Vidas cruzadas: El ciclo. #1...

Von AbbyCon2B

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Olivia Eades es psicóloga y periodista con una vida hecha en el 1970, con su madre y hermano, sin deseos de c... Mehr

NOTA DE LA AUTORA Y MÁS.
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AGRADECIMIENTOS
Cuarto libro de Vidas Cruzadas: El ciclo (Disponible)

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Von AbbyCon2B

Dos años después.
9 de enero 1864.
Río Susquehanna, Pennsylvania.

Jonathan terminó otra carta para Olivia, cuya cuenta ya había perdido, la dobló, la metió en un sobre y se dispuso a buscar un soldado para que la entregara en la carpa de correo como hacía todo el tiempo, solo que esa tarde decidió que la enviaría el mismo.

Cruzó el campamento hacia la pequeña tienda donde unos hombres embolsaban toda la correspondencia para enviarla y luego recibían todas las respuestas. Dos mil hombres habían crecido a unos cuarenta mil en los últimos dos años, el campamento se extendía por metros y metros de tierra, haciendo las carpas de techos blancos visibles incluso a la alta lejanía. Era tal la distancia, que, entre comandantes, teniente general y generales, usaban el telégrafo para comunicarse rápidamente a pesar de estar en la misma sección. También habían aumentado la cantidad de mujeres, aunque solo menos del uno por ciento. Ahora eran casi mil mujeres.

Se frotó el rostro, muerto del cansancio después de haber terminado uno de los años más sangrientos de su vida y de haber podido, habría huido de vuelta casa. Mil ochocientos sesenta y dos y mil ochocientos sesenta y tres, habían estado marcado por grandes y violentas batallas, donde muchas veces él había pensado que moriría y en todas esas peleas había hecho cosas que nunca antes había imaginado para sobrevivir y ahora se guardaba todas y cada una en su pecho, negándose a hablar al respecto.

Hacer lo que fuera necesario para volver a casa, le había pedido Olivia y eso hacía.

Saludó a la señora Butler que salía de la carpa y ella le dedicó una sonrisa forzada y se marchó corriendo despavorida. Se rio y entró en la carpa donde entregó la carta al joven soldado que organizaba todos los sobres. Se giró para marcharse, pero el muchacho leyó a quien la carta iba dirigida y lo detuvo con su voz.

—¿Por qué no le da usted mismo la carta, teniente general?

—¿Disculpe? —dijo regresándose hacia él claramente a la defensiva—. ¿Está agrediéndome, soldado?

—No, no, teniente general, lo digo en serio.

Jonathan jamás en su vida creyó que tendría que explicar algo tan simple, pero apoyó las manos en la mesa frente al muchacho y forzó una sonrisa.

—¿Cómo espera que le dé la carta personalmente a mi mujer cuando ella se encuentra al otro lado del país?

El chico tragó saliva, pensando que conseguiría le echaran en su primer año sirviendo en el ejército y dejó el sobre en la mesa.

—E...Ella a-acaba de salir, teniente general.

—¿La señora Butler? Esa no es mi esposa, soldado.

—¿No? Pero acaba de llevarse su última carta para su esposa y mire... —. Se regresó hacia la enorme bolsa de sobres y rebuscó por al menos diez minutos en los que Jonathan esperó impaciente y malhumorado—. Dejó esta carta para usted.

Jonathan arrancó el sobre de sus manos, sobresaltando al pobre hombre y leyó el reverso para ver que la carta era de Olivia y provenía de la granja...O al menos eso decía en el papel. Rasgó el sello y sacó la carta del interior para comenzar a leer, definitivamente era una respuesta directa a la última carta que le había mandado hacía unas dos semanas.

—¿La señora Butler dejó esto aquí?

—Así es y ha estado haciéndolo desde que yo empecé a servir al menos. Viene, le deja una carta y se lleva la que usted manda con un soldado. 

Los ojos de Jonathan se abrieron lentamente con la revelación y cuando arrebató las dos cartas de la mesa, sumándola a la que ya tenía en sus manos, el soldado brincó y retrocedió.

—Oh, voy a matar a esa mujer —rugió y abandonó la carpa, hecho una furia.

El muchacho miró a sus alrededores y tragó saliva, preguntándose si acaso había cometido un error. Nadie le había advertido absolutamente nada al llegar ¿Cómo iba a saber que no debía hablarle de nada al teniente general Morgan?

Jonathan embutió los sobres (sin importarle que se arrugaran) en el bolsillo de su chaqueta y se trepó en un caballo para poder cruzar el campamento más rápido. Se sentía un estúpido en esos momentos y le hervía la sangre de ira pura, de las ganas de golpear algo y hacerlo añicos. Había sido un imbécil en no pensarlo antes, la señora Butler y todas sus compañeras, sirviendo en el ejercito ¿solas? Esas mujeres nunca habrían salido con aquella descabellada idea por sí solas, no...Necesitaban a una suicida del futuro para hacerlo.

Agitó las riendas para que el caballo comenzara la carrera rápido y muchos soldados se tiraron fuera de su camino cuando él cruzó a toda velocidad. El hospital se había instalado en la mansión del granjero Henry durante ese mes, para garantizar más comodidad a los soldados heridos y enfermos, había sido un amable detalle del señor Henry prestarles su casa para el servicio, pero él tendría que haberse percatado de que algo no estaba bien, cuando sin motivo alguno, las mujeres le habían prohibido el ingreso a él. De entre todos los hombres, solo a él no lo habían dejado ingresar. Por supuesto hasta esa mañana no le había llamado la atención, pues nunca necesitaba ingresar al hospital, pero ahora tenía sentido.

Se tiró del caballo cuando vio a la señora Butler subiendo la colina a la carrera y prácticamente huyendo de él en dirección a la mansión y gritó su nombre.

—¡Venga aquí, señora Butler! ¡Venga en este instante!

—Oh, señor Morgan, estoy un poco ocupada ¿sabe? Mucho, mucho trabajo —. Ella miró sobre su hombro un segundo para notar que el subía la colina detrás de ella y cuando lo vio sacar tres cartas del bolsillo de su chaqueta, quiso comenzar a llorar y apuró el paso—. Ay, mi Dios.

—¡Explíqueme, señora Butler! —. La alcanzó y sujetó su brazo, obligándola a detenerse—. ¡Explíqueme porque usted tiene la correspondencia de mi esposa y toma las cartas que le dedico a ella! ¡¿Uhm?!

—N-no sé de q...que me habla...Yo no he hecho nada.

—La he visto, señora, no juegue conmigo porque sabe que le ira mal —. Enfrentó su mirada, intimidando a la pobre mujer y señaló las cartas—. Quiero una explicación en este instante.

—Y-yo...Y...yo...Señor Morgan... —. Balbuceó, temblando de pies a cabeza e intentando mantener cierta distancia entre ellos—. N...no sé, señor...Yo...Yo...

—¿Está adentro ¿verdad? —. La señora Butler sacudió la cabeza—. ¿Entonces puedo ingresar y no la encontraré ¿no? Porque si descubro que me ha mentido haré que la encierren.

—Usted no haría eso, señor.

—No me conoce si cree que no soy capaz.

Ella sollozó y miró hacia la casa y hacia su hija, que no se encontraba muy lejos, observándolo todo con ganas de interferir. No quería que la encerraran y su hija quedara sola, pero tampoco quería traicionar a la señora Morgan.

—S-señor... ¡Señor, espere!

Jonathan se lanzó como una bestia hacia la mansión y subió los escalones hasta la puerta, ignorando que un grupo de mujeres corría detrás de él, gritándole que no podía entrar.

—Ey, teniente general, no puede estar aquí.

Harvie se atravesó en su camino y sostuvo su mirada cuando Jonathan lo enfrentó. Harvie tenía todas las de perder en ese enfrentamiento porque 1) Jonathan era más fuerte que él y 2) No tendría problema alguno pegándole dado que no era mujer. Así que cuando lo sujetó por la camisa, Harvie suspiró e intentó agarrarle las manos para que lo liberara.

—¿Dónde está?

—No sé de qué me habla, teniente general, pero debe calmarse. Vaya a descansar a su tienda e iré a verlo en unos minutos...

Jonathan negó y lo empujó hacia un lado, provocando que Harvie tropezara con una de las camas y cayera sentado. Cruzó el enorme salón, ignorando que muchos soldados lo miraban confundido y llamó por ella con su voz más elevada y molesta que nunca. Su grito retumbó por todas las paredes.

—Señor Morgan, por favor... —insistió la señora Butler intentando detenerlo—. Vaya a d-descansar, coma algo. 

Comenzó a empujar las puertas de las habitaciones para que se abrieran de par en par y después de inspeccionar el interior, continuó con los demás salones. Estaba seguro de que ella estaba allí, la conocía lo suficiente como para saber que ella era perfectamente capaz de una locura como esa y estaba cegado por la ira del momento, no solo ella se había expuesto a gran peligro, sino que le había mentido.

—¡Díganme donde está o todos acabaran encerrados!

Se enfrentó al grupo de mujeres y Harvie, que lo miraban en silencio y respiró de forma acelerada esperando que alguien hablara.

Estaban en pleno salón de la mansión, la parte más tranquila de la casa y donde las enfermeras y doctores acostumbraban descansar. Era un espacio amplio, con suelo y paredes de madera, unas alfombras coloridas debajo del juego de sofás y la mesa de te, varios cuadros y adornos, incluyendo un escritorio junto a un librero y cinco ventanas rectangulares en la pared que daba al frente de la casa. Se encontraban en un segundo piso.

Jonathan giró sobre sus pies cuando notó que todos miraban a un punto detrás de él y su furia creció, pero también lo hizo su angustia y alivio. Relajó sus hombros al verla y quiso ponerse de rodillas y comenzar a llorar a sus pies.

Había pasado tanto tiempo que comenzaba a olvidar como era tenerla cerca y escuchar su voz. Su voz, cuando ella habló, le erizó todo el cuerpo.

—Déjenos solos, por favor.

Todos se marcharon rápidamente, a excepción de Harvie, que se permitió otros minutos para verla y confirmar que estaría bien.

Cuando la puerta del salón se cerró, Olivia retorció el trapo ensangrentado con el que se limpiaba las manos y dio unos pasos indecisos en su dirección, deteniéndose a mitad de camino para dejar el trapo en la mesa y suspirar.

—Puedo explicarlo...

No le respondió porque no pudo encontrar su propia voz para hacerlo.

Estaba delgada y exhausta, podía verlo en su rostro. Su cabello parecía húmedo, como si se hubiera bañado esa misma mañana, pero lo traía recogido en una trenza un tanto alborotada. El vestido que traía era de una falda grande y de color negra y dejaba sus brazos al desnudo mientras estuviera dentro de la casa a pesar del frío que hacía en el exterior, un delantal celeste cubría todo su torso y la parte superior de la falda y en esos momentos, estaba salpicado con sangre.

Retrocedió un paso, con la vista borrosa y se sintió como si estuviera viendo un fantasma. Había pasado los últimos dos años soñando con ella, llorando por no poder verla y ahora que la tenía enfrente, no sabía cómo reaccionar. Las circunstancias no eran las mejores, pero su amor seguía presente y le gritaba que mandara todo a la mierda y fuera por ella.

Ella se quitó el delantal y se acercó otros pasos.

Él no se movió.

Estaba petrificado, viéndola y no sabiendo como actuar o que decir. ¿Dónde había quedado su enojo? Se preguntó a sí mismo y quiso poder gritarle y arrastrarla fuera de la casa para que se fuera.

Pero dos años eran mucho tiempo para estar sin la mujer que amaba.

Ella apoyó una mano sobre su torso, pero dudo varias veces en el camino, cerró su puño a solo centímetros de tocarlo y cuando sus dedos se extendieron sobre sus pectorales el corazón de Jonathan se aceleró y olvidó como respirar.

—Lo siento —la escuchó susurrar y se la quedó mirando hipnotizado—. Pero puedo explicarlo...

La calló sujetando su rostro para atraerla a sus labios y se derritió por completo cuando su boca encontró la suya y su lengua lo invadió aventurándose para explorarlo. No se percataba de lo mucho que había extrañado besarla hasta que la besaba y una explosión de sentimientos recorría todo su cuerpo, se sentía tan ansioso, desesperado e hipnotizado, que podía tener un orgasmo con solo tocarla un segundo.

Ella le aferró el rostro y comenzó a llorar en silencio mientras sus labios la encontraban. Se pegó a su cuerpo, sintiéndose desfallecer con sus enormes brazos rodeando su cintura y jadeó en medio del beso. Cada rincón de su ser gritaba por él y llevaba meses haciéndolo. Le ardía hasta el alma sintiendo como su calor la envolvía.

Retrocedió con la presión de su enorme cuerpo obligándola y se desanudó el vestido en la espalda para poder quitárselo, junto con todas las enaguas y la crinolette. Jonathan le desabrochó el corsé, el cual encantado le habría arrancado y lo tiró al suelo sin prestar atención donde. La alzó en sus brazos cuando la espalda de Olivia golpeó el escritorio y le abrió las piernas, acomodándose entre estas. Ella trancó sus talones en su espalda y rompió el beso por un segundo, para poder bajar la vista y encontrar la hebilla de su cinturón.

La mano firme de Jonathan volvió a levantarle el rostro para volver a besarla y sus graves gemidos se vaciaron en su boca.

Le bajó el pantalón lo suficiente para desnudar su miembro y cuando él la atrajo por las caderas hacia el borde de la mesa y se empujó en su interior, mordió su muñeca, conteniendo sus ganas de gritar de placer y lo aferró por los hombros. Él gimió en su boca como no gemía en demasiado tiempo y se ocultó en su cuello, apretándola más cerca de su cuerpo para poder penetrarla rítmicamente y con fuerza.

Su furia y la cual no había desquitado a gritos, la desquitaba hundiéndose en ella.

Olivia aferró el borde de la mesa con una mano y sus nudillos se tornaron blancos. Gimió sin poder contenerse y volvió a besarlo demandante, chupando sus labios y arrancándole un gemido al morderlo.

—Debería dejarte mi mano marcada por esto —gruñó en su boca.

Ella se quejó en medio de un gemido cuando él le tiró del pelo, obligándola a echar la cabeza hacia atrás y apretó los ojos cuando su mano, aferrándole el cabello, le extendió puntadas por toda la cabeza.

Jonathan bajó con besos por su mentón y su cuello, hasta alcanzar sus senos y apartó la tela de la camisola para poder besarlos y chupar sus pezones.

—Debería castigarte por mentirme y desobedecerme.

—Jona... —. Él volvió a besarla y le aferró el rostro sin poder resistirse—. Te amo.

Se debilitó con aquellas palabras y tembló en sus brazos, al borde de romper en llanto sobre ella. La alzó contra su cuerpo para alejarla del escritorio y se arrodilló en la alfombra con ella para acostarla y extenderse sobre su figura. De esa forma, podía hacerle el amor con cada embestida mientras la miraba a los ojos y la cubría de besos y caricias. Y él había extrañado demasiado hacerle el amor.

—También te amo —susurró en sus labios y limpió las lágrimas en sus mejillas—. No me sueltes, por favor.

Ella se abrazó a él con brazos y piernas y jadeó en su oído con cada penetración que la acercaba un poco más al inminente orgasmo. Escucharla gemir en su oído le enloqueció, sentir que susurraba su nombre, que besaba su cuello y su lengua acariciaba el lóbulo de su oreja.

Acabó estallando con ella en el mejor orgasmo que tenía desde la última vez que habían estado juntos y se desplomó ocultando su rostro contra sus senos y quiso empezar a llorar.

Ella le acarició el cabello que le había crecido bastante en esos dos años, peinando sus ondas alborotadas y no lo apartó, ni se movió. No quería que él se alejara por nada en el mundo. Había pasado tanto tiempo soñando con ese momento y luchando contra las ganas de correr a él cuando lo veía en el campo, que ese día parecía otro de sus sueños

Jonathan se sentía especialmente vulnerable, como un niño en los brazos de su madre. No podía soltarla, aunque hubiera querido, sus brazos se habían vuelto dos ganchos aferrándola con tanta fuera que temía lastimarla, pero no podía soltarla. No se había percatado de todo el dolor que sentía en su pecho hasta ese día.

Olivia lo sintió llorar sobre su piel y cuando intentó enderezarlo para verlo y poder consolarlo, él negó y la aferró con más fuerza para que no se moviera, ni lo viera. No quería que lo viera llorar y mucho menos que sintiera pena por él, sí lo hacía terminaría por destrozarlo emocionalmente y ya no podría contenerse.

Lo dejó llorar en su pecho cuanto tiempo fue necesario mientras le acariciaba el cabello para consolarlo y él dormitaba en sus brazos. Ambos necesitaban de un momento como ese. Especialmente Jonathan, quien en dos años ni siquiera la había visto en silencio desde la distancia y había pasado cada día temiendo jamás volver a abrazarla. No lo apartó, ni se quejó cuando él se durmió sobre su cuerpo, pesaba demasiado y la aplastaba un poco, por lo que pasado varios minutos su pierna se adormeció, pero se negó a apartarlo y dejó que él durmiera sobre ella el tiempo que quisiera, con sus enormes brazos rodeándola y ella acariciando su cuerpo.

El sol se ocultó por las ventanas y la habitación quedó sumida en oscuridad sin ninguna vela encendida. Cuando Jonathan abrió los ojos, temió que todo hubiera sido un sueño, hasta que sintió el cuerpo debajo del suyo y las suaves caricias en su cabeza y reconoció de quien provenían y supo era real.

Se impulsó rápidamente en sus brazos para arrodillarse en el suelo entre sus largas piernas y murmuró una disculpa cuando vio que le había dejado los botones de su camisa marcados en la piel y que su pierna había quedado atrapada por el peso de su cadera. Ella se sentó frente a él y Jonathan se la quedó mirando hipnotizado. Era una mujer demasiado hermosa y era su mujer, pero tenerla en ese campamento no le alegraba, había demasiados peligros rodeando todas las actividades diarias y no era lugar alguno para una mujer. Entre tantos hombres y amenazas, ella debía permanecer en casa con los niños donde estaría a salvo.

Miró la hora en su reloj y comenzó a ponerse de pie.

—¿Dónde están tus cosas? Aun puedo llevarte a la estación de tren —. La ayudó a enderezarse, a lo que ella respondió comenzando a golpear su pie contra el suelo para que volviera a circularle la sangre—. Perdón ¿dormí mucho?

—Un par de horas. ¿Te sientes bien?

Cerró los ojos cuando ella acarició su mejilla y estuvo a segundo de desplomarse en sus brazos por milésima vez.

Tan solo un suave roce de sus pieles bastaba para erizarle todo el cuerpo y acelerarle el corazón, lo dejaba débil y expuesto. Frente a ella no podía fingir que estaba bien y no ocultaba nada, Olivia le derribaba todos los muros con solo mirarlo y su lengua quedaba suelta para acabar hablando demasiado.

—Estoy bien...Sí te llevo ahora, podrás llegar a casa para el jueves —. Metió la mano en los bolsillos de su pantalón y sacó algunos billetes—. Esto te alcanzará para el boleto y hospedaje.

—Jona, no voy a irme.

—Vístete —demandó, ignorando lo que ella había dicho—. Yo te ayudo. ¿Tienes más cosas en algún lado? Iré a buscarlas y pediré un carro para llevarte.

—Jona...

—Te irás —espetó en su rostro, deteniéndose en todo lo que hacía—. Y no voy a repetirlo.

—Entonces tendrás que arrastrarme, porque no pienso salir de este lugar caminando —. Se sentó en el sofá con tan solo la camisola cubriendo su cuerpo y miró hacia la ventana, desde donde se apreciaba el campamento con todas las lámparas encendidas—. Y ve pensando una forma de retenerme en Minnesota, porque no pienso quedarme allá tampoco.

El enojo de Jonathan regresó tan rápido como se había ido al verla temprano esa tarde. Se abrochó el cinturón del pantalón y acomodó su camisa, sin cambiar de parecer y comenzó a alcanzarle sus atuendos.

—Vístete y nos iremos.

—No me iré.

—Olivia...No quiero enojarme contigo —advirtió y se arrodilló frente a ella en el sofá—. Quiero ponerte a salvo y este no es el lugar para eso.

—La granja tampoco. Si me dejas allá, moriré de depresión —. El frunció el ceño—. Angustia, Jonathan, moriré de angustia.

—¿Por qué?

—Porque tú no estás conmigo y la espera por una carta es asfixiante. No sé si estoy esperando una carta o un fantasma, no sé si tú estás recibiendo lo que yo escribo...Al menos aquí puedo verte, puedo cuidar de ti —. Se puso de pie y subió la crinolette por sus piernas para atarla en su cintura sobre el corsé—. Te vi en cada batalla, Jonathan y cuando casi mueres...Yo estuve ahí para salvarte.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—El suficiente para saber que hago un buen trabajo —. Pasó una de las enaguas por su cabeza y Jonathan la ayudó a estirarla sobre la rejilla—. No me iré.

—Es por tu bien.

—No sabes eso —. Se colocó la última enagua y pasó al vestido—. No tienes idea de lo que fue verte partir y estar sin ti...Estaba sola y estaba triste.

—¿Y esto te parece un lugar mejor? Nena, hay hombres muriendo en todos los rincones, gritos y llanto...

—¿Crees que no lo sé? —. Se sentó en el sofá a su lado y lo miró—. He visto cosas que jamás pensé vería, Jonathan, he realizado más amputaciones que nadie en su sano juicio debería realizar y el ochenta por ciento de las veces, el hombre moría mientras lo cortaba. Los escuchaba gritar en mi oído y suplicarme que me detuviera. Me han insultado, gritado en la cara, agredido, escupido...Hubo momentos en los que ya ni siquiera me sentía como una mujer, simplemente un objeto de manejo para los hombres. Una marioneta. ¿Realmente crees que no sé dónde estoy?

—Entonces vete, yo quiero que te vayas.

—Pero no voy a dejarte. Pasaría por toda y cada una de esas cosas otra vez solo para tenerte cerca, porque en medio de todo ese dolor y sufrimiento, podía verte...Cuidarte, asegurarme de que comieras bien, de que tu ropa siempre estuviera limpia y sana, de que no enfermaras y descansaras.

Él la miró y permanecer serio y sin emociones o incluso enojado, fue imposible. La vio comenzar a llorar y sujetó su rostro, acariciándole las mejillas y peinándole el cabello que le caía en la cara. Olivia había hecho todo eso por él durante meses, probablemente dos años enteros y ahora le ganaba la culpa por no haberla notado o haberse enojado.

—Cuide de ti —la escuchó sollozar y dejó que se abrazara a su cuerpo y enterrara su rostro en su torso—. E hice un excelente trabajo, Jona...No vas a detenerme ahora.

—Shh, lo siento. Perdóname, nena.

Ella se aferró a su camisa y se quedó acurrucada en sus brazos desarmándose por completo con todo lo que no había llorado en esos dos años de guerra. Estaba cansada y aliviada a partes iguales, por un lado, le hacía bien que Jonathan estuviera con ella otra vez y que pudiera abrazarlo y besarlo como tanto había querido en esos dos años, pero al mismo tiempo, todas las cosas que había tenido que vivir para estar con él, le habían dejado una marca profunda en su alma que dudaba alguna vez se fuera.

Había sobrevivido más de lo que había esperado, pero no quería engañarse. Pronto se cumplirían cuatro años desde que había llegado al siglo diecinueve y si en algún momento había tenido esperanzas de volver a su época, ya las había perdido por completo, pero seguía manteniendo su postura de que moriría. No sabía si sería ese año o el siguiente, pero en algún momento la muerte tenía que encontrarla como su abuela le había dicho y Jonathan debía continuar con su vida.

Él la abrazó, siendo ahora su turno de consolarla y le deshizo la trenza para poder peinar su largo cabello con las manos. Le había crecido más desde la última vez que la había visto. Lo traía casi hasta los glúteos y le encantaba como se le veía. Toda ella le encantaba y tenerla enfrente después de dos años de solo ver una fotografía del día de su boda, le encogía el corazón. Había cambiado, ambos habían cambiado.

Olivia cumpliría treinta y un años en unos meses y él veintisiete y aunque eran un matrimonio, llevaban más tiempo separados que juntos. Era difícil volver a convivir cuando la guerra los estaba cambiando y ambos habían visto y hecho cosas que preferían no revivir, abrazarla, aunque le daba paz, se sentía extraño y después de dos años de pelear y vivir como un animal intentando sobrevivir, no sabía cómo ser delicado con ella y tocarla como alguna vez la había tocado. Se sentía extraño besarla y hacerle el amor, cuando parecía haber olvidado como hacerlo en primer lugar. Esos últimos dos años habían sido violentos, incluyendo en el sexo: agresivo, frío y distante. Solo conseguía su propia liberación con algunas prostitutas y las echaba antes de que ellas intentaran tocarlo, pero con Olivia...se desmoronaba.

—No puedo tenerte aquí, Olivia —susurró, mientras ella se limpiaba las lágrimas y su nariz—. Me vuelves inestable si estás conmigo, no me malentiendas, haberte visto hoy fue...Lo mejor que podría haberme pasado y aunque estaba tan furioso que pensé terminaría haciendo una locura, en el momento que te vi, me olvidé de todo, así que me gusta tenerte a mi lado, pero no puedo permitirlo.

—Jonathan, llevo dos años siguiéndote, sé lo que hago.

—Llevas dos años no porque yo quisiera, de haberte visto te habría enviado a casa al segundo.

—Y por ese motivo no te dije —. Abandonó el sofá y se fue hacia el escritorio, poniendo distancia entre ellos. Aprovechó y encendió algunas velas—. Sabía que no me escucharías y harías lo que quisieras.

—Lo hago por tu seguridad.

—Y yo lo hago por la tuya, Jonathan.

La habitación comenzó a iluminarse mientras ella encendía algunas de las tantas velas en el entorno y él se frotó el rostro y dejó el sofá para acercarse a ella. Sí volvía a tocarla, probablemente acabaría besándola y desnudándola para volver a perderse en su cuerpo y con esas ideas en mente, prefería que ni siquiera volviera a vestirse la próxima vez porque dudaba poder mantener sus manos lejos de ella. Tenían dos años para recuperar.

—Sé que has estado cuidando de mí y lo agradezco, pero ahora es mi turno.

—No te pedí que me cuidaras y tampoco lo necesito.

—Olivia, solo has lo que digo por una vez en tu vida ¿quieres?

—No —le espetó y pasó por su lado para volver al escritorio y recuperar su delantal.

Jonathan quiso arrancarse el pelo de la exasperación.

—¿De verdad me harás arrastrarte? —. Ella no le respondió mientras volvía a ponerse su delantal ensangrentado—. Abandonaste a nuestros hijos...

—¡No te atrevas a decir algo como es, Jonathan!

—¡Es la verdad! Los dejaste solos en la granja, a nuestro bebé incluso... ¿Esperas que crezca sin una madre? ¿Sin conocernos a ninguno de los dos?

Cuando ella comenzó a llorar, él pensó que era por lo que le decía, porque dentro de ella Olivia sabía que tenía razón. Lejos estaba de imaginar que su angustia era por el duelo que aun llevaba en su interior. Dos años no bastaban para superar la pérdida de su embarazo cuando sabía que le mentía a Jonathan al respecto cada día.

Y ella no iba a decirle la verdad mientras él estuviera en la guerra, no le importaba si la odiaba luego cuando lo descubriera al volver a la casa, sentía muy profundo en su ser que era lo correcto. Decirle la verdad lo destruiría y entonces la guerra lo mataría.

—Ve con ellos, Olivia.

—Están con Lisie y la señora Finn...Jian también los cuida y Chester. Están bien.

—Necesitan de su madre.

—También de su padre y sin embargo tu estás aquí.

Jonathan se acercó a ella, pero no lo suficiente para tocarla.

—Sabes que no soy tan importante para ellos como tú, Olivia...ellos te adoran y crecerán sin verte y si algo te sucede... —. No pudo terminar la frase por culpa del dolor—. No puedo correr el riesgo de que algo te suceda sabiendo lo que tu abuela te dijo cuando eras niña.

Se arrepintió de haberle contado lo de su abuela aquella tarde y suspiró, intentando pensar una forma de tranquilizarlo. No tenía muchas ideas u opciones, pero estaba determinada a quedarse incluso si eso significaba tener que evadirlo por el resto del año.

—Estaré bien, Jona...Los dos estaremos bien, míranos, hemos llegado hasta aquí.

Negó y quiso resistirse incluso cuando ella se acercó y acarició su torso. La vio con sus ojos más claros por todas las lágrimas acumuladas y terminó subiendo su mano para acariciar su mejilla.

El amor que sentía por esa mujer seguía sorprendiéndolo cada día.

—Vete, por favor —suplicó—. Iré en dos años, Olivia, pero debes irte.

Ella negó y se alzó sobre las puntas de sus pies para besarlo.

Lo sintió temblar cuando sus labios se unieron y ella sollozó contra su boca y susurró su nombre. Se sentía tan débil y sola que su tacto la desarmaba. Sintió sus manos rodeando su cintura y como la abrazó hasta pegarla a su pecho y entonces su boca gobernó sobre ella con más pasión y seguridad y sus caricias la reconfortaron.

—Lucharemos esta guerra juntos —susurró contra su boca y el unió sus frentes relamiéndose los labios—. Pelearé a tu lado, Jonathan, hombro con hombro...

—No quiero.

—Estaremos bien, cariño...Solo piénsalo, piénsalo un momento —. Le acarició la mejilla y la nuca y no se alejó de su cuerpo—. Siempre que hemos estado en peligro, lo hemos enfrentado juntos, somos más fuertes de esa forma. Como cuando te enfrentaste a los Mackenna o cuando estuvimos solos en Louisville...

—Esto no es lo mismo, Olivia.

—Lo es para nosotros. Tu eres un gran soldado —halagó y acomodó su chaqueta y los símbolos que la adornaban—. Y yo una enfermera, todo lo que enfrentamos nos ha preparado para este momento y nos ha preparado bien.

—Pero no sabes usar un arma...

—He mejorado —le aseguró—. Quería mejorar para poder acompañar a la unidad médica a los campos enemigos para retirar soldados de la unión heridos...

—Estás demente si crees que te dejaré hacer eso.

—¿Podrías al menos terminar de escucharme? He estado practicando mi puntería en mi tiempo libre y, no diré que soy la mejor, pero he mejorado mucho. De todas formas, no me dejaron ir —. Jonathan suspiro de alivio—. Los doctores fueron y yo tuve que quedarme aquí.

—Bien, no debes ir.

—Pero puedo quedarme aquí ¿verdad? —. Se la quedó mirando y conteniendo su impulso de negar.

Aunque se viera distinta parecía ser la misma mujer terca y con carácter que recordaba y si recordaba bien, entonces convencerla de algo era prácticamente imposible cuando ella se metía la idea en la cabeza.

—Bajo mis términos —concluyó finalmente.

Al menos de esa forma podría tener un control sobre su seguridad y a que cosas la exponía. No podía cambiar los últimos tres años que ella había enfrentado de la guerra, pero podía asegurarse de que los próximos dos no la lastimaran más de lo que ya la habían lastimado.

—De acuerdo, ¿Cuáles son esos términos?

Jonathan le señaló el sofá y ella obedeció y fue a sentarse.

Él se quedó de pie.

—Lo primero es que te quiero en mi rango de visión siempre que este en campamento, así que te trasladarás a la unidad médica del norte donde está mi tienda —. A ella no le gustaba abandonar a sus compañeras e irse a atender a un ambiente gobernado exclusivamente por hombres, pero terminó asintiendo—. Dormirás en mi tienda también o cerca de mi tienda, para que pueda alcanzarte rápido en caso de ataque. Y llevaras un arma, aunque espero no tengas que usarla. No quiero que te alejes de los perímetros sin primero reportármelo, Olivia y no me importa quien sea tu superior o quien te de órdenes, no haces nada, NADA, sin primero venir a mí ¿comprendes? Porque estaré furioso si desobedeces, aunque sea una de mis reglas.

—Comprendo, teniente general.

Él sonrió sin poder evitarlo y terminó de acercarse a ella para acariciar su rostro. La frente de Olivia se apoyó en su vientre y su mano acarició su espalda baja. Seguía calentándose con tan solo su cercanía.

—De ahora en más haces lo que digo y sin cuestionarlo. Ya no estamos en casa y esto no es un juego, soy tu superior y por lo tanto debes obedecerme como lo haría un soldado —. Asintió y cuando él tiró de ella para que se pusiera de pie, no opuso resistencia alguna y tampoco rechazó sus labios—. Pero sigo siendo tu marido y por lo tanto sigo teniendo fuerte necesidades de tenerte...Cada noche, cada mañana, en mi cama, prométeme que estarás ahí.

—Estaré ahí, cariño, lo prometo.

Unió su frente y tuvo un terrible sentimiento respecto a todo eso. Su consciencia le gritaba que debía enviarla a casa cuanto antes, aunque ella llorara, lo golpeara o lo odiara, incluso encadenarla en la granja de ser necesario, pero se abstuvo de hacerlo y temió arrepentirse más tarde.

Si algo le sucedía a Olivia, se moriría, la culpa y la soledad no lo dejarían vivir.

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