Vidas cruzadas: El ciclo. #1...

Por AbbyCon2B

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Olivia Eades es psicóloga y periodista con una vida hecha en el 1970, con su madre y hermano, sin deseos de c... Mais

NOTA DE LA AUTORA Y MÁS.
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AGRADECIMIENTOS
Cuarto libro de Vidas Cruzadas: El ciclo (Disponible)

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Por AbbyCon2B

02 de marzo 1861.
Washington D.C

Olivia escurrió un trapo sobre una cubeta con agua y con la ayuda de otras dos muchachas, lavaron el cuerpo de una de las pacientes, limpiando cuidadosamente las llagas en su espalda y vientre. La sujetaron para que se mantuviera de pie y con una toalla seca retiraron la humedad de su piel y le colocaron una camisa limpia.

—¿Cómo te sientes esta mañana, Nancy?

—Mucho mejor, doctora, gracias.

Asintió, enjuagó sus manos en alcohol al igual que las enfermeras y retiró la cortina que aislaba la cama de Nancy para moverse hacia la siguiente mujer. Trasladaron las cortinas con ellas para cubrirla mientras la bañaban y remplazaron el agua y los trapos por otros limpios.

Estaban comenzando a funcionar efectivamente en menos de veinticuatro horas, pero aun les quedaba mucho por hacer y aprender.

El hospital funcionaba mejor que nunca en su primer día siendo asistido por mujeres y hasta Casey Bunker lo admitía, a pesar de la furia de los doctores masculinos. Los pacientes se veían más contentos, algunos seguían gravemente enfermos, pero tenían una gran posibilidad de que pudieran mejorar sus probabilidades en el correr de la semana. La cocina funcionaba limpiamente para distribuir tres raciones de alimento por todas las habitaciones tres veces al día y el equipo de limpieza estaba por culminar de limpiar todas las instalaciones y mantenían las demás impecables.

—Buenos días, Susan, ¿estás lista para un baño?

Se acercó a la cama para retirarle las mantas del cuerpo y la movió suavemente para despertarla. Poco después, descubrió que no estaba durmiendo.

Tomó su mano, fría como un hielo y apoyó dos dedos en su muñeca buscando un pulso. Comprobó un poco más a detalle recostando su oreja contra su pecho y acercando un dedo a su nariz. No respiraba y tampoco escuchaba un corazón.

Cuando miró hacia las dos mujeres que la ayudaban, Shyla y su madre, la señora Butler, ambas sacudieron la cabeza horrorizada y la señora Butler hizo la cruz en su torso.

—¿Harper? —. La mujer que controlaba el ingreso del personal a la habitación, montando guardia en la puerta, corrió hacia ella con su ficha de registros y la saludó—. Necesito comenzar un registro de los pacientes que fallecen. ¿Crees poder hacerte cargo?

—Sí, señora.

—Anota el nombre Susan Bell, edad diecinueve años, causa de muerte sífilis a las ocho y cuarto de la mañana —. Cubrió el rostro de la mujer con las mantas y se apartó, conteniendo su propia angustia—. Debemos llamar al sepulturero para que lleven su cuerpo al cementerio.

—Iré a buscarlo.

Shyla se marchó rápidamente como excusa para poder respirar aire fresco y romper en llanto afuera de la habitación. En momentos como esos se sentía débil. Nunca antes había visto un cadáver y aunque había pensado estaba lista, la realidad superaba sus pensamientos.

Olivia pasó junto a la señora Butler y recorrió el pasillo con su vista nublada y sintiéndose nauseabunda. Ver a esas mujeres morir en circunstancias tan deplorables le llenaba de impotencia y saber que muchas de ellas eran jóvenes y habían recurrido a la prostitución por desesperación y hambre, la enfurecía. Se apoyó en la pared al final del pasillo y respiró hondo, abanicándose para no hiperventilar.

Una mano se apoyó en su espalda y no necesitó darse la vuelta para reconocer el tacto de Jonathan y la cercanía de su cuerpo a su lado.

—¿Sucedió algo?

—Una...una de las mujeres amaneció sin vida —consiguió decir y se giró hacia su torso para buscar consuelo—. Apenas lo he notado.

—Sabíamos que esto podía suceder, nena. Tu misma dijiste que no todas lograrían sobrevivir.

—Lo sé, pero no esperaba que murieran tan rápido y definitivamente no estaba lista para verlo —. Se quedó entre sus brazos, recostando su mejilla contra su hombro y negó—. Estas mujeres han vivido infiernos para poder sobrevivir y ahora...Dios, detesto no poder salvarlas a todas.

—Estás haciendo todo lo que puedes y mejor que los doctores del hospital —. Le levantó el mentón y acarició su mejilla—. No seas tan dura contigo misma ¿sí?

Asintió y él le limpió las lágrimas que no sabía derramaba.

—¿Estarás bien si me marcho unas horas?

—¿A dónde irás?

—Quiero visitar al barbero y quedé con el coronel Moore en el bar para hablar sobre la ceremonia de Lincoln.

—¿Necesitas que te ayude en algo? ¿O que te acompañe?

Negó y le dio un beso en la cabeza.

—Solo no te estreses mucho ¿sí? Y procura estar libre para la ceremonia. No quiero ir solo.

Asintió y le agradeció antes de verlo marcharse.

Respiró con calma y regresó a la habitación para continuar atendiendo a los pacientes. Quería bañar a las mujeres con la ayuda de algunas enfermeras y poder servirles el desayuno.

El sepulturero llegó unos minutos más tardes con Shyla y se llevó el cuerpo de Susan con la ayuda de otro hombre. Las tres los vieron marcharse dejando la cama vacía y un escalofrío les recorrió.

—¿Murió? —inquirió Jian al llegar a ellas—. Oh Dios, pobre Susan.

—¿La conocías?

—Solo hablamos una vez, pero decían que era una muchacha muy simpática —. Negó con pena y las ayudó a enderezar a otra de las pacientes—. Este mundo es muy cruel e injusto, ella no merecía morir, se los aseguro.

Aquello solo aumento el sabor amargo que sentían en la boca y ensombreció el resto de la mañana.

Terminaron de bañar a las mujeres y las cocineras sirvieron el desayuno y algunas enfermeras asistieron a las que no podían comer por su cuenta. Se aseguraron de que todas bebieran agua, la habitación se ventilara y estuviera tan limpia como fuera posible y lentamente, fueron repitiendo los mismos pasos salón por salón, para atender a otros pacientes.

No se sentó para descansar hasta que sol se hubo ocultado y la carga de tareas disminuyó considerablemente.

Respiró hondo y acarició su vientre ignorando las ganas de vomitar que la perseguían durante todo el día. No sabía si se debía al olor de la comida de la señora Sharrow que por algún motivo llevaba revolviéndole el estomago a pesar de ser deliciosa o sí era algo que le había caído mal, pero no podía quitarse las ganas de vomitar. También había una pequeña posibilidad que se estaba negando a considerar y eso respondía a sus nauseas y cansancio, también explicaba porque se sentía tan sensible a ciertos olores últimamente.

Jonathan visitó al barbero como le había comentado y recortó su barba generosamente, dejando tan solo una delgada capa de vello adornando su rostro y con trazos más prolijos y elegantes.

—Tengo entendido asistirá a la ceremonia del cuatro, señor Morgan.

Miró hacia el barbero haciendo su cabeza hacia un lado para que pudiera deslizar la navaja por su mejilla y cuando alejó el filo de su piel asintió.

—¿Es amigo del futuro presidente?

—Yo no usaría la palabra amigo. Un camarada con un objetivo en común es un mejor término para definirlo.

—Comprendo, señor.

Dejó la barbería y caminó por las calles de la ciudad hacia el bar de Jon N' Sons. Extrañaba la calma del campo y Minnesota, nunca le había gustado las ciudades grandes, especialmente no una como Washington D.C que estaba poblada por miles de personas y crecía cada día más, por no olvidar que la ley era más estricta en esas áreas y una parte de él, seguía y siempre seguiría siendo un forastero.

Empujó la puerta del bar y barrió el lugar con su mirada hasta dar con el coronel Moore.

El hombre estaba sentado junto a la barra con un trago enfrente y la compañía de otro hombre con quien charlaba. Se quitó el sombrero y caminó hacia ellos, interrumpiendo su charla con un saludo. Moore lo miró, regresando su cuerpo en el banco y regresó el saludo efusivamente.

—Veo que ha logrado hacerse el tiempo para verme, señor Morgan.

—Usted dijo era de gran importancia que lo hiciera.

Era cierto que el coronel Moore le había dejado una nota solicitando su presencia en el bar esa misma tarde para discutir "asuntos importantes" según estipulaba en el papel. Jonathan apenas se había enterado esa mañana cuando le habían dado la carta en la recepción del hotel y el único motivo por el cual lo visitaba, era porque quería mantener la paz entre ellos para prevenir que el coronel Moore usara la información que ya tenía sobre él, en su contra.

—Permíteme presentarte a mi socio, el señor Reg Woodcock.

Estrechó manos con el hombre que acompañaba al coronel Moore y tomó asiento junto a ellos. El bartender le puso un trago de whisky y el coronel Moore pagó por él.

—Entonces, ¿Cuál ha sido el motivo de mi llamado?

—Justo le comentaba al señor Woodcock de su miedo de que estalle una guerra, señor Morgan y con él sabiamente concedíamos que las probabilidades son más que elevadas de que suceda —. Moore se bebió su trago y dejó el vaso al frente, rechazando que se lo volvieran a llenar—. Últimamente los humores del sur no son los más favorables.

—Están formando ejércitos, señor Morgan —le explicó Reg Woodcock—. Numerosos ejércitos y llevan desde noviembre desde el año pasado en eso.

—Leí algo al respecto en el periódico, así como la secesión de varios estados.

—¿Y se enteró de que han establecido su propio gobierno?

Jonathan llevó sus ojos bruscamente hacia el periódico que Reg Woodcock le extendió y leyó el titular con un sudor gélido recorriendo su frente. La noticia era de principio del mes de febrero, pero había llegado a los periódicos del norte hacía unas semanas.

—Con el señor Woodcock discutíamos sobre los planes que puedan estar tramando aquellos del sur. Es evidente que a esta altura una guerra es inevitable.

—¿No se podría entablar una negociación?

—¿A que precio? Piense bien, señor Morgan, cederles cualquier cosa sería humillarnos en el proceso. No perdonare a Lincoln de permitir cosa semejante.

—Calma, señor Woodcock, todos compartimos su pasión por el tema —intervino Moore y se regresó hacia Jonathan—. Debemos prepararnos para una guerra, señor Morgan y conociendo su experiencia como la conozco y sabiendo que pudo acabar con los Mackenna en pleno invierno, el señor Woodcock y yo, consideramos eficiente, invitarlo a unirse a nosotros en esta causa.

—¿Unirme?

—Formaremos nuestro ejercito —explicó Woodcock con esmero—. Y nos prepararemos para el llamado de Lincoln, que cuando la guerra estalle, nuestros hermanos del sur sufran las consecuencias.

Volvió a mirar hacia el periódico y tamborileó con sus dedos en la madera. Si tomaba esa decisión sin Olivia, era probable que ella lo odiara por el resto de su vida, pero si se negaba sería un cobarde ante los ojos de esos hombres, incluso un hazmerreír.

—¿Cuántos hombres han reunido?

—Hemos comenzado por usted. Su influencia podría ser efectiva al momento de reunir otros hombres, todos saben de sus hazañas en Minnesota contra los Mackenna.

—Y por ese motivo pensamos cederle el cargo de teniente general, si lo acepta, señor Morgan.

—¿Teniente general? No tengo experiencia con guerras, coronel Moore.

—Yo diría que toda su vida ha sido una guerra, señor —respondió y Jonathan supo a lo que se refería—. Tener su apoyo en nuestra causa podría influenciar positivamente en la moral de futuros soldados. Creemos que ellos podrían sentirse más seguros en su presencia.

Volvió a quedarse en silencio, pensando acerca de aquella propuesta y releyendo la primera página del periódico una y otra vez. Los Estados Confederados del Sur, se hacían llamar como gobierno independiente. Vaya payasada, pensó y deslizó el periódico para regresárselo a Woodcock.

—De acuerdo.

Reg Woodcock se puso de pie y con su espalda erguida, levantó una mano en su frente y bajó ambos brazos, firmes a su lado.

—Será un honor para mí luchar bajo su cargo por el honor y la dignidad de nuestra patria, teniente general Morgan.

Estrechó su mano y la de Moore y abandonó su banco para marcharse.

Tenía que pensar como le diría todo aquello a Olivia sin que le lanzara con una silla por la cabeza o le impusiera la ley del hielo por las siguientes semanas.

Recuperó su sombrero y se despidió.

—Estaremos en contacto, caballeros.

03 de marzo 1861.
Washington. D.C

Un grupo de mujeres se reunía alrededor de Olivia en una habitación vacía. Ella estaba sentada en una silla junto a la ventana abierta y una de las muchachas más jóvenes la abanicaba con un periódico. Estaba pálida y había vomitado por segunda vez esa mañana. La primera vez al despertar y la segunda después de comer un estofado que la señora Sharrow había preparado. Cuando había vuelto a vomitar varias de las mujeres con las que comenzaba a entablar amistad desde los últimos dos días se habían preocupado.

—¿Está enferma? —preguntó Shyla, agachándose a su lado y tomando su mano.

—No, no, debe ser el cansancio.

El grupo de mujeres en su compañía eran lo más cercano a amigas que tenía en esa época. Jian Ng encabezaba la lista y la ayudaba todo el día sin quejarse, era como una hija a la que quería proteger y educar lo mejor posible. Luego estaba Shyla Butler, una joven de dieciocho años con apetito por el conocimiento y gran inteligencia y su madre, la señora Butler, tenía unos cuarenta años y aunque era más reservada y tranquila que su hija, también aprendía rápidamente de todo lo que Olivia le transmitía. Aún no había tenido la oportunidad de hablar con Penny Ewart, la valiente mujer que había calmado la indignación del grupo durante su primer día en el hospital, pero ella también estaba presente en la habitación. Y finalmente la señora Sharrow.

—¿Ha sido culpa de mi comida, señora?

—No, señora Sharrow, por supuesto que no.

—Puedo prepararle algo más ligero si lo prefiere.

Negó y cuando se puso de pie, Jian la sujetó de las manos para evitar que perdiera el equilibrio.

—Tengo una teoría de lo que podría estar afligiéndote, Olivia —le dijo y la ayudó a volver a sentarse—. He visto a muchas mujeres presentar un estado similar al tuyo cuando...cuando están embarazadas.

La señora Butler contuvo un gritó de alegría y se cubrió la boca para tapar su sonrisa al ver que el rostro de Olivia palidecía y cierto terror aparecía. Miró hacia las mujeres a su alrededor, preguntándose sí había sido la única en notarlo y mantuvo la postura.

—¿Eso es algo bueno ¿verdad? —inquirió Shyla.

Olivia no respondió.

—No pueden decir nada... —pidió débilmente y se humedeció los labios secos—. Especialmente no a mi marido.

Las mujeres intercambiaron miradas de confusión y la señora Sharrow se inclinó cautelosamente y bajó su voz para hablar.

—¿Él no es el padre?

—De estar embarazada, lo cual no sabemos sí estoy, sí...Jonathan es el padre —. Agradeció cuando Penny le entregó un vaso con agua y bebió su contenido antes de hablar—. Pero él no puede saber de esto...no aún.

Tenía demasiadas cosas que quería pensar antes de decirle.

Había comenzado a evaluar la posibilidad de que estuviera embarazada durante el día anterior cuando había despertado con nauseas y había pasado todo el día repudiando el olor de la comida que servían. Comida que normalmente le gustaba. Pero tenía muchos motivos para preferir no estarlo. Por un lado, no se sentía preparada para ser madre...al menos no dar a luz a su propio hijo. Le tenía miedo a la experiencia y la posibilidad de morir, así como tenía miedo de no poder darle una vida decente al niño. Y sabía que tener un bebé en esa época era sumamente peligroso; las posibilidades de que sobrevivieran eran muy bajas. Si no moría de alguna infección o enfermedad, podía morir por algún accidente o ataque. Y con todo lo que sucedía entorno a ellos; las enfermedades, la proximidad de una posible guerra, la inestabilidad económica. Un bebé estaba fuera de su lista de planes. Tampoco quería tener un bebé en el pasado, sumando más motivos para quedar atada para siempre y no volver nunca con su familia en el futuro. Y peor aún...Ese bebé sería de Jonathan y aunque habían hecho un excelente trabajo ignorando su consanguinidad durante los últimos meses, tener un hijo juntos era mucho más complejo.

La puerta comenzó a abrirse y antes de que Jonathan pudiera entrar, la señora Butler corrió y se la cerró en las narices.

—¡¿Qué está pasando allí adentro?! —lo escuchó preguntar desde el otro lado.

—Nada que sea asunto suyo, señor Morgan, me temo que esta conversación es únicamente de mujeres.

—Señora Butler, quiero ver a mi esposa.

—En un momento, estamos ocupadas hablando de nuestros asuntos mensuales, a menos que quiera participar en nuestra conversación y ayudarnos.

Escucharon un incomodo silencio del otro lado en lo que Jonathan arrugaba la nariz y se rascaba la cabeza y finalmente, con éxito, cedió.

—La esperaré en el salón —avisó antes de marcharse.

La señora Butler se regresó hacia Olivia y sujetó su mano cuando esta le agradeció.

—No es nada. Ahora debemos pensar en su salud.

—Quizás deberías volver al hotel —propuso Jian—. Descansar por unos días y ver que sucede. Nosotras podemos encargarnos del lugar.

—Sí, es una buena idea. Seguro el señor Morgan le acompaña.

Comenzó a rechazar la idea antes de que terminaran de presentársela y esta vez, logró ponerse de pie y mantener su postura.

—Aun hay mucho por hacer en el hospital y no quiero quedarme sentada en una habitación sin hacer nada —. Acomodó las arrugas de su vestido y puso una mano sobre su vientre, resistiendo las náuseas—. Les prometo que iré a dormir al hotel esta noche. Ahora, será mejor continuar con los pacientes, tenemos mucho que hacer.

Las envío a continuar con sus tareas y se quedó atrás, esperando gozar de un momento a solas para calmarse antes de continuar su día. Escuchó la puerta cerrarse y sus hombros cayeron rendidos. Tenía demasiadas cosas consumiéndola, el hospital se le venía encima junto con la ceremonia de Abraham Lincoln y el baile en la noche y no tenía muchas esperanzas de poder detener la guerra. Quería intentarlo, pero su instinto le decía que fallarían.

Se apoyó en la ventana y miró hacia los edificios a la distancia, notando como una de los doctores ingresaba con su maletín y volvía a salir minutos después. Los doctores seguían odiándola, pero Casey Bunker la apoyaba.

Volvió a pensar sobre su malestar y la posibilidad de estar embarazada.

Conocía una larga lista de plantas que podían provocarle un aborto si las consumía. Alguna infusión que preparara y en cuestión de días comenzaría a menstruar, algunas también la pondrían a ella en riesgo de desangrarse, pero podía aplicar las recetas más seguras y confiables. Jonathan la apoyaría, después de todo ellos habían acordado hacer justamente eso meses atrás, si se presentaba el momento en el que ella quedara embarazada.

¿Entonces por qué se lo pensaba tanto? Se preguntaba a sí misma y no pudo encontrar una respuesta.

Cuando abandonó la habitación, recorrió el pasillo y llegó al salón donde Jonathan la esperaba. Era un cuarto pequeño, con un escritorio donde la señora Harper llevaba un registro de los pacientes y fallecidos hasta ese día. Otras tres mujeres habían muerto esa mañana.

Jonathan estaba de pie junto a la ventana mirando hacia la calle cuando ella entró. Olivia cerró la puerta a sus espaldas y se acercó lo suficiente como para abrazarlo y que él la rodeara con sus brazos y acariciara su cabello.

—¿Estás bien? —. Asintió y sus labios besando su cabello la hicieron suspirar—. ¿Vendrás a dormir conmigo al hotel ¿verdad?

—Es lo mejor, necesito descansar bien para mañana. ¿Ya está todo listo para la ceremonia?

Jonathan asintió y no pudo controlar sus nervios ante Olivia, por lo que acabó delatándose mucho antes de decidir como se lo contaría.

—¿Qué sucede?

—Nada...Nada...

—Jonathan —llamó, con ese tono de rezongo en su voz—. Dime que sucede.

—Ayer me reuní con el coronel Moore.

—Lo sé, me dijiste que todo estuvo bien.

Asintió y se rascó la nuca intentando pensar en una excusa o incluso una disculpa. Sabía que ella no lo quería yendo a la guerra, pero él ya estaba casi completamente rendido respecto a la posibilidad de poder evitar el conflicto. Desde un principio tan solo lo había intentado para complacerla y ahora sentía que su plan había salido mal y solo la decepcionaría.

—Me hizo una propuesta y yo acepte.

Olivia retrocedió unos pasos hasta sentarse al borde del escritorio y cruzó los brazos.

—¿Qué propuesta?

—Un puesto en el ejército como teniente general. El coronel Moore me lo puede asegurar.

No supo que fue más difícil; que ella solo lo mirara en silencio o que sus ojos de repente dejaran de brillar y su labio temblara cuando se giró para darle la espalda.

Ella apretó sus puños para ocultar el temblor en sus manos y cubrió su boca ante las renovadas ganas de vomitar. Seguramente sus nauseas eran culpa del estrés y no de un embarazo, pensó antes de sollozar.

—Por favor, no llores.

—Te pedí... —. Apretó los ojos y se tragó las lágrimas, levantando la cabeza para enfrentarlo—. Te pedí que no te ofrecieras.

—Y no lo hice, ellos me pidieron.

—¡Podrías haberte negado!

—No comprendes, Olivia, me verían como un cobarde si me negara —. Intentó acercarse a ella, pero solo consiguió que se alejara en la dirección contraria—. Perderé cualquier respecto que cualquier hombre jamás me tenga. ¿De verdad quieres estar casada con un perdedor?

—Prefiero eso a estar casada con un muerto —. Se frotó el rostro, con el pánico creciendo en su cuerpo y negó repetidas veces—. No puedes ir...No puedes...Debemos detener esta guerra, Jonathan...Debemos...

Consiguió acercarse a ella y aunque al principio Olivia se resistió, terminó aferrándose a él hasta llorar en su pecho. No podía explicar el miedo que sentía de solo imaginarlo. Tener que verlo partir hacia un batalla sangrienta y cruel, donde millones de soldados morirían y él podía encontrarse en la lista, le llenaba de horror. No quería vivir en ese mundo sola, lo necesitaba para sobrevivir, para sentirse segura y cómoda en las noches. Recordaba haber dormido sin él durante aquellas noches mientras le daba caza a los Mackenna y había sido una pesadilla. No podía vivir sin él, no quería.

Jonathan la consoló con caricias y besos en la frente, hasta que ella dejó de llorar y tan solo se quedó en el calor de sus brazos.

—Tenemos tiempo, Olivia y pase lo que pase...Volveré a ti —. Le aferró el rostro en sus manos para que la mirara y limpió sus lágrimas con los pulgares—. Te prometo que siempre encontraré la forma de volver a ti.

Comenzó a asentir, sin controlar las lágrimas silenciosas que se volcaron de sus ojos y lo abrazó con más fuerzas para que no la soltara.

—Cumple tu palabra, Jonathan.

—Lo haré. 

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