Vidas cruzadas: El ciclo. #1...

By AbbyCon2B

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Olivia Eades es psicóloga y periodista con una vida hecha en el 1970, con su madre y hermano, sin deseos de c... More

NOTA DE LA AUTORA Y MÁS.
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AGRADECIMIENTOS
Cuarto libro de Vidas Cruzadas: El ciclo (Disponible)

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By AbbyCon2B

25 de febrero 1861.
Washington D.C

Jian Ng había llegado a los Estados Unidos hacia unos cuatro o cinco años, ya había perdido la cuenta. Lo que recordaba, era que no tenía más de unos once años al embarcarse desde China hasta los Estados Unidos, huyendo de la terrible guerra que había matado a sus padres y hermanos y ansiando esa vida prometida de las tierras de Norte América de lo cual todo el mundo hablaba.

Había llegado sin saber hablar el idioma, sin mucho dinero salvo algunas monedas cuyo valor era inservible en los Estados Unidos y asustada por el enorme mundo ante ella. El camino había sido largo y agresivo para una niña de su edad y por aquel entonces demasiado inocente, pero había sobrevivido y se había adentrado en la ciudad de Nueva York para intentar hacerse un futuro. No habían pasado más de una o dos semanas cuando la habían agarrado entre dos hombres para venderla en un mercado de esclavos y así había pasado los siguientes ocho meses trabajando en la granja de un hombre adinerado y su mujer. Castigos, gritos, encierros y días sin descanso realizando sus tareas le habían seguido mientras veía como los niños de la familia (no mucho más grande que ella) iban a la escuela y tenían la vida que ella soñaba. Después de que la hubieran golpeado por comer un trozo del pan que había sobrado (según el dueño de la tierra lo había robado), Jian decidió que ya no podía soportarlo y había hecho lo más arriesgado que un esclavo podía hacer en el sur; huir.

Aun con diez años y sola en una ruta salvaje se había puesto la tarea de correr tan rápido como pudiera sin detenerse o mirar atrás, hasta haber alcanzado terreno seguro. Una vez en el norte, había acabado en Washington D.C donde por meses había vivido en las calles y limpiado basureros y excremento de caballo, a sus trece había comenzado a trabajar en el prostíbulo, de forma ilegal y con Madam Simon a cargo, no solo de ella, sino de otras veinte mujeres.

Nunca había imaginado que volvería a tener una oportunidad en la vida, de comenzar de cero y tener una familia con dos padres afectivos que la cuidaran y protegieran y se sentía un poco ilusa por emocionarse al respecto y confiar en dos desconocidos a sabiendas de que le había costado precios muy elevados en el pasado, pero no podía evitarlo.

No le importaba sí Jonathan y Olivia no eran millonarios y necesitaban que ella trabajara en la granja para ayudarlos, cualquier cosa era mejor que la vida que había tenido y un lugar al cual llamar hogar; le llenaba los ojos de lágrimas.

Jonathan le pagó la habitación frente a la de ellos por la noche y después de que Olivia la ayudara a bañarse y limpiar su cabello, se encerró a solas y miró su reflejo en el espejo por varias horas. Estaba tan limpia que no se reconocía. Su cabello negro con pequeñas ondas brillaba y no se veía tan opaco como en los últimos días de tanto ponerle polvos. Su piel no tenía las manchas de tierra y suciedad, aunque tenía varias cicatrices que el acné y algunas infecciones le habían dejado. Su nariz era un poco ancha en las fosas nasales, y sus pómulos pronunciados debido al peso que había perdido en los años. Su rasgo más característico eran sus ojos, cuyos parpados muchas veces había querido pegar o arrancar para que la gente dejara de odiarla y tratarla tan mal.

Se sentó en la cama justo cuando alguien llamaba a la puerta y minutos después Olivia entró con una bandeja y comida.

—Supuse que tal vez tendrías hambre así que te he traído la cena —. Dejó la bandeja en la cama y acomodó los cubiertos que se habían torcido en el camino—. No sabía que te gustaba así que he pedido un poco de todo. Cúbrete que Jona está trayendo otra bandeja.

Tomó la salida de cama que estaba hecha de seda y era lo más suave que había tocado en su vida y se la colocó sobre su camisa de algodón.

—No tenía que tomarse tantas molestias, señora.

—No son molestias, cielo y puedes llamarme Olivia —. La vio asomar al pasillo y regresar minutos después seguida por Jonathan—. Aquí hay más.

—Muchas gracias, en serio.

Olivia asintió con una sonrisa y Jonathan le extendió unos palillos de madera.

—Pensé que quizás estarías más cómoda con esto para recordar tu hogar.

—Oh, hacía años no veía de estos —. Tomó los palillos de madera y sonrió—. Espero no haber perdido la práctica. ¿Quieren comer conmigo?

—Nosotros ya nos hemos pedido nuestra cena, aunque seguro podemos traerla para aquí y hacerte compañía —. Olivia miró a Jonathan buscando su aprobación y este solo se encogió de hombros y la siguió—. Ya volvemos.

Jian se sirvió en una vasija un poco del pescado y arroz con las ensaladas y comenzó a comer, mojando el pescado en la salsa que había en otro plato. Tenía demasiadas opciones para elegir. Panes, tortitas, cremas saladas y arroz, ensaladas y carnes a punto medio.

Cuando Olivia y Jonathan regresaron con sus bandejas de comida, ella se sentó en la cama a su lado y Jonathan acercó una silla y la mesa y apoyó su cena allí.

No hablaron, pero la compañía le hizo bien.

Jonathan comió en silencio y cada tanto, Jian lo vio dirigir su mirada a Olivia y hacerle un gesto, como queriendo asegurarse que ella estaba bien. Parecía un buen hombre, educado y tranquilo, aunque no olvidaba que había matado a aquel bastardo y habían dejado su cuerpo allí para quien llegara después. Jian sabía que los hombres tranquilos eran los de más temer, pues su temperamento estallaba pocas veces, pero cuando lo hacía la mejor opción sería correr.

—¿Cuánto tiempo llevan juntos? Si me permiten preguntar.

—Cuatro meses —respondió Olivia—. Pero nos conocemos hace casi un año.

—¿Es lindo?

—¿Qué cosa?

—Estar enamorada.

Jonathan se rio de forma distante y cortó su carne.

—Esa es una pregunta que me interesa. Dinos, Olivia.

Lo miró con un trozo de papa en la boca y masticó lentamente para que los minutos pasaran y pudiera pensar en una respuesta. No le había dicho a Jonathan como se sentía respecto a él y la relación que tenía y hacía unos días había estado pensando seriamente sobre eso, si lo amaba o no. Aún no tenía una respuesta.

—Es lindo querer a alguien —respondió finalmente—. Es lindo tener su compañía y apoyo.

Él se regresó en la silla para continuar su comida y no dijo más nada.

El resto de su cena la pasó mirando hacia la ventana que tenía enfrente, completamente sumido en sus pensamientos.

—Yo nunca he estado enamorada —comentó Jian—. Y los hombres que he conocido no eran muy amables. Algunos sí.

—No dejaré que vuelvas a pasar por algo como eso, Jian.

—Gracias, eres muy amable.

Le sonrió y Olivia le regresó el gesto.

Se acabó toda la comida que le habían traído, recién percatándose de lo hambrienta que estaba y cuando ellos se marcharon, apagó las velas y se acostó en la enorme cama para dormir.

Era la primera vez en su vida que tenía su propia habitación y esta estaba limpia y silenciosa. Le resultó un poco intimidante estar a solas en la oscuridad y en una cama tan grande y vacía. Tan frío. Miró con ojos grandes hacia la ventana y las sombras que la luz de la luna proyectaba en su piso y se cubrió con las mantas hasta el mentón.

Quería creer que esa era una nueva etapa en su vida y que todo mejoraría.

Y en cierta forma lo haría, pero había ciertas cosas de las cuales Jian no podría escapar jamás.

28 de febrero 1961.
Washington D.C

Olivia bajó del carro frente a un edificio en F. Street North y 8th Street East. Acomodó su sombrero que se ajustaba en su cabeza con unos broches y regresó su cuerpo para esperar por Jian. Ambas tenían unos vestidos elegantes, con unas crinolette debajo de las faldas para dar aumento al atuendo y el corsé resaltando sus figuras.

Se levantó el frente de la falda para subir los escalones hacia la puerta del edificio y esperó por Jian frente a las escaleras.

—¿A quien veníamos a ver?

—Trevor Grahame Barnet, un biólogo si no me equivoco.

—¿Amigo tuyo?

Negó y subieron juntas y al mismo ritmo en busca del apartamento 892.

—Tan solo lo he visto una vez en el jardín botánico durante mis primeros días en la ciudad. Mi marido y yo estábamos de paseo cuando lo encontramos —. Giraron al llegar al final de la escalera y retomaron por otra—. Se ha ofrecido a enseñarme algunas cosas sobre plantas y como Jonathan no podía acompañarme esta mañana, he pensado sería buena idea venir juntas.

—Me parece una buena idea también, nunca he hablado con un...biólogo.

Cuando llegaron a la puerta del apartamento 892, Olivia golpeó la madera con sus nudillos y esperó para ver si el señor Barnet estaba en casa. Pasaron algunos minutos hasta que alguien quitó el seguro del otro lado y Trevor Barnet asomó con una sonrisa.

—Ha venido. ¿Señora Morgan era ¿verdad? Pase, pase.

—Muchas gracias, señor Barnet.

Ingresaron juntas en el apartamento y le saludaron en el camino.

Trevor cerró la puerta y se acomodó el chaleco antes de guiarlas por su pequeño y humilde hogar (también temporal) para que se pusieran cómodas. No había ordenado mucho esos días y había tenido una mañana alocada, así que intento acomodar cuanto pudo en su camino para guiarlas por la sala.

—Disculpe el desorden, he tenido unos días muy atareados en la ciudad. ¡Estoy al borde de un descubrimiento! —anunció desde detrás de un biombo donde se agachó a buscar algo.

—¿Un nuevo descubrimiento?

—Bueno, algo así... —regresó con un baúl y lo apoyó pesadamente sobre una mesa en el centro del salón—. Aun estoy intentando dar con el descubrimiento, pero creo estar cerca. Muy, muy cerca.

Trevor abrió el baúl y Olivia echó un vistazo desde una distancia segura.

Comenzó a sacar ensayos de vidrio grueso, pinzas de metal, libretas y más libretas y líquidos curiosos.

Su apartamento olía a yodo, inconfundible al olfato por lo punzante que resultaba en la nariz y las numerosas veces que Olivia lo había usado en la facultad de química. Tenía unas seis ventanas en total a ambos lados del salón y todo se encontraba en una misma habitación. Desde el sofá con una pequeña mesa repleta de libros, hasta la estufa y una enorme mesa de madera repleta de objetos. Tenía otra mesa unida a la otra formando una L y las usaba para trabajar.

—Mi amigo me escribió hace algunos días desde Francia y creo que él está mucho más cerca del descubrimiento que yo, lo cual es igual de emocionante —. Sacó una carta del interior de una de las libretas y se la extendió—. Léalo usted misma, señora.

Olivia tomó la hoja y tiró suavemente de Jian para que se apartara del camino de Trevor antes de que el hombre terminara chocándola por accidente.

Cuando vio el remitente de la carta el corazón le dio una sacudida.

—¿Louis Pasteur es su amigo?

Trevor asintió concentrado en organizar su trabajo, pero dejó a Olivia atónita con la carta en sus manos. Una que había estado en las mismas manos de Pasteur, el padre de la bacteriología. Desdobló la hoja para comenzar a leer y su piel se erizó.

Estaba en francés, pero algunas cosas consiguieron entender. Pasteur comenzaba sus descubrimientos sobre la existencia de organismos que podían influir en el desarrollo de los seres vivos, estaba al borde de descubrir las bacterias e impulsas un cambio en la medicina que marcaría el futuro, pero ciertos detalles le faltaban.

—¿Qué dice? ¿Le parece interesante?

—Demasiado interesante. Aunque parece bastante inconclusa.

—Lo está...Nos faltan muchos detalles por resolver y me he ofrecido a ayudarle. La fermentación de los vinos y cervezas es un proceso muy curioso ¿no cree? Y cómo ocurre es lo que estudiamos...Verá, se lo explico rápidamente la fermentación ¿sabe lo que es verdad? —. Olivia asintió—. Bueno, mi amigo se ha percatado de que este proceso puede detenerse si pasamos aire por el líquido mientras está fermentando.

—¿Es decir oxigeno?

—Exacto. Al poner oxigeno en la sustancia deja de fermentar ¿no le parece de lo más curioso? —. Olivia asintió y dirigió sus ojos hacia Jian quien seguía confundida.

—¿Y por qué deja de fermentar?

Trevor miró a Jian ante la pregunta y sus hombros cayeron.

—Esa parte es la que intentamos descifrar.

Olivia leyó sus notas en el libro y se quedó a ayudarle. Por un rato prepararon algunas sustancias para hacer algunos experimentos y ella se dedicó también a leer las otras cartas de Louis Pasteur para intentar descifrar en que punto de su investigación se encontraba.

—La fermentación claramente puede detenerse con el uso de oxígeno, pero el motivo es aun un misterio —anotó Trevor en sus notas—. Podría tratarse de algún componente en el oxígeno...

—O en la fermentación —intervino Olivia y Trevor la miró.

—Es una posibilidad, sí. ¿Tiene alguna teoría, señora Morgan?

Ella arrastró una silla para sentarse cerca de la mesa después de haber pasada largas horas parada y volvió a pasar sus ojos sobre las notas y libros.

—Tal vez sea una locura, pero no puedo evitar pensar que tal vez haya algo en la fermentación que este...vivo —. Trevor enderezó su cuerpo repentinamente interesado y la escuchó con más atención en lo que Jian olía uno de los líquidos en los frascos y comenzaba a hacer arcadas—. Es una explicación algo lógica si lo pensamos. Los humanos necesitamos oxígeno para poder vivir, pero los peces por ejemplo...Se mueren ¿verdad?

—Uhm, sí, es cierto.

—¿Y que tal si lo que habita en la fermentación también muere en presencia del oxígeno?

—Déjeme ver si la sigo —. Arrastró una silla para sentarse a su lado y tomó su libro—. Usted propone que hay seres vivos en el interior de la sustancia... ¿Seres vivos como nosotros?

—No, creo que serian mucho más pequeños de forma que el ojo no pueda verlos y no tan complejos...o tal vez sí, habría que hacer una observación —. Trevor unió sus manos frente a su boca y se quedó pensativo—. ¿Cree que es una locura ¿no?

—No, en lo absoluto, creo que estoy maravillado, señora Morgan. Nunca se me habría ocurrido pensar algo como eso, pero tiene sentido...Raro, pero con sentido —. Se puso de pie bruscamente y golpeó su mano en la mesa—. ¡Debo escribir a mi amigo inmediatamente!

—Nosotras ya nos iremos.

—¿Tan pronto? —. Trevor miró la hora en su reloj y se percató de que medio día se había consumido—. Oh Dios, han pasado horas y ni siquiera me he percatado. ¿Cuándo volverá a visitarme, señora Morgan? Aun hay mucho de lo que podemos discutir y fíjese que debo informarle de la respuesta de mi amigo respecto a su teoría.

—Me temo que solo me quedaré una semana o dos y no sé si tendré el tiempo para visitarle, señor Barnet.

—Por supuesto, usted es una mujer ocupada y eso es de admirar. Déjeme una dirección a la que pueda escribirle para informarle de los avances.

Olivia le dio el nombre del pueblo cerca del cual vivirían cuando volvieran a Minnesota y Trevor lo anotó en un trozo de papel antes de acompañarlas a la puerta.

Abandonaron el edificio y Olivia decidió que prefería caminar hasta el hotel que se encontraba a unas veinte cuadras en lugar de subir al carro. Jian la siguió.

—¿Cómo se te ha ocurrido esa teoría de los seres vivos?

—Imaginación supongo —mintió y le restó importancia con una sonrisa.

—¿Y crees que sea cierto? Yo no puedo imaginármelo...Seres vivos que no se pueden ver —. Jian miró sus manos y sacudió la cabeza—. ¿No sería eso peligroso?

—Quizás lo sea.

Jian se enganchó al brazo de Olivia y caminaron juntas por las calles, charlando y deteniéndose de tanto en tanto para ver lo que se exhibía en las vidrieras de algunas tiendas. Había vestidos, comida, muebles y ofertas "imperdibles" según decían, aunque ella prefería observar sin comprar nada. Jonathan le había dado algunos dólares en caso de que lo necesitara, pero no le alcanzaría para comprar un mueble para la casa y aunque lo hiciera, enviarlo hasta Minnesota les sería demasiado costoso. Prefería comprar todo en Minneapolis.

—¿Qué es este lugar? —inquirió deteniéndose frente a un portón de metal arqueado.

—Es el hospital, pero este es un terrible momento para visitarlo.

—¿Por qué motivo?

—Muchas mujeres del negocio han caído enfermas en las últimas semanas... Fui muy afortunada de no acabar como ellas.

El hospital se alzaba a unos metros del portón, siguiendo un camino de tierra flaqueado por un jardín algo descuidado, pero aun así bonito. Era una construcción casi tan monumental como el capitolio, aunque un poco más grande. Ocupaba una generosa porción de la tierra y tenía otras instalaciones separadas para la gente de color y un cementerio.

A pesar de las advertencias de Jian decidió adentrarse en aquellas instalaciones y recorrer el camino de tierra hasta la enorme puerta de madera. Jian tardó unos minutos de indecisión antes de correr detrás de ella para alcanzarla. Cosas horribles se decían de los pacientes que el hospital había recibido en la última semana y temía que pudiera ser contagioso o peor aún, que su desviación hacia la prostitución la llevara por el mismo camino.

Fue una larga caminata hasta llegar a la entrada y una vez adentro el olor tan intenso de encierro, mugre y orina hizo que Olivia se cubriera la nariz y contuviera una arcada. Las ventanas a pesar de ser numerosas se encontraban todas cerradas y la iluminación era tenue e incluso siniestra.

Sus pasos retumbaron sobre las baldosas cuando comenzó a avanzar por el amplio corredor y se detuvo ante unas puertas abiertas para asomar al interior de una habitación donde unas treinta o cuarenta camas eran ocupadas casi en su totalidad por mujeres enfermas.

Los únicos que atendían eran hombres.

—¿Puedo ayudarla, señora?

Miró hacia el hombre que se acercó a ella y lo escaneó cuerpo completo con disimulo.

Manos sucias, rostro sudoroso por el calor que había en esas instalaciones y barba larga y probablemente con liendres en el cabello. Se abstuvo de arrugar la nariz y señaló hacia las camas.

—¿Qué sucede con las mujeres?

—Una terrible enfermedad está arrasando con ellas por sus actos inmorales. Terrible castigo que se ha creado en sus cuerpos.

Olivia pasó junto al hombre para ingresar en la habitación y se acercó a la camilla más próxima.

—No puede estar aquí, señora.

—¿Actos inmorales ha dicho? —. Tomó asiento al borde de la cama y miró a la mujer que yacía apenas consciente y empapada en su sudor—. Esto parece más bien un caso de sífilis.

Los ojos de la mujer estaban inyectados en sangre e inflamados y su rostro pálido y sudoroso. Probablemente su cabello enmarañado era el menor de los problemas cuando toda su piel estaba cubierta de llagas y volaba en fiebre.

—Sospechamos que podría serlo. ¿Usted como lo sabe, señora?

Enderezó su espalda y dirigió sus ojos hacia el hombre.

—Como usted, soy una doctora, señor.

Era una mentira, pero ellos no tenían porque enterarse y de esa forma tenía una probabilidad un poco mayor de que la tomaran enserio al momento de hablar sobre la salud de esas mujeres e incluso (con algo de suerte) tal vez le permitirían permanecer en el hospital para asistir.

El hombre comenzó a reírse, pero se detuvo al ver su seriedad.

—¿En serio lo dice? Oh, vaya...Nunca antes había visto a una mujer...Disculpe, mis modales, soy Doctor Grenville Harrell.

—Olivia Morgan y ella es Jian Ng.

El hombre lanzó una mirada hacia Jian y se alejó unos pasos de ella sin saludarla.

—¿Ella también está enferma?

—No, y no tiene motivo para estarlo —. Dejó el tema sin continuar y se puso de pie—. Estas mujeres necesitan mejores condiciones para tener una oportunidad de mejorar.

—Me temo que la única cura sería suprimir todos sus impuros comportamientos, lo cual es casi imposible, estas mujeres tienen la mitad de su mujer interior desaparecida, y esa mitad contiene todo lo que eleva su naturaleza, así que ahora son un mero instrumento de impureza...Una plaga social, que lleva contaminación y asquerosidad a todos los rincones a los que tienen acceso.

—Creo que esa es la tontería más grande que he escuchado en mi vida —. Grenville se mostró inmediatamente ofendido ante aquellas palabras—. Estás mujeres están enfermas, señor y no necesitan un juicio moral, necesitan atención.

—Ruego me disculpe, pero con estudios o no, no aceptaré que...

Lo detuvo en medio de su discurso y altanería, alzando una mano y sacudiendo la cabeza.

—Sí desea despreciar mi trabajo, por favor hágalo, pero le aseguro que soy tan buen medico como usted o cualquier otro hombre en esta habitación. Jian, ve a buscar a mi marido por favor.

Grenville miró como Jian se marchaba rápidamente del lugar y balbuceó.

—¿Su...m-ma...? ¿No planea quedarse ¿o sí? Me temo no puedo permitírselo.

—¿Quién está a cargo del hospital?

El hombre se congeló y señaló hacia la puerta.

—Debe irse.

—Deseo hablar con el director del hospital.

—Ese sería el señor Bunker, pero le aseguro que él no permitirá que se quede.

Olivia asintió y se encaminó a la puerta.

—Lléveme a él y ya veremos.

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