Ojos de Agua y manos de Fuego

De NessyCoppola

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Primero que nada y creo que probablemente ya lo sepas: el Agua NO habla. Y no lo sé por ser como tú ni como l... Mais

Palabras previas
Yo, hija de Mar
Capítulo 1: los cuatro elementos
Capítulo 2: Lo que soy
Capítulo 3: La decisión de uno
Capítulo 4: ¿Nuevo hogar?
Capítulo 5: dormir para despertar
Capítulo 6: Mi hermano Tierra
Capítulo 7: la primera semana
Capítulo 8: El baile de Agua
Capítulo 9: Piezas de un gran rompecabezas
Capítulo 10: tres de cuatro
Capítulo 11: después de la oscuridad
Capítulo 12: la explosión
Capítulo 13: El reencuentro
Capítulo 14: Mar y las semillas
Capítulo 15: Otra explosión
Capítulo 16: inestabilidad
Yo soy humano
Capítulo 17: Interno, externo, interno, externo...
Capítulo 18: Aizea
Capítulo 18: extraños conocidos
Capítulo 19: dolor
Capítulo 19: enojo y tristeza
Capítulo 19: Sanación
Capítulo 20: El león de ojos sonrientes
Capítulo 20: La confusión de Aire
Capítulo 21: La otra cara de la moneda
Capítulo 21: Indicios
Capítulo 22: La desaparición
Capítulo 22: Los hombres de negro
Capítulo 23: El cuarto milagro
Capítulo 24: Agua de mi propio pantano
Capítulo 24: Sin necesidad de...
Yo, hija de la Nada
Capítulo 26: Roaya
Capítulo 26: Confesiones
Capítulo 26: Agua, Fuego, Tierra y... Aire
Capítulo 27: La esfera de luz
Capítulo 27: ¡Los opuestos se atraen!
Capítulo 27: Decisiones sin sentido
Capítulo 28: Oportunidades
Capítulo 28: Presagios del desastre
Capítulo 29: Mar de lágrimas
Capítulo 29: El padre Sol
Capítulo 30: No digas más
Capítulo 30: La tempestad y la calma
Capítulo 31: La caída
Yo, hija del rey
Capítulo 32: Los siopes
Capítulo 32: Ejercicios para descargar la frustración
Capítulo 32: Desconfiar
Capítulo 33: Muy tarde para el respaldo
Capítulo 33: Los ocho grupos
Capítulo 33: Nuestros hermanos
Capítulo 33: Felicidad
Capítulo 34: Los besos son especiales
Capítulo 34: Buscando al enemigo
Capítulo 34: La fiesta
Capítulo 35: Despedidas inconclusas
Capítulo 35: La cuarta generación
Capítulo 35: Visita inesperada
Capítulo 36: Llorar
Capítulo 36: Consejero novato y un infiltrado
Capítulo 36: Si tan solo supiera nadar
Capítulo 37: Las plumas de los patos
Capítulo 37: Bajo condiciones
Capítulo 38: Mar
Capítulo 38: Las ilusiones
Capítulo 38: Recuerdos helados
Capítulo 39: La gota que colmó el vaso
Capítulo 39: El encuentro con Gaiam
Capítulo 40: Dos mundos
Capítulo 40: Ojos de Agua y manos de Fuego
Siguente libro

Capítulo 25: Maldito Fuego

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De NessyCoppola

—Quédate aquí —le pidió Aydan al pequeño detrás de mí cuando notó mis intenciones.

Me incorporé y me dispuse a generar Agua que terminara con las Llamas, pero Aydan me detuvo rápidamente abrazándome por atrás.

—¡Suéltame! —sollocé— ¡Suéltame! ¡Todavía puedo!

Pero mientras más forcejeaba, su agarre se volvía más fuerte hasta que comencé a sentir que el Aire me faltaba.

Instintivamente dejé que mi cuerpo se convirtiera en Agua para escapar de sus brazos, pero su movimiento fue más abusado y el calor que comenzaba a generar su cuerpo no me permitió dejar mi figura humana.

—Helena... —me susurró suavemente al oído— Ya no hay nada que podamos hacer, es muy tarde para salvarlos... Llegamos tarde.

Sus palabras resonaron como eco en mi cabeza.

Una vez más me dejé caer de rodillas, pero su abrazo amortiguó el golpe contra el suelo.

—No puede ser... —sollocé todavía en shock tratando de evitar encontrarme con las Llamas que lamían los maderos de las casas y levantaban una columna de humo que oscurecía el cielo.

La Tierra a mis pies se volvió acuosa. La única razón por la que mi figura humana permanecía era porque el cuerpo de Aydan emanaba un suave y abrazador calor que no me soltaba.

Entonces, rendida, me di la vuelta escondiendo mi rostro en su regazo, mientras mi mente trataba de convencerme de que todo aquello era un mal sueño, de que todos esos sueños, todas esas vidas, no se habían perdido para siempre.

Sentí cómo su cuerpo entero se tensaba, pero finalmente me rodeó en un abrazo protector que terminó por calmar mis sollozos.

Cuando recuperé la capacidad para hablar, levanté la vista y me encontré con su mirada:

—Déjame apagar el Fuego —supliqué—, prometo ser discreta...

Su vista momentáneamente se volvió hacia las tres patrullas que se habían estacionado del lado de la carretera. Después me escrutó seriamente con la mirada.

Aquel análisis de la situación duró no más que un par de segundos, hasta que finalmente sus brazos cedieron.

Sonreí sin que la felicidad me llegara a los ojos y dejé que mi cuerpo se convirtiera en Agua, hasta que todo él fue absorbido por la Tierra.

Me conecté con las raíces en el suelo, con los pasadizos subterráneos, con el calor ancestral del centro de la Tierra y concentré mi energía en un solo punto, hasta que esta salió disparada hacia el cielo convertida en una Ola gigante que se abalanzó sobre las Llamas como un depredador hacia su presa.

En mis distintas perspectivas pude ver detalladamente los maderos quemados, el suelo, las cenizas... y los cuerpos. Dejé que mi Agua rociara todo hasta llegar al extremo más cercano a la carretera.

El Fuego por fin se había extinto dejando en su lugar una densa nube de humo. Mi Agua fue absorbida por la Tierra mientras algunos de mis charcos se refractaban bajo el padre Sol en un bello arco iris.

Quedé tendida en el suelo frente a una casa.

Respiré hondo, sintiendo a mi elemento desbordarse por todo mi cuerpo como si mi piel llorara.

Entonces me incorporé y me acerqué a la entrada a un ritmo paulatino. El techo se estaba desmoronado y las paredes estaban tan negras como el azabache.

No supe bien lo que buscaba hasta que lo encontré.

Un rostro irreconocible, quemado hasta los huesos, se confundía con el negro de los escombros. Parecía que dormitaba, pero al acercarme lo suficiente, pude identificar las cuencas de los ojos vacías, que parecían mirar con la misma súplica con la que en algún momento los de su madre hicieron.

El dolor hizo sangrar mi corazón, el Aire se puso pesado.

El hermano mayor de Itsmani yacía silenciosamente entre los brazos de la eterna muerte... Al menos había terminado su vida en su lecho.

Respiré entrecortadamente sin quitarle la vista de encima.

¿Quién estaba ocasionando estas muertes y por qué? Me sentía tan impotente, ¡se habían perdido tantas vidas tan inocentes! ¿Qué buscaban? ¿Placer? ¿Venganza?

Salí de casa de Itsmani. El Aire cada vez era más aplastante... el hilo de mis pensamientos así lo quería y por más que buscaba un lado bueno, no encontraba nada. Todo terminaba aquí. Esas esperanzas de sacarlos adelante, de darles algo... aplastadas bajo sonrientes cenizas del maldito Fuego.

Me volví hacia el árbol y noté que ya teníamos algo en común. La marca negra me palpitó en la mano como si tuviera vida.

Caminé entre escombros, vidas y sueños destruidos hasta llegar frente al cumplidor de deseos. Su herida negra constituía ahora la mitad de su ser.

Me daba miedo tocarlo... no sabía lo que me deparaba.

Cuando por fin me armé de valor, rocé la corteza con mis dedos hasta que mi palma completa hizo presión.

Silencio.

Esperé...

Más silencio.

El árbol estaba muerto y todos sus milagros con él. El pequeño Carlos, que ya había aprendido a decir Fuego... Lilli que había sido mi asistente del árbol de deseos... Morgana que me había hecho cantar por primera vez... Los hermanos de Itsmani... ¡Itsmani! Había perdido a toda su familia en un mismo día.

Para ese momento las lágrimas continuaban saliendo a borbotones, no encontraba dónde apoyarme, sentía que perdería mi figura en cualquier momento; sin embargo, ya no tenía fuerzas para luchar, o al menos ya no quería. Todas aquellas sensaciones eran demasiado abrumadoras y aplastantes.

Escuché unas pisadas detrás de mí, pero no quise volverme, en cambio, mantuve la cabeza gacha abrazando al árbol.

—Lo siento tanto —dijo Aydan detrás de mí.

—Maldito Fuego —se escapó de mis labios. Me sorprendió el odio que venía impregnado en mis propias palabras.

—No te culpo —repuso él con una frialdad escalofriante en su voz.

Me volví y al encontrarme con sus ojos me arrepentí de haber pronunciado esas palabras, era obvio que, aunque no lo mostrara, a él le dolía todo esto más que a mí.

Entonces Itsmani corrió a mis brazos llorando amargamente. Escondió su cabecita en mi regazo.

Acaricié sus cabellos en automático y lo estreché con suavidad incapaz siquiera de calmar mis propios sollozos. Sin embargo, su confianza y la necesidad de protegerlo que comenzó a nacer en mi interior me permitieron estabilizar mi elemento.

Aydan y yo éramos todo lo que le quedaba. No podía abandonarme a mi tristeza y dejarlo... y aunque me costaba trabajo entender por qué, tampoco me sentía capaz de dejar a Aydan. Su silencio demostraba que su interior era una batalla desoladora.

En ese momento me quedó claro que él también había desarrollado sentimientos por aquella comunidad.

La llegada de los bomberos tomó un largo rato. Para aquel momento Itsmani se había quedado dormido en los brazos de Aydan después de haber desahogado sus penas en los míos.

—Lamento mis palabras, Aydan. No era mi intención —murmuré apenada al incorporarme de mi lugar.

Él suspiró. Al observar su semblante serio un escalofrío recorrió mi espalda.

Entonces sonrió con petulancia.

—Tus palabras eran ciertas, ¿de qué te disculpas? —dijo finalmente.

Dudé antes de acercarme a él, pararme de puntitas y posar mis labios en su mejilla izquierda. El Agua de mis labios se evaporó un poco al entrar en contacto con su cálida piel, pero no era nada que no pudiera arreglarse.

Cuando me alejé de él le sonreí tratando de reanimarlo:

—Yo sé que tú no mataste a la madre de Itsmani y mucho menos mataste a estas personas. El Fuego puede ser maldito, pero otras veces es luz como tu padre.

Por un momento vi confusión en su mirada, pero no duró mucho.

—Tendremos que buscar otro lugar en donde vivir y más ahora con un niño a nuestro cuidado —dijo finalmente.

Asentí con la cabeza antes de comenzar a caminar hacia la carretera. Él se unió a mi paso en silencio.

Noté entonces de reojo que una figura se acercaba a nosotros.

—Señorita —dijo a modo de saludo.

¿Quería hablar conmigo?

Aydan y yo nos detuvimos, y nos volvimos hacia él. Frente a nosotros había un hombre vestido con una gabardina desgastada por los años que definitivamente no concordaba con el clima.

—¿Sí? —repuse dudosa.

—Me temo que tiene que atestiguar lo sucedido, ya que es una de los únicos tres sobrevivientes... —se volvió hacia Aydan que continuaba con Itsmani en brazos— y usted también.

"De los únicos tres sobrevivientes" me repetí una y otra vez intentando asimilarlo.

Aydan, sin dificultad alguna, se incorporó sin perturbar a Itsmani y caminó hacia nosotros.

—¿Atestiguar? ¿Atestiguar qué? —soltó Aydan escrutando al hombre de pies a cabeza sin un ápice de simpatía.

—Decirme, por ejemplo, quién inició el incendio. Estoy seguro de que usted conoce esa información —repuso el oficial sonriendo con una perversidad que me puso los pelos de punta... ¿Qué podía saber Aydan de todo esto si había estado conmigo enterrando el cuerpo de la madre de Itsmani?—. Les advierto que si no vienen conmigo los consideraré dentro de la lista de culpables.

Aydan maldijo en voz baja. Con un movimiento de cabeza me indicó que siguiéramos al hombre y así lo hicimos. Caminamos hacia donde estaban las tres patrullas.

El silencio que se propagó en el ambiente era pesado, pero entendí que era el silencio de los muertos; aquel silencio que ni siquiera los vivos querían perturbar. Incluso los sonidos de la selva brillaban por su ausencia.

El humo blanco, el olor a quemado y los escombros de repente se convirtieron en cómplices y nueva vestimenta de los muertos. Dibujaban el paisaje con una belleza escalofriante y desoladora, ¿quién enterraría todos los cuerpos? ¿estarían por fin descansando en paz de toda su miseria?

Desvié la mirada hacia el frente tratando de aguantar el nudo en mi garganta, cuando mis ojos se encontraron con unos castaños que eran demasiado conocidos para ignorarlos.

Mis rodillas temblaron...

—Imposible... —murmuré más para mí misma.

Aydan frunció el ceño sin pasar por alto mi apenas audible exclamación.

Ian se dirigía corriendo hacia nosotros.

Sonreí sintiendo un gran alivio dentro de mí. Alivio que no había sentido desde hacía varias semanas.

—¡Ian! —grité eufórica corriendo también a su encuentro.

Él sonrió de oreja a oreja con un extraño, pero agradable brillo en su expresión. Extendió sus brazos y me abrazó tan pronto como quedamos frente a frente. Me aferré a él como monito asustado y cerré los ojos segura de que la pesadilla por fin comenzaba a tener matices de sueño.

—Aquí estás, aquí estás... —decía una y otra vez con un hilo de voz— ¡Estás viva!

No sé cuánto tiempo pasó, pero me hubiera gustado que aquel abrazo nunca acabara. Había extrañado ese cariño tan propio de Ian.

Cuando por fin nos soltamos, me volví hacia Aydan, feliz de poder presentarle al humano que me había acogido cuando por primera vez tuve voz y cuerpo.

—Aydan, te presento a Ian —dije lentamente—, él fue el humano que me ayudó a mi llegada.

—¿Aydan? —preguntó Ian mirándolo con desconfianza.

La expresión de Aydan tampoco ayudaba mucho, sus ojos rojos lo miraban con una frialdad que no auguraba nada bueno.

Algo me decía que esos dos no simpatizaban en lo absoluto.

Finalmente fue Ian quien rompió el incómodo silencio:

—Hay alguien que quiere verte.

Me tomó de la mano y me jaló hacia una de las patrullas. Hizo una seña con su mano hacia alguien que mi vista no alcanzaba a ver en el interior de la patrulla.

Fue Sorem quien salió del monstruo metálico con una media sonrisa en el rostro.

Le correspondí con una radiante y esperé de igual manera a que estuviera frente a mí para colgarme de su cuello.

Él me rodeó suavemente.

—Sabía que nos volveríamos a encontrar, Helena —dijo con su habitual monotonía que a pesar de todo no le quitó emoción al instante.

— Aydan... —me volví hacia él esperanzada, tal vez con Sorem sería distinto— Él es nuestro hermano de Tierra Sorem.

Los dos se inclinaron levemente en señal de respeto. Itsmani se removió en los brazos de Aydan como protesta.

—Un gusto, hermano —dijo Sorem.

Aydan sonrió.

—El gusto es mío.

¡Me alegré interiormente de lo que mis ojos veían! Definitivamente esto me estaba ayudando a distraerme de la tragedia.

—Hele, vamos a casa —dijo Ian— Creo que hay mucho de qué platicar... —hizo especial énfasis en mi mano negra— ¡demasiado!

Estuve a punto de contestarle, cuando Aydan se plantó frente a mí con ademán protector. Sentí el calor de su cuerpo explotando como un volcán.

—¿Hele? Se llama Helena —gruñó—, y ¿Qué casa? ¿Cuál casa?

Tomé a Aydan por el brazo tratando de tranquilizarlo, pero él se sacudió de mi agarre.

—Aydan... —murmuré— Ian y Mara nos van a cuidar bien.

Él se volvió hacia mí con la furia arremolinándose en sus ojos de Fuego, pero no pudo decir nada.

—Insisto en su testimonio. No se pueden ir de aquí sin el testimonio —dijo el hombre de la gabardina, interrumpiendo la escena.

—Oficial... nosotros llegamos después que ustedes. Sólo pasábamos por aquí cuando vimos el desastre y quisimos ayudar —lo interrumpió Aydan con una cordialidad fingida—. Ustedes vieron más que nosotros. No hay nada que atestiguar.

Todos guardamos silencio por un momento.

—Me parece que usted está muy equivocado en la concepción de las leyes en este país. Son presuntos culpables hasta que demuestren lo contrario, así que le conviene relatar su versión de los hechos.

No tuvimos más remedio que caminar detrás del oficial. Aydan no me dedicó ni una sola mirada, sino que caminó al frente con el resto pisándole los talones.

Ian se colocó a mi lado. Levanté la cabeza para ver su rostro y le sonreí levemente, regresando la vista al suelo.

—¿Cómo estás? —preguntó en un susurro.

— No lo sé, Ian. Aquí descubrí muchas cosas sobre mí misma —inhalé profundamente—. Estábamos comenzando a sacar adelante a las personas de la comunidad. No sé qué pasó. No sé quién haría tal atrocidad...

Él suspiró.

—Creo que sé quiénes fueron.

Lo miré sorprendida, sin fijarme en la piedra que en ese momento se cruzó por mi camino.

Mi pie se atoró y mi cuerpo se inclinó hacia delante. Mi rostro hubiera dado contra el suelo si no hubiera sido porque Ian me sostuvo riendo suavemente.

—No has cambiado tanto.

—¿Qué insinúas? —protesté sintiendo su cálida mano rozar mi cintura.

Él no dijo nada y miró hacia delante cuando me soltó. No pudo decir más, porque justo en ese momento nos reunimos con los demás oficiales.

Me coloqué junto a Aydan y noté un calor exorbitante que reinaba en el ambiente, como un pesado manto que parecía querer aplastar al ambiente con su temperatura, ¿era Aydan?

Me volví hacia él y me encontré con un Aydan que irónicamente tenía una expresión fría en su rostro.

Itsmani se levantó sudando.

—Hace mucho calor... —se quejó con voz ronca.

Extendí mis brazos.

—Ven, yo te refresco...

—¡No se te ocurra! —me interrumpió apretando a Itsmani contra su regazo. El pequeño abrió los ojos sobresaltado— Yo puedo —continuó Aydan con una fiereza característica de él.

—¿Qué sucede? —intervino Ian observando preocupado cómo el niño se removía incómodo en los brazos de Aydan, quien le lanzó una mirada asesina a Ian y no dijo nada.

—Señorita... —me volví hacia el hombre de la gabardina algo confundida— ¿Podría decirme su nombre?

—Helena.

El hombre sonrió con perversidad y extendió su mano hacia mí.

Retrocedí dos pasos. Demasiadas cosas pasaban al mismo tiempo y ese hombre en particular no me despertaba la más mínima confianza.

Lo miré expectante.

—Mucho gusto. Soy el oficial Hawkings, detective. Yo haré la investigación de su caso, entonces es menester que todos nos acompañen a la comisaría. Hay varias preguntas que deben resolver.

Fruncí el ceño, ¿por qué extendía su mano hacia mí? Entonces la bajó sin perder la sonrisa.

—Oficial. Le pido que nos regrese a la casa —dijo Ian detrás de él.

El oficial endureció su mirada sin perderme de vista. Mi labio inferior tembló por el miedo. Me fijé en su postura tan gallarda como la de Ian, pero la gran diferencia era que uno se veía elegante y el otro, con su altanería, parecía querer darse a respetar. A mí me causaba un horror profundo aquel hombre; un horror que no me podía explicar.

—Primero tienen que hablar ustedes sobre el asunto ocurrido aquí. Es de suma importancia saber cada detalle para encontrar al culpable.

"Fuerte ante cualquiera" pensé antes de abrir la boca para hablar.

—Insisto en que nosotros llegamos después que ustedes. Así que ustedes vieron más que nosotros —repuso Aydan notablemente molesto antes de que yo pudiera pronunciar un "hola" siquiera.

Los dos hombres se desafiaron con la mirada, pero se vieron interrumpidos por una protesta:

—¡Hace calor!

Itsmani se removió inquieto en los brazos de Aydan.

—Pásame al niño...

—¡No! —gruñó Aydan.

¡Ya iba a empezar!

—¡Aydan! Lo vas a lastimar —insistí.

Él negó con la cabeza.

—Yo le sugiero que haga lo que le dice la señorita —repuso el oficial con una diversión en su expresión que me pareció repugnante—, porque con usted tenemos que hablar sobre secuestro.

¿Secuestro? ¿Qué era eso? Itsmani comenzó a llorar... ¿Qué más daba saberlo si Itsmani lloraba?

—¡Aydan!— grité mostrándole mi mano marcada.

Y en el momento que sus ojos se posaron sobre ella, su mirada se suavizó y dejó que Itsmani se parara sobre sus pies y pudiera correr hacia mí. Lo abracé sin perder de vista a Aydan que inclinó la cabeza levemente hacia mí, como si me agradeciera silenciosamente.

Le sostuve la mirada por varios segundos hasta que encaró al oficial Hawkings.

—Estamos de acuerdo, oficial, que si la hubiera secuestrado, obviamente yo no estaría aquí parado como estúpido para traerla de vuelta, ¿verdad?

Me sorprendía que desde que lo había conocido, con las personas con las que había hablado Aydan, ninguna le simpatizara más que Itsmani. Era tan antipático que cuando vi cómo el oficial palidecía de rabia, no lo culpé. Lo que no le reprochaba a Aydan era que prácticamente le había dicho estúpido al policía en su cara.

—Me han tocado casos que ni usted mismo se creería, así que ahórrese sus comentarios. Es necesario que todos —miró significativamente a Ian y Sorem— vayamos a la comisaría.

No sabía por qué, pero tenía el presentimiento de que aquello iba para largo.

Caminé hacia Ian tomando a Itsmani de la mano.

—¿No hay manera de que lo mandemos con Mara?

Itsmani no podía ser parte de esto.

Ian asintió con la cabeza.

—Cuando lleguemos allá yo me encargó de eso.

Otro peso menos de encima... no me perdonaría que le pasara algo a Itsmani... Por un momento me pregunté cómo se lo tomaría Mara cuando viera a un niño en la casa.

Los oficiales se metieron a sus patrullas y Sorem caminó con ellos. Sentí la mirada de Ian y la de Aydan posadas sobre mí cuando me volví hacia mi sueño caído y lo observé por última vez, despidiéndome de él.

Observé los restos de las casas de madera y palma y le di especial atención al árbol caído, que a pesar de ya no tener vida, sus hojas parecían corales que brillaban con la luz del padre Sol.

Inhalé profundamente, impregnándome del aire salado y la calidez que emanaba, y esperé un momento más, registrando cada detalle y transformándolo en mi mente en lo que era antes. Tal vez era mejor guardar lo más hermoso de aquel lugar.

Cerré con llave el espacio que contenía todas esas memorias tan preciadas y sonreí para mí misma. Aquí había crecido mi espíritu aparentemente indomable; yo lo veía en mí misma y le agradecía a este lugar y a la gente que alguna vez lo habitó. Inclusive le agradecí a Mar, porque ella me había regalado el árbol y nos había instado a conocerlos más a fondo.

Me atreví a imaginarme aquel lugar en el futuro y mi sonrisa interior se ensanchó con las chocitas y los niños en los huesos jugueteando entre ellas mientras sus padres los miraban sin mirarlos. Mar haría algo por ellos.

"Lamento no haber podido hacer más" pensé apretando la manita de Itsmani, que habló por mí:

—Adiós.

Quedé aún maravillada por su increíble inteligencia. Él lo comprendía mejor que yo. Nosotros pasábamos de página definitivamente sin pluma ni maldito Fuego que la quemara, a merced tal vez de unos dados que definirían su contenido. Unos dados con los probablemente siempre jugaba la madre Naturaleza.

Los humanos hablaban de escribir su propio destino, pero yo no consideraba que Itsmani hubiera tenido la oportunidad de hacerlo de aquella manera; más bien, el destino se me figuraba como una decisión de alguien que se burlaba de nosotros. Itsmani había perdido a toda su familia en un día y exactamente por las mismas causas. Que alguien me sacara de mi error al pensar que el pequeño no había sido autor de las catástrofes.

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