Vidas cruzadas: El ciclo. #1...

By AbbyCon2B

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Olivia Eades es psicóloga y periodista con una vida hecha en el 1970, con su madre y hermano, sin deseos de c... More

NOTA DE LA AUTORA Y MÁS.
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AGRADECIMIENTOS
Cuarto libro de Vidas Cruzadas: El ciclo (Disponible)

18

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By AbbyCon2B

14 de agosto 1860.
Louisville, Kentucky.

Apenas lo habían logrado, pero tenían ocho dólares para pagar la renta.

Jonathan contó las monedas y pagó dos dólares por el mantenimiento de los caballos en el establo, le dio a Olivia once dólares que tenían restante para comprar algo para comer el resto de la semana y guardó ocho para la renta. No les sobraba ni un centésimo. Y realmente todo lo que Olivia podía comprar con once dólares; era arroz y pescado salado y ni siquiera suficiente pescado para los cinco, por lo que ella y Jonathan almorzaron tan solo arroz blanco.

Sin trabajo y pasando el día en la casa, se estresaban más rápido de lo normal y si no se encontraban bufando ante el polvo que parecía cubrir todos los rincones, sin duda terminaban bufando ante el calor o el hambre. Matar el tiempo cuando no tenían nada que hacer era difícil. Jonathan pudo encontrar una rápida solución, yendo a buscar por trabajo, pero Olivia (que ya sabía no la contratarían en ningún lado) tuvo que quedarse en la casa con los niños y lamentarse todo lo que había sucedido hasta ese momento.

¿Qué opciones tenían? Seguía preguntándose.

Jonathan no consiguió trabajo, aunque buscó y su última opción era la mina (a la cual Olivia se negaba) y la última opción de Olivia eran las fábricas o la prostitución (para lo cual Jonathan también se negaba). Estaban sin salida.

—Quizás yo podría preguntar en la fábrica.

—¿Con que lógica? Si tu no quieres que yo trabaje ahí, menos querré yo que tu lo hagas. Sería como que me ponga a buscar trabajo en la mina.

Sirvió la cena y comenzaron a comer.

Al menos los niños estaban descansados de haber dormido casi todo el día y los acompañaban esa noche para comer.

—Entonces puedo ofrecerme para manejar el correo...Aunque tendré que hacer viajes largos y estarás sola... —. Rechazo la idea por sí solo al imaginar lo peligroso que podía ser dejar a Olivia en la ciudad—. Así que solo me queda la mina o las fábricas.

—Y a mí las fábricas o...

—No —interrumpió con sus labios apretados en una delgada línea—. Ya he dicho que no quiero consideres ese camino.

—¿Crees que yo quiero considerarlo? Me aterra siquiera pensarlo, pero se gana mucho dinero.

—Y también perderás tu reputación y terminaras enfermándote —. Miró hacia los niños, quienes comían en silencio y se acarició la sien—. Quizás es momento de que nos vayamos.

—¿Irnos? ¿A dónde exactamente?

Había estado evitando aquel momento durante dos meses y para hacerlo había trabajado duro y ahorrado cuánto dinero fuera posible, pero ¿con que propósito? Los niños comían siempre un plato de carne y huevo o arroz y pescado, los zapatos de Luke estaban tan gastados que caminaba sobre una delgada suela casi como si estuviera descalzo y el pantalón de Eli se había roto tantas veces, que ya estaba casi completamente hecho de parches que Olivia le había cosido para arreglarlo. Y Olivia...Ella estaba delgada, sucia, angustiada y estresada, usaba siempre el mismo vestido por lo que no podía lavarlo y trabajaba demasiado duro. Todos merecían un descanso y Jonathan podía dárselos si dejaba su orgullo a un lado.

—Mi familia vive al norte, en Minnesota...Es un viaje largo y será complicado, pero dudo que nos vaya peor que aquí.

—¿Tu familia?

—Sí, mi padre es dueño de una propiedad y su casa es tan grande que habrá espacio para todos nosotros. Tendrán ropa, comida...Incluso hasta podrías mandar a los niños a la escuela.

La idea hizo que Olivia jadeara y se desplomara en la silla como gelatina.

De repente se sentía mareada y emocionada, aunque también confundida y asustada. Lo que Jonathan mencionaba parecía excelente y el camino hacia una mejor vida, pero por un lado Olivia se congelaba ante la idea de conocer a los padres de Jonathan y por el otro, temía acabar peor de lo que estaban en esos momentos. Además, sabía gracias a los fragmentos que Jonathan había registrado en su diario, que su relación con su padre no era la mejor.

—¿Por qué no lo mencionaste antes? Podríamos habernos ahorrado estos dos meses de estrés.

—Mi relación con mi padre no está en buenos términos. ¿Recuerdas que te conté sobre la boda forzosa que él había organizado para mis dieciocho? —. Asintió—. Que me marchara, a él no le hizo pizca de gracia y volver para pedir ayuda, es algo humillante.

—Entonces no iremos.

—¿Qué?

Se terminó el arroz en su plato y abandonó el banco para recoger los platos de los niños y despejar la mesa. Solo faltaba que Jonathan terminara de comer.

—Si no quieres ir a pedir ayuda a tu padre, no lo haremos.

La idea era prometedora y podía cambiarlo todo para ellos, pero habría sido egoísta de su parte poner a Jonathan en la presión de pedir ayuda a costa de su orgullo cuando él había dejado atrás la pandilla sin obligación alguna para ayudarla a cuidar de los niños e instalarse. Él había trabajado duro y sin descanso durante dos meses, había doblegado su delicado temperamento y había agachado la cabeza como no lo hacía desde hacía cinco años, arrastrarlo a una situación que lo humillaría, no formaba parte de los planes de Olivia.

—Encontraremos un trabajo.

—No hay lugar para nosotros en la ciudad.

—Entonces busquemos en el campo.

Tomó los ocho dólares que Jonathan había contado para pagar la renta y abrió la puerta al escuchar la campana que anunciaba la llegada del cobrador. Era un hombre que circulaba por las casas alumbrándose con una lampara de alcohol y sosteniendo un tarro donde debían poner el dinero.

—Buenas noches, señor.

—Buenas noche, señora Morgan. Vengo a colectar la renta, son diez dólares.

Jonathan abandonó su lugar en la mesa y se acercó a Olivia por la espalda.

—¿Cómo dice?

—Diez solares, señor.

—Pero la renta es de ocho.

—Eso fue durante los primeros dos meses, a partir de hoy la renta es de diez dólares —. El hombre se dio cuenta sin mucho esfuerzo que ellos no alcanzarían a pagar—. Se debe al aumento del valor de la tierra con el reciente descubrimiento de oro en la mina.

—Pero no tenemos diez dólares y no tenemos trabajo tampoco.

El hombre se quitó la boina por respeto y apretó los labios con pena.

—Me temo que si no pueden pagar la renta estoy obligado a pedirles que se marchen.

—¿Ahora?

—Son las reglas del propietario de la casa.

—Pero es de noche y tenemos tres niños. Por favor, nos iremos en la mañana —suplicó Olivia.

El hombre no pudo dar su brazo a torcer y mientras Olivia suplicaba, Jonathan se resignaba a sacar a los niños de la casa y recoger sus pocas pertenencias para marcharse.

—¿No podríamos pagarle los otros dos dólares en la próxima semana?

—De ser por mí no tendría problema, señora, pero yo no hago las reglas.

Olivia miró hacia Jonathan cuando este le puso una mano en la espalda para que saliera de la casa y trastabilló todavía desorientada. Abrazó a los niños y Jonathan le entregó la llave de la casa al hombre que lo único que hacía era disculparse

Jonathan alzó a Adrian en sus brazos y llevó a Luke de la mano para recorrer las oscuras calles de la ciudad.

—Vamos, Olivia.

Si no hubiera sido por Eli quien chinchaba de su vestido para que se moviera, se habría quedado toda la noche viendo la puerta cerrada de su casa y conteniendo sus lágrimas. Terminó alzando a Eli en brazos y trotó para alcanzar a Jonathan. Él no le respondió ninguna de sus preguntas de confusión o miedo, tampoco le dio indicaciones sobre lo que harían. Estaba mudo y estaba furioso.

Cuando llegaron al establo por sus caballos, despertó al propietario (un señor mayor y humilde) y se disculpó por la hora antes de pedir que le devolviera los animales.

—¿Los han echado? —. Jonathan asintió y subió a Eli y Luke en un caballo y a Adrian en el otro con Olivia—. Lamento escuchar eso, señor, si le sirve de algo, en el asilo de pobres están aceptando nuevas personas.

—¿Puede señalarme en la dirección correcta?

—Por supuesto. En la frontera del lado de Indiana, cerca de New Washington. Es una casa grande así que no hay forma de perderse.

Les tocaba cabalgar toda la noche y Olivia todavía estaba afectada por todas las emociones que sentía como para reaccionar, por lo que Jonathan caminó llevando las riendas de ambos caballos en la oscuridad.

—¿No tenemos casa? —preguntó Adrian acostándose contra el pecho de Olivia.

—De momento no, cielo, lo siento.

—No pasa nada —susurró y se abrazó a su cintura—. Sé que tu cuidarás de nosotros, siempre lo haces.

Sus palabras la conmovieron y empujaron esas lágrimas estancadas para que se deslizaran por sus mejillas. Lo acunó contra su pecho durante el viaje a caballo para que pudiera dormir y sollozó en silencio, encontrando la mirada de Jonathan sobre ella cada algunos pasos. ¿Por qué debía ser tan difícil? Se preguntaban ambos, ¿por qué la gente con poder tenía que aplastarlos una y otra vez? Estaban acorralados y no podían progresar, incluso aunque lo intentaran con todas sus fuerzas y sacrificaran todo en el camino, el capitalismo y la ambición de otros, no los dejaba progresar.

—¿Quieres montar un rato con Adrian? Llevas caminando muchas horas.

—Estoy bien —. Se detuvo para acercarse a ella y le acomodó la falda del vestido para que no le incomodara—. ¿Cómo está el niño?

—Dormido. ¿Iremos al asilo de pobres?

—Podemos ir con mi familia si quieres.

Negó y miró hacia la oscura noche ante ellos y el largo camino que les esperaba.

—El asilo está bien.

—Nos harán trabajar días enteros y no nos darán de comer si no cumplimos con nuestras tareas correctamente.

—Lo imaginaba.

El resto del camino lo hicieron durante la noche y alerta a los peligros que asechaban en las sombras. Jonathan volvía a llevar su pistola colgando de una funda en su cinturón y Olivia tenía el rifle en la silla del caballo, solo en caso de que llegaran a necesitarlo.

Llegaron con el sol ardiendo sobre sus cabezas, alrededor del mediodía y los cinco morían de hambre y especialmente Olivia y Jonathan estaban con sueños, por no haber pegado un ojo en toda la noche. El asilo de pobres era dirigido por personas adineradas como se esperaba, y se trataba de una enorme mansión con cientos de pasillos y paredes de piedra, donde la gente vivía bajo estrictas reglas de conducta. Había cuatro grandes patios y otras treinta grandes habitaciones para compartir con al menos unas cien personas por dormitorio.

Cuando llegaron, Jonathan llamó a la enorme puerta de madera en los muros que rodeaban la propiedad y se regresó para bajar a los niños del caballo y ayuda a Olivia a hacer lo mismo.

Les abrió un hombre de traje con expresión de malhumorado, que debía tener unos largos cincuenta años y llevaba un bastón solo para intimidar con su presencia y que lo escucharan llegar por el pasillo. También había una señora de cincuenta años, elegante y amargada, que los miraba como si fueran un montón de garrapatas y a su lado otra mujer, aproximadamente de la misma edad y más humilde, pero igual de intimidante.

—¿Cuántos son? —preguntó el hombre sin saludos o introducciones.

—Cinco, señor —respondió Jonathan—. Tres niños, una mujer y yo.

—Pasen. Tu, muchacho, lleva los caballos de esta familia al establo.

Olivia se apartó del camino de un joven de no más quince años, que pasó junto a ellos corriendo, abandonando su tarea actual y agarró las riendas de los caballos para guiarlos.

Se quedó pegada a Jonathan y abrazó a los niños contra la falda de su vestido.

El lugar era intimidante, como un castillo embrujado sacado de una novela de terror y los que lo dirigían parecían endemoniados por el diablo mismo. Sus ojos se veían vacíos y desalmados, como si no tuvieran empatía alguna por aquellas personas que llegaban a sus puertas rogando por ayuda.

Cuando el portón de madera se cerró ruidosamente a sus espaldas, brincó en el lugar y apretó a los niños aún más contra su falda. Ellos se abrazaron a ella con el mismo terror.

—Hombres, mujeres y niños trabajan en distintas secciones durante el día, reciben dos comidas; el desayuno y la cena y una muda de ropa cada uno para usar al trabajar. Pueden bañarse una vez a la semana y cada tarea es recompensada con el alimento que luego tendrán en su mesa. ¿He sido claro?

—Sí, señor —respondió Olivia con Jonathan y los niños susurraron.

—Hombre, tu vienes conmigo, mujer tu sigues a la señora Fisher y los niños irán con la señora Emerson.

—¿C-cómo? ¿Los niños no estarán conmigo?

—No, ellos tienen su propia sección y se le otorgará una visita a la semana.

Olivia miró hacia Jonathan, aferrándose a los niños con más fuerza que nunca. Comenzó a negar suplicante pues sabía que no podría soportar estar separada de ellos sin saber en qué condiciones se encontraban, además de que no confiaba en esas personas para cuidar propiamente de ellos. Comenzó a llorar cuando la señora Emerson, la mujer elegante e intimidante, sujeto a Adrian y Luke del brazo y cinchó de ellos para llevárselos.

—No, no, por favor...Ellos pueden quedarse conmigo.

—Los niños irán a su sección.

—Por favor, se lo ruego... ¡No, no! Por favor...

Adrian se dejó ir al suelo de rodillas gritando y pataleando para que no lo alejara de Olivia y Olivia se fue de rodillas como él, implorando para que no se lo quitaran. Sujetó la mano de Luke con fuerza para que la señora Emerson no consiguiera alejarlo y Luke se agarró a ella con la misma fuerza. Eli ni siquiera se despegó de su cintura y la abrazó llorando en su pecho.

—¡No quiero ir, no quiero ir! —gritó Adrian y pataleó en el aire.

—Por favor, son mis niños, por favor...Se lo ruego, señor, deje que se queden conmigo.

El hombre la miró desde lo alto con arrogancia y en su rostro no se vio una sola sombra de piedad.

No imaginaba como podían hacer tanto daño en el proceso de hacer el bien, como podían separar a todas esas mujeres que trabajaban en ese lugar de sus hijos y no sentir dolor alguno al verlas llorar y suplicar por sus niños. Ella no podía despegarse de Luke y Eli y mucho menos de Adrian. Podrían no ser sus hijos biológicos, pero había pasado por tantas cosas intentando protegerlos y alimentarlos, que los veía como si fueran su propia sangre y estaba dispuesta a cualquier cosa para salvarlos. Se lo había prometido a Madison y quería mantener su palabra.

—Nos vamos —intervino Jonathan.

Y Olivia se desplomó del alivio y abrazó a Adrian y Luke cuando la señora Emerson los dejó ir. Besós sus mejillas humedecidas y acarició sus pequeños rostros, intentando calmarles la angustia.

—Todo está bien, estoy aquí. Todo va a estar bien ¿sí? Vamos, salgamos de aquí.

Ni siquiera espero a que Jonathan se lo repitiera, tomó a los niños de la mano y los guio hacia la salida y de regreso a los caballos que les devolvieron.

Quería poner tanta distancia entre esa casa y ella como fuera posible y no dejaría, por nada en el mundo, que les quitaran a sus niños.

Desde ese día en particular, se juro a sí misma que sería su madre y nadie la alejaría de ellos.

—Lo siento, de verdad lo siento, pero no podía dejar que me separaran de ellos.

—Hiciste lo que debías hacer —aseguró Jonathan sin cuestionar sus decisiones—. Ahora yo haré lo que yo debo hacer.

No quiso saber a qué se refería, aunque podía hacerse una idea y por el resto del día, continuaron viajando sin alimentos o abrigo. Olivia pudo proteger a Adrian del sol extendiendo su delantal sobre su cabeza, pero le pesaba ver a Luke y Eli sedientos y débiles en el lomo del enorme Shire de Jonathan.

Los niños no merecían vivir todo lo que había sucedido en los últimos cinco meses; los largos viajes para trasladarse en busca de una mejora los agotaba e incluso ella, con largos veintisiete años acaba débil y desmotivada. Era fácil y rápido perder la fe cuando estaban expuestos a los riesgos de la naturaleza y sin recursos.

El viaje a Minnesota (en las mejores circunstancias) podía tomarles un mes, pero esas circunstancias rara vez o nunca se daban, así que podían empezar a mentalizarse para pasar otros largos dos meses en la naturaleza y enfrentar los mismos desafíos; alimento, resguardo y seguridad, mezclado con cansancio físico y emocional.

Una vez en Minnesota, nada les garantizaba que el padre de Jonathan los aceptaría en su casa y aunque lo hiciera, Olivia estaba segura de que Jonathan no sería feliz con eso. Sabía que él guardaba cierto resentimiento hacia ese hombre por haberlo privado de su libertad y por haberlo acorralado entre una vida en el mundo salvaje o una vida como esclavo de un matrimonio que no deseaba y Olivia no lo culpaba.

Jonathan no recordaba el nombre de la mujer con la que lo habían intentado unir cuando tenía dieciocho, solo recordaba que ella tenía dieciséis años y una gran fortuna que pertenecía a su padre. El único motivo para unirlos, era la economía de ambas familias y procrear. Jonathan se había negado a convertirse en una réplica de su padre haciendo miserable a aquella pobre chica de dieciséis años y a los hijos que luego tuvieran. Por aquel entonces, con dieciocho, no se había considerado lo suficientemente maduro para enfrentar un matrimonio y mucho menos para cuidar de una mujer, así que había decidido dejar su casa durante una fría noche, con su hermana menor llorando y suplicando de pie junto al caballo que no la abandonara. Desde entonces, se había enfrentado a la muerte varias veces y había cuidado de numerosas personas dentro del grupo, había hecho barbaridades que lo habían alejado de Dios y luego se había quedado con Olivia y trabajado de sol a sol para mantener a los niños. Aun no quería casarse, pero sentía que su mentalidad había cambiado lo suficiente como para poder tomar una decisión al respecto ante su padre.

De todas formas, enfrentarse a su padre no era de las primeras preocupaciones en la mente de Jonathan, su primer gran problema era llegar a Minnesota. Necesitaban un carro para resguardar a los niños del sol y el frío, pero eso costaba de entre seiscientos a mil dólares (lo cual claramente no tenían) y si hacían todo el camino a caballo corrían un mayor riesgo de morir o demorar al menos seis meses. Por lo tanto, la primera preocupación de Jonathan era encontrar una forma segura de viajar y por primera vez, le imploró a Dios por algo de ayuda.

Encontraron, cerca de Indianápolis y después de dos días de viajar sin descanso y sin comida, una familia de ocho niños y un matrimonio que tenía rumbo hacia Minnesota, con cinco caballos, doce ovejas y tres vacas, más dos grandes carros donde llevaban sus pertenencias y a los niños más pequeños.

Jonathan llamó al hombre a cargo de la familia y se acercó con sigilo para no alarmarlo o asustarlo.

—Disculpe, señor. Mi nombre es Jonathan Morgan, estos son mis niños y mi esposa, Olivia.

—Un gusto conocerlo, señor Morgan. Mi nombre es Trace Seward.

—¿Podría preguntarle a donde se dirige, señor Seward?

—Minnesota, señor Morgan, las cosas no se ven bien en la ciudad y los precios se están alzando.

—Lo he notado, a nosotros nos han echado de la casa.

La esposa de Trace se llevó una mano al corazón horrorizada.

—¿Los han echado con tres niños? Oh, Dios, pobres criaturas.

—Ellos no han comido nada en tres días, tampoco mi esposa y no tenemos medios para viajar hasta Minnesota...Si no es molestia...

—Lo siento, señor Morgan, pero estamos llenos.

La mujer miró a su marido y luego a Olivia y los niños que la abrazaban. Suspiró, tomó la mano de su esposo para alejarlo de Jonathan hacia un lugar aparte y resguardados por el carro para que no lo vieran, dio su pensar.

—Tienen niños, cariños.

—También nosotros, Lisha.

—Ay, pero por favor, ¿Qué daño podría hacer un solo hombre con tres niños y su esposa? Además ¿no has escuchado? Los niños no han comido en tres días y nosotros tenemos abundante comida y vamos en la misma dirección.

—Lisha... —gruñó con cierto malhumor comenzando a palpitar en la vena de su sien—. Estamos llenos.

—Tenemos espacio para tres niños en el carro y ellos usaran sus propios caballos. Por favor, Trace, imagina que fuera al revés ¿no te gustaría que nos mostraran algo de bondad en este mundo tan lleno de odio?

Bajó los ojos hacia ella mostrando una de esas expresiones de malestar que ponía cuando concluía que su esposa tenía razón y finalmente regresaron a Jonathan, quien los esperaba con Olivia y los niños y le ofreció una mano para estrechar.

—Pueden viajar con nosotros hasta Minnesota, mi mujer les dará algo de comer antes de partir.

—Muchas gracias, señor, estoy en deuda con usted.

Olivia también les agradeció a ambos y siguió a Lisha hacia el carro para alimentar a los niños. No pudo dejar de agradecerle durante el día y de ofrecerse para ayudar con cualquier tarea, incluyendo cuidar de sus ocho niños.

Les esperaba un largo viaje hasta la casa de los padres de Jonathan y no sería un viaje fácil y rápido en tren como los que Olivia solía hacer en el futuro, sería largo, agresivo y peligroso, pero estaban juntos y estaban a salvo y eso era todo lo que importaba. 

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