalofríos por todo su cuerpo.

—Hazme el amor, Jonathan...ámame, por favor.

Se sentó con ella en sus brazos y devoró su boca sin pensárselo dos veces, aferrándola en sus brazos y acariciando todos sus rincones. Olivia gimió y se movió lentamente sobre él, tiró la cabeza hacia atrás para que sus labios recorriera su cuello y cuando él le quitó la camisola, tomó sus manos y las llevó hacia sus senos.

Jonathan invirtió lugares en la manta, acostándose sobre ella y le aprisionó las manos contra el suelo, enlazándolas con las suyas al comenzar a moverse lento pero preciso. Lo sentía empujarse en su interior de una forma tortuosamente placentera y le encantaba. La forma como la tocaba y como su cuerpo la hacía sentir, toda la mezcla de emociones y de sentimientos.

Él la besó y apretó los ojos intentando que las emociones no lo desbordaran.

La amaba demasiado y ella lo amaba a él.

No había nada que pudiera detenerlos de amarse o cambiar lo que sentían, ni siquiera las peleas o los años separados bastarían. Jonathan ponía toda su fe en creer que ella había viajado en el tiempo por un motivo, que su encuentro en Dalas cinco años atrás no había sido coincidencia y que definitivamente no habría otra mujer y sería solo ella. Se conocía a sí mismo para saber que su amor por Olivia no podía morir y que de perderla, se quedaría solo con sus hijos y dedicaría el resto de su vida a revivir su memoria. Ella creía que estaba allí por un motivo y ese motivo era salvarlo y asegurarse de que él conocería a la madre de Elizabeth y no se equivocaba...

Ella si estaba ahí para salvarlo y él sí estaba ahí para amarla por el resto de su vida.

Despertaron a la mañana siguiente, Jonathan ya se estaba vistiendo y ella estaba adormilada con la delgada manta y la chaqueta de él cubriéndola. No se la había quitado para que no pasara frío. Se estiró, bostezando y cubrió sus ojos de la luz de la lámpara.

Aún estaba oscuro.

—¿Qué hora es?

—Cuatro y cuarto —. Se agachó en la tierra a su lado y la besó—. Debo irme, parece que hubo un ataque cerca de Richfield.

—¿Qué? ¿Cuándo?

—Antenoche, la noticia llegó en la madrugada —. Se frotó el rostro y suspiró—. Ningún soldado quedó con vida, unas bombas explotaron en el bosque cuando hacían la inspección de rutina. El teniente Padmore de la segunda división murió en el campo, me pesa saber que era mi turno de guardia y no el suyo.

Pero Olivia estaba agradecida de que Jonathan no hubiera ido.

—Espera, déjame ir contigo.

Quiso comenzar a negar, pero no tuvo oportunidad cuando ella se puso de pie y comenzó a vestirse.

—Olivia, es peligroso.

—Lo sé, pero sí hay algún soldado con vida, puedo intentar salvarlo.

—Los reportes dicen que todos murieron.

—Los reportes pueden equivocarse ¿no?

Maldijo y salió de la tienda dejándola atrás para que se vistiera.

No sabía cuánto tiempo le tomaría acostumbrarse a la terquedad de su esposa y a que simplemente no podía decirle que hacer. Podía intentarlo, pero a menos que la encadenara o pusiera guardias en su puerta, ella no iba a ceder. Le molestaba, pero se engañaría a sí mismo sí decía que no le gustaba. Parte de los motivos por los cuales estaba tan enamorado de Olivia era su valentía, lo había notado desde que la había conocido y ella le había pedido que le enseñara a usar un arma y cazar para no depende de nadie y luego cuando había apuntado un arma a la cabeza de Derby, gritado a Carl Norson, enfrentado al señor Dick en su cosmética y un sinfín de otros momentos. Y ahora ella estaba en una guerra y no tenía miedo de lucharla...A veces esa mujer parecía tener más coraje que todos los soldados juntos.

—Teniente ¿está listo para partir?

—Así es, General, aunque debo informarle que hay una enfermera que desea acompañarnos.

El General Anderson, que era un hombre de unos cuarenta años, con una barba prolija y algo canosa, se giró hacia él, olvidándose de sus intenciones de montar su caballo y frunció el ceño.

—Bueno, me temo que eso no se va a poder, teniente.

—Intente usted detenerla, General, con todo respeto dudo que pueda.

Anderson regresó su mirada hacia la carpa de Olivia cuando todos los soldados la vieron salir, terminando de acomodarse el chal en el torso y de recogerse el cabello en un moño. Se había vestido lo más rápido posible para que no la dejaran atrás y había lanzado en su bolsa de tela todo lo que podría llegar a necesitar para tratar a un soldado herido en el campo.

—¿Listos, caballeros? —inquirió al pasar junto a ellos.

Pero la voz del General la detuvo.

—Señora, me temo que no puede venir con nosotros, es muy peligroso.

—Conozco los peligros, General, llevo tres años sirviéndole.

—Pero esto es distinto, iremos a un ambiente inhóspito y posiblemente habitado por el enemigo, le tengo afecto a su trabajo, señora Eades, pero debe permanecer aquí.

—¿Desea cargar con la culpa de la muerte de esos soldados?

—Por supuesto que no.

—Entonces me necesita, yo puedo salvarlos y lo he demostrado con mis años de servicio. A diferencia de sus respetados cirujanos, mis teorías de la propagación de infecciones son más acertada y lógica y por lo tanto demuestra ser más efectiva. Puede llevar a sus cirujanos si quiere, ver si provocarles el vómito a los soldados y darles de beber sangre les salvará la vida, pero sí lo que desea es salvarlos efectivamente, entonces debe llevarme a mí, General. Y soy Olivia Morgan, General.

Anderson parpadeó y se quitó el sombrero, absortó por lo que sus ojos presenciaban. Los soldados esperando por órdenes alrededor de ellos también la miraban asombrados, aunque muchos de ellos ya no se sorprendían después de como la habían visto jugar al fútbol el día anterior.

—¿Su esposa, teniente?

—Tengo el privilegio de asentir.

—Bueno, veo porque la ha elegido —. Olivia sonrió—. Aunque no comprendo por qué ella lo ha elegido a usted.

Los soldados se rieron y la sonrisa de Olivia aumentó mientras Jonathan rodaba los ojos y subía a su caballo. Tres años de servició habían llevado a todos esos hombres a formar una amistad fuera de sus puestos en el ejército.

—Lo he escogido porque es el hombre más inteligente que existe y sabe como atender a una mujer...Y me refiero a realmente atender a una mujer.

Los miró, sugiriendo con su mirada lo que realmente señalaba y los hombres sacudieron a Jonathan mientras le vitoreaban y él la miró y sonrió antes de articular con sus labios: 

Gracias. 

—¡Alguien que le traiga un caballo a la señora y un arma! Espero que sepa disparar, señora Morgan, me temo que podría llegar a necesitarlo.

Cabalgó con los soldados, siguiendo la formación que le correspondía, por lo tanto, ella fue al fondo con los cirujanos y Jonathan al frente, entre algunas docenas de hombres junto al General. Lo notó mirar sobre su hombro varias veces para intentar ubicarla en las filas y saber que ella estaba bien y ella no dejó de mirarlo a él.

Era su primera vez yendo a un campo de batalla desde que había comenzado a servir en el ejército. Los últimos tres años había atendido únicamente desde las carpas, no porque no quisiera ir a los campos, sino que era imposible evitar que Jonathan la viera de hacerlo, ahora que Jonathan sabía la verdad, ir a los campos no solo era posible, sino que también era una ventaja. Le permitía cuidar de él más de cerca.

—¿Sí es consciente de que no debería estar aquí ¿verdad?

Miró hacia el cirujano que comenzó a cabalgar a su lado e intentó mantener la postura.

—Ninguno de nosotros debería, señor. Las guerras no son ambiente para nadie.

—Me refería a la medicina, señora. Es suficiente con que algunas mujeres quieran jugar a las enfermeras ¿pero cirujanas? Eso no es posible.

—¿Teme que le quiten el trabajo, señor?

El hombre se rio.

—Tampoco es posible.

—Oh, bueno...Entonces no tienen nada que temer —. Le sonrió al mirarlo, una sonrisa falsa y desinteresada y alzó los hombros—. No soy amenaza para usted.

—Lo es para los soldados.

Decidió ignorarlo y continuó cabalgando en silencio a pesar de que el hombre continuaba enlistando los motivos por los cuales ella no podía ser una buena cirujana y ni siquiera debía ser enfermera. Detrás de ellos, otros dos cirujanos se burlaban con comentarios sexistas y despectivos, mirándola de forma inapropiada mientras cabalgaba con la esperanza de ponerla incomoda y que decidiera abandonar la formación para regresarse.

A pesar de la incomodidad y la angustia que le provocaba ser degrada a un nivel tan inhumano en el que no era más que un objeto de satisfacción personal, no se retiró.

Cuando llegaron al lugar de los hechos después de una hora y media de andar, Olivia bajó del caballo y tomó su bolsa con su equipo médico para adelantarse por el campo, siguiendo a los soldados y buscar posibles heridos.

Cuando se disponía a rodear su caballo y apresurarse para no quedar atrás, uno de los cirujanos piso la falda de su vestido y ella cayó sobre la tierra y las raíces.

Los doctores se rieron, pero la pasaron de largo sin ofrecerle ayuda.

Suspiró, se limpió las manos embarradas en su falda y recogió su bolsa para volver a ponerse de pie y correr detrás del grupo. Jonathan iba por delante de todos, inadvertido de las humillaciones que su esposa debía soportar por ser una mujer ejerciendo una profesión de hombres.

Entre los árboles del bosque todavía había un poco de humo de las explosiones que habían matado a los soldados y cuando Olivia los alcanzó entre la vegetación, vio los cuerpos o pedazos de cuerpos que se encontraban esparcidos por el terreno. Algunos habían estallado, dejando absolutamente nada atrás por enterrar, otros habían perdido algunos miembros y se habían desangrado lentamente hasta la muerte y los que se encontraban intactos, tenían heridas de balas o probablemente alguna contusión interna que los había matado con el pasar de las horas.

Aquella imagen, era perturbadora para cualquiera, incluso aunque llevaba tres años viendo cosas muy perturbadoras.

Se agachó junto al cadáver de un soldado que se encontraba recostado contra unas rocas, como si se hubiera arrastrado hasta ese lugar antes de morir y le bajó los parpados, sintiendo un gran pesar de verlo sin vida. Había algo extraño con la muerte que la dejaba intranquila, como con los ojos cerrados los soldados no parecían más que dormidos y como muchas veces la muerte llegaba sin advertencia y arrasaba con todos.

Miró hacia la mano del hombre que caía hacia un lado y tomó la hoja que sostenía firmemente en su puño; era una fotografía y en ella se veía a quienes imaginaban eran su esposa e hija.

El hombre había muerto mirando aquella foto, probablemente llorando al saber que no volvería a verlas y que estaba solo y asustado.

En el siglo diecinueve, la muerte era un asunto delicado para todos y ciertos rituales se ponían en marcha cuando una persona moría. Para una persona, la forma correcta de morir era rodeado de sus seres queridos y se decía que así encontraría la paz. Olivia no podía terminar de imaginar el miedo y angustia de esos hombres al morir solos, sin la compañía de sus familiares para consolarlos y temiendo jamás encontrar la paz.

Se guardó la foto esperando poder contactar luego a la familia del muchacho y continuó avanzando por el campo con cuidado.

Algunos de los soldados fueron detrás de ella, para asegurarse de que no saldría herida.

Encontró a un hombre que no parecía tener muchas heridas visibles y se arrodilló a su lado para tomar su pulso y ver si respiraba. Le entristeció descubrir que ya estaba muerto, pero el hombre a su lado, con una pierna amputada, seguía con vida.

Apenas colgaba de un hilo, parado entre la vida y la muerte y no estaba lo suficientemente lucido para saber lo que ocurría a su alrededor, pero cuando ella lo vio moverse mientras acomodaba el cuerpo del soldado fallecido en la tierra, dejó todo lo que hacía y acudió a su rescate.

—Todo va a estar bien, soldado —le aseguró y rebuscó en su bolsa por una de sus botellas de alcohol—. Voy a cuidar de usted, todo estará bien. Quédese conmigo.

Se enjuagó las manos con un poco de alcohol y luego volcó bastante agua hervida en la herida para limpiarla. Había sido un corte relativamente limpio por sobre la rodilla, aunque el hueso estaba expuesto y seguía sangrando a pesar de que el hombre había actuado rápido para hacer un nudo sobre la herida. Ese mismo nudo era lo que le estaba salvando la vida.

Evaluó su estado de consciencia y lo acostó en la tierra para poder colocarle la pierna en alto y detener por completo el sangrado. El hombre parecía estar en un estado de shock y su piel estaba demasiado pálida y fría. Había perdido mucha sangre y había pasado la noche solo en el bosque y expuesto al frío. Necesitaban trasladarlo al campamento de inmediato.

—Deben llevárselo y entregárselo a Harvie Aston de la división tres.

Los soldados asintieron y cargaron al hombre hacia una camilla de tela y luego hacia uno de los carros que traían vacíos para transportar los cuerpos.

—Asegúrense de hacer presión en la herida con este trapo limpio —pidió y le obedecieron.

Continuó evaluando el campo, recogiendo miembros que encontraba en la tierra para apilarlos todos en un mismo punto y arrastrando los cuerpos de los fallecidos para que pudieran cargarlos al carro y llevarlos al campamento donde podían enterrarlos.

—Señora...pss...señora, por favor...

Miró a su alrededor al escuchar un susurro entre la vegetación y cuando encontró a un hombre que asomaba por detrás de una roca, se acercó para asistirle pensando que se trataba de otro soldado de la unión con vida.

Lo que encontró fue a un hombre con un uniforme gris y azul, la mosqueta tirada a su lado y una herida que sangraba por debajo de su remera, sobre la cual él hacía presión. Se detuvo un tanto insegura sobre sí debía acercarse y el hombre continuó suplicando.

—Por favor, s-señora...No me d...deje morir.

Respiró hondo y después de mirar para asegurarse de que nadie la veía, se agachó junto al soldado y rebuscó en su bolsa por unos trapos limpios. Le levantó la camisa para evaluar la herida y concluyó que podía salvarlo si lo transportaban a la mansión Henry donde podría operarlo en el salón aislado. La herida no era letal, solo una bala que había entrado por el costado de su vientre (con suerte evadiendo órganos vitales), pero aun debía retirar la bala y eso era algo que no podía hacer en la tierra y el polvo.

—¿Dónde está su regimiento, señor?

—Se marcharon —respondió con su voz débil por el dolor—. Me dieron por muerto y se fueron...Ah, como duele, mierda...

—Tiene suerte de estar con vida —le aseguró y cubrió su herida con unos trapos limpio—. Haga presión en la herida.

El hombre obedeció, apretando los ojos aguados y se acomodó contra la roca con la poca fuerza que le quedaba. Había llegado el momento en el que sus esperanzas de ser rescatado se habían esfumado mientras comenzaba a sentirse tan débil que las manos se le dormían, se había preparado para morir solo en ese bosque en lo que rezaba a Dios y se despedía de sus hijos, esperando que recibieran la última carta que les había enviado. Cuando había escuchado los caballos y las voces de hombres, no había podido evitar ilusionarse al pensar que volvían por él, entonces había visto los uniformes azules y se había arrastrado hasta el refugio de esa roca con su mosqueta, donde esperaba poder protegerse del enemigo. De no haber visto a la mujer, no había pedido ayuda, pero confiaba en que las mujeres podían ser más amables que los hombres y encontrar piedad y misericordia incluso en tiempo de guerras.

—¡Olivia! ¡¿Olivia?!

Salió de detrás de la roca para bloquearle el camino a Jonathan y se contuvo de tocarlo con sus manos llenas de sangre.

—No te alejes de mi vista de esa forma. ¿Qué haces?

—Hay un soldado herido, pero...Jonathan, espera.

Jonathan comenzó a reír cuando vio al hombre tirado en el suelo y el joven soldado, Shaun Tasker de treinta años años, comenzó a maldecir y bufar con su mano en la herida.

—Veo que no tuviste tanta suerte, Tasker.

—Vete a la mierda, Jonathan. Búrlate, anda, sé que lo disfrutaras.

—¿Para qué mentirte?

—¿Lo conoces? —inquirió Olivia y no supo cómo intervenir cuando Jonathan obligó al hombre a ponerse de pie a pesar de su herida—. Jonathan, cuidado, está herido.

—Shaun Tasker, fuimos a la escuela juntos —informó y Olivia se mostró sorprendida—. ¿Cómo se siente ser un prisionero de la Unión, Tasker?

—Como que me estoy desangrando ¿tú que crees? Ah, ya déjame morir, Jonathan, es un final más digno que irme con ustedes.

Jonathan lo obligó a caminar mientras lo sujetaba de un brazo y Shaun apretaba su herida como Olivia le había indicado.

—Necesito llevarlo al campamento para retirarle la bala —explicó yendo junto a ellos.

Jonathan volvió a reírse y puso a Shaun a gritar y retorcerse de dolor cuando le metió dos dedos en la herida y los retorció hasta retirar la bala con su mano.

—¡Pero mira que sorpresa! Mi bella esposa tenía razón y había que sacarte la bala.

—¡Vete a la mierda, Jonathan!

Lo dejó caer al suelo, con el dolor latiendo hasta en sus huesos y Olivia se arrodilló a su lado para apretar la herida y darle un poco de alcohol para intentar calmarlo.

No podía culpar a Jonathan por tratar de esa forma a su enemigo, pero si eran viejos compañeros de escuela, entonces aquello no tenía sentido.

—Qué pena por usted señora, casada con semejante sabandija.

—Seguro, ya quisieras estar tu casada con ella —le espetó Jonathan riéndose—. Es muy hermosa.

—Lástima que está con un feo como tú, imbécil.

—¿Quieres que te ayude a desangrarte más rápido?

Olivia se atravesó en el camino de Jonathan en el segundo que lo vio desenfundar su cuchilla y Shaun se arrastró por la tierra para alejarse de él. Jonathan intentó esquivarla, pero ella le bloqueó el camino y sostuvo su mirada.

—¿De verdad vas a ponerte en peligro por este hombre?

—Es solo un hombre, Jona.

—Es enemigo.

—Es solo un hombre y está desarmado —. Se giró para lanzar una mirada hacia Shaun y volvió a enfrentarse a Jonathan—. Tómalo prisionero si quieres, pero no lo lastimen. Este hombre, al igual que todos, tiene una familia que lo espera en casa.

Jonathan se la quedó mirando seriamente y conociéndolo como lo conocía, que defendiera a Shaun no le había gustado, no obstante, no tuvo tiempo de manifestar su molestia cuando el General los interrumpió y llevó toda la atención hacia sus palabras.

—Veo que nos conseguimos un prisionero.

—Solo déjenme ir, no diré nada, lo prometo.

—No lo creo, señor. Súbanlo al carro, por favor.

Después de aquello y de otro rato de inspección, regresaron al campamento y Olivia dejó el caballo que le habían dado y el cual no era suyo y se apresuró para ir hacia la mansión de Henry, al otro lado del campo y en lo que podía ser una caminata de una hora. Quería asegurarse de que aquel soldado que había perdido su pierna en la explosión se encontraba en manos de Harvie y seguía con vida.

Estaba a mitad de camino cuando escuchó los pasos de un caballo galopando en su dirección y al mirar sobre su hombro, vio a Jonathan alcanzar su lado.

—¿Por qué lo defendiste?

—Ya te dije, Jonathan. El hombre está herido y no representa una amenaza, además lo conoces, no puedo creer que estuvieras dispuesto a matarlo.

—No lo estaba, solo le remarcaba mi posición de poder para que no intentara nada estúpido —. Le ofreció una mano para que subiera al caballo detrás de él y así llevarla hasta su destino y suspiró—. Él ayudó a matar a muchos de los nuestros.

—Y tú a muchos de los suyos, no hay un lado bueno o uno malo. Solo lados.

Él no estuvo muy conforme con esa respuesta.

—No puedo pensar en eso cuando estoy en el campo, Olivia...Ninguno de nosotros puede —. Mantuvo la marcha lenta para no llegar tan rápido a su destino y dejó las riendas un momento para sujetarle las muñecas a Olivia y que lo agarrara fuerte de la cintura—. Si pienso en esos hombres y sus familias, me matarán. Y tengo mi propia familia en la que pensar, así como todos aquí, por lo tanto, ellos son el enemigo y los matamos. Fin de la historia.

—Tú haz eso, eres un soldado y lo respeto, pero yo soy una enfermera y mi trabajo es salvar vidas; independientemente de quien sea.

Cuando se detuvieron frente a la mansión, Jonathan bajó primero para sujetarla de la cintura y ayudarla y cuando se regresó hacia la mansión, no pudo evitar arrugar la nariz al ver a Harvie bajar los escalones hacia ellos, limpiándose sus manos ensangrentadas.

Aun no olvidaba lo que ella le había contado de ese hombre y sus...intereses.

—¿Recibiste al soldado?

—Sí, está estable y conseguí que dejara de perder sangre. Hiciste bien, Liv.

—Gracias, es mi primera vez tratando una herida en campo abierto —. Sonrió orgullosa y le dio un abrazo a Harvie que el hombre respondió—. ¿Hay algo más en lo que pueda ayudar?

—Algunos soldados necesitan un baño, pero puedo buscar a otra enfermera si prefieres.

—No, está bien, quiero ayudar —. Se regresó a Jonathan para notar como miraba a Harvie y lo codeó con disimulo—. Bueno... ¿Quieren algo de comer? Puedo hacer la cena.

—Ya la hice, me quedó un poco si quieres, Liv.

Jonathan apretó los puños al ver como Harvie le sonreía a Olivia y esta le agradecía antes de adelantarse hacia el interior del edificio para comer algo.

Ambos la vieron marchar y entonces Harvie lo evadió.

—Hasta luego, teniente.

Harvie se fue detrás de Olivia y Jonathan, aunque habría preferido seguirlos para mantener un ojo sobre ellos, incluso sabiendo que Harvie era gay, no tuvo opción salvo regresar a su división para ocuparse con su trabajo.

12 de enero 1864.
Río Susquehanna, Pennsylvania.

Olivia se sentía orgullosa de poder mostrarle a Jonathan como había mejorado su puntería y más aun que él hubiera conseguido dedicarle unas horas de su mañana para mirarla.

Lo siguió por el campo, con su rifle colgado a la espalda y el sombrero que él le había prestado al partir hacia la guerra en la cabeza. Hacía un lindo día a pesar de seguir en invierno y por primera vez en un buen tiempo no se congelaban. Él se había quitado su chaqueta y ella llevaba las manos desnudas. Alcanzaron un punto alejado del campamento en el bosque y Jonathan sacó su cuchilla y comenzó a marcar unos círculos en los troncos de unos árboles. Algunos pequeños y otros un poco más grande.

—Veamos como me impresionas, nena.

—No es que sea tan buena —le aseguró y se descolgó el fusil—. Pero he estado practicando bastante y soy un poco mejor que antes.

Jonathan se quedó de pie detrás de ella con ambas manos en su cinturón y esperó.

Olivia sacó uno de los cartuchos de papel cargó el arma y miró sobre su hombro hacia Jonathan. Le sonrió y él se contuvo de hacer lo mismo mordiéndose el labio y le señaló los troncos.

Olivia levantó el fusil, cerró un ojo para mejorar su precisión y disparó la primera bala. Cargó una segunda lo más rápido que pudo y volvió a disparar. De todas las descargas que hizo, falló un total de tres veces, pero acertó cinco y Jonathan pudo silbar y reconocer que estaba impresionado.

—¿Qué tal con un revolver? —inquirió y desenfundó su arma para entregársela—. ¿Has probado ya?

—No ¿es muy distinto?

—Un poco, pero también más rápido —. Se acercó a ella para enseñarle como funcionaba y besó su mejilla antes de apartarse y dejar que disparara—. Cuidado con el brazo, preciosa.

—¿Lo estoy haciendo mal?

Se paró a su espalda y puso sus manos sobre el revolver para guiarla y que mantuviera su codo derecho. Ella se rio al sentir como él se acercaba a su cuerpo más de lo que era necesario y la besaba de tanto en tanto mientras hablaba.

—Tienes ocho balas, prueba.

Disparó y aunque no le fue tan bien como con el fusil, pues falló cinco veces, Jonathan igual sonrió y la felicitó. Era cierto que había mejorado considerablemente en esos tres años y le alegraba. De esa forma se quedaría más tranquilo que ella podría defenderse en caso de llegar a necesitarlo, aunque no terminaba de gustarle tenerla en la guerra.

Recuperó su revolver y ella volvió a colgarse el fusil.

—Te ves muy guapa disparando.

—¿Sí? —. Asintió y le sujetó el rostro para besarla—. Tu te ves muy guapo con el uniforme.

—Uhm, ¿no quieres que me lo quite? Que raro.

—Vale, te ves más guapo sin nada —. Le desabrochó el cinturón del pantalón y el se mordió el labio cuando leyó sus intenciones antes de que su mano lo tocara por debajo de la ropa—. ¿Me das mi premio por ser buena estudiante?

—Siempre y cuando me des el mío por ser un buen maestro. 

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