Vidas cruzadas: El ciclo. #1...

By AbbyCon2B

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Olivia Eades es psicóloga y periodista con una vida hecha en el 1970, con su madre y hermano, sin deseos de c... More

NOTA DE LA AUTORA Y MÁS.
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AGRADECIMIENTOS
Cuarto libro de Vidas Cruzadas: El ciclo (Disponible)

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By AbbyCon2B

Quería familiarizarse con la nueva área en la que se ubicaba, donde muchos de los soldados no le eran familiares y tampoco conocía demasiado sobre los doctores o los pacientes que atendían en la carpa.

El cuerpo de soldados dirigido por el General Anderson y Jonathan contaba con veinte mil soldados y se dividía en divisiones de aproximadamente seis mil soldados cada una. En esos últimos meses todo el cuerpo se había reunido en un punto especifico, por lo que las tres divisiones convivían, pero en cualquier momento podían ser enviados en distintas direcciones. Las divisiones se dividían en brigadas y esas mismas en regimientos y eran esos regimientos que los tenientes generales comandaban y guiaban hacia la batalla. Normalmente mil hombres por regimiento.

Pero actualmente esas tres divisiones estaban reunidas y, por lo tanto, por cada división cinco cirujanos debían atender a unos seis mil soldados y rara vez aceptaban la asistencia de las enfermeras. A pesar de llevar tres años en guerra, muchos cirujanos seguían rechazándolas en el campo de la medicina, pero afortunadamente muchas mujeres seguían optando por luchar para involucrarse.

Olivia dejó la carpa ya vestida y con su cabello propiamente recogido y un bonnet de tela en la cabeza. A veces optaba por no usar el sombrero de Jonathan por miedo a estropearlo entre toda la sangre y desorden y esa era una de esas veces. Tenía un chal sontag de lana cubriendo su torso para mantenerla caliente y en sus muñecas unos calentadores también de lana, de esa forma el frío no congelaría hasta sus huesos.

La división donde ella solía ubicarse se veía desde la distancia sobre la colina e instalado entorno a la mansión Henry, no muy lejos, había otra división de unos seis mil hombres y finalmente la que ocupaba en esos momentos y donde había tan pocas mujeres que apenas se las podía visualizar entre tanto hombre.

Caminó entre las carpas, caballos y soldados para ir a buscar una tarea con la que ocuparse. El ambiente era bastante desorganizado, pero no se podía mantener demasiada limpieza cuando dormían en la tierra y el viento levantaba tanto polvo que a veces sus pestañas quedaban tapadas. Fue recogiendo algunas latas de porotos vacías que los soldados tiraban y las apiló todas al llegar a la cacerola donde se cocinaba la comida en el fuego.

Había un hombre evaluando que la comida no se quemaba, era afroamericano y no era el único desde que se había aprobado que los mismos se enlistaran y aunque era un hombre libre, debía soportar mucha discriminación por parte de los soldados blancos. Entre algunas cosas que lo pusieran a cocinar o servir.

—¿Necesita ayuda, soldado?

—Le agradecería mucho, señora.

Se acercó a la olla y tomó una cuchara para revolver la comida y probarla. Estaba bastante insípida y aun le faltaba cocción, pero no era nada que no pudiera reparar agregando algunos vegetales cortados y sal. Y afortunadamente ella guardaba algunos condimentos en su baúl.

—Deje que se cocine, volveré en un momento.

Regresó a su carpa, agarro sus condimentos y se regresó a la cacerola para poner un poco de sal y otras especies y revolverlo. Se agachó junto a los canastos de comida enlatada y se fue con dos latas de tomates cocidos y tres de maíz para abrirlas con la cuchilla y volcarlas en la comida. Le agregó agua para duplicar la cantidad y que alcanzara para al menos sesenta hombres y repitió lo mismo en todas las cacerolas sobre el fuego que había.

Aquel trabajo podía tomarle de entre dos a tres horas, en lo que cruzaba todo el campamento hacia los distintos fuegos y modificaba las comidas. Finalmente se quedó cerca de una de las ollas y vació la mesa de madera para ponerse a preparar unos panes. Usaba harina de cebada y agua, lo que no necesariamente daba como resultado un pan gustoso, pero ella había aprendido a darle su toque especial. A veces ponía menta en el pan y otras veces manzanas cocidas o jugo exprimido de naranja, el último había descubierto a los soldados les encantaba y además quedaba muy esponjoso si lo servían caliente.

Algunos soldados estaban sentados frente a una carpa no muy lejos de ella y la miraban cocinar en lo que charlaban y bebían café en unas tazas de metal. Muchos tenían largas barbas que no se afeitaban en varios años y otros iban encaminados en la misma dirección. Algunos estaban algo sucios y otros se habían bañado hacía poco y se podía apreciar la diferencia entre las divisiones donde había mujeres cuidando de los hombres y las que no; los hombres estaban mucho más descuidados en esa área que en otras.

—¿Quiere salir en la foto, señora? —preguntó un hombre al acomodar su cámara con el trípode frente a la carpa de los soldados.

—No veo por qué no.

El hombre buscó un ángulo frente a la mesa donde Olivia cocinaba y detrás de ella los soldados, también mirando hacia la cámara. Continuó amasando la masa hasta que el hombre indicó tomaría la foto y se cubrió con una tela negra, entonces alzó la vista y sonrió por unos segundos en lo que la foto salía.

Siguió con su tarea y el hombre le agradeció y se marchó para seguir registrando escenarios de la guerra. Puso los panes en unas fuentes de metal y los metió en el horno de piedra en la tierra para que se hicieran, calculaba aproximadamente una hora o treinta minutos, pero de todas formas los chequearía constantemente y en lo que esperaba, se trajo su canasta de costura y se sentó junto a la mesa a coser.

Estaba concentrada en su tarea cuando vio que la señora Butler y su hija llegaban a hacerle compañía con unas sillas para sentarse a su lado.

—Veo que han venido a acompañarme.

—Así es, el señor Morgan nos ha encargado que no nos despeguemos de su lado —. Shyla se sentó a su lado y comenzó a practicar su costura con ella—. ¿Se ha enojado mucho con ustedes? ¿La ha lastimado?

—No, no, Jonathan es más de los hombres que gruñen mucho pero no muerden —aseguró y le sonrió para tranquilizarla—. Estuvo enojado un rato y luego se le pasó como de costumbre, aunque me ha dado una serie de reglas muy estrictas.

—Nos dijo sí, que no debemos dejar su lado y mucho menos si hay hombres presentes... —. Miraron alrededor, estando rodeada por hombres y se rieron—. En resumen, nunca dejar su lado.

—Parece un hombre muy celoso —comentó Shyla y rápidamente sé disculpo—. Sin ofender, señora.

—No me ofende, Jonathan no parece un hombre muy celoso, lo es. Sigo preguntándome cuando aprenderá a confiar un poco más en mí y controlar sus celos, pero casi cuatro años de matrimonio y no ha cambiado.

—¿Puede culparlo? Usted es una señora muy hermosa y como él pudo verlo cualquier hombre también lo verá, no es sorpresa que tenga miedo e inseguridades.

—Eso no justifica su manía por controlarme, señora Butler.

—Oh, no, por supuesto que no, ¿pero ¿Qué le vamos a hacer? Los hombres son hombres y no podemos cambiarlos y así con sus locuras los amamos.

—Debo darle la razón en eso.

Pasaron un rato charlando y revisando los panes y cuando estos estuvieron listos los sacaron y los sirvieron sobre la mesa en rodajas. No quedaron siquiera migas en cuestión de minutos y Olivia que había anticipado aquel suceso, guardó dos rodajas para Jonathan junto con un plato de estofado.

Estaba por retomar sus actividades después de haber reposado el almuerzo por un rato cuando un grupo de soldados pasó junto a ellas con una pelota en sus manos.

—¿Jugarán al fútbol, soldados?

—Así es, señora.

—¿Puedo acompañarlos?

Los hombres se miraron entre ellos y algunos se encogieron de hombros en respuesta y otros asintieron. Ninguno la rechazó, aunque parecían sorprendidos por su petición.

Ella dejó el trapo en la mesa y se quitó el bonnet de su cabeza para que no le molestara.

—¿Está segura, señora Morgan? No parece muy femenino jugar con los hombres.

—¿Nunca ha jugado al futbol, señora Butler? Es divertido —le aseguró con una sonrisa y sujetó el borde de su falda al cinturón de su vestido para dejar sus piernas despejadas hasta la rodilla—. Solía ser la mejor cuando era chica, veamos si no he perdido práctica.

Shyla y su madre intercambiaron miradas confundidas cuando la vieron unirse a los hombres en el campo no muy lejos de donde estaban para comenzar un partido.

—El señor Morgan va a matarnos —susurró Shyla.

—¿Deberíamos detenerla?

—¿Alguna vez has escuchado de alguien que pueda detener a la señora Morgan? Ni siquiera su marido es capaz de hacerlo, un día desde que le dio reglas a seguir y ya las está rompiendo todas.

—Tienes razón, querida —. Se sentó antes de descomponerse por lo que veía y puso una mano en su corazón—. El señor Morgan estará furioso con nosotras.

Olivia llegó con los soldados que la esperaban y les sonrió.

—¿Cómo dividiremos los grupos, señores?

—Mitad y mitad. ¿Es con nosotros, señora?

—No veo por qué no —. Se acomodó la falda para asegurarse de que al haberlas doblado no quedaran por sobre sus rodillas y que las medias taparan sus piernas expuestas y dio una palmada—. Cuando ustedes quieran.

Uno de los hombres pateó la pelota hacia el centro del campo y esta voló por el aire hasta otro que la detuvo con su torso y la guio con su pie por el camino, por un momento Olivia los vio dirigir la pelota hacia el arco de su equipo que era protegido por otro de los soldados y cuando encontró una oportunidad echó a correr detrás del soldado.

Solía amar el fútbol cuando estaba en el siglo veinte, había crecido jugando con su hermano, su padre e incluso su madre y abuelos y en su adolescencia solía meterse en todos los juegos que organizaban en la calle frente a su casa con los muchachos del vecindario. Incluso en el siglo veinte, acostumbraba a ser de las pocas o incluso la única mujer jugando, así que no se sentía muy extraña en esa situación. Lo que le era extraño era jugar con un vestido y la crinolette, pero no representaba impedimento alguno y el deporte, era algo que su cuerpo simplemente no olvidaba. Solía ser buena en eso y seguía siéndolo gracias a su abuela y la costumbre que tenían de jugar juntas de pequeña. 

Logró quitarle la pelota al soldado para asombro de todos los hombres mirándolo y corrió por el campo en la dirección contraria, hacia el arco del contra equipo. Vio a uno de sus compañeros libres y pateó la pelota en su dirección, dejando que volara por el terreno hasta alcanzarlo.

Quince minutos de juego y estaba cansada, pero pasando uno de los mejores momentos desde que la guerra había comenzado. Al principio los hombres eran cuidadosos con ella, pero ya hacía unos cinco minutos que habían dejado de serlo, cuando Olivia se había lanzado al suelo para quitarle la pelota a un soldado y en el proceso él había tropezado con su pierna yendo de cara a la tierra.

Ahora avanzaba con la pelota, con un soldado pegado a su lado intentado quitársela y su brazo extendido enfrente de su pecho para evitarlo. Consiguió pateársela a un compañero antes de perder el control y se adelantó por el campo hacia el arco. Recibió la pelota y la pateó tirándose al suelo para verla cruzar las dos piedras que marcaban el arco.

—¡Tomen esa, perdedores! —se burló victoriosa.

Aceptó la mano de su compañero, quien acababa de descubrir durante el juego se llamaba Grier Bird y este tiró de ella para ayudarla a ponerse de pie y celebró a su lado.

—Nunca en mi vida vi a una mujer jugar al fútbol y mucho menos tan bien como usted.

—¿Qué le digo, soldado Bird? Soy una caja de sorpresas.

—Ya lo veo. ¿Quiere atajar?

Asintió y para el siguiente partido se ubicó entre las rocas y esperó que lanzaran la pelota. Cayó aquí y allá, la pelota le golpeó la mano violentamente muchas veces cuando la detenía en el camino de entrar al arco, se golpeó contra algún que otro soldado por accidente y acabo sudada y cubierta de barro y con un numeroso grupo de soldados mirando el partido únicamente porque había una mujer jugando.

Incluso tenía hinchas a su favor y apuestas circulando.

—¡Olivia!

Alzó la mirada de la tierra, arrodillada en el barro y con la pelota contra su estómago y se puso de pie tan rápido que el mundo giró a su alrededor. Cualquier intento por acomodar su aspecto fue un fracaso, estaba despeinada, sucia de pies a cabeza y sudada. No era una imagen apropiada para una mujer en lo más cerca, pero estaban en una guerra y ese lugar tampoco correspondía al de una mujer y, no obstante, ahí estaba.

Jonathan cruzó el campo en su dirección y los soldados se apartaron de su camino y retrocedieron hasta reunirse en el extremo opuesto del campo.

—Puedo explicarlo...

—Te escucho —dijo al llegar a ella, tenso y furioso.

—De acuerdo...Yo, pues...Estoy jugando al fútbol.

Él le cerró una mano en el brazo y la pelota cayó de sus manos cuando comenzó a tirar de ella para llevarla a la carpa. Quiso detenerlo y explicarle que todo estaba bien, pero la molestia de Jonathan le impidió escucharla hasta que ella se soltó bruscamente y retrocedió.

—Sé que no quieres que llame la atención por tus malditos celos, pero lo que haces es injusto —murmuró, asegurándose de que nadie los escuchara discutir—. Estamos en el medio de una guerra, Jonathan y no me divertía hacía mucho tiempo. Los soldados iban a hacer un partido y quise participar y fueron muy amables en dejarme y míranos, tenemos un buen partido en juego y vamos ganando.

—¿Qué dirán si te ven jugando, semidesnuda y sucia?

—Primero no estoy semidesnuda, tan solo he levantado un poco el borde de la falda para no caer y segundo es solo un juego, Jona. Y mira, todos se están divirtiendo y aunque sí estoy algo sucia, prometo que me lavaré en el río cuando termine.

Él la miró todavía tenso y serio y luego miró hacia los hombres rodeando el campo de juego. Estaba dividido entre las ganas de jugar un partido con ella y compartir uno de sus pasatiempos favoritos (el futbol) con su mujer y las ganas de alejarla de todas las miradas y obligarla a comportarse. Nunca antes había imaginado que Olivia sabría jugar al fútbol y él, como fanático que era, lo encontraba fascinante, así como todos los hombres. No era el simple hecho de que una mujer supiera jugar, sino que se trataba de su mujer y ambos compartían la misma pasión. Todavía no terminaba de acostumbrarse a que ella fuera del futuro.

—¿Entonces ¿todo bien?

—Solo con una condición —dijo y se quitó el sombrero.

—¿Qué cosa?

—Que yo juegue contra ti.

La sonrisa de Olivia creció más radiante que nunca y los soldados se relajaron al escucharlo y recuperaron la pelota para retomar el partido.

Jonathan se quitó la chaqueta y su chaleco, quedándose únicamente con la camisa y se unió al equipo contrario para jugar el partido. Olivia ya no regresó al arco y en su lugar, tomó una posición en el campo, quería tener la oportunidad de patear el trasero de Jonathan cuando él tomara control de la pelota.

Por una larga hora todo el mundo se relajó, vitoreando los goles, realizando apuestas o incluso tomando algunas fotos del evento. Nadie la pasaba tan bien desde que la guerra había comenzado y durante ese partido, fue como si todos pudieran olvidarse de sus puestos en el ejército, responsabilidades o miedos y disfrutaran.

Jonathan se rio cuando Olivia intentó quitarle la pelota y la bloqueó con su cuerpo, pasándola de un pie a otro mientras ella bufa. Estaba disfrutando de su victoria, hasta que ella le puso el pie en el camino y cayó al suelo sobre su espalda tan solo para verla correr con la pelota hacia el arco.

—¡Perdona amor!

Golpeó el suelo con su mano al levantarse y sacudió la cabeza.

—Voy a vengarme —le aseguró cuando ella regresó corriendo en su dirección.

—¿Sí ¿Qué me harás?

Se la quedó viendo un momento con ganas de ir a besarla y sonrió.

—Ya verás.

El partido terminó con Olivia celebrando la victoria con su equipo. La vio mientras recuperaba el sombrero chocar los cinco con los soldados y como ellos se reían y la incluían en su grupo para hablar un momento hasta que ella decidió despedirse y acercarse a él. Así como debía acostumbrarse a que ella era del futuro, también debía acostumbrarse a confiar en que no lo engañaría.

—¿Qué se siente perder? Dime, por favor, ilumíname que no tengo ni idea de tanto ganar y ganar.

—Ja, ja, ja, muy chistosa —. Ella lo empujó amistosamente y recogió su bonnet y delantal para seguirlo por el campo—. Nunca me dijiste que sabías jugar.

—Nunca preguntaste. Solía ser nuestro pasatiempo de verano con mi padre desde que tengo memoria...cuando el falleció mi hermano y yo continuamos la tradición.

—¿Él te enseñó? —. Asintió y tomó la botella de agua que él tenía para beber un largo trago—. Pues el señor te enseñó muy bien, me has dejado en ridículo.

—Fue un gusto, querido. ¿Vamos al lago?

Él negó y recuperó la botella de su mano para beber y señaló hacia el bosque.

—Todos los soldados irán al lago, pero hay un río en el bosque.

Lo siguió y tomó su mano cuando se adentraron entre los árboles y comenzaron a bajar por una pendiente cubierta de raíces, rocas y un suelo resbaloso.

—Creo que sigo subestimándote.

—¿Por qué lo dices?

—Por pensar que eres débil o frágil —. Ella llegó a su lado junto al río y miró su perfil mientras lo escuchaba—. Me has demostrado muchas veces que eres fuerte como un hombre y sigo tratándolo como si no lo fueras.

—No soy fuerte como un hombre.

—Claro que sí.

—¿Lo dices por el partido? Realmente no es que sea fuerte como un hombre, simplemente me gusta —. Comenzó a quitarse la ropa para meterse al agua y alzó los hombros—. Soy terca sí y también bastante rezongona, pero no soy tan fuerte.

—¿Entonces te duele? Fuimos un poco bruto durante el partido —. Él se acercó a ella para ayudarla a quitarse la camisola y estudió su cuerpo en busca de golpes—. Y te caíste varias veces.

—Ahora no me duele, mañana quizás...Pero estoy bien, ey, enserio —. Le acarició la mejilla y sonrió—. Estoy muy feliz de haber compartido ese momento contigo.

—También yo —. Besó el interior de su mano, aunque esta estuviera algo sucia y se desabrochó la camisa y retiró sus zapatos—. Aunque aún planeo vengarme.

—¿Sí? ¿Y cuál será esa venganza?

Terminó de desnudarse y la agarró de la cintura para atraerla hacia su cuerpo y besarla. La alzó, cerrándole las piernas en su cadera y mordió su labio.

—Comerte entera, nena.

No sonaba mucho como una venganza para ella, pero no pensaba quejarse y para él era algo que sabía ambos disfrutarían. Entró en el agua, llevándola en sus brazos y no la soltó ni siquiera cuando quedaron cubiertos hasta la cintura.

La besó y acarició sus senos lentamente, masajeando sus pezones y estrujándolo entre sus dedos. Ella gimió y el amortiguó aquel bello sonido con sus labios.

Olivia se apartó unos centímetros para hundirse en el agua y mojarse el cabello y cuando volvió a emerger, lo encontró mirándola con esa expresión de fascinación que muy seguido adquiría y sonriendo. Ella era demasiado atractiva y seductora con todo lo que hacía o quizás él era el único que lo veía de esa forma, pero no podía evitarlo cuando estaba tan hipnotizado.

La ayudó a lavarse el cuerpo, retirando todo rastro de tierra de su piel y cuando ella le dio la espalda para que la limpiara, besó su cuello y su hombro y le enterró suavemente los dientes.

—Debería haber una ley que me prohibiera tocarte tanto —susurró contra su piel y besó su oreja—. Me enloquece hasta el punto de no querer parar.

—No pares —susurró y cerró los ojos al sentir sus manos colándose entre sus piernas por debajo del agua—. Me gusta que me toques.

—¿He mejorado?

—Siempre has sido excelente, pero sí...Has mejorado.

Sonrió orgulloso y arrastró sus dedos lentamente sobre su clítoris arrancándole un silencioso gemido.

La forma como sus manos recorrían su cuerpo le hechizaban y la drogaban de sensaciones que no quería perder por nada en el mundo y que tampoco deseaba compartir con nadie más. Detestaba imaginar a Jonathan tocando a otra mujer, tanto como él detestaba imaginarla con otro hombre. Se giró en sus brazos y lo besó, dejando que él la alzará hacia su pecho y se adentrara lentamente en su interior.

Minutos después de un gran orgasmo para ambos y de haberse bañado mutuamente en el agua del río, se encontraban sentados sobre unas gruesas raíces, ella con tan solo la camisola y su cabello mojado cayendo hacia su pecho y él con el pantalón y las medias, calzándose y con la camisa sobre su muslo.

—¿Por qué no le dices al barbero que te afeite un poco? Ya estás empezando a parecer un mono.

Mordió su dedo gentilmente cuando ella fue a acariciar su barba y antes de que alejarla la mano, sujetó su muñeca y la atrajo hacia su cuerpo.

—¿Por qué no me afeitas tú? Tengo la navaja en mi carpa, puedes ir a afeitarme justo antes de que vuelva a desnudarte para hacerte el amor —. Le levantó la camisola y metió su cabeza por debajo de la tela para besar su vientre y sus senos—. Sí es que me resisto tanto tiempo.

—Uhm, he creado un monstruo.

—No te imaginas, nena.

Ella se rio y le sujetó el rostro para besarlo.

Se apartó, con la intención de bajar de sus piernas, pero él le cerró las manos en la cintura y la retuvo en el lugar.

—¿Me dirás ahora lo que no me dijiste esta mañana? ¿Sobre Harvie?

—¿Sigues pensando en eso? —. Asintió—. Harvie es solo un amigo.

—Ya, pero tienes algo que decirme de él ¿no? Lo dijiste esta mañana. ¿Durmieron juntos o algo?

—No, Jonathan, no dormimos juntos ni nada. Harvie es gay.

—No conozco esa palabra ¿Qué es eso?

Se quedó pensando un momento como explicárselo sin ponerlo incomodo o alarmarlo o peor aún, que golpeara a Harvie por su sexualidad, después de todo, un hombre que se sentía atraído por otro hombre, en esa época, era un pecado, una enfermedad o un crimen.

—Significa que no le gustan las mujeres.

Él se rio.

—¿Cómo no le van a gustar las mujeres? ¿Y qué le gusta entonces?

Se mordió el labio, mirando su torso desnudo y acarició la línea de sus pectorales antes de apoyarle un dedo índice sobre el corazón.

Jonathan miró su mano y su sonrisa desapareció.

—Debes estar bromeando.

—No, gay es como se les llama a los homosexuales en mi época.

Vio el desagrado en su mirada sin necesidad de que usara palabras y cuando él se quedó mirando el río, le pasó un dedo por las arrugas de la frente y besó sus mejillas.

—¿Y a ti te parece bien, nena? No deberías estar hablándote con él...Deberían echarlo del ejército.

—No está lastimando a nadie.

—Le gusta tener el pene de otro hombre en el trasero, Olivia, no puedes pensar que eso es normal —. Le aferró el rostro, apartándola de su cuello y la miró—. ¿Te ha lavado el cerebro? ¿Es eso?

—No, Jona, en los setentas hay muchas marchas por los derechos de los homosexuales y honestamente hasta mis quince años yo también pensaba que estaba mal.

—¿Y qué te hizo cambiar de parecer?

—Tuve un amigo gay y fue el mejor amigo que una chica pudiera pedir. No te digo esto para que agredas a Harvie y mucho menos para que divulgues esta información —. Le puso las manos en sus mejillas y apretó, frunciéndole los labios—. Me enojaré mucho contigo si consigues que lo lastimen de cualquier forma, Jonathan.

—Pero es...ni siquiera sé cómo llamarle, lo que dijiste...Gay.

—Lo es y no tiene nada de malo, te digo esto simplemente para que te quedes tranquilo. Él no se fijará en mí de ninguna forma —. Lo besó, acariciando su vientre hasta llegar al botón de su pantalón y sonrió—. De hecho, ya se ha fijado en ti.

Soltó una carcajada cuando Jonathan la apartó con cara de asco y volvió a trepar sobre sus piernas para sentarse en sus muslos.

—Solo bromeo, cielo —. En realidad, no era una broma, pero dudaba mucho que Jonathan accediera a acercarse a Harvie si pensaba que este tenía interés en él—. Es buen hombre, Jonathan, si te molestaras en conocerlo, lo verías.

—No gracias, suficiente que no lo denuncie.

Rodó los ojos y le acarició el cabello.

—No es todo lo que quiero contarte de Harvie, Jona.

Él la miró y frunció el ceño.

—¿Qué más? Ahora que me has dicho es...gay, claramente no espero que hayan dormido juntos. ¿Lo viste con un hombre?

—Eww, no, eso es íntimo. Es otra cosa que incluso a mí me sorprendió...Harvie es como yo —. Jonathan entrecerró los ojos—. Es un viajero.

—¿Cómo lo sabes?

—Él me lo contó cuando descubrió que yo también lo era —. Se sentó en el suelo a su lado y tomó su mano entre las suyas—. Viajó con una gema como la mía solo que estaba en un anillo en lugar de un collar y lo más increíble no es eso...Es que viene del futuro, Jona, mucho más que yo incluso.

—¿De qué año?

—Dos mil treinta y uno.

Jonathan ahogó un jadeo y se quedó mirando la tierra pensativo.

—Eso es más de cien años.

—Lo sé, también me sorprendió y sabe tantas cosas. Me ha enseñado mucho de medicina justamente por eso. Él era un estudiante de medicina cuando viajo y era muy bueno en lo que hacía, ahora lleva diez años aquí y ha visto muchas cosas...También me ayudó a adaptarme cuando tú no estabas.

—¿Y estás segura de que es del futuro?

—Segurísima, sabe cosas que nadie más debería saber y es fan de los Bee Gees.

—¿Quién?

—Una banda de mi época, no importa. El punto es que no soy la única, Jona y como Harvie solo Dios sabe cuántos más puede haber —. Se quedaron en silencio pensando sobre eso e imaginando, intentando hacerse una idea de cuantos viajeros había y por qué—. También le conté sobre nosotros...

Jonathan se tensó al escucharla y la miró.

—¿Qué soy...? —. Ella asintió—. ¿Y qué te dijo?

—Que no tenía nada malo, aunque supongo lo dijo para no hacerme sentir mal —. Besó sus nudillos y cuando soltó su mano, lejos de retirarla, Jonathan la llevó hacia su mentón para girarle el rostro y mirarla—. Estoy bien.

—No lo pareces. ¿Te molesta que yo sea...bueno...tu bisabuelo?

—No, ya no y aunque me molestara no cambiaría nada, seguiría amándote.

Lo vio sonreír con sus ojos brillando por la emoción que aquellas palabras le provocaban y le acarició el torso cuando él se inclinó hacia sus labios.

—Recuerdo que vi una foto tuya una vez, lo recordé el año pasado cuando vi la foto ser tomada —. Se relamió los labios y apoyó su frente con la suya, riéndose por el recuerdo que regresaba a ella—. Mi abuela me la enseñó cuando era chica y lo olvidé.

—¿Qué foto era?

—La que sales junto al coronel con una pipa, fumando, incluso después de que te dije que no lo hicieras...

—Perdón —susurró encogiéndose con una sonrisa.

—Te perdonaré solo porque estamos en guerra, pero no quiero que fumes cuando vuelvas a casa, es malo para tus pulmones —. Asintió, aunque no sabía cuál era el mal que le hacía y esperó a que ella continuara con su historia—. En fin, recuerdo que mi abuela estaba muy emocionada de enseñarme la foto.

—Ahora me preocupa no haber salido bien en esa foto...

Se rio y volvió a abandonar el lugar a su lado para sentarse sobre sus muslos. Jonathan no la rechazó.

—Te veías muy guapo y hasta yo, con mis once años, pude verlo. La foto estaba en blanco y negro, así que no se apreciaba mucho, pero sí recuerdo que estabas con tu uniforme y la pipa entre los dientes, mirando a la cámara de pie junto al coronel —. Lo besó brevemente y él subió por sus piernas desnudas hasta la espalda—. Y el año pasado vi exactamente el momento en el que tomaron la foto. Si hubiera recordado eso antes, habríamos podido prepararnos para la guerra en lugar de intentar detenerla.

—No te culpes, nena. Hicimos todo lo que pudimos y lo hicimos muy bien.

Sonrió, sintiéndose tranquila y segura en sus brazos y volvió a besarlo, esta vez buscando más contacto con su cuerpo y entrelazando sus lenguas. Gimió cuando las manos de Jonathan subieron por sus senos y movió sus caderas contra él, sintiendo su miembro duro por debajo del pantalón.

—He recordado otras cosas en estos años...cosas que mi abuela me contó de ti cuando era niña —. Le enredó una mano en el cabello y comenzó a besar su cuello esperando que continuara hablando—. Me dijo que luchaste en la guerra civil y también mi madre me lo contó, pero como siempre; lo olvidé. También me contó que te gustaba leer y me mostró uno de tus libros favoritos.

—La letra escarlata —dijeron ambos al tiempo y él se rio.

—¿Leíste el libro?

—Tenía como ocho años cuando me lo mostró, Jona, por supuesto que no lo leí —. Él bufó y le mordió el pezón por sobre la camisola.

—Deberías, es un buen libro. ¿Qué más te contó de mí?

—Probablemente me contó más cosas de las que recuerdo, pero sí me dijo que siempre tuviste un gusto por las cosas dulces, lo cual confirmo. También me contó que te gustaba la música y que tuviste tres hijos que perdiste, pero a mí solo se me ocurre uno...El de la prostituta ¿Cuáles son los otro dos?

Se tensó y dejó de besarla para mirarla a los ojos y balbucear en busca de una respuesta.

—Es complicado.

—¿No me dirás?

Quiso negarse, pero al verla, no pudo y terminó intentando contar la historia sin dar todos los detalles.

—Mi primer hijo fue con aquella mujer, sí y murieron por la fiebre escarlata. Yo tenía como veinte años cuando el bebé nació y unos veintitrés cuando murió. Mi segundo hijo fue a los veintiuno, pero ella murió dando a luz al bebé y el bebé murió poco después de una enfermedad y el tercero murió junto con la madre mientras daba a luz...

Agradeció que ella no hiciera preguntas, ni pidiera más detalles, pues él no quería tener que contarle quien era la madre del último.

—¿Es muy común que los bebés mueran al nacer?

—Mucho más de lo que me gustaría —. Le acarició la cintura por debajo de la camisola cuando ella bajó la mirada hacia sus manos e intentó reconfortarla—. Pero no debes temer, nena, nosotros tuvimos a nuestro bebé sano y salvo y nada le ha pasado. ¿Ya tiene ¿Cuánto? ¿Cuatro?

Olivia sintió un nudo en su estómago y ganas de vomitar por lo que hacía.

Sabía que estaba mal y que no podía seguir mintiéndole de esa forma al hombre que amaba, ilusionándolo con un hijo que simplemente no existía, pero tampoco sabía cómo decirle la verdad o evitar el tema. Estando lejos, evitar el tema era fácil, simplemente "olvidaba" mencionarlo en sus cartas, pero con él haciendo preguntas sentado a su lado no sabía que decir; y tampoco podía mentirle, el día anterior había estado segura de que le mentiría, pero esa tarde ya no podía.

—¿No piensas hablarme de él? Sí es porque me marché antes de que dieras a luz, de verdad lo siento, Olivia, pero no fue porque quisiera...sabes que no.

—¿Podemos cambiar el tema? —. Se puso de pie y él la imitó—. Tengo muchas cosas que hacer así que deberíamos volver.

—No —. Sujetó su brazo para detenerla de evadir la conversación e irse y buscó sus ojos—. Soy su padre, Olivia, no puedes mantenerme en las sombras respecto a su vida. ¿Le has escrito a Lisie para saber cómo está? Al menos dime si es nena o varón...O su nombre...

Ella rompió en llanto sin poder evitarlo y Jonathan quedó congelado. Miró hacia el agua que fluía por el río y tardó en reaccionar para abrazarla mientras ella lloraba en su pecho. La escuchó murmurar varias disculpas contra su pecho, entre lágrimas y jadeos de angustia y su vista comenzó a nublarse hasta que no pudo distinguir los árboles de las hojas y el agua.

—¿Era nena o varón? —preguntó, no muy seguro de como consiguió mantener su voz.

—N...no lo sé...Lo perdí...P-perd...perdóname, por favor.

La sujetó por los hombros, preparado para apartarla a pesar de que ella se había aferrado a su cintura y le suplicaba en llanto que no la alejara y se quedó allí, sujetándola por los hombros y mirando hacia la distancia. Olivia se sentía peor que nunca y el dolor de los últimos tres años se vio amplificado en presencia de Jonathan, intentó implorarle que la perdonara, intentó sujetar su rostro para besarlo, pero él no se movió y tampoco encorvó su figura para que ella lo alcanzara. Continuó pidiendo perdón y él no hizo nada.

—Jonathan...por favor, perdóname...

Consiguió apartarla con un poco de fuerza y que ella soltara su cintura y pasara a aferrarlo de la camisa. Cuando retrocedió, Olivia se acercó a él llorando más fuerte y cayó de rodillas a sus pies cuando él se apartó antes de que lo tocara.

—Me mentiste...Otra vez.

—Quería protegerte, Jona —sollozó de rodillas en la tierra—. No quería que fueras vulnerable en una guerra...

—¿Y cómo estoy ahora ¿uhm? —. Cuando su cuerpo comenzó a procesar las emociones mezcladas en su interior, lo primero que sintió con claridad fue su ira—. ¡¿Cómo crees que me siento ahora?!

—Lo s-siento.

—¡No resuelves nada con sentirlo! ¡Mentiste! ¡Todo lo que haces es mentir! —. Se inclinó sobre ella y le sujetó el rostro con una mano, apretándole las mejillas—. Estoy cansado de que me veas la cara de estúpido, Olivia.

—Jona, por favor...Lo siento...Jona...

—¿Cómo pudiste? ¡Pensé que mi hijo estaba vivo! ¡Imagine como sería conocerlo ¿Cómo pudiste mentirme con eso?! —. La soltó bruscamente y ella se fue hacia un lado, sentada en la tierra y apoyó las manos sobre las hojas secas, llorando en silencio mientras él le daba la espalda y se agarraba la cabeza—. Oh, mierda...

Lo escuchó llorar de cuclillas a unos metros de ella y se arrastró por el suelo hasta llegar a él para intentar consolarlo, pero antes de lograrlo, Jonathan la empujó lejos y negó.

De repente Olivia se había convertido en la última persona a la que quería ver y el resentimiento y desprecio que sentía en su interior hacia ella, le estaba nublando la vista. No sabía si era una sensación temporal o si ella había, efectivamente, matado el amor que sentía por él, pero tampoco le importaba. La mentira había superado a cualquier otra y él ya había tenido suficiente de mentiras y secretos.

—Me ocultaste el embarazo, me mentiste cuando dijiste que abortarías, decidiste sin mí continuar con el embarazo y luego...Luego me mentiste sobre la vida de mi hijo... ¡Mi hijo!

Cada vez que él enumeraba alguna de sus mentiras o secretos, un puñal parecía enterrarse en su pecho juzgando el dolor que le generaba. No se había detenido a pensar del daño que le causaba y ahora ya era demasiado tarde para revertirlo.

Quiso apoyarle una mano en el hombro y acariciarlo, pero él se apartó y se enderezó.

—No me toques, simplemente...—. Cerró el puño, conteniéndose de hacer una locura y apretó los ojos—. ¿En que más me has mentido ¿eh?

—Solo quería cuidar de ti —. Se puso de pie, mareada por toda la angustia y lo enfrentó—. No quería que sufrieras y por eso no te dije...Me guardé todo el dolor para mí.

—No te pedí que lo hicieras.

—¡Habrías muerto! —chilló y su voz se rompió en plena frase—. Yo deseé morir y estaba en la granja, si te hubiera dicho... ¡Por medio de una carta encima! Habrías muerto en la primera batalla...así que sí, mentí sobre haber tenido al bebé —. Se acercó a él y se detuvo cuando lo vio retroceder —. ¿Pero sabes qué? Volvería a mentir otra vez, porque tu sigues aquí, a salvo y con vida y si quieres dejarme, bien. Déjame, me destrozará, pero prefiero que me dejes y sigas con vida a que seas mi esposo y estés en un ataúd.

—Era mi hijo, Olivia...

—¡También era mío!

—¡Mentiste sobre su nacimiento!

—¡Lo hice por ti! —. Se desmoronó en lágrimas por milésima y golpeó su vientre, furiosa—. ¡Estaba en mi cuerpo no el tuyo, yo lo sentí morir, yo debía darle la vida ¡Y le fallé! ¡Mentí porque no podía perderte a ti también!

Retrocedió, como si aquellas palabras lo hubieran golpeado en el rostro y parpadeó, con las lágrimas humedeciendo sus pestañas. Ella volvió a irse de rodillas hacia el suelo, aunque las piernas le dolieran por el impacto y continuó llorando, con su rostro oculto en sus manos.

—Tu no sabes como se sintió, Jona. Le fallé... —susurró—. Perdí dos hijos y estaba sola...Yo no s-sabía que hacer...

Parte de él quería verla llorar y abandonarla en el bosque en su propia miseria, era la parte de él que estaba enojada y furiosa, resentida por todos los tres años de soñar con su hijo, que se habían derrumbado sin previo aviso. Pero había una parte más grande, aquella que la amaba demasiado y que se cortaría un brazo con tal de verla feliz y a salvo, que detestaba la imagen que tenía enfrente. Y cuando una lucha se desató entre ambas partes de sí, no tuvo que pasar mucho hasta que terminó yendo a arrodillarse frente a ella para consolarla, su amor por Olivia ganando otra vez, como siempre lo hacía.

—Yo te fallé a ti —susurró y la atrajo hacia su pecho—. No debí dejarte después de lo que sucedió...No debí...

Olivia sintió un gran alivio recorriendo todo su cuerpo cuando sus manos la rodearon y no perdió tiempo de trepar sobre sus piernas y abrazarse a él con todas sus fuerzas. Sus brazos rodeándola, era el consuelo que tanto había necesitado cuando había perdido a su bebé y lo que le hacía falta para terminar de sanar.

—En serio lo siento, Jona...Sé que no fue lo correcto, pero no sabía que otra cosa hacer —. Le peinó el cabello húmedo y un tanto enredado y besó su hombro desnudo para consolarla. Ella lloró con más fuerza en su cuello—. Estaba demasiado triste y no quería que tu pasaras por lo mismo, perdón...Por favor perdóname.

—Shh, tranquila, ángel, tranquila —. Le sujetó el rostro y limpió sus mejillas—. Estamos bien.

—Perdóname, por favor, no me odies.

—Jamás podría —. Unió sus frentes y acarició su rostro—. Te perdono, ya no llores por favor, perdóname tu a mí por dejarte, por todo...

—No fue tu culpa, sé que no podías elegir —. Le pasó los dedos por la barba que tenía y lo miró a los ojos, podía ver que él se contenía de llorar—. ¿Me perdonas en serio?

—Sí —le aseguró con su voz débil—. Solo, no más secretos ni mentiras ¿de acuerdo? Porque esta no es la primera mentira, me mentiste sobre el embarazo en primer lugar.

—Porque sabía que no me escucharías, Jonathan. Cuando te enojas no me escuchas y siempre terminamos peleando —. Intentó sentarse en el suelo a su lado, pero él la retuvo en el lugar—. No digo que lo que hice estuvo bien, pero me gustaría me escucharas antes de estallar en ira. Das un poco de miedo cuando te enojas.

No la culpaba cuando sabía que tenía razón, él tenía un carácter delicado y sabía por experiencia que molesto podía ser intimidante, agresivo e incluso impulsivo. Había tenido épocas en las que solía romper cosas cuando se enojaba, aunque afortunadamente había conseguido controlar su ira y dejarla atrás. Pero seguía siendo muy impulsivo e intimidante y para Olivia, que era mucho más pequeña que él y estaba sometida bajo la unión que compartían, la situación era desesperanzado cuando él se enojaba. Dudaba que fuera a golpearla conscientemente, pero cegado por la ira, ni siquiera Jonathan sabía de lo que era capaz y eso a ambos les asustaba.

—Tienes razón —concedió finalmente—. Yo empezaré a controlar mi temperamento y tú a ser honesta conmigo ¿sí? No más secretos o mentiras.

—Está bien.

Ella lo abrazó y Jonathan se recostó sobre su pecho y cerró los ojos, escuchando los latidos de su corazón. Enfrentar la muerte de otro hijo era difícil para él y seguía dejando un vacío en su interior, como le había sucedido cada vez durante los últimos cinco niños (Luke incluido). Suspiró y se abstuvo de llorar.

Olivia tenía razón y no podía permitirse ser vulnerable; ella lo necesitaba fuerte y debía sobrevivir a la guerra para llevarla a casa. 



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