DE VUELTA AL JUEGO
|Sara Stone|
Me encontraba inquieta moviéndome de un lugar a otro en mi espacio de trabajo. Me mordía las uñas con nerviosismo y no podía dejar de pensar cosas indebidas. Llevaban más de tres horas encerrados y aunque todo lo que se escuchaba eran risas y más risas, quise entrar e irrumpir en su oficina.
No pude más, así que cómo emergencia llamé a la señorita Amelia.
—:¿Marta?
—: Si, Marta — confirmé — Alta, rubia y con cuerpo de supermodelo francesa. Usted dígame qué hacer y yo lo hago sin duda alguna.
—: Sara, cálmate — rio a través de la línea. ¿Qué era lo divertido? — Ella es una antigua compañera de la universidad de Leo y Esteban, y ex de este último.
¿Ex de Esteban? ¿De verdad?
—:Ah...
—:No tienes qué preocuparte por ella, no es una amenaza. Tu solo dedícate en localizar a la zorra que te pedí, ¿de acuerdo?
—:Si.
No importaba lo que ella dijese, no me sentía tranquila del todo y no podía quedarme sin hacer algo al respecto. Era momento de volver a las antiguas andadas.
Llamé a su puerta y él me hizo pasar después del tercer toquido. Los miré charlando y tomados de la mano, que aunque estuvieran separados por su escritorio bien podía sentir la tensión sexual en el aire. ¿Qué no era una amenaza? Si ella viera el como la tal Marta lo miraba, claro que lo pondría en duda.
— ¿Qué se le ofrece, señorita Stone? — preguntó.
Automáticamente su sonrisa desapareció al verme y su tono dulce de voz que antes usaba con ella, se volvió frío y amargo conmigo.
—Necesito que me firme estos recibos.
—Eso lo puede hacer el gerente del banco — respondió mientras me fulminaba con la mirada. — ¿No fue a verlo?
—Claro que fui, pero el señor seguro estaba en el baño porque no se encontraba en su lugar de trabajo como debía ser, señor. Así que le pido amablemente que me firme estos recibos. — dije — Si no hubiera ido, no estaría aquí con usted ahora mismo. Ya va, que si no soy mensa. Espero usted lo comprenda.
—No tienes que alegar tanto... — murmuró por lo bajo y tomó los recibos para firmarlos uno por uno. Eran como 20, así que sirvió para quitarles tiempo. —Listo, ahora vuelve a tu puesto de trabajo.
—¿Quieren café? —pregunté amablemente.
—No.
—Usted parece que no, pero ella — la miré sonriente y levanté las cejas para convencerla de que aceptara uno.
—Claro. — accedió gustosa y yo sonreí más ampliamente por mi victoria. — Tráele uno a Leo también, por favor.
—¡Enseguida los traigo!
Se podría decir que rompí récord a la hora de llevarles el café, pues no podía dejarlos demasiado tiempo juntos. Eso sí que no.
—¡Aquí está su café!
Le entregué el suyo a ella con sumo cuidado y rodeé el escritorio hasta él.
—¿No va a levantarse? — pregunté.
—No creo seas tan... ¡Ah! ¡Joder!
—¡Oh, cómo lo siento! — fingí arrepentimiento cuando por "accidente" derramé el café sobre él.
Je je je.
—¡Sara!
Marta se levantó preocupada de su asiento y se acercó a él para ayudarlo; algo que por supuesto yo no permití. La tranquilicé y le pedí que se alejara, que yo me encargaría de todo. Saqué un pequeño pañuelo del bolsillo de mi falda e intenté secarlo, pero él me sostuvo la mano en el aire.
—Yo me encargo — musitó mirándome furioso y por más que lo intenté, no pude evitar borrar la sonrisa de mi rostro.
—Bien. — respondí victoriosa.
Se levantó molesto en dirección al baño y le avisó a Marta que no tardaría demasiado.
Yo me quedé mirando curiosa su oficina para evitar forzar una conversación con ella y fue apenas cuando me di cuenta que el estante que se encontraba junto a la puerta había sido cambiado de lugar.
—Así que te llamas Sara — rompió el incómodo silencio que nos abrasaba.
—¿Te habló sobre mi? — pregunté emocionada.
—Bueno, el gritó tu nombre cuando le derramaste el café encima.
—Oh, claro...
—¿Llevas mucho trabajando aquí?
—Cómo cinco meses para ser más exacta.
Ella asintió y el silencio volvió a hacer presencia. Debía pensar en otra manera de no perderlos de vista, pero que podría ser lo suficientemente bueno como para que no me echase de aquí...
¡Bingo!
Salí de su oficina y corrí directo a mi escritorio para poner a actualizar el ordenador de manera voluntaria. Nada se perdería, solo el equipo mejoraría. Volví a llamar a su puerta y para eso el ya estaba de regreso.
—¿Y ahora qué? — murmuró fastidiado.
—Necesito usar su ordenador, señor.
—¿Qué? — me miró desconcertado — ¿Para qué?
—El mío se está actualizando y llevará su tiempo. Necesito tener los documentos listos para esta noche y no terminaré a causa de ello.
—No necesita tener los documentos en una U...
—¡Aquí están! — alcé la memoria USB entre los dedos y él soltó un ligero suspiro para después cederme su lugar de muy mala gana.
Me puse a trabajar o solo fingía hacerlo mientras escuchaba todo lo que murmuraban. Todo estaba relacionado con sus días de estudiantes y las tonterías que en ocasiones él y Esteban llegaban a cometer. Me pareció cómico cuando Leonardo tuvo que salir desnudo por medio campus únicamente con una caja que cubría la parte inferior de su cuerpo para pagar una apuesta que había perdido contra Esteban.
No pude evitar reír por lo alto.
—Señorita Stone...
—Si — respondí entre risas — ¿Qué pasa, señor?
—Parece que ya termino.
—No que va. Esto es demasiado para terminarlo en un día...
Me miró con una ceja levantada y supe que había perdido la razón de mi propósito.
—Tiene media hora más — sentenció con ligereza —Los demás empleados ya se marcharon.
¿Qué? Miré la hora y estaban por dar las siete de la noche. No me podía creer que llevasen tantas horas hablando y peor aún es el hecho que yo tampoco tuviera noción del tiempo. Ella era tan interesante y divertida.
Salimos de su oficina los tres juntos y pude percibir que su intención era llevarla directo a casa. Eso era algo que yo no iba a permitir, así que era hora de aplicar el plan c.
—¡Ay! — solté un quejido mientras me sostenía el estómago.
—¿Sara, estás bien? — se acercó hasta mi preocupado.
—No — negué con la cabeza —, siento una punzada en el estómago.
—Te llevaré al doc...
—¡Sara! — gritó Esteban que venía de frente y no pude evitar maldecir por dentro al verlo aparecer — ¿Qué pasa?
—Tiene dolores de estómago — le informó Leonardo que para ese entonces ya se había alejado de mi.
—¿Puedes caminar? — me preguntó el recién llegado.
—Si, ya se me esta pasando. No te preocupes.
Me tomó del brazo y me sostuvo con fuerza, pero se detuvo en seco cuando se encontró con la mirada de Marta. Entonces recordé que ellos dos habían tenido algo en el pasado.
—Hola, Esteban. — lo saludó con una tímida sonrisa.
—Hola, Marta — respondió secamente. — Ha pasado un tiempo.
El ambiente se puso tenso de repente y yo solo quería salir corriendo de aquel lugar tan incómodo. ¿Qué había pasado entre ellos tres exactamente?
—Llevaré a Sara a casa. — dijo Esteban.
—Claro, la dejo en tus manos. — respondió Leonardo sin decir nada más, y eso, me partió el corazón.
¿Así de fácil me dejaría ir? ¿Acaso no le importaba siquiera un poco?
—¿Nos vamos? — le dijo Marta. Él asintió y se marchó con ella sin mirarme por última vez.
Así que ya no valía nada para él, nada en absoluto.