Vidas cruzadas: El ciclo. #1...

Por AbbyCon2B

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Olivia Eades es psicóloga y periodista con una vida hecha en el 1970, con su madre y hermano, sin deseos de c... Más

NOTA DE LA AUTORA Y MÁS.
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AGRADECIMIENTOS
Cuarto libro de Vidas Cruzadas: El ciclo (Disponible)

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Por AbbyCon2B

Casey Bunker estaba en su oficina en el ultimo piso, encerrado entre libros y fumando una pipa con olor a flores. Era un hombre alto, medio calvo y panzón. Debía tener unos cincuenta años y se le notaba en las arrugas y las canas. Vestía de traje y zapatos y usaba lentes mientras leía y aunque tenía una mirada intimidadora y una voz gruesa, era un hombre tranquilo. 

—Señor Bunker tenemos un problema con esta mujer que cree tener lo que se requiere para tratar a los enfermos del ala seis.

Olivia se contuvo de rodar los ojos al escuchar al señor Harrell y se paró en el centro de la oficina.

Era un espacio amplio e iluminado por los enormes ventanales detrás del escritorio de roble del señor Bunker. Las paredes de los lados estaban cubiertas por libreros cargados y donde no había un libro había un cuadro. Detrás del escritorio había una cajonera rectangular con más adornos encima y una botella de coñac.

Casey pasó la página de uno de sus libros, fumando tranquilo su pipa y transcurridos algunos minutos, dejó el libro en su lugar y dirigió su vista hacia ellos en lo que caminaba hasta posicionarse frente a su escritorio y reclinarse en este.

—¿Las mujeres con sífilis? —. Harrell asintió—. ¿Y cual es su motivo para creer que puede tratar a las mujeres, señora...?

—Olivia Morgan, señor y creo que puedo mejorar sus condiciones gracias a mis conocimientos. Estudie medicina en Francia hace varios años.

Casey alzó las cejas sorprendido y soltó el humo por la nariz.

—¿Eso hizo? Felicidades entonces, usted es una de las pocas que he tenido el privilegio de conocer. ¿Ha tratado sífilis antes?

—No, pero conozco la enfermedad y sé que no es producida por la "inmoralidad" de sus portadoras.

—¿Cómo se produce entonces?

—Sería un poco difícil de explicar y no tenemos tiempo que perder, la vida de estas mujeres está en alto riesgo.

Casey se mostró intrigado ante el misterio rodeándola, pero comenzó a asentir.

—A mi mujer le gusta la medicina, se ha leído cada uno de mis libros e incluso me ayudó a salvar mis exámenes cuando estaba en la Universidad. Maravillosa mujer, se alegrará cuando le cuente que he conocido a una doctora en persona.

Harrell parpadeó atónito.

—¿No estará considerando aceptarla ¿o sí, señor?

—No veo razón para no hacerlo. Aunque he de admitir que lo que usted propone va en contra de los libros, señora Morgan, pero creo en la evolución y el cambio, así como creo que el trabajo de un médico no es juzgar, sino salvar vidas —. Rodeó el escritorio y dejó su pipa sobre la mesa—. Le daré una semana, por favor no me haga lamentarlo.

Olivia le agradeció y se retiró con una sonrisa victoriosa, dejando al señor Harrell atrás para que intentara convencer a Casey de que era una mala idea.

Bajó las escaleras y cuando se encontraba regresando al pasillo de entrada, se encontró con Jonathan y Jian que la buscaban.

—Sí lo que Jian dice es cierto, me confirmas de que estás completamente demente —. Le cerró una mano suavemente en el brazo para alejarla de la niña y la enfrentó con cientos de dudas—. No puedes tratar a esas mujeres, Olivia.

—Tampoco puedo quedarme sin hacer nada. Sé lo que produce la enfermedad y conozco cosas que esta gente no.

—Sigue siendo peligroso —. Movió su cuerpo para permanecer frente a sus ojos y que ella no lo evadiera—. Quiero que sepas que estoy en contra de esto.

—Jonathan, por favor...

—Pero —continuó—, sé que no harás lo que te diga, así que voy a ayudarte. Solo quiero dejar en claro lo que pienso.

Sus labios se curvaron y lentamente se convirtieron en una enorme sonrisa hasta que saltó a sus brazos y lo besó. Era imposible no quererlo con todas sus fuerzas cuando era tan considerado y la entendía de tantas formas.

—Espero no arrepentirme —lo escuchó susurrar mientras la abrazaba—. Ahora explícame que produce la enfermedad, sino es porque son prostitutas.

—En cierta forma sí es por eso —. Se apartó unos centímetros, pero la cercanía entre ellos permaneció pues inconscientemente ambos la necesitaban—. Pero no tiene nada que ver con inmoralidad. La enfermedad se transmite sexualmente.

—Sigo sin comprender.

—La sífilis es una infección bacteriana y sí, sé que no sabes que es eso, pero puesto en pocas palabras es un organismo tan pequeño que el ojo no puede verlo y el cual una vez ingresa en nuestro cuerpo puede producir enfermedades. Dependiendo de que organismo sea podrá generar distintas enfermedades.

—Organismo que no podemos ver...

Regresó a la habitación de las mujeres con él siguiéndola.

—Para que una persona se infecte debe haber tenido relaciones con alguien previamente infectado.

—Entonces se enfermaron por culpa de algún hombre —. Olivia asintió y Jonathan miró a su alrededor—. ¿Y por qué no veo a ningún hombre enfermo?

—No lo sé, pero de momento quiero priorizar la salud de estas mujeres. Sin las herramientas adecuadas no es posible curarlas, así que tendremos que confiar en que su propio cuerpo combata la enfermedad —. Evaluó el aspecto de las mujeres y se retorció los dedos—. No sé si puedo salvarlas, pero puedo intentarlo mejorando las condiciones en las que se encuentran.

—¿Eso puede darles una posibilidad?

—Así es, la alimentación, la temperatura y la higiene son conceptos claves para combatir cualquier enfermedad. Dudo que sobrevivan todas, pero podemos reducir la letalidad de la enfermedad lo suficiente para que algunas lo logren.

—De acuerdo, dime que hacer.

Se colocó un delantal en su vestido para protegerlo de las sustancias desagradables que manipularía asistiendo a esas mujeres y envío a Jonathan en busca de agua limpia; tantos tarros como pudiera cargar, le habían dicho. Jian también se decidió a ayudarla, después de largos minutos de deliberación. A diferencia de Jonathan ella no sabía que provocaba la enfermedad y creía que era la inmoralidad de las mujeres, que, como ella, habían venido sus cuerpos. Temía también enfermar.

Olivia miró las mantas sucias de las camas y a las mujeres igual de desagradables en ellas. Sentía que se le acumulaba una tarea detrás de otra y debía correr contra el reloj para poder lograrlo todo efectivamente. Debía abrir todas las ventanas, las más de doscientas que tenía el edificio y volver a cerrarlas antes de que refrescara. Era imposible que lo hiciera sola sin pasar todo el día en la tarea. Tenía que limpiar los salones ocupados por mujeres y esos salones eran grandes (enormes incluso) y también debía cambiar las mantas y lavarlas. Más de treinta mantas era. Debía prepararles de comer y asistirlas mientras comían y luego atender todas sus otras necesidades; como baños, distracción, salud mental, entre otras cosas.

Sabía que sola sería imposible e incluso con la ayuda de Jonathan y Jian no terminarían todo en un día.

Dejó la habitación de las mujeres y asomó al pasillo, buscando al personal. Encontró a un grupo de hombres reunidos al final del pasillo, cerca de los pies de las escaleras y se acercó. Estaban hablando sobre algo que les alteraba y enmudecieron cuando la vieron llegar. Algunos incluso mostraron desagrado.

Grenville Harrell estaba con ellos.

—Disculpe les moleste, caballeros, pero esperaba pudieran asistirme en el cuidado de las mujeres. Hay mucho por hacer y unas manos extras serían de gran ayuda.

Tres de ellos se colocaron sus sombreros y se marcharon sin responder su petición. Ignorándola completamente como si no estuviera allí. Otros dos se rieron y el doctor Harrell la miró con arrogancia.

—No dejaré que una mujer me diga que hacer ni aunque mi vida dependiera de eso.

Sus compañeros se rieron.

—Sí, además prefiero dejarle el fracaso solo para usted, señora Morgan.

Comenzaron a abandonarla pasando junto a ella y el semblante de Olivia tembló por un momento cuando vio como uno de ellos le escupía la falda del vestido. No podía armar una escena, se dijo a sí misma, por más que esos hombres merecieran una buena patada en el trasero, debía mantener la calma o la gente la miraría a ella como la loca y no a los hombres. Respiró hondo y con el delantal limpió la saliva que se deslizaba por su falda.

Cuando se regresó para volver al salón de las mujeres, se detuvo al ver a Jian observando la escena desde el corredor.

—¿Estás bien?

Asintió, ahorrándose las palabras o sentimientos y retomó su camino.

—Ven, tengo una tarea para ti.

Jian la siguió y cuando volvieron a la habitación Olivia buscó en el interior de un enorme mueble que había contra la pared al final del salón hasta dar con hojas y una pluma. Lo puso todo en el marco de la ventana y acercó una silla para que Jian se sentara.

—¿Sabes escribir? —. Jian negó—. De acuerdo, escribiré en una hoja y luego quiero que lo copies cuantas veces puedas ¿te parece?

—Sí, ¿Qué escribirás?

—Un anuncio —dijo tomando asiento junto a la ventana—. Solicitando la asistencia de cualquier mujer independientemente de su edad o educación con vocación para cuidar de los débiles. Los hombres pueden irse directo a la mierda, nosotras no los necesitamos.

Jian sonrió y asintió efusivamente.

—Tienes razón, no los necesitamos. Los repartiré por toda la ciudad en cuanto los haya escrito.

—Gracias, Jian.

Dejó que Jian hiciera los anuncios en lo que ella abría las ventanas sólo de esa habitación, para intentar cambiar el aire al menos por unas horas del día y luego usó uno de los tarros que Jonathan le trajo para lavar el piso. El día no le alcanzó para mucho más.

—Deberíamos volver al hotel —comentó Jonathan después de cerrar la última ventana del salón—. Ya está muy oscuro.

—Me quedaré aquí esta noche, pero tu puedes volver y llevarte a Jian.

La mirada que él le dirigió fue suficiente para ver su desaprobación.

—Sé que no te gusta, pero tengo mucho que hacer.

—Puedes hacerlo en la mañana.

—Algunas de estas mujeres podrían no sobrevivir hasta la mañana y quiero estar aquí en caso de que necesiten ayuda —. Escurrió el trapo y cuando vio que el agua caía negra en el tarro, suspiró y lo dejó caer—. El piso necesita una limpieza más profunda.

—Olivia...

—No me iré.

—Ya lo sé —. Se rascó la nuca y miró hacia Jian—. Llevaré a la niña al hotel y volveré.

—No tienes que hacerlo, Jona, estaré bien.

—No voy a dejarte sola —. Puso una mano en la espalda de Jian para guiarla hacia la salida y la miró—. Aun estoy esperando que me digas quién fue el idiota que te escupió.

Ella sonrió y se limpió las manos en el delantal para acercarse a él y besarlo.

—Te ves muy guapo cuando te pones rudo ¿sabías?

Jonathan consiguió sonreír con esas palabras y su inseguridad de siempre se desvaneció por un momento, en el cual su rostro reflejó orgullo.

—No me tardo.

Lo vio irse hacia la puerta y antes de que se marcharan, lo llamó.

—Fíjate si puedes repartir algunos de estos anuncios en la ciudad.

—¿Se solicita la asistencia de mujeres devotas al cuidado de los más débiles y necesitados? ¿Qué es esto? —inquirió sosteniendo las hojas en una mano.

—Necesitaremos ayuda para poder hacer todo lo que se debe hacer. Quizás nadie venga, pero no pierdo nada con intentar.

Jonathan asintió, no muy seguro y se marchó con las hojas y con Jian de regreso a las calles de Washington D.C.

El hospital era escalofriante en las noches, completamente oscuro a excepción de una vela que Olivia mantenía cerca y tan silencioso que parecía habitado por fantasmas. Tomó su vela y comenzó a recorrer los pasillos con su sombra siguiéndola y sus pasos retumbando por las baldosas.

Quería ver el interior de las otras habitaciones, pero a esas horas lo mejor era dejarlos dormir, así que siguió de largo hacia la puerta y asomó al exterior donde el viento soplaba fresco.

El camino se dividía en varias direcciones y la llevaba hacia otras instalaciones; dos edificios pequeños y distanciados entre sí se encontraban en la distancia y más atrás las tierras donde cosechaban todos los alimentos del hospital.

—Usted debe ser la mujer que tiene malhumorado a todos los doctores.

Miró sobre su hombro en la penumbra de la habitación y se giró sobre sus pies cuando vio a una mujer asomar con un vestido sencillo y algo sucio y un delantal cubriéndolo. Debía ser la cocinera.

—Supongo que lo soy —respondió sin saber cómo sentirse.

—Tiene coraje para enfrentarlos como lo ha hechos. Yo no habría podido soportarlo —. Se detuvo a su lado y miró hacia el oscuro paisaje—. He visto su anuncio en la ciudad hace algunos minutos...

—¿Le interesa ayudar?

—No tengo mucho afecto hacia esas mujeres que se han dañado a sí mismas con sus inmoralidades, pero...Respeto su valor para enfrentarse a los doctores en defensa de lo que cree correcto, así que sí. La ayudaré. Trabajo en la cocina y estoy dispuesta a adaptar mi menú a sus ordenes e incluso aceptar nuevas cocineras si consigue alguna.

—Tendré que ver las condiciones bajo las cuales cocina, estas mujeres están en un estado muy delicado y necesito garantía de que todo lo que comen es limpio.

—Puede visitar la cocina en la mañana —. Estrecharon manos y la mujer se presentó—. Andrea Sharrow, señora.

—Olivia Morgan. Muchas gracias por colaborar.

La mujer no dijo nada más y se regresó al edificio dejándola a solas en la oscuridad y otra vez, Olivia se quedó mirando hacia los pequeños edificios a la distancia, no solo agradeciendo la ayuda y esperando que más mujeres llegaran en la mañana, sino temiendo fracasar.

01 de marzo 1861.
Washington D.C

La cocina de Andrea Sharrow era dentro de todo un lugar agradable, la mujer se preocupaba por la limpieza de todo lo que entraba en su templo e incluso sus cocineras se veían bastante limpias (dentro de lo posible). Olivia revisó los alimentos y escribió una lista de comidas para cada hora del día. También estipuló algunas reglas sencillas:

—Todos los alimentos deben ser lavados en agua limpia y tienen que estar bien cocidos. Incluyendo las carnes —. Andrea asintió y la siguió por la cocina—. El agua que se les sirva también debe ser hervida y todas deben tener sus manos limpias al cocinar. Es muy importante que las laven correctamente en todos los rincones e incluyendo debajo de las uñas. Y los cabellos recogidos, por favor.

Andrea le hizo un gesto a una de las mujeres de melena suelta para que fuera a recogerlo y siguió a Olivia hacia el deposito de alimentos.

—Eviten estornudar o toser cerca de los alimentos y es muy importante que vuelvan a lavarse las manos de nuevo antes de manipular la comida.

—Comprendo, me asegurare de que todo se cumpla tal como lo dice.

Le agradeció y le entregó la hoja con la dieta que las mujeres estarían recibiendo durante esos días.

—Señora Morgan —. Miró hacia una de las muchachas que llegó agitada en su dirección y esta le sonrió—. ¿Se ha enterado?

—¿De qué cosa, querida?

—Hay rumores de que un numeroso grupo de mujeres está marchando en nuestra dirección en este instante —. El corazón de Olivia dio una sacudida y Andrea aplaudió emocionada en medio de una sonrisa—. Todas han visto su anuncio esta mañana y la apoyan, señora Morgan.

—Ya ve, señora Morgan, su valor es más que respetable por todas las mujeres de la ciudad.

Se rio sin saber como reaccionar y le tomó un momento reaccionar.

—¿Ya están viniendo?

—En cualquier momento, señora, debe ir a recibirlas.

Asintió y se marchó corriendo por las escaleras.

Entró en la habitación donde sus pacientes descansaban y se quitó el delantal algo estropeado y amarró su bonnet en la cabeza. Jonathan abandonó su silla al verla, dejando su guardia y se acercó.

—¿Qué sucede?

—Las cocineras me informan que un grupo de mujeres viene en camino.

—¿Tan rápido?

—Al parecer mi anuncio ha causado algún tipo de impacto —. Sonrió victoriosa y quiso gritar de emoción—. ¿No es excelente, Jonathan?

—Lo es.

—¡Es más que excelente! —intervino Jian—. Sabía que funcionaría cuando se te ocurrió la idea.

Acomodó todo para cuando las mujeres llegaran, unos tarros con alcohol, trapos limpios y delantales que Andrea Sharrow amablemente le había entregado. Dejó todo en unas mesas afuera de la habitación de sus pacientes y se paró en la puerta del hospital a esperar.

Jonathan y Jian a su lado.

Pasaron algunos minutos hasta que a la distancia pudieron ver una mancha borrosa que se acercaba y con cada paso, las cabezas adornadas con distintos sombrereros y los vestidos de todas clases se hicieron visibles. Debían ser unas treinta o cuarenta mujeres acudiendo al llamado; desde mujeres en situación de pobreza que buscaban ser de utilidad hasta señoras de clase media (ninguna de clase alta) que querían ayudar y aprender.

Venían hablando entre ellas, murmurando cosas y sonriendo.

—¿Ya has pensado que les dirás? —. Negó a la pregunta de Jonathan y tragó saliva con fuerza—. Tranquila, lo harás bien.

Cuando se detuvieron a los pies de la escalera frente a ella, todas guardaron silenció y escucharon.

Olivia respiró hondo y se obligó a sonreír para matar el tiempo y relajarse.

—Muchas gracias por venir esta mañana. Mi nombre es Olivia Morgan y soy la doctora asistiendo a un grupo de mujeres que han contraído una lamentable enfermedad conocida como sífilis —. Una serie de murmullos se levantó entre las mujeres—. Esta enfermedad ha sido transmitida desde un hombre hacia las mujeres y su salud se encuentra en una situación muy delicada. Espero que con la cooperación de todas nosotras podamos darles una oportunidad de sobrevivir y combatir la enfermedad.

—¿Estamos hablando de mujeres inmorales? —curioseó una señora desde el grupo—. Porque eso no se especificaba en el anuncio.

—Son mujeres trabajadoras, señora, el tipo de trabajo que ejerzan no es asunto nuestro. La enfermedad podría tocarnos a cualquiera y espero que puedan encontrar la bondad en sus corazones para preocuparse por estas mujeres que podrían fácilmente ser ustedes, sus hijas o hermanas.

—¿No nos contagiaremos ¿verdad?

—Les daré todas las medidas necesarias para que no, señora.

—¿Y su inmoralidad no nos hará daño? Escuche que puede corrompernos...Hacernos aliadas del diablo.

Una serie de alaridos y murmullos se levantó por segunda vez y Olivia tuvo que lanzar una mirada hacia Jonathan y rodar los ojos ante las incoherencias que escuchaba.

Intentó que se callaran y la escucharan, pero no tuvo caso.

Hasta que una mujer del grupo subió unos escalones y alzó su voz.

—¡Hermanas! ¡Escúchenme! ¿Cuántas veces hemos sido juzgadas ¿eh? ¿Cuántas veces nos han mirado de costado y acusado de barbaridades? Usted, señora, ¿está casada? —. La mujer se sobresaltó ante la pregunta, pero asintió—. ¿Y nunca su marido la ha acusado de serle infiel?

—Algunas veces, sí...No me deja hablar con otros hombres por sus inseguridades.

Las mujeres a su alrededor se identificaron y rieron con el recuerdo.

—¿Y cuantas veces las han llamado locas? ¿O cuantas veces se sintieron tan perdidas en este mundo que consideraron caer en la inmoralidad para conseguir dinero para sus familias? Yo sé que he estado allí, mucho antes de conocer a mi marido, pensé que vender mi cuerpo sería la única forma de alimentar a mis hijos.

—¡Oh, Dios, ¡la entiendo! Me pasó lo mismo hace algunos años, no podía encontrar un trabajo.

—A mi me paso igual.

Olivia las apoyó entre todos los relatos, compartiendo brevemente su experiencia.

—¿Ven? —continuó la mujer—. Todas hemos estado al borde de la perdición por necesidad ¿y vamos a juzgar a estas mujeres por el camino que han tenido que tomar? —. Todas negaron en respuesta—. Entonces escuchemos a la señora Morgan y ayudemos a nuestras hermanas enfermas.

Le agradeció a la chica cuyo nombre desconocía y cuando todas volvieron a escuchar repartió una serie de reglas que debían seguir al pie de la letra. Era importante la higiene tanto del entorno como de una misma, les explicó como debían lavarse las manos haciéndoles una demostración en una vasija con alcohol y luego ellas se dividieron en grupo y repartieron los delantales y bonnet de tela.

Eran cuatro grupos; limpiadoras, cocineras, enfermeras y asistentes.

El primer grupo era el más numeroso, se encargarían de lavar pisos, muebles, ventanas y camas. Lavar ropas y sabanas, barrer, quitar el polvo y mantener el salón de las pacientes tan limpio como fuera posible. Las cocineras irían a asistir a Andrea Sharrow en la cocina. Las enfermeras se encargarían de atender directamente a las mujeres con la guía de Olivia. Desinfectarían llagas, las bañarían, alimentarían y cuidarían día y noche. Las asistentes estarían disponibles para cualquier otra tarea que se necesitara en cualquier otro aspecto.

Rápidamente las mujeres se pusieron a trabajar.

Las limpiadoras eran veinte en total y entre ellas dividieron sus tareas. Limpiar y lavar eran las prioridades. El salón se llenó de muchachas rascando el piso con cepillos arrodillas en las baldosas, otras limpiando los vidrios y abriendo ventanas y afuera las que se habían llevado las mantas sucias para lavarlas.

Había ocho nuevas cocineras que se encontraron con Andrea Sharrow para que les explicara las reglas que Olivia ya había dejado en la cocina y les enseñara sus tareas. Tenían alimentos que preparar para todo un hospital de enfermos, pero esas ocho mujeres se enfocarían en las pacientes de Olivia.

Las enfermeras eran doce y estaban escuchando atentamente las indicaciones de Olivia y viéndola ejercer con una de las pacientes.

Y las ocho restantes eran asistentes, de las cuales cuatro escuchaban a Olivia y otras cuatro habían sido enviadas a la ciudad para conseguir donaciones; trapos, mantas, ropa, alimentos, cualquier cosa que la gente pudiera dar para los enfermos.

Ese día, las mujeres no dejaron de llegar.

Cincuenta se convirtieron en cien y pronto ya era imposible contarlas, solo se sabía que llenaban todo el lugar.

Era en parte por los anuncios de Olivia, pero también porque las asistentes no dejaban de hacer publicidad durante sus recorridos en la ciudad.

Llamaban a la puerta de una casa y pedían donaciones y cuando la mujer del hogar preguntaba para que eran, explicaban.

—Hay una doctora en la ciudad, señora. Su nombre es Olivia Morgan y es universitaria.

—¿Universitaria?

La muchacha asintió orgullosamente y sostuvo las mantas que acababan de darle.

—Ha solicitado la asistencia de cualquier mujer independientemente de su edad o educación para asistir a los más débiles. Unas pobres mujeres están gravemente enfermas en el hospital.

—¿Cualquier mujer puede ir? —preguntó la hija de la señora y la muchacha asintió—. Entonces yo iré.

—Shyla, tu padre no se alegrará.

—Él entenderá —. Shyla agarró su abrigo y su sombrero de tela y salió de la casa—. Solo piénsalo, madre...Esta mujer nos necesita y es Universitaria. 

El día fue agitado con todas las mujeres que llegaban a asistir y Olivia teniendo que guiarlas y enseñarles sus tareas. Aprendían rápido, eso no lo negaría y tenían ese talento para el cuidado que les venía de forma natural por sus costumbres y educación.

—¿Deberíamos atender a los otros pacientes también?

—¿Quiénes?

—Unos hombres en las otras habitaciones —respondió Shyla y su madre agregó.

—Se ven muy pálidos y los doctores están muy ocupados indignándose por nuestra presencia como para atenderlos.

—Entonces iremos nosotras —. Se limpió las manos en su delantal y miró hacia la mujer que yacía en la cama—. Carla, ¿puedes desinfectar sus llagas, por favor? Como te he explicado ¿recuerdas?

—Sí, señora.

—Kortney ¿has visto a mi marido?

—Ha dicho que iría a buscarle algo de ropa para que se cambie, señora, volverá en un rato.

Le agradeció y siguió a Shyla y a su madre, llamando a otro pequeño grupo de mujeres para que las ayudaran.

—Quiero reducir la movilización dentro de la habitación de las mujeres —le explicó a otra mujer, deteniéndose en la puerta—. ¿Puedes hacer una lista y permitir el ingreso únicamente a enfermeras asignadas específicamente a un numero de pacientes y a las limpiadoras solo sí se las requiere?

—Ya mismo, señora Morgan.

Le dolían los pies de tanto caminar y apenas descansar, sentía que no se había sentado en días y los hombros le dolían. Había tantas cosas por hacer y tantas mujeres necesitando de su atención o guía, que se agobiaba fácilmente con las numerosas tareas en sus manos. La ventaja, aunque Olivia la desconocía de momento, era que comenzaba a ganarse una reputación en la ciudad; cierta fama que nadie olvidaría.

Las mujeres se estaban asegurando de que todo el mundo supiera de la inteligencia de Olivia y hasta los periódicos querían escribir sobre ella.

Una mujer haciendo el trabajo de un hombre era una novedad.

Entraron en otra habitación que hasta el momento no habían tocado y un escalofrío le recorrió el cuerpo.

—Pobres hombres —susurró Shyla cubriéndose la boca con angustia.

La habitación albergaba a unos treinta pacientes algunos enfermos y otros heridos. El olor era desagradable, una mezcla de orina y excremento con algo de sudor y sangre. Cuando exploraron más a fondo, descubrieron que algunos hombres dormían en camas húmedas en sudor y algunas orinadas. Las ventanas estaban cerradas y las cortinas corridas, por lo que la luz era casi inexistente lo que aumentaba esa sensación de que caminaban con la muerte a su lado.

—¿Debemos tratarlos, señora Morgan?

En realidad, no debían, pero ignorarlos era imposible ahora que lo habían visto.

—Señora Butler —llamó a la madre de Shyla—. Consiga comida para estos hombres, por favor.

—Enseguida, señora.

—Muchachas abran las ventanas y que alguna vaya a buscar a las limpiadoras para arreglar este lugar.

Una de las mujeres se marchó corriendo y las demás se quedaron con ella para ayudarla. Abrieron las ventanas y cortina dejando que el aire se limpiara y la luz ingresara e inmediatamente, Olivia notó una mejora en el rostro de uno de los hombres cuando el sol brilló en sus ojos.

—¿Es usted un ángel? —dijo, apenas consciente.

—No, señor, soy doctora —. Se sentó en la cama a su lado y retiró las mantas de su torso sudoroso—. ¿Me puede decir que le sucede?

—Me corte el m-muslo con un hacha hace unos días.

Se puso de pie y esta vez retiró las mantas por completo para dejar al descubierto sus piernas. Había sangre manchando las sabanas y la herida estaba vendada por unos trapos sucios y descuidados.

Shyla y Olivia intercambiaron miradas de preocupación.

—Pensé que debíamos limpiar todo antes de que entrara en contacto con una herida.

—Y debemos —corroboró y comenzó a retirar la venda—. O cosas como estas suceden.

La herida hizo que algunas de las mujeres hicieran arcadas. El corte estaba hinchado e infectado y sangraba entre el pus que lo tapaba. No había cicatrizado ni mejorado en el correr de unos días. En su lugar, estaba peor que nunca y podían ver hasta el hueso entre la carne magullada.

Olivia también sintió que vomitaría.

—Esto es una infección —les explicó—. Es lo que sucede cuando no se limpia apropiadamente una herida.

—¿Y por qué sucede?

—Es difícil de explicar —le dijo a la mujer—. Lo importante es saber como prevenirlo.

—¿Limpiando ¿verdad? —. Asintió con una sonrisa y Shyla agregó—. Podemos traer unos trapos limpios y alcohol para limpiar la herida y cerrarla.

—De momento es mejor desinfectarla antes de cerrarla, pero lo que has dicho está bien. Traigan el material, por favor.

En lo que ellas se marchaban, reviso a los otros hombres en la habitación y concluyó que eran pocos los heridos y todos podían ser fácilmente tratados con mejores condiciones. La mayoría tenía un resfriado que no mejoraba por el entorno.

Estaba recorriendo el pasillo, esta vez, enviando a las mujeres a todas las habitaciones ocupadas por enfermos, cuando el mundo a su alrededor se sacudió bruscamente y tuvo que apoyarse en la pared para no caer.

Su estomago se retorció bruscamente y antes de percatarse por sí misma de lo que sucedía, Jian le sostuvo un tarro al lado y vomitó.

—Conozco el rostro de una mujer cuando esta por vomitar —le comentó y la consoló con masajes en la espalda—. ¿Te sientes mal tu también?

—No, estoy bien, solo me maree por un momento.

Se limpió con un trapo y le agradeció a Jian por su ayuda.

—¿Has vomitado antes? —. Negó—. Oh, bueno, puede que sea el cansancio. A veces me pasaba.

Confió en que era solo eso y continuó recorriendo las habitaciones y asistiendo donde la necesitaban con Jian a su lado, siempre ayudándola. 

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