Vidas cruzadas: El ciclo. #1...

By AbbyCon2B

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Olivia Eades es psicóloga y periodista con una vida hecha en el 1970, con su madre y hermano, sin deseos de c... More

NOTA DE LA AUTORA Y MÁS.
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AGRADECIMIENTOS
Cuarto libro de Vidas Cruzadas: El ciclo (Disponible)

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By AbbyCon2B

Fue un dieciséis de diciembre que lo vio marcharse en su caballo con un bolso listo para su viaje y durante los siguientes tres días, esperó en el porche cada tarde para verlo volver. Su ausencia, dejaba un gran vacío en la casa que Olivia ya no podía explicar. No se sentía como cuando él se iba al banco y sabía que volvería para la cena, era angustiante y deprimente y la perseguía todo el día mientras continuaba con sus tareas como si fuera un fantasma lentamente enloqueciéndola. Las cenas eran silenciosas, los desayunos lúgubres, las tardes desesperantes y las noches especialmente frías.

Las noches eran la peor parte, pues era el momento en el que su ausencia se volvía realmente presente en la habitación e incluso en su cuerpo. Extrañaba sus brazos envolviéndola y su calor protegiéndola del cruel frío del invierno.

El diecisiete de diciembre amaneció con nieve cubriendo los campos y toda su huerta. Hizo que los días se sintieran más largos a pesar de durar menos; con el frío y la nieve no había mucho para hacer salvo quedarse en la casa, cocinar y cuidar de los niños. Pasó bastante tiempo intentando familiarizarse con el hilador, siguiendo instrucciones de los libros que le habían regalado en su boda para poder preparar el hilo con el que luego cosería sus ropas. Los niños no iban a la escuela con la nieve, así que los tuvo en la casa haciéndole compañía y al menos llenando el silencio que sentía.

El dieciocho de diciembre esperó por Jonathan toda la tarde sentada junto a la ventana para verlo llegar, pero no sucedió. Tampoco el diecinueve y el veinte en la mañana ya despertó con otro sentimiento y una renovada preocupación.

Comenzó con culpa ante el peor escenario que se podía imaginar, donde Jonathan acababa muerto y ella debía vivir sabiendo que no había hecho lo suficiente para detenerlo y continuó con una corazonada que llevaba acompañándola desde que Jonathan se había marchado. No entendía porque la había ignorado, pero ahora se sentía estúpida. Este sentimiento, le advertía que debía ir con Jonathan y acompañarlo, quizás no sería capaz de protegerlo de asesinos, pero podía salvarlo si el momento se presentaba.

Así que el veinte por la mañana partió hacia la ciudad, siguiendo esta corazonada, sin un plan de respaldo o sin una idea en mente. Cargó el caballo de James Taylor, ese bello Tennessee que le pertenecía, con un bolso donde tenía todo lo que imaginaba podía necesitar en un viaje en invierno; una botella con una bebida caliente, un cuchillo, equipo para cocinar en la intemperie (que incluía una sarten y un plato), una cuerda (pues no sabía cuándo necesitaría atar algo o atarse a algo), una caja de yesca (que en realidad era de Jonathan y tenía todo lo necesario para iniciar un fuego; paño carbonizado, pedernal y metal, yute de cera, pequeños palitos, etc), un saco de dormir de lana (el mismo que había usado al viajar con la pandilla), el rifle que se había traído de la granja de los Taylor y por supuesto su abrigo y una bandana para proteger su rostro del frío. Cargó absolutamente todo lo que alguna vez le había visto usar a Jonathan en sus viajes. 

Decidió que no podía viajar con su vestido, así que partió unas horas más tarde por dedicarse a modificar uno de los pantalones de Jonathan para que le quedara a medida. Tuvo que achicar un poco las cinturas y las piernas, así como cortarle unos centímetros de la tela, pero, aunque no fue un resultado perfecto, le quedó cómodo y con un cinturón de Jonathan resolvió el problema de la cintura floja. Se puso una de las camisas que normalmente usaba debajo del vestido, el corsé (que le resultaba más útil y cómodo de lo que habría imaginado) y por encima uno de los chalecos de Jonathan y una campera de invierno.

Cuando regresó a su caballo, se encontró con los niños mirándola desde el porche.

—Prometiste que no nos dejarías —sollozó Adrian.

—No te dejaré, cielo, volveré ¿de acuerdo? Pero tengo que ir a buscar a Jona ¿comprendes ¿verdad? —. Adrian negó y se limpió las lágrimas—. Vamos, mi amor, ¿no quieres que Jona vuelva?

—Sí quiero.

—Entonces debes dejarme ir solo por unos días ¿sí? Le pediré a Dalia que venga a quedarse con ustedes.

Adrian accedió no muy contento y después de darle un abrazo, la dejó marcharse en su caballo.

Como prometido, Olivia se detuvo en casa de Dalia y llamó a la puerta para hablar brevemente con ella. El primer gran escándalo; fue la ropa que llevaba.

—¡Por el amor de Dios ¿Qué traes puesto?!

—Debo marcharme por unos días, señora Morgan, esperaba usted pudiera cuidar de mis niños mientras no estoy.

—¿Marcharte? ¿De qué tontería hablas, querida? No puedes ir a ningún lado con este clima.

—Debo intentar —. Frotó sus manos entre sí para mantenerlas calientes y miró hacia el paisaje nevado—. Tengo la sensación de que Jonathan podría estar en apuros.

—¿Mi muchacho? ¿Mi Jona? —. Asintió y el labio de Dalia tembló—. ¿Qué clase de apuro?

—De los malos y peligrosos, señora y debo ir a buscarlo.

—No puedes ir sola...

—Por favor no me retrase más, tan solo necesito saber que los niños estarán a salvo.

Asintió sin pensárselo, garantizándole que iría a quedarse con ellos hasta que ella volviera y Olivia le agradeció y regresó a montar en su caballo. Había extrañado usar pantalones, que hacían todo muchísimo más práctico.

—Qué mujer más valiente —susurró Dalia viéndola alejarse en la niebla.

—Más bien estúpida.

Y quizás Wright tenía razón y lo que hacía era estúpido, pero Olivia no podía pensar en eso y dejar que el miedo la detuviera. Tenía ese fuerte sentimiento de aprecio hacia Jonathan y no podía abandonarlo cuando él tantas veces lo había dado todo para protegerla a ella, dejando atrás la vida que le gustaba y enfrentando desgracia tras desgracia, solo por ella.

Cabalgó hasta la ciudad, pero no fue una ruta fácil.

La nieve la retrasaba y su caballo se cansaba más rápido por culpa del frío. No podían avanzar igual de rápido por culpa del colchón en el suelo y en algunas zonas el viento soplaba y ocultaba el camino en una densa nube de frío.

Cuando llegó a la ciudad no vio un alma en las calles, salvo aquellos pobres miserables que no tenían opción. Caminó lentamente en su caballo hasta la central de policías y dejó al Tennessee atado en un poste afuera para poder entrar sola.

—Buenas tarde, señor ¿se encuentra el sheriff?

—En su oficina señ... —. El hombre enmudeció al verla con sus ropas y tragó saliva sin saber cómo actuar—. Señora.

Le agradeció y sin darle importancia a su expresión, cruzó el pasillo y llamó a la puerta.

—¿Señor ¿en qué puedo ayudarle?

Cuando Olivia se quitó el abrigo de su rostro y la boina de su cabeza, el sheriff se puso inmediatamente de pie y organizó su escritorio, murmurando una disculpa.

—Disculpé, señora Morgan, no la reconocí con...el atuendo.

—¿Dónde está mi marido? Tendría que haber regresado hace dos días y sigue sin aparecer.

—Lo sé, lo sé y en serio lamento las complicaciones, pero él y su grupo parecen haber quedado atrapados por la tormenta en una casa en las montañas.

—¿Y no ha enviado a alguien por él?

—¿Con este clima? Sería suicida.

Olivia quiso rodar los ojos y propinarle un golpe, pero se contuvo.

—Deme un mapa marcando la dirección, por favor.

—¿Un mapa para q...?

—Rápido, por favor.

¿Cuál era su plan? Se preguntaba otra vez mientas se guardaba el mapa y regresaba a su caballo. No estaba segura de tener uno y no tenía certeza alguna de que sobreviviría, pero no podía pensar en continuar su día a día sin Jonathan, no explicaba todos esos sentimientos que la recorrían mientras dejaba Minneapolis y se adentraba en la ruta oculta bajo la nieve que había en el campo, pero simplemente no podía continuar sin Jonathan.

El clima era cruel y el frío desmotivador.

Costaba avanzar por el camino en la dirección que apuntaba el mapa, intentando seguir las señalizaciones que los viajeros usaban de referencia. El frío la congelaba y hacía que todo su cuerpo temblara y no culpaba al caballo por apenas poder avanzar. Se mantuvo encorvada sobre sí misma para intentar aislar cuanto frío fuera posible y cada tanto revisó el mapa y guio al caballo en la dirección correcta.

Sus dedos se tornaron rojos por culpa del frío y la nariz se le congeló junto con cualquier humedad en sus ojos. Dio unos sorbos de la botella con café caliente que traía y se mantuvo lejos de los bosques mientras andaba. Lo último que necesitaba era enfrentarse a lobos y acabar despedazada junto a un árbol para quizás nunca ser encontrada.

Cuando la poca claridad del día de invierno comenzó a desaparecer, se detuvo en un lugar seguro y cubierto por una enorme roca que bloqueaba la corriente de aire e intentó armar un fuego. Era un desastre intentando hacer una chispa y que esta cayera correctamente sobre las ramitas humedecidas en cera para que comenzara arder, pero cuando ya el sol se había ocultado y llevaba al menos una hora intentándolo y congelándose, lo consiguió.

Armó la tienda rápidamente y extendió su cama de lana adentro para poder resguardarse del frío y sentarse cerca del fuego. No le provocaba seguridad dormir, así que no lo hizo y se quedó abrasándose a su rifle y mirando el entorno, alerta. Cualquier sonido activaba todas sus alarmas y la hacía sostener el rifle, lista para defenderse. Tampoco dejó que el fuego se apagara durante la noche y a la mañana siguiente, aunque cansada, desmontó el campamento y continuó su camino.

No sabía que tan largo podía ser el viaje y tenía el mapa siempre con ella para asegurarse de que iba en la ruta correcta. La tormenta de nieve solo empeoraba y la hacía ir más lento, lo que mataba su moral y esperanzas.

El hambre comenzó a ganarle también y en su viaje, se vio obligada a detenerse y buscar algo de comer. Había muy pocas plantas comestibles creciendo en medio de la nieve y encontrar animales era casi imposible.

Dejó su caballo atado a un árbol a los pies del bosque y se colgó el rifle al hombro para adentrarse un poco en la naturaleza y rezar por algo de alimento.

La ventaja era que, con la nieve, podía seguir sus huellas de regreso al caballo en cualquier momento y no se perdería, la desventaja era tener su pantalón mojado hasta media pantorrilla y que sus pies se hundieran con cada paso que daba.

Su estómago rugió ruidosamente y se llevó la botella (con el café que había preparado esa mañana) a la boca para entrar en calor. Apartó una rama de su camino y dio cautelosos pasos entre los árboles, mirando a su alrededor y mirando hacia el suelo.

Estaba silencioso en el bosque, solo la brisa agitando la copa de los árboles y muy pocos pájaros haciendo ruido. En invierno los animales migraban o invernaban.

Al menos sabía que las probabilidades de encontrarse con un oso eran bajas; todos estos estarían invernando en esas fechas.

Se detuvo cuando vio unas huellas en la nieve y flexionó sus piernas para agacharse a pesar de que se mojaran sus rodillas y las miró de cerca. Jonathan le había dicho una vez, cuando apenas se habían conocido, que los ciervos tenían huellas que se asemejaban a la forma de las orejas de conejo y esas frente a ella y que avanzaban colina abajo por el bosque, definitivamente tenían dicha forma.

Siguió el rastro, agradeciendo la presencia de la nieve, pues hacía la tarea mucho más fácil y cuando llegó al final opuesto del bosque, donde había un descampado, se detuvo al ver un ciervo a la distancia.

Nunca antes había podido matar uno, era algo que le dolía hacer, ver al animal a los ojos y aun así apretar el gatillo siempre le había parecido algo inhumano. Esa tarde comprendió que era necesario. Era su única forma de sobrevivir y como la naturaleza estaba destinada a funcionar; el gran ciclo alimentación y ella moría de hambre.

Levantó su rifle y apuntó, recordando todas las cosas que Jonathan alguna vez le había recordado. Respiró y al vaciar sus pulmones, apretó el gatillo. El eco del disparo resonó en todo el bosque y el llanto del animal al caer herido llegó hasta ella.

Corrió como pudo en su dirección, luchando para avanzar más rápido en el colchón de nieve y desenfundó su cuchillo para poder darle una muerte rápida. Jonathan le había enseñado que lo mejor era apuntar por el corazón y eso hizo.

Luego lo arrastró como pudo de regreso al caballo, sin fuerzas para poder levantarlo y montó un campamento para poder pelar al animal y cocinar cuanta carne fuera posible. Debía guardar todo lo necesario para los siguientes días y no quería desperdiciar.

Se sintió bien poder comer aquella tarde y consiguió dormir unas horas en la noche a pesar de sus miedos.

Después de tres crueles días de viajar en plena tormenta de nieve, congelándose, con muy pocos momentos de calma donde el viento se apaciguaba, comenzó a subir la montaña que aparecía en el mapa. Nunca antes le había tenido más afecto a un caballo como a ese Tennessee que a pesar del cansancio la llevaba por el empinado camino sin rendirse. Sabía que sí el Tennessee se rendía, acabaría muerta en horas.

Cuando ya estaba a una altura coherente en la montaña, pudo ver a la distancia como el sol se ocultaba y frente al paisaje, una cabaña de madera cuya chimenea escupía humo. El alivió recorrió todo su cuerpo congelado cuando reconoció el Shire de Jonathan atado a unos postes debajo del resguardo de un pequeño techo, junto a otros cinco caballos.

Ató a su Tennessee allí, le dio una de las manzanas que traía en el bolso únicamente para alimentarlo a él y se colgó tanto el rifle como su equipo al hombro, para poder ir hacia la casa.

El frío era más cruel allí arriba.

Entró en la casa empujando la puerta de madera y se detuvo cuando cinco revolverse se dirigieron hacia su rostro. Alzó las manos, intentando no hacer movimientos bruscos y lentamente comenzó a dirigir una hacia el pañuelo que cubría su rostro.

—¡Es una mujer! —prácticamente lloró uno de los hombres—. Oh, Dios...No creí que volvería a ver a una mujer en esta vida.

—¿Quién viene con usted, señora?

—Nadie —respondió con tono firme—. He venido a buscar a mi marido, tengo motivos para creer que él viaja con ustedes.

Los cinco hombres se miraron entre ellos y alzaron los hombros.

—¿Tu esposa, Leslie?

—No, Xavier, no es mi esposa. ¿Tuya, Vinny?

—Ojalá, pero mi esposa es más fea. ¿Woodie?

—Nah, no estoy casado. ¿Qué tal De...?

—Jonathan Morgan —intervino Olivia y los hombres se golpearon mentalmente.

—Por supuesto, él est...

Vinny Jeanes fue apartado bruscamente del camino cuando Jonathan apareció detrás de ellos y se enfrentó a Olivia. Su expresión de confusión, asombro y alivió, fue palpable en su rostro. No pudo reaccionar con palabras en un primer instante, aunque Olivia creyó haberlo escuchado susurrar su nombre. Corrió hacia él, desbordada por las lágrimas de alivio y agotamiento al haberlo encontrado y sujetó su rostro con fuerza para besarlo.

Los cinco hombres presentes, se acercaron para verlos besarse sin pena alguna.

—¿Qué haces aquí?

—He venido a buscarte, supe que algo debía estar mal cuando no volviste a casa. ¿Estás herido? —. Apoyó una mano sobre la venda en su brazo y estudió el resto de su cuerpo—. ¿Qué sucedió?

—¿Viniste sola? —inquirió, ignorando sus preguntas.

—Así es, he viajado por tres días para llegar hasta aquí.

Los cinco hombres ahogaron un jadeo de asombro.

—Nunca he visto a una mujer hacer algo semejante —susurró Leslie.

—Debería estar furioso contigo —dijo Jonathan y le acarició las mejillas—. Pero la felicidad de verte es mucho más fuerte.

Volvió a besarla y ella se aferró a él y respondió con la misma pasión.

—Temía tanto no llegar a tiempo. ¿Qué fue lo que les sucedió?

—La tormenta nos atrapó cuando regresábamos a la ciudad, señora —explicó Xavier.

—¿Atraparon a los Mackenna?

Los seis asintieron.

—Jona nos ha guiado exitosamente hacia ellos y los hemos matado a todos y cada uno.

—Esos idiotas ni siquiera nos vieron llegar. 

No sabía si debía sentirse mal por alegrarse, pero no se detuvo a pensarlo.

—Eso es bueno, la tormenta parece estar disipándose, he visto el sol más brillante mientras subía la montaña.

—No puedo creerme que has venido hasta aquí sola, por mí.

—Viajaría la misma distancia o incluso el doble por ti, Jona —. Lo ayudó a sentarse en una silla junto al fuego y desenvolvió la herida en su brazo—. ¿Qué te sucedió aquí?

—Una bala me rozó, pero ya estoy bien.

La sangre a Olivia seguía provocándole nauseas, pero se contuvo e inspeccionó el corte para asegurarse de que no se estaba infectando. Afortunadamente tenía una cascara hecha y estaba limpia, pero por seguridad arrancó un trozo de su camisa, lo metió en el agua que los hombres hervían en el fuego y una vez se enfrío la tela, limpió la herida. 

—¿Han comido?

—No mucho, señora.

—Bueno, es su día de suerte, he cazado un ciervo en mi camino y aun guardo un poco de la carne.

Los hombres se emocionaron y rodearon la mesa mientras ella buscaba en su bolso, excepto por Jonathan, que se quedó sentado en la silla detrás de ella y la observó. Era extraño verla con un pantalón y camisa; ropa que según él era típica de hombre, pero acentuaba sus caderas y le gustaba.

Estiró un brazo para acariciar su espalda baja y descendió por sus glúteos.

—Viniste hasta aquí sola e incluso cazaste un ciervo...No hay palabras que puedan expresar la admiración que siento en estos momentos.

Ella sonrió y sostuvo un trozo de carne frente a sus labios.

—Tú me enseñaste todo lo que he usado para llegar hasta aquí, Jona.

—Eso no te hace menos extraordinaria.

Aye, Jona tiene razón, nunca he visto a una mujer viajar con una tormenta de nieve y sobrevivir. Aunque esa ropa le queda graciosa, señora.

Ellos se rieron, a excepción de Jonathan, que estaba demasiado perdido mirándola con esa expresión de admiración en su rostro y después, ella les preparó el café que traía para que entraran en calor y Jonathan no se despegó de su lado.

La casa era pequeña y no sabían a quien habría pertenecido. Tenía tres habitaciones; una donde se encontraba la cocina/comedor y donde ellos estaban junto a la estufa y otras dos con camas. Una con una cama matrimonial, y otra con cuatro cuchetas.

Cuando la noche llegó poco después de comer, cuatro de los hombres fueron a dormir a aquella habitación y el quinto se acostó junto a la estufa, quejándose del frío y de que quería dormir cerca del calor.

Jonathan dejó su taza de café vacía sobre la mesa y apoyó una mano en la espalda baja de Olivia para llevarla hacia el cuarto restante.

—Nos has salvado la vida, cariño —. Susurró él, abrazándola una vez se encerraron en el dormitorio—. Habríamos muerto de hambre si no hubieras llegado.

—Tenía un sentimiento que me decía debía venir y me arrepiento de no haberlo escuchado antes.

Le acarició el rostro y peinó su cabello castaño que escapaba de la trenza, para que no cubriera su rostro.

Frunció el ceño y se acercó a sus labios.

—Mi admiración por ti crece cada día más —susurró sin alejarse de su boca—. Y mi amor por ti es cada vez más fuerte.

—Jona...

—Te amo, Olivia...Sé que lo hago porque en estos días, cuando pensé que moriría, no podía pensar en otra cosa o en otra persona, salvo en ti. Me mantenías fuerte y me dabas esperanza, incluso aunque no estabas aquí —. Sus ojos se aguaron de escucharlo y subió sus manos hacia su cabello—. Me haces fuerte y más valiente, aunque también me haces ridículamente débil y vulnerable. Pero me gusta, amarte me gusta.

—Jona...

—Nunca me dejes ¿de acuerdo? Por favor, nunca me dejes.

La besó y ella se aferró a él y respondió de la misma forma, abrumada por la pasión y consumida por el afecto. Él la alzó en sus brazos y aunque deseaba hacerle el amor, tan solo la acostó en la cama y se dedicó a besarla.

—Tócame, Jona.

—No estoy limpio, cariño...

—No me importa —susurró y le acarició la mejilla—. Te he extrañado demasiado y te necesito.

—Y yo a ti, nena, no imaginas cuánto.

La besó por milésima vez y acarició sus muslos por sobre el pantalón y sus glúteos. Su cadera se alzó en su búsqueda y sus pelvis se frotaron provocando un calor en su entrepierna que se extendió por todo su cuerpo. Le bajó el pantalón lo suficiente para poder hacer lo mismo con el suyo y adentrarse en su interior y cuando ella gimió, la besó para que ambos se mantuvieran en silencio.

Desafortunadamente, la cama no fue igual de silenciosa.

—Vaya reencuentro.

—¿Estás celoso, Leslie?

—Ni por asomo, esa mujer es muy delgada ¿no la vieron?

Los hombres se rieron por un momento y luego se quedaron en silencio, escuchando la cama crujir en la habitación de al lado por otros minutos, hasta que el silenció reinó en la casa y todos se durmieron.

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Aye proviene del escoces y significa sí. 

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