Vidas cruzadas: El ciclo. #1...

By AbbyCon2B

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Olivia Eades es psicóloga y periodista con una vida hecha en el 1970, con su madre y hermano, sin deseos de c... More

NOTA DE LA AUTORA Y MÁS.
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AGRADECIMIENTOS
Cuarto libro de Vidas Cruzadas: El ciclo (Disponible)

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By AbbyCon2B

23 de febrero 1861.
Washington D.C.

Estaba oscuro cuando Jonathan abrió la puerta del teatro para Olivia y salieron juntos a la calle para caminar de regreso al hotel. Había llovido durante la función, por lo que el camino de tablones de maderas seguía húmedo y algunos árboles goteaban. Los faroles con velas ya habían sido encendidos para alumbrarles el camino y la multitud de personas se dispersaba a medida que dejaban el teatro.

—Ha sido una función interesante. ¿No crees?

—Supongo... —dijo y tomó la mano de Olivia en la suya—. Un poco larga.

—Pero entretenida ¿o te has aburrido? Tendrías que habérmelo dicho y nos habríamos ido antes.

—Tu parecías estar disfrutándolo y no quería arruinar la diversión —. Miró sobre su hombro antes de cruzar la calle y movió a Olivia hacia su otro lado para que no caminar del lado de la avenida—. Además, la entrada no ha sido gratis.

—Sí, supongo tienes razón. Me gustó ese baile con los aros de fuego, aunque parecía muy peligroso.

—Estoy seguro de que no lo parece, nena, lo es.

Volvieron al hotel y ella se rio recordando la función y comenzó a quitarse su atuendo. Las noches eran tranquilas en la ciudad a pesar de toda la multitud de personas y los días muy entretenidos. Tenían demasiados lugares a los que asistir y actividades para realizar. Seguía considerando el jardín botánico como la mejor experiencia hasta el momento, aunque el teatro no había estado nada mal con sus variadas actuaciones de bailarinas, actrices y cantante e imaginaba que pasarían una buena noche cuando fueran a cenar.

Se quitó los broches que sujetaban su cabello y comenzó a deshacerse de su ropa en lo que charlaba con Jonathan sobre la función. En realidad, ella hablaba y él la escuchaba bastante sumergido en sus propios pensamientos y preocupaciones.

—¿Estás bien, Jona?

—¿Uhm? Oh, sí, solo pensaba...Nada importante.

—Dime —insistió y se sentó en la cama frente a él solo con su camisa de algodón y el cepillo de pelo—. ¿Qué sucede?

Él lo pensó por un momento mordiéndose el labio.

Habían pasado una buena noche y no quería arruinarla y terminar angustiándola o discutiendo, además tampoco esperaba que ella lo entendiera y no se molestaría si no lo hacía. Metió la mano en su chaqueta y sacó un sobre que ya había abierto esa mañana y el cual contenía una carta de Thomas Holme, la tercera que recibía de él.

La primera había sido el año anterior cuando le había solicitado su ayuda al mismo tiempo que el coronel Moore le avisaba de su cita con Lincoln. Aquella vez Jonathan había tenido que negarse a ayudarlo con una disculpa, usando la excusa de que la situación no estaba mucho mejor para ellos y que pronto dejarían Minnesota. Thomas le había contestado un mes después asegurándole que no había problema y esa mañana, le había escrito por tercera vez.

—Thomas me escribió —confesó finalmente y con un gran suspiró—. Me ha escrito un par de veces y yo le he contestado, a excepción de esta carta que recibí esta mañana.

—De acuerdo ¿y cuál es el problema?

Miró la hoja doblada en dos pedazos y se la extendió.

—Léelo tu misma.

Olivia tomó la carta no muy segura y la desdobló mirando a Jonathan. No sabía que esperar de aquella hoja salvo malas noticias y más problemas. Se concentró en la letra prolija y muy redondeada de Thomas Holme.

Jonathan, amigo mío.

Me conoces desde hace años y sabes que no soy la clase de hombre que pide ayuda una vez y mucho menos dos veces, no obstante, heme aquí, escribiendo esta carta para ti, pidiéndote ayuda no una vez, sino dos. No he olvidado tu última respuesta a mi primera carta y sé que, como nosotros, tú tienes tus propios problemas y una familia a la que cuidar y no deseo trae caos a tu vida o ser una carga sobre tus hombros ahora que has logrado instalarte y te has vuelto un hombre de familia, pero debo insistir en tu ayuda.

El invierno ha sido desgarrador para nosotros.

Nuevos miembros se han sumado al grupo, no porque yo quisiera, sino porque no teníamos otra opción. Esta gente ha sido rechazada por la sociedad y lanzados a la calle para morir, como tú y yo algún día lo fuimos, amigo mío. Y no podía dejarlos morir en el cruel invierno, supongo que esa bondad y necesidad de ayudar a los más necesitados lo aprendí de ti. Pero todas estas nuevas bocas que alimentar no han representado más que un desafío.

Al principio no teníamos suficiente comida, pero ahora hace ya algunos días que simplemente no tenemos comida. Hay niños en nuestro grupo que están perdiendo peso de formas alarmantes y ya dos mujeres han muerto esta semana por el frío. Una terrible enfermedad está arrasando con nosotros, sospecho podría ser una gripe, pero nunca he sido un hombre de saberes cómo para poder identificarla. Solo sé que están muriendo y moriremos todos sin tu ayuda.

Somos treinta y dos personas, doce mujeres, cinco niños y quince hombres. Tenemos tan solo tres caballos que sobrevivieron al invierno y un carro, por lo que la mayoría viajamos a pie y dejamos el carro para las mujeres y los niños. Lisie Walsh sigue con nosotros, probablemente la recuerdes pues fuiste tu quien la salvó, ella es fuerte y se ha involucrado en la seguridad del grupo y en conseguir comida con Darion y Kyle, pero está enferma también y necesita ayuda.

La señora Finn aún no ha enfermado, pero sé que está cansada y todos como ella.

No deseo tu dinero o tu trabajo, pero si nos permites viajar hacia tu hogar te aseguro que este grupo trabajara duro en tu tierra Jonathan y pagaremos cada segundo de tu amabilidad con nuestro esfuerzo. No pedimos caridad, solo pedimos una oportunidad y te imploro, amigo mío, honestamente te imploro, que nos salves del castigo que Dios ha lanzado sobre nuestros hombros. Yo podré merecerlo, pero estas mujeres y niños necesitan un hogar.

Comprendo si debes hablarlo con tu esposa, Lisie me ha contado un poco de lo sucedido y comprendo si debes rechazarnos, pero te pido que al menos lo pienses una noche y todos estaremos eternamente en deuda contigo.

Tu amigo

-Burke Wilf.

Olivia volvió a doblar la carta y se la extendió de regreso en absoluto silencio, consiguiendo que la preocupación de Jonathan aumentara. Realmente no estaba seguro de que respuesta debía esperar. Ella podía acceder a ayudarlos desde su lado más bondadoso y porque Lisie Walsh, quien era algo parecido a una amiga, se encontraba en apuro. Pero al mismo tiempo, entendía sí ella prefería dejarlos a sus anchas y solos en el mundo, pues invitarlos a su nueva casa era arriesgado. Una forma de que la policía pudiera encontrarlos.

—Es peligroso, Jona.

—Lo sé, por ese motivo lo rechacé la primera vez.

—¿Y tú quieres ayudarlos?

Se alzó de hombros y tomó asiento a su lado.

—Conozco a Thomas y él no es de pedir ayuda una vez, mucho menos dos. El que lo haya hecho, significa que realmente están en apuros y creo que, si los rechazamos, podríamos pronto descubrir que todos han muerto.

—Sí los invitamos a nuestra casa nosotros podríamos morir.

El silencio volvió a ellos y ambos pensaron en sus posibilidades.

No podía darle la espalda a sus amigos y a la familia que había tenido durante largos y peligrosos años, pero tampoco podía poner en peligro a su nueva familia. La encrucijada en la que se encontró le frustró.

—Quieres ayudarlos.

—Podría ir a verlos por unos meses y...

—¿No viste lo que dice? Están mal, Jonathan y si vas tu podrías acabar como ellos.

—Pero no puedo darles la espalda, Olivia. Realmente llevo pensándolo todo el día y no puedo.

—Lo sé —susurró y lo repitió un par de veces para procesarlo—. Supongo que no tenemos opción ¿o sí? Debes invitarlos a nuestra casa.

—Nena... —. Ni siquiera supo que otra cosa decir—. No quiero ponerte en peligro o a los niños.

—Tampoco vas a ignorarlos y Lisie necesita ayuda y yo no puedo ignorarla, no hay otra opción. Diles que vayan a nuestra casa y los veremos a finales del mes cuando volvamos. ¿Son de confiar ¿verdad? —. Asintió sin pensarlo y ella suspiró—. De acuerdo, escríbeles entonces.

Dejó la cama, no sin antes besarla efusivamente y se sentó en el escritorio, junto a la luz de una vela y comenzó a escribir una respuesta.

Olivia realmente esperaba que esa fuera la decisión correcta y no terminara arrepintiéndose por el resto de su vida. Invitaban a un montón de criminales a sus tierras, a sabiendas de que la policía los buscaba en numerosos estados y que varios de ellos tenían posters con dibujos de sus rostros colgados en tabernas, tiendas y comisarías de cada ciudad. Era una idea suicida en muchos aspectos, pero al mismo tiempo era un actuar bondadoso. Jonathan no podía darle la espalda a sus amigos y Olivia no podía darle la espalda a Jonathan.

Esa noche durmió intranquila.

25 de febrero 1861.
Washington D.C

Olivia estaba en una tienda de ropa, acompañando a Jonathan para que se consiguiera un traje para la fiesta del cuatro de marzo. Habían visto una numerosa variedad de opciones para la exasperación de Jonathan y afortunadamente, el sastrero era un hombre sumamente paciente que no se estresaba cada vez que Olivia rechazaba un atuendo. Quería un traje que hiciera sobresalir a Jonathan, no presentarlo como un payaso de circo y podía deberse a su gusto influenciado por la moda del siglo veinte o que la ropa que le ofrecían realmente era desagradable, pero hasta el momento nada le convencía.

—Como no elijas un atuendo rápido terminaré yendo desnudo, Olivia.

—Dudo que la gente lo apruebe, Jona, aunque a mí no me molestaría. Podríamos incluso iniciar una nueva moda —. Él se rio cínicamente ante su sarcasmo y ella le acomodó la corbata del traje y le puso el sombrero para alejarse y verlo—. Uhm...me gusta, pero...

—Nada. Llevaré este, le ha gustado. ¿Usted la escuchó ¿verdad, señor?

—Eh...Yo...Eh...

El hombre intercaló su mirada entre ambos y se retorció los mangas indeciso. No estaba seguro de querer elegir un bando. Olivia bufó y terminó cediendo, después de todo el traje que Jonathan llevaba en esos momentos le quedaba demasiado bien y resaltaba su excelente físico. Una camisa blanca con un chaleco azulado, un moño del mismo color, pantalones elegantes con zapatos y un sacó largo hasta las rodillas y con una colección de bolsillos incontables.

Le dio un breve beso y lo dejó para que volviera a ponerse su ropa y pagara por el traje en lo que ella salía a la calle por un poco de aire fresco.

Últimamente comenzaba a sentir como se sofocaba en espacios cerrados y la habitación comenzaba a darle vueltas fácilmente. Quería echarle la culpa al corsé, pero incluso durante las mañanas en el hotel y mucho antes de vestirse, le venían esos momentos de inestabilidad y fatiga. Podía ser ansiedad, se decía a sí misma y no le extrañaba considerando todo el estrés que había experimentado en el último año.

Un año, casi se cumplía un año desde que había llegado al siglo diecinueve y la cantidad de eventos que había tenido que enfrentar no se comparaban con su vida en el siglo veinte. Todo era tan caótico e inestable en esa época con el mundo cambiando a velocidades vertiginosas. Había vivido en la miseria, en la riqueza y en la clase media. Había enfrentado la muerte, la crueldad, el dolor y la desesperación y ahora era también madre de tres niños y esposa. Tantas cosas que nunca habría imaginado vivir y que nunca habría llegado a experimentar en el siglo veinte y, aun así, encontraba mucho más que le gustaba de esa época. No podía explicarlo, pero sentía un aire familiar en todo lo que la rodeaba y una sensación de pertenencia.

Acomodó su tapado en su pecho para protegerse del frío y ocultó sus manos en las mangas acampanadas para que no se congelaran.

El día estaba despejado, aunque había llovido toda la noche.

Había gente caminando, cientos de carros y caballos poblando las calles y aun así era mucho más tranquilo que el siglo veinte. Las fábricas a la distancia pintaban el cielo con un humo gris, por lo que la luz del sol nunca les llegaba directamente a menos que se alejaran hacia el campo, dudaba que esa gente supiera algo acerca de los riesgos de respirar tanto humo, pero ella no planeaba quedarse por mucho más tiempo así que dudaba le causara un gran daño a su cuerpo.

Miró hacia la tienda por las vidrieras y confirmó que Jonathan ya estaba pagando por su traje.

Extrañaba un poco su independencia, eso no iba a negarlo. Tener su propio dinero, controlar sus días y sus planes, poder decidir por sí sola sobre su futuro y emprender negocios sin la firma de su marido o padre, eran libertades que había tenido y a las cuales no les había dado la importancia que merecían. Cosas que siempre había tenido en su mesa y dadas por sentada pero que, en el pasado, no muchos años atrás, habían sido negadas a millones de mujeres en el mundo. Añoraba su independencia, pero agradecía que Jonathan no la volviera una prisionera en ese matrimonio; él intentaba adaptar todo cuanto podía de la época para hacerla sentir tan cómoda como fuera posible.

Regresó su vista hacia la calle cuando un grito le llegó desde los pasillos entre los edificios. Sonaba como una discusión y no como un grito de ayuda, pero aun así la curiosidad le ganó, por lo que cruzó la calle detrás de un caballo que pasaba y asomó por el pasillo formado entre dos edificios para ver que sucedía.

Discreta y cuidadosa dejó asomar apenas un ojo por el borde de la pared y echó un vistazo.

Había un hombre en traje y con sombrero sujetando el brazo desnudo de una mujer. La mujer sobresalía por su atuendo, no era nada que una dama o señora respetable usaría. El corsé estaba al descubierto por sobre la camisa de algodón con bordados en el cuello y el escote dejaba una generosa porción de sus pechos al desnudo. Se le veían las medias negras en sus piernas, pues la falda de su camisa acababa en las rodillas y llevaba unos zapatos negros con tacón cuadrado. Era innegablemente una trabajadora sexual.

—¡No se lo volveré a repetir, déjeme ir en este instante!

—¿O qué? ¿Qué harás para detenerme? ¿Eh?

El hombre pegó a la mujer contra su cuerpo ante la clara disconformidad en el rostro de ella y sus intentos por apartarse fueron en vano.

—¡Déjeme ir!

—¿Piensas robarme? ¿Es eso lo que harás?

—Debe pagar o irse, señor, no volveré a repetírselo.

La mujer consiguió empujarlo y antes de que Olivia pudiera intervenir, el hombre le propinó una fuerte bofetada en la intimidad de ese pequeño jardín detrás del edificio donde no había nadie.

La mujer cayó al suelo, aterrizando sobre sus nalgas y manos y tocó su mejilla que comenzaba a enrojecer y cuando se cubrió para recibir otro golpe, Olivia gritó horrorizada y emergió de su escondite.

—¡No se atreva a poner otra mano en esa mujer!

—Usted no se meta en esto, señora, esta mujer merece un castigo por sus inmencionables acciones.

—¡No he hecho nada!

—¡Cállate!

La mujer volvió a cubrirse por instinto cuando él hombre levantó una mano en su dirección y permaneció tirada en el suelo, evitando llorar y temblando.

Olivia dio un paso al frente para ayudarla a ponerse de pie.

—No la toque, señora, podría contagiarla de sus desgracias.

Ignoró aquellas estupideces llegándole al oído y miró a la joven mujer.

No debía tener más de veinte años y sus rasgos delataban que provenía de Asia, aunque manejaba el idioma a la perfección.

—¿Estás bien? —. La mujer asintió y se refugió detrás de Olivia—. No vuelva a tocar a esta mujer ¿me ha escuchado?

El hombre se rio con cinismo.

—No permitiré que una mujer me diga que hacer, mucho menos dos prostitutas.

—No soy ninguna prostituta, señor.

—Claramente lo eres si te relacionas con los de su clase —. Le escupió la falda sobresaltándola y el desgrado le torció el gesto—. Deberían sentir asco de ustedes mismas y por robarme haré que te humillen en la plaza el próximo sábado.

Olivia escuchó a la mujer sollozar a su espalda y suplicarle que no lo hiciera. Insistía en que no le había robado que el precio por su trabajo era el pautado.

—¡¿Quién se cree usted para hablarnos de esa forma?! ¡Vergüenza debería sentir usted por ser tan desagradable hombre! —. Esta vez fue ella quien le escupió directamente en la chaqueta—. Ni siquiera hombre debería llamarse, bastardo.

Cuando lo vio apretar los puños y amenazar con golpearla se rio.

—Vamos, pégueme, quiero ver como acaba cuando mi marido se entere.

—Sí, también yo —. La nueva e inesperada voz los interrumpió en medio de la discusión y el hombre se giró sobre sus pies para encontrarse con la presencia de Jonathan, mirándolo desde el pasillo con una mano en su revolver que colgaba de la funda—. Adelante, vuelva a levantarle la mano a mi mujer y veamos quien es más rápido.

El hombre retrocedió un paso cuando Jonathan desenfundo el revolver y le apuntó.

—Debe controlar a su mujer, señ...

—No me diga lo que debo hacer —pidió, aunque estaba claro que no le daba opción a decidir, era una orden.

—¡Está fuera de control! Confraternizando con...esto.

Jonathan dirigió sus ojos hacia la chica detrás de Olivia e inclinó la cabeza para poder verla.

—¿Se encuentra usted bien, señorita? —. La mujer asintió temblorosa—. ¿Este hombre le hizo eso en la mejilla?

La mujer negó, pero Olivia alzó el mentón y asintió.

—Lo he visto golpearla e insultarla innumerables veces.

—¡Miente! Ya tenía ese golpe cuando he venido.

—¿Llama a mi esposa mentirosa? —. Jonathan chasqueó la lengua y cuando comenzó a caminar hacia el hombre, este retrocedió—. Oh, ¿qué pasa, señor? ¿Ya no es tan valiente? Déjeme hablar con usted un momento ¿le parece? Lejos de las señoras, no queremos ensuciarles el vestido con su sangre.

Le puso una mano en la nuca y el revolver contra la cintura para que caminara, lo alejó unos metros, hacia el lado opuesto del jardín y golpeó su mejilla un par de veces.

—Hágame el favor de sacar su arma.

—No debemos hacer esto, señor.

—¿Qué clase de esposo sería si dejo que alguien insulte a mi mujer sin pagar las consecuencias? —. Olivia llamó el nombre de Jonathan por lo bajo, comenzando a alarmarse con lo que sucedía. No esperaba que lo matara, aunque el bastardo lo mereciera—. Todo está bien querida, el señor y yo resolveremos esto como hombres. Por favor, señor, su arma.

Nunca sabrían su nombre y realmente no les importaba. Jonathan guardó su revolver y dejó su mano cerca a la espera, el hombre lo miró aterrado y tembloroso y cuando hizo un brusco movimiento para desenfundar, Jonathan sacó su revolver y disparó en un parpadeo, enviando al hombre al suelo con una bala en el pecho, mucho antes de que consiguiera quitarle la traba a su arma.

Olivia se cubrió el rostro horrorizada y brincó en el lugar ante el disparo, pero por sobre todo, se llenó de horror al ver al hombre comenzar a ahogarse en su propia sangre y extender una mano hacia ellas en busca de ayuda, mientras la vida dejaba sus ojos.

Jian Ng, la mujer que aquel hombre había agredido, corrió hacia el hombre sin vida y lo pateó con fuerza en el estómago.

—¡Púdrete en el infierno, infeliz! —gritó furiosa y con lágrimas en los ojos y se regresó hacia Jonathan para agradecerle—. ¡Gracias, señor, muchísimas gracias! ¡Y a usted, señora, muchas gracias!

Olivia se permitió otro minuto para superar su asombro y parpadeó comenzando a asentir.

—No hace f-falta agradezcas. ¿Cómo te llamas?

—Jian Ng, señora, pero puede decirme Jian.

—Soy Olivia y él es mi marido, Jonathan —. El mencionado inclinó su cabeza y el sombrero en esta a modo de saludo—. ¿Tienes familia o alguien a quién podamos llamar?

—No, señora, pero no debe preocuparse, vivo a solo unas cuadras.

—Déjanos acompañarte entonces.

A Jonathan se le ocurrían una numerosa serie de motivos por los cuales ese plan era una mala idea. No sería bueno para la reputación de Olivia que la vieran con una prostituta y sin duda alguna levantaría murmullos en la ciudad, pero tampoco era algo que pudiera decirle y esperar lo aceptara. Estaba seguro de que ella lo mandaría a la mierda de mencionar algo al respecto y acompañaría a la mujer de todas formas, así que las siguió.

—¿Conocía a ese hombre? —le preguntó a Jian.

—No, señor, era la primera vez que lo veía y se negó a pagar por mi trabajo. Lógicamente me negué a hacer lo que me pedía y entonces se puso agresivo, apenas pude huir de la habitación a tiempo.

—Oh, querida, es horrible que tuvieras que vivir eso.

—He vivido peores, señora. Este trabajo no es lindo ni seguro, pero la paga es sin duda de lo mejor.

—¿Y sí lo es porque no te mudas a otro lugar y comienzas de cero?

—No es tan fácil para mujeres como yo, señora. Una vez mujer caída, siempre mujer caída, además la gente no me aprecia por mi procedencia. Vengo de Inner Mongolia, China.

—¿China? —inquirió Jonathan desorientado.

—En Asia, cariño, muy lejos de aquí.

—Así es, demasiado lejos, señor, se lo aseguro.

—¿Y que la hizo viajar tan lejos entonces? —continuó preguntando él.

—La promesa de una mejor vida, pero ni mucho mejor era. Apenas llegue me atraparon en el sur y me vendieron a una familia de adinerados que no era del todo amigable y cuando logré escapar pensé que no llegaría al norte con vida.

—Pero lo hiciste —celebró Olivia por ella y Jian sonrió.

—Así es, pero el único trabajo que pude encontrar es el que ahora tengo. Aquí es, señora y señor, mi casa.

Olivia se sujetó del brazo de Jonathan al detenerse frente a un edificio de tres pisos, repleto de hombres que entraban y salían y mujeres fumando con poca ropa y enseñando o un seno o quizás dos, a veces las piernas y otras veces escotes pronunciados.

—¿Aquí vives?

—No es mucho, lo sé, pero es mejor que las calles.

—¿Y cuantos años tienes?

—Dieciséis, señora.

Jonathan sintió cuando Olivia le apretó el brazo y al bajar la mirada hacia ella supo exactamente lo que pensaba. Comenzó a negar mucho antes de que ella tirara de él para alejarlo unos metros de Jian y lo enfrentaba para comenzar una conversación que no presagiaba nada bueno.

—Ni lo sueñes.

—Pero es una niña, Jonathan.

—Tiene dieciséis, ya es mujer.

—A los dieciséis debería estar estudiando, no vendiendo su cuerpo a hombres el doble su edad y sufriendo Dios sabe cuántos abusos. Podemos ayudarla.

—Olivia...Sabes que no tengo problema de ayudar a la gente, especialmente mujeres, pero ella...—. Hizo una pequeña pausa y le sujetó los hombros para calmarla—. Sé que no te gustará que lo diga, pero es una prostituta y no es bueno que te vean en su compañía.

—Tonterías, puedo darle uno de mis vestidos y nadie sabrá que era prostituta.

—La gente se conoce en estas zonas.

—No me importa. La chica necesita ayuda y alguien que le enseñe un poco de bondad, por favor, Jona, tú eres un hombre repleto de bondad, me salvaste a mí y a Lisie Walsh.

—Eso fue distinto.

—Por favor, podemos adoptarla.

—¿Adopt...? Oh Dios mío, oficialmente has perdido la cabeza, nena.

—Claro que no, es la idea perfecta para darle a la niña una nueva oportunidad. Por favor, Jona...

La miró a los ojos cuando ella le apoyó ambas manos en el pecho y suplicó y supo que había cometido un error. ¿Cómo miraba a la mujer de sus sueños, su amada, a los ojos y le negaba algo que para ella era importante?

Quiso golpearse a sí mismo por ceder tan fácilmente y bufó.

—De acuerdo, supongo que haremos lo que dices...Está bien.

Olivia lo besó efusivamente y se regresó hacia la chica para darle la noticia.

Jian estaba confundida.

—Puedes venir con nosotros si deseas.

—¿Cómo dice señora?

—Mi marido y yo estamos dispuestos a recibirte como parte de nuestra familia.

Jian miró hacia Olivia aún más desconcertada y luego hacia Jonathan, comenzando a tartamudear.

—¿No lo dice en serio ¿verdad? —. Olivia asintió—. Oh, Dios...creo que voy a vomitar.

Olivia la ayudó a sentarse en un banco cercano y le pasó un brazo por los hombros para consolarlo mientras Jian procesaba la información y lagrimeaba.

—Nunca antes me habían ofrecido esta oportunidad...E-estoy sorprendida. ¿Quieren que trabaje para ustedes?

—No, no, como parte de nuestra familia. Mi marido y yo podemos cuidar de ti, no tenemos mucho pero no tenemos problema compartiendo lo que tenemos y cuidaremos bien de ti así que ya no tendrás que volver a ver a un hombre a cambio de dinero nunca más.

—¿Nunca más? —. Jian se rio por culpa de los nervios y las lágrimas derramaron por sus mejillas—. Debo estar soñando, señora. Nunca pensé que esto me sucedería a mí, de todas las personas en el mundo...

—¿Vendrás con nosotros, querida?

—Sí, por supuesto que sí.

Ni siquiera era algo que quisiera pensar dos veces o comenzaría a cuestionarse. Abandonó el banco, decidida y corrió al apartamento para tomar sus pocas pertenencias. Cuando regresó, Olivia la cubrió con su tapado que se arrastraba por el suelo ante la ausencia de una falda abultada y Jonathan se quitó su chaqueta y se la entregó a Olivia.

—Vayamos al hotel para que puedas darte un baño.

—¿Hotel? ¿No viven aquí?

—Vivimos en Minnesota —respondió y Jonathan caminó detrás de ella—. Tenemos un terreno con nuestra casa y mucho trabajo por hacer.

—No me molesta trabajar, señora, puedo hacer lo que necesite; coser, limpiar, cocinar, incluso puedo trabajar con los hombres si lo necesitan y tengo mis ahorros...

Jonathan le apoyó una mano sobre la suya antes de que ella sacará el dinero del interior de una funda de almohada sucia.

—Guarda eso mientras estemos en las calles y consérvalo para ti. Gástalo en lo que quieras o guárdalo para tu futuro.

Debía tener unos quince mil dólares en esa bolsa o incluso más; todos sabían que las prostitutas eran las personas más ricas de la ciudad.

Llegaron al hotel y Jonathan pagó por un baño para Jian y se quedó en la habitación en lo que Olivia se encerraba en el baño para ayudar a la chica. No sabía que estaba haciendo, permitiendo que una prostituta se le uniera a la familia, pero a esa altura sentía que ya había partido cualquier criterio racional que le quedara. Por Olivia haría y desharía lo que fuera con tan de hacerla feliz como se veía en esos momentos.

Y en un segundo habían cambiado por completo la vida de una muchacha y esa era una sensación que Olivia no podía terminar de describir. 

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