Vidas cruzadas: El ciclo. #1...

By AbbyCon2B

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Olivia Eades es psicóloga y periodista con una vida hecha en el 1970, con su madre y hermano, sin deseos de c... More

NOTA DE LA AUTORA Y MÁS.
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AGRADECIMIENTOS
Cuarto libro de Vidas Cruzadas: El ciclo (Disponible)

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By AbbyCon2B

07 de junio 1860.
Louisville, Kentucky.

Había tres grandes desafíos para enfrentar viviendo en la ciudad con una economía ajustada o inexistente: 1) Conseguir alimento era más costoso y difícil de lo que imaginaba y Olivia rápidamente lo descubrió circulando por algunas tiendas e intentando organizar una cena con los veinte dólares que Jonathan le había dado. Veintidós dólares costaban la libra de cerdo fresco y como eso, había muchos otros alimentos que eran importantes para una dieta balanceada los cuales no podían permitirse. Con veinte dólares pudo comprar una libra de carne fresca para asar, cinco huevos, unos frijoles y la harina más barata cuyos granos no estaban del todo refinados. En total sumaban veinte dólares con catorce, lo cual tuvo que completar con parte del dinero que había tomado de la granja de James.

2) Conseguir trabajo era casi imposible. Visitó algunas tiendas para ofrecerse como vendedora o incluso para limpiar y organizar los productos, pero si el hombre a cargo no se escandalizaba ante la idea, simplemente la rechazaban cortésmente y acaba de regreso en el punto inicial. Su último intento fue en una tienda de productos de belleza para mujeres, donde, aunque no consiguió trabajo, logró hacerse de cierta información que le puso la piel de gallina.

—Es un escándalo y muchos exitosos empresarios lo están comentando—dijo un hombre cotilleando con el dueño del negocio—. No sé qué serán de estas elecciones, señor Dick.

—Dios nos ampare a todos y esperemos que las predicciones de Madame Louise sean erradas.

—¿Cuándo se ha equivocado esa mujer?

Olivia se acercó al mostrador, intrigada por la conversación que parecía tenerlos al borde de una crisis y cuando ambos notaron su presencia, se enderezaron y el vendedor sonrío para atenderla.

—¿En qué puedo ayudarle, señora?

—Me temo que no he podido evitar oír lo que hablaban... ¿Elecciones dicen?

—Para elegir el nuevo presidente de las Naciones Unidas en noviembre de este año, señora —. El amigo del señor Dick tomó el periódico que leían y se lo entregó—. Puede verlo usted misma, si le interesa.

Tomó el periódico y lo desdobló en la página titular donde el nombre de Abraham Lincoln aparecía con grandes letras de tinta negra bajo el cargo de representante de los republicanos como partido político. Se postulaba para presidente y proponía algo que escandalizaba a todo el sur de América: la abolición de la esclavitud.

—¿Abolición de la esclavitud? —leyó en voz alta.

—¿Escandaloso ¿verdad? Justo le comentaba a mi amigo, el señor Dick que muchos dueños de plantaciones de algodón se están negando rotundamente a la idea.

—¿Por qué?

Los hombres contuvieron su risa.

—Pues porque sus campos funcionan a base de esclavos, por supuesto. Liberar a esos...hombres, sería el igual a darle rienda suelta al salvajismo. ¿Qué sigue? ¿Tomar el té con los indios?

Dick y su amigo se rieron como si hubiera algo humorístico en sus palabras y Olivia ocultó su desagrado. Estaban en el sur de los Estados Unidos, lo que en un año pasaría a llamarse los Estados Confederados de América cuando la guerra estallara y en el sur nadie (o muy poca gente) había apoyado a Lincoln. Eran estados esclavistas.

—Tengo entendido que en algunos estados ni siquiera están mencionando a Lincoln para las votaciones.

—Mejor así, señor Dick, no votare por este lunático ni aunque me pagaran con oro.

—Y bien que hace, señor Wilson, bien que hace.

Olivia los miró y suspiró, enrollando el periódico en sus manos.

—Ahora sí, señora, no la aburriremos más con políticas, ¿en qué puedo ayudarla?

Ni siquiera tuvo esperanzas de que le diera un empleo, así que no se llevó grandes sorpresas cuando no se lo dio, pero agradeció que la dejara conservar el periódico para que pudiera enseñárselo a Jonathan cuando volviera a la casa.

En el tercer y último lugar (no por eso menos importante) el último gran desafío de vivir en la ciudad. 3) Conseguir que ese inhóspito lugar donde vivirían, se asemejara a un hogar. Dado su inminente fracaso buscando un empleo en las tiendas locales, pasó el resto de la tarde limpiando la casa para hacerla habitable.

Armó la cama de dos plazas que ocupaba casi toda la habitación y dejaba muy poco espacio para moverse. Pasó una larga hora intentando encender la estufa (sin éxito) y cuando el sol se ocultaba con ella terminando de barrer la tierra hacia la calle, encendió una lampara y comenzó a cortar la carne en lo que esperaba que Jonathan y los niños volvieran.

Solo tenían una pequeña mesa en la cocina con unas sillas y la estufa en la cual cocinaría una vez consiguiera encender el fuego. Dejó los trozos de carne sobre un platillo de metal y revolvió los huevos para cocinarlos en una sarten con un poco de la harina para que fuera más pesado y los llenara.

Cuando la puerta de la casa se abrió, se puso de pie rápidamente y el alivio la inundó al ver a los niños entrar seguidos por Jonathan. Tenían unos aspectos lamentables, con sus caritas redonditas manchadas con lo que parecía ser tizne de cenizas y sus pelos revueltos. Se agachó frente a ellos y usó la falda de su vestido para intentar limpiarlos lo mejor posible.

—¿Qué ha sucedido?

—Nos conseguí trabajo recogiendo cenizas y excremento.

Jonathan se quitó el sombrero y sin que Olivia tuviera que pedírselo, se arrodilló junto a la estufa para iniciar el fuego. Eso que a ella le había tomado una hora de fracasos, a él le tomó algunos cuantos minutos y con éxito.

—¿Cenizas y excremento? Los niños no pueden trabajar con eso...Es sucio y...peligroso.

—Son niños fuertes. Trabajaron muy bien hoy —. Se enderezó y desordenó el cabello de Eli dedicándole una sonrisa—. Pero son tus niños, así que respetaré tu decisión.

Olivia miró hacia Eli y Luke, que se habían sentado en la mesa a esperar la comida y acarició las mejillas regordetas de Adrian, quien se quedaba pegado a ella, abrazándose a su falda.

—De acuerdo, Luke y Eli pueden ir contigo, pero Adrian no. Ni siquiera ha cumplido cuatro.

Jonathan asintió y descansó por un momento mientras Olivia preparaba la comida. Puso la sarten sobre el fuego y usó la propia grasa de la carne para fritarlas y luego hacer los huevos en esa misma humedad. Sirvió la comida en unos platos y les cortó a los niños la carne en trozos pequeños antes de sentarse a comer con ellos.

—He pasado el día buscando un empleo.

—¿Tuviste suerte?

—Ya te imaginaras que no —. Revolvió los frijoles en su plato y se llevó una porción a la boca—. Al parecer no es correcto que una mujer haga labores fuera del hogar...Afecta a sus ideales.

—Puedes quedarte en la casa y cuidar de Adrian —. Jonathan miró la hora en su reloj—. Al menos hasta que tengamos algo seguro.

—No quiero sentarme todo el día a hacer nada...Necesito conseguir un trabajo y aprender a sobrevivir sin que tu estés para cuidarnos todo el tiempo, si no lo hago, moriremos en cuanto te marches.

—No creo poder marcharme —le comentó sin importancia concentrado en su comida.

—¿Cómo?

—Te he hecho responsable del cuidado de Luke y no sería justo dejar todo el trabajo únicamente en tus manos. Lo más sensato es que te acompañe en la tarea —. Y además Jonathan llevaba un tiempo buscando por una excusa para alejar a Luke de la pandilla y ponerlo a salvo y él no estaba del todo emocionado por volver—. Oh y todos en la ciudad creen que eres mi esposa, no se vería bien que de la nada te abandone.

—¿Todos creen...? Pero apenas llevamos un día.

—Las noticias viajan rápido en estas zonas.

Jonathan alzó la vista hacia la puerta abierta de la casa y se puso de pie cuando un hombre se detuvo en el marco y llamó con sus nudillos, interrumpiendo la comida.

—¿Puedo ayudarle?

—Buenas noches, señor, buen provecho y disculpen que les moleste, pero vengo a ofrecerles que los despierte por tan solo un dólar.

—¿Despertarnos? —inquirió Olivia.

—Así es, señora, vendré a primera hora en la mañana y llamaré a su puerta para asegurarme de que no se duerman el resto del día.

Olivia miró hacia Jonathan cuando este rebuscó el dinero en su pantalón y se quedó en la mesa esperándolo hasta que volvió a continuar su comida. No tenían opción; en la época antes de que existiera la alarma, si nadie los despertaba dormirían hasta el mediodía y Jonathan perdería su día de trabajo.

—¿Y yo que haré? —interrogó una vez retomaron la comida—. No tengo muchas opciones de trabajo y las opciones que sí tengo (como coser) se me dan fatal.

—Veremos. Tal vez puedas acompañarnos y ver si tienen algo de trabajo para ti recolectando cenizas...

—Y excremento —completó con desagrado—. Supongo que, si no hay otra opción, tendré que hacerlo. Dios, como extraño mi casa.

Jonathan no dijo nada al escucharla y se concentró en terminar su comida para luego calentarse por otro rato junto al fuego. Olivia se encargó de limpiar la mesa y acompañó a los niños a la cama para que durmieran y se regresó al salón con Jonathan.

—He escuchado algo mientras buscaba trabajo en los negocios. Dos hombres hablaban sobre las elecciones de noviembre.

—No me lo recuerdes —pidió y se recostó contra la pared apoyando un brazo sobre el respaldo de la silla—. Es un gran escándalo.

—Eso dijeron y por lo que vi en el periódico, Abraham Lincoln es el motivo.

—Sí, con su idea de abolir la esclavitud.

—¿Votaras por él verdad?

Jonathan levantó una ceja al mirarla y leyó el titular del periódico que ella apoyó en la mesa.

—Preferiría no discutir mis preferencias políticas contigo.

—¿Por qué soy mujer? —inquirió a la defensiva.

—Porque no eres mi esposa y, por lo tanto, no te debo ninguna explicación —. Deslizó el periódico hacia ella y se frotó el rostro con ambas manos—. Pero sí, votaré por Lincoln.

—Bien, me alegra saberlo.

Jonathan rodó los ojos y se puso de pie.

—Ve a dormir. Tú y los niños pueden usar la cama.

—¿Y tú?

Le respondió acostándose en el suelo junto a la estufa y cerrando los ojos para descansar.

—¿Aquí? ¿En el piso?

—¿Ves muchas opciones?

—No, pero...Es incómodo.

—He dormido en lugares peores.

Y era verdad y Olivia tampoco tenía algo mejor para ofrecer, así que ella durmió en la cama con los niños (que no era exactamente la definición de cómodo) y Jonathan durmió en el suelo junto a la mesa, sin siquiera una manta para cubrirse. Él aceptaba lo que tenía y nunca pedía por más, eran dos cualidades que Olivia nunca había imaginado él tendría siendo hijo de un adinerado dueño de tierras en Minnesota.

Con los primeros rayos de sol, unos golpes en la puerta los despertaron como habían pautado la noche anterior y no se detuvieron hasta que Jonathan asomó para agradecerle al hombre y se quedó despierto. Olivia salió de la cama con solo su camisa blanca y comenzó a calentar las sobras de la cena para comer antes de partir.

Era una mañana silenciosa y la gente recién comenzaba su rutina a la cual ella todavía intentaba acostumbrarse.

Se vistió mientras los niños y Jonathan desayunaban y comió algo rápidamente antes de abandonar la casa con ellos para ir al trabajo.

Llevó a Adrian con ella, porque no tenía con quien dejarlo y lamentó enormemente que él niño se viera obligado a trabajar en lugar de estar en la escuela o jugar. Quería hacer todo lo posible por darles una infancia segura y tranquila, pero de momento sentía que iba fracasando.

—Señor Morgan, buenos días, usted y sus hijos continúen recogiendo las cenizas. Quiero cuatro bolsas llenas para el final del turno.

Jonathan asintió, manteniendo un perfil bajo poco común en él según lo que Olivia había visto en el último mes viajando y sujetó a Luke y Eli para guiarlos hacia el trabajo.

—Señor, mi esposa también está en busca de trabajo, si pudiera por favor darle algo...Es una mujer fuerte y muy capaz, hará casi cualquier tarea que un hombre pueda hacer.

El encargado y jefe de los trabajadores le lanzó una mirada de pies a cabeza y arrugó la nariz en desconformidad. Olivia pensó que volverían a rechazarla y tendría que ir a la casa a buscar algo con lo que ocuparse, pero le sorprendió y alegró que el hombre le extendiera una pala.

—Tú y el niño recogerán el excremento de la calle, quiero cinco canastas llenas para el final del día y lo quiero bien o no tendrás tu paga.

Asintió, absteniéndose de decir algo ante los malos modales con los que le hablaba y se vio obligada a separarse de Jonathan y los dos pequeños, para ir a recoger el excremento en las calles.

Adrian se quedó con ella y aunque no le alegraba, la ayudó con todo sin protestar. Al menos parecía divertirse entre el barro y recogiendo botones que encontraba tirados en la tierra.

El olor le provocaba náuseas y la cantidad de mierda que cubría las calles le provocaba fuertes dolores de cabeza de solo imaginar el esfuerzo que significaría tener que recogerlo todo. Comenzó sin perder el tiempo y para el mediodía (y sin haber descansado) se encontró con dos canastas llenas y apestando a excremento.

Adrian no pudo hacer mucho con una pala que apenas podía cargar, pero era la intención la que la conmovía y la llevaba a apoyarla y vitoreara cada uno de sus intentos.

—Lo haces muy bien, cariño, eso es.

—Pesa mucho —comentó y levantó la pala haciendo su espalda hacia atrás.

—No te esfuerces tanto ¿sí? Solo lo que puedas.

Adrian asintió y para la llegada de la tarde ya no estaba ayudándola, pero le hacía compañía y jugaba sentado en el barro con unos palos. El calor era sofocante y el hambre comenzaba a debilitarla, pero cuando el día termino y entregó las cinco canastas llenas de excremento, se sintió satisfecha y lista para volver a la casa y dormir como un tronco toda la noche.

Pero su emoción duró hasta que le pagaron cinco centavos mientras que el hombre a su lado recibió diez por exactamente la misma tarea.

Miró el dinero en su mano y a su encargado y se abstuvo de hacer comentarios hasta que estuvo lo suficientemente lejos como para maldecirlo.

—¿Qué sucedió? —inquirió Jonathan uniéndose a ella en el camino a la casa.

—Solo me han pagado cinco.

—¿Qué más querías? Esto está muy bien.

—Pero al hombre a mi lado le han dado diez, Jonathan, diez centavos por exactamente la misma tarea —. Jonathan se guardó el dinero que ella había hecho y Olivia sacudió la cabeza indignada—. No pensé que fueran a pagarme tan poco solo por ser mujer.

—Te quejas demasiado.

—Y tú no te quejas en lo absoluto, ya ves...Somos los dos extremos de la balanza —. Entraron en la casa y se desplomó en la silla—. ¿Cómo vamos a vivir así? Todos los días trabajando de sol a sol para ganar ¿Cuánto? ¿Veinte dólares entre los cinco? Y eso es exactamente lo que cuesta comer en esta ciudad y aún nos queda la renta.

—Deja de preocuparte por eso. Ya pensaré en algo.

Lo miró de mala gana y abandonó el banco para usar la otra parte de la carne que le quedaba y dos huevos y hacer la cena.

—El dinero no nos alcanzará, Jonathan y los niños no pueden vivir bajo estas condiciones. No lo toleraré.

Y Jonathan tampoco se creía capaz de tolerarlo; él podía perfectamente vivir de esa forma, con tan poco que resultaba inhumano, pero los niños y Olivia merecían más y él quería poder darles más.

Tenía la opción de acudir a su familia a quien no veía en unos largos cinco años, desde que había escapado de casa a los dieciocho, pero de momento prefería dejar esa opción para último, cuando la desesperación les ganara. Hasta entonces, planeaba buscar otra solución...Cualquier otra solución.

Pero, aunque Jonathan era más propenso a conformarse y aceptar lo que tenía, Olivia no iba a quedarse sentada y mantener la cabeza gacha, así que cuando el hombre los despertó a la mañana siguiente llamando a la puerta, se levantó con una nueva mentalidad.

—¿No vendrás a trabajar?

—Hoy no —le respondió y se quedó de pie en la puerta de la casa con Adrian—. Tengo otro plan en mente.

—Realmente no podemos darnos el privilegio de perder dinero.

—Lo sé, tu adelántate y cuida de los niños.

Jonathan se marchó después de que Olivia dejara dos cálidos besos en las mejillas de los niños y una vez sola en la casa con Adrian, tomó su abrigo para salir a la calle cuando la niebla aún vagaba con ellos y prácticamente arrastró al pobre Adrian hasta la tienda de cosméticos para mujeres que pertenecía al señor Dick y que poco o ningún cliente tenía.

Empujó la puerta con ventanas donde ponía el nombre de la tienda y la campana anunció su llegada y despertó al señor Dick, quien dormitaba detrás del mostrador.

—¿Usted otra vez? ¿Desea comprar algo?

—No exactamente, pero busco un trabajo.

—Ya le he dicho que no contrato mujeres.

—Solo escúcheme por favor —. Acomodó a Adrian frente a ella para no perderlo de vista y apoyó ambas manos en el mostrador—. Por favor, señor Dick, solo escúcheme. Un minuto de su tiempo es lo que le pido.

—Estoy bastante ocupado, señora Morgan.

Que la llamara de aquella forma la tomó por sorpresa y la sacó de su concentración mientras se obligaba a procesarlo. Por supuesto que todos pensaban que Jonathan era su marido, aunque eso no era verdad y por lo tanto le daba cierta tranquilidad.

—No hay nadie en la tienda, señor Dick, pero...Le prometo que yo puedo ayudarlo a cambiar eso —. El señor Dick rodó los ojos, pero Olivia no desistió—. Solo piense, su tienda está dirigida exclusivamente a mujeres ¿y a quien escuchan las mujeres cuando se trata de belleza? Así es, escuchan a otras mujeres y si me permite trabajar para usted, por veinte dólares al mes, le garantizo que tendrá una fila de veinte mujeres esperando para comprar en su tienda.

—¡¿Veinte dólares al mes?! Usted ha perdido la cabeza, señora Morgan —. El hombre se rio—. Ni siquiera a un hombre le pagaría veinte dólares al mes, mucho menos a una mujer.

—¿Ni siquiera ante la posibilidad de aumentar sus ganancias en un treinta y cinco porcientos? —. El señor Dick la miró con las cejas fruncidas y gran asombro—. Sí, sí, se de números, señor Dick, haga los cálculos usted mismo. Si me permite trabajar para usted, le garantizo un treinta y cinco por ciento de aumento en sus ganancias de lo cual solo le estaría quitando veinte dólares, me parece un trato en el que usted tiene todas las de ganar.

Lo vio bajar sus manos del mostrador para contar con sus dedos en un intento por calcular lo que ella le proponía y cuando volvió a enderezarse y la miró, su actitud cambió.

—Ciertamente usted saber cómo presentar las cosas, para convencer a uno. Eso se lo reconozco, pero una mujer trabajando en mi tienda...

—Es una decisión que no lamentará, señor Dick.

Entrecerró los ojos, sopesando sus palabras y terminó suspirando.

—Está bien, está bien, pero solo le pagaré si cumple lo prometido y eso son veinte mujeres haciendo fila frente a mi tienda —. Olivia celebró mucho antes de que el señor Dick terminara de transmitir sus condiciones y se exaltó igual que ella cuando Olivia estrechó su mano y le agradeció una y otra vez—. Ya cálmese, señora ¿Qué pensará su marido si la ve comportarse de esta forma?

Se contuvo de continuar celebrando y esa misma mañana se puso manos a las obras para trabajar en la tienda. Paso la mañana revisando los productos que el señor Dick ofrecía en su tienda, lo que más le interesaban eran algunos de los componentes que traían los productos; no le sorprendía que las mujeres no le compraran.

—¿Sí sabe que el arsénico es venenoso ¿no?

—Por supuesto, pero en pequeñas dosis es seguro.

—No, no lo es —contradijo y regresó el paquete de galletas de arsénico al mueble—. No ayuda a la apariencia de nadie honestamente, pero tengo algunos trucos fáciles de hacer y que usted puede vender. Mascarilla de huevo para cabello seco, sana, efectiva y económica de preparar pero que puede vender más costosa si no revela los ingredientes. Una loción magia para tener una piel libre de poros, que en realidad es solo agua con un poco de alcohol concentrado. Una crema milagrosa para disimular ojeras o inflamaciones hecha a base de papa. Un néctar para piel suave hecho con miel, bastante costosa de conseguir y por lo tanto su venta puede ser aún más elevada. Infusión de té y limón para cabellos grasos y por supuesto, una pasta de hojas de cilantro y menta para el mal aliento. ¿Está tomando nota, señor Dick?

El hombre parpadeó, regresando de su asombro y volcó varias cosas al suelo en su intento por agarrar un papel y su pluma y comenzar a anotar.

—¿Mascarilla de huevo dijo?

—Así es, podemos anunciar todo esto en el periódico y en cuanto las mujeres lean el testimonio de una mujer que ha probado todas y cada una de estas cosas y conseguidos resultados excelentes, vendrán corriendo.

—¿Y quién será esa mujer?

—Yo, por supuesto.

El señor Dick tomó todo el listado de ingredientes y corrió al almacén más cercano para conseguirlo todo. Regresó y puso a Olivia a trabajar en preparar cuantos frascos fuera posible mientras él se aseguraba de anunciarlo todo en el periódico.

Era un trabajo agotador, especialmente cuando debía tener docenas de frascos hechos para el final del día, pero valió la pena volver a casa con esa sensación de seguridad, aunque aún sin ningún dólar en su mano.

—¿Tuviste éxito?

—Eso creo —le contó a Jonathan durante la cena—. He conseguido que me dieran trabajo en una tienda de cosméticos y confío en que muchas mujeres querrán comprar las rectas de mis productos, así que debería poder tener veinte dólares para el fin de mes, con lo cual podremos pagar la renta.

—Y usar lo que yo gano para comer.

—Así es, aunque tendremos que comer carne y huevos todos los días.

Pero comerían algo y eso era más de lo que muchos tenían en esos tiempos.

Lo único que a Olivia le pesaba era tener que dejar que aquel hombre, el señor Dick, se llevara la mayor parte de las ganancias por lo que era (en su mayoría) su trabajo, pero sabía que no estaba en posición de reclamar y habían hecho un gran avance ese día el cual no querría arruinar. 

...

Para que se hagan una idea de lo costosas que son las cosas en la época en la que se encuentra Olivia y lo poco que les pagan, les comento que lo que en 1860 saldría un dólar, actualmente sale $0,03  (es decir, ni siquiera llega a ser la mitad del valor). $1 dólar en 1860 vale $29.24 en la actualidad. Y por lo tanto $20 dólares (que es lo que Olivia usa para comprar) serían $584.72. Fíjense que con casi $600 dólares actuales, en el 1860 no podías comprar casi nada. 

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