Vidas cruzadas: El ciclo. #1...

Por AbbyCon2B

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Olivia Eades es psicóloga y periodista con una vida hecha en el 1970, con su madre y hermano, sin deseos de c... Mais

NOTA DE LA AUTORA Y MÁS.
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AGRADECIMIENTOS
Cuarto libro de Vidas Cruzadas: El ciclo (Disponible)

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Por AbbyCon2B

28 de mayo 1861.
Manassas, Virginia.

Olivia despertó con un estruendoso sonido que le dejó los tímpanos aturdidos, se sentó en la cama bruscamente y por un momento olvidó que se encontraba en el campamento de la unión en plena guerra. Asomó al exterior tan solo con su camisola y a la distancia, tan lejos que parecían hormigas perdidas en un paisaje, vio la guerra.

—Jonathan... —susurró y quiso dar un paso en su dirección.

En esos cuatro días había tenido la suerte de no haberlo visto entre los quinientos hombres acampando y que él no la viera ella. Harvie había sido de gran ayuda en absolutamente todo; desde encajar y memorizar las rutas por el campamento hasta evadir a Jonathan. Cuando él iba a estar en una carpa, Harvie se lo avisaba y Olivia evitaba circular por esa área hasta que Jonathan se marchara.

Y estaba manteniendo un perfil bajo para que los hombres no hablaran mucho de ella.

Regresó a la carpa y se vistió con su amplia falda negra y chaqueta, un delantal sobre esta y el sombrero de Jonathan.

Cruzó el camino decidida a ir a la carpa del hospital para hacerse de ayuda con los doctores y sus amigas, pero se detuvo bruscamente cuando una voz familiar le llegó desde el lado opuesto del camino y reaccionó rápido para ocultarse detrás de una carpa.

Jonathan se detuvo junto al General y apretó firmemente su mosqueta.

—Tenemos desventaja, General.

—Hasta el último hombre, teniente general, no quiero retiradas.

Había escuchado su voz tan solo por un fugaz minuto, pero había sido suficiente para llevarla a las lágrimas, imaginando su rostro al cerrar los ojos. Lo echaba tanto de menos, que tenerlo tan cerca la estaba torturando. Esperó hasta que los pasos se alejaron y entonces retomó su marcha e ingresó a la carpa.

Hasta el último hombre le había dicho el General y le provocó escalofríos tan siquiera imaginarlo. No quería que nada le sucediera a Jonathan en esa guerra, no en la primera que luchaba desde que se había enlistado y mucho menos cuando ella estaba determinada a salvarlo.

—Señora Eades, tenemos todo listo para recibir a los soldados —le informó Shyla llegando a ella por el pasillo entre las camillas—. Cincuenta camas limpias y agua hervida, ochenta trapos y litros de alcohol. También hemos hervido sus herramientas para que proceda con las cirugías.

Intentó disimular las náuseas que aquello le provocaba y forzó una sonrisa.

—Gracias, Shyla...Esperen en la puerta para recibir a los hombres. Harvie... —. Detuvo al hombre que se encontraba organizado las cosas con las señoras—. ¿Cómo empezó el conflicto?

—La unión decidió atacar por sorpresa esta madrugada —. Tendió las camas y colocó una vasija con agua limpia en la mesilla a un costado—. Tienen quinientos soldados al frente, pero creo que los confederados llevan cierta ventaja.

—¿Ventaja? ¿Significa que los matarán?

—Esperemos que no, pero el espacio no alcanzará... —. Se detuvo a su lado y bajó la voz para hablar—. Debes mentalizarte para lo que estás apunto de ver.

—Ya lo sé.

—No, no lo sabes. Tu imaginación jamás podría acercarte a la brutalidad de lo que presenciaras este día y debes mentalizarte, porque una vez traigan a esos hombres del campo de batalla no puedes llorar, no puedes gritar, no puedes vomitar y definitivamente no puedes desmayarte mientras los atendemos —. Las demás mujeres se detuvieron en sus tareas al escucharlo—. Y eso va para todas. Esos hombres vendrán en las peores condiciones imaginables y el espacio no nos alcanzará, mantenerlos limpios y evitar suciedad será casi imposible. Muchos morirán y ustedes no pueden mostrar sus emociones hasta que estén muy lejos de ellos.

—¿Por qué? —susurró Penny.

—Porque si ellos las ven llorar, entenderán que no tienen esperanza alguna y los mataran más rápido.

Harvie tomó su abrigó con el símbolo del hospital y se lo colocó, agarrando también un sombrero y un rifle.

—Debo ir al campo a traer los cuerpos heridos junto con otros doctores, prepárense ¿sí? Ya no estamos en casa.

Cuando él se marchó, todas quedaron mudas e intercambiaron miradas de miedo. Creyeron tener una idea de lo que él describía y de lo que verían cuando volvieran con los hombres, pero estuvieron lejos de la realidad.

Muy lejos.

Una estampida de hombres ingresó por la puerta de la carpa cerca del mediodía, algunos cargando a otros, doctores gritando y dando órdenes, tantas personas en una misma habitación que era imposible moverse. Las seis se quedaron petrificadas sin saber qué hacer y los hombres pasando junto a ellas las empujaron por accidente intentando hacerse un lugar y comenzaron a ocupar las camas o acostarse en el suelo, otros se tiraron en la tierra afuera de la tienda y muchos cadáveres permanecieron en el campo de batalla.

Los gritos se escuchaban por todos lados, sin importar donde miraran, incluso afuera. Llanto, gritos, suplicas e insultos resonaban de forma ensordecedora, incluso mucho más fuerte que las bombas o los disparos. Cada grito, las desgarraba un poco por dentro.

—No sé si puedo hacerlo...—susurró Shyla.

Olivia se acercó a ella, sintiendo las mismas ganas de llorar y apoyó una mano en su hombro.

—Estos hombres nos necesitan...Necesitan el afecto de una mujer, el cuidado...La atención. Toda nuestra vida la hemos dedicado a cuidar de otros —. Ellas comenzaron a asentir tragando sus lágrimas—. Sabemos cómo hacerlo y es momento de que lo hagamos mejor que nunca. Las quiero a todas al servicio día y noche, no me importa que tan cansadas o tristes estén...No pararemos hasta salvar al último hombre, señoras.

—Entendido.

Las vio ponerse en marcha una por una y finalmente, respiró profundo e hizo lo mismo.

Harvie tenía razón; no era como nada que hubieran imaginado. Aunque anticipaban lo peor, la realidad era mucho más desbastadora. No sabía por dónde comenzar con tantos hombres llamando por su atención y los doctores gritando y dando órdenes de izquierda a derecha, empujándola fuera del camino y bufando por su presencia.

A excepción de Harvie, ningún doctor las quería allí y buscaban la forma de que se rindieran y abandonaran todo.

—¿Vas a hacer tu trabajo ¿o qué? ¿No eras enfermera? —. Se sobresaltó cuando un doctor le puso una sierra en la mano y comenzó a temblar—. Este hombre necesita una amputación, rápido. ¡Ya!

Su grito la dejó aturdida y temblando, pero intentó avanzar, tragando saliva con fuerza y sintiendo como raspaba toda su garganta al descender, como si estuviera comiendo vidrio.

Se acercó a la cama de un joven y el estómago se le retorció al verlo.

Estaba bañado en sangre y tierra, su ropa igual de sucia que su cuerpo y tenía el pantalón rasgado hasta la rodilla para dejar expuesta la herida en su pantorrilla. Una bala parecía haberle reventado el hueso y toda la carne en el camino, dejándole la mitad inferior de la pantorrilla colgando de unos cachos de carne y con el hueso separado.

Perdía tanta sangre que la cama ya estaba empapada y aunque le habían hecho un torniquete por sobre la herida, el hombre todavía gritaba y se retorcía bajo el agarre de otros soldados.

—¡Corte la pierna, mujer!

Sujetó la rodilla y con su mano dominante puso la sierra sobre los cachos de carne restante para comenzar a cortar. El sonido gomoso que hacía el cuchillo al atravesar la carne, venas, tendones y sangre, le provocaba fuertes arcadas que se obligó a tragarse. Los gritos de soldado la estaban destrozando emocionalmente por dentro y ver la pierna lentamente desprenderse sobre la cama le daría pesadillas el resto de su vida.

Cuando cortó la pierna, retrocedió en estado de shock y miró que el soldado ya no gritaba. Se había desmayado por culpa de tanto dolor y apenas respiraba débilmente. El doctor tomó el pie del hombre y lo puso en las manos de ella quitándole la sierra para ir al siguiente soldado que debía amputar.

Habría dejado caer el pie y gritado de espanto, pero se contuvo y lo tiró en la tierra fuera de la tienda, donde ya había otros brazos y piernas apilados.

—¡Usted! ¡Aquí, en este instante! Sujete la herida.

Ni siquiera le dieron tiempo de lavarse las manos de la sangre del otro paciente cuando la arrastraron hacia el lodo, donde un hombre se encontraba acostado con un agujero en el abdomen. Apretó la herida con todas sus fuerzas y el hombre gritó y le cerró una mano en el brazo, enterrándole los dedos con tanta fuerza que estaba segura le dejaría un moretón. Sabía que no lo hacía apropósito así que no se quejó.

Vio como el doctor calentaba un fierro caliente y retiró sus manos rápido para verlo apretar aquella pieza contra la carne sangrante. Un denso humo comenzó a salir de la piel y el soldado mordió un trapo y se retorció, comenzando a dar puñetazos en el piso. Gritos y llanto por todos lados. Le llegó el olor a carne cocida y sus ganas de vomitar crecieron por su abdomen.

Era imposible intentar tener un control sobre lo que sucedía a su alrededor e imponer los conocimientos modernos que sabía salvarían vidas. Todo era tan caótico y desorganizado, que, aunque lo intentara, nadie la escucharía e incluso Harvie debía olvidar todo lo que sabía y simplemente seguir la corriente. No había tiempo para lavarse las manos de la sangre de otro, no había tiempo para desinfectar el entorno o llevar un control de quien ingresaba y salía de la carpa.

El caos era tal que la mayoría de los heridos estaban tirados en el suelo entre la tierra y el lodo.

Olivia se congeló cuando vio a Jonathan al otro lado del campo, intentando evadiré a Harvie, mientras este lo agarraba por los hombres e intentaba atender una herida en su cabeza. Sangraba de forma abundante.

Lo vio, pero él no la vio a ella, parecía al borde de desmayarse y la voluntad que le tomó no correr hacia él y arruinar todo su plan, fue descomunal. Respiró aliviada cuando vio que Harvie conseguía sentarlo en unos canastos y comenzar a atender su herida y se sobresaltó cuando un hombre le dio un golpe brusco en el brazo y le pusieron una sierra ensangrentada en la mano.

—Encárgate tú de las amputaciones, me voy a tomar algo.

Se quedó petrificada por milésima vez, viendo todo suceder a su alrededor en cámara lenta. Soldados heridos pero capaces de caminar que intentaban ayudar a sus compañeros, alimentándolos o dándoles agua, soldados tan heridos que no podían mantenerse despierto y otros que no eran capaces de contener sus gritos. Estaban en condiciones inhumanas, como animales tirados en la mierda para morirse y todos lloraban por sus esposa e hija, por sus madres y hermanas.

Se encaminó hacia un hombre que era retenido por otros dos soldados y miró la herida en su pierna. Le habían disparado y al igual que el primer hombre al que había amputado, si no le retiraban la pierna, probablemente se moriría. Probablemente se moriría de todas formas. En esa época, amputar era la solución para todos los problemas.

Hizo un nudo por sobre el muslo del hombre y respiró profundo antes de comenzar a cortar. Esta vez tuvo que ir a través del hueso y toda la carne de su ancho muslo, con sangre salpicándole en el rostro, su boca y empapando todo su vestido. Serruchó como si se tratara de un trozo de madera, aunque se sentía muy diferente y los ruidos le espantaban.

La realidad era peor de lo que jamás había imaginado.

Mucho peor.

Terminó de amputar una pierna y dos brazos y se detuvo con la sierra en sus manos a ver el caos que la rodeaba. Aún quedaban hombres en el campo de batalla, luchando y cayendo muertos o regresando heridos, pero ella se aisló en su mente y el resto del día lo hizo en modo automático.

Cuando el sol cayó, pudo sentarse por primera vez en un silencio ensordecedor y rodeada por la oscuridad.

Aun había algunos hombres que se quejaban, pero la mayoría había logrado dormir, estaba muerto o desmayado y, por lo tanto, reinaba el silencio.

Harvie le apoyó una botella de whisky y no se lo pensó dos veces al agarrarla y beberse un largo trago que quemó toda su garganta sin que le importara.

Tenía el pelo enredado y alborotado, con sangre pegada en algunos mechones. Se había limpiado un poco el rostro, pero aun le quedaban algunas manchas de sangre seca en el cuello o las cejas y sus manos eran un asco, por no mencionar su ropa. Sus ojos estaban vacíos y ausentes, mirando hacia los hombres que dormían solos en el frío de la noche y sollozaban.

Harvie se sentó a su lado y tomó su mano en la suya.

—Puedes llorar ahora.

—Desearía hacerlo...pero no puedo —confesó—. Genuinamente no puedo, no sé por qué.

—Es el shock.

—Estos hombres... —. Apretó los labios y negó, volviendo a llevarse la botella de whisky a los labios—. No merecen nada de esto. Están tan solos y asustados, tan tristes y adoloridos...

—Es una guerra y estas cosas suceden en las guerras.

—Es inhumano.

—Lo sé —. Miró hacia los hombres con ella y suspiró—. Tenerlas a ustedes les levanta la moral.

—¿En serio? ¿Por qué?

—En estos momentos ellos son niños asustados y ustedes como una madre, encuentran cierto consuelo y comodidad teniéndolas cerca simplemente para que los consuelen y se sientan acompañados. Por eso no quiero que ustedes lloren ante ellos, si ustedes lloraran ¿Qué esperanzas les quedan?

—Detesto verlos así...Detesto no poder salvarlos.

—Has salvado a muchos hoy.

—No suficientes y ni siquiera...Ni siquiera pude detenerme a sufrir cuando veía a uno morir en mis manos.

—No hay tiempo para sufrir, Olivia...Sé que es complicado, pero aquí es actuar y continuar. No tienes tiempo para pensar o lamentar, eso lo harás luego —. Le dio un suave apretón en la mano y se puso de pie—. Hiciste un buen trabajo ¿sí? No te rindas. Jonathan está dormido en el campo, puedes ir a verlo si quieres.

—¿Su herida?

—No es grave y probablemente mejore en los siguientes días.

Le agradeció y Harvie se marchó sola dejándola con el whisky en su mano.

Se lo terminó y dejó su lugar para caminar entre los cuerpos de hombres dormidos en busca de Jonathan. Cuando lo encontró, acostado en el suelo junto a una larga fila de soldados, con su espalda sobre una cama de lana y una dura almohada, se desplomó de rodillas a su lado y dejó caer la botella sin importarle que el whisky se derramara.

Lo miró, su bello rostro dormido, con una venda cubriendo su cabeza para proteger la herida que había recibido y con mucha indecisión, estiró su mano para tomar la suya. Se sentía tan bien volver a sentir su piel tan cerca y como su calor lentamente cubría su cuerpo.

Él no se movió ni reaccionó, no sabía si estaba demasiado cansado por todo el agotamiento o desmayado, pero pudo sentarse a su lado en la tierra, sujetando su mano y llorar en silencio.

Le acarició el abdomen, donde su otra mano reposaba y suavemente se apoyó en su pecho y se inclinó hacia sus labios.

Él no le respondió cuando lo besó suavemente y una de sus lágrimas le cayó en la mejilla. La limpió y acarició su pómulo y la barba que crecía debajo de este. Tenía un rostro tan hermoso y extrañaba tanto ver sus ojos, que ansiaba gritarle que por favor la mirara y la besara, que la abrazara y le dijera que todo estaría bien.

—Te amo tanto —susurró y besó su nariz antes de apartarse.

En un mundo ideal él habría tomado su mano antes de que se marchara y la habría besado como tanto necesitaba, pero ese mundo no era ideal, era cruel y despiadado y Jonathan no despertó esa noche para verla.

6 de junio 1861.
Manassas, Virginia.

La guerra contra los confederados en Manassas había durado otros nueve días hasta la inminente derrota. La unión había enviado a otros grupos de soldados para asistir a los que ya estaban presentes en el campo de batalla, pero a pesar de los intentos por vencer a los confederados, el domingo seis de junio, Olivia vio desde la colina donde tenían su campamento, como entre las explosiones de los cañones cuando lanzaban una densa bola negra o los disparos, los soldados de la unión huían hacia las montañas en dirección contraria al campamento donde ellos estaban.

Los vio correr y no supo si Jonathan se encontraba con ellos huyendo o era uno de los cadáveres dejados atrás en el campo de batallas. Muchos hombres siguieron cayendo mientras huían y los confederados les disparaban.

Ella regresó en si cuando alguien tiró de su brazo y comenzó a correr de la mano con Shyla.

—¿Qué sucede?

—Debemos ir, el ejército se está retirando.

—Pero los soldados... —. Miró hacia todos los hombres inconscientes en la tierra e intentó soltarse para volver a ellos—. Debemos llevarlos.

—¡No hay tiempo! El enemigo estará aquí en cualquier minuto.

Unas manos rodearon su cintura ante sus insistencias y sus pies se alzaron del suelo cuando Harvie la cargó y comenzó a huir hacia los carros con ellas.

—¡No podemos abandonarlos! ¡Harvie! ¡Harvie! —. Se giró para mirar al hombre y lo aferró por la camisa—. Están vivos, Harvie, no podemos dejarlos...No podemos...

—Lo siento, Olivia.

El pánico le sacudió el corazón cuando la subieron al carro y los caballos se pusieron en marcha comenzando a alejarse por el camino a toda velocidad. Se llevó una mano al corazón y miró hacia el campamento que quedaba atrás y escuchó los gritos que se hacían cada vez más lejanos.

Esos hombres no merecían ese camino y ese abandono.

Cuando se giró hacia las mujeres, descubrió que todas lloraban como ella y la esperaban con los brazos abiertos para envolverla en un abrazo.

—Que Dios nos perdone —susurró la señora Butler abrazándolas a todas—. Dios nos perdone a todos...

Alcanzaron las montañas donde el resto del ejército se encontraba planeando otro ataque para intentar ganar la batalle. El ambiente era desagradable, las montañas cansaban a los soldados en la subida y muchos caballos se quedaban atrás por culpa de la pendiente.

El número de soldados había aumentado a mil seiscientos en los últimos días y todos seguían las órdenes y subían la montaña. Olivia iba atrás de todo desde donde podía ver a Jonathan llevar la delantera con el general y otro teniente general, pero sin que él la viera a ella.

Agradecía que hubiera tanta gente para que él no pudiera verla.

Su herida había mejorado correctamente, aunque no lo suficiente y aun así él había vuelto al campo de batalla. Le daban ciertas ganas de golpearlo por ser idiota, pero sabía que no podía interferir directamente. Afortunadamente para ella, Harvie cuidaba de Jonathan en su lugar.

Se quedó lejos y dándole la espalda para que no la viera y también se quitó el sombrero para que no lo reconociera. Se detuvieron para descansar y ella fue entre soldado y soldado, curando algunas heridas leves y alimentándolos y cuidándolos.

Era cierto lo que Harvie le había dicho; ellos se alegraban demasiado de que hubiera una mujer acompañándolos y algunos incluso rompían en llanto en sus brazos y lloraban sobre su pecho durante horas, abrazándola fuertemente y pidiendo perdón por las cosas que habían hecho durante esa batalla.

Muchos de esos hombres habían perdido la esperanza absoluta de que sobrevivirían.

El plan de volver a atacar y el cansancio de los hombres quedo en segundo plano cuando se dieron cuenta de que el ejército de los confederados avanzaba hacia ellos. Tuvieron que seguir empujando a pesar del agotamiento para cruzar la montaña y llegar a Alexandria, donde se esperaba pudieran descansar.

Olivia viajo de la mano con las mujeres, intentando no ceder al agotamiento y cada tanto, algún soldado se detenía junto a ellas y las alzaba en sus brazos para ayudarlas a subir una roca peligrosa o las sujetaban desde la espalda alta y se adelantaba para ofrecerles una mano y tirar de ellas hacia la cima.

Los doctores, por el contrario, las empujaban y en el peor de los casos les escupían la ropa y murmuraban insultos hacia ellas.

Eran los dos lados de la moneda; amadas y odiadas al mismo tiempo.

25 de diciembre 1861.
Ohio River, Ohio.

La guerra no había sido tan intensa ese primer año, después de seis meses Oliva había llegado a la conclusión de que tanto soldados como doctores pasaban gran parte de sus días jugando a las cartas y charlando. Algunas veces los soldados debían montar guardia y otras los médicos eran necesario para atender enfermos o algún herido, pero no había más batallas desde la huida de Manassas en junio de ese año.

Era aburrido, pero al menos la tranquilizaba saber que los hombres no se estaban enfrentando a grandes peligros, y viajando con ellos por seis meses se había vuelto una amiga para muchos.

Más de dos mil soldados ocupaban el extenso campamento que se trasladaba a donde tuvieran que ir y la cantidad de mujeres presentes (aunque había aumentado en los últimos meses) no pasaba de ser mayor a quinientas. Y Olivia estaba a cargo de todas ellas, no porque quisiera, sino porque el presidente le había asignado la responsabilidad.

Al parecer, viajar a la guerra para intentar ser de ayuda, no era la única alocada idea de seis mujeres (ella y sus amigas) sino que miles y miles de señoras y muchachas habían pensado el mismo plan. Y aunque muchas habían optado por ponerse ropas de hombres, cortarse el cabello y enlistarse en el ejercito como hombres para ir detrás de sus maridos o bien luchar por su patria, la gran mayoría quería servir en la medicina y curar a los heridos, entonces Olivia se hacía cargo de instruirlas.

Eso era en el ejército en el que se encontraba, pero cientos de otras divisiones se extendían por todo el país y rumores decían; que cada una de esas divisiones tenía su propio grupo de mujeres sirviendo. Probablemente no tan grande como el que ella tenía, pero bastante similar.

Quinientas mujeres eran tanto beneficioso como una complicación. Con tantas señoras paseando por los campos con vestidos amplios y delantales, las probabilidades de que Jonathan la encontrara entre dos mil hombres y quinientas mujeres se reducían y, sin embargo, ella sabía perfectamente donde estaba él, por lo que siempre podía mantener un ojo vigilándolo mientras hacía sus tareas diarias y lo evitaba. Harvie también la ayudaba a conseguirlo. Pero tener quinientas mujeres y conseguir que ninguna se encamara con los soldados, era complicado.

Si los hombres no las seducían, ellas seducían a los hombres y ellos, que no estaban en condiciones de razonar muy bien después de las cosas que habían vivido y estaban cansados, solos y hacía meses no veían a sus familias, pocas veces conseguían resistirse.

Olivia seguía preguntándose si Jonathan sería de los que no conseguía resistir.

—Es bastante masoquista de tu parte simplemente mirar ¿no crees? —inquirió Harvie al sentarse a su lado junto a las carpas y dirigir la mirada en la misma dirección—. ¿Quieres que lo distraiga?

Negó, terminando de coser una de las camisas y cortó el hilo con sus dientes.

—Sí él necesita distraerse, puede hacerlo...Aunque la mujer puede considerarse despedida cuando termine.

Miraron juntos hacia Jonathan preguntándose lo mismo; ¿La detendría o dejaría que continuara? La mujer junto a él que lo seducía, era Molly Ross, una chica de unos veintinueve años a la que habían enviado desde la sección militar al mando de General Walmart, al recibirla Olivia tendría que haber imaginado que, si la habían sacado de una división, tendría que haber un motivo justificable, pero en una situación tan compleja como una guerra, no había querido juzgarla.

Ahora se arrepentía.

Él estaba con un plato de comida en su mano, comida que ella había preparado y que él parecía buscar inconscientemente. Todos los días lo veía probar con una cuchara las distintas ollas con estofado hasta que su paladar daba con aquel que ella cocinaba en el lado sur del campamento (donde se encontraba su carpa) y entonces él se servía un buen plato y se sentaba a comer con una sonrisa, tan cerca de ella que lo mataría de un infarto si la descubría. Normalmente Jonathan se la pasaba en el lado opuesto del campamento, lejos de poder verla, pero su cuerpo la sentía inconscientemente y la buscaba por todos los rincones.

Mientras comía ese mediodía se encontraba escuchando lo que unos hombres contaban entorno al fuego y Molly le acariciaba el brazo y le hablaba, también intentaba recostar su cabeza contra su hombro, lo cual no era capaz de hacer porque Jonathan era mucho más alto que ella y tampoco se estaba encorvando para permitírselo. Él mantenía su espalda erguida y prácticamente ignoraba a la mujer. Pero, aunque la ignorara, no parecía detener sus caricias.

—¿Por qué no la aparta? —bufó Harvie a su lado.

—Porque está solo —respondió, alzándose de hombros—. Lleva casi un año solo, Harvie...Expuesto a la muerte y a la depresión, el afecto de una mujer puede hacerlo sentir mejor y él lo sabe.

—Pero tú estás aquí.

—Él no lo sabe, en su cabeza no me verá hasta dentro de otros tres o cuatro años —. Dejó la camisa ya cosida en el canasto y tomó otra—. Su servicio es de turno completo, a diferencia de otros hombres que podrán retirarse en un año o dos, él debe quedarse hasta el final.

—¿Por qué es cercano al presidente?

—Así es, supongo que en cierta forma es mi culpa —. Se rio sin mucho humor—. Si no hubiera pensado de mí tan importante como para poder detener una guerra, el jamás habría conocido a Lincoln y ahora sería un soldado más.

—No sé qué tan bueno es que sea un soldado más —. Olivia lo miró con el ceño fruncido—. Los soldados no tienen ningún beneficio, hay cientos, mejor dicho, miles de ellos, si uno muere en el campo de batalla, no siempre pueden ir a retirar sus cuerpos...Pero un teniente general...

—Sí, supongo que en eso tienes razón.

Volvieron a mirar hacia Jonathan para encontrar que estaba limpiando el plato con un trozo de pan para dar por terminada la comida y que había apartado a la mujer, poniendo una mano en frente y forzando una sonrisa al pedirle que lo dejara en paz.

Molly había quedado anonadada mirando como Jonathan se alejaba y Harvie había sonreído con una sensación de victoria.

—Qué hombre, por Dios —. Olivia lo miró con una ceja en alto y Harvie se rio—. Obviamente es tuyo, cariño, no te lo robaré.

—Más te vale, estás tan guapo que no dudo Jonathan se vuelva gay por ti.

Harvie soltó una carcajada y la chocó suavemente con su hombro.

Se sentía tan ligero desde que había conocido a Olivia y no tenía que actuar frente a ella. No había sido hasta conocerla que se había percatado de como parecía haber olvidado quien era realmente, diez años fingiendo ser "masculino", heterosexual y "en control", le habían dejado serios daños emocionales que no había podido enfrentar hasta conocerla. Y ahora con Olivia a su lado, cuando compartían un momento a solas, podía liberarse y ser como quería ser, sin que ella lo juzgara, podía hablar de hombres y que ella lo apoyara e incluso diera su opinión sobre el atractivo de alguno y podía pensar en un futuro con una pareja, aunque no fuera más que un sueño.

Sacó un pequeño paquete del interior de su chaqueta y se lo entregó.

—Feliz navidad.

Ella bajó la camisa en sus manos y no pudo evitar sonreír.

—Harvie, no hacía falta...Yo no tengo nada para ti.

—Nah, tranquila, quería darte algo para alegrarte un poco —. Ella tomó el paquete pequeño y él se rascó la barba—. Hace tiempo te veo muy triste.

Volvió a sonreír, dedicándole una breve mirada, antes de quitar la cinta al paquete y remover la caja. Se habría puesto a llorar con solo ver el precioso broche de ropa hecho de un brilloso metal que tenía el símbolo de los médicos en el centro.

—Para que los estúpidos doctores dejen de pensar que eres una limpiadora.

Comenzó a reír con lágrimas en los ojos y se impulsó hacia él para darle un fuerte abrazo, que Harvie respondió rodeando su cintura y apretándola gentilmente.

—Gracias, Harvie.

Seis meses no habían sido solo viajar y aburrirse, sino enfrentar a los médicos que las querían sacar a toda costa. Que las hicieran limpiar a los soldados más heridos (incluyendo sus genitales) o en el peor de los casos, amputar algunos miembros, no era más que la crema del pastel; también las insultaban, les gritaban en las narices poniendo a muchas, como la pobre Shyla, en lágrimas y dejando a Olivia temblando y conteniéndose, las empujaban y desafortunadamente también las acosaban. Muchos doctores acostumbraban escupirla para hacerla sentir incomoda o la tocaban inapropiadamente por sobre su ropa, remarcaban a toda costa que estaban en un ambiente de hombres y por lo tanto no eran nada más que un objeto...un medio de satisfacción.

Afortunadamente algunos soldados habían saltado en sus defensas cuando se percataban de lo que sucedía, pero la mayoría de las veces, nadie se enteraba o decidían ignorarlo.

Habían sido seis largos meses de viajar sin tener muy claro el rumbo y sufrir en un silencio tortuoso. Llevaba días pensando darse un descanso e ir a Washington para dormir en un hotel por un par de días, pero no podía abandonar a aquellos soldados que la veían como una mamá; eran sus muchachos.

Se colocó el broche en el frente de su vestido sobre el delantal blanco y sonrió.

—Me queda bien ¿no crees?

—Te queda excelente, fuiste hecha para la medicina —. Sonrió y cuando se enderezó en el banco y volvió a mirar hacia Jonathan, no lo encontró.

—Feliz navidad —susurró finalmente y Harvie tomó su mano en la suya y besó sus nudillos.

—Feliz navidad.

Esa tarde, Olivia no pudo contenerse, sabía que Jonathan debía haber enviado una carta a la carpa de correos para que se la enviaran a ella a la granja, pero desde que había llegado al ejercito, todas sus cartas eran retiradas por la señora Butler para acabar en sus manos antes de que las enviaran y aunque tendría que haber esperado hasta antes de que las pesadas bolsas de cartas fueran a ser enviadas en carro hacia el correo de la ciudad más cercana para no levantar sospechas, le pidió a la señora Butler que le consiguiera su carta esa misma tarde.

—¿Sí dejó una carta?

—Por supuesto, ese señor le escribe todo el tiempo.

Se limpió las manos emocionada cuando la señora Butler ingresó en la carpa del hospital y puso un sobre en sus manos. Jonathan le había escrito cada semana, durante cada mes y ella había contestado a cada una. Normalmente esperaba una semana o dos antes de enviar a la señora Butler con su respuesta para que la dejara en la carpa de correo y desde lejos, miraba para asegurarse que Jonathan la recibía. De esa forma parecía que las cartas viajaban desde Minnesota. 

Rompió el sobre y sacó la hoja del interior para desdoblarla y poder leer.

Mi querida Olivia.

Pasar estas navidades sin ti se siente especialmente como una tortura. Imagino a nuestros hijos y nuestro bebé y se me oprime el corazón sabiendo que no estaré ahí para verlos abrir sus regalos y besarte. Extraño tanto sentir tus labios y tu calor que no puedo evitar llorar mientras escribo esta carta para ti.

Ser soldado es...aburrido, pero también muy solitario. Estoy rodeado de miles de hombres y aun así pareciera que viajo solo, porque tú compañía me hace falta. Es curioso, siento que me haces tanta falta que comienzo a sentirte en todas partes... hace meses que la comida sabe igual que como tú la preparas, al principio pensé que eran cosas mías, pero estoy empezando a confirmar que no es así. Alguien debe haber aprendido de tus talentos culinarios para hacer un pan tan delicioso y esponjoso y un estofado tan jugoso. Es un éxito en el campamento, aunque no sabemos quién lo cocina, todos los hombres prefieren ese estofado antes que ningún otro. También a veces cuando entró en una carpa, puedo jurar que siento tu aroma en el aire, rodeándome y abrazándome. Es una gran coincidencia que tu aroma casi siempre me alcanza cerca de las carpas de las enfermeras, sé que estarías muy a gusto entre todas las mujeres que atienden a los enfermos, especialmente sabiendo lo mucho que sabes de medicina. He tenido la vaga sensación de haberte visto entre los cientos de hombres, pero creo que simplemente estoy extrañándote demasiado.

Y estas navidades sin ti, me dejan vacío.

Iré a la ciudad esta noche con unos soldados, no sé qué planes tendrán ellos para celebrar, pero probablemente me emborrache para dejar de pensar tanto en ti por al menos un segundo. No verte me está matando y no sé si podré resistir cuatro años.

No esperaba que esta carta se tornara tan triste y melancólica, pero no he podido evitarlo. Mi cuerpo y alma gritan por ti y cuento los meses hasta que este infierno acabe y pueda volver a verte.

Envíame una foto de nuestros hijos, por favor, realmente me haría feliz verlos si puedes conseguir una cámara y saber cómo crecen nuestros muchachos.

Te amo profundamente.

Tuyo por siempre.

-Jonathan Morgan.

Terminó de leer con lágrimas en los ojos y se rio, sentada junto a una de las camas de sus pacientes con una vela para poder leer claramente.

—¿Su marido, señora? —preguntó el soldado y ella se dispuso a negar y seguir con su mentira—. Sé que el teniente general Morgan es su marido, señora...Muchos lo sabemos.

—¿Cómo?

—Bueno, no hay muchas Olivia que sepan de medicina como usted —. Se sentó en la cama con un quejido de dolor ante la herida en su abdomen y recostó la espalda en la pared—. Al principio pensamos en decirle, porque creímos que usted planeaba engañarlo, pero...luego vimos que solo quería servir a la nación, así que mantuvimos silencio.

—Gracias.

Él asintió y entrecerró los ojos de cansancio.

—Gracias a usted, por cuidarnos.

Jonathan visitó la ciudad más cercana como había mencionado en su carta para Olivia. Tenían West Portsmouth a tan solo unos minutos a caballo y no perdieron oportunidad de visitarlo y entrar a un bar para beber un rato. Navidad era la noche libre para todos, muchos soldados incluso habían conseguido un permiso de tres días para viajar a casa, otros se encontraban tan lejos, que no llegarían hasta pasada al menos una semana.

Jonathan no había conseguido el permiso, a pesar de haberlo solicitado y aquello lo había destrozado emocionalmente.

—¿Se encuentra bien, teniente general?

—Sí, soldado, no se detengan por mí, celebren.

Se bebió el contenido de su vaso y abandonó el banco y el bar hacia las calles oscuras de West Portsmouth. El pueblo era pequeño y tenía algunas tiendas y un hotel muy rustico y característico de los pueblos campestres.

Miró hacia el cielo estrellado y quiso imaginar lo que Olivia podía estar haciendo esa noche. Seguramente estaría en la casa, hermosa y viéndose como una Diosa, sirviendo su característico pastel de frutas y jugando con los niños. Lejos estaba él de imaginar que Olivia se encontraba tirada en su cama en el campamento militar llorando por tenerlo tan cerca y no poder ir a besarlo y que la tocara.

Él también quiso comenzar a llorar, sintiéndose más solo y perdido que nunca. La guerra podía no haberlo matado con una bala o cañón, pero lo estaba matando emocionalmente.

Caminó por la acera de madera junto a la calle de barro y se detuvo en la oscuridad cuando sus ojos se detuvieron sobre una mujer que recostaba su espalda en la pared y lo miraba seductora. Tenía una camisola con el corsé sobre esta y nada más cubriendo su cuerpo o el escote en sus senos.

—¿Quiere compañía, teniente general?

Pensó en rechazarla y seguir hasta dar con su caballo y volver al campamento, pero terminó subiendo las escaleras del hotel detrás de ella.

Contó los billetes al entrar en la habitación y los apoyó sobre la mesa de luz, regresando sus ojos hacia la mujer para encontrar que se había desnudado y esperaba por él en la cama. Sus piernas abiertas para recibirlo y una sonrisa en sus labios.

Se sintió como un niño al no saber que hacer.

Dejó su sombrero junto al dinero y la escaneó desde la distancia, sin poner una mano en su cuerpo. No tenía ninguna de las advertencias de posible enfermedad que conocía, así que se desabrochó el pantalón y cuando apoyó una rodilla sobre la cama, giró el rostro antes de que ella lo besara.

—Solo date la vuelta.

La mujer obedeció un tanto confundida y él la miró un momento en silencio con una mano en el botón de su pantalón. Tragó con dificultad y un dolor se formó en su pecho, sabía que tenía el permiso de Olivia, pero había algo fuerte doliendo, una sensación de soledad y vacío, porque, aunque tuviera su permiso, no era eso lo que él quería. La quería a ella. 

Se sentía tan solo y aislado, echaba de menos a sus niños y el calor de Olivia a su lado y el estar pasando la navidad lejos de casa lo destrozaba. Había visto mucho dolor en esos meses, compañeros habían muerto a su lado, se sentía...desesperanzado. Una parte de él casi quería rendirse y acabar con todo ese sufrimiento rápido. 

Volvió a mirarla, su cuerpo desnudo, sus curvas que no eran las que él quería y se dijo a sí mismo que no podía. Dormir con esa mujer no solucionaría nada esa noche, no repararía el dolor en su interior, ni haría que dejara de extrañar tanto a su esposa que la sentía por todos lados en el campamento. 

Se sintió sucio, por siquiera haber creído que funcionaría y retrocedió, alejándose de la cama sin siquiera haberla tocado. 

—Largo.

—¿Qu...qué?

—¡Largo! —. La mujer cayó de la cama por culpa del susto y recogió su ropa velozmente—. ¡Largo!

Lanzó uno de los adornos de la habitación detrás de ella y este impactó en la pared justo cuando la puerta se cerraba. Terminó desplomándose junto a la cama y comenzó a llorar con su rostro enterrado en el colchón. La echaba tanto de menos que lo mataba, no tenerla a su lado lo estaba matando y no quería pasar el resto de la guerra de esa forma. Tenía miedo, estaba cansado, triste y solo y la única mujer capaz de restaurar su felicidad y su vida, estaba lejos.

Y él se sentía miserable por eso. 

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