Vidas cruzadas: El ciclo. #1...

By AbbyCon2B

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Olivia Eades es psicóloga y periodista con una vida hecha en el 1970, con su madre y hermano, sin deseos de c... More

NOTA DE LA AUTORA Y MÁS.
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AGRADECIMIENTOS
Cuarto libro de Vidas Cruzadas: El ciclo (Disponible)

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By AbbyCon2B

22 de mayo 1861.
Washington D.C

Olivia llamó a la puerta de la casa blanca y esperó con ambas manos unidas al frente de su atuendo negro y el sombrero de su marido en la cabeza. Había llegado hacía dos días para instalarse en un hotel muy sencillo del área y reunir la información necesaria para saber cuál era la ubicación actual de Jonathan. Él aún no había respondido a su última carta y por lo tanto no sabía desde sus propias palabras a donde lo habían trasladados, pero rumores decían que se encontraba en Virginia, ya activo en el campo de batalla, intentando detener los esfuerzos del Sur de avanzar hacia el norte.

Cuando la enorme puerta se abrió, saludo al empleado y agradeció cuando le permitieron ingresar en su oficina.

—El presidente se encuentra en su oficina y está listo para recibirla, señora Morgan.

Le agradeció y subió las enormes escaleras de cerámica hasta dar con el pasillo y la enorme puerta al final de este. Le había escrito a Abraham durante su primer día en la ciudad para acordar una reunión y como Abraham la recordaba y tenía aprecio por sus obras en el hospital de la capital, se había hecho un hueco en su agenda para recibirla lo antes posible.

Llamó a la puerta y entró en la enorme oficina, donde Abraham Lincoln se encontraba de pie, esperándola, junto a los enormes ventanales rectangulares detrás de su escritorio, mirando hacia las carpas del ejercito montadas junto a la casa blanca.

La recibió en el camino y estrechó su mano.

—Me alegra volver a verla después de tanto tiempo, señora Morgan y permítame presentar mis condolencias por su perdida —. Olivia forzó una sonrisa y le agradeció, siguiéndolo hacia el escritorio para tomar asiento—. Recibí su carta respecto a las acciones del sheriff Manson y creo que le alegrará saber que como solicitó, el oficial ha sido sometido a un juicio y se encuentra ahora tras las rejas.

—Bajo otras circunstancias no tengo duda me habría alegrado mucho escuchar esas noticias, señor.

—Por supuesto, lamento que sus esfuerzos por detener la guerra no tuvieran el éxito deseado. Personalmente también me encuentro frustrado por la situación en nuestras manos.

—Supongo que el poder hace esto con los hombres; enfrentarlos y destruir familias por un poco de tierra y riquezas.

—Supone correctamente, señora. Ha viajado una larga distancia para verme y en su carta especificaba que el asunto era de gran importancia, ¿en qué puedo ayudarla?

Olivia cruzó una pierna sobre la otra por debajo de su vestido y unió las manos sobre su vientre. Seguía sintiéndose vacía pensando que ya no había un bebé en ella, aunque a veces aún sentía algunos de los síntomas como las náuseas o los senos sensibles.

—Imagino usted ya está al tanto de la situación de mi marido —empezó y Abraham asintió—. Jonathan es tendiente general al mando de una sección de doscientos hombres, aunque rumores me dicen el numero a aumentado considerablemente en los últimos días.

—Hemos tenido que aumentar la solicitud de soldados bajo la amenaza del sur, es cierto.

—Y él se encuentra en Virginia ¿verdad? —. Abraham volvió a asentir—. Deseo reunirme con él, señor presidente, pero ambos sabemos que no puedo hacer eso sin un permiso y soy consciente de que ningún general me lo dará siendo mujer...Así que esperaba usted pudiera hacerme el favor.

Abraham se recostó lentamente en su asiento frente a ella y apretó los labios, evaluando lo que ella le pedía y comenzando a negar lentamente.

—No puedo enviarla al frente, señora.

—Sí puede, distinto es que no quiera, pero esa decisión ya no es suya ¿o sí? Le estoy pidiendo amablemente que me permita reunirme con mi marido.

—Es demasiado peligroso. El campo es violento e inhóspito y el ambiente repleto de hombres, sería la única mujer en kilómetros y kilómetros de tierra.

—Soy consciente de todo lo que me dice, pero mi petición se mantiene igual.

—Podría morir, señora Morgan.

Olivia se quedó en silencio, con aquellas palabras provocando un eco en su cabeza y suspiró. La muerte, una curiosa palabra y aterradora a la misma vez, tan rodeada de incógnitas y teorías, con muchas leyendas para representar su imagen; una calavera, la parca, humo negro...Todas las culturas tenían una forma de imaginarla, pero nadie realmente podía definirla. Y aquellos que se encontraban con la muerte ya no podían dar su testimonio de lo que veían.

—He hecho paz con la idea, señor presidente y deseo reunirme con mi marido. Creo que usted y sus soldados podrían beneficiarse de mi presencia en la guerra.

—La escucho.

—No soy soldado y no pretenderé serlo, dejaré ese trabajo a los hombres que son excelentes matándose entre ellos, pero sé que soy buena para salvar vidas, señor presidente y usted lo sabe también. Vine a esta ciudad cuando la muerte recorría sus calles y me marche dejándola limpia de su oscuridad y aunque quiera negarlo, esos soldados necesitan del tacto de una mujer para sobrevivir. Ningún doctor por más experimentado que sea, puede hacer lo que las mujeres sabemos hacer mejor.

—¿Y qué sería eso, señora?

—Cuidar de los nuestros y cuidarlos bien.

Abraham suspiró y se la quedó mirando por unos largos y silencios minutos en lo que pensaba. Olivia no volvió a hablar, ni abandonó su lugar. No pensaba dejar esa oficina sin un permiso para ir al frente con los hombres y buscar a su marido. Estaba determinada y nadie cambiaría su parecer.

—La admiro, señora Morgan, tiene un valor y coraje que solo veo en los mejores hombres y su inteligencia es sin duda extraordinaria...Le daré su permiso —accedió finalmente y se enderezó en el banco para comenzar a escribirle su nota—. Pero recuerde que le he advertido, señora.

—Lo recordare, señor presidente. Por favor use mi nombre de soltera en el permiso —. Abraham alzó una ceja ante aquello—. Sí Jonathan descubre he ido detrás de él, enviará a alguien a detenerme y enviarme a casa, por su bien y seguridad, no quiero que lo sepa hasta que nuestros caminos se crucen.

—Quizás debería escuchar a su marido que tan solo se preocupa por su seguridad —. Puso su firma en el documento y lo selló—. Pero no soy quién para juzgar sus decisiones. Cuídese, señora Morgan, cuídese mucho.

Tomó la hoja doblada a la mitad, le agradeció y se marchó, llevándose con ella una sensación triunfal y un miedo apremiante.

Quería partir cuanto antes hacia Virginia, con la esperanza de llegar antes de que Jonathan se trasladara a otra zona y para eso, tenía un carro y dos caballos que había conseguido a un precio razonable, gastando casi todo el dinero que había traído.

Lo cargó con su baúl y algunos alimentos que había comprado con el resto del dinero y se acomodó el sombrero de Jonathan para montar en el carro y tomar las riendas. El camino hacia Virginia sería largo y peligroso, los caminos eran lugares salvajes, especialmente para una mujer sola y ya no iría en tren como había hecho durante su viaje desde Minnesota...No, ahora viajaría en carro, con una brújula y mapa para orientarse.

Estaba comenzando a avanzar lentamente cuando escuchó su nombre saliendo con fuerza de los pulmones de una mujer y al mirar sobre su hombro, vio a cinco mujeres que corrían apresuradas por la calle, cargando canastas o tirando de unos carros repletos de cosas.

Bajó rápidamente y sus ojos se llenaron de lágrimas cuando reconoció sus rostros. Hacía meses que no sabía de ellas; Shyla y su madre, Penny Ewart, Andrea Sharrow y la señora Harper.

Las abrazó, sintiéndose aliviada de encontrar rostros familiares en ese mundo salvaje y ellas se rieron emocionadas por encontrarla.

—Hemos escuchado que estaba en la ciudad.

—Y que irá al frente.

—Queremos ir con usted —terminó Shyla con seguridad—. Hemos traído todo lo que los hombres necesitarán y nuestra disponibilidad para servirle, señora.

—Me conmueven, pero...servir en el frente no será como un hospital.

—Lo sabemos —aseguró la señora Butler—. Pero mi marido está en esa guerra y...Y yo-yo debo...

Olivia le apoyó una mano en el hombro para consolarla y asintió, identificándose con su dolor. La señora Butler respiró hondo y sonrió.

—Queremos ir, señora.

Olivia miró todo lo que habían traído; más alimentos, alcohol, equipos de costura y de cocina, ropa limpia y telas limpias, pinzas, cuchillos, plantas y algunas infusiones medicinales. Todo eso podía ayudarlas a salvar cientos de vidas mientras durara.

Quiso detenerlas de acompañarlas, pero se contuvo, habría sido hipócrita de su parte decirles que hacer cuando ella misma estaba manteniendo su postura ante aquellos que lo intentaban con ella.

—Verán cosas desagradables en ese lugar y podrían salir heridas o peor.

—Nuestros hombres están dando sus vidas por la causa, señora, nosotras no nos quedaremos sentadas en casa haciendo nada. Queremos luchar y si no nos pondrán un arma en las manos para ir a pelear, entonces que nos den vendas e hilo y nos pondremos a curar.

—No importa los riesgos —agregó Penny a las palabras de la señora Sharrow—. Morir por nuestro país es la mejor forma de morir, señora. Queremos ir.

Asintió y las ayudó a cargar todo en el carro y hacer lugar para que ellas subieran. Shyla se sentó adelante a su lado.

—Tenemos un viaje largo por delante, señoras, espero conozcan alguna canción para el camino.

Y partieron hacia Virginia, solo un grupo de mujeres, rodeadas por un mundo violento y salvaje y algo de música para acompañarlas en el viaje.

Jonathan estaba sentado junto a unos troncos y el fuego que ardía para preparar la comida de los hombres. Se quitó su sombrero (parte de su uniforme) y lo dejó en el tronco a su lado. La ropa del ejército no estaba mal, los habían vestido apropiadamente; unos pantalones formales de color azul, con camisa blanca y chaleco, y encima él traía un tapado de un azul más oscuro que su pantalón y con ciertos decorados para identificar su cargo. Tenía un símbolo en las mangas de su tapado con tres líneas triangulares que representaba su puesto como teniente general, tenía unas hombreras rectangulares amarillas para identificarlo también como teniente general y un broche que traía sujetado de la pieza de cuero que colgaba en diagonal por su pecho. El broche lo identificaba como parte de la Unión y del regimiento de infantería, soldados que luchaban a pie con armas.

Los soldados tenían un uniforme sencillo y sin tantos adornos y, por lo tanto, lo respetaban a él y a aquellos superiores como él.

Miró el sobre que había recibido y lo giró en sus manos para ver que provenía de Olivia. Su corazón latió bastante acelerado de solo pensar que ella le había escrito y mientras rompía el sello y comenzaba a leer la carta, se sintió como un niño en navidad.

A veces se sorprendía del amor que sentía por esa mujer y a veces también le asustaba pensando en todas las cosas que podían suceder. No quería perderla, pero ella le había implantado aquel desbordante miedo con la historia sobre su abuela...Su propia hija, pensó y sacudió la cabeza para callar aquella voz.

Se rio leyendo la carta cuando vio su rezongo y pudo imaginar su mirada de madre preocupada. Se daba cuenta de que muchas veces no parecía más que otro niño a su cuidado.

Detuvo la lectura cuando aquellas palabras en el papel calentaron todo su cuerpo: Tócate a ti mismo pensando en mí...y él quería hacerlo. Quería tocarse todas las noches pensando en ella, aunque lo que más ansiaba era que ella lo tocara, que lo besara y lo metiera en su boca como había hecho tantas veces. No podía creer que tuviera esos pensamientos y esas imágenes en su cabeza y que lo excitaran de tal manera, pero era inevitable.

Respiró hondo, mirando a su alrededor para asegurarse de que ninguno de los soldados le prestaba atención y continuó.

Tócate a ti mismo pensando en mí, amor. Imagina que son mis labios lo que recorren tu piel y disfrutan de tu sabor. Imagina que me tienes sobre ti, hundiéndote lentamente en mi interior mientras susurro tu nombre y mi calor se extiende sobre ti. Desearía poder volver a tenerte en mí, llenándome con tu placer y tocándome en todos los rincones.

Estaré famélica cuando vuelvas a mí y espero vengas dispuesto a devorarme hasta que no recuerde mi propio nombre.

Volvió a detenerse, respirando profundo con su piel hirviendo debajo de toda la ropa y se cubrió el rostro con una mano, haciendo un gran esfuerzo por evitar que su cuerpo lo delatara. No había mujer en el mundo que pudiera ponerlo como ella y de tenerla allí con él en ese momento, le habría arrancado toda la ropa y la habría tomado con locura. Estaba famélico de las ganas que sentía de tocarla.

Siguió leyendo sus advertencias sobre las enfermedades y cuando terminó la carta, sintiendo una presión en su pecho de toda la angustia que retenía, respiró profundo y sonrió: Tuya por siempre...Esa mujer era suya y no podía sentirse más feliz al respecto, le llenaba de orgullo que tuviera su apellido, que llevara un anillo que él le había dado, decir que era su mujer y solo suya.

Olivia alcanzó Manassas tres días después y desde las colinas por las que bajaban, pudo ver un centenar de carpas con techos blancos a la distancia y la bandera de la unión a varios kilómetros del campamento de la unión. Confiaba con que Jonathan se encontraría allí, dirigiendo su sección de soldados según las ordenes que recibía, pero sería todo un desafío conseguir que él no la viera ni escuchara de ella.

Detuvieron el carro cerca de la carpa más grande donde los doctores atenderían y bajaron juntas, descargando también todo el equipo que traían. Aun no parecían haber muchos heridos, solo algún que otro hombre que había sido agredido y otros que se encontraban cansados y enfermos. En momentos como esos, Olivia lamentaba no haber prestado más atención a las clases de historia para tener una idea de lo que se aproximaba, la incertidumbre de todo el entorno le congelaba la sangre y la ponía a sudar.

Asomó por el lado de la tienda y miró hacia todos los hombres sentados jugando a las cartas, charlando o cocinándose algo. No parecía haber rastro de Jonathan y entre todos los hombres presentes, dudaba que él fuera a encontrarla específicamente a ella, pero tampoco quería correr el riesgo.

Entró rápidamente en la tienda y recorrió el camino entre las camas vacías para llegar al grupo de hombres que hablaba por lo bajo al fondo del lugar. Antes de alertarlos, se aseguró de que Jonathan no estuviera entre ellos.

El hombre que se giró primero para verla, era alto y robusto, aunque le hacía parecer un tanto gordo, tenía una barba canosa y el pelo un poco largo, aunque casi completamente oculto por su sombrero. Debía ser el general a cargo.

—¡¿Quién dejó ingresar a una mujer?!

—El presidente lo hizo, señor —espetó y extendió su permiso hacia él—. Mi nombre es Olivia Eades, soy una enfermera ambulante, al servicio de los soldados heridos durante la guerra, mi trabajo es trasladarme de guerra en guerra salvando a cuantos hombres sean posible y vengo con cinco asistentes igual de preparadas que yo.

El hombre, a cargo de esos soldados y que debía tener unos cincuenta años, miró el papel, balbuceó y sacudió la cabeza y todo su cuerpo, intentando salir de la conmoción. Olivia había soltado aquellas palabras tan rápido y con tanta determinación en su voz, que era difícil procesarlas. Miró hacia sus compañeros, que se encogieron de hombros igual de confundidos y la miró a ella.

—¿Sabe en lo que se mete, señora? Esto es muy peligroso para usted, no es lugar para una mujer.

—Soy consciente, pero el peligro es el mismo para hombres y mujeres, señor y por lo tanto no debería ser lugar para ninguno, no obstante, aquí están estos soldados, muriendo por una causa justa y en necesidad de cuidados. Soy buena cuidando de la gente.

Él continuó balbuceando antes de poder poner una frase completa y terminó suspirando y regresándole el papel.

—Supongo que no puedo detenerla, pero los doctores no estarán contentos.

—Lidiaré con los doctores yo misma.

Un hombre se aclaró la garganta, un poco perdido entre los generales y sargentos y cuando Olivia lo miró, encontró a un señor que no debía ser mayor de treinta años, con un mostacho cubriendo su labio superior y el uniforme impecable en su cuerpo, con una cinta en su brazo que lo identificaba como miembro del hospital Stewart.

—Supongo que entonces puede empezar por mí, señora...Eades.

Se quedó mirando al doctor en silencio y debatiéndose sí debía considerarlo una amenaza o esperar. De momento no veía un tono alarmante en su voz, no parecía hablarle con desprecio o asombro como otros doctores le habían hablado en el pasado, por el contrario, parecía bastante tranquilo y ni siquiera sorprendido.

—¿Debería usted representar un problema para que nosotras hagamos nuestro trabajo?

—En lo absoluto, soy todo un feminista —se rio y los hombres a su lado lo miraron con el ceño fruncido.

—¿Es usted femenino?

Harvie rodó los ojos y acomodó el borde de su chaqueta, adoptando una postura más delicada.

—Por supuesto, sargento, ¿no me ve usted?

Los hombres se rieron, pero Olivia no los acompañó.

Muchas cosas le hicieron ruido cuando Harvie Aston dijo aquello, primero pensó que era una broma y una forma quizás de burlarse junto con los otros hombres, pero entonces entendió que el doctor no lo había dicho con aquellas connotaciones y se quedó pensando. La palabra aun no existía como sinónimo de la lucha de las mujeres por sus derechos, era empleada en algunos casos médicos, pero no como Harvie Aston la había usado esa tarde.

—Si me disculpan...Iré a buscar donde instalarme.

Se giró sobre sus pies y comenzó a alejarse con su corazón retumbando en sus oídos y no mucho después, sintió unos pasos caminando detrás de ella. Regresó al carro sin mirar atrás y ayudó a las mujeres a terminar de descargar.

—Entonces, señora Morgan... ¿Contaremos con su ayuda durante esta guerra?

—Me temo me confunde con alguien más, doctor Aston. Mi nombre es Eades.

—¿Lo es? Curioso, porque no hay muchas mujeres que ejerzan la medicina ¿sabe? —. Harvie miró hacia las otras señoras con ella y las señaló—. Y resulta bastante extraño que justo viaje con las mismas enfermeras del hospital de Washington.

Olivia dejó una caja en el piso y se enderezó, apretando los labios y con ganas de propinarle un golpe a ese doctor.

—Lo que no comprendo es por qué volver a su nombre de soltera. Tengo entendido de que el teniente general Morgan sigue casado ¿debería ir a llamarlo para que la reciba? ¡Oh! Espere, él no sabe que está aquí ¿verdad? Y probablemente tampoco quiere que lo sepa...

—¿A dónde quiere llegar, doctor Aston? —interrumpió de mala gana.

—A ninguna parte, tan solo escarbo un poco en sus secretos. Oculta su identidad ¿Qué más oculta? Leí sobre su trabajo en Washington, asombrosa técnica...

Olivia señaló las cajas a las mujeres y les pidió que buscaran una zona donde acomodarlas para comenzar a preparar una cena. Afortunadamente le obedecieron sin parpadear.

—¿Y cuáles son sus secretos, doctor Aston?

—No tengo ningún secreto, señora.

Ella lo miró y él sostuvo su mirada, Harvie tenía ojos verdes y cejas pobladas, además de ese mostacho cubriendo su labio superior. Cuanto más lo miraba más segura estaba de que no era un hombre menor de treinta, Jonathan tenía veintitrés y era notablemente mucho más joven que Harvie con un cuerpo que todavía tenía algunos cambios por hacer. Harvie ya era un hombre (en esa época) maduro.

—Supongo que no lo tiene, señor feminista.

Los labios de Harvie se curvaron al escucharla y se adelantó para levantar una caja por ella.

—Déjeme enseñarle el lugar —. Pensó en rechazarlo, pero él no le dio oportunidad cuando comenzó a caminar con el baúl de Olivia en brazos—. Y me asegurare de evitar a su marido en el proceso.

—Muy considerado de su parte.

—¿No consideró usted decirle?

—Él no lo entendería y probablemente me pondría en un tren de regreso a casa en un parpadeo —. Se cubrió los ojos del sol al caminar entre hombres y carpas y siguió a Harvie—. ¿Qué hay de usted? ¿Ejerce hace mucho?

—Diez años, aunque pronto serán once. No es fácil ser un médico en estas zonas, demasiada suciedad.

—¿Y por qué eso sería un problema?

—Asumo eso ya lo sabe —. La miró por sobre su hombro y sonrió—. El hospital donde trabajó estaba reluciente cuando lo visite tras su partida.

—¿Entonces cree que la limpieza es clave para la salud?

Harvie entró en una tienda vacía y dejó el baúl de Olivia junto a una cama.

—No lo creo, estoy seguro de que lo es.

—¿Por qué?

—¿Por qué lo cree usted?

—La ciencia lo demuestra.

—¿La ciencia de los humores del cuerpo humano? ¿O hablamos de otra ciencia?

Se miraron pinchándose mutuamente para ver quien cedía primero y con los mismo miedos y pensamientos. Ella quería preguntarle, pero le aterraba equivocarse y delatarse en el proceso.

—¿De qué ciencia habla usted?

—La misma que usted, señora.

—¿Entonces por qué me pregunta?

—Esperaba su respuesta — Harvie se quitó el sombrero para peinar su cabello y volvió a colocarlo en el lugar, listo para retirarse y seguir enseñándole el campamento—. Será útil la ayuda de una doctora con sus conocimientos. ¿Estudió en Francia dice?

—Así es.

—Curioso —susurró y fueron por el campo.

—¿Qué cosa?

—Conozco Francia y no hay universidades para mujeres.

—Nunca dije que estudié en una universidad de mujeres.

—Entonces no esperará me crea la han dejado estudiar con hombres, eso habría salido en todos los periódicos de Europa y América —. Harvie le sonrió, comenzando a caminar marcha atrás para poder mirarla—. La noto pálida...

—Estoy perfectamente, se caerá si no ve donde camina.

—Tiene razón —. Enderezó su marcha y guardó las manos en sus bolsillos sonriendo—. ¿Dónde estudió entonces?

—No lo hice.

—Así que mintió, excelente. Más cosas que descubrir sobre usted, me sorprende.

—¿Siempre habla tanto, doctor?

—A veces... ¿Usted es siempre tan callada? —. No le respondió y desvió su rumbo esperando que no la siguiera—. ¿No hay nada que quiera preguntarme? Podríamos resolver muchas cosas si simplemente lo dice.

—¿No quiere preguntarlo usted?

Harvie se detuvo y ella lo imitó, estaban detrás de una enorme tienda por donde no circulaba nadie. Él se quitó el sombrero y su sonrisa se borró.

—Pensé era el único —susurró y Olivia dejó su malhumor a un lado—. Por mucho tiempo lo pensé hasta que leí de usted en el periódico...

—¿Qué año? —. Harvie quiso brincar en el lugar y gritar de euforia ante la confirmación.

—Dos mil treinta y uno.

Olivia ahogó un jadeó y se llevó una mano al corazón.

Estuvo a segundos de apoyarse sobre la carpa lo cual habría tirado toda la estructura, pero afortunadamente, Harvie la sujetó a tiempo y la acercó a unos troncos para que se sentara.

—Supongo por su reacción que no esperaba eso.

—En lo absoluto...Usted viene muy del futuro. Soy de mil novecientos setenta... ¿Cómo? —. Miró hacia el suelo y entendió como Jonathan se había sentido cuando le había contado su historia, saber que había alguien del futuro a su lado, era aterrador y emocionante—. ¿Cuánto tiempo lleva aquí?

—Diez años y no fue nada fácil.

—Tampoco para mí, pero llevo tan solo un año.

—Siempre pensé que era el único ¿sabe? Buscaba una señal en todas partes, pero nada y entonces leí lo que hizo en el hospital y simplemente lo supe —. Dejó el sombrero a un lado y se relajó un poco—. Viaje esperando poder verla, pero cuando llegué me dijeron que ya se había marchado.

—Lamento no me encontrara a tiempo —dijo con honestidad—. Hay más como nosotros ¿sabe? No sé cuántos, pero conocí a otro viajero.

—¿En serio?

Olivia asintió y miró a su alrededor para asegurarse de que nadie los escuchaba.

—Nunca me lo confirmó como usted acaba de hacer, pero...Tengo motivos para creer que venía del futuro, conocía la canción Here comes the Sun.

—Oh, The Beatles...Dios, no los escucho hace tanto. Muy buena banda.

—¿Son conocidos en su época?

—Leyendas —aseguró con una sonrisa—. Y Bee Gees.

—¡Amo Bee Gees!

—¡También yo!

Se rieron por primera vez encontrando a alguien que los comprendía y él la chocó suavemente con su hombro y volvieron a quedarse en silencio. Era inesperado y agradable encontrar algo de consuelo en medio de una guerra que los atrapaba a ambos, la aventura en común que compartían, casi parecía haber formado un lazo inmediato entre ellos, como si supieran que debían permanecer juntos para poder sobrevivir al mundo que los rodeaba.

—¿Cómo viajó?

—Un collar —respondió y llevó una mano a su cuello—. Pero el collar no viajó conmigo, ¿usted?

—Un anillo, pero tampoco viajó conmigo. Puede llamarme Harvie, por cierto.

—Y tu Olivia. ¿Así que usaste un anillo?

—Exactamente, era un regalo de mi novio... —. La miró a la espera de una reacción, pero ella no dijo nada—. Tenía una gema roja en el centro.

—Mi collar también tenía una gema roja en el centro. ¿Te absorbió un vacío?

—No, cuando me lo puse no sucedió nada. Sospecho que fue porque mi pareja estaba frente a mí y quizás la gema lo sabía...No lo sé, pero en cuanto él se marchó y quedé solo comenzó a brillar intensamente hasta que la luz me tragó y en cuanto abrí mis ojos estaba en el mismo lugar, pero más de cien años en el pasado.

—Que extraño...Yo caí en un vacío y caí durante lo que se sintieron horas, y cuando desperté, estaba aquí, pero también estaba en otra parte de los Estados Unidos.

—¿Te movió de lugar? —. Olivia asintió y Harvie se rascó el mentón pensativo—. Curioso ¿y por qué crees que nos sucedió esto?

—No lo sé, tengo una teoría respecto al motivo por el cual estoy aquí, pero no sé si aplique a todos.

—A ver, te escucho.

Harvie se giró en el tronco para enfrentarla, parecía haberse quitado toneladas de peso de sus hombros al poder actuar con más libertad frente a ella y dejar de fingir por un momento. Sus diez años en el pasado habían sido una gran mentira; era un hombre gay viviendo en una época donde serlo era un crimen y aunque había conseguido entablar relaciones sexuales con algunos hombres interesados, todo debía ser hecho en secreto y bajo la mayor discreción. Para alguien acostumbrado a la modernidad, donde podía besar a su novio públicamente, casarse y adoptar, todo lo que llevaba viviendo esos diez años, lo agotaban. Y nunca más había vuelto a ver a su novio.

—Es un poco complejo, pensaras que estoy loca.

—Amiga, viajamos en el tiempo —le recordó—. No hay forma de que piense estás locas, sin pensar que yo lo estoy.

—Tienes razón —. Se rio y frotó su rostro, hacía tiempo no se sentía tan tranquila como esa tarde—. Mi marido...él es...Uhm... ¿Familia?

—Creo que no te sigo.

—Ya sabes...Es mi...Mi familia —. Harvie frunció el ceño y ella rodó los ojos—. Mi bisabuelo.

—Oh... ¡OH! ¡¡OH!! —. Comenzó a callarlo cuando el comprendió lo que le decía y miró a su alrededor para asegurarse de que nadie los escuchaba, Harvie bajó la voz—. ¿Te lo has follado siendo tu abuelo?

—Bisabuelo y...sí.

—No me lo creo...No te creo...No puede ser...Y yo pensé que mí vida era complicada —. Se rio y sacudió la cabeza—. ¿Te gustó al menos?

—¡Harvie! Por Dios, apenas te he conocido, no hablaré de mi vida sexual contigo.

—No puedes decirme que te follas a tu abuelo...

—Bisabuelo.

—Eso y omitir la parte importante —. Ella rodó los ojos y se enderezó en el tronco, sintiendo como él la mirada—. ¿Entonces? ¿Te gusta?

—Sí —susurró y Harvie se inclinó hacia ella esperando que lo repitiera más alto—. Sí me gusta ¿contento? De hecho, me he enamorado de él.

—Ay, que hermoso...Omitiendo la parte de que es tu bisabuelo, pero igual es hermoso. ¿Cuál es el problema?

—¿Aparte de que es mi bisabuelo?

—Eso no es un problema, he visto padres que se casan con sus hijas y primos que tienen hijos. Ustedes tienen ¿Cuánto? ¿Tres generaciones de por medio? Y actualmente son prácticamente de la misma edad.

—Eso mismo dice Jonathan —sonrió recordándolo—. Pero él debe conocer a la madre de mi abuela.

—Oh, cierto...Diablos, que feo debe sentirse —. Asintió y sintió que comenzaría a llorar sin poder evitarlo—. Ey, tranquila, seguro hay una explicación para todo.

—La hay, ¿mi teoría ¿recuerdas? Creo que estoy aquí para salvarlo, Harvie...para evitar que él muera en esta guerra así vivirá para conocer a la madre de mi abuela.

—Bueno, pero eso no es malo.

—Debo morir para salvarlo.

—De acuerdo, eso sí es malo. ¿Por qué morir?

—Porque dudo Jonathan me engañe ¿no? Y mucho menos que me deje —. Se limpió las lágrimas y le agradeció cuando él le dio un pañuelo—. Lo conozco, es demasiado leal a las personas que ama...Demasiado leal conmigo y a menos que regrese al futuro, lo cual no es posible sin la gema, la única forma de que él considere a otra mujer, es si yo muero.

Se sentía bien finalmente tener a una persona a quien contárselo todo con lujos de detalles y que la entendería y la apoyaría. No conocía a Harvie en lo más mínimo, pero no tenía motivo alguno para no confiar cuando ambos estaban atrapados en el mismo mundo y el Universo había cruzado sus caminos en ese campo de batalla.

Encontrar a un amigo que compartía sus experiencias la reconfortaba.

—He hecho paz con la idea de morir, no me malinterpretes, estoy bien con eso.

—¿Entonces?

—¡Odio a la perra de mi bisabuela! Ese es el problema, estoy enojada...No, estoy furiosa, porque esa zorra se quedará con Jonathan —. Estrujó el pañuelo que él le había dado y Harvie se alejó un poco cuando ella se golpeó las piernas enojadísima—. Simplemente pensar que él la besará como me besa a mí y le dirá que la ama, como me lo dice a mí...Agg, la detesto.

—Sí, los celos pueden ser un grano en el culo.

—Y no puedo hacer nada ¿comprendes? No puedo matarla (lo cual encantadísima haría) porque si la mato ¿Qué sucederá conmigo?

—¿Y sí esperas a que nazca tu abuela y luego la matas?

Lo pensó un momento, creyendo que quizás Harvie acababa de darle la solución a todos sus problemas, pero terminó bufando.

—Me voy a morir pronto seguramente.

—Oh, cierto. Vale, no es un buen plan... ¿Y estás segura de que vas a morir? —. Asintió y Harvie le masajeó la espalda para consolarla—. ¿Sabes cómo?

—¿Un disparo? ¿Una explosión? La verdad no lo sé, pero no es como que falten formas; estamos en plena guerra.

—¿Y qué te hace pensar morirás? Aparte de lo que ya mencionaste.

—Recordé algo una vez que mi abuela me dijo...sobre un hijo de Jonathan y la madre muriendo.

—¿Así que tuviste un hijo de Jonathan?

La pregunta hizo que se congelara y rompiera en llanto.

Harvie se arrodilló en la tierra juntó a ella y le masajeó los hombros no sabiendo que había hecho mal. Cualquier hombre evitaría tocarla en el siglo diecinueve a menos que fuera su marido, pero Harvie y ella venían de una época, donde el contacto físico entre hombres y mujeres fuera de lo sexual era normal y se sentía bien, poder hablar con una persona sin que está lo malentendiera todo.

—Perdí el bebé...Hace unas semanas.

—Perdón, no debí preguntar —. Se sentó a su lado y ella se recostó en su pecho cuando él la abrazó—. ¿Él sabe?

—No y probablemente no se lo diré jamás, prefiero que vuelva a la granja y lo descubra allí, donde sus amigos podrán consolarlo a decírselo ahora y que se muera de angustia en plena guerra.

—Creo que tienes razón y es mejor así...Pero no deberías cargar con ese dolor sola —. La abrazó, limpiándole con el pañuelo las lágrimas y ella sollozó más fuerte—. ¿Por qué viniste si sucedió hace poco tiempo?

—Porque él me necesita...Y lo amo demasiado como para dejarlo solo en esto.

Harvie sonrió y cuando ella se apartó, le acomodó un mechón de cabello que había escapado de su peinado.

Le enternecía el amor que ella transmitía hacia Jonathan, podía ver en sus ojos y la forma como hablaba de él que era puro y genuino. No muchas parejas llegaban a compartir algo tan fuerte y puro y era admirable que ellos lo tuvieran.

—Te ayudaré, Olivia. Lo que necesites, estoy de tu lado. Es lindo encontrar a una persona que comprende lo que he vivido estos diez años y recuerdo que mis primeros años en esta época fueron una tortura, así que quiero ayudarte.

—Gracias...me alegra que nos encontráramos, Harvie.

—A mí también —. Se puso de pie y la ayudó a hacer lo mismo—. Ven, te enseñaré el lugar y evadiremos a Jonathan en el proceso. 

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